Escuela de Cronistas. 1a publicación

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Jaime Castro L.

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ES CRITORES Y CRONISTAS DE ÑUBLE 8 de diciembre de 2019 1




4 4 › ESCUELA DE CRONISTAS Y ESCRITORES PARA LA MEMORIA DE ÑUBLE

RELATORES

Ziley Mora Penrose

Birgit Tuerksch

Filósofo, escritor, etnógrafo, educador, y consultor independiente en procesos humanos y sociales. Experto en cosmovisiones indígenas y en cultura mapuche. Asesor educacional y profesor de mapudungun, latín y griego. Es pionero en México, Chile y en Latinoamérica en estrategias para reescribir terapéuticamente la biografía y la identidad personal. Fundó en México la disciplina conocida como Ontoescritura. Es autor de 25 libros, que han dado cuenta de sus investigaciones. Entre sus obras, destacan “Yerpún, el libro sagrado de la tierra del sur” (1992, Edit. Kushe), “Magia y secretos de la mujer mapuche”, (Editorial Uqbar, 4ta. Edición, Stgo, 2014). “Escribir para sanar. Manual de Ontoescritura”(Editorial Amate, 2010, Guadalajara, México). Su trabajo cumbre es el diccionario etnográfico mapuche “Zungún, palabras que brotan de la tierra” (Editorial Uqbar, 2016).

Destacada periodista de nacionalidad alemana. Es magíster en Literatura, lingüista, editora de un periódico bilingüe con más de tres mil artículos escritos, editora de la revista literaria Fértil Provincia, publicación enfocada en el aporte de la cultura alemana a la literatura chilena. Es, además, consultora independiente en desarrollo humano y orientadora de personas. Co-creadora del Emotionales Kursbuch, una metodología de manejo escrito de las emociones y del programa “Coaching para escribir un libro”. Es co-autora del libro “Volver a creer y amar, claves para hacerme digno de un gran amor” (Editorial Uqbar). Birgit es también profesora en el Programa Procade, Unidad de Capacitación y Desarrollo de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ejerce además como terapeuta en biomagnetismo y naturopatía.

¿Qué es la Ontoescritura? Es una guía metodológica para resignificar la experiencia de lo vivido con un foco capaz de revelarle el destino a la persona, ayudándole a narrarse la existencia con un relato digno del Ser que somos. La disciplina -creada en México por el filósofo Ziley Moraconsiste en el arte de identificar la fuerza pura del Ser desde el escribir, separando los relatos emocionales de la personalidad condicionada (narraciones parásitas) de los relatos sencillos, pero llenos de poder y sentido existencial. “Su objetivo es narrarse con lucidez una biografía-saga, más allá de una miope crónica desangelada de sí mismo.” ONTOESCRITURA, Ziley Mora y Birgit Tuerksch

Vivir la libertad creativa y espiritual “Quisimos que el nacimiento de la nueva Región coincida con el nacimiento de una Escuela para crear, para sanar, ser y robustecer la identidad, sea esta personal, cultural o social. Porque no tiene sentido vivir y hacer región y desarrollo, si ello no va a acompañado del reflexionar, del soñar y del examinar que conlleva el oficio de escribir. Y parafraseando a Sócrates: ‘una vida sin examen no merece vivirse’. Nosotros, con Ziley Mora, planteamos que no tiene sentido la autonomía político administrativa si primero no se vive la libertad creativa y espiritual; es decir, si no acompañamos el sentido de ese crecer con escritura.” BIRGIT TUERKSCH, Directora académica Escuela Escribir para Sanar y profesora de la Escuela de Cronistas y Escritores de Ñuble

Escribir cambia nuestro pasado y narrar nos transforma “Como el pasado nunca termina de durar, un suceso del pasado se puede cambiar. Y no solo a través de afectarlo con un tipo subjetivo de memoria, sino escribiéndola, pues la experiencia humana se transforma en el acto de narrarla.” ZILEY MORA , Docente y Guía de la Escuela de Cronistas y Escritores de Ñuble

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Chile Despertó El desarrollo de la Escuela de Cronistas y Escritores para la Memoria de Ñuble se vio interrumpida varias semanas por el estallido social de Octubre. Por tanto, a la vuelta de clases, fue inevitable practicar la crónica social y personal vivida esos días. He aquí algunas de esas indelebles impresiones.

Sobre el clamor de un pueblo abusado No han sido muchas las revueltas sociales de esta envergadura en nuestro país en los últimos años; con una dimensión de convocatoria inconmensurable para cualquiera de los analistas que hubiera podido haber predicho tal levantamiento. Recuerdo que las primeras movilizaciones masivas comenzaron a gestarse allá por el año 2006, con la bullada “marcha de los pingüinos”; y luego en 2011 con las marchas universitarias que perseguían los derechos de igualdad educativa superior. Pero la más grande y maravillosa es ésta, que se está desarrollando frente a nuestros ojos. Es una revelación sobrecogedora el pensar que el proverbio adquiere representación explícita en este tipo de acontecimientos: “la unión hace la fuerza”. Es emocionante ser testigo de declaraciones artísticas como la presentada por la Orquesta Sinfónica de Chile durante los pasados días, interpretando de manera sublime en las calles “El pueblo unido jamás será vencido”, en una entonación coral colectiva que emanaba del más profundo deseo ferviente de las personas reclamando sus legítimos derechos. Como persona y ciudadano de Chile he sentido una mezcolanza de emociones durante el transcurso de estas semanas, que van desde la incertidumbre, enojo, frustración, alegría, hasta la tristeza y perplejidad. Es difícil describir en pocas palabras lo que está pasando en nuestro país, pero solamente con saber que compatriotas han pagado injustamente con su vida o el detrimento de su integridad física, nos da a entender que ya no es tiempo de ambigüedades ni pasividad, sino que es tiempo de tomar acción y elevar nuestras voluntades en contra de los tiranos opresores. Quisiera finalizar con una reflexión del poeta Dante Alighieri en su insigne obra “La Divina Comedia”, la cual es de carácter transversal, ya sea para individuos ricos o pobres, oriundos o forasteros, políticos o apolíticos, creyentes y conocedores de alguna deidad o agnósticos. Es la siguiente: “Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en épocas de crisis moral”.

Pilar Guzmán Espinoza (59 años)

Emilio Andrés Mellado Cáceres (29 años)

El cruel despertar Esa tarde, una más de tantas de mi adolescencia; oí la voz de mi primo Rafael: “…Tía mañana llega aceite al almacén Ideal…” Ya sabía que tendría que ser yo, que muy temprano debía ir hacer la cola, a las 7 A.M. Mi hermana mayor debía quedarse en casa con los hermanos menores; papá y mamá a sus trabajos: mi padre a la Universidad de Chile, jefe de la Imprenta. Y ella, la más hermosa, la más bondadosa, la más fuerte y altiva, ella, mi madre, al Hospital, a la Maternidad. Ahora nos tocaba a nosotros avisar a las otras tías. Al otro día, encontrarnos todos esperando la venta de aceite y cerca del medio día de regreso a casa. ¡Mireya (mi madre), inscríbete en el Partido, así tendrás acceso a los alimentos! Así le decía la tía Tita, militante del Partido Comunista y que tenía una tarjeta especial- . La tía Tita en cierto modo era “privilegiada”, en su casa se hacían las reuniones con Eduardo Contreras Mella, (recuerdo muy bien su nombre). Pasó el tiempo y llegó el Golpe Militar y todo aquello que nubló mi juventud. Sin embargo, los que se quedaron, los que nos quedamos, pasamos muchos problemas y pesares; los otros que arrancaron de la muerte en cierto modo, “clase privilegiada” en el extranjero, nunca volvieron siquiera a saludar a la tía Tita; se olvidaron, olvidaron, como hoy en el Parlamento. Pero el hoy no es nada para aquellos días de sombras tenebrosas, en donde una juventud callada y silenciosa, pero resiliente, no pudo transmitir el mensaje a las generaciones que nacían, de participación activa y consciente, con una gran conciencia social, donde aprendimos a compartir y cooperar en ollas comunes, albergues juveniles, centros de madres, sedes sociales, hogares universitarios, estudiantes cristianos, etc. Allí fuimos COMUNIDAD. Ya vamos envejeciendo y las fuerzas se van extinguiendo con la vida, con enfermedades, muertes. Creo que nuestra generación, las que vivimos esos días, supimos educar conscientes y humanos a nuestros hijos. Hoy en el siglo XXI, jóvenes y ciudadanos adormilados, narcotizados, carreteando, comprando, dueños de muchas tarjetas, que creían eran la salvación. Por “NO ESTAR NI AHÍ” tuvieron un cruel despertar, un país sin un “futuro esplendor”. Ellos, endeudados, marginados, con un alto nivel de consumismo, al DESPERTAR se encontraron SIN ALMA, SIN SUEÑOS. Lamento profundamente su cruel despertar, espero se puedan cambiar las inequidades y las enormes desigualdades sociales y económicas imperantes en el país. Yo ya hice mi pega, y como dicen muchos “tengo mi conciencia tranquila”.

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Sergio Sur (76 años)

Bárbara Yañez Ormeño (18 años)

Espejismo Un día los chilenos nos miramos en un espejo real y escapamos del espejismo en el cual estábamos. Nos miramos tal cual somos, con toda su realidad y fuimos capaces de reconocernos entre nosotros. De redescubrirnos como país, como chileno. Del espejismo de conocernos como otros decían que éramos los jaguares de Latinoamérica. Reconocernos en la necesidad cotidiana y nacional. De aquí saldremos adelante. Y del espejismo que era reflejo de una realidad inexistente, podamos vernos tal cual somos y como estamos. Y del falso espejo y su espejismo no quedará nada.

¿Cuánto cuesta tener dignidad en Chile? Aún el sol no descongela las veredas rotas y ya hay gente caminando a tomar el primer bus del día, ese donde se duerme lo que faltó en la casa, donde el desayuno fue un pan con nada y un té para espantar a la bestia que le ruge en la tripa a los menos afortunados. Ya sea colegio, universidad o trabajo, ya sabes que viene; transformar el cansancio en un intento de optimismo y el dolor en alegría, porque después de todo somos chilenos. Acá no hay pena que no se intente borrar con una risa. Pero es 18 de octubre y la impotencia fue demasiada como para diluirla con un par de carcajadas. Esos 30 pesos le recordaron al pueblo cuánto cuesta vivir en este país que parece sube y baja estancado, donde los de arriba todos los días le suman peso a los de abajo, para que el juego no se pueda equilibrar. Así que entonces ¿cuánto cuesta vivir en Chile? El pan de todos los días cuesta más de 40 horas de trabajo semanal, la ropa de marca escrita en alfabeto asiático cuesta matrimonios y las primeras palabras del niño, la luz, el agua y el gas se lleva la salud mental de la cuenta, y la matricula del futuro de la hija se vende en cuotas de veinte años de ansiedad y desesperación. Pero espera, el costo de vivir aquí también tiene un cargo que se cobran robando el agua, los glaciares y el bosque nativo. Y el IVA, ese te lo descuentan en la miseria de pensión que equivale al precio del medicamento que necesitaras si sufres cáncer, una de las principales causas de muerte. Es 10 de noviembre y como si fuera imposible, los precios se alzaron. ¿Y cuánto cuesta querer dignidad en Chile? La dignidad cuesta más de 197 ojos, más de 5000 detenidos e intoxicación por armas químicas vencidas. Gritar por un futuro cuesta 20 homicidios, más de 50 violentados (as) sexualmente y cientos de torturados (as). Es 11 de noviembre, aún el sol no ilumina los restos de balines y perdigones en las veredas, y ya hay gente pensando encontrarse en la marcha que huele a lacrimógena, barricada y esperanza de que ese día será el que en Chile el precio de sobrevivir no cueste la vida.

La última huelga Estamos cansadas, años de trabajo sin parar, ni un solo día libre, presionadas contra cuerdas resonantes, madera frío e incomprensible, y sin crédito nos quedamos, esfuerzo sin recompensa. ¡A huelga nos vamos!, gritaron al unísono ambas manos, rehusantes a seguir dibujando, mientras la artista miraba sin palabras en su boca, cuando la lengua decidió sin miramientos apoyar tan inusual movimiento.

Bárbara Javiera González Mora (22 años)

Yo cambio mi identidad cuando logro cambiar el relato que me narra. La verdadera identidad es esa idea antigua y bien narrada que enciende el corazón” ONTOESCRITURA, Ziley Mora y Birgit Tuerksch

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Por María Ignacia Véjar “Jazmín de Noviembre” (20 años)

La primavera Chilena El primer mes de primavera en Chillán transcurría del mismo modo que el año anterior. Días más largos, cálidos y soleados. Naturaleza más viva, árboles en flor y brotes de jazmín. Uno que otro ciudadano congestionado, producto de una reacción alérgica al polen que empezaba a dispersarse en el aire reemplazando el smog de las chimeneas ya apagadas del pasado invierno. El almuerzo en mi casa de campo seguía con la misma temática, compartir un plato de cazuela sentados alrededor de la mesa con mis tatas y de fondo el ruido de una vieja radio que debe llevar al menos unos 15 años en la familia. Guardábamos silencio mientras comíamos, hasta que mi voz lo quebraba para expresar el disgusto provocado por las noticias nuevas. Recuerdo que el día en que supe que el TPP11 tenía el consentimiento de casi toda la Cámara de Diputados, se me cayeron lágrimas de impotencia, sintiendo que no solo nos robaban derechos como seres humanos, sino que también se estaban haciendo dueños de la naturaleza. Mi abuelo Carlos siempre me daba la razón en estos debates, me entregaba más información de la que tenía, me enseñaba y empatizaba con mi descontento. Si bien dicen que en la mesa “no se habla de política”, la radio vieja que optan por tener encendida en mi casa no permitía que mi voz se callara en los almuerzos y más que política se hablaba de cómo nos estaban limitando la vida, no estábamos defendiendo partidos políticos, en nuestro debate defendíamos nuestros derechos. No se hablaba de política, se hablaba del futuro de nosotros y nuestro país. En el almuerzo del 15 de octubre la radio vieja nos informó que en una estación de Metro de la capital cientos de estudiantes comenzaron una feroz protesta por la reciente alza de la tarifa del pasaje. Un recorrido que cuesta casi 900 pesos para ir a una universidad donde literalmente (lo viví) hay que elegir entre almorzar o sacar fotocopias. A medida que avanzaban las horas las protestas aumentaron en intensidad y se masificaron, miles de chilenos animándose a alzar la voz, no por el pasaje, no por los treinta pesos, esa fue la gota que rebalsó el vaso y la enérgica decisión de los estudiantes sería el pie que daría inicio a una potente lucha social. El gobierno actuó con represión. Fuerzas Armadas y Carabineros salieron en las calles al momento de declararse un estado de emergencia y posteriormente toque de queda en varias regiones del país. Esa noche temí. Temí por mi pueblo, mi familia, mis amigos, temí por mi país. Redes sociales estallando en noticias, videos monstruosos de carabineros hiriendo gravemente a los manifestantes. Me embriagó la impotencia. Me llené de tristeza al ver cómo ocurría ante mis ojos un hecho bastante similar al comienzo de la dictadura en los años 70, que mis abuelos me relataban en primera persona. Lloré, lloré durante veinte minutos, en el pecho de mi tata Carlos, como una niña preguntándome qué pasaría, no quería ver a nadie morir. La tensión se sentía en el aire, la incertidumbre, la impotencia que sentía al ver al gobierno actuar con tanta falta de empatía, represión, violencia y un profundo desinterés por su país, con respuestas cargadas de burlas. Esto tenía que pasar. El pueblo chileno alzando su voz, cansado del descontento que aumentaba día a día al perder más y más derechos. Cacerolas, carteles, pitos, trompetas, cánticos en masa pidiendo a gritos una solución. Pidiendo a gritos el cambio, la revolución, pidiendo, con el alma, justicia y consideración por el ser humano. La protesta continuó los días posteriores, se sumaban heridos, jóvenes detenidos injustamente y más videos de las fuerzas armadas, mostrando su peor cara luego de que el presidente declarará frente a los medios de comunicación que el país estaba en guerra. El caos se apoderó de Chile. Estuve tensa, mis emociones se dispararon con la misma potencia que los perdigones dirigidos por las fuerzas armadas, esas que juraron proteger al pueblo que hoy apuntaban. Luego de días en que los edificios quedaron destrozados por los manifestantes y los mismos carabineros. Días en que aumentaron los muertos, heridos, los abusados, tanto mujeres como hombres, niños y ancianos. El resto seguía igual: la educación, costosa y de débil calidad, al igual que la salud pública donde enfermos de cáncer mueren esperando una operación. Una salud que no cubre las necesidades de un país enfermo, listas de espera infinitas y falta de insumos, unidades de salud mental deficientes, pese a que Chile es un país con un elevado índice en enfermedades psiquiátricas, depresiones y suicidios. Suicidios de ancianos que trabajaron toda su vida para tener una pensión digna, recibiendo en la actualidad una pequeña cifra correspondiente al monto que queda disponible después de descontar la enorme cantidad de dinero que las administradoras de fondos de pensiones (AFP) se meten al bolsillo. Empresarios ambiciosos, cegados por el capitalismo, cargados de egoísmo y falta de valores humanos. El presidente seguía callado hasta que levantó el estado de emergencia y alzó la nueva promesa para el futuro digno del país. “Una nueva agenda social”, repitiendo sus frases de tiempos mejores, de dignidad para el pueblo, llenándose la boca de supuestas mejorías y aumentos en las pensiones. Aumentos carentes de esa dignidad profesada. Un par de pesos más, nada que valiera tanto como el costo de una vida en Chile. El gobierno se ha lavado las manos con palabras vacías, llevando a cabo la doctrina del shock, aterrorizando a la gente, menos a los que protagonizan la protesta más grande del nuevo milenio en Chile. Los jóvenes, esos que no han tenido miedo, esos que han querido vengar a sus abuelos que vivieron la dictadura, luchando por un futuro y presente digno para esos que llaman “clase baja” y “clase media”. Asistí a una manifestación, hermosa y dolorosa a la vez, escuchar las voces y sentir la vibración de mi ciudad me lleno de esperanza, tantas almas unidas por la justicia proyectarán su petición al cielo y mi país saldrá adelante. No conocía las lacrimógenas, no pensé que sería tan pronto. Corrí con toda mi adrenalina y grité viva Chile. Ya van tres semanas desde que comenzó la revolución de la primavera. Aún no hay asamblea constituyente, aún no hay democracia, el pueblo no ha sido escuchado de verdad y aún no sale de las calles. No saldrá, no saldremos, hasta que los asesinos sean juzgados, los ladrones derrocados y la Constitución chilena sea construida nuevamente, velando por el derecho de vivir en paz.

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Elsa Marina Dinamarca Figueroa (66 años)

Ojalá que todo sirva de lección Percibí ansiedad, hastío y muchas ganas de gritarle al mundo que la paciencia llegó a su límite; que ya es hora de cumplir las promesas, que las necesidades son urgentes y no pueden esperar. También tengo la impresión que muchos de los que salieron a la calle solo los motivaba la curiosidad, el hacer algo distinto, el promover desorden. Quizás muchos jóvenes quisieron hacerse notar como “héroes“, cometiendo fechorías, como los destrozos reiterados en el centro de Chillán. Pena por los desmanes, destrozos y aprovechamiento de los inmorales. Siento que todo lo que ha pasado es culpa de nosotros mismos por tolerar lo intolerable. Hemos sido en cierto modo cómplices de la desidia y falta de voluntad de nuestros representantes elegidos. Angustia por estar convencida de que nuestros gobernantes no son lo que deberían ser. Solamente buscan sus propios beneficios y lo peor es que esta situación se arrastra ya por décadas. En cada elección hemos tenido la ilusión de un cambio favorable que nunca llega, a pesar de las promesas del candidato de turno. Es injusto que se le atribuyan al gobernante actual todas las frustraciones y responsabilidades de todos sus antecesores. Pese a todo, he visto con emoción cómo un país entero se ha unido para levantar su voz, sin distinciones de derechas o izquierdas. Aunque la situación es triste y dolorosa, considero que ha sido necesaria. Crecí en un hogar sin tendencias políticas manifiestas, lo que me ha permitido observar con objetividad lo que acontece en una sociedad como la nuestra. Lamentablemente, lo malo pesa mucho más que lo bueno, porque lo malo duele en el alma y en la piel. Llevamos años en la más cruel indefensión, desigualdad, inequidad, impunidad, desamparo e inseguridad. En hechos puntuales como robos, asaltos, violaciones, narcotráfico y todo tipo de crímenes, a nosotros los ciudadanos comunes y corrientes, no se nos hace justicia. Es muy notorio que personajes faranduleros, futbolistas, políticos y sus parientes, empresarios y financistas, uniformados, autoridades religiosas, gozan de privilegios e impunidad cuando cometen delitos. Aún más, la Constitución Política de nuestro país dice que “Todos los ciudadanos son iguales ante la ley”. Sin embargo, es trasgredida en forma vergonzosa, a vista y paciencia de todos los chilenos. Volviendo a lo acontecido, pienso que las medidas tomadas no apuntaron a la seguridad ciudadana, los vándalos ganaron terreno destruyendo lo que nos ha costado a todos. Aunque la medida pudiera ser desafiante y un mal recuerdo para muchos, los militares debieron hacerse presentes desde que comenzaron los desmanes, sin embargo, en las discusiones sobre si era necesario o no, se perdió demasiado tiempo y esa vacilación dio una mala señal acerca de la determinación del Gobierno. No obstante lo anterior, su presencia fue recibida con gratitud por parte de un importante sector de la comunidad. Me gustaría que los políticos de mi país fueran personas idóneas, con auténtica vocación de servicio, sin oportunismo ni intereses personales. Pienso que en los medios de difusión no se les debiera dar cabida a los mensajes de odio, porque incitan a más destrucción y violencia. Deseo de todo corazón que nuestras autoridades de cualquier poder del Estado, tengan la voluntad de devolvernos la paz y la tranquilidad que tanto necesitamos. Con respecto a los muertos y heridos, no seamos indiferentes; no perdamos la sensibilidad. El estar pendiente del dolor ajeno nos conecta y nos hace más humanos. El trauma que generaron el sufrimiento, la destrucción y la inestabilidad sobre la integridad ciudadana en 1973 fue horroroso. La angustia de vivir en una sociedad carente de respeto fue caótica y muy frustrante. Dios quiera que no volvamos atrás. En mi pueblo nunca hubo alcalde y el cuadro de honor de nuestras autoridades estaba compuesto por el jefe de retén, el cura párroco, el director de la escuela, el oficial civil, el jefe de correos y telégrafos y el encargado de la posta de primeros auxilios. Todos ellos eran muy respetados. Allí existía miseria y pobreza relativizadas por algunos, pero que debido a su cotidianeidad muchos veían como algo natural y normal. Nunca hubo disturbios; los afectados nunca se quejaron ni tampoco hubo alguien que hablara por ellos. Recordando ese sufrimiento, felicito a quienes hoy levantan su voz y tienen la capacidad de convocar más personas detrás de un solo fin: JUSTICIA SOCIAL. Ojalá que todo esto sirva de lección para que cada uno de nosotros se interiorice de los problemas de la sociedad, que cuidemos nuestro patrimonio y nuestro entorno, que dejemos de lado nuestro individualismo y materialismo y que los padres no abandonen su rol de formadores y educadores, teniendo siempre presente que la mejor enseñanza es el ejemplo. Cuidemos nuestro país y el futuro de nuestros descendientes.

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Fernán Troncoso Jofré

Re-Fundar un Nuevo y Mejor Chile Para Todos La posibilidad de interactuar con otros, de disentir, de discutir (en la mejor y más positiva del significado del vocablo); de animarse los unos con los otros... ¡Qué cuesta hablar... Y más escuchar a otros...! Ese otro distinto, con otro pensamiento, con otras ideas, con otros dogmas. Pareciera que el Ser Humano no reconociera al próximo, al del lado, al prójimo como cercano, como parecido a él. Vivimos tiempos de desconexión, sin embargo somos la Generación de la Conectividad. Tiempos de cambios luego del 18/O (viernes 18 octubre de 2019), que es para Chile como la caída del Muro de Berlín, que el 9 de noviembre de 2019 cumplió 30 años. En una estación del Metro de Santiago, el Neil Armstrong chileno daba el primer salto en un torniquete. Irónico, que en nuestro país estemos llenos de torniquetes, peajes, cercos, compuertas físicas, económicas y mentales. Para esa persona, ese salto fue un solo paso, pero para el resto de los chilenos fue una gran e interminable caminata, marcha, revolución. Y así, lograr un poco de justicia, un poco de equidad; que se debe transformar como una conquista, un despertar a la libertad. Después del estallido social los sentimientos y emociones más recurrentes de los chilenos son rabia, indignación, inseguridad y tristeza. Las demandas de la población descontenta con la salud cara e inoportuna; con los medicamentos sobrevaluados y coludidos; con las bajas pensiones y fuertes ganancias de los que nos iban a asegurar nuestra vejez; con los combustibles llenos de impuestos y las carreteras y caminos con sus cada vez más caros peajes. Y persiste el temor que esto vaya a escalar. Abiertamente, se está apostando por la desestabilización y caída del Gobierno. ¿Qué debemos hacer ahora? ¿Un nuevo trato, después del triunfo de la verdad evidente pero invisibilizada? Sí, una nueva forma de tratarnos entre los ciudadanos, con más respeto, confianza y esperanza; Para re-fundar un nuevo y mejor Chile para todos.

Cuando yo me muera, qué mundo se va a morir conmigo? Si respondo bien a esa pregunta, justamente ese mundo no se va a ir a la tumba; es precisamente el mundo que salvas. Lo redimimos escribiéndolo” ONTOESCRITURA, Ziley Mora y Birgit Tuerksch

El problema político-social en Chile Como ciudadana de 91 años viviendo en mi querido Chile, me siento con el deber de comentar el grave problema político y social que hemos vivido en estas últimas semanas y que nos tienen angustiados y expectantes. Junto a mis compatriotas he vivido este “Despertar histórico” en que Chile ha salido de un gran letargo de más de 30 años, en que se han desconocido, acallado, desoído los derechos sociales en diferentes gobiernos, en que el abuso de poder de estamentos institucionales, corrupción, aprovechamientos ilícitos, clasismo, etc. han sumido al país en un caos total. Se está entregando a los medios nacionales e internacionales una realidad que estaba oculta, una crisis que afecta al pueblo en su presente y futuro. Todos estos grandes problemas en que un gobierno indolente no ha sido capaz de solucionar. Están luchando nuestros jóvenes en las calles, marchando y alzando la voz. Finalmente, confío en que es ahora y no mañana en que uniendo los esfuerzos de chilenos y chilenas, merezcamos el respeto y dignidad, principalmente que a los viejos se nos dé el valor e importancia que merecemos para irnos de este mundo con la esperanza de que nuestros nietos y bisnietos tengan un futuro mejor para hacer de Chile una gran nación. Espero con fe que reine la paz.

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Fresia Aguilera Mora (91 años)


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Olores de la Infancia El sentido del olfato es el más arcaico de los sentidos, el primero que se organizó en nuestro evolutivo cerebro. Por tanto, la memoria de ciertos olores nos retrotrae a experiencias antiguas y fundamentales. Un aroma cualquiera inesperadamente dispara en cadena una ristra de recuerdos íntimos, firmes e intensamente emotivos. Escribir acompañados desde la evocación olfativa entregó estas piezas escriturales.

Julieth Galdames (43 años)

Nariz, nariz Amo mi nariz Mi nariz es muy especial Me conecta con mi instinto Y mi intuición Me dice a quién amar Y a quién no Me salva la vida Me alerta ante los peligros Y con quién estoy a gusto Me hace consciente del placer Y del disgusto Sin mi olfato no soy nadie Es mi sentido más importante No soportaría perderlo Me desconectaría del mundo ¿Cómo reconocería a las personas? ¿A los lugares? ¿A las situaciones? ¿Cómo podría percibir la esencia…? En los días fríos la pobre sufre Sufre de frío y de hielo No calienta el aire que respiro Y así, de frío muero Mi nariz de catadora Entrenada en catar vinos Me permite disfrutar De los mejores tintos!

Bálsamo de infancia Siento el aire correr, refrescando los aromas de este bosque, puros colores que sobresalen entre los azules y esmeraldas, batallando entre las ramas, un lugar que juega en sueños y realidad ¿Cómo saber cuándo lo recuerdo y cuándo lo sueño? Pues el aroma a lluvia mueve mis sentidos a estanques quietos, dejando sin fragmentación la paz de la mente. Una pluma baila con el son de las gotas, esquivando con gracia burlona cada cristal, llegando al borde final de los aposentos, trasladando con ella el dulce aroma de diluvio sobre la madre tierra.

Bárbara Yañez Ormeño (18 años)

Bárbara Javiera González Mora (22 años)

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Café y Canela Es curioso cómo la primera vez que nuestros hilos se cruzaron, una tarde gris como tu suéter favorito, no lo percibí. Quizá aún no era un hábito arraigado en ti. Quizá solo me preocupe de caminar más rápido sino perdería el bus. Luego era lo único que tenía presente. Cuando me regalaste el primero –barato, malo- como lo que ofrece un pobre kiosko. Y cuando nos bebimos el segundo, más hablado, más puro. Pero solo fui capaz de distinguirlo cuando la lluvia nos besó por completo y tú me empujabas para que pisara los charcos con mis zapatillas de mala calidad. Esa tarde me colocaste calcetas secas y me preparaste un café. Juro que me enamoré de tus pequeños rituales a través de la cocina. Y más tarde me enamoraría de tu aroma a cafeína, cuando hicimos crujir las piedras de una estación de trenes que se mantiene en pie por mera terquedad. Aquellos días de luz rosada y frío invernal los llevo marcados en el alma. Y tu aroma, aunque ya no está, sigue presente. Amargo, dulce, cada vez que me desvelo. Café con un poco de amor.


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María Rosario Rubilar Rubilar (72 años)

Sentido de pertinencia, de Ser Me críe en el pueblo de “El Carmen”, en el campo de mis bisabuelos, el que les pertenecía desde 1873. Tantas historias, tantas añoranzas. El recuerdo de mi abuelo y el olor del trébol siempre fueron para mí una sola cosa. Siempre disfruté del aroma a pasto, sobre todo el del trébol. Mi recuerdo tan grabado es ver a mi abuelo tendido sobre la inmensa alfombra verde, los quillayes y los sauces dándole sombra, las loicas, gorriones y chincoles que pasaban traviesos volando sobre él. Después de tanto tiempo sin ver su campo, ya enfermo él y consciente del final y del adiós, yo sentí en mi corazón su dolor, y su alegría; por ese trébol, esa tierra, esos pajaritos. Nada decía y nadie se daba cuenta, pero en sus miradas al cielo y al pasto, vi cómo se amarraban alegría y pena en mezcla profunda e hiriente de lo que fue vida, de la impotencia ante las dificultades, de los errores que no pueden olerse a tiempo por falta de sabiduría. Desde su verde alma, el trébol fresco y triste daba cobijo y descanso al abuelo. Él sólo quería quedarse ahí, en ese agrado, aspirando oler de vida y de adiós que le prodigaba el trébol amado. Comprendí hoy el porqué de mi emoción al olor de trébol y de todos los pastos. Es el sentido de pertenencia, de propiedad, de ser, de alegría y pérdida. Pero es así la vida, así son sus armas, fijados a la mente, quizás sin darnos cuenta, quizás sabiendo y trayéndolo al presente.

Sergio Sur (Pseudónimo, 77 años)

Olores de mi Infancia

Entonces me inventaron un robot que oliera los manzanos madurando, este fue exacto en la descripción y composición de ese aroma, pero yo no estaba en él…

La flor del pasado Recuerdo que un día paseando en una cálida tarde de primavera paso por el lado de un magnolio. Me detengo y observo absorto lo níveo de sus flores y el dulzor de su esencia, que impregna el aire con un suave bálsamo; una ambrosía para los sentidos. Inmediatamente vuelvo a mi infancia, a esos alegres años de inocencia, donde todo era más sencillo, más práctico y carente de todos los problemas que conllevan la ajetreada vida de adulto; y vislumbro la faz de mi tía del furgón, que amablemente me recibía al abordar el vehículo con un afable saludo; y al pasar por su lado siento su tenue aroma. Una fragancia permanente con el paso de los años; sin embargo, su rostro se marchita y pierde juventud, pero su aura sigue intacta, su sonrisa permanece impasible y mis amigos del furgón crecen conmigo entre conversaciones triviales, risas y travesuras propias de la niñez. Vuelvo en mí, y me veo de pie a un lado del majestuoso magnolio, preguntándome lacónicamente qué será de ella, qué será de mis amigos, qué será de ese pequeño furgón amarillo que tantas alegrías nos trajo en nuestros años escolares. Y todo ello evocado simplemente por el apoteósico encanto de una flor; el hechizante magnolio y su entrañable recuerdo. 11

Emilio Andrés Mellado Cáceres (29 años)


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Cucharita de palo

Digna Pérez Zapata (70 años)

Como te voy a olvidar cuando mamá terminaba de hacer el manjar, yo te lamía y relamía. No quería que se terminara ese momento. Todo comenzó cuando sentí ese perfume de manjar hecho en casa. Ese olor me impregnaba mi ser y mis tripas tenían una orquesta de ruidos, esperando que llegara el momento de la finalización. Mamá colocaba en la tapa de la olla un poco para que cada uno de mis hermanos metiera sus dedos y saborearan esa exquisitez. Por supuesto, yo tocaba la cuchara, después cuando me casé seguí haciendo esa delicia de azúcar y leche de vaca. Los hijos felices y todos querían un frasco para cada uno, para comer cuando quisieran. Hoy soy abuela y no lo puedo hacer porque hay una maldita enfermedad que se genera con lo dulce y mi olfato se ha puesto inodoro, privándome de ese rico aroma.

Elsa Marina Dinamarca Figueroa (66 años)

Mi perfumada infancia Nací en un lugar llamado Rafael, un pueblito colonial situado a 20 kilómetros de Tomé, habitada por gente sencilla dedicada principalmente a la agricultura. Sus calles de tierra alumbradas con faroles a carburo eran recorridas cada atardecer por un padre y su hijo provistos de una escalera y dos baldes, uno con agua y otro con piedras de carburo que combinados daban vida con su olor y su luz a las últimas horas de cada día. Aprendí a amar ese olor tan particular que con su luz calmaba mis miedos y temores, sobre todo en las noches de invierno. Cada tarde al volver de la escuela, a la entrada de la casa, nos recibía la inigualable fragancia de claveles y clavelinas que mi madre cultivaba en el antejardín. Una vez dentro, cambiaba mi percepción, porque de la cocina salían los deliciosos olores a pan casero y a leche con cocoa. Nuestra vecina, Honoria, una santa señora respetada y querida por la gente del pueblo y sus alrededores, santiguaba guagüitas aquejadas de mal de ojo y empachos; por eso su casa siempre se veía muy concurrida. Mi hermana y yo disfrutábamos de esa actividad y nos encaramábamos en lo que fuera para no perder ni un solo detalle de lo que allí sucedía. En un brasero encendido, doña Honoria dejaba caer azúcar y hierbas aromáticas. Tomaba la criatura y la paseaba exponiéndola al humo, hacia la señal de la cruz varias veces en aquel cuerpecito, susurrando las oraciones pertinentes. Finalizando el ritual, se marchaban todos contentos y agradecidos, quedando en el aire ese olor mágico a caramelo, romero, orégano, tomillo, albahaca y otros. Siempre relacioné aquello con algo celestial y divino. Imaginaba que el ángel de la guarda guiaba a las madres de esas guagüitas hasta la casa de mi santa vecina. En el sitio de la casa había más flores, árboles frutales y un gran huerto con verduras y hortalizas de la estación, que aportaban también con sus fragancias al medio ambiente. Dentro de este sitio se criaban conejos, pollos, patos y hasta dos chanchitos. El cuidado de todo esto significaba una mezcla de satisfacción y sacrificio: nos turnábamos para regar las plantas y alimentar a los regalones. La tierra mojada y los frutos maduros impregnaban con su aroma una parte del entorno. Otra parte olía menos atractiva porque había que limpiar jaulas y repartir el alimento en los corralitos. Sin embargo debo confesar que el olor del preparado de afrecho con agua y otros agregados de la comida de los chanchos me parecía muy apetitoso. Por sobre todas las sensaciones descritas se encuentran aquellas que están íntimamente ligadas a mi madre, como el riquísimo olor de agüita de menta con manzanilla para los dolores del estómago. El Mentholatum que servía para casi todo, la Colonia Inglesa después del baño, el olor a limpio cuando recogíamos la ropa seca recién lavada. En fin, en todo lo que soy ahora con respecto a los olores y aromas, está el dulce recuerdo de mi madre con su cálida ternura y la fragancia de sus caricias, besos y abrazos que no olvidaré jamás. Escribir este pequeño resumen de mi “perfumada infancia” ha revivido en mi emociones y hechos que creía olvidados. Siento nostalgia de aquellos años y en lo más profundo de mi alma hubiese deseado prolongar mi niñez. 12


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¿Qué persona se cuenta una historia desde la perspectiva de desentrañar el misterio que ella es? ¡Esa es la persona y la historia que nos conviene! ONTOESCRITURA, Ziley Mora y Birgit Tuerksch

María Graciela Muñoz (78 años)

Volver a mi casa, mi barrio, mi gente Cierro los ojos, e intento que una avalancha de recuerdos de los olores de mi infancia, me golpeen, pero, nada; no me viene nada! Tengo que concentrarme, y volver a mi casa, mi barrio, mi gente de hace tantos años! Era una casa enorme, de adobe, poco compacta, con grandes habitaciones, cuatro de ellas, de 25 metros cuadrados, diez en total. Todas con techos altos y una cosa chiquita que podría llamarse baño, pero que tenía solo la taza con un estanque alto que se vaciaba tirando una cadena (eso era muy divertido). Esa casa, en la calle Arauco de Chillán, entre Cocharcas y Purén, sobrevivió al terremoto del 1939 y era de mi abuelo Wenceslao, de mi abuela Ana Luisa y su única hija, mi mamá, Graciela. Ahí vivía la familia, papá Alfredo, mamá, hermano mayor Iván, yo, la del medio (¡pobrecita yo!) y Cecilia, la menor. La casa era ya muy antigua, construida desde el borde de la acera, sin antejardín, tenía la puerta principal de madera sólida y luego una mampara con vidrios biselados. El pasillo de la entrada separaba las dos primeras habitaciones enormes, y llegaba a encontrarse hacia la izquierda con una galería abierta que daba a un patio central con un enorme naranjo. Tres habitaciones un poco más pequeñas daban a esta galería. Por el lado derecho, tres habitaciones de distintos tamaños y los baños daban a este patio central. Al final de esta galería se encontraban, en la misma posición que las de la entrada, las otras dos habitaciones enormes, separadas por un pasillo que llevaba a la cocina, las piezas de servicio, la leñera, los cachureos, el fogón donde se lavaba y hervía la ropa de cama, los manteles y demases. Luego, el patio con árboles frutales, y, por un tiempo, un gallinero. ¿Por qué hago está descripción física de mi casa? Porque era tan grande y podría decir que bastante inhóspita según mi visión de niña, que al llegar, uno esperaba ser inundada de calorcito y el olor de la comida, pero no, tenías que acercarte a la zona del comedor de diario y la cocina. Lo que más recuerdo en esa casa era el olor del carbón del brasero, que mi nana disminuía con un puñado de azúcar y yerbas aromáticas a la hora del almuerzo o en la tarde. Era imposible calefaccionar de otra manera esa mole dispersa. También el olor de la leña en la cocina y obvio, el de la comida. No tengo muchos recuerdos de olores que me lleven a la infancia. Sí imágenes. No me gustaba mi casa, la encontraba fea. Sin embargo, después de adulta valoré su arquitectura, testigo de su tiempo y de una cultura campesina que prevaleció en la ciudad, y que mi casa representó después que el atroz terremoto de 1939 hizo desaparecer prácticamente la ciudad. Yo, era muy niña y admiraba la belleza de las casas modernas, compactas, más pequeñas de mis compañeras de colegio. Hoy, cuando sueño, veo esta casa, la recuerdo en todos sus rincones, y cuando encuentro casas antiquísimas en algún lugar, muero de ganas de golpear la puerta y pedir que me dejen entrar a conocerlas. De la Avenida Collín, hacia el sur era campo, quintas con cultivos de hortalizas y flores y en mi adolescencia iba románticamente a comprar flores. El aroma de los claveles y los gladiolos aún permanecen en mi memoria. Esos eran mis pagos, en los primeros 20 años de vida. En Collín esquina Pedro Aguirre Cerda funcionaba la curtiembre Choribit. Pasar por allí, o cuando corría viento sur, todo el barrio se impregnaba de un olor horrible, producto del proceso de curtiembre de animales para la industria del calzado, ropa y diversos artículos afines. A pesar del desagrado de recordar ese olor, lamento lo que ha pasado con la industria nacional del calzado, que poco a poco ha ido desapareciendo producto de la apertura al mercado internacional, especialmente el chino. Desde los 80 hasta hace poco tiempo, se han cerrado las fábricas más importantes de calzado, entre ellas Gacel, Guante, y la última, Albano, en la zona de Concepción. Hay muchos olores que me llevan a la infancia, pero son pocos los que en la actualidad me provocan reminiscencias infantiles porque desaparecieron de mi vida, salvo el olor del mar que sigue vigente, como el olor fuerte de las algas pudriéndose en la arena, Hoy las retiran, pero en mi infancia quedaban eternamente allí, formando un piso blando y resbaladizo que nos gustaba pisar, a pesar del mal olor. 13


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Relatos de niños de escuelas rurales El proyecto de Escuela de Cronistas y Escritores para la Memoria de Ñuble no podía marginar a quienes viven y crecen en la periferia. Precisamente, la periferia rural de Ñuble siempre ha alimentado al centro, a las ciudades, con las raíces de nuestra cultura. Y desde esos márgenes tradicionales, de cultura criolla y mestiza, nuestro espíritu se sigue alimentando. Acaso las mismas experiencias humanas se repiten y se reviven en cada generación de autores. Nosotros quisimos darle voz a esos niños escritores. He aquí un manojo de letras nacientes, tiernas y vibrantes como las flores del campo.

El pelo de mamá

El amor de un hijo es para siempre

Matias Vasquez Romero tiene 9 años. Cursa 4to Año básico en la Escuela municipal “El Porvenir de Cato”, comuna de Coihueco. Vive en Chillán con su mamá, papá y una hermana menor y viaja todos los días a su escuela rural.

Esta historia ocurre en el año 2010, desde la guatita de mi mamá llamada Marisol Romero. Es la historia más emocionante y romántica que me acaba de contar. Dice que desde el momento que supo que sería mamá por primera vez, todo en ella cambió. Esperaba con ansias la llegada de su primer hijo; miraba revistas e Internet para informarse en qué etapa y crecimiento iba su embarazo, pensaba en nombres, en cómo sería, imaginando todo lo que haría con él. Hasta que llegó el día más esperado. Una tarde se fue al hospital muy nerviosa y -dice mi mamá- nunca imaginó que se enamoraría de alguien que no conocía. Me contaba que cuando la guagua lloró al nacer y vio su carita, su corazón latió a mil por hora. Sintió que nunca había sentido amor así, tan pero tan grande por alguien. Al salir del hospital dándole el alta para regresar a casa, su bebé comenzó a convulsionar. Algo sucedía con él, no reaccionaba; los doctores corrían de un lado a otro tratando de buscar soluciones. Los médicos indicaron que el recién nacido debía quedar hospitalizado, ya que no sabían qué tenía y debían averiguarlo. Al tercer día mi mamá fue a visitar a su hijo. Con ansias entró a la sala y lo vio peor que cuando lo dejó. Entonces en esos momentos sus lágrimas comenzaron a correr por su cara: estaba sola, desesperada, pedía ayuda. No sabía qué hacer. Los doctores la sacaron del lugar y le dieron la noticia que jamás dice olvidó: ¡Su hijo había muerto! El monitor marcaba una línea y un sonido indicaba que su corazón había dejado de latir. La vida se le vino abajo. Estando afuera de la sala, le rogaba a Dios con ansias y fe que no fuera verdad, que su hijo estuviera bien. Una mujer extraña toma sus manos. Entre la desesperación y el llanto que tenía, recuerda que le dijo: “ten mucha fe, que tu hijo no morirá, porque una máquina no lo indica todo; acuérdese de mis palabras”, dijo la señora, agregando “verá cómo su hijo crecerá sano, será un niño hermoso, su príncipe, el amor de su vida, cantará junto a usted, será un buen alumno, confíe”. Y así fue, hoy ese niño no está muerto, está parado aquí frente a ustedes, leyendo y contando su historia. De todo esto aprendí a valorar mucho más a mi mamá y la oportunidad que Dios le dio a ella y a mí.

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Guiliana Abigail Tapia Daza Séptimo Año básico, Escuela Municipal “Héroes de Iquique”, Sector Bustamante, Comuna de Coihueco Pseudónimo: Alegría Tapia Daza

Hace muchos años, en un sector rural llamado Bureo Bajo, nace y crece una niña pequeña de pelo negro y ojos muy negros, cuyo nombre es Maggy, la misma que ahora es mi madre. Ella vivía en una casa muy bonita, que compartía con sus padres y sus tres hermanas: Carla, María José y Francisca. Maggy era la mayor, por lo que cuidaba de sus hermanas y ayudaba en lo que podía a su mamá. Ella y sus hermanas tenían el pelo largo y muy brillante. Por eso, el pelo de Maggy era especial: negro, muy liso, grueso y muy brillante; es decir, muy hermoso y sano. Su abuela decía que lo había heredado de su mamá, la bisabuela, ya que justo el día en que la bisabuela agonizaba nació Maggy. Poco antes de morir, su mamá la llevó a la cama de la bisabuela para que ella conociera. Mientras la viejecita le daba la bendición al bebé, pidió unas tijeras. La mamá y la abuela de Maggy se miraron con cara de espanto, sin saber qué querría hacerle a la pequeña guagüita. A pesar de ello, igual le pasaron las tijeras. Entonces, la viejita comenzó a murmurar unos rezos mientras continuaba con la bebé en sus brazos. De repente, de un tijeretazo, ella misma se cortó su larga trenza, de un color negro brillante y grueso, que ni todos esos largos años habían podido teñir de blanco. Luego, al bebé le cortó un pequeño mechón de su pelito, el que en ese entonces era un delicado cabello de color miel. Con sus pocas fuerzas que le quedaban, juntó ambos cabellos y pidió a su hija enterrarlos juntos, al pie de un quillay, porque según ella así la pequeña bebé heredaría su hermosa cabellera. Después de aquel ritual quedó muy agotada y durante la noche, falleció. Con el paso de los años los finos cabellos color miel de Maggy comenzaron a crecer, a engrosar y tornarse de un color negro muy brillante, tal como lo había predicho su bisabuela. Es decir, con un color y brillo que ninguna tintura ha logrado opacar. Y después, aunque Maggy se lo corte o se quiera cambiar el color, su cabello vuelve a su tono y textura natural, como lo predijo la viejecita. Tanto Maggy como su descendencia -la menor de una de sus hijas- heredarán por siempre la hermosa cabellera y algunas otras cualidades de la bisabuela.


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La historia inexplicable de mi papá

Emili Ivette Cádiz Bahamondez, Escuela Municipal “Héroes de Iquique”, Sector Bustamante, Comuna de Coihueco. Seudónimo: Ivette Cádiz

Esta es una historia real contada por mi papá, ocurrida en el sector Bureo Bajo, Coihueco, el 8 de diciembre del año 2005, cuando él tenía 19 años de edad. Un día 8 de diciembre del 2005 un amigo llamó a mi papá para ir a un velorio. Mi papá aceptó con la condición que ambos se vinieran temprano a casa, ya que el día siguiente tenían que levantarse de madrugada para ir a trabajar. El amigo tenía una moto y se embarcaron en ella. Llegaron al velorio. Su amigo, estuvo solo un rato y se fue con su polola que lo esperaba. En verdad, la ida al velorio había sido sólo una excusa para juntarse con ella. Entonces mi papá siguió en el velorio. Pasaron las horas y su amigo no llegaba. Cuando ya eran las 2.40 de la mañana, decidió llamarlo al celular. Pero su amigo no contestó y apagó su teléfono. Entonces como valiente que es mi papá, decidió irse solo de vuelta a casa. La caminata era de apenas unos 3 kilómetros, con bosque por ambos lados y potreros. Caminó unos 400 metros más o menos, llegando donde el bosque era más alto, denso y muy oscuro. Y lo era al punto que ni siquiera se veían sus manos. Entonces, de golpe, comenzó a sentir un miedo que incluso hacía que los pelos de su cabeza se le erizaran, levantándole hasta el gorro que llevaba puesto. “Por qué voy a tener miedo si tantas veces he pasado por aquí”, se dijo y siguió caminando. De repente oyó unos ruidos extraños: eran como risas de niños jugando, las que venían de la orilla del camino donde había mucha zarza. Se detuvo unos segundos para escuchar y siguió caminando, aún más ligero. Sentía que el corazón se le iba a salir. Ahora ya no eran la risas de niños; sino que se trataba de una risa maligna que le hacía temblar completamente. Caminando, sacó el teléfono para intentar llamar a alguien, pero el miedo era tan fuerte que no pudo. Ni siquiera apretar una tecla pudo. Y pensó nuevamente, “si sigo caminando, lo que quiera que sea esto, de seguro me va agarrar”. Pero ya que no quedaba mucho, y caminó más ligero aún para llegar a mi casa. Entonces se devolvió, posiblemente por estimar que le quedaba más corto llegar al velorio. En eso que se devolvía, sintió algo que lo tomó de los codos y lo levantó. Él sentía que flotaba y lo único que se le vino a la mente y atinó a decir fue !Dios mío, ayúdame! Luego, sintió un sonido como de un pito que le llegó a los oídos y no recordó más. Solo vuelve en sí hasta que estaba casi por llegar del lugar del velorio. Entonces, lo primero que hizo fue revisarse, ya que tuvo la sensación que se había “hecho de todo” en los pantalones. Pronto con alivio comprobó que no tenía nada; solo era a causa de una horrible sensación de miedo. Entró nuevamente al velorio y se fue a la orilla del fuego donde había muchos conocidos. Uno de ellos le preguntó “Y tú, no te habías ido? ¿Por qué volviste?” Él no pudo responder. Sentía su cuerpo helado y ni siquiera pudo mover la boca para responder. En eso, uno de ellos le ofreció un vaso de bebida y él estiro la mano y lo recibió tomándoselo casi al seco. Ya que se relajó un poco les dijo a los que estaban allí: “Me devolví porque en la pasada del bosque oscuro me salió algo que no vi, pero pienso que fue el Diablo”. Los hombres que allí se encontraban se pusieron pálidos de miedo y le respondieron “Pero qué hiciste tanto rato, si ya son las 6 de la mañana”. El muchacho no supo que responder, ya que en verdad para llegar donde estaban sus conocidos solo debía haber empleado unos 20 minutos de camino. Hasta el día de hoy todavía se pregunta qué le sucedió. Y hasta el día de hoy, muchas personas cuentan sucesos que le han ocurrido en el mismo lugar que le ocurrió a mi papá.

Relatos de mi abuela Transcurría el año 1985 y mi abuela recién casada con mi abuelo, celebraron su matrimonio con una gran fiesta en el campo, que en aquellos años se hacía con cantoras y mucho baile; incluso estuvieron así durante varios días. Mi abuela me contó que los regalos que recibió fueron diversos: cerdos, vaquillas, gallinas, patos entre otros. Luego de contarme estos detalles, me comentó que tuvieron que irse a su humilde casita en las parcelas 38 Collico, donde tenían un pedacito de tierra. La casa era de tablas brutas, con sacos en sus ventanas, lugar por el cual el viento entraba día y noche, también lo hacía por los agujeros que tenía; en ese tiempo tampoco contaban con luz eléctrica, y su método de iluminación era las chonchonas. Mi abuela relata que para fabricarlas debía utilizar un pedazo de pantalón de mezclilla viejo, trenzarlo y humedecerlo en petróleo. Luego, con un tarro de café vacío le hacía un agujero en la parte superior, donde ponía el género de pantalón y finalmente lo prendía; dice ella que alumbraba mucho más que una vela. Mi abuela cuenta que para cocinar lo hacía en el piso de tierra mojado, que ella misma rociaba con un balde viejo, sacando agua del canal. Ponía su única olla tiznada en su parrilla de fierros oxidada, donde los caldos de papas y cebolla eran riquísimos y con eso se alimentaban la mayor cantidad del tiempo. También dice que se asustaba mucho cuando veía unas arañas coloradas grandes que emergían de la tierra del mismo color. Ella las tomaba y las lanzaba al fuego, de puro miedo que sentía. En ese momento la interrumpe mi abuelo y me comenta que no eran arañas sino camarones y que se podían comer. Esto es solo un poco de lo que mi abuela me comentó esa tarde en su casa, una de tantas historias que vivió junto a mi tata en esos difíciles años de pobreza.

Julio Yankel Rojas Valenzuela Nacido el 25 de febrero del 2006. Vive en el sector El Porvenir de Cato y estudia en la escuela del mismo nombre, en Tres Esquinas, Comuna de Coihueco.

Los recuerdos poderosos no vienen anunciados con trompetas: solo en retrospectiva se les descubre. Amén que los hechos importantes son muy pudorosos. Pero el parto de la escritura les da eterna existencia” ONTOESCRITURA, Ziley Mora y Birgit Tuerksch 15



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