CCESantiago. (Centro Cultural de España) Consejera Cultural y Directora del CCESantiago. Rebeca Guinea Stal Profesor guía del Laboratorio de Ficciones Biográficas Juan Pablo Vallejos Moreno Coordinación editorial Alicia Fredes Ferrada Isabel Reyes Arellano. Ilustradores Fernanda Aranda Lillo. Gissou. Juan Pablo Vallejos Moreno.
Ficciones biogrรกficas Oralidad, escritura y memoria Compilador
Juan Pablo Vallejos Moreno
Presentación
El laboratorio “Ficciones biográficas” es una experiencia de creación y participación que guarda mucha armonía con las directrices y líneas del CCESantiago (Centro Cultural de España) que, desde siempre se ha esmerado en posicionar la cultura, entendida como factor innegable de desarrollo humano integral y con claro beneficio para la comunidad. De tal modo que estamos muy complacidos de haber dado cobijo a este laboratorio que reunió a miembros de nuestra comunidad, quienes tuvieron la oportunidad de expresarse en un ambiente de libertad, respeto por la intimidad y estímulo para la andadura de la creatividad traducida en la palabra que cuenta, rememora, reflexiona y se expresa en escritos y en comunicación dramatizada, por medio de la inveterada manifestación de un cuentacuentos. Qué gran privilegio para estos miembros de nuestra comunidad que han podido participar en el laboratorio, porque tuvieron la oportunidad de vivir el proceso de dar a conocer contenidos personales y sociales que afloraron por medio de sus relatos orales de corte biográfico. En esos mundos narrativos creados por ellos, pudo emerger el espacio onírico y simbólico, las frustraciones y fracasos que se esconden en el correr de la vida; pero, también, aparecieron los sueños y aspiraciones a la 4
espera de concretarse, de una vez por todas, en acciones positivas y luminosas para quien lo cuenta. En fin, brotaron todas esas historias reales, personales, imaginadas y sociales con las que cada persona se acompaña a través de su existencia. Pero no solo existió la oportunidad de expresarse con la palabra escrita, también estuvo la experiencia de comunicarse con la sinceridad que brinda la oralidad; el estar con los demás, frente a frente en la cercanía del hablar y el escuchar, y apreciar el metal de la palabra y la expresividad de un cuerpo que relata una historia de vida, contada en el estilo vivencial del cuentacuentos. Y todo esto, a no dudarlo, contribuye al fortalecimiento del desarrollo humano integral de una comunidad que participa y genera cultura, pero que también asume con conciencia de sus derechos culturales. No me resta otra cosa sino invitarlos con todo el agrado y entusiasmo a leer y conocer estos testimonios biográficos, estas historias de vida, estos sueños que se comunican y al hacerlo, abren el camino de una vida mejor para quienes los escribieron, pero, también, para quienes los lean, puesto que siempre la lectura dejará una semilla para el crecimiento personal. Rebeca Guinea Stal Consejera Cultural Directora del Centro Cultural de España
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Ficciones Biográficas. La vida es texto y pretexto
Poner en obra la ficción biográfica es poner en obra la experiencia vital en un proceso creativo; este proceso desprende textualidades abiertas y llenas de voces que se pueden decantar en soportes diversos, tales como la narración oral y la literatura. El poner en obra lo biográfico implica poner en movimiento los mecanismos de la memoria, memoria propia y colectiva, ya que toda memoria es un acto de otredad, de ruptura del ensimismamiento. La memoria es un proceso de creación en el cual se entraman tres operaciones de escritura, en el sentido amplio; lo olvidado, lo recordado y lo escuchado. La memoria, entre otras cosas, es una voluntad de pasado en el presente, capaz de subvertir el distanciamiento que provoca tiempo, sin embargo, el pasado se construye desde el presente y está en permanente cocreación y conflicto con los otros. La memoria, a diferencia de la historia, es un proceso micropolítico, es una insubordinación a los cánones de racionalidad tecnocrática, de cosificación y categorización binarizante, y plantea en su realización un acontecimiento nuevo que se resiste a las dinámicas de vaciamiento de los actores territoriales y las subjetividades colectivas, operación estructural de la hegemonía del poder sobre la construcción social del tiempo. Antes que todo, la memoria es acción creadora de realidad. 6
El territorio concreto de proliferación memorial es la cotidianidad. La cotidianidad es la dimensión performativa de la comunidad donde se entrecruzan los acontecimientos y experiencias de vida emergiendo como textualidades de la memoria, el recuerdo y el olvido. Día tras día la cotidianidad va cristalizando textualidades que imbrican toda la complejidad del habitar humano. Lo cotidiano es la infinita referencialidad, el lugar donde el lenguaje adquiere su emergencia de significados, donde se estructura y desestructura lo real, lo simbólico y lo imaginario. La cotidianidad es capaz de significar toda la dimensión vital, lo onírico y lo absurdo, lo real y lo imaginario, lo simbólico y lo fantástico, lo habitual y lo insospechado, lo rutinario y lo catastrófico. La fuerza de lo cotidiano levanta textualidades de toda experiencia de vida, expresándose como el horizonte de lo posible y lo imposible, lo pensable y lo impensado. En lo cotidiano prolifera la infinita referencialidad de la lengua configurando una forma de vivir, de crear comunidad, de construir el tejido social, político y cultural. En esta proliferación significante, la oralidad estructura textualidades que singularizan la comunidad, activando los mecanismos de identificación, construyendo metarrelatos y mitohistorias que cohesionan la comunidad. La materialidad de la narración oral es lo cotidiano. La oralidad es la comunidad, esta idea tan rotunda y poderosa plantea la necesidad de definir la oralidad desde lo abierto, desde la amplitud política o micropolítica que se entrecruza en ella, desde lo múltiple, lo complejo, lo tremendo y lo microscópico. La micropolítica de la cotidianidad es el tejido de acciones vitales en un colectivo 7
humano que moviliza la producción permanente de subjetividad. La oralidad es comunidad, esta es una idea que tiene un carácter territorial. Visualicemos una zona de tráfico entre lo oral y lo escrito, una zona donde las fronteras diferenciadoras se indefinen y se mezclan, donde el mestizaje es la única posibilidad, esta zona está formada de lenguaje, cuya cristalización es la lengua de los pueblos. La oralidad es una producción al igual que lo es la memoria, una acción creadora que persevera incluso aunque sus procesos estén invisibilizados por los agentes que la sostienen. En tanto acción creadora, tiene un impacto transformativo y performativo que imprime subjetividades y marcas identitarias que atraviesan a los sujetos vivientes, decantando textualidades del yo y del nosotros. Estas marcas identitarias experimentadas en la cotidianidad producen narraciones, más o menos cambiantes, que ficcionan a las personas y a las colectividades. Estas ficciones son la realidad en permanente tensión y disputa, incluso es posible decir que no tenemos un acceso a lo real sin la mediación de nuestra capacidad de enunciar la realidad. Las textualidades generan narraciones que ficcionan el género, la identidad, las clases sociales, las diferencias etarias, crean cartografías, despolitizan y politizan, crean sentido, ponen en común o diferencian, plantan el horizonte mundano y profano, en resumen, ficcionan la cultura. En este ámbito lo real no es lo opuesto a lo ficcional, sino lo real está en permanente conflicto, es decir, lo real es tan político como lo ficcional. Lo real y lo ficcional son dos momentos de un acontecimiento o experiencia. 8
Lo real es el hecho desnudo de toda descripción, de toda causa, puro efecto y lo ficcional es el hecho en su narración, puro afecto. Afecto y efecto son las dos caras de un acontecimiento. Debido a este fenómeno los límites de lo narrativo son los límites del lenguaje. Todo acontecimiento es susceptible a la operación ficcional en tanto fenómeno sensible y esta operación borronea las fronteras entre literatura y realidad. El texto literario es también autorreferencial debido a que crea su propio contexto plurívoco y polisémico, porque puede tener distintos significados conforme a las diferentes lecturas y análisis. Y por último, es un discurso intertextual porque existen rasgos de otros textos en él. La literariedad está presente en el análisis de las estructuras esenciales de las obras literarias. Para poder conocer su incidencia en algún texto se debe hacer un análisis arduo de las características anteriormente expuestas del texto literario, pero ¿qué ocurre si el texto en el cual buscamos las características literarias es un recuerdo, una anécdota, la historia de vida de alguien conocido, un testimonio o la misma memoria vital de alguien concreto?, ¿qué ocurre con la autorreferencialidad del texto literario?, y más aún, ¿en un texto absolutamente ficcional, los autores pueden paralizar o distanciarse de su dimensión cotidiana, pueden desvincularse de su experiencia vital al instante de la producción literaria? Finalmente, ¿es posible el ensimismamiento y la suspensión de las marcas identitarias de género, etnia, clase, época, edad y formación?, o por otro lado, ¿un ego productor de textualidad puede romper los límites de su propia experiencia, en búsqueda de una escritura de la otredad? Todas estas preguntas lejos de estar resueltas 9
de forma absoluta, están puestas en obra a partir de la identificación de una problemática, en una zona fronteriza. La ficción biográfica plantea establecer la morada en el territorio de las hibridaciones sociales, en los discursos que toman cuerpo, en los cuerpos que se hacen textos, en la disolución del individuo, en el caos de los afectos, en la heteroglosia y la democratización del arte, en resumen, en la migración de la experiencia humana. La ficción biográfica pone en obra cinco dimensiones en las que acontece la otredad, las cuales son: 1. El cuerpo: soporte sensible, como maquina deseante, como superficie de tiempo, como lienzo de la identidad, donde acontece la herencia, la enfermedad, el placer, los dogmas, es el emplazamiento de la experiencia de vida. 2. Los marcos de personalidad: estas son estructuras de pensamientos, de posición subjetiva, que plantean pautas de posibilidad, trazan posibles límites a la acción y escriben los acontecimientos desde lo conocido, hacen de lo desconocido cognoscible ficcionándolo. Es la cristalización de la subjetividad. 3. Las voces: son relatos que provienen de otras posiciones subjetivas, que proveen de intertextualidad a la experiencia, refiriendo una subjetividad a otra, visibilizando una comunidad de voces, una heteroglosia, una dimensión dinámica donde los paradigmas sociales entran en conflicto. Es la intersubjetividad. 10
4. El territorio: es el levantamiento de los afectos vinculados al espacio vital, donde devienen las experiencias. La topofilia y la topofobia es una operación sensible con el lugar, una geografía humana, donde se construyen mapas que se imprimen en el espacio, producen espacialidad, arraigo o desarraigo. Es la cartografía. 5. El conflicto: es el sentido profundo, una suerte de textualidad flotante que concentra el sentido, entrelaza los acontecimientos y los personajes, describiéndolos a partir de las relaciones que poseen entre ellos. El conflicto siempre va acompañado de un acontecimiento narrativo que produce un cambio en la situación de vida de los personajes y posibilita el cambio de posición subjetiva, prolifera nuevos significados articulando las otras cuatro dimensiones en el relato. Es el cambio. La autoría de un texto literario opera de una manera diferente en las ficciones biográficas, o dicho de otra manera, exige un proceso de consciencia de los mecanismos de creación textual que involucran la memoria y las huellas de la experiencia vital. La oralidad plantea que el lugar del autor es un lugar disponible permanentemente abierto a la lectura, más allá de la interpretación, es la cocreación de la textualidad con los interlocutores, como productores de textualidad y coenunciantes de la narrativa. La ficción biográfica es una voluntad de otredad en la producción estético-política de textualidades orales y escritas. 11
Oralidad, escritura y comunidad ¿Qué significa hacer laboratorio de lo biográfico? Los textos compilados en esta publicación son el resultado de un proceso de investigación y creación colectiva, moderados por la complementación metodológica y teórica de las escrituras etnográficas, literarias y orales, a través de una serie de ejercicios de otredad que ponen en obra la disolución del solipsismo creador. Cada participante obtuvo herramientas literarias, intersubjetivas y escénicas para construir y contar historias desde experiencias de vida, dando a luz una nueva narración experiencial. En cada paso la textualidad biográfica de cada persona se enfrentó a la dificultad de cambiar de posición subjetiva respecto de su escritura, entrando en resonancia y diálogo con una colectividad interna constituida en el lenguaje y la memoria. El laboratorio fue una experiencia teórico-práctica de creación de textos orales y escritos basados en experiencias de vida de personas reales o ficticias. Contenidos del laboratorio: 1. Ficciones biográficas. La disolución de las barreras entre realidad y ficción. 2. Construcción narrativa con recuerdos personales o colectivos. 3. Metodología de conflicto gravitacional. Huellas mnémicas. 12
4. Autobiografía oral y principios narrativos: sentido, movimiento, verosimilitud, inconclusividad y acontecimiento. 5. La hermosa esquizofrenia de la tercera a la primera persona. El “yo” saturado. 6. Oralitura y mnemotecnias. 7. Montaje y puesta en escena. El proceso creativo fue una exploración en el territorio de los afectos que están arraigados en la memoria. Un viaje creador cuya búsqueda principal fue democratizar las voces de la comunidad, sin la instalación arbitraria de temáticas sociales, sino el devenir texto y huella de vida. En este camino a la deriva, con la inminencia de lo intempestivo, con la latencia del naufragio, discurrimos textualidades que visibilizaron huellas identitarias tales como: la feminidad, la orfandad, la teatralidad de la rutina, la transexualidad, la sátira, el desamor, la violencia, lo político, el desarraigo, el humor, lo tremendo, las ideologías, el derecho animal, lo catártico, el camuflaje, la clandestinidad y el amor. Al releer las obras emergen infinitas posibilidades de interpretación, se multiplican las subtextualidades, porque al poner en obra sus propias ficciones biográficas, al tensionar el “Yo” desestructurando su unicidad, los y las escritores de esta compilación hicieron de la sociedad su intertexto. Agradecimiento infinito por depositar tan honestamente las apasionadas pulsaciones de todos y todas las que participaron de esta publicación. Juan Pablo Vallejos M.
Profesor guía. Ficciones biográficas 13
Esa noche Katina Ferrer
No sé muy bien cómo el tipo sentado a mi lado y yo empezamos a interactuar… Él tenía buen porte, barba, los ojos brillantes, la mirada fija y sonrisa fácil. Una música fuerte impedía escucharnos, pronto nos fuimos acercando. Su brazo rozaba el mío. Conversábamos al oído. Me gustó su temperatura, sus movimientos, su voz suave. Me decía cosas interesantes sobre los vinos dinámicos, sus estudios en Francia, acciones de arte, música y así, de algún modo, sus palabras me fueron emborrachando. Me tenía completamente embelesada, pese a que el lugar estaba repleto de gente y ruido, sentía que solo existíamos él y yo… “Nos vamos”, le dijo entonces su amigo. La realidad me cayó encima como una roca. Una parte de mí quiso retenerlo, pero otra, la del deber ser, se aliviaba con su partida. Pidió mi teléfono, aunque dudé un segundo, se lo di. Se fueron. El corazón me latía. Pensé en que hacía tanto tiempo que no me sentía así, quizá nunca… Sentí que con él podía ser totalmente yo, sin pensar en qué ropa debía ponerme, o mejor me callo, porque si le digo lo que pienso se va a enojar… Y en ese momento pasó algo increíble, volvió con su amigo. Casi morí de felicidad. Al rato, la cumpleañera nos conminó a que fuéramos a bailar al local de enfrente. Pero, mientras él me ayudaba con el abrigo, decidí que mejor me iría a mi casa.
Salimos. Afuera, él hablaba con su amigo, mientras yo lo esperaba para despedirme, cuando los vi darse la mano… lo miré y él dijo: “Yo me quedo contigo. ¿Dónde vamos?” Por un lado, yo sólo quería estar con él, pero ¿Y mi pareja?... No quería dirigirme a ningún lugar comprometedor. Finalmente, terminamos en un bar que aún estaba abierto. Seguimos hablando tan fluidamente como antes, pero ahora él comenzó a tocarme las manos, la cara, los labios, mientras nos contábamos nuestras vidas. Yo flotaba. Me sentía como Luisa Lane, cuando Superman la llevó a volar por la ciudad. Él era músico, componía, tocaba guitarra y piano, pero estaba en la tecnología. Y ahí, en medio de su mirada de fuego, le conté sobre mi relación. Él me hizo algunas preguntas, sin dejar de tocarme. Y tras esto y aquello, me dijo, sonriendo: “Si eso estuviera bien para ti, no estarías aquí conmigo, así”. Yo sentí que me desarmaba… El mozo se acercó con la cuenta… entonces él: “Si quieres, te puedo acompañar a tu casa, o, si prefieres, me puedes acompañar a la mía”... Silencio. Yo no quería decidir… Y él agregó: “No haré nada que tú no quieras”. Me reí con el cliché. Nos paramos, me tomó de la cintura… Y ahí sentí que se derretían todos mis límites… “A tu casa”, dije. Él vivía en un piso diez. Era mayo y hacía mucho frío. Tomó la estufa de parafina y saliendo al balcón para encenderla me dijo, “Voy a abrigar al otoño”. Creo que fue con esa frase que me enamoré. La magia del bar se extendió a su casa y, luego, siguió estirándose… hasta bien entrado el día siguiente. 16
Tomamos café y nos reímos mucho. Yo sentí que lo conocía de otra vida y que por fin lo había encontrado, quería quedarme con él, por el resto de mi vida… Pero, por supuesto, llegó la despedida. Al poco andar, dejé a mi compañero de entonces. Volví a ver al músico algunas veces más, hasta que, sin razón comprensible, para mí, él se alejó. No lo pude sacar de mi cabeza por mucho tiempo. Cerca de un año después, nos empezamos a encontrar en la calle, muy seguido, en distintas partes de Santiago, como una señal del destino. Nos tomamos otros cafés, muy gratos, pero ya sin manos y sin voz al oído. Un día me comentó que se emparejó. Sufrí lo indecible. El 2016 dejamos de encontrarnos. Ya no lo extraño y casi solo le escribo para su cumpleaños. Pero esa noche… esa noche mágica, la noche del músico, se grabó en mi corazón, para siempre.
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La profesora de ruso Alicia Salinas Álvarez
Cuando me avisaron que debía salir del país hacia Moscú, y que en la capital de los soviets recibiría una beca de estudio, expliqué que no cruzaría la cordillera sin Teresa. Sin ella no me veía recorriendo otras tierras. Me pidieron que recapacitara, sin embargo, y con la certeza de que a mí las cosas se me dan, insistí, me casé y partí con ella bajo el brazo, al otro continente. No fue fácil instalarnos. Nos costó ruegos y rabietas conseguir una pieza para vivir juntos. No obstante, ella lo hizo posible. Por fin las cosas se nos comenzaban a dar. Teresa optó por un horario distinto, no era bueno ir a la misma clase, dijo, y estuve de acuerdo. Hasta ahí todo iba bien, la dificultad se suscitó cuando conocí a Alina Petrovna, la profesora de ruso. Ella se destacaba por sus ojos lilas, la manera en que movía sus labios, y por esa forma apabullante de desplazarse. Toda ella, sin misericordia taladraba en mi cerebro. Reconozco mi esfuerzo por pronunciar como se debía, y el de ella por enseñarnos los sonidos del alfabeto ruso. Había que fruncir los labios, mojarlos con la punta de la lengua y luego, reproducir los fonemas y morfemas del idioma. Y así mi vida se fue abalanzando hacia un precipicio incontrolable. Mientras Teresa, larga y delgada como el lugar donde habíamos nacido, era la responsable de ambos. Ella era la que mantenía contacto con la familia, me esperaba con comida caliente y para defenderme del frío, insistía en probarme calcetas y gruesos gorros que ella 18
misma tejía. Sin embargo, Alina fue más fuerte y con la fe que uno se tiene a los veinte, me dispuse a estudiar el ruso y a la rusa. No falté nunca, estudié con la pasión del niño que ama a la escuela, aprendí a balbucear unas cuantas expresiones del léxico amatorio, en perfecto ruso. Así viví hasta un viernes de enero. Fecha que se recuerda por el frío que hacía. Desde 1917, cuando los bolcheviques organizados se tomaron el Palacio de Invierno, que no se vivían esos hielos. Yo, desorganizado, la esperé a la salida de clases. Salió cargada de libros, le ofrecí ayuda. Los nervios me turbaban. Al salir del edificio advertí una estúpida sonrisa, que asomaba en mi rostro moreno. Por fin la tenía para mí. Subimos al bus. Ella hablaba lento para que yo comprendiera, pero mis manos querían tomarle las suyas de ahí al cuello y del cuello a la espalda y de la espalda ya nada iba a importar. El edificio apareció en la bocacalle. Subimos al ascensor. Alina caminaba como si yo fuera cualquier persona. Advertí que dormía sola por la única cama que ocupaba la mitad de la habitación. Nos sentamos alrededor de una mesa. Pero no pude más, la abracé, le quité la ropa, abrí mi camisa, los botones saltaron. La tenía conmigo, le decía secretos que no comprendía y ella se dejaba. El fin de semana pasó rápido y el lunes llegó temprano. Me vestí sin decir palabra, ella preparó té y lo tomamos en silencio. Afuera estaba frío y oscuro. Dentro de la habitación todo era plácido. Estuve listo para partir antes que ella. No sabía si esperarla o regresar solo. Al ver mi indecisión me dijo que me adelantara. Quería que ella me detuviera, pero no lo hizo. Salí balbuceando un hasta luego. Al paradero llegué arrastrando los pies. Cuando llegué al cuarto, Teresa había partido. Ordené mis libros y me fui a clases. 19
Y ahí estaba la rusa con la gracia de siempre, explicando y repitiendo la lección una y otra vez. Me senté al final de la sala esperando que se me acercara, pero terminó la hora y partió demasiado rápido para seguirla. A Teresa la encontré en el cuarto, estaba esperándome. Y sin hacer preguntas, me explicó que imaginaba con quién había estado, que mi actitud en el último tiempo dejaba entrever que no quería estar con ella. No tenía deseos de aclarar nada, solo quería concluir el año escolar, sola y tranquila, dijo. Salí de la habitación desconcertado, no esperaba esa reacción, pero en ese instante pensé que era lo mejor. Busqué dónde alojarme y aunque nos encontrábamos a veces, no nos volvimos a hablar, por ello cuando supe del embarazo, más difícil se me hizo acercarme a ella. Nuestro hijo llegó en otoño. Me enteré cuando regresaba de casa de Alina. El conserje llamó a la ambulancia; no se atrevió a mandarla sola en un taxi, dijo. Me volví loco, corrí al hospital, quería ver al niño, pero me explicaron que ambos estaban graves y que no se les podía visitar. Esperé en el hospital toda la semana. Madre e hijo se recuperaron, pero Teresa no quiso verme. La enfermera me mostró al niño solo por lástima y a espaldas de ella. Sentí que la soledad me embargaba, pero ahí estaba Alina pensé, con ella sanaría las heridas. Así que decidí regresar a la rutina. Entré atrasado a la sala, la profesora me miró molesta. Terminó la clase y partió, yo traté de alcanzarla, pero Asim, un alumno árabe, se adelantó y le ofreció ayuda. Ella decidida le pasó unos libros y comenzó a conversarle despacio. Lo último que vi fueron sus figuras subiéndose al bus. Por mi cabeza giraba la imagen de la cama en medio de la habitación y a ella balbuceando palabras incompresibles, en el oído del muchacho. 20
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La primera cita Gissou
Después de años tengo una primera cita, sentía que era una señal divina para alimentar el ego desaparecido en el closet. Primero, no conoces mucho al personaje de la cita, todos sabemos que las mujeres amamos hablar, debería ser un plus, mi fuerte, pero eso era antes, creo que preferí olvidar el tema de cómo expresarme, es así como logré evitar problemas. Tiempo atrás, en una noche como cualquiera, no saqué las llaves de mi casa, solo cerré la puerta y corrí, ya no serían necesarias, no volvería jamás (al menos no consciente). Me resultó cómodo por años decir mentiras blancas para evitar conflictos, quizás, quizás eso sea un buen plan B: improvisar y si la cosa se complica… Por ahora, él no sabe dónde estoy. La primera cita resultó ser, muy, pero muy desafortunada, pasé mil horas eligiendo qué ponerme, para darme cuenta que con todo me veía igual, pues tengo la misma cara de niña deslavada que jugaba con Pedro, Luis, Antonio y Manuel. Con ellos sí sabía qué ropa cómoda elegir para jugar, luchar y terminar con el cabello enredado, aporreada y con ojo lloroso; algo normal entre hermanos y tal cual como me sigo viendo ahora. Entonces, pasé horas alisando mi cabello, poniéndome crema y rogando que las uñas crecieran con blanquito antes de las diecinueve horas, las cepillé con limón, como mi mamá lo hacía para sacarnos el negro de las revolcadas en el patio. Las cajas tienen nombre. Cocina: dos tazas, dos 24
cucharas y una olla; ropa de cama: cobija y almohada; Baño shampoo y esponja; ropa: dos bluejeans, tres camisas, cinco calzones, cinco calcetas y un sostén). La verdad, no tengo mucho donde buscar, antes de estar conmigo, parecía que tenía muchas cosas, mucha gente, mucho de todo, pero me siento más llena ahora, escapar con dos maletas fue elegir la libertad y volar muy alto, donde ya no me vigilan y la verdad, más no podría cargar sobre mí. Qué raro es cuando todo termina siendo en vano; una se ilusiona con la primera cita, con el primer amor, con el primer beso y cuando termina es como un huevo sin sal, ya fue, ya pasó. Hoy, impactada de LA PRIMERA CITA, no sé si voy a aceptar una nuevamente, prefiero quedarme conmigo, quiero descubrir qué películas me gustan, qué quiero comer y si me gusta o no, dormir poco, quiero recordar mi color favorito o inventarme uno que juegue con mis ojos, quiero borrar estos rasguños y moretones, quiero no comerme más las uñas, no sé cuál es el lado de la cama que quiero usar para dormir, ni cómo usar el control remoto del TV. Ahhh, es cierto, ja ja ja, ya no tengo TV. Hace tiempo, leí que durante el nacimiento a los bebes, los sacerdotes de una tribu susurran al oído unas palabras: ¨si quizás esta es la primera vez que vivimos esto, pues probablemente estamos en la primera de nuestras vidas… asegúrate de hacer aquello que deseas y de no dejar cabos sueltos, pues, quizás, te acompañen durante toda tu vida…”. Todo empezó con el personaje de la llamada, concretando una salida a un pequeño café. Es así como quedamos de encontrarnos para hacer algo tranquilo 25
cerca de un Metro. Hasta ahí estaba todo excelente, casi interesante. Nos sentamos, tomamos café, perdón yo pedí un jugo. Conversamos, nos reímos, lo pasamos bien. Llegó la hora de pagar la cuenta, y él demoró en sacar su cartera, mientras yo en modo automático racionalizaba sus movimientos y me lancé sin medir consecuencias , con mi gran frase propia y característica: ¡TRANQUILO, YO PAGO! O sea, todo bien hasta allí, obviamente, mi idea inicial era, que pagáramos la mitad cada uno, cada quien paga lo que consume, ahora es tiempo de asumir solo mis responsabilidades no la de otros, el compromiso es primero conmigo, ser libre, dejarme querer etc. etc. y más etc. Pero no, allí estaba yo, con la misma cara de siempre, uf. El personaje, al escuchar pronunciar mi frase no encontró nada mejor que pedirle al mesero, que le trajera un muffins para llevar, tan ocurrente idea me puso furiosa, sentí como se fue desfigurando mi cara. El mesero parece que quedó sorprendido (no sé si de mi cara o de la acción) y con evidente sarcasmo, me guiñó el ojo con cierta complicidad y me dijo: “Ah bueno, entonces, le traigo un muffin a usted también”. Para ese momento crítico, yo empiezo a repetirme: (mientras hago un improvisado ejercicio de respiración): calma, en un momento todo habrá terminado, falta poco, ¡inhala exhala!, y allí seguía yo, pagando en la primera cita lo que tomamos y también lo que el personaje pidió para llevar. ¿Estaré repitiendo la historia o es solo un llamado de atención? Puede pasar como gracioso, ser una historia anecdótica, pero eso no termina aquí. Leí que al nacer los sacerdotes de la tribu susurran al oído del recién nacido unas palabras:¨si quizás esta es la primera vez que vivimos esto… bla bla bla. 26
Perdimos el punto Javiera Alejandra
Ayer le pregunté a Arturo, compañero de taller teatral, que me mueve actualmente, cómo se reconoce a un buen escritor. De lo que acabo de escribir tengo apreciaciones. Críticas. La descripción de Arturo. La mención al taller, que es el nexo que me une a Arturo; donde lo conocí y por la razón que comparto con él. Identificar qué me mueve. Porque pensé en poner “qué estoy haciendo”, pero es más que eso. En realidad no es eso. Porque hacer me lo cuestiono. “Qué hago”, pensé luego. Hago un taller de teatro o taller teatral. Donde conocí a Arturo. Conocí a Arturo en un taller teatral (¿Por qué no de teatro?). Le molesta el “de”. Tiene un rollo con el “sentido de pertenencia”. Claro, la propiedad privada. Es un tema complejo. Complejo y complicado. Da para mucho qué hablar. Es difícil de mencionar, porque abarca mucho. Se esperaría que la población tuviera un- Un qué. ¿Un sentido común? Un bagaje. ¿Capital cultural? No, un cuestionamiento hacia la propiedad. PropiedadPertenencia. Ya, pero qué es eso. ¿Acaso esperas que cuestionen la propiedad privada? Van a dudar de que las cosas tengan dueño. O dueña. Y dueña. Y/o ¿Dueñe? Que se lo pregunten, al menos. ¿Que se pregunten por qué las cosas tienen dueño? ¡Que se pregunten por las cosas y que se pregunten por los dueños! Ya, pero tú quieres que se lo pregunten todo. Eso no es posible. No, de ser posible lo es. La mente, la conciencia, hay que tener 27
cuidado con esas cosas, no es un juego. La vida no es na’ un juego. Qué tiene de malo preguntarse todo. Dijiste, y cito textualmente: “ayer le pregunté a Arturo, compañero de taller teatral qué me mueve actualmente”. Me estás sacando de contexto. ¿Y quién es Arturo? Dicen que es poeta. Basta, este no es espacio ni momento para hablar de ello. ¡Monopolizadora de palabras! Creo que perdimos el punto. Hoy descubrió que tenemos un ojo dominante. Que existe la posibilidad de un ojo dominante. Leyó un artículo sobre el procesamiento visual. Un sitio de confianza debe ser. No lo sé, lo pondría en duda. Hace tiempo dejó de ser rigurosa en sus métodos de investigación. El último trabajo que entregó, no citó APA¿No dudaba de todo lo que fuera “científico”? ¿Qué tiene que ver el procesamiento visual? Es que Tomás le habló de Lacan y quedó pegá con eso. El espejo, la refracción, todo eso. ¡Lacan!, ¡quién entiende a ese sujeto! Eso no es lo importante. Entenderlo no es lo importante. ¿Y qué sería lo importante? Las metáforas. Sí, porque todo se replica a sí mismo en un… ¿A sí mismo? Sí, a sí mismo en una tautología sempiterna. Entonces, claro, ¿qué sigue? Este es el momento en que me fumo algo. Una cosita. Éjaleee, sakt1. Te agradezco madre por tan maravilloso regalo. ¡La abundancia infinita de la tierra! Mmm, me da miedo que pase el aire y dañarme las cuerdas vocales. No has ido al fonoaudiólogo. Nunca más volvió. ¿Pero, terminó el tratamiento? Debió dejarlo a medias, como lo hace con todo. No fui más porque me sentía mejor. ¿Y cómo te has sentido últimamente? Bien. Por las mañanas despierta con la garganta tomada. Un 28
poco de flema. Flema-fluidos-pollos-¿flema? No, así como apretada. ¿Ya pero te duele? A veces. ¿A veces? Si, a veces- Sobre todo si carreteaste el día anterior. La disco-bar con karaoke. Ya, pero si ya no carretea tanto. Con chela a luca y media. Tenis que cuidarte poh, estamoh entrando al invierno y- Ahí por Irarrázaval- Ya no estai pa esos trotes. Ahora le cantan “La Juana Rosa”. Y te apuesto que fuma. Tuvo que dejar el cigarro por el problema en las cuerdas vocales. El cosmos se encuentra infinitamente relacionado, tanto así que un simple, banal, imperceptible suspiro… ¿Pero el problema de las cuerdas vocales no es genético? ¿Qué tiene que ver con los cigarrillos, entonces? ¿Cigarrillos? Cigarros, puchos, pitos, dile como querai. Se sabe que el tabaco contiene veneno para ratas. Te hace adicto. Nadie pesca la advertencia del paquete. Creo que perdimos el punto. Será una conexión con Dios. ¿Qué? Dios. Lo dices por la marihuana. Marihuana, ¿No está prohibido hablar de eso? ¿Hay prohibición de temas? De temas de conversación, claro que sí. No hablamos de lo que no queremos saber. No decimos lo que queremos ocultar. Al final siempre se sabe todo. Hay secretos que se llevan a la tumba. Secretos de dos no son de Dios. Pero cómo, no es que está en todos lados ¿Y? No se le pueden ocultar secretos a Dios. Ya, pero estamos asumiendo que Dios existe. Y es el responsable de las cuerdas vocales y los ojos. Ambos ojos. ¿Qué pasa con el que no es dominante? Qué va a pasar, es dominado poh. ¿Y eso qué significa? Será que no decide qué ver. O que ve menos. Lo cuático es que los ojos se encuentran conectados de manera diferenciada con los hemisferios cerebrales. Y ahí todo se 29
enreda. Claro, muchos factores. Variables. Derecho con izquierdo. Izquierdo con derecho. Y al revés. Cierto, buen punto. Oye, ¿por qué le preguntaste eso a Arturo? ¿Qué cosa? Lo de ser buen escritor. Estábamos hablando de mis dolencias. Estás evadiendo la conversación. No uses tus trucos de psicóloga conmigo. Sabía que esto iba a pasar. ¿Es oftalmólogo u oculista? Se dice oculista. ¡Qué importa! No lo sé, creía que era lo mismo. Claro que importa. Por algo existen las palabras. La clínica Baviera dice que no hay diferencia entre el oftalmólogo y el oculista. Ambos ven los ojos. Ya, pero dice que hay diferencia con el óptico-optometrista. No sé, a mí me parecen bien parecidos. Dice que puede entrenar los ojos ¿Entrenador de ojos? ¿Y el médico no puede? ¿Entrenar ojos? Insisto, creo que perdimos el punto.
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El Guacho Giovanni Godoy
En las calles entierradas de Yumbel se forjaba como el acero del hacha sobre el fuego, “El Guacho”, como ´del mismo se había apodado. Nació en Santiago el 7 de mayo del 49, pero su madre lo dejó donde su abuela para criarlo. Mensualmente, cumpliendo con la responsabilidad de un ritual le enviaba dinero a la abuela para que al Guacho no le faltara nada y cada vez que hacia el depósito en el correo pensaba: “Mi Miguelito estará lejos de mí, pero debe ser criado como un Príncipe”. A medida que el Guacho creció se dio cuenta que la vida sería dura, caminar tres kilómetros todos los días por el barro para ir al colegio a pata pelá, llegar como diuca de mojao en invierno, esperar con entusiasmo que la ropa se secara para volver a casa con la ropa no tan mojada ya que el peso hacia más lento su andar, llegar y dejarla otra vez en la cocina a leña secándose para que el día siguiente estuviese seca. Aprendió a zurcir antes que a leer, dado que los hoyos de la ropa eran más grandes que ella misma. A veces pensaba en la soledad de la noche, ¿de dónde habría sacado su talento? De su madre, no; ya que aunque tenía muchas virtudes y fortalezas, las costuras no eran su fuerte. ¡ Tal vez de su padre! Mientras crecía su familia, cada vez había más gente en la casa, más tías, más tíos, más primos, pero menos comida, menos espacio y más repudio por sentirse ajeno a esa casa donde el mayor cariño recibido fue cuando su abuelo le enseñó a hacer
bailar el trompo. Ese viejo cascarrabias que lo único que hacía era mandar a medio mundo sentado desde su silla. Un día, al ver al guacho tratando de hacer bailar su trompo el cual había hecho con sus propias manos, le dijo: “Ven acá, anda al bifé y tráeme la tagua”, mientras se sacaba la correa, al llegar lo miró con susto, ya que pensó que se había demorado mucho y como era costumbre le daría una fleta de aquellas. ¡Pero no!, el abuelo enrolló el trompo en la correa y ahí delante de sus ojos y los de sus amigos que lo acompañaban, lo hizo bailar a puros correazos oiga. Con esa mezcla de orgullo y cariño por su abuelo, que era lo más cercano a un padre que podía tener. Ese fue un momento que jamás olvidaría ya que quedaría escrito a fuego como uno de los recuerdos más lindos de su infancia. Un día de invierno, un poco después de haber cumplido los doce años, le dieron su primer par de zapatos. Eran de plástico de color negro, se los ponía poco porque, además de sentirse como un caballo cuando recién le ponen por primera vez la montura, solo lo dejaban usar en ocasiones especiales, como decía su abuela (pal 18, San Juan, Santa Rosa y las fiestas de fin de año). Por suerte se los regalaron grandecitos así que le duraron como tres años. Pero él hubiese cambiado esos zapatos y toda su ropa por conocer a su padre. Tuvo que dejar el colegio en sexto preparatoria ,como le decían en ese tiempo a la enseñanza básica, para comenzar a trabajar. Cortando árboles con trece años, aunque la paga no era mucha, servía pa’ parar la olla y aunque dejó de ser niño en un abrir y cerrar de ojos, su escape fue la pelota. El cansancio y el hambre de la jornada eran grandes, ya que partía a las cinco de la
mañana y el almuerzo no era más que la infaltable tortilla con chicharrones, acompañado de un ulpo medio aguado, pero aún quedaban ganas y fuerzas para disfrutar en el ocaso de la tarde de la infaltable pichanga con los amigos. Ahí “en el bajo”, como le decían, con la pelota hecha de pantis y calcetas viejas, la pichanga duraba hasta que la panty se rompía o se hiciera de noche. Aunque a decir verdad, lo dejaban jugar si traía la pelota cocida por él, ya que su fama de buen cocedor ya traspasaba las fronteras de la cancha del bajo. ¡Eran las mejores! Con los años partiría en busca de nuevas oportunidades a la capital, le dijo a todos a quienes dejó allá en el sur. Pero oculto en lo más profundo de su corazón, su verdadero deseo era conocer a su progenitor. En Santiago, por sus ganas de surgir y por su afición a las costuras aprendió el oficio de sastre, oficio que desarrolló durante años en varias sastrerías. Pero más tarde y con la llegada de las grandes tiendas y la ropa china solo quedó como un lujo para algunos pocos. Hasta el día de hoy cose sus propios pantalones, los de sus nietos y los de Pichirrata, un vecino que tuvo un accidente el cual le dejó una pierna más corta y se manda a hacer un pantalón especial con un bolsillo falso por el cual mete la mano para afirmarse la pierna y poder caminar mejor. Más tarde, Don Miguel, “El Guacho”, fue padre de un único hijo y formó una familia. Tal vez que por su afán de ser un buen padre y saber que era lo que eso significaba, finalmente fue en busca del suyo tratando de encontrar alguna explicación de su abandono y buscando alguna respuesta de cómo actuar frente a esta nueva aventura. En secreto y sin contarle a nadie de su familia, con la ayuda del yerno de la señora Ana, dueña del 34
mejor almacén de la población Nueva Estrella, ahí donde habitualmente se iba a comprar y a enterarse de la vida de la pobla, donde la jamonada la cortaban gruesa y la envolvían en papel de envolver y donde, además, siempre daban el pedacito que quedaba mal cortado en la maquina manual. El Cucho, yerno de la señora Ana que era tira, y ayudó al guacho a encontrar a su padre. El encuentro fue en una plaza en el centro de Santiago. Ese día estaba nervioso sin saber lo que iba a pasar, partió silencioso y decidido a escrudiñar en su antepasado y sin decir nada a nadie de su familia. Al regresar reunió a su esposa e hijo y les contó que su papá no sabía que tenía otro hijo y luego contó que le había dicho que tenía otra familia y que no podía darle nada. Nunca más lo vio y tampoco nunca más se habló del tema. Pero desde ese día se sintió aún más orgulloso de ser “El Guacho”.
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La Fiesta Fernanda Aranda Lillo
Antes de salir escogió con rigurosidad su tenida. Se despidió de sus perritos y se llevó un pan con queso derretido para el camino. La suela de sus zapatos marcó la única presencia caminando por la niebla. Frío y humedad. En sus audífonos sonaron seis canciones, en el paradero pasaron veinte minutos mientras esperaba la micro, y en la calle cuatro autos desconocidos bajaron la velocidad con leves bocinazos, como invitándola a entrar a perderse. Al llegar pagó su entrada y bajó un montón de escaleras, buscó la barra y pidió el clásico vodka naranja. Como en la vida, el tiempo pasa rápido en una fiesta, deben ser casi las dos de la madrugada, y ya se encuentra bailando en la pista central de la disco. En medio de corporalidades, luces y humo, cerró los ojos y dio vueltas en círculos mientras tarareaba la letra de alguna canción retro que logró reconocer. Siempre existen las miradas que juzgan su silueta flaca y adaptada a su propia realidad, esas que intentan descifrar su cuerpo para encasillarlo en alguna categoría impuesta, pero está despreocupada del qué dirán, el sonido la envuelve, solo baila y siente la libertad. Alguien se acerca y le ofrece un trago y una fumada de marihuana haciendo gestos. ¿Bailemos?, le pregunta. Ella acepta, a veces le ayuda dejar alcohol y otras sustancias en sus venas. No cree que salga un romance, pero los amores fugaces también dejan sus huellas. Una sonrisa se dibuja en su cara maquillada, 37
hace mucho tiempo que no se sentía a gusto y linda, hace mucho que no se quería. Así que ahí está con los pies firmes y disfrutando de esa particular noche, una muy distinta a aquella noche solitaria cuando desde su almohada floreció esa pregunta que hace algunos años comenzó a responderse, y que hoy, entre giros y la música de fondo, recuerda con cierta nostalgia. ¿Eres libre? todavía le resuena, no sé si tú te lo has preguntado, pero ella lo hizo, y se encontró en un lugar profundo como el abismo. Existía algo en su pecho plano, en cómo la trataban, en el realce de su cuello que dejó el paso de la adolescencia, una incomodidad de no encajar a pesar de intentarlo, como esas veces que aspiró a ser como sus amigos, experimentando dudas e inseguridades sociales: “Ya poh, no seas niñita, los niños se visten de azul y las niñas de rosado”, y todas esas tonterías que se siguen escuchando. Y es que había otro camino, uno del que no suele hablarse y que no estaba al tanto, porque no siempre supo que era una persona transgénero, y que luego se identificaría como una chica trans. Tal vez no quería bucear en sus emociones, ni quería ver la cara de decepción que desfiguró después a su padre cuando le contó que se sentía más bien una chica, postergando sus sentimientos, quién sabe, por miedo. Sin embargo, nunca olvidó la curiosa felicidad que sintió cuando se puso esa pequeña minifalda de su hermana a los cinco años, una memoria que tiene de su carita contenta que hoy bailando le da sentido. Los sonidos vuelven, abre los ojos y no está sola, no se ha ido, parece interesado, parece que no huyó como el resto. Le sonríe y le dice que tiene estilo, que le
gusta. Ella lo duda, pero hace bastante que nadie se lo decĂa. Suena otra de sus canciones ochenteras favoritas. Se besan y a nadie parece importarle. La fiesta no se ha terminado, ella no ha terminado, y supone que todavĂa queda mĂşsica nueva por vivir en este trazo de existencia.
Año Nuevo. La Tragedia de Diana Diego Arriagada Mena
Identifíquese solo con su nombre completo al micrófono. Felipe Meneses Pérez. Marica, fleto, fuertona, puto, joto, muerde almohadas, trolo, cola, vuelta y vuelta, hueco, maricón, raro. Todo por ser un hombre que amaba a otro hombre. Me mataron. Me mataron. Me mataron. En Santiago a 8 de junio de 2013; se declara que se condena al acusado en calidad de autor del delito de homicidio calificado de Diego Ignacio Zimmermann Ruiz, en grado de consumado, perpetrado entre la noche del 31 de diciembre de 2012 y la madrugada del 1 de enero del presente año en la comuna de Santiago a la pena de Presidio Perpetuo. Le dije a mi madre que la amaba; sentí en ese abrazo el calor que brotaba desde su pecho cuando contenía mis lágrimas en esos días en que me molestaban en el colegio. Me deseó suerte. Mi padre me detuvo. ¿No me darás un beso? Besó mi frente. Te ves hermosa. El abrazo me lo das por la mañana. Conduce con cuidado. Sé cuidarme sola. Lo sé. Me da uno de sus coscorrones mientras tomo los tacones rojos que me regalaron en Navidad. Los veo abrazados despidiéndome. Corro con los tacones en la mano. El auto queda ahí, en Marcoleta. La gente se agolpa rumbo a la Alameda. Brindan, se saludan. Los balcones se repletan de espectadores ansiosos por la cuenta regresiva. Y en el parque, las familias acompañan a los guardias en una cena improvisada. Me detengo y me acomodo el pelo. Me pongo los tacones rojos y en cuestión de segundos comienzo a escuchar la algarabía y la premura de los 40
transeúntes anticipándose al cambio de año. Tengo, nada más, unos minutos para encontrar a Javier y decirle que lo amo. Toco el timbre. Una, dos, quizás tres veces. Abre asustado la puerta. Su pecho trae las marcas de unos labios ansiosos bañados en carmesí. Y el sudor le humedece las clavículas. Sobre el sillón, el cuerpo tendido de una joven mujer con el peinado desgarbado y el maquillaje restregado. Entro y golpeo la copa que lleva en su mano. Mi taco derecho resbala y mis piernas quedan salpicadas con ese olor a traición y a cabernet. Las luces de neón desde todos lados me enceguecen y el Feliz Año Nuevo en ese coro infernal, escriben la misma historia en dos distintas novelas. ¡Diana, ándate! ¿Por qué me traicionas Javier? Eres como todos los hombres; piensas solo en tu satisfacción. ¡Diana; somos iguales! Podemos ser amigos. Me levanto. Salgo. Arranco. Miro hacia atrás entre lágrimas y murmuro que no puedo ser su amiga. Él ya cerró la puerta. Bajo, sin notarlo, tres pisos por las escaleras. Como un mantra me convenzo; ¡Javier es sólo un recuerdo! Mientras, intento orientarme rumbo al auto de papá, me ensordece el estruendo de los fuegos artificiales. Ellos me observaban solitaria. Me ignoran. Me siento en la cerca del parque. Lloro entre el agasajo del resto. Beso a un par de hombres tras los árboles. Otros tantos me siguen desde lejos. Y hacen el amor conmigo pero sin tocarme. Desde las sombras o sus persianas me gritan ¿Cuánto cobrai? Entre los autos algunos brindan a cambio de una cacha fugaz. Sacudo la culpa de mi vestido entierrado, rasgado entre manoseos obscenos y chorros de semen de distintos orgasmos. No soy capaz de hablar y murmuro entre sorbos de licor barato y felatios express. 41
Se turnan como hienas sobre la presa de tacones rojos. ¡Báilame! ¡Muéstrame la raja! ¡No soy puta! ¿No eri puta? Seguro yo te traje a culiar. ¡Maricón culiao! ¡Déjame! ¡Me quiero ir! ¿Cómo te llamai?! ¡Diana! ¿Cómo la Princesa? ¡Harto maraca salió la Lady Di! ¡Ayuda! ¿Ayuda? ¿Quién va a ayudar a una puta? A un cola travesti. ¿Tení Sida? Los maricones como voh’ siempre tienen Sida. ¡Suéltame, Déjame! Y el hombre juega con sus dedos entre mis nalgas. Tomo uno de los tacones y se lo entierro en el hombro. ¡Maricón! ¡Puta! ¡Esto te pasa por weona! Mientras me penetra y me asfixia al mismo tiempo. Caigo rendida sobre la sangre que brotaba de mis propias fisuras. Azoto mi rostro contra el pasto seco. Y decenas de veces restriega sus puños por mi espalda. Patea mis costillas. Y su orgasmo se funde con mi llanto. ¡Maricón! ¡Sidoso!, me estrangula. Pisa mis dedos que suenan al quebrarse. Esa misma botella de ron barato me rasga la carne. Le pido que me deje tranquila pero mi voz no se oye. La ciudad no se detiene. Los maricones se esconden tras los árboles. Las putas se suben a los autos. Él camina. Se detiene. Toma un ladrillo de las jardineras del parque. Lo azota sobre mi espalda, me escupe. Se ríe. Solo pido que alguien me vea. Pero las persianas se cierran. Los autos no arrancan. La gente no camina. La ciudad entera se detiene. Mientras mi padre y mi madre me esperan con el desayuno. Yo no soy mártir. No soy una animita. No soy el nombre de una ley que llegó tarde. No soy la procesión de año tras año. Ni las velas pidiendo favores. Soy Diana. Soy también los que siguen caminando por el parque.
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Los Zapata Isolda Zamorano
Los Zapata se preparaban para ir de vacaciones. El barrio en que vivían era la casa grande de todos, aunque en verano, por el calor, todo tenía un ritmo muy lento. Ellos, como era tradición, escapaban a Las Cruces, un pequeño balneario de la zona central. Cargaron el auto con las pertenencias de toda la familia, aunque el único hijo, Pedro, se iría después. La señora Luchita, vecina legendaria del barrio, miraba tras su visillo, cómo los de enfrente se aprontaban a dejar el barrio por un tiempo. Le dijo a su marido: ¡Mira, Viejo, los Zapata ya parten! Don Juan, la miró y enojado le reprochó: ¡Deja vivir tranquilos a los vecinos! Ellos nada te hacen, al contrario, siempre cooperan con nosotros. Luchita, malhumorada, volvió su vista hacia la ventana y guardó silencio, grabó en su mente todos los bártulos que metían sus vecinos en el pequeño auto. Mientras arregló su canoso cabello, vio como lo abordan: entra el matrimonio y las cuatro hijas, espera a que entre el hijo menor, pero Pedro no entró al auto, ante la novedad gritó ”¡Juan, Viejo! ¡Pedro no va!”. El marido muy ofuscado contestó ”¡Mujer no te metas!”. Doña Luchita, refunfuñó entre dientes:”¡Este chiquillo está arriesgándose por las puras!” ¿Has oído, Viejo, que los milicos nos vigilan a todos? ¡Este cabro debiera de cuidarse! Don Juan solo se limitaba a asentir con su cabeza. El viaje fue tranquilo, las hijas conversaban entre ellas, de los estudios y sus amigos, de repente la hermana 44
mayor dice a sus padres en tono inquisidor: “Oye papá, tú no deberías de haber dejado a Pedro solo en Santiago ¿Qué pasa si se enferma?”. La madre, católica de cuna tomaba su medalla y rogaba en silencio, pidiendo que Dios protegiera a su hijo. Las otras hijas, cantaban canciones a dos voces y el padre también a veces se incluía en este coro familiar. La madre con su vista perdida, sentía en su estómago un nudo, una sensación de vacío y ansiedad que le agitaba incluso la respiración. A medida que se alejaban de Santiago, más se agrandaba ese nudo. Llegaron pronto a la playa, se acomodaron rápidamente y el padre llamó a Santiago, Pedro contestó: ¡Papá, todo bien! ¡Van a venir mis amigos y después iremos al cine! ¡El resto del tiempo lo voy a dedicar a estudiar para la beca! Pasó una semana, reportes iban y venían. Todo tranquilo. La señora Luchita, cada cierto tiempo atravesaba a la casa de los Zapata, antes de regar y gritaba por la reja: ¡Pedro! ¿Necesitas alguna cosa? ¿Te han llamado de Las Cruces? Y se oía de adentro: “¡Señora Luchita todo bien por acá y por allá! ¡No se preocupe, igual gracias!”. Ella, experta en vecinos, con esas palabras calmaba su curiosidad, generada por ese vecino de la esquina, don Ubaldo, viejo solo, resentido y facho. Nunca le gustó a ella. Odiaba a los jóvenes y a cualquiera que no fuera de derecha y sobre todo odiaba a los animales y esto no lo perdonaba jamás doña Luchita. Una tarde ella sintió movimientos en la calle. Corrió a la ventana, cuatro vehículos del ejército, eran camiones blindados y muchos militares fuertemente armados. Ve entre ellos a don Ubaldo que hablaba con el encargado del operativo: “¡Mi capitán, esta es la casa! ¡Aquí vive el comunista! ¡Se reúne con los rojos en las noches!”. El encargado, 45
cruzando su metralleta sobre el pecho le dijo: -¡Gracias, señor! ¡Con personas como usted, nosotros podemos limpiar el país y extirpar la lacra comunista!- Don Ubaldo, sintiéndose importante respondió: -¡Yo amo mi Patria! ¡Agradezco a nuestro general que nos haya salvado del hambre y la guerra civil!-. Los militares lo dejan hablando solo, el mira hacia el frente y ve como una sombra detrás de la ventana, pensó.- ¡De seguro está mirando esa vieja copuchenta!-. Tras la ventana, la señora Luchita vio con horror que entraron los milicos a la casa de los Zapata, en realidad, derribaron a patadas y balazos la reja que siempre permanecía sin llave. La señora Luchita gritó hacia el dormitorio: -¡Viejo! ¡Viejo! ¡Llama ahora a los Zapata! ¡Los milicos entraron a su casa y Pedro está solo!. Don Juan marcó el número rogando que contestasen. Ese día los Zapata habían decidido quedarse en casa, estaba nublado y frio. El padre oyó el teléfono, contesta. Habla despacio, agradece. Llama a su hermana a Santiago, le dice: -¡Quelito, por favor, parte a la casa AHORA!-. Pedro no contesta, nadie contesta. Llama al vecino del frente, La señora Luchita le dice llorando: -¡Vecino, vuelva, vuelva pronto, hay disparos en su casa y solo está Pedro!”. El padre llama a sus hijas y a su mujer y les dice: -¡No se asusten, pero, volvemos ahora a Santiago, sin equipaje, de urgencia!”. La madre toma su medalla y llora en silencio. La calle estaba vacía. Se estacionaron frente a su casa. La vecina estaba en la entrada, les dijo: -¡Fue don Ubaldo! ¡Yo lo vi!-. La Quelito, llorando dijo: -¡Lo mataron!”, ¡A sangre fría! ¡Era un chiquillo desarmado! ¡Iba a comer, estaba en la cocina!-. Entraron corriendo a la casa, está todo destruido.
En la cocina ven un espectáculo dantesco. Paredes ensangrentadas y en el suelo, Pedro. Tiene su cuerpo perforado. Y sangre, sangre que se escabulle de su cuerpo y busca un cauce. Pedro esta con su pijama preferido. Pedro, el niño regalón, hijo de los vecinos, fue asesinado. Dicen las vecinas que fue un vecino amargado, que lo denunció, a las autoridades, les dijo que era comunista. La señora Luchita les aclara siempre que oye esos comentarios: -¡Todos sabemos quién lo denunció! ¡El delator fue el viejo de la esquina, el Ubaldo lo mató!. La madre y el padre murieron sin saber los motivos de tan horrible asesinato, tampoco vieron las caras de los asesinos. Las hermanas decidieron, pasado unos años, buscar Justicia, buscar Verdad. La señora Luchita, cada 8 de febrero, continúa prendiendo una vela en la entrada de la casa de los Zapata. Las hermanas desde ese verano, no van a ver el mar.
La otra Navidad Nicolás Carmona Estellé
En la rutina diaria de la señora María siempre hay un momento en que se distrae observando la blancura infinita del ártico a través de una ventana con barras de metal. En parte, lo hace para evitar mirar a los duendes que trabajan en la fábrica, quienes le producen tremenda repulsión. Por otra parte, lo hace para intentar responder una pregunta insidiosa que se gesta en lo profundo de su mente: “¿Qué hago aquí?”. Los duendes la miran de reojo por la curiosidad de saber qué pensará su dueña. Sus miradas son cuidadosas, porque al último duende que la señora María sorprendió mirándola terminó congelado en la intemperie. Pero ese día los duendes andaban de suerte porque la señora María se encontraba demasiado abstraída en sus pensamientos. Recordaba su niñez para ver si ahí encontraba respuesta a su pregunta. Recordaba los veranos cálidos en la ciudad, recordaba los rezos mientras sujetaba con fuerza su rosario, recordaba los golpes que le daban las monjas cuando era traviesa y que, gracias a eso, logró la disciplina que siempre la ha caracterizado. Aquellos golpes le sirvieron tanto que ya mayor, ella se los seguía infringiendo en la espalda con un látigo. Nunca abandonó el hábito de autoflagelarse, porque la ayudaba a mantenerse pura, además de que con los años le comenzó a producir placer, el cual ella atribuía a su cercanía a la santidad. Recordaba los golpes que Claus, su marido, le 48
daba de vez en cuando, los que soportaba, e incluso le gustaban. Pero lo que no soportaba era la humillación de que la golpeara enfrente de esos asquerosos duendes. Tenía que soportar la presencia repugnante de su marido en las noches, en la cama matrimonial, con olor a whisky y muchas veces a vómito, el que tenía que limpiar frecuentemente. Y el sueño de que algún día muriera por los excesos no existía debido a que una empresa de bebidas, la que más se beneficiaba con la imagen de Claus, lo mantenía vivo con medicinas de dudosa procedencia. Y a ella también, porque la pareja debía ser inmortal para el mundo. De todas formas, ella no se imaginaba una vida sin su Viejito Pascuero. Una noche, María se quedó trabajando hasta más tarde de lo habitual, revisando el inventario de juguetes en las bodegas. Caminando por los pasillos sintió un ruido extraño, persistente, que a medida que se acercaba se iba haciendo cada vez más familiar. Eran los ronquidos de su marido. Al abrir la puerta de una bodega, María encontró, encima de un cerro de juguetes, a Claus durmiendo desnudo junto con una mujer voluptuosa acostada en su panza, quien subía y bajaba al ritmo de la respiración del gordo anciano. María cerró la puerta y se quedó apoyada en ella con la mirada perdida en la oscuridad. Se quedó varias horas ahí, inmóvil, pensando en que podía soportar los golpes y varios tipos de humillación, pero esto superaba sus límites. Podría hacer un escándalo e incluso, hacer pública la infidelidad de su marido. Eso haría que el negocio de la Navidad se fuera abajo, quebraría las ventas del día comercial más importante del año, pero, sobre todo, su marido se quedaría sin trabajo. Ni siquiera la 49
empresa de bebidas estaría dispuesta a mantenerlo vivo. Claus moriría… su Viejito Pascuero amado… Y con él, ella también moriría. Abrió la puerta de la bodega, sacó su celular y le sacó una foto a Claus con su voluptuosa amante, preocupándose de encender el flash para no perder ningún detalle de la indecorosa imagen. Al otro día, en el celular de Claus había un mensaje que decía “Amorcito: Desde ahora las decisiones las tomaré yo. Sino esto se sabrá”, acompañado con la foto incriminatoria. Desde ese momento, la señora María verifica cada planificación, cada plan de marketing, se cerciora de la imagen de Claus, e incluso se da el lujo de ir a las entrevistas y programas de televisión con él. Desde ese momento la Navidad le pertenece. Aun así, la pregunta insidiosa en su cabeza siempre se repite, cada día más molesta, y la hace mirar, con distraída melancolía, la ventana con barrotes de la fábrica de juguetes. Tan distraída que no se percató de que su celular se deslizó de su bolsillo, y que un duende lo encontró sin saber que era de ella, empacándolo dentro de los regalos de los niños.
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La Chúa Josefina del Arrayán
Vivo en el sur de Chile, soy muy viejo. Le presto mi hombro a una Mariposa. Juntos recordamos su triste pasado de oruga sobreviviente a la persecución encarnizada de ella, la Niña, que hoy volvió a ver. A la Niña la agarraron de la mano y se la trajeron desde Santiago. Sus padres llegaron como colonos a estas lejanas tierras, y la Niña se crió sola, sin hermanos ni amigos humanos, cargando sus temores en su diminuta espalda. Anhelaba tener amigos; unos se los inventó y otros aparecieron del entorno. Su amigo Chucao la seguía saltando. En los troncos secos sonaba el toc toc de los pájaros carpinteros y desde las ramas unos ojos de gato, que ella nunca pudo tocar, la escrutaban. Pero yo, con mis millones de ojos, vi que las orugas procesionarias, amigas mías estacionales, eran para ella, enemigos irreconciliables. Hola amigo Coihue, déjame reposar en tus hojas. Vengo desde Santiago a contarte a quien vi, era ella, la Niña verdugo sin corazón, ¿te acuerdas de aquellos días en que yo, como oruga, deambulaba apaciblemente con mi familia, grande y aclanada, moviéndonos en masa y tú riéndote nos gritabas que desde arriba parecíamos un montón de estiércol reptando por el suelo? Al llegar el día, en nuestros ires y venires, la Niña aparecía, trayendo consigo nuestro calvario. Su furia era descontrolada, portaba un cuchillón y una vara con la que iba 51
derribándonos y separándonos de nuestra familia. Una a una caíamos al suelo y nuestros cuerpos eran cercenados, sin piedad. Vi que una bandada de choroyes se posaba en ti, amigo Coihue, preguntándose, tristemente, por qué. La Niña verdugo sin corazón nunca se detenía y parecía gozar con sus atrocidades. Tú, con tus millones de ojos eras testigo silente de la masacre. La otrora Niña estaba detenida frente a una flor donde yo descansaba con mis alas abiertas y pude leer que sus labios decían: perdón.
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Sin memoria Cristina Bastías
“Julia me voy”. Quiso decirle mi abuelo, pero no dijo nada. Quizás le susurró, pero ella dormía y la madrugada lo llamaba inquietante y fría, y él… anhelaba el frío. Salió a caminar para ver si encontraba el camino que lo llevara de regreso al pasado, cuando la conoció, pero no encontró el rumbo en su memoria perdida, y al contrario, se encontró con la irónica muerte de su nacimiento. Mi abuelo amaba caminar, porque los pasos le contaban las historias que él había olvidado. Cuando dobló en aquella esquina, caminó años atrás, fue a la casa de su madre y se vio junto a ella. No hablaban mucho, pero bastaba sentirse, mi abuelo era un niño y ella lo observaba mientras él movía sus pies. ¿Madre me quieres?, él le preguntó. Hijo te quiero, le respondió ella. Su madre era hermosa y sus ojos dominantes, al igual que su apariencia. A ratos la casa se desmoronaba, a ratos ella desaparecía. A consecuencia el plato se enfría, las paredes se vuelven polvo, los animales esqueletos, el fuego cenizas. ¿Madre me quieres? Solo un eco responde y él se vuelve anciano. Desvarío insensato – Sin memoria – Se le olvidaron un motón de cosas, creo. Camina, camina, camina ¿Qué buscas? ¿Dónde vas? ¿Dónde ibas? ¿Dónde fuiste? Nos vemos. Adiós. Mi abuelo no poseía memoria o quizás era el hombre con muchos recuerdos por sostener en sus manos temblorosas. Perdió a su madre un tiempo atrás 53
y tenía el pasado en las pupilas, líneas de historias en sus ojos grises nublados. Mientras caminaba el olvido lo aborda y le pregunta, ¿Cómo te llamas? Y él responde: como me puso mi madre y ella está muerta, ya no me llamo. ¿Qué tienes realmente?, insiste el olvido. Pero mi abuelo lo sabe y responde: Tengo una esposa, tres hijas, un hijo, seis nietos. No soy pobre ni estoy solo. Soy Sin Memoria. Caminó, entonces, un poco más allá para encontrarse con ellos, él se ve adulto y ellos son grandes, sin embargo, él los prefiere pequeños. En ese momento sintió que su intento era permanente. Debe haber visto indiferencia al intentar acercarse y nosotros nos esfumamos. Decide avanzar aún más, y ahí está ella, su eterno amor, Julia. “Julia, me voy”, quiso decirle, me voy para siempre. Pero mi abuelo no lo sabía, que realmente se iría, al menos no para siempre. Abuelo, te encontraron por ahí, un poco cerca, un poco lejos, al lado de la memoria de tus años cansados. Pero nadie puede ver desde lejos a las reminiscencias cayendo, y nadie te vio, por lo menos no después de varios días y descomposición. Llegué varios días después, esperé el amanecer entre las montañas, el sol me saludó: Buenos días niña, buenos días sol. Llegué porque recibí una llamada telefónica, sabía lo que mi madre me diría: Hija, encontraron a tu abuelo. Verán, ese último tiempo sufrimos del misterio, de la impaciencia, del miedo. La edad, sí, la edad, los vuelve viejos y a nosotros cobardes. Acompañé a Natalia, tu hija menor. Estuvimos 54
y dejamos de estar al mismo tiempo, mientras esperábamos respuestas de tu cuerpo perdido. Entonces, ellos se acercaron, o ella se acercó. Yo estaba sentada y tú invisible sentado junto a mí. Mnemofobia. No recuerdo qué dijeron, pero nos fuimos los tres juntos en un auto de tres ruedas. Te fuiste de repente, y yo realmente pensé que volverías, pero no, yo no lo sabía. Desde que te encontraron muerto camino más de lo normal.
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Amor propio Vero Avaria
Me senté a mirarlo en la cuneta afuera del teatro. En Dardignac 91. Sentía una extraña sensación en mi cuerpo, como si flotara sobre ese piso. Era como mirarme al espejo y no reconocerme. ¿Era mío? “¡Si, es tuyo! ¡Lo lograste!” ¿Quién está gritando ahora? Me di cuenta que por años solo vi el reflejo de mis sombras, mis miedos, el dolor latente de la pérdida, las palabras de tantos que lanzan dagas y yo las recibí sin que me importara sufrir. Fui el reflejo que todos esperaban ver, pero yo, no veía nada. Mentiría si les dijera que no lloré de la emoción. Me vi a mi misma sobre el escenario con ocho años, agradecida por haberme atrevido. Vi sus ojos, mis ojos llenos de esa dulzura infantil, fue como comer manzana confitada después de años. Disfrutar de ese momento único para mí. Mío. Mientras lo sostenía, vi las cicatrices que me dejó la quimioterapia, volví a sentir el sabor metálico y mis rodillas temblaban de miedo. No solo se llevó mi larga cabellera, sino también horas y semanas, autoestima y algunos amores. Tenía dieciocho años, mi padre me dijo: -Debes ir a la universidad y estudiar algo que te dé dinero. No quiero que debas vivir bajo el yugo de un mal hombre solo por no tener dinero-, sin embargo acepté casarme con ese hombre. Ese hombre estable y que me daba lo que necesitaba, pero lo dejé ir. 56
Me senté mientras observaba la fotografía de mi abuela. Casi sentí su mano áspera sobre mi mejilla diciéndome: “Todo va a estar bien, hija”. Recuerdo que la primera vez que me subí a ese escenario, sentí que me besaba, para no soltarme. Me envolvía tan fuerte. Volví a mirarlo entre mis manos, mi Romeo. Era todo, había caído en sus redes. Y ante los prejuicios de muchos, me atreví. Mis padres me aplaudieron. Me sentí tan fuerte como un roble. Volví a llorar otra vez, recordé, recordé lo que buscaba, olvidar el dolor. Mi abuela se había ido hace un año y el dolor no me dejaba vivir, aun la sentía angustiada por mí. Pero ahí estaba él, esperando por mí. Con sus luces, con sus historias, sus abrazos, esas sonrisas cómplices. Me volví a ver sobre el escenario, con él, el premio y casi pude ver a mi yaya entre el público sonriendo sentada junto a mí de veinte años, ella se podían ir en paz, yo había encontrado lo que buscaba. Las siguientes semanas volví a danzar con mi Romeo cada miércoles. Me he abrazado a la sensación. De amarme lo suficiente como para ser valiente. Porque el teatro de improvisación, es mi más grande amor. Ella se podían ir en paz, yo había encontrado lo que buscaba.
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El refugio de Nadia Natalie Tapia Unzueta
Nadia, es ante todo, madre. Sus amigos y familia, le reprochan el hecho de no dedicarse con más ahínco al cuidado de sí misma, a su propia realización, en definitiva, le reprochan su incapacidad de emanciparse. Nadia se casó a los veinticinco años con un hombre que por su carácter fuerte parecía ser un buen pilar para formar una familia, sentirse protegida y cuidada, de este matrimonio nacieron tres hijas. Estuvo con el padre de sus hijas hasta que la niña mayor cumplió nueve años (cuando su carácter fuerte ya no era una promesa de cuidados de familia, sino una certeza de maltrato). De ahí en más se dedicó sola y por completo a la crianza de sus tres retoños, construyó un hogar que también era un refugio en el que ella y sus hijas estaban protegidas de cualquier amenaza del mundo exterior, en ese refugio ella era la heroína, y su vida tenía mucho sentido. Nadia estaba muy cómoda con su vida, estaba contenta, comía rico, y no tenía que buscar más sentido que el de cuidar de la familia y el hogar. Durante varios años todo estuvo en perfecto orden para ella, hasta que las niñas crecieron, se transformaron en mujeres, aprendieron a cocinar su propia comida, y armar sus propios hogares. Nadia se quedó sola en casa. Estando sola, seguía preparando comida para cuatro, y lógicamente esto era un problema, porque ella era la única que comía. Solo los días domingo en los que las niñas la iban a visitar a la hora de almuerzo, las cuatro 58
porciones que Nadia cocinaba estaban justificadas, los otros seis días, la comida que sobraba iba a parar al congelador, para no ir directo a la basura. En un momento Nadia se dio cuenta de que tenía congelados los porotos que había comido lunes y martes, charquicán, de miércoles y jueves, estofado y fritos de coliflor de varias semanas atrás. Recordaba los comentarios de sus hijas respecto a esta situación: ‘mamá, no hagas tanta comida, dedícate a ti, sal a divertirte, trabaja en algo que te guste, emancípate, supera tus miedos’ Nadia pensó: ¿Me compro otro refrigerador o salgo al mundo a divertirme y pensar en mí? Salir al mundo, era una lucha difícil para una mujer que toda su vida se había dedicado felizmente a la crianza y cuidados de familia y a Nadia nunca le gustó luchar, por el contrario, le gustaba cocinar y disfrutar de los sabores, y del calor del hogar. Por suerte, encontró una solución sencilla a su dilema de mamá sin polluelos en el nido, su emancipación consistió en escucharse a sí misma y hacer lo que le gustaba, decidió llenar nuevamente su casa, ofreciendo los dormitorios de las niñas, a nuevos polluelos que por distintas razones se alejaron de sus madres. Angi y Alejandro dejaron sus respectivos nidos en Venezuela, y llegaron directamente al refugio de Nadia, y Paz que perdió a su madre cuando era una niña pequeña, llegó volando desde el norte de Chile a Santiago, donde Nadia la esperaba. En este nuevo refugio Nadia sigue estando protegida de las amenazas de un mundo exterior extraño y sin sentido, no sabe si por fin se emancipó, porque no quiso transitar caminos que le parecían ingratos, sigue 59
estando cómoda y protegida, dio una batalla para conservar el refugio en donde se siente plena y segura, quizás esa es la lucha que tuvo que dar, si es así, su resistencia fue la de, más allá de toda lógica, no dejar de cocinar para cuatro. A sus nuevos ‘niños’ les ofrece el pack hogar completo; casa calentita en invierno, comida de mamá, retos de mamá si no cumplen con las reglas, y preocupación de mamá si tienen algún problema.
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Susana Chimy
Susana nació en Santiago, en La Reina, muy cerca de la cordillera, así que siempre supo lo que era disfrutar de una vista verde menos polvorienta que el resto de los santiaguinos, pero también sabía lo que significaba vivir allá donde no muchos llegan, la periferia. La villa La Reina era chica en ese tiempo, tenía pasajes sin sentido del tránsito, porque aunque hubiesen tenido nadie los respetaba. Tampoco tenían nombre ni cartel, porque todos se ubicaban según puntos referenciales; la esquina del negocio de la señora Laidy, la calle del hoyo, a la vuelta de la casa de los del Colo, la cancha, frente al consultorio o la esquina donde agarraron al loco Mario, y en su barrio también todos la conocían como la más chica de los de la mafia china. Susana tenía pelo largo, negro y grueso y su madre se lo trenzaba todos los días en una trenza María muy apretada que nacía de la coronilla y terminaba en la espalda. Le quedaban tan tirantes los ojos que ahí nació el mito de que los González tenían ascendencia china y que provenían de una familia relacionada con la mafia. Su padre era un hombre tan ausente que nunca pudo desmentir estas habladurías porque nunca nadie lo veía, así que ella sacó provecho de ser una leyenda urbana y pedía favores a cambio de apaciguar conflictos entre sus amigos. Y así se ganó el respeto y también la simpatía de sus vecinos. Su madre murió de manera abrupta, cuando ella tenía nueve años y todo el barrio supo puesto que salió a 61
la calle con su cabellera suelta, muy chascona y los ojos más redondos que su cara. Ese día nadie se preocupó de su tristeza, de sus miedos, de su sentir y su pelo suelto enmarañado se convirtió en un símbolo de lo que le fue desarraigado desde tan pequeña: el amparo de una madre y la ausencia de un padre que lograba a duras penas poner algo de comida en la mesa. Con el paso del tiempo, y con la nueva capacidad de ver a través de sus ojos redondos, un mundo nuevo se abrió a su paso. Un día vio su cabeza llena de piojos, pero no dijo nada porque sintió que le espantaban la soledad, pero la vecina del frente, la tía Antonia, la llevó para su casa y mientras le preparaba un pan con chancho le corrían las lágrimas por las mejillas y entre que rezaba y maldecía la despiojó, la bañó y le lavó la ropa, su padre estaba ensimismado bebiendo vino de una caja. Entonces, a partir del símbolo del despioje, Susana aprendió a sobrevivir al abandono aferrándose a otros. La tía Antonia la llevaba a la feria los domingos y siempre le decía que eligiera un juguete y la pobre señora juntaba hasta las monedas de 10 para pagar una barbie pilucha. Después la invitaba a su casa a comer y a hacer tiempo para que pasara menos horas viendo la borrachera de su padre, pero tenía que devolverla temprano para no tener problemas con su marido que no aprobaba que su esposa recogiera a la huacha china. Cuando Susana cumplió los doce conoció a Rodrigo, que vivía a la vuelta de la cancha, pasada la calle del hoyo y al lado de la casa de los del Colo. Él tenía catorce y le dijo que le gustaba su pelo, entonces Susana cambió a la tía Antonia por Rodrigo y se aferró a él. A los trece años Susana descubrió su cuerpo y casi sin tiempo para comprender fue madre. Sintió como que su muñeca 62
hubiese cobrado vida, porque esta vez el juego de la casita era real. Tuvo una hija a la que le puso Antonia en honor a su vecina de enfrente, pero nunca nadie se cuestionó cómo iba a hacer para cuidar una guagua, porque era ley de la vida desarrollar el instinto materno. Aprendió a hacer fideos y a calentar la mamadera. Su padre era más ausente aún porque ahora había que alimentar más bocas y Rodrigo, como tenía más calle, le enseñó a desenvolverse en el mundo, sobre todo si eres madre, sobre todo si tienes trece años. Rodrigo le enseñó a hacer trámites, a llevar a la niña al consultorio, a ir a la Muni, le enseñó la calle de noche, la cerveza y a fumar. Así fluyó ese amor hasta el día que los carabineros llegaron a su casa para decirle que Rodrigo se había caído de un andamio. Fue un accidente fatal. Pero como Susana ya sabía de desprendimientos se aferró a su hija y también se aferró a sus amigos y también se aferró a un mundo que la hacía sentir acompañada. Como era madre el mundo la veía como adulta, lo hacía como palos de ciego y poco a poco la frustración iba calando. A pesar de toda la precariedad sintió por primera vez que tenía el control de su vida y de poder transformarse en un ser visible para los demás. Experimentó noches de pura risa, había encontrado un antídoto, una anestesia. Sintió tanta necesidad de satisfacer sus carencias y sentir bienestar, que muchas veces perdió el norte, incluso una vez se perdió en el camino de vuelta para su casa y lo encontró dos días después. Así transcurrió el tiempo, mientras que a la Anto le crecía el pelo sin poder ella peinárselo. La niña le pedía una trenza con la misma hambre con la que le pedía la 63
leche con milo. Pero Susana nunca aprendió a hacer una trenza y nunca nadie le enseñó y por más que intentaba terminaba llorando, frustrada y reviviendo las miserias del pasado que tanto trabajo le había costado olvidar. Y ahí se rendía, qué tanto importaba que la niña crezca chascona si tenía comida, cama y techo. Por eso nunca comprendió ni a los doctores ni a los psicólogos que le decían que tenía cambiar, que intentaban explicarle que las trenzas eran importantes. Pero qué tontera tan grande hablan, no tienen idea, si ella misma era un ejemplo de sobrevivencia. Tampoco nunca entendió por qué llegó carabineros a su casa y por qué se llevaron a su hija, por qué tuvo que nacer con el desarraigo como estandarte de vida, ¿por qué la siguen castigando? Entonces, mientras escuchaba la historia de su hija en las noticias de las nueve y a un joven al que nunca había visto antes contaba cómo la tía Antonia le había comprado las barbies en la feria, ella cerró los ojos, en la absoluta soledad pensó en su madre y se entregó al recuerdo cada vez más borroso de sus dedos trenzándole el pelo.
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Perdido me encuentro Alejandra Vallejo
Sentado en el asiento del copiloto, sudando como un animal y solo preocupado por la cobertura de su teléfono, así estaba Matías. El encargado de manejar el helicóptero, el alegre señor Santos había llegado tarde a recogerle. “No se preocupe mi gentleman, vamos a llegar a tiempo a su reunión”, le dijo. Pues esa era su intención, sin embargo, no fue posible. Sin saber porque comenzó a salir humo de la parte delantera del vehículo. El piloto cayó desmayado golpeando con la cabeza en el panel de control. En el primer loop inesperado Matías saltó del helicóptero abandonando a Santos, preso por el pánico y sin pensar a donde iría a parar. Al recobrar la consciencia lo primero que notó fue algo granulado en su boca, era arena. Sintió calor en su cabeza y dolor en sus costillas, pero podía levantarse. Comenzó a recordar poco a poco el accidente que acababa de sufrir: la reunión, Santos, el teléfono, el helicóptero, el humo... Miró a su alrededor y solo vio una playa desierta. Maldijo su mala fortuna. Corrió, gritó y lloró de rabia por haber caído en aquel miserable lugar, hasta que se quedó dormido. En ningún momento pensó en que habría pasado con el piloto. Cuando despertó seguía en el mismo lugar, pero ya estaba más calmado. Decidió investigar la zona. Tras caminar durante largo rato, comenzó a apreciar la belleza que poseía ese paisaje al que la vida le había llevado. Se bañó en el mar con intención de despejarse un poco, 66
pues el agua siempre había sido su vía de escape, y sin poder evitarlo comenzó a bracear de un lado a otro. Estaba disfrutando de poder nadar sin gente, sin agobios ni horarios, sin compartir carril con tres personas, como hacía en el Club Deportivo en el que entrenaba a diario. Al salir estaba exhausto, sediento. Mientras pensaba por primera vez en el Señor Santos, observó una pared de piedra natural que parecía estar húmeda. Entonces. le vino un recuerdo de algo que vio hace tiempo por televisión, aquel programa del superviviente que utilizaba su camiseta para extraer agua de unas rocas parecidas, luego la estrujaba y bebía las gotas que de ella caían. Decidió probar y acertó con la jugada. Se sentía orgulloso de sí mismo y pensó en lo que le diría a su mujer cuando volviera a casa: “¿Ves cómo con la TV se aprende?”. Continuó con el truco de la camisa hasta saciar su sed, sin embargo, en este intervalo de tiempo no fue consciente del daño que le estaba haciendo el sol a su piel clara. Se había quemado por completo, así que decidió cortar una planta que parecía Aloe Vera y aplicársela en la quemadura. Le alivió mucho, pero le animó más el haber acertado de nuevo. Estaba aprendiendo a sobrevivir, solo le faltaba encontrar comida. Que poco se necesitaba allí para ser feliz, pensó. Esa calma absoluta en el fondo le gustaba, y más después de los dos años de agotadoras discusiones que llevaba con su mujer. Se sentó en la arena con la espalda apoyada en el tronco de un árbol pensando en que su sofá de casa que tanto le había costado no era mucho más cómodo que aquel lugar. De repente recibió un cocotazo en la cabeza. “¡Comida!”, exclamó. Levantó la vista y se dio cuenta de la enorme distancia que había entre él y esos frutos verdes. 67
Pensó en trepar, pero fue consciente de que no podría, pues tenía los pies planos y se resbalaría. Recordó lo que le reprochaba su padre en la adolescencia: “Eso solo te sirve para librarte de hacer el servicio militar”. En realidad nunca le había parecido una desventaja, incluso nadaba más rápido, sin embargo ahora se daba cuenta de que en según qué situaciones si lo era. Al día siguiente, continuó la búsqueda y tuvo suerte, dirían algunos. Se topó con una cría de jabalí. Estaba herido y no podía moverse. Solo tenía que rematarlo y tendría comida. Justo cuando iba a golpearle con una piedra se dio cuenta de que no podía hacerlo, no podía quitarle la vida a un ser vivo. Él, una fiera de empresa que despedía hombres sin piedad, y ahora no solo era incapaz de golpear a un animal, sino que encima le curaba las heridas con el aloe vera. Algo estaba pasando. Después de tres días y dos noches en aquella isla desierta tuvo una revelación. Soñó algo que le cambió la forma de ver las cosas. Al abrir los ojos no sabía si lo que había sentido era verdad o no, pero había sido auténtico. Había visto el día en que, con 10 años celebraba con su familia un hallazgo. Había ganado una medalla y sin ni siquiera entrenar: “Campeón de apnea. Primera posición”. Nunca antes se había acordado de aquello. Eso despertó algo en su interior que le llevó a moverse hasta la orilla. Se quedó allí mirando al horizonte, pensando en lo lejos que estaba su antigua vida. Comenzó a quitarse los harapos que le quedaban del traje hasta quedar totalmente desnudo. Las olas le agarraban los tobillos invitándole a acompañarlas. Matías mientras inspiraba profundo, como tratando de guardar en la reserva de sus pulmones todo el aire 68
posible. Al cabo de tres respiraciones completas junto sus pies y se zambulló en el agua. Nunca se volvió a saber de él. Su mujer lo olvidó y se casó con otro hombre. Sus jefes le sustituyeron por alguien más joven. Lo único que se escuchó fue, al cabo de unos años a unos pescadores de la zona contando que habían visto un hombre de pies planos caminando por la playa en plena noche. Cuando amanecía juntaba sus piernas, entraba al agua y desaparecía otra vez. Lo bautizaron como “El Sireno”.
El cuerpo del delito Adriana Heimpell Domenech
Un día, alguien quiso evitar que terminara perdida en un agujero negro y me despidió con un rotundo ¡Quédate quietaaaa! Andar corriendo en todas direcciones, según yo, era mi salvación. Igual como leer y volver a leer mis cuentos lo era cuando niña. Así fue que solo logré quedarme quieta después de haber perdido la conciencia tres veces en un mismo día. Fue entonces que se me apareció La Loba, aquella vieja loba que recoge y conserva todo lo que corre peligro de perderse. La misma que después baila y canta sobre los huesos, hasta que cobran vida. “Llena tu bañera con pintura roja y sumérgete en ella toda entera”, me mandó. “Luego usa tu cuerpo como si fuera un pincel y estampa en un lienzo sus huellas”. Y ahí está ahora, sobre la alfombra de mi living, completamente estampado en una sábana de papel kraft. Visto desde el pasillo, parece una hemorragia reseca en el desierto. Entre mancha y mancha aflora un cuerpo rojo, mucho más grande que yo. La cabeza está volando lejos, tanto así, que brazos y manos se alargan, tratando de alcanzarla. De su costilla derecha parece nacer otro cuerpo de mujer, pequeño y retorcido, sin brazos y sin piernas. Veo, también, que el resto de su pecho izquierdo y el pubis, están mucho más rojos que todos los otros rojos. Veo huellas de pies y manos que gatean en diferentes direcciones y quisiera saber si vienen hacia mí o se estarán arrancando. Por mi parte, yo, completamente ajena, tomo agua de hierbas. Y echo humo… Y poco a poco empiezo a sentir
que algo se mueve adentro mío y presiona con fuerza para salir, sin conseguirlo. Y ya no sé qué más hacer, las instrucciones nada dicen sobre cosas escondidas. Heme aquí, desorientada y aturdida. Y encima, completamente pintada de rojo. ¿Qué hago ahora? ¿Meterme a la ducha y quitarme la pintura, o quemar primero ese papel manchado y después volar a hacer las compras para la semana...? ¿O tal vez sería mejor olvidarlo todo? Cata, nuestra dulce y suave gata color caramelo, se ha estado dando vueltas alrededor con sumo sigilo y ahora salta decidida sobre el cuerpo, rozándome apenas, con la piel de su cola. “¡Nooo!”, me dice, moviendo la cabeza. “No puedes olvidar nada. Menos, sin antes haber tocado con tus propias manos, este cuerpo que te ha tocado en suerte. Ve a ver qué le pasa ¿No oyes cómo grita? Anda y recorre sus huellas y ve adonde te lleven”. Pero al pisar esas huellas me desmorono sobre ellas. Mi propio piso me repele y yo repelo al frío circundante. ¿Qué pasaría, si ahora mismo entrara alguno de mis hijos y me encontrara aquí, tirada en el suelo y en pelotas…Y encima, completamente pintada de rojo? Me parece oír que alguien me grita desde la ventana… “¡Tooonta!”. Necesito que sepas lo bien que me sentía siendo mala contigo… ¡Pero mala, mala, mala! ¡Súper mala! Mientras más pequeña tú te hacías, yo más crecía, crecía y crecía… Una oleada de mariposas aleteando asustadas me suben desde el estómago y ese forado que tengo entre los hombros y el ombligo, empieza a palpitar como una bestia agazapada. Ese alguien tiene el tono y la voz de mi madre. -Tal vez te estoy odiando, le digo, con la garganta apretada. Pero no quiero odiarte. Y me quedo temblando, temblando, como antes…Y me entran unas
ganas terribles de enrollarme en ese papel enorme hasta quedar completamente envuelta, como una guagua bien arropada… Sentir como una marea, mi guata respirando sobre el suelo, poco a poco me va trayendo de vuelta. A medias recogida… o a medias expulsada… o a medias contenida… o a medias… qué se yo. La cosa es que así quedo en posición fetal, a medias recostada sobre mis huellas furiosamente rojas y con la Cata vigilándome de cerca. Pero con una incipiente sensación de paz. Y así sigo estando cuando aparece el menor de mis hijos y lo ve todo. -¡Viejaaaa! ¿Qué hiciste…acaso estás completamente loca? ¡Qué susto, vieja. Por un segundo creí que estabas completamente muerta! Se fue a almorzar con sus hermanos, como, según me dijo, habían acordado. Pero lo cierto es que no me dijo nada. No. No me dijo nada. Nada. No me sorprende eso. Nunca dice nada. Quizás no pudo verme, O quizás me vio, pero no supo qué decirme. Sólo me tiró un beso, de lejos y me dijo chao, vieja. Capaz que morirse sea como esto. Sentirse ajena. Quedarse sola. Y estar, pero invisible. Mejor sería ahora incorporarme. Y ponerme a bailar y cantar, como hace la Loba, sobre mis huellas furiosamente rojas, con el Tango de Évora a todo volumen.
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Paloma verde Mirtha Lillo
Isabel ha vivido mucho más que medio siglo, pero disfruta la vida con la misma intensidad que en su juventud, se ve radiante y feliz. Hoy atraviesa el cielo de vuelta de un corto viaje al Sur, desde la altura y apoyada levemente en la ventanilla observa las huellas del tiempo en la superficie de la tierra y recuerda las propias…. El calorcillo del avión la adormece y en esa casi inconciencia, evoca imágenes. Siente la necesidad de volver al pasado pero el temor la detiene y se resiste. De pronto siente que una fuerza demandante solo comparable con la mirada de su madre, que se cruza con la suya, la obliga a continuar… Había hecho una promesa y debía cumplirla, esa Navidad formalizaría su noviazgo, entonces el milagro se produce… Visualiza aquel mes de diciembre del año 1973… Isabel vivía días que no tenían inicio ni término natural, solo lo que indicaba el bando del día. Anhelaba cumplir su sueño y sentir el olor de la Navidad próxima, de las vacaciones, del descanso y también del carrete. Pero no, eso solo estaba en la memoria colectiva, no había tintineos de campanillas ni villancicos, el olor de la pólvora había sustituido al de los pinos, el taconeo militar y el ruido de sables y ráfagas solo potenciaban el temor y la inseguridad sepultando todos sus planes. Sus padres y hermanas recientemente habían partido al otro lado del mundo, algo que se repitió una y otra vez en familias a lo largo del país y que marcó 74
a muchos. Pensó que su norte y único consuelo era atravesar esos 600 Km que la distanciaban de su amor. Fue una promesa y debía cumplirla... Un niño que corre por el pasillo juega, simula ser un avión, la distrae y le arranca una sonrisa, le recuerda su nieto Alonso Retoma el reguero de sus recuerdos, con ternura visualiza su fiel citrola “La Paloma blanca”, se juró a sí misma que estaría antes de la hora “del toque”, pero no fue así y sola en la Panamericana Sur entró en pánico. Todavía estaba lejos de alcanzar la meta, la soledad, la oscuridad y el silencio la debilitaban, pero la impertinencia de su juventud la instaba a seguir, no había lugar para el razonamiento… Sintió cómo su mente trabajaba a mil revoluciones por segundo y una idea brillante tomó forma…, brotó de lo más profundo de la desesperación y concretó el deseo de escuchar una voz amiga… “Isabel estaciona la citroen y levanta el capó, saca la varilla del aceite, ensucia tus manos y di a la guardia policial más cercana que la citro está fallando y que temes te sorprenda “el toque”. Temerosa miró a su alrededor, avanzó y en segundos lo decidió. En la guardia completó otros datos y en la espera con temor aceptó un café que ayudó a entibiar el frio mortal que tenía su cuerpo el que parecía haberse empequeñecido. Luego, esa sensación que nublaba su mente se hizo patente al escuchar un “Adelante, acompáñeme”. Cerró sus ojos y tomó aliento, salió al exterior y en la oscuridad pudo comprobar que las alas de su Paloma ya no eran blancas, eran verdes. Dos motorizados, uno por lado la escoltarían hasta su destino y la razón de su 75
vida… Alonso… La calma la invadió, aspiró profundamente y fue en ese momento que el avión e Isabel tocaron tierra, la realidad la obligó a reflexionar… ¿Podría esta historia haber tenido otro final?
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El Fin está cerca Andy Punka & The Mothers
“Vengo a decirles que ya no aguanto más. Soy la peste de la familia, algo así como la muela del juicio careada, el pariente pobre entre nobles y en realidad ya no me importa mucho, si me entienden o no, a mis cuarenta y cinco años yo tampoco hice el intento por salir de esta maravillosa mediocridad”. Los padres sentados en el sillón del living están maravillados con el sonido de Radio María F.M. viniendo desde la cocina y esas voces como sacadas desde la película “El exorcista”, repitiendo una y otra vez el Ave María, el creo en Dios padre y el Padre nuestro de manera interminable, Andy sabe que su apocalipsis llegó desde que nació, bastaba con echar una mirada afuera de la casa y estaban los pájaros que de noche se vestían de cuervos y esas ramas que solo traían tristeza y vacío en esos lapsos de otoño en las cuales sentía que sus lágrimas evaporadas pasaban a través de sus ojos, dejando un musgo en sus ojeras. Sus padres interrumpen su hipnosis televisiva y le responden: ¿Qué estás hablando Andycito, hasta cuando ya? Andy deja de lado su pesada mochila, siempre que salía de casa se la llevaba a cuestas, junto a su bufanda y abrigo pasaba las tardes después de almorzar junto a sus padres, tirado en las bancas de las plazas solo junto a sus biblia diabólica escrita por Anthony Levi. Cuelga su gran abrigo detrás de la puerta y deja ver una polera del grupo Dark Angel y antes de seguir hablando desordena 77
su larga cabellera y prosigue: “Los niños se abalanzan sobre mí, colgándose de mi cuello y triturándome la columna, ¡ni mis sobrinos me respetan! Tu cariño de mamá es más falso que el amor en Tinder y mi opinión en la sobremesa de Domingo pesa menos que un libro de Rafael Gumucio”. La madre no deja de mirar la televisión y lo interrumpe:” Andycito, deje tomar once mijito, por lo demás usted está bien crecidito ya, le hemos dicho que se vaya cuando usted quiera mijo lindo”. Andycito sigue: “Ustedes son los maestros del engaño en las reuniones familiares. Otras veces cuando me ven en la calle no me saludan, agachan la cabeza o miran para otro lado, en cambio cuando me piden un favor ponen la carita del gato de Shrek”. Madre, siento un dilema interno y debo resolverlo con ustedes, creo que ya es tiempo como aquel príncipe de Dinamarca llamado Hamlet. -Qué loco estás Andycito. (Responde nuevamente la madre). Y enciende un pitillo de marihuana. “Papá y Mamá: a pesar de lo mal que me tratan, Lo único que hacen es fumar esa cosa y ver T.V, aun así siento cariño por ustedes, debe ser mi síndrome de Estocolmo. “Mejor estudia hijo o anda a buscar trabajo”, dice papá. “No papá, yo no soy el porro de mi familia, no, no, no. Entre mis amigos siembro respeto, algo que con ustedes nunca pude. Yo solo tuve la desfachatez de escuchar Thrash metal y tener un sexto sentido desarrollado, he invocado a otros entes y otras dimensiones, pero el final está cerca”. A lo que la madre dice: “Mejor haz como tu prima, ella es exitosa, ecologista y emprendedora, lo único malo 78
es que votó por La Beatriz Sánchez”. “Pero mamá, si mi prima se estafa a medio Chile, lo que pasa que estudió en un buen colegio y es ingeniera, por eso será un referente, triste es ver cómo nos condicionan a respetar el hábito del monje, en cambio, yo a nadie puedo servirle de aval” (continúa Andy) “Ustedes viven en esta realidad en la que Paty Maldonado y las calorías de un maní son MUY importantes”. Ya basta de pelear (dice tajante el padre), quien te viera Andycito, que lo único que quieres es inspiración para tus poemas. “Oh, padres míos, soy tan sensible, nunca me entenderán. Lo único que les pido, no piensen que iré a sus funerales, si ni siquiera me invitan a sus celebraciones.” En eso la televisión hace un llamado de ¡Extra! ¡Extra! Todos atónitos en la sala. Y comienza acabarse el mundo, Cohetes caen desde el cielo, gritos ensordecedores en las calles, como estaba escrito en la Biblia un monstruo de siete cabezas y diez cuernos ensombrece los cielos y lo ángeles comienzan a llevarse las almas puras, nobles y limpias de la tierra, por supuesto que el alma de Andy no estaba entre las nominadas.
Fin de mes Aura Cerón Hernández
No sonó la alarma. Un golpe seco y vidrios rotos te despertaron. Un chillido ronco se oye en la sala, no tienes nada a mano para defenderte pero vas a investigar a toda prisa. Armado con una escoba avanzas por el pasillo, pisando los vidrios de tu TV, ahogas un grito cuando encuentras a Lucas convulsionando en la alfombra. ¡Perro tarado! Se comió la mitad del relleno del sofá. Intentas ayudarlo a vomitar y saca sangre. Sin bañarte ni rasurar, con la camisa arrugada y el traje negro que iba a la tintorería. Necesitas un Uber ¡ya! Pero descubres que tu celular, está nadando en un vaso con coca cola, tienes una jaqueca de antología. Vas de emergencia al veterinario la cuenta por el lavado de tripas y estancia de Lucas costará una buena parte de la quincena. Es fin de mes, debías entregar un reporte pero lo recuerdas justo cuando tu jefe te grita por qué no llegaste a la reunión con los socios, te llamó diez veces. Es tu quinto atraso mensual y te recuerdan que tu puesto está en juego, te exige que termines todo antes de irte. Sin desayuno ni tiempo para salir a comer, sobrevives con café de la cocina y galletas robadas al gordo de al lado, y tu úlcera no te lo agradece. Estás exhausto, es muy tarde, hay un postit de Lety de que se hartó de esperarte, seguro que se fue con el patán de “Mr. Finanzas”. Tal vez, sea mejor así. La lluvia ha caído toda la tarde lo notas al salir
del edificio. No hay forma de regresar por el paraguas, al llegar al paradero ya eres prácticamente una versión más limpia de ti mismo. Protegiendo ese libro que te tiene atrapado, te mentalizas en que por el Periférico, y con las inundaciones, tardarás unas tres horas en llegar a casa. Arriba del bus, te sientas junto a una ventana, una señora gordita se sienta a tu lado, y te sonríe mientras te empuja aplastando tu humanidad porque no cabe. Te sumerges en la lectura tratando de evitar pensar. La radio anuncia “La hora de Juan Gabriel”; suspiras, por fin terminó el día. El ronroneo del viaje te calma. Los vidrios se llenan de vaho por la respiración de la gente, la lluvia arrecia y la marcha del bus se hace más lenta, agradeces no estar afuera. Sigues leyendo a Saramago, es intenso y se te mete en la memoria, en los ojos, en el alma, y de la nada empiezas a llorar, despacio, bajito, lágrimas discretas caen sobre el papel y no parecen detenerse. Un macho alfa, pelo en pecho, con bigote de Pancho Villa, no puede andar por ahí llorando y que la gente lo vea. Al principio era un sollozo, pero ahora lloras con fuerza, boqueas aire tratando de contenerte, pero no funciona. Te cubres la cara y un gorgojeo sale de tu garganta. De repente, la señora a tu lado te ve con lástima y te consuela “Resignación, mijo, todos vamos para allá” – ¿eh? – volteas, te abraza dejándote casi sin aire, ves a todos alrededor, con cara compasiva. Desde el volante, el conductor te dice “Ánimo carnal, es difícil seguir sin la jefecita, pero hay que apechugar”. ¿De dónde sacaron que se murió tu mamá? – El chofer le sube a la radio, “Amor Eterno” se escucha a todo
volumen y como si fuera una homilía, todos cantan bajito, atrás alguien solloza y el tráfico está detenido. Sigues ahí, abrazado por la señora, que también llora, mientras te comparte un kleenex. “Amor eternooo e inolvidable…” La situación es incómoda, insoportable, una tristeza pegajosa se va apoderando de toda la gente a bordo, se escuchan llantos a coro. Afuera, la lluvia no para. Los recuerdos de la gente se hacen uno, todos tienen en la mente y el alma a alguien que ya no está y caes en la cuenta que hace casi tres meses que no la has llamado. Siempre la prisa, el dinero, el trabajo, pero ya no. Te levantas con dificultad, agradeces a todos, te dan el pésame por algo que afortunadamente no ha pasado. Si supieran que lloras por el libro te matan. Sin notarlo también te unes al canto, te bajas en la próxima parada. Al llegar al metro, has tomado una decisión, ya sin lágrimas, decides que no vas al veterinario ni a buscar a Lety, ni al fútbol ni al supermercado, vas a ir a visitar a tu mamá.
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Tras Bambalinas Melissa Erazo Gonzàlez
Todos los días iba temprano a comprar pan a La Chilenita, panadería del barrio que según decían los adultos nunca cerraba. Apenas abría un ojo, hacía mi rutina matutina con rapidez, tomaba la bolsa del pan y salía de la casa. Mi fin no era la cooperación con las labores del hogar sino escaparme del olor a leche hervida que me daba náuseas y que mi mamá insistía en prepararnos día a día. Ese martes mientras caminaba de vuelta me acordé del Carlos. Nadie sabía que nos habíamos besado. “Hay primita relájate si somos primos en décimo grado. ¡Dame un besito!”. Éramos tantos primos y primas que nunca logramos determinar nuestro grado de parentesco real. Compartíamos todo, hasta nuestra aversión por la leche. Un día cualquiera logramos quedarnos solos gracias a la apendicitis de una de mis primas. Nos dejaron al Carlos y a mí en la casa para esperar a los primos chicos que iban en la tarde al colegio. Y nos besamos. Nos daba tanta risa la situación que fantaseábamos con buscar la forma de volver a quedarnos solos y besarnos sin parar, tal cuál como lo estábamos haciendo esa tarde escondidos de todos. Llegué a la casa y mi mami no había hervido la leche. “Mi amorcito vaya a acostarse, hoy no van a ir al colegio, más ratito le explico. Duerma no más si quiere”. ¡No podía creer mi buena suerte! Con el Carlos 83
siempre inventábamos situaciones que podrían suceder para no tener clases ya que los dos odiábamos el colegio. “Prima, oye despierta, hazme un ladito”. “¿Qué haces acá Carlos?” “No sé, mi mami dijo que todos los primos se van a venir hoy para tu casa” Me tomó del pelo y nos besamos, a escondidas... No sabíamos que sería la última vez que nos veríamos, pero nuestros labios si lo sabían. En la casa comenzaron a circular bolsos, maletas, familiares y amigos. Perdimos el rastro de mi papi ese mismo martes. Mis hermanos y yo estuvimos varios días sin ir al colegio después que toda mi familia se fue a Australia sin nosotros. En ese periodo mi mamá me enseñó a hacer dedo. Nos íbamos todas las tardes en camionetas, autos y hasta camiones. Mi mamá rezaba todo el camino, yo miraba por la ventana y trataba de aprenderme bien la ruta porsiaca. Y así, día tras día sin obtener ninguna respuesta del paradero de mi papito. “Chiquillos, si quieren pueden salir a jugar un ratito, cuando termine de hacer el aseo los llamo”, nos dijo mi mami un día. Y salimos corriendo a jugar a la escondida. De pronto, cuando estaba oculta en medio de unas plantas, alguien me toca el hombro. Veo a un hombre delgado y barbudo mirándome. Y ahí se detuvo el juego, ese último destello de infancia se esfumó cuando me di cuenta que aquel hombre era mi papá. ¡Mi papito había vuelto! Lo abrazamos, y fuimos junto a él a la entrada de la casa. Mi mami cuando nos vio caminó hacia nosotros y lloramos todos. Ella llenó la tina con agua y lo bañó. Nosotros le cortamos el pelo y la barba. Al otro día fuimos a misa y nadie nos saludó. Nunca pensé que si deseabas tanto algo se podía llegar a cumplir. Con el 84
Carlos siempre quisimos que ocurriera una desgracia para no ir al colegio, pero no esto. Tuve que crecer de golpe… Se había acabado la infancia y no había espacio para la adolescencia. Me hice adulta porque era la única forma que encontré para entender que mi familia completa se fue exiliada incluido el Carlos. Después de meses cesante, a mi papi le ofrecieron trabajar haciendo aseo en un teatro, y ahí, en medio de telones y focos yo corría por el escenario y notaba que siempre había mucha gente pero que no todos eran actores. Cuando le pregunté quiénes eran ellos me dijo que no me preocupara, que ellos eran como una gran familia, que se estaban ocultando ahí, tras bambalinas, para que no les pasara lo mismo que a él en el Estadio Nacional.
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El Criadero Kerem Pinto = Melancolía
En los bellos paisajes de los suburbios de Osorno, al sur de Chile, todas las madrugadas, al salir el sol entre las montañas, la gente se levanta sin saber lo que pasa en aquel lugar, o solamente es indiferente a lo que está ocurriendo al interior de una vieja casona, olvidada, que alberga a miles de almas. Al abrir los ojos, todo es extraño para él. ¿Dónde se entra? o ¿dónde estará? Pero de lo que sí es seguro es que siente los suaves besos de mamá, el aroma, calor del amor… Rápidamente el frío estremece su cuerpo. ¿Cree haber sido arrebatado de su madre? ¿Cree haber vivido esto antes?, una historia incomprensible. Ha sido arrebatado de su felicidad, para ser llevado al desamparo, ha nacido para morir. ¿Por qué lo golpeas?, ¿qué te ha hecho para merecer toda tu furia, ser insignificante para ti?, ¿por qué tanto desprecio? Siente los crujidos de cada hueso que se va rompiendo poco a poco, su columna se desintegra. Se está vistiendo de rojo, ¡Sí! Su sangre viste la escalera y también la alfombra roja de la casona. Sus ojos se van cerrando lentamente, ya casi no siente dolor, debe tener sueño… Cada vez todo se pone más oscuro. “Madre, qué habría sido de nosotros si hubiéramos nacido en otro lugar, lejos de la crueldad, como un santuario. ¿Creo que estaríamos caminando por los 86
parajes con mis hermanos y nuestro padre? ¿Dándonos un baño en un hermoso charco riéndonos quizás? Es más, estoy seguro de que seríamos tan felices en aquel lugar”. “Pronto te volveré a ver, madre, como también a mis hermanos y todos los amigos de este triste lugar. Cuando llegue el momento de que sean faenados físicamente, estarán puestos en supermercados o carnicerías a la espera de ser servidos en un plato”. “Madre, este será el comienzo del final. Te ama tu hijo, el Cerdito Benito”.
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Un día cualquiera Vicente Simón
En su tercera entrega, el emprendedor Jacinto Soto Traquileo lleva los cilindros de gas licuado por un recorrido diferente, donde hay más pacos en las esquinas y lo corretean los perros callejeros. Hoy ante lo inevitable, algunas personas se preparan, otras toman palco para presenciar una reorganización en la gestión territorial, hace rato se respiraba en el ambiente. Jacinto estaba en eso, a la espera de informar como el mensajero “1”, -su persona-, al “2”, en este caso: el estafeta freelance Florencio Iglesias o Cara de Bulldog. Ambos al verse comienzan un acercamiento sin dejar de inspeccionar hechos barriales. Jacinto aprendió a chequear si lo siguen cuando fue un soplón pagado de los ratis. Allí conoció al propietario de la distribuidora de gas “El Calientito”. También estuvo detenido por defender con algún éxito las cuatro esquinas del casino “Las Vegas”, apodo sacado de series extranjeras para designar a un conjunto de negocios: una distribuidora de pan, el minimarket “La Chela”, la botillería clandestina “Los Cuchillos” y “La Película” que era un prostíbulo disfrazado de hostal para viajeros, a cargo de “La Guatona y la Brujita”, dos tipas con cancha y experiencia, que están dedicadas a decir a las nuevas: -Oye, esto ni duele ni gusta, si lo haces bien-. Palabreando se van de lengua con los trucos. Su segundo contacto es el pela’o Iturra, ex empleado bancario. Él siempre cierra los ojos cuando todo esta 88
chequeado. Hombre de pocas palabras y muy rápido con armas blancas y cortas, no soporta el olor a tabaco y guarda en cualquiera de sus bolsillos algunas almendras del almendro de su patio, lugar no muy grande y ámbito de aberraciones. Es buen tirador. Combina su actividad de inteligencia barrial, con la dedicación a inventar posibles hechos, para cachar qué pasa o por simple divertimiento. Después de un tiempo, ofrece una solución, o da análisis, siempre a buen precio. Tiene una familia con la cual no se relaciona. Su perro, un quiltro grande y bravo, es quien lo acompaña y ladra cuando algo pasa. Entonces Iturra, abre los ojos, observa todo aquello, no cuadra en la escena y hace unas señas, alguien las ve desde otro lugar, entonces la cosa sigue o no sigue. En sus vueltas planificadas por el barrio, el dueño de la distribuidora de gas “El Calientito”, Vladimir Pardo, lleva sus lentes Ray-Ban de los años Setenta y un jockey vizcarro que heredó de su abuelo, quien lo robó a su primera víctima antes de cortarle la cabeza. Pese a la influencia de él, Vladimir tomó distancia de todo hecho violento y se dedicó a leer sobre economía. Vladimir diría a Jacinto: “Todo se puede hacer sin atados, ni sangre ni prisión, sino con muchas monedas”. Diría en el caso de que no vean nada sospechoso en la parte norte de la plaza barrial. Para el Cara de Bulldog, es importante, esté el Hombre Araña a la entrada de un boliche, en el centro de Curacaví. Cuando no es así, entonces el Cara de Bulldog sigue con el plan de la ruta trazada, pero cambia el contenido del mensaje. El Hombre Araña es también el Gato, un alcohólico de siempre, se acostumbró a beber con su padre, cuando todo esto era una extensión de la 89
Hacienda Curacaví. Sin embargo, ese día los Pacos, desplegaron hasta la plaza a su infiltrado: el Cara de Bulldog o Florencio. Él no quería, no obstante los Pacos, se la dejaron clara. A su regreso, Florencio advierte: el Hombre Araña no está y lo ubica al interior de un móvil del GOPE. El perro del pela’o Iturra ladró, pero este no abrió los ojos, por un paro cardiorrespiratorio, de una. Entretanto, de casualidad pasaron por ahí la Guatona y la Brujita; venían de comprar en la farmacia, nada que no tuviera relación con su hostal: condones y Clotrimazol en crema. Alcanzaron a caminar un poco, sin mayor trascendencia. Jacinto observa desde una esquina y espera, antes de la masacre, el arribo de unos vecinos jóvenes bien organizados, de disparo fácil, la otra banda. Vladimir Pardo debió haber muerto ese día, pero sale ileso, se percata de los fallecidos y heridos, salva para contar la historia, recordar a su abuelo, consolidarse como el nuevo mandamás, seguir con la promesa hecha: “no matarás”, y cachar, como siempre, que los Pacos arrancaron primero; pero solo se fueron para luego tratar con el nuevo, el que la lleva: él.
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ÍNDICE
PRESENTACIÓN Rebeca Guinea Stal
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FICCIONES BIOGRÁFICAS. LA VIDA ES TEXTO Y PRETEXTO Juan Pablo Vallejos Moreno
05
ESA NOCHE Katina Ferrer
15
LA PROFESORA DE RUSO Alicia Salinas Álvarez
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LA PRIMERA CITA Gissou
23
PERDIMOS EL PUNTO Javiera Alejandra
27
EL GUACHO Giovanni Godoy
33
LA FIESTA Fernanda Aranda Lillo
39
AÑO NUEVO. LA TRAGEDIA DE DIANA Diego Arriagada Mena
42
LOS ZAPATA Isolda Zanorano
47
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LA OTRA NAVIDAD Nicolás Carmona Estellé
51
LA CHÚA Josefina del Arrayán
54
SIN MEMORIA Cristina Bastías
56
AMOR PROPIO Vero Avaria
59
EL REFUGIO DE NADIA Natalie Tapia Unzueta
61
SUSANA Chimy
65
PERDIDO ME ENCUENTRO Alejandra Vallejo
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EL CUERPO DEL DELITO Adriana Heimpell Domenech
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PALOMA VERDE Mirtha
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EL FIN ESTÁ CERCA Andy Punka & The Morthem
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FIN DE MES Aura Cerón Hernández
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TRAS BAMBALINAS
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Melissa Erazo González EL CRIADERO Karem Pinto = Melancolía UN DÍA CUALQUIERA Vicente Simón
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