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Cristina Andreu
Cristina Andreu Con la mirada que dan los años
Cartel de la película Cuchillo de palo, dirigida por la cineasta paraguaya Renate Costa. Me gusta la sensación que tengo a veces de mirar con detenimiento un lugar totalmente nuevo para mí, pero que sé que en poco tiempo se volverá muy conocido y parte importante de mi vida. Me detengo y me pregunto cómo será mi mirada cuando el lugar me sea propio en la cotidianidad, en contraposición con la mirada que tengo ahora, e intentar fijar ésta para más tarde poder compararlas. Recuerdo perfectamente la primera vez que entré en el Centro Cultural de España Juan de Salazar en Asunción. En la calle el calor era más que asfixiante, y húmedo por la proximidad del río Paraguay. Entramos y vimos un primer espacio con cojines de colores, y la puerta de acceso a un auditorio al que nos asomamos y, aunque oscuro, vimos que era grande. En un panel junto a la pared figuraban las actividades programadas por el Centro. Y luego, cruzando una puerta, un patio con un gran árbol en el centro, hermoso, protector. Dos salas a la derecha, que parecían talleres. Y una biblioteca al fondo, toda acristalada, con los libros al alcance de la vista, pero ese día, que era fin de semana, cerrada. Un busto de El Quijote en su entrada. Tantas historias, tantas aventuras por conocer se veían a través de sus paredes transparentes, que el calor desapareció. También había una escalera, que subía a un lugar desconocido. Volví a Madrid para finalizar el trabajo que me impedía quedarme de momento en esa rara ciudad, con el centro vacío los fines de semana y la vida alrededor de un centro comercial, el de Mariscal López. Yo sabía que pronto volvería a esa ciudad con árboles majestuosos repletos de flores. Al volver, fui a conocer a la entonces directora del Centro Cultural, Myriam Martínez Elcoro, en sus oficinas, al final de la escalera que vi aquel primer día. Había una sala ancha en la que trabajaba la becaria y la secretaria y administradora, y al fondo un despacho, todo azul y de madera en donde trabajaba ella. Comencé a ir al Centro, a disfrutar de sus actividades, muy numerosas, y en donde te encontrabas a Myriam desde primera hora del día y hasta última de la noche. Talleres de pintura, cursos de arte del Siglo de Oro, seminarios para aprender a ser comisario de exposiciones, de improvisaciones teatrales, de escritura. Vídeos de un minuto, en el que mujeres contaban mediante la imagen, sus necesidades y sentimientos. Yo asistía a los que podía, se apuntaba mucha gente y los cursos se llenaban. Los profesores eran paraguayos, españoles que venían unos días concretos, y también de otros países latinoamericanos. Recuerdo un estreno cinematográfico de un documental paraguayo, Cuchillo de palo, que ha acabado por ser uno de mis preferidos y que enseño a mis alumnos cada vez que doy mis talleres sobre creación documental. Renate Costa, la directora, sus padres divorciados desde hace tiempo unidos, el colectivo LGBTIQ al completo, con los transexuales
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a los que la dictadura aterrorizó y metió en las cárceles, toda la familia de Renate, sus vecinos de la infancia, público general, una sala abarrotada que lloró al final y aplaudió durante minutos. Exposiciones de fotos, interesantes y en las que siempre aprendías, recuerdo una muy impactante que hablaba de la triple frontera, entre Brasil, Argentina y Paraguay. Y entonces, apareció la suerte, inesperada, como otras veces me ha ocurrido en la vida. Desde la AECID de Madrid habían pedido a todos los Centros Culturales unos pequeños vídeos en donde se lanzaban canicas desde la ciudad de cada uno de los Centros, y todas confluían; un río inmenso de experiencias compartidas. Myriam me preguntó que, ya que había presupuesto para ese vídeo y también para la memoria de los últimos años, qué me parecía hacer un vídeo más amplio, contando todo lo que hacía el Centro Cultural. Ya que no solo ocurrían cosas dentro del propio recinto, sino que su acción se extendía por todo Asunción y el resto de Paraguay. Me entusiasmó la idea, ya que sé por experiencia que lo mejor para conocer un país es hacer algún tipo de trabajo allí. Formé equipo con un fotógrafo, Santiago Suárez, y otra vez fui afortunada ya que formamos el mejor equipo posible. Lo principal es que el Centro Cultural es para los paraguayos un espacio para los creadores, músicos, gente del teatro, fotógrafos… a los que se ayuda a que su obra se difunda, dándoles recursos económicos; y además es el lugar de la cultura en Asunción, que ofrece la posibilidad de ver películas, montajes teatrales, conciertos, exposiciones,… a los que no hay posibilidad de acceder en otros ámbitos. Ver las filas en la calle para entrar a cualquier espectáculo era emocionante. Y además, estos artistas también se comprometen a llevar su arte a otros lugares fuera de la capital, a lugares remotos de Paraguay. Los jóvenes ensayan sus obras y las representan. Los colegios acuden a ver las actividades y aprenden de ellas con sus docentes. Además, el Centro Juan de Salazar tiene un fuerte compromiso con la ciudadanía paraguaya, ya que durante la dictadura de Alfredo Stroessner fue un lugar de protección y refugio para muchos artistas, que podían representar, contemplar, reunirse en un espacio que les proporcionaba libertad. Una de las políticas del Centro era que los artistas que eran acogidos para mostrar su arte y cultura debían compartirlo con personas y lugares desfavorecidos o alejados de la capital. Fuimos a pueblos y ciudades pequeñas, en donde gracias a la ayuda del Centro se impartían cursos de muy diferentes materias. Pude ver a presos en la cárcel de hombres de Tacumbú, una de las más pobladas y peligrosas del mundo, sentados tranquilamente viendo una película española. También vi a las presas de la penitenciaría de El Buen Pastor escuchar y bailar con la Orquesta de Cámara de Asunción, y cómo el primer violín le dejaba su instrumento a una de las presas para enseñarle a tocar unas notas. Asistí también a una representación de los ganadores de un concurso de teatro de la Universidad, en un reformatorio de menores, y pude ver a estos reírse e interactuar. También fuimos a la Chacarita, el barrio de chabolas frente al río Paraguay donde la mayor parte de los niños y jóvenes no va a la escuela y tiene que delinquir para sobrevivir. El barrio al que nadie quiere ni acercarse, y pude llegar ahí y ver el programa que el Centro Juan de Salazar desarrolla en una modesta casita a la entrada del barrio, en donde los más pequeños pintan y comienzan con el abecedario, donde se dan cursos de alfabetización digital a los mayores para
Cristina Andreu, directora de cine española.
sacarlos de las calles. Es la prueba más palpable de que el dinero de la Cooperación es muy necesario, y que con buenos profesionales que creen de verdad en lo que hacen, muchas, muchas cosas se pueden cambiar. Por supuesto que me cambió la mirada de aquel primer día, cuando pasé de ser una extraña a pertenecer a ese lugar. A que cada vez que oigo el acento guaraní, me dan ganas de cantar. Pero ahora, con la mirada que dan los años transcurridos, quiero seguir con esa mirada última, emocionada, útil, pensando que realmente se puede ayudar, pero ayudar a que las personas de esos países se enriquezcan, que crezcan, saber que solo estamos allí para darles una mano cuando lo necesiten.
Directora de cine española. Presidenta de la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales (CIMA).