Alívar Villamagua

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1. Portada: Paisaje andino. 100 x 80 cms. 2013.


El ni単o que fuimos es, en el fondo, lo que muchos queremos volver a ser


@ Alyvar VILLAMAGUA José Carlos Arias Álvarez

Primera Edición, mayo 2013 1000 ejemplares ISBN: 000-0000-00-000-0 Impreso en Cuenca. Ecuador Diseño y Diagramación Fabián Cordero

Gestión Cultural

Saskya Villamagua Gladys Gordillo

Fotografías

Maritza Altamirano

Impresión

Gráficas Hernández

Corrección de estilo Jaime Celi

Auspician:

Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida sin permiso previo, por escrito, del artista, del autor, de todas y cada una de las instituciones auspiciantes.


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Introducción La pintura es algo que una vez experimentada por los sentidos, jamás sale igual en palabras

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1.- La Obra 1.1.- La casa y el taller 1.2.- Autorretratos y retratos 1.3.- Alivar Villamagua y la espátula 1.4.- Caminar y Pintar 1.5.- Resumiendo sobre la Obra

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2.- El Espectador 2.1.- La composición de Alivar Villamagua, desde fuera 2.2.- La composición de Alivar Villamagua, desde dentro 2.3.- La razón y el sentimiento: los pone el espectador 2.4.- Los sistemas abiertos de las obras de Alivar villamagua 2.5.- Los pesos visuales en la obra de Alivar villamagua: Centros. Ejes. Equilibrio. Líneas. Tensiones dinámicas

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3.- Villamagua, mucho más que Alivar 3.1.- La tendencia a la simplicidad. Denotacion vs. Connotación 3.2.- Textura, forma, color, las tres opciones prioritarias de este artista 3.3.- La fuente de inspiración: La naturaleza 3.4.- La luz pintada

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4.- Miradas, solo Miradas. En toda mirada, siempre hay algo visto 5.- Los murales: la creatividad en la calle 6.- Desde el último rincón del mundo 7.- El silencio de las piedras y el espejo del agua. Cascadas. Puentes. Senderos, Energía con agua 8.- Deconstruyendo el paisaje 9.- Otras, son otras…

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lamaban nuestro acercamiento porque su tragedia era vivir en la tranquilidad de Loja, y llegar a disolverse, para siempre, en la clausura de sus soportes mudos. Las más afortunadas habían sido invitadas a tomar parte de algunas exposiciones en Londres, Polonia y China, como complementos de lindos discursos hegelianos. Otras, en cambio, colgadas “por” y “para” el gusto de los paisanos lojanos. Toda la ciudad de Loja es un museo de firmas con el apellido Villamagua. Entre las décadas de los 70 y los 90 del siglo XX, llegaron a las recepciones de los hoteles, a los consultorios médicos, al salón del Cabildo Municipal, a las escuelas y colegios, a los domicilios de los amigos y a los de los amigos de los amigos, a los despachos de directores de bancos, etc. Son itinerantes símbolos de una nostalgia redimida. No desea ser lo que los demás compran, sino lo que él quiere. Son las pinturas de Alivar Villamagua que, en su oferta extrema, no incluían, por adelantado, el sentido de una historia, sino la oportunidad propicia para ser vividas a través de su propia historia, la que propusiera el intérprete y analizara el propio espectador, cual arquitecto de ideas. Un

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arquitecto e historiador que, próximo a la idea duchampiana de movilidad y versatilidad, ideó un múltiple juego que erradique la auralidad del museo y la historicidad del discurso o de la exposición, como un “libro colgado” en la pared, porque al arte no se le puede encarcelar entre palabras, hay que contemplarlo y saberlo escuchar. Por lo tanto, estas pinturas han dejado de ser objetos inocentes y absortos, sólo móviles en los recintos de la memoria de sus firmas, siempre la misma: pequeña, inadvertida, con pincel, minuciosa, e incluso tachada por una travesura de su nieto Andrés…Y, silenciosamente, desarrollando un proceso similar al de la vida que tuvieron, se van a ir incorporando y nos hablan, en este libro, desde donde caminan a nuestro encuentro, nos escuchan y, sobre todo, esperan que no se desvanezca el sueño utópico de aproximarnos al verdadero artista, al amigo y pintor, al andariego buscador de orquídeas silvestres, al travieso bailarín que está contento, porque es feliz y sabe que la clave de esa felicidad está en donde se posiciona uno para ver el mundo. La condición de estas pinturas, necesariamente, es arbitraria, porque han venido dadas por la historia de sus compradores. Así,


que esperamos de su parte, querido lector, un gesto de comprensión, porque queremos una lectura diferente, no basada en una cronología, ni tampoco en un desfile de series y temas, menos aún, en una frutería burguesa de gustos endurecidos por las espátulas. Y, ¿saben lo que me dijo un día, cuando le pregunté qué hacía con las espátulas más pequeñas? -“Esperar que crezcan y lleguen a ser como las grandes…” Excelentes sabores y olores: limones, orquídeas, calas, girasoles…hasta un presumido pavo real que se pasea por delante de la galería, en un desfile de vanidad condensada y coloreada. La secreta amenaza, que siempre ha residido en una obra de arte, proviene más de su ambigua menesterosidad, que de su arrogante autonomía. Así que les proponemos un acercamiento a la vida y obra de un artista único e irrepetible, Alívar VILLAMAGUA. Un nombre portugués, y un apellido español, todo tan cerca del Mediterráneo. Lo hacemos desde los cuatro puntos cardinales que, un día de verano, el propio Alívar dibujó sobre la tierra, sobre su tierra de Loja: su familia, la naturaleza, la espátula y él mismo. Estos cuatro puntos, vitalmente referenciales, forman un microcosmos que se ha ido configurando con la aportación de perfiles de una diversidad encontrada, capaz de crear una unidad y armonía difícil de poder ser repetida. Esta idea de no-poder, queda reflejada en esta exposición de oberturas indiscutibles, de cortes transversales, de preguntas hacia el punto infinito del que me habla de historias inacabadas, de alientos indefinidos que el espectador, es decir 2. Espátulas del Maestro.

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usted, se tiene que plantear y responder, si así lo desea. Así vivirá sus significados en la estrategia de cada experiencia personal o sensación que, con humildad, se quiera cuestionar sobre el color, el espacio, el peso visual, la composición, etc., porque cada pintura parece remitirse y englobar al resto. Pero, lo más mágico es contemplar cómo pinta este maestro. Los saltos que da cuando estoquea, con una raya, a la ciudad amarilla de Loja, para marcar la vía occidental, el empaste denso de Jipiro o los violetas de una placenta que, recogida en forma de cielo, cubre las montañas de un deseo cumplido: vivir y vivir más. No las hemos seleccionado nosotros, sino que las pinturas nos han seleccionado a nosotros, sin ánimo de fragmentar ni de desnudar preferencias, así han sido de traviesas y juguetonas, como su intérprete. ¡Qué suerte, seguir siendo un niño¡ El niño que fuimos es, en el fondo, lo que muchos queremos volver a ser. Desde el trípode mágico del artista que crea, la obra que se deja y el espectador que busca, y a veces, hasta encuentra. Así, cada pintura es un sistema pletórico de infinitas posibilidades que se tornan ingenuas para ser miradas, mas nunca vistas. No quiero hacer poética, pero solo a través de la poética –aristotélica- puedo acercarme al alma del pintor, del que sigue con el oficio minucioso de limpiar, con un trapo de algodón, cada señal en la espátula de una intervención. ¡Esto no es un taller, es un hogar!. Es el espacio de la reciprocidad permanente entre el universo lírico y las formas. La meticulosidad de cada espátula en su lugar, y un pequeño avión que nunca


podrá despegar porque está prisionero bajo una vacía copa de vino. ¡Así, no puede escapar! Las obras de Alívar Villamagua están por todo el mundo. Ya no habitan en Loja, Estados Unidos, China o Polonia, sino que aprovechan del aliento de la eternidad para que las futuras generaciones conozcan que hubo, en este rincón del mundo, un artista que protagonizó su propio vuelo, con autonomía e identidad propia. Sus obras tienen que ser miradas y analizadas desde el desafío de ser instaladas bajo el dominio de nuestra oportunidad histórica, porque, aunque haya desaparecido la naturaleza que las inspiró y les permitió nacer y vivir, no han muerto los instantes existenciales recreados y plasmados por el artista. Sobreviven, así: los caballos a galope, que nunca se salen del cuadro (foto…). Los gallos que corren antes de morir (foto…). Los toros que se vienen hacia nosotros, como tótems embravecidos (foto…).Los cartuchos y calas, que dibujan arquitecturas en el espacio (foto…). La mariposa que juega a dejar su propia sombra (foto…) El propósito de poseerlas, del artista, no radica, pues, en la perspectiva de otorgarles vida o de someterlas a nuestras historias subjetivas, sino en la aventura de emprender, con ellas, una nueva circunstancia de perpetuarse en el ser, con otra naturaleza, con otra manera de existir, siempre ante la presencia de los retratos de toda la familia: esposa, hijos, nietos…hasta que Saskya gira su cuello y mira hacia atrás: objetivo cumplido. Ni sorprendida, ni asustada, sencillamente Saskya. Las obras de Alívar Villamagua exhiben mundos propios, a los que siempre tenemos que entrar de puntillas, respetando la memoria del espacio y del tiempo, porque

la luna, cuando se esconde, por su propio agujero respira y vive de su respiración. ¡Pobres de nosotros, humildes intérpretes, que tenemos argumentos que pasan de ser todo, a ser nada, cuando leemos el título de cada obra!... Ni se nos hubiera ocurrido. Pero ésta es la esencia del arte: decir muchas cosas a muchas personas. Nos corresponde ponernos en silencio y ser capaces de admirar. Admiro a los que saben admirar. Las obras de Alívar son como objetos “vivientes”, con lenguajes propios en un simulacro de poseer excluyentemente la vida, al menos la de su creador, porque Villamagua no es nadie sin Gladys, sin sus hijos, sin sus plantas y sin su filosofía. La consecuencia es palpable. Cuando hayamos claudicado en el intento de atraparlas entre palabras, dirán que eran restos de memoria, fragmentos de nómadas apariciones, falsas modestias de informaciones de un arte que no intenta comunicar, etc…Pero, si alguna vez se quiebra el interior de sus universos, se darán cuenta de que en el interior de una cáscara y de un encuentro, e incluso en el interior de la amistad, solo había el intento de reconciliar al significado con el ser, porque la vida solo existe en la obra de arte, cuando nos obliga a reflexionar y, tal vez, el arte sea el único espacio para dar respiro a un mundo que ya sentimos que no es dado y hecho. Y todo esto, viviendo en una calle dedicada, desde hace tiempo, a otro ilustre, Eduardo Kingman Riofrío. ¿Casualidades del destino?. Cuando uno cuenta una historia, se deja de contar otras. E incluso, en pleno siglo XXI se trata de ejecutar un discurso no-historiográfico y se acaba por doblar las rodillas ante el tiempo, al que se consigue burlar por algunos años, pero se somete, finalmente, por decenios y/o lustros.

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Asumimos esta historia, de acercarnos a la vida y a la obra de Alívar Villamagua, desde tres ángulos: el artista que ejecuta la obra, la propia obra de arte y el espectador que la contempla. A lo largo de la historia del arte, estos tres ángulos han cambiado de protagonistas, han tenido distinta importancia, e incluso, se han peleado entre ellos, pero siempre han estado y seguirán estando ahí. Tras un combate honesto, los adversarios pueden ser grandes amigos. Pero no es fácil construir este triángulo. Primero, porque hay que conocer bien al artista. Segundo, porque es un triángulo dinámico en su concepción, ya que, lo que permite que viva son, precisamente, las continuas tensiones y alianzas que existen entre sus ángulos. Finalmente, porque hay que manejar muy bien los conceptos generales de la pintura o, mejor dicho, del oficio del pintor. Vi una vez a tres malabaristas que, en el circo, se colocaban de pie a la misma distancia y empezaban, entre ellos, a tirarse pelotas. Cada uno tenía que dar y, a la vez, recibir las pelotas. Es lo más parecido a lo que intentamos.

José Carlos Arias.


3. AlĂ­var Villamagua y Gladys Gordillo. 2012.

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4. Casa y Taller del artista en Loja. 2013.

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orprende, sobre todo, el observar en este artista el progresivo dominio que ha ido adquiriendo en su “personal” conquista de la realidad. Una realidad que no es “mirada por la ventana o desde el objetivo fotográfico”. Más bien, podría definírsela como una realidad “pensada”, “fragmentada”, “contundente”, develada, selectiva, en relación con la familia que le acompaña, y la naturaleza a la que saluda todos los días y con la cual crea complicidades cada nuevo amanecer, para despedirse a eso de las once o doce de la noche, porque el olfato del óleo es lo único que los pintores no duermen nunca.

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1.1.- La casa y el taller Solo, delante de su casa en Loja, Alívar se sentó sobre el banco de madera, al lado de las orquídeas salvajes. Trazó, sobre la tierra, los cuatro puntos cardinales: • El primero representa a la familia, su esposa, sus hijos. • El segundo, a la naturaleza, a sus plantas, que tanto mima y admira todos los días. • El tercero, a las pinturas junto a una resplandeciente espátula. Y, • El cuarto es un círculo que lo representa a él mismo. Alívar sabe, para sí, que la verdadera religión consiste en sentirse feliz con lo que hace y siente.


5. Firma del artista.

Alívar Villamagua vive entre paredes de tapia de sesenta centímetros de espesor y habitaciones de techos altísimos y con una iluminación natural que penetra por los cuatro lados del perímetro de su casa. Existe una “desmaterialización” de la arquitectura, en el taller que es su casa, y en su casa que es el taller. Este taller, sin ninguna duda, además de su fortaleza interior, es

el espacio en el que establece sus líneas de creación: subrayar el valor intrínseco de la tierra, de la naturaleza que rodea el espacio de la casa, de forma exuberante y la abertura del espacio interior que se llena de olores tan definidos, como el olor a café recién hecho –caliente, amargo, fuerte y escaso-, y la conexión con el espacio externo, la naturaleza, su pasillo de orquídeas silvestres. 6. Arco natural a la entrada de la casa.

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7. Alívar Villamagua.

La función del pintor ha sido siempre, conducir la luz a través del color y/o tratarla como la materia que transforma los colores. Villamagua emplea la luz como si fuera un cuerpo sólido, cuando los sombreros vagan en la misma dirección (Foto…), como vaporosos algodones en las nubes, o como si se tratara del agua sobre un espejo (fotoo…), cuando se proyecta sobre una laguna. En este sentido, Villamagua sabe actuar como una gran antena que otea el espacio y ordena la confusión de las ondas electromagnéticas que lo cruzan. La antena estaría ahí para seleccionar y plasmar cuanto está pasando. Captando lo que los demás no ven y transmitiéndolo a una pantalla en forma de tela, que el observador recibe con claridad y precisión. Es capaz de diferenciar lo extraordinario de lo ordinario, reconociéndolo y caracterizándolo. En esta labor, este maestro sabe desnudarse de sus conflictos,

formal y cromática, que contrasta con las montañas y se adecua a los planteamientos y propósitos especulativos del artista. Y este maestro maneja perfectamente estos asuntos. Dado el cabal conocimiento que el artista tiene de la naturaleza con sus ciclos y ritmos, sabe elegir el momento adecuado para plasmarlo. Recordemos que el espacio tiene un tiempo.

de sus ideas particulares, de sus gustos para no producir, sino para crear. La pintura de Villamagua importa por lo que la pintura dice de sí-misma. La pintura, como la literatura, como las personas, debe querer contar algo, con claridad. La mancha amarilla del tríptico no solo es Loja, sino una sensación y una percepción

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Los retratos que homenajean a sus seres queridos (foto…), las mariposas (foto…) o los colibríes (foto…) que visitan su jardín, los olores de las orquídeas, de las bromelias y de tantas y tantas flores, como cuida y cultiva, constituyen el ingrediente emocional y anímico que le permite convertir en extraordinario: lo común, lo ordinario, lo cercano, lo que conoce, lo que admira, lo que respeta, lo que nunca arranca, lo que mima.


8. Villamagua en su taller.

Materiales desparramados por todas partes. Gran variedad de elementos plásticos, pinturas, pinceles, grandes lienzos, tablas, cuerdas, etc. En definitiva, un centro comercial al por mayor, por lo general, el vulgo considera normal en el estudio de un plástico. En el caso del maestro Villamagua, nada más alejado de la realidad. Este artista es ordenado en su vida. Y, en su forma de trabajar, meticuloso. Las espátulas brillan de

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limpias y son resplandecientes. Los tubos de pintura, ordenados. El caballete sobre el piso, que es un gran vidrio que respeta, a un tiempo, la madera y el trabajo. La luz está perfectamente canalizada. Es diáfana, oblicua y autónoma. Armoniza la luz y los colores. Éstos, con todas sus vibraciones cromáticas, son capaces de captar atmósferas, momentos…que comparte con los jóvenes.


9. Villamagua en su taller, compartiendo sensaciones con los jóvenes. 2013.

Podríamos hablar de una especulación del color, que tiene como base, todo un mundo de sensaciones. La fuerza de un determinado tema tiene, en la iluminación y en los ritmos compositivos, dos de sus factores, de sus elementos básicos. Todo parece “congelado” en el instante oportuno, y tenido como si se hallara a la misma distancia. No le interesa, ni la perspectiva del Renacimiento, ni las sombras

barrocas, ni las ilusiones ópticas del siglo XX. Pinta, primero, el cuadro en la mente, donde tamiza las ideas, y después se lo lleva al lienzo, convenientemente preparado. Eso sí, al final, es todo un disfrute verlo como estoquea los signos y símbolos de su particular mancha. Porque los “espatulazos” no son una poética de la imagen, sino del signo. Por sí mismo, el signo es una línea o un color, pues tiene un significado intrínseco, con relación a un espacio. Por lo tanto, no existe la neutralidad, sino que sus manos diagraman los movimientos interiores y espontáneos de una realidad vivida y ésto se impresiona sobre la tela.

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10. Orden entre sus espátulas.


11. Toros con capote. 120 x 100 cms.

Estos toros tienen un quid que emana del capote rojo del interior del artista, que ha quedado impresionado sobre la tela. Es como el rayo de luz que impresiona el papel fotográfico. La tela, pues, no es un plano de proyección sobre el que se hace perceptible

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una manada de toros, sino la pantalla sensible que intercepta y atrapa un impulso que la mano y la espátula accionan, que nunca se podrá repetir, porque es único e irrepetible. Se crea, así, un conflicto que define su pintura, entre el deseo y el destino.


El espacio, en la pintura, es otro concepto que sabe manejar muy bien Alívar Villamagua. ¿Por qué salpica a sus pinturas con algunos elementos –manchas de colores- que, como bombillas, nos cuestionan? Son centros de atención que nos reclaman, y será el espectador quien busque y decodifique los sentidos. Son exudaciones que tienen, además, otras dos formas de subsistir, que son más sutiles y casi tenemos que auscultar con lupa: a) Por una parte, la propia tela marca una urdiembre o pequeña celosía, allí donde la tela habla, porque la pintura se diluye. Este tema es muy interesante porque el recorrido del signo tiene un final que, como estela, deja paso a lo inacabado, que nunca retoca. b) Por otra, hay partes de las pinturas que parecen, desde cierta distancia, como hinchamientos, ebulliciones. Como si un tejido orgánico se hubiera irritado de sensaciones. Lo que nos indica Alívar, en este segundo asunto, es otra cosa muy interesante. Y es que la pintura no es un medio, sino una realidad viva y orgánica que el artista mezcla en la cabeza, y el lienzo la recibe. 12. Danza de colibríes. 150 x 100 cms. 1994. 13. Catleyas y Luna. 180 x 100 cms. 2004.

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14. Vendedora. 120 x 80 cms. 2005.

Finalmente, queremos que se entienda bien la palabra “acción”, en este artista. Esta acción que él lleva a cabo no es un momento de inspiración en un proceso pensado o del conocimiento que le ha dado la experiencia de tantos años, conociendo y aprendiendo

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sobre las espátulas. Es, más bien, la explicitación de algo interior. Es como si el cerebro, ante la multiplicidad de motivos que nos rodean, hubiese enviado al ojo la orden de un total “diafragmado”, y la mano obedeció a esa orden, retratándolo con la máxima


“nitidez”. La síntesis de una pasta densa es dirigida, entonces, por un metal con forma de cuchillo o pequeño triángulo que empieza y termina, por rasgar -sin perforarlas manchas. Hay libertad, determinación y riesgo, hasta…eventualidad. Y todo lo que no es eventualidad, es necesidad. También es necesario definir lo que queremos decir al hablar de las manchas, en Alívar Villamagua. No es que sean materias vivas y autónomas que tienen su propia

forma de ser y correr, o se coagulan por casualidad, ni están encrespadas, ni se expanden más de lo necesario, y solo brillan para quien las reconoce. El margen de casualidad, en este artista, es mínimo. Él mismo es quien escoge cómo, cuándo, por qué. No proyecta el cuadro más que con unas pocas líneas, y lo que intenta prever es cómo se comportan los colores. Por ejemplo, sabe que se tiene que separar, de vez en cuando, y desde la silla giratoria que le han regalado recientemente, mirar y pensar. Separarse

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de sí mismo es clave para poder planificar la receta bien combinada. Se trata de estar fuera y dentro, a la vez. Es un juego necesario de “yo-yós” para su acometida. Sabe, también, que pintar es un ritual, y que la excitación por concluir obliga a controlar los impulsos finales, al igual que el ritmo de una danza termina adueñándose del bailarín y le domina, hasta que siente que llegó al final, su final. 15. Colibríes rojos. 100 x 80 cms. 2013.


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