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Icíar Bollaín

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Isabel Muñoz

Isabel Muñoz

Icíar Bollaín Abrir ventanas

Reflexionando sobre la tarea y los objetivos de la AECID para escribir este texto, he recordado que a menudo, en los coloquios que siguen a las películas, alguien del público me pregunta si creo que el cine puede cambiar las cosas, y si ese es el motivo por el que yo lo hago. Siempre contesto lo mismo: cambiar las cosas es demasiada tarea para una humilde película, por mucho que a veces algunas historias se centren en un problema concreto, propongan una salida e incluso tengan un final con esperanza. En Te doy mis ojos, una de las películas que he dirigido y que más ha viajado con la AECID, los dos personajes empiezan, con ayuda, un camino que los salve de la violencia, a ella de sufrirla y a él de ejercerla. Al final, él abandona ese camino y vuelve al abuso, pero ella sigue adelante, rompe la relación y se salva del horror al que él la somete. Cuando la escribía, nunca pensé que la historia de Pilar y Antonio, una historia particular que hablaba de un problema universal, podría ser un instrumento para cambiar la situación. Sin embargo, la película puso cara y voz a un tema del que se sabía muy poco, y se convirtió casi desde el primer momento en una herramienta de trabajo para los profesionales que tratan de erradicar la violencia machista, desde jueces o abogados, pasando por terapeutas, a policías y guardias civiles. La película además servía, para mi sorpresa, para que las propias mujeres que sufrían ese tipo de violencia se dieran plena cuenta de ello, de que la relación en la que estaban era un círculo, una espiral que no terminaba cada vez que él les pedía perdón, sino que empezaba de nuevo poco después, inexorablemente. Y que nada podían hacer ellas por cambiarlo, excepto romper la relación. Y esta historia, desgraciadamente, tenía eco en todos los países a los que viajó, especialmente en Latinoamérica, pero también en Europa, en China o Japón, donde la falta de atención de la Administración dejaba a las mujeres completamente desprotegidas. También la lluvia es, junto con Te doy mis ojos, otra de las películas que he hecho que más viajan con la AECID. El relato de unos cineastas que quieren filmar la historia de Colón desde una perspectiva menos “épica”, trae a la luz un acontecimiento que es un referente en el activismo contra los desmanes de las multinacionales: la Guerra del Agua en Cochabamba, Bolivia. En el año 2000 la población desafió a una multinacional dispuesta a privatizar hasta el agua de la lluvia, una batalla que es un referente porque se ganó, algo desgraciadamente no tan habitual. La película recogía esa victoria y la reproducía una y otra vez, tantas veces como se proyectaba, difundiendo su mensaje de lucha y esperanza. Y de paso, la película reflexionaba sobre ese oro de ahora que es el agua, haciendo un paralelismo con el oro de entonces que fue a buscar Colón; sobre la rapiña, el abuso y la injusticia de aquella colonización de antaño en nombre de Dios, y la de hoy en nombre del Mercado.

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Aun así, una película no tiene por sí sola el poder de cambiar las cosas, pienso más bien que es la política la que puede cambiarlas. Pero sí creo que uno de los instrumentos con los que cuenta la política para hacer esos cambios es, sin lugar a dudas, la cultura. Porque no hay otra forma en la que las personas puedan desarrollarse como tales, en igualdad, que mediante la cultura. Y no hay mejor instrumento para el abuso, la desigualdad, la corrupción, el racismo o el machismo, que la desinformación, la falta de referentes, de conocimiento de nuestros derechos humanos básicos, de nuestro pasado. En definitiva, la incultura. Las películas, como parte de la cultura, pueden iniciar la reflexión que lleve al cambio, porque tienen el poder de remover, de emocionar, de hacer reflexionar, de avanzar, de abrir. No he tenido ocasión, por razones de trabajo, de poder viajar a todos los Centros Culturales donde se me ha invitado a menudo, a compartir talleres con los cineastas y artistas locales, a vivir de primera mano la actividad de la Agencia en sus distintas sedes. Pero sí he podido acudir con frecuencia a muestras o festivales apoyados por la AECID, lugares como los campamentos saharauis de Argelia, donde de ninguna otra manera hubieran podido ver nuestro cine. Allí pude ver a las mujeres saharauis debatir después de la proyección de Te doy mis ojos, escuchar sus medidas y propuestas para erradicar la violencia machista. Después de más de treinta años acompañando a las películas y participando en cientos y cientos de coloquios, me sigue impresionando el poder de

Icíar Bollaín, junto al actor Luis Tosar, durante el rodaje de También la lluvia en 2010.

comunicación del cine, de trasladar nuestra cultura, nuestras vivencias, de abrir una ventana en otro lugar para que desde allí no solo nos contemplen, sino que respiren, se conmuevan y se emocionen con nosotros. Y nosotros con ellos. Que nos reconozcamos en lo igual, y nos descubramos en lo distinto. Los Centros de la AECID, repartidos por tantos países, abren cada día miles de ventanas que nos permiten vernos, conocernos, aprender unos de otros, poner en valor lo que es importante, los valores que nos hacen personas, que nos sacan de la pobreza, de la violencia y del abuso. Espero que la actividad de la Agencia siga por muchos años, llevando y compartiendo cultura, abriendo ventanas y propiciando cambios.

Directora, actriz y guionista. Ganadora de dos Premios Goya a la mejor dirección y al mejor guion por la película Te Doy Mis Ojos (2003), estuvo nominada en las mismas categorías por las películas Mataharis (2007) y También la lluvia (2010).

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