Escuela de la Memoria. Escritores y Cronistas de Ñuble

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Escuela de la Memoria

Escritores y Cronistas de Ñuble




PROYECTO FNDR CULTURA 2019 DEL GOBIERNO REGIONAL DE ÑUBLE “Autores del texto de la propia vida. Escuela de Cronistas y Escritores para la Memoria de Ñuble” Equipo editorial Ziley Mora, Birgit Tuerksch, Amara Ávila y Francisco Martinic Editor Francisco Martinic Portada, diseño y diagramación Jaime Castro ISBN 978-956-7124-15-2 Chillán - 2020


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PRESENTACIÓN EDITORIAL

Todos contamos: construyendo la memoria de Ñuble”. Fue el lema de la muy inédita iniciativa nacional de crear una escuela abierta y regional de escritores no profesionales que cultiven la memoria. Y este libro es su indicador incuestionable. Se genera y publica como el producto final y central del Proyecto aprobado y financiado por el FNDR-Ñuble, llamado “AUTORES DEL TEXTO DE LA PROPIA VIDA. ESCUELA DE CRONISTAS Y ESCRITORES PARA LA MEMORIA DE ÑUBLE”. Tal iniciativa, que en la práctica abarcó gran parte del territorio de Ñuble (comunas de Chillán, Bulnes y Coihueco), fue desarrollada en el segundo semestre del 2019 y el primer trimestre del 2020. Anterior a esta obra antológica, sus alumnos autores, periódicamente fueron viendo publicados sus trabajos de rescate de la memoria en tres suplementos literarios, los que circularon por toda la región de Ñuble en sendas ediciones dominicales especiales del Diario la Discusión de Chillán. A causa de la democratización de la oferta escriturística, se trató de una apuesta única en el país, con amplias repercusiones familiares y locales en el mundo de la cultura, la educación y el desarrollo humano. Fue implementada y patrocinada por la Universidad de Concepción (CECAL) en el marco de sus 100 años de vida académica, y el Diario La Discusión, en homenaje a sus 150 años como principal órgano de información escrita de Ñuble. Para ello, integró el concurso experto de Escribir para Sanar, una consultora independiente en procesos humanos, integrada por dos expertos, por dos escritores, que se desempeñaron como docentes y guías de los trabajos de Taller de dicha Escuela. Se trata del escritor nacional, filósofo y columnista del Diario “La Discusión”, Ziley Mora Penrose, y la académica, editora periodística y coach alemana Birgit Tuerksch. Su metodología, la Ontoescritura -de autoría de ellos- buscó entregar herramientas certeras para que cualquier persona con inquietudes de registrar su vida y sus experiencias, lo pudiera hacer y plasmar. Y es así, la mayoría de quienes escri


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bieron allí y aquí fueron autores “no iniciados”, es decir, personas que por primera vez producían y editaban sus textos -forjados y pulidos en las clases de cada lunes- de un modo público. El objetivo central de esta Escuela -que funcionó por cinco meses intensivos- apuntó a crear competencias narrativas masivas en tres grupos etáreos -jóvenes, adultos y personas mayores- para así formar una primera generación de cronistas y escritores regionales. Con ello se quiso ayudar a mejorar el status cultural de la población de Ñuble en el gusto de leer, ser leídos y en la experiencia única de ser autor y publicar. Además, el proyecto rescató y promovió las experiencias de la subjetividad asociadas a las historias locales de Ñuble, centradas en el patrimonio inmaterial de la memoria biográfica, que a la vez pretendía estimular masivamente el talento de potenciales escritores, particularmente entre la tercera edad y en jóvenes. Nos podemos preguntar ¿Pero para qué destinar gasto público con el afán de escribir? Y nos respondemos con las palabras de nuestros expertos y guías de la Escuela: “Se escribe para editar la experiencia tanto social como personal, para dar forma al pasado y así modelarlo según el proyecto de vida o identidad de la persona o grupo que escribe. En verdad, escribimos -sea una crónica personal o una autobiografía- para hacer magia: para dar por ganado todo lo perdido y por vivido todo lo soñado. Y ello con el sólo acto de atreverse a bien narrar la experiencia, sea en el papel o en el teclado.” [ONTOESCRITURA, Ziley Mora y Birgit Tuerksch] Estas páginas dan cuenta que la invitación colectiva fue plenamente satisfecha y el inédito desafío quedó como reto estimular para que así la escritura de Ñuble y su gente no tenga fin. Porque nuestra historia, toda historia, al ser siempre susceptible de re-escritura, intrínsecamente posee un final abierto e impredecible. Somos, así, los directos arquitectos de nuestro propio destino.

Equipo Editorial La Discusión y CECAL UdeC, Chillán, marzo 2020 INTRODUCCIÓN

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Escribir rescatando la memoria de Ñuble: una experiencia de liberación

l lunes 27 de enero del 2020 culminó la etapa lectiva de los Cursos y Talleres de la Escuela de Escritores y Cronistas de Ñuble. Y ya en una primera retrospectiva, comprobamos que se cumplieron -esta antología de textos así lo atestigua- a cabalidad los objetivos centrales de este pionero Proyecto FNDR. Es decir, cuatro grandes grupos participantes que se sometieron durante cuatro intensos meses a la gratuidad del trabajo-placer de escribir: rescataron -y editaron en tres revistas y el presente libro antológico- las experiencias de la subjetividad asociadas a las historias locales de Ñuble. Historias y crónicas todas centradas en el valor de lo local y en el patrimonio inmaterial de la memoria biográfica personal, que a la vez estimularon la práctica creativa de potenciales escritores, particularmente en jóvenes, adultos profesionales y tercera edad, los tres grupos etarios participantes. Quizá, lo que mejor sintetiza esta privilegiada experiencia de rescatar la memoria de Ñuble, sean estas concretas palabras del profesor de Lenguaje del Liceo Intercultural de Pueblo Seco, Wilbert Gallegos, quien así relata su vivencia en estos cuatro meses: “Hay que estar muy felices porque tuvimos la oportunidad de aprender con Ziley y Birgit. La memoria de Ñuble se construye con todas estas experiencias, situaciones, toma de contacto… [Por ejemplo], a través de la oralidad fantástica, lo que muchas ocasiones pudimos vivenciar en aula; un producto de ese sincretismo en Ñuble al ser un antiguo baluarte español y con anterioridad una tierra ancestral, con su propio ecosistema mapuche. Ese juntarse en familia y charlar de esas historias personales extrañas, misteriosas y envolventes. Todo un realismo mágico constante y cotidiano. Rescate y vivencia de la identidad de tierras antiguas que no mueren con terremotos”. En las aulas del CECAL-UdeC, cada sucesivo lunes pudimos dar vitrina y visibilidad regional al talento emergente o escondido, creando una corriente de competencias lecto-escriturales en la nueva región, sembrando y alimentando el germen para empezar a 11


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posicionarla como “Región del libro y de la cultura inmaterial escrita”. Sin el requisito de “disponer práctica previa con el escribir”, igual pudimos instalar las bases para “hacer Escuela” de la memoria biográfica, entregando los insumos para aprender a contar la propia vida, sea en el contexto familiar, del barrio, del pueblo o de la gran ciudad. Fue un proceso abierto, democratizador de las herramientas académico-creativas para producir textos, generando amor al lenguaje formal en esos tan diversos grupos. En todos los alumnos percibimos justamente la disposición de amar el proceso de escribir, reflejado en la abundancia de escritos que aquí el lector podrá comprobar, aspecto no menor porque en ese esfuerzo por textualizar los propios recuerdos, evidentemente se aprecia el germen del amor a sí mismo y a sus experiencias vitales. Por tanto, la metodología empleada, la Ontoescritura, cumplió su cometido y expectativas, pues en palabras de Julio San Martín, un participante, sirvió para “redescubrir mi ser, arrojando una valiosa luz de sentido a experiencias de infancia que habitualmente uno no repara, una valoración de mi historia personal mucho más allá del ego por mostrarse. En mi caso, por ejemplo, yo había desechado como ‘sin importancia’ ciertos juegos o indagaciones de niño, descubriendo precisamente en ellos los indicios de mi fuerte vocación docente actual. Y escribir sobre esos recuerdos fue el factor que me reveló ese sentido que hoy alimenta mi vida”. Con los ejercicios, tareas y exposición colectiva de los textos, se trató de verificar la dimensión existencial-terapéutico que contiene la escritura biográfica guiada, pues se puede escribir no sólo para comunicar y crear, sino también, y fundamentalmente, para sanar, ser y crecer. Evocar escribiendo, llevó a varios/as a capturar -a veces- ese esquivo ‘por qué’ de la existencia humana. Nuestra tragedia es que casi nunca somos conscientes de verdad de todo lo que vivimos. Y ni siquiera lo procesamos nosotros, sino que es procesado automáticamente por «otro»: por las lentes interpretativas que llevamos puestas en el cerebro. Así, la metodología de trabajo, intentó hacer ver a cada participante que todo lo decide el autómata, el filtro hermenéutico que nos coacciona y casi nunca modificamos conscientemente. Ésta es nuestra tragedia, pero ésta es también la buena noticia de la Ontoescritura: ese filtro se puede modificar por una nueva decisión interpretativa que ahora, cada uno de nuestros autores, puede hacer no mandando la experiencia al mismo rutinario lugar cerebral de siempre, cuando la abrimos a otro lenguaje; es decir, cuando decidimos nombrarla de otra manera, al reescribirla. La maravilla de esa experiencia con la Escuela de Escritores de Ñuble, es que la mayoría de los autores, aquí, en estas precisas páginas, al rescatar el fondo precioso de sus vivencias, las nombraron de otra manera, liberando así sus memorias de la escritura esclavizante del autómata, ese filtro cerebral que nos reduce y satura de amnesia. Ziley Mora y Birgit Tuerksch Docentes, responsables pedagógicos y autores de la metodología. 12


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CAPITULO I MI BARRIO

ada hay más afectivo que el propio barrio donde se creció, se vivió o se sufrió. Evocar las siluetas, las atmósferas o los personajes de esas calles hoy irrepetible, conviene a la narración escrita. Las letras hacen un servicio mucho más perdurable que el cemento, las tejas o que el hormigón armado y amado…Todo sucedía según la pauta de relaciones personalizadas, nunca anónimas. Eran épocas de barrios colectivos, de calles anchas porque tanto la calle como las veredas se abrían al juego, a la tertulia, a los pelotazos o las caminatas lentas y multidireccionales. Épocas en donde los pocos vehículos pasaban a baja velocidad porque la emoción y la amistad de los vecinos sucedía en alta. En verdad, barrios que eran espacios públicos, antes que “las paredes del individualismo comenzaran a alzarse…”

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NO TENGO BARRIO Nadie de mi generación tiene barrio. Nacimos cuando las paredes del individualismo comenzaron a alzarse. Sé que hubo barrio, en las mismas calles que antes no tenían pavimento. Hubo barrio de caldo de papa y canal. Barrio del que llamaban tía a mi abuela, aun cuando no había lazos sanguíneos o legales. Me hubiera gustado experimentarlo. Sé que me criaron para la década anterior cuando me descoloca encontrarme con Narcisos. Sé que aún hay personas de barrio cuando el vecino no me cobra el pasaje, porque compartió infancia con mi mamá. Sé que me hubiera hecho feliz, porque hoy la falta de empatía me rompe en llanto. La falta de barrio. La falta del otro y nosotros. Bárbara Yañez Ormeño (18 años)

ANTAÑO Y OGAÑO DE NUESTRO BARRIO Otrora, muy contentos por haber recibido nuestras respectivas casas. No sólo en el seno familiar, sino todos los vecinos de la Villa. La que con tanto esfuerzo habíamos logrado comprar el terreno y luego construir; y sin pedir una chaucha a nadie, sólo con nuestros ahorros y sueldos como funcionarios del INDAP. Solíamos juntarnos en más de algún pasaje para conversar; proyectar algún trabajo de ornamentación, o sencillamente “echar la talla”. Así como también, frente a las casas, plantar maitenes. Los que ya crecidos, lamentablemente, fueron atacados por plagas que no supimos combatir; por lo que tuvimos que reemplazar por arces. Sin embargo, nuestro sector conservó su nombre como “Villa Los Maitenes”. En las tardes nos reuníamos no sólo con el fin de regar plantas, sino también para comentar copuchas políticas de aquel entonces; tomar acuerdos como: festejar algún cumpleaño; celebrar fechas religiosas o folclóricas, etc. Así también, a veces lamentar el despido de algún colega que le había llegado “sobre azul”; lo que en un comienzo, igualmente celebrábamos como “un jovial despido”. ¡Qué indolencia! Con el tiempo, fue aumentando el número de exonerados de INDAP. Y en la misma medida sus propiedades rematadas por causas de dividendos impagos. Debimos olvidar los “joviales despidos”. Ya que era conmovedor ver a colegas con sus familias recién for14


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madas siendo desalojados de sus casas, también recientemente adquiridas. Dramas que teníamos que habituarnos a ver y sufrir. Ahora, los que logramos quedar en la Villa, nos asiste una gran pesadumbre, al recordar a tantos colegas que tuvieron que abandonar sus viviendas e irse a otros lugares. O quién sabe si ya partieron de este mundo para siempre. Muchos de los cuales, no sabemos. Como la vida y sus avatares deben continuar; en un comienzo, nos ha costado un poco conocer a los nuevos residentes, ya que ellos venían de otros lugares y/o trabajos. Sin embargo, hemos compatibilizado muy bien. En sitios públicos por ejemplo, nos saludamos atentamente y hablamos sobre temas distintos. Claro que algunos, especialmente jóvenes, pasan al lado de uno como “caballos de policía”, sin siquiera mirar. ¿Será hábito o cultura de los nuevos tiempos? No lo sé. No obstante la última observación; la mayoría demuestra ser buenas personas, de trato gentil, colaboradores en lo que sea menester, buenos conversadores y graciosos además, lo que se ha puesto de manifiesto en varias oportunidades. Por ejemplo: Una vecina cuenta que tenía una gatita llamada Virginia. Le tuvo que cambiar nombre. Ahora se llama Violentada, porque fue “asaltada” por un gato viejo al que han motejado como el Cara-Dima. “Ese animal, todas las noches, cruza el pasaje y saltando tapias, se adueña de los tejados, rondando en pos de gatitos nuevos e indefensos. A nadie le cae simpático ese gato”, termina ella contando. Alonso Herrera Vega (84 años)

CHILLÁN: CIUDAD DE PÁRPADOS PESADOS Creo que nunca me conociste en realidad, pero hubo una noche que juré que podías leer mi alma. Constitución con 18 de Septiembre y me soltaste el humo de tu cigarro barato sobre los labios y yo, como la maldita adicta que era, inhale todo tu volátil amor. Chillán es una ciudad de párpados pesados y de calles que se duermen rápido, quizá por ello sus romances son aletargados, como si todo estuviera dentro de una extraña burbuja. He robado besos en Avenida Argentina, he entrelazado mis dedos y mi breve destino en varios paraderos, en esta historia que se funde con ciudad, he bebido de labios que juraron promesas demasiado infantiles para cumplirse. Avenida Vicente Méndez y le dije que me amara, que me amara tanto que doliera, porque de esa forma mis otras angustias enmudecían, incapaces de torturar más que la 15


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laceración de un amor estropeado. Cuando el sol caía sobre un Paseo Arauco desolado, nos bebimos las estrellas, consumiéndonos con la mirada. Sabíamos que no era permanente, que sería tan efímero, pero tan dulce que nos emborrachamos de las constelaciones de esa invernal oscuridad. Nunca sospechamos de la fatídica resaca. Jóvenes absurdos, simplemente enrollamos nuestros dedos y seguimos brindando con la vista hacia los puntos brillantes que, a kilómetros demasiado extensos de esta ciudad, arden tal como las memorias que llevo. Bárbara Yañez Ormeño (18 años)

AMO MI LUGAR Y MI CASA En el año 1995 compramos una hermosa casa en la población Pedro Lagos. Lo que más nos gustó fue la buena construcción y el tranquilo barrio. Tenemos una excelente locomoción y varios negocios como verdulerías, panadería y supermercados, ¡ah! y también un zapatero. Muy cerca se encuentra la Clínica Chillán, el Estadio Municipal, canchas de tenis, la Media Luna e iglesias; la más importante es la Iglesia San Juan de Dios que es monumento nacional y un CESFAM a una cuadra. La gran noticia es que se está construyendo el nuevo hospital regional de Ñuble y sus obras finalizan el 2023. La mayoría de mis vecinos son de la tercera edad, por lo tanto, hay muchos viudos. No se ven niños. Mi casa es de dos pisos, asoleada y con varios árboles, como un palto, damasco y un limonero que da todo el año. En cuanto a flores tenemos una camelia, cedrón, romero y un ficus que adorna la entrada. Tenemos dos guardianes, la Pepa y el Toby, de raza foxterrier. Ellos avisan cuando tocan la puerta y también si andan gente en la noche. De herencia recibí de mama una gran campana que solo se toca para avisar a los vecinos si algo ocurre fuera de lo normal. Con mi vecina Rosario conversamos de plantas y flores. Ella me cuenta sus actividades manuales y le escucho sus problemas. Tiene un hijo de cerca de 50 años que está en la droga. Siempre anda con su cartera colgada en el cuello día y noche. La pasa mal, a veces sale a caminar para calmar sus penas. En mi barrio todos conocen a Bernardita. Ella tiene un negocio y es muy amorosa, también a la señora Sonia que da viandas, tiene bastante clientela. No me puedo olvidar 16


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de don José, él es dirigente de la Junta de Vecinos. A mi casa llegan todos los días muchos pajaritos, el cual más me agrada es un zorzal. Tengo dos hijos casados que viven a dos cuadras de mi casa uno en los departamentos Schleyer y otro en Palermo. Mi esposo me ha propuesto cambiarnos a una casa de un piso porque ya tenemos problemas de rodilla por el tema de la escalera, pero la verdad es no me veo en otro lugar. Amo mi lugar y mi casa. Digna Pérez Zapata (70 años)

“BARRIO ALTO” DE CHILLÁN La vida en el barrio denominado antiguamente, “Barrio Alto” de la ciudad de Chillán, aproximadamente unos 55 años atrás, era muy distinta a lo que se vive en la actualidad, llamado “Barrio Patrimonial”. La solidaridad y la confianza compartida, se expresaba con una impagable firmeza espiritual. Al llegar de visita donde un vecino, la acogida y la amabilidad en el recibimiento se notaba a flor de piel, a cualquier hora que se llegaba le ofrecían lo que estuviera disponible en alimentación, aunque fuera poca, se repartía para que todos los presentes degustaran lo que se servía. El pan amasado, las infaltables sopaipillas, nunca faltaban, o las tortillas a rescoldo de la cascara crujiente con olor a una mezcla natural de ceniza y tierra y un sabor que aumentaba el apetito de seguir consumiendo, a pesar que, la barriga estuviera arrebozando. También se recuerda los infaltables toques de licores que se compartían al llegar a un hogar, recibiéndolos con un aromático y bigoteado tintolio y a la despedida con un cortito de Cinzano de bajativo. Todo se realizaba entre las olas del océano estelar de relucientes, temperadas y acogedoras estrellas humanas. La desconfianza estaba erradicada entre vecinos, prueba de ello, se veía en que la puerta principal de entrada en las casas permanecía abierta a toda hora del día y también parte del anochecer.

La vida humanamente más sencilla

En esos tiempos la mayoría de las calles eran de tierra, no existía red de alcantarillado, faltaban comodidades en el interior de los hogares, los animales domésticos pasaban la mayor 17


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parte del día debajo de la mesa del comedor diario. A pesar de las necesidades y falta de recursos económicos disponibles, las familias se las arreglaban para realizar sus actividades en forma normal y compartir lo que estuviera disponible al alcance del bolsillo con sus semejantes. La vida en esos tiempos era más sacrificada y a la vez más natural por lo que se valoraba más lo que con mucho sacrificio y esfuerzo se conseguía. Hermosos recuerdos que hacían sentir el corazón unido, el alma viva, la vida humanamente más sencilla, menos estrés y más feliz. La juventud de ese tiempo era honrada, responsable y respetuosa de las personas mayores, además muy cooperadoras en ayudar con trabajos voluntarios a los vecinos que se les presentaba algún problema inesperado de inundaciones en la temporada invernal. En los tiempos actuales la vida en el barrio es muy distinta, calles asfaltadas, red de alcantarillado funcionando en la mayoría de las casas, mayor conectividad, más vehículos circulando, todo esto contracta con mayor y más contaminación, es decir, menor calidad de vida natural. En estos tiempos no hay control ni “tenencia responsable de las mascotas” de tanta publicidad y alarde que se dice, porque las mascotas diariamente salen a recorrer las calles del barrio a florear y perfumar las veredas con sus aromáticas y suculentas tortas; ¡qué paradoja! Respecto a las comunicaciones actuales con los vecinos, se ha perdido la tradición de compartimiento y sociabilidad, cada uno vive su propio individualismo, la desconfianza se impuso firmemente, se vive inserto de un mismo barrio como imperfectos y mortales desconocidos. ¿Por qué será? Fernando Daza Hurtado / FDH

MIS VECINOS DEL AYER A Los ancianos de mi barrio de Pinto y Chillán Yo les recuerdo viejos… Yo les recuerdo sencillos Como puentes de una sola tabla. Nunca el sol les pilló en la cama. Amigos del arado y la huerta 18


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de ciruelos y zorzales. Cristianos humildes. Me evocan personajes bíblicos. Observadores de la vida Su riqueza era la salud y el trabajo. Bebedores de más de una copa. Amaban a su familia Como la gallina a sus pollitos. Viajeros de mundos celestes, Hoy me acompañan Desde la luminosidad de una estrella. Fernando Arriagada Cortés (61 años)

PABELLONES DE EMERGENCIA “ESCUELA NORMAL JUAN MADRID” Este es el antiguo y pomposo nombre de mi barrio. En estos terrenos se encontraba la Escuela Normal de Chillán, que fue destruida por el fatídico terremoto del día martes 24 de enero de 1939. Mi padre aseguraba que estas viejas maderas fueron donadas por el gobierno de Brasil. No existe ni antes ni después del terremoto este tipo de arquitectura, con amplios corredores. Con el tiempo sus vecinos los fueron cerrando para hacer un “living”. Los sobres de las cartas no toleraban este largo nombre. La costumbre y los carteros lo cambiaron solamente a “Pabellones Normal”. Hoy no hablaré de mis vecinos con los que me crie, pero no es raro verlos con un plato tapado con una servilleta caminando por el pasaje compartiendo sopaipillas, empanadas, pan amasado, humitas, tomates o frutas de temporada. En mi barrio todavía los niños cantan y bailan canciones, corren por el pasaje y piden caramelos para halloween. En mi barrio hay un peumo gigante, es el rey de los árboles, no hay en mi ciudad un árbol tan hermoso como nuestro peumo. En mi barrio las noches son quietas y apacibles como noches de campo. Sus viejas tablas aún guardan los murmullos de tiempos pasados… En el verano las puertas y ventanas se abren para que entre “el fresco”. El zinc hace que la lluvia tenga un concierto 19


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de sonidos en el invierno. Por las noches todavía se escuchan los compases de jazz de la batería del “Guatón Pezoa” y el piano de la señorita Nieves. También se escucha el motor de la vieja camioneta Ford A de los Dueñas y el traquetear de la maquina Olivetti de mi padre, junto a los compases de la maquina Singer de mi madre. Mi barrio es un barrio lleno de historias, de trompos y volantines. De gente esforzada que todos los días le gana a la vida. A mi barrio todavía no llega el whatsapp ni el Internet… Juan Carlos Olmedo (67 años)

LA “CONCHE´SU…” Sin duda mi barrio era muy singular. Llegamos a este barrio después de que mi padre devolvió una quinta que estaba comprando en San Luis de Macul. Su explicación fue, que en San Luis él no podía poner un taller metalúrgico, que era su hobby, así que él decidió que la compra del terreno, con una pieza de adobe que era una pesebrera, seria en la población “Los Nogales” de Santiago. Yo tenía dos años cuando llegamos a ese lugar. Para mí no fue agradable llegar a ese barrio a esa calle “General Velásquez”, a esa cuadra donde estaría nuestra futura casa. Agua electricidad y alcantarillado no había, el agua se traía desde un pilón y la alcantarilla era un pozo séptico compartido con nuestro vecino, el que le vendió el terreno a mi padre. La tierra era de color verde amarillenta, con olor a azufre, donde no crecía ningún tipo de vegetación. Al frente a unos cuantos metros de nuestra casa, había una larga muralla que nacía en la calle Logroño y terminaba cerca de la línea del tren, el que iba a San Antonio. En ese lugar acopiaban carbón coke; años después la muralla la corrieron, y allí nació la futura “Panamericana”, la que nunca concluyeron y la que ahora es la entrada principal de los buses que llegan desde la zona sur de nuestro país.

Víctor Jara y el Padre Hurtado

Había y hay una gran escuela Santa María Goretti, dirigida por un cura jesuita, el Padre Vicente. Él se llamaba Vicente Irarrázaval García- Huidobro y la escuela la construyo con su herencia. El Padre tenía grandes aspiraciones y era que ésta Escuela Primaria se convirtiera en una universidad, lo que nunca fue. Estaba ubicada entre Fernando Yunque y Galvarino de 20


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oriente a poniente y de sur a norte entre Antártica y Capitán Gálvez. Ésta fue famosa, porque en esta escuela funciono la Compañía de Bomberos llamada “Bomba Chile” creada en 1959. Jamás vi al Padre Vicente con sotana o sombrero nuevo; sus zapatos negros eran enormes como también eran enormes los hoyos en la planta, no usaba calcetines, invierno y verano era la misma ropa. Como mucha cosa se ponía una bufanda en los días más helados y siempre estaba dispuesto para las almas que lo necesitaran. En este barrio vivía gente apatronada como mi padre, ferianos, trabajadores de la construcción, muchos borrachos, delincuentes, cartoneros, vagabundos… Vivió en esta población Víctor Jara que recorría las calles con el Padre Hurtado, alegrándole la vida a esta gente humilde con su guitarreo.

Cantando y peleando

Con el tiempo se pavimentaron algunas calles como Pingüinos, Fernando Yunque, Gandarillas. Los niños solían bañarse en el mes de julio desnudos en grandes charcos que se hacía en la calle Pingüinos y los adolescentes se divertían desnudando a un pobre viejo que lo llamaban “el Pío Pío”. Por nuestra calle todos los días por la tarde pasaba una pareja de borrachitos cantando o peleando. A él lo llamaban “el Pecho de Palo” y a ella “la Conche´su”. Ellos vivían en la calle Manuel Rodríguez, por ahí también vivía el “Pedro de las Burras”, ahijado del presidente Jorge Alessandri. Aunque no me gustaba el barrio tuve mucha actividad social, haciendo catecismo, enseñando a leer a personas adultas, siendo miembro de un Centro Comunitario o dirigiendo a las juventudes de un partido político. Después de mucho tiempo me fui del barrio. Cuando falleció mi padre la gran casa que construyó de dos pisos, asísmica y anti incendio, por lo miedos de mi madre, y con un techo piramidal, se vendió y nunca más regrese. Luisa Villalobos Muñoz / LULU (67 años)

MEMORIAS DE UN BARRIO EMBLEMÁTICO DE CHILLÁN ¿Existen los barrios hoy en día en estado químicamente puro? Me inclino a creer que un barrio tradicional y la vida de barrio pertenecen a otra época y en los últimos años han estado agonizando notoriamente. Incluso hay hasta un travestismo en la de21


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nominación de ellos, así podemos encontrar: villas, poblaciones, parques residenciales, parques habitacionales, conjuntos habitacionales, condominios, loteos, comunidades de edificios, etc. En Chillán, ¿habrá alguien que haya escuchado –actualmente- hablar de “Barrio Estación“, “Barrio Cementerio“ o “Barrio Regimiento“? A lo sumo y escasamente, he oído a veces decir “Barrio Céntrico“, para referirse al casco histórico de la capital regional; el cual pareciera que tampoco califica como un típico barrio. ¿Cuánta gente vive en las manzanas cercanas al mercado? ¿Se juegan pichangas en el Paseo Arauco? ¿Se visitan los vecinos de la plaza San Francisco? En el papel si podría figurar como tal, pero en la actualidad es como un cuerpo momificado, tuvo vida, se desarrolló y creció, pero enfermó y nunca recuperó su condición original. Está en un estado de cierta preservación, como legado para las nuevas generaciones, algo así como una combinación de maqueta a escala natural y museo de cera a la vez. Ahí está el tradicional distrito, más moderno, con centros comerciales, paseos peatonales, bancos, farmacias, cafeterías, negocios varios, etc. Si claro, con gran cantidad de gente circulando, inmersa en compras, trámites y quehaceres, pero son personas con las que probablemente no me encuentre nunca más y con las cuales apenas podría haber un saludo y quizás una conversación. Pocos de quienes deambulan o están establecidas en el sector se conocen, hay desconfianzas y claramente, no hay comunidad, ni redes, ni es posible distinguir un verdadero tramado social.

El túnel del tiempo

Retrocedo un par de décadas. Michel J. Fox, se sube al De Lorean y llega directo a Avenida Argentina con Avenida Libertad y a la Calle Francisco Ramírez. Indelebles nombres marcados en los recovecos de mi memoria. Allí viví, por dos décadas. Ahí pasó la niñez y adolescencia, hasta que asomó el adulto joven. En esas coordenadas se encontraba mi casa, frente al gran referente del barrio, el Hospital “Herminda Martín“. El antiguo edificio de cuatro pisos, de color celeste aguado y descascarado, siempre presente como verdadera montaña, inmutable y estático todos esos años. Por esta razón, esa esquina fue y aún sigue siendo un punto neurálgico de la ciudad, con gran ajetreo de personas, yendo y viniendo, con intenso movimiento de vehículos (mucho más escaso en esos años). Tan inferior era el tráfico en ese tiempo, que mi papá tenía un lanchón, el Acadian Beaumont, amarillo crema, modelo 1970, que quedaba estacionado en plena calle. En el día y en las noches debía ser aparcado bajo la frondosa protección de una catalpa, la cual compartía dominio territorial con una titubeante luminaria. La casa tenía una entrada para vehículos, pero las dimensiones de la nave no permitían su recalada en los escasos cuatro metros del estacionamiento. Aún recuerdo el frío de las mañanas invernales, los vidrios del parabrisas y las puertas tapizadas de blanco con la gruesa 22


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escarcha; de inmediato la operación deshielo. Mi mamá nos decía a mi hermano y a mí, cuando tomábamos la cremosa y concentrada leche de vaca: -“Parece que anoche cayó la tremenda helada. Así que dejen agua caliente en la tetera, mézclenla con agua de la llave y échensela al auto, mientras ya salgo a hacerlo partir. “

Avenida Argentina 538

Así comenzaba el día en Avenida Argentina 538. Al lado sur de nuestra casa se encontraba una modista y su manufactura artesanal instalada en una dependencia interior. Vivía con su hermana, eran las “doncellas “ Espinoza, algo así como Selma y Patty “chillanenses ”. (Nota al pie: “Los Simpson” ). En muy pocas oportunidades fui para allá; recuerdo que algunas veces se caía una pelota y había que ir a buscarla. Claro que ellas, o padecían de problemas oftalmológicos o bien tenían una escasa capacidad auditiva, porque tocábamos el timbre de la puerta de calle con gran decisión, se escuchaba el ring perfectamente, y no salía nadie. Así es que, hasta nuevo aviso suspendida por razones de fuerza mayor, la tarde de práctica deportiva. Con quienes sí tuvimos una relación importante, fue con las también señoritas de la familia Cabezas. Eran las vecinas de la esquina. Su casa era la única de dos pisos de toda la cuadra. Ellas eran cinco hermanas de diversas edades y adictas al celibato. La ligazón se dio, porque al poco tiempo que nosotros llegáramos, ellas recibieron a una sobrina con su hija, la cual fue compañera de curso de mi hermana. De este modo, jugábamos en el patio de este lado o del otro lado, veíamos televisión allá o acá, celebraciones varias, de vez en cuando onces mateadas con las damiselas, etc. Pero, quien realmente tenía velas en ese entierro, era mi hermano chico; perseverante el nene en sus exámenes del vecindario y al final parece que el cántaro en algún momento se rompió. No pecaré de envidia, lo cierto es que no lo puedo confirmar ni desmentir, ya que conmigo Pablito nunca se explayó en el tema.

Emporio Geno

Los vecinos a quienes nunca se les presentaron cartas credenciales, fueron los de la casa subsiguiente (hacia el sur). En primer lugar, era una casa “blindada”, con una reja en el ante jardín absolutamente tapiada con planchas metálicas negras y de altura considerable. También eran gente de avanzada edad que tenían una única y diamantada hija, mucho mayor que yo -púber de 15 con madurita de 25 -, cero posibilidad. Además, ya había presencia policial y de alto rango; con el correr del tiempo se supo que, el galán que llegaba casi todas las tardes en un Sedán blanco del año, era ni más ni menos que un alto representante de un gigantesco y célebre supermercado de esos años. ¿Cómo se llamaba la película ?... ahh, “Misión Imposible“. Genoveva Riveros Galaz, gran personaje, de considerable voluminosidad y potente personalidad. Esta señora era la propietaria del conocido “Emporio Geno“, ubicado en 23


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Francisco Ramírez, enfrentando la Asistencia Pública. Verdadero hipermercado del sector: rotisería, almacén, botillería, librería… todo ahí y atendido por sus propios dueños. Entrar, la señora Geno sentada al lado de una mesa redonda, hacia atrás del mesón principal; lo usual era que estuviera fumando o tomando mate y comiendo -dependiendo de la hora, era la característica del menú-. Su corpulencia le restaba movilidad, así que no era extraño que cuando uno iba a comprar, tenía que auto-atenderse, recorrer estantes y vitrinas en busca de los artículos de la lista, para luego colocar todo lo elegido encima del mesón, de modo que ella pudiera ver, revisar, sacar cuentas y extender la boleta; recién en ese momento se podía abrir una puertecilla tipo vaivén (de igual altura del mesón) para avanzar hacia el lugar donde se encontraba ella y pagar.

Cicles Rosales

Y sí de dos ruedas se trataba, allí estaba el imprescindible taller de bicicletas “Cicles Rosales“. Uff… que manera de haber máquinas estacionadas en la vereda, esperando de ser retiradas por sus dueños. Principalmente se ubicaban en fila, afirmadas unas a lado de otras, entre la vereda y la calle; éstas bicis aparentemente ya estaban listas, porque a veces uno iba y se sentaba en el sillón esperando que lo atendieran y así aprovechaba de probar diferentes modelos: pisteras, minis CIC, Bianchis, triciclos o las primeras Mountain Bike que empezaban a aparecer. -“Jovencito, si quiere ponerle aire a los neumáticos son 20 pesos por los dos. Entre, saque el bombín y usted mismo le echa. Después me lo devuelve y lo deja acá adentro“. Esto era vital, la presión de aire en los neumáticos, ahí dale que dale con el bombín de pie, empujando el émbolo una, otra y cincuenta veces más hasta alcanzar la justa dureza; 40...45...50 empujones e ir probando al apretar con el dedo, ¡que mejor manómetro! Check out para recorrer el parque del bandejón de la Av. Argentina, de punta a punta. Se caracterizaba por tener senderos sinuosos entre bancos, árboles, jardineras, prados, adoquines y montículos de gravilla fina. Estos últimos eran mis preferidos para pasar a máxima potencia y dar unos saltos que, en algunos intentos, resultaron con aterrizaje forzoso. Ante esa desgracia, había que regresar pronto a la casa, entrar a hurtadillas, dejar rápidamente el vehículo en el patio y pasar directo al baño a lamerse las heridas; no vaya a hacer cosa que me topé con mi mamá, ahí sí que se venía lo bueno y peor si había salido con pasaporte sin timbrar.

Un “apostadero naval”

En el lado opuesto del bandejón de la avenida se hallaba el paradero de taxis y su respectivo refugio para choferes. Lo particular de esa dependencia, era que estaba absolutamente circundada por ventanales, una verdadera pecera en plena vía pública. Contaba con tecnología de punta para la época, televisor en colores y un teléfono de línea fija. Este último y cuando no había ningún taxi apostado (porque claro, no había 24


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quien contestara), sonaba potente con el típico ring-ring una y otra vez, tanto así que era frecuente que se escuchara desde casi cualquier parte de mi casa. El lugar se me asemejaba a un apostadero naval, con cruceros, acorazados y fragatas allí detenidas, esperando un próximo aviso de zarpe. Es que los autos de típico de color negro, techo amarillo y numeración vistosa en las puertas delanteras, de verdad parecían verdaderos navíos, en especial los formidables Chevrolet Byscaine y Chevy Nova o los tradicionales Ford Falcón; también estaban presentes otros de menor envergadura, como los estilizados Peugeot 404 o los conocidos Chevrolet Opala. Cuando ya pasaba de los 15 y me acercaba a los 18 -edad para obtener licencia de conductor -, era usual que a uno le interesaran los autos e intentaba adentrarme en el tema. En algunas ocasiones quise actuar con un papel bien audaz y le pedí a algún taxi driver amigable, que me dejara sentarme al volante. Satisfacción y logro absolutos.

“Heil Hitler”

Inexistente oficio hoy en día, el de reparador de somieres. “Se reparan y estiran somieres”, así rezaba el letrero de latón escamoso en la entrada del taller del señor Vogel, que quedaba cerca de la esquina de calle Constitución. Él era un viejito de entre 60 a 65 años de edad, fisonomía carmesí, ojos de tinte cósmico, cabellera cana y escasa. Cuando se pasaba por afuera del taller, casi siempre se le escuchaba conversar con energía y entusiasmo, rodeado de clientes y de quienes lo visitaban solo por escuchar sus historias bélicas. A alguien del barrio le escuché en una oportunidad, que don Herman -ese era su nombre y ya se adivina que tenía origen alemán- había sido participe, de alguna manera, en la II Guerra Mundial. Y este dato me hacía sentido, cuando en una noche cualquiera, pasaba Herman Vogel por afuera de mi casa, sentado en un triciclo y en un festivo estado etílico. Lo llevaban de regreso a su casa, entonado y entonando alabanzas al Führer: “Heil Hitler... Deutschland, Deutschland “, fue lo único que logré descifrar en cierta oportunidad, porque claro seguían los versos, pero mis dotes de políglota en esa época -y ahora también- no me daban para más.

Testigo de la historia

Y no solo de lugares, casas, negocios o residentes se trata la vida de un barrio, también de acontecimientos. En este caso, pareciera ser que durante el tiempo que viví en el Barrio Hospital, fuimos testigos privilegiados de algunos sucesos de trascendencia local y nacional. Sí intervinieron los Dioses del Olimpo o una alineación planetaria, ahí estuve. Humos al norte. Escucho a lo lejos el ulular de vehículos policiales y logro apreciar el resplandor de las balizas. Vienen de norte a sur, por la calzada poniente a cierta velocidad. La gente se acerca al borde de las soleras y Carabineros advierte que no bajen a la calle, porque a solo minutos viene el Mercedes celeste plomizo, blindado, con ventanas eclipsadas y emblemas patrios en los costados del parachoques delantero. Lo 25


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antecede un grupo de motoristas oficiales, que guía a la caravana hacia el centro de la ciudad. Eran los años en que muchas veces el Capitán General presidía la conmemoración del natalicio del Padre de la Patria en Chillán Viejo. Entonces casi invariablemente el trayecto incluía el desplazamiento por la avenida. Para ser ecuánime, debo decir que en los primeros años de visita presidencial (entre mediados de los ´70 y principios de los´80), la presencia del publico era notoria. Por ambos lados de la calle había considerable concurrencia, cabros chicos encaramados en árboles, grupos con lienzos en apoyo, señoras vociferando, otros ovacionando en los sectores acordonados y así era -hechos y no palabras-. Bueno, con el tiempo esta performance no siguió igual, bajó el rating, disminuyó el entusiasmo… vaya a saber uno los por qué. Lo que sí tengo claro, fui testigo de la historia.

Se acabó el “Consomé”

10 de septiembre de 1978. La tarde anterior, muchas personas comenzaron a llegar a las cercanías del hospital, entre los conocidos del barrio se rumorea de algo grave, pero nadie sabe exactamente de qué se trata. Con el pasar de las horas se despeja la duda (yo como ignorante del área futbolística, no tenía la más mínima idea). Nelson Oyarzún, entrenador de Ñublense, que se encontraba hospitalizado desde hace algunos días, en esas horas se había agravado fuertemente y a no ser que ocurriera algo sobrenatural, se esperaba una consecuencia fatídica. Durante la mañana siguiente, el deceso quedó en evidencia: carroza fúnebre, presencia de autoridades, hinchas y simpatizantes del equipo rojo con manifiesta congoja y personas comunes y corrientes -venidas quizás de diversos puntos de la ciudad - intentaban expresarse aliento ante la mala noticia. Fatal primavera, se acabó el “Consomé“ para los ñublensinos y pronto caducaría la categoría para los Diablos Rojos.

Visita ilustre

También el arte. Recuerdo muy bien una fría mañana de invierno del 84, yo estaba en clases en el colegio y el significativo episodio había que presenciarlo en vivo y en directo. De este modo, se interrumpió la cátedra a media jornada con tal de facilitar una expedita comparecencia en el escenario a cielo abierto. Ya desde hace unos cuantos días se había anunciado la ilustre visita al terruño originario; de Norteamérica allí residía el insigne artista en esos años- a Sudamérica. Confiando en la fidelidad de mi memoria, podría asegurar que el “Maestro“ recibió un homenaje en la Escuela de Agronomía y de ahí se trasladó a la Casa del Deporte (auténticas claves ochenteras de Chillán), entonces en ese intertanto había que tomar posesión de algún lugar del itinerario. Se comenzó a murmurar que, el recorrido sería por Avda. Argentina para doblar en calle Constitución. Así que, los astros estaban jugando a mi favor y con diligencia me fui arrimando a la avenida y ya, poco antes de llegar a mi casa, veo que empieza la aglomeración de la fanaticada. Aplausos, vítores, pañuelos blancos, banderas chilenas, 26


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carteles... Afecto y emoción para el virtuoso: llegaba Claudio Arrau después de casi dos décadas de no visitar el país y de otras tantas de ausencia de su Chillán natal. Hoy regreso al tradicional distrito y me pregunto: ¿Dónde se fueron los Mampatos y Barrabases que miraba y a veces compraba en el oxidado kiosko de Don Pedro? Sin duda, se perdieron en el torbellino de la vida actual, se esfumaron al igual que la comunidad del barrio de antaño. Ya no es posible distinguir el tramado social ni los lazos de esa época; no molestaremos a los de la Carnicería Los Gordos, para que nos reserven dos kilos de Cazuela de Cola de Vacuno para el viernes en la mañana y nunca más podré recurrir al Tío Pepe para que me haga curaciones cuando me caiga al encaramarme a una pandereta. Marcelo Moraga A. (51 años)

CALLE DOMINGO FAUSTINO SARMIENTO Sabía que a las tres de la tarde debía estar en casa de mis recientes amigas, Paulina y Ana María, las mellizas Garay, las menores de ocho hermanos. La sesión de nuestro nuevo club empezaría a esa hora. Era un día esperado y la ansiedad se apoderaba de mí. A mis cortos ocho años solía apresurarme como si el tiempo también lo hiciese para adelantar dicho encuentro. Después del almuerzo era obligada la siesta, ¡un martirio para mí! Sólo quería volar a casa de mis amigas. Debíamos llevar algún alimento como galletas o dulces que compartíamos alegremente. Solíamos crear actividades como contar cuentos y anécdotas que actuabamos, dibujar, cantar. A veces haciamos rifas. Mi breve vida de hija única se había convulsionado con toda la novedad que significaba mi salida al mundo exterior. Antes sólo acosumbraba acompañar a mi madre a los lugares de siempre, donde sus amigos de toda la vida, los viejos tíos, sus primos, hermanos etc. ¡Pero lo nuevo era tan distinto! Conocí a mis amigas en el Colegio de la miss Gaby, ubicado en la calle Irarrázaval en Santiago, justo al frente de mi calle Domingo Faustino Sarmiento. Yo vivía en el Nº108 y ellas en el Nº 216, ubicada entre Irarrazaval y Sucre en el barrio de Ñuñoa. La casa de Paulina y Any tenía el acceso principal por Miguel Claro y otra entrada casi secreta, por D.F. Sarmiento, que era por donde yo llegaba. Debía cruzar un pasaje largo de casas hasta el final, topándome con una puerta gris, desteñida por el sol. 27


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Siempre estaba semi abierta, sin timbre ni nada que avisara mi llegada. Se empujaba forzando un poco, logrando ingresar al patio trasero…A ahí otro escenario, otro mundo tan distinto al mío.

El tiempo pasó volando…

Me encantaba llegar allí, corría como desaforada desde que salía de mi casa hasta cruzar aquella puerta. Al ingresar, caminaba unos cuantos pasos para entrar por la cocina. Tímidamente me asomaba para preguntar por mis amigas, que muchas veces ya estaban jugando en el patio. Armábamos casas con palos de escobas y chalones como techo, que podían cubrir nuestros pequeños y frágiles cuerpos. En verano nos manguareábamos en esas horas de gran calor… Así el tiempo transcurría tan rápido en casa de mis amigas, por lo entretenido de los juegos como por el movimiento constante que yo observaba como espectadora silenciosa de un entrar y salir de gentes que al principio me confundía. Entre los papás de mis amigas, hermanos mayores, amigos, novios de las hermanas grandes y otras parentelas. En mi hogar éramos tres. Poca bulla, salvo la mía y la radio encendida casi todo el día. Los domingos a veces íbamos a la matinal de las 11. Al teatro California, hoy Teatro Municipal de Ñuñoa.

¡Que afortunada soy!

Todo ha cambiado… nosotras también… Me pregunto si seremos conscientes de lo felices que éramos. Hace un par de años fui a recorrer nuestra calle Domingo F. Sarmiento, en donde salí por primera vez al mundo. Un logro personal, sin la ayuda ni protección materna. Sus plátanos orientales estaban casi intactos. Muchas de sus grandes y hermosas casas las han convertido en departamentos de condominios modernos, despojados de toda humanidad. Las que lograron mantenerse en pie se ven abandonadas en su mayoría, averiadas por el tiempo… El pasaje que cruzaba para llegar donde mis amigas aún existe… bien cerrado ahora. Me costó, pero pude con dificultad mirar hacia el fondo si aún estaba la puerta que me ingresaba al mundo de los juegos y la fantasía: no, no estaba, un muro la reemplaza. La casa de los Murphy, amigos entrañables, estaba abandonada… Encontré los espacios más pequeños. Recordé y pude visualizar algunos días de verano cuando nos juntábamos un grupo grande de niños y niñas de toda la cuadra para hacer carreras en bicicleta… Eran tiempos más libres. Que alegre nostalgia de vívidos recuerdos, sentir que son tan nuestros, tan míos, compartiendo una niñez inolvidable… ¡Que afortunada soy! Conocí el valor de la amistad. Allí crecí y desperté para entender cuán bello y temible puede ser el mundo entre mis 8 y 10 años. Experimenté también por primera vez la discriminación, el amor, la libertad de poder expresarme. Han transcurrido 56 años… Oh! Tengo una llamada perdida… ¡Es de mi amiga, Anita Garay! María Mercedes Sandoval Vergara (63 años) 28


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BARRIO MANUEL BULNES La primera imagen que tengo de nuestra llegada al barrio Manuel Bulnes es la de unos fosos que habían desde la esquina de nuestra casa hacia el norte, producto de las excavaciones para dotar de alcantarillado a las casas de ese sector de la ciudad. Todo eso acompañado de los alegres gritos de dos hermanos que jugaban al fútbol con una pelota de trapo y haciendo malabares para que aquel humilde elemento deportivo no se les cayera a una zanja. Con el tiempo estos hermanos serían parte de nuestro grupo de amigos. Nosotros habíamos llegado hace un par de días desde el fundo “El Faro” a vivir a Bulnes urbano. A mis 6 años esa comuna se hacía enorme, a pesar de ser un pueblo pequeño. Nos juntábamos en la esquina de mi casa a cualquier hora del día para iniciar una conversación o los juegos habituales de esa edad; jugar al trompo, una pichanga u otras actividades recreativas que se iban incorporando a la entretención grupal. Con mis hermanos nos integramos fácilmente a nuestro círculo de amigos. En el barrio había muchos niños y eso ayudó a que nuestra infancia fuera muy sana y entretenida. Después de tantos años aún los recuerdo a casi todos. Estaba aquel que siempre estaba bromeando o burlándose del resto y que hace un tiempo se fue de este mundo, dejándome, a pesar de la triste noticia, un buen recuerdo por su gracia para contar historias hilarantes y la capacidad para saber algo cómico de todos y dejarlos en evidencia frente al resto. También estaba quien nos hacía competir en improvisadas carreras en nuestra cuadra y cuyos premios eran chocolates y bombones que les birlaba a sus tíos de Chillán, dueños de una bombonería. Otra imagen muy latente que tengo de aquella vida de barrio es que por la época, principio de los años ‘70, en contados hogares habían televisores y quienes no teníamos ese privilegio nos debíamos conformar con ver la televisión a través de la ventana, en casa de vecinos y empinados desde la vereda, aprovechando que los dueños de casa se apiadaban de nosotros y corrían las cortinas para así tener una mejor visual. Podíamos ver las noticias, telenovelas mexicanas y venezolanas. También, las series de moda de la época... Era práctica que quienes tenían aparatos de T.V. invitaban a familias vecinas a ver sus programas favoritos. Los invitados llegaban con algún “engañito”, ya sea, bebestible o comestible para hacer más grata la velada, eso generalmente era después de las 21 horas.

Nostalgia

La Plaza de Armas estaba a una cuadra de distancia y eso nos permitía ir hasta allá para pasear y entretenernos. También, en las tardes, se podía disfrutar de la música que emitían desde el cine que estaba frente al principal paseo comunal. Esas marchas 29


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y canciones que aún hoy pareciera estar escuchando, eran el aviso de que luego empezaría la proyección de la película de turno que anunciaba la cartelera. Con los años el grupo de entrañables se fue dispersando, unos por traslado de la familia a otro barrio o ciudad, otros por motivos de estudios o trabajo. También recuerdo a esa familia que tuvo que irse al exilio a Venezuela. A mis 11 años costaba entender que temas políticos pudieran influir para que ese grupo familiar tuviera que marcharse a un país extraño y dejarnos con la pena de nunca más volverlos a ver… Aquella familia tan querida debía irse de nuestras vidas de forma muy repentina. Con el tiempo nos enteramos que aquel clan compuesto por el matrimonio y sus dos hijos se había disgregado; a la muerte de los progenitores se agrega el fallecimiento de la hija en un trágico accidente en la Isla Margarita, por este motivo el hijo varón se quedó solo y sin quienes lo habían acompañado en esa odisea de irse fuera de Chile. Cada vez que vuelvo a Bulnes y me detengo en aquello esquina donde nos reuníamos en nuestra infancia, repaso los nombres de mis vecinos, cierro los ojos, evoco sus travesuras sin evitar que la nostalgia invada mi alma. Hoy ya no existe el mismo espíritu de amistad de aquel entonces, los niños ya no juegan en la calle, la comunicación es más impersonal. Se contactan a través del facebook o el wathsapp, quizás para ellos correr tras una pelota descocida y deforme o salir a tocar timbres y salir huyendo no representa ninguna motivación recreativa. Mientras cavilo en estos momentos recibo una solicitud de amistad de Gastón... aún vivirá en Venezuela? Ramiro Ferrada R. (54 años)

BARRIO SECO Creo que mi barrio nunca existió. Vivía en un pueblo tan pequeño, que el pueblo en si era el barrio, tan pequeño que todos se conocían. Para llegar a cualquier lugar no te demorabas más de 10 minutos… Los años que viví ahí, las calles eran de tierra y ahora no ha cambiado para nada. Recuerdo que la casa en la que vivía tenía ventanas muy grandes, las cuales dejaban ver a la gente pasar. Creo que uno veía a todo el pueblo pasar y sabíamos los movi30


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mientos de todo, típico de pueblo chico. El pueblo que yo recuerdo tenía muchas particularidades. Para partir, se llama Pueblo Seco y de seco nada, nunca ha tenido una sequía y se ubica en medio de la Región de Ñuble. ¡Incluso aproximadamente en el año 2003 salió vino de las cañerías de muchas casas! Además es algo paradójico el nombre de las calles del pueblo, ya que todas tienen nombre de árboles o flores, tales como Los Alerces o Las Violetas; creo que hay solo una calle que tiene nombre de persona, de una señora no conocida por mí… La única señora que todos conocen es la señora Lucha, punto cardinal para cada uno de los habitantes: “de la señora Lucha hacia abajo”, “de la señora Lucha hacia arriba”, “frente a la señora Lucha están los bomberos” (también el agua potable, la Iglesia y la Junta de Vecinos). Cuando uno viaja en bus desde la ciudad (Chillán) al pueblo, es típico que diga “me bajo donde la señora Lucha” y hablando de eso solo hay unos cuantos paraderos de buses: primero está “La Quinta”, que nunca supe porque se llamaba así. Después a menos de una cuadra está “La Iglesia”, enseguida “La ex Shell”, y la siguiente cuadra seria el paradero de “La bomba de bencina”, y la otra es la mítica “Señora Lucha” y al final “Las Quilas”. La señora o doña Lucha es el centro del pueblo y desde años inmemorables una cantina o restorán, visita obligada de las personas que están en el vicio. El origen es que a la dueña de la cantina le decían Lucha, ya hace muchos años falleció, pero su nombre trascendió en el tiempo, en la memoria de todos los habitantes.

En plena sequía: personajes como flores silvestres

Cuando era pequeño había un personaje que todos conocían, él estaba en la mayor parte de bautizos, primeras comuniones, casamientos y festividades. Era don Chafa, el fotógrafo de aquel entonces. Antes que todos tuvieran celulares y cámaras, él estaba presente y dispuesto para sacar fotos y dejar retratado en papel el paso del tiempo. Muchos personajes me rodearon a mí y a muchas generaciones, como aquel auxiliar de aseo, un tanto solitario, muy buena persona, que vivía al lado del Colegio, el Tío Paulino. O esa directora que de rubio no tenía nada, pero sus apellidos eran Rubio Rubio, usaba una chaqueta, casi cayéndose de los hombros; para todos era un misterio como la mantenía allí. También se cuentan miles de historias de todo tipo, delictuales y de hazañas realizadas, especulaciones que llegaron a ser verdad Por muchos años para gran parte de los niños fue muy difícil o quizás muy recordado irse a cortar el pelo. Había dos señoras que lo hacían; una, que quedaba lejos de mi casa, pocas veces fui, pero hablaba mucho y hace unos años fue concejala. La otra señora es la más reconocida, contaba mil historias y con una cantidad de groserías descomunales, nunca fue mala persona, solo era chistosa su forma de hablar: cada cinco segundos una grosería y el corte de pelo quedaba decente. Desde que me fui de ahí no ha cambiado en nada, solo hay más casas y así también las 31


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calles mucho más polvorientas. Este era el barrio donde crecí, que le hacía honor a su nombre: seco en cultura, una sequía monumental en literatura, un desabastecimiento musical gigante… Quizás era o es el pensamiento colectivo de la gente, ese pensamiento de monocultivo, que nadie se quiere ir de ahí, sabiendo que no florecerá en un lugar seco, dándose cuenta que no surgirá la imaginación en esa sequía. José Astroza

EL BARRIO BARROS ARANA Cuando me transporto al barrio de mi niñez recuerdo días de verano en que el tiempo transcurría lento. El Sol recorría a un ritmo que daba la sensación de que esos días no tenían fin, lo que permitía un considerable volumen de actividades que tienen un lugar en mi nostalgia: días de jugar con mi hermana y mis primos a la tiña, la escondida y al paquito-ladrón. Siento la tierra, el polvo y el barro, mientras la luz del Sol se filtra entre el verdor de los árboles de la antigua propiedad familiar. El tiempo de albaricoques, las ciruelas, caquis y nísperos. Subirme al ciruelo de mi casa e imaginar que era un barco o jugar a recolectar semillas de Malva para sembrarlas y esperar que apareciesen nuevas. Recuerdo mis pasos para salir a la esquina sur de mi cuadra a comprar al negocio de la Sra. Aída. Tenía la intención de transformar una gran moneda de diez pesos en diez caramelos. Contemplar esa enorme casona de esquina que alguna vez sirvió de refugio de las carretas que llegaban desde el sur de la región y desde la cordillera. Tener conmigo esos diez caramelos para luego salir, escuchar el canal que franqueaba el paso hacia

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Alonso de Ercilla y que me separaba de la Capilla San Ramón Nonato y de la subcomisaria Huambalí. Escuchar el agua, ver cómo fluía y regresar a casa. Nos juntábamos con los demás niños de la cuadra y si queríamos jugar a la pelota teníamos dos opciones: las canchas de la capilla y de la subcomisaria. Debíamos pedir permiso para usarlas, pero si nos decían que no, al menos teníamos la opción de saltar la pandereta de aquella que tenía la iglesia y acceder. O saltar otra pandereta más del lugar y jugar entre los aromos que estaban en el patio del Consultorio, el fin de semana.

Fluir…

Las noches de mi barrio ebullían con más de veinte niños y niñas jugando, hasta que era muy tarde y era hora de dormir. Eran acontecimientos especiales aquellas noches en que nos juntábamos en una misma vereda, quiénes muchas veces por tener una calle que nos dividía, lo hacíamos cada grupo comúnmente por su lado. Fueron años que fluyeron… Sin embargo todo ciclo tiene cambios. El fluir de la edad, los estudios, los viajes y las mudanzas nos fragmentaron para finalmente separarnos. Nuestro barrio también fue cambiando junto a su propio envejecimiento, siendo devorado por la hiperactividad del centro de la ciudad del que hoy forma parte. Es el simbolismo por acumulación de propiedades vendidas, el alzamiento de nuevos negocios y su vocación hoy comercial: el reflejo de nuestro propio sinsentido al que nos sometemos al malinterpretar madurez como una necesaria pérdida del sentido de maravilla. En la actualidad ese barrio de Barros Arana, al que pertenecí, guarda silencio. Y es el roncar del parque automotriz que lo interpela constantemente y lo ahoga, el que no le permite un momento para meditar. Wilbert Gallegos (36 años)

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CAPÍTULO II UN DÍA DE INFANCIA, JUEGOS Y OLORES DE ANTAÑO Nuestro interior está hecho de partículas insignificantes. Nuestra alma se conforma de hilitos de recuerdos. Uno de esos hilos finos pero poderosos es aquel vinculado a los sentidos primarios. Los días de la infancia, junto a sus colores y sensaciones, poseen olores particulares. Ubicarlos, haría aparecer ante nosotros de nuevo cierta magia. Y con la magia también recordamos los juegos de la infancia. No hay cosa más seria que el juego de un niño. No hay mundos más importantes -mundos en donde desaparecen el espacio y el tiempo- que esos castillos de arena que se vuelven de piedra indestructible en el corazón de nuestras infancias. Recordar esos juegos, hoy es tan vital como que el mundo digital amenaza matar la vida de los niños.

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JUEGOS DE LA INFANCIA De haber terminado la primera mitad del siglo veinte, con mi hermano y mis hermanas, felices abandonábamos los libros, cuadernos y lápices, para irnos al campo de nuestro abuelo a disfrutar de las vacaciones escolares veraniegas. También llegaban a hacernos compañía nuestros primos y otros niños vecinos de más o menos de la misma edad, con los cuales compartíamos los mismos juegos, travesuras, caminatas, competencias de cualquier cosa… En relación a este último, no puedo olvidar las “diabluras” que, a escondidas de nuestros mayores, solíamos ejecutar, como por ejemplo: Cuando nos mandaban a rodear los chanchos hasta el río, para que allá permanecieran todo el día, tomen agua y dejen de molestar en torno a las casas, huertos o chacras, molestando, ensuciando o haciendo daño. Antes de llegar al río, al pasar por un lugar del potrero que llamábamos “la cancha”, hacíamos las apuestas de “carreras en chanchos”. Engañábamos a los cochinos rascándole la guata, para despacito montar sobre el lomo, y tomados de las orejas o los palos de éstos para no caernos, le poníamos las espuelas y partíamos a ver quién ganaba. Rara vez llegaba alguien a la meta, porque casi todos quedábamos desparramados en el suelo.

“Mojados y embromados”

Así también, recuerdo otra “diablura”, que quisiera olvidar, por ser grosera e poco elegante, que me resulta difícil dar a conocer –pero, el papel aguanta- como es el caso de la competencia: a quién se subía a lo más alto de un roble, que previamente elegíamos, para desde lo alto, encaramados y equilibrándonos entre a las ramas, evacuar la vejiga e incluso el vientre. Los más lentos perdían, por haber quedado a medio trepar, además de quedar “mojados y embromados” como era lo previsto. La otra “diabluras” que solíamos hacer era, cuando al comenzar la cosecha del trigo, llegaban a acampar, instalándose alrededor de una enorme mata de arrayán, tres familias de cosecheros medieros, cargando sus respectivos aperos, camas y petates. Y por supuesto, los utensilios para la preparación de alimentos. Las olletas, cacerolas y sartenes se colocaban sobre “morillos”, enrojecidos por el calor de brasas que se mantenían prendidas durante el día. Frecuentemente las encargadas de la cocina, cuando pasábamos cerca de ellas, nos ofrecían sopaipillas, empanadas u otros embelecos. A veces aceptábamos; pero esa no era la gracia. Porque, al primer descuido de ellas, le robábamos una media docena de empanadas, para en seguida rápidamente trepar y subirnos al arrayán. Y, escondidos entre el follaje, disfrutar de la sabrosura de éstas. Muchas veces nos quemábamos, pero igualmente soportábamos el calor de las recién salidas del sartén; las que, al parecer, las encontrábamos más ricas, porque eran “robadas”. 35


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Recuerdos con nostalgia

En aquel tiempo gozábamos con las “carreras de chanchos”, porque casi siempre quedaba más de un jinete desparramado en el suelo, y eso nos divertía mucho. Pero hoy en día, si efectuáramos lo mismo, no faltarían los amigos de la protección de animales; sobre todo si supieran que las espuelas que usábamos eran unos clavos que nos poníamos entre la suela de los zapatos. ¡Qué barbaridad! Ahora me arrepiento. Con respecto a la “subida al roble”: los más ágiles, por ser quizás los más cercanos al parentesco con el antropoide, siempre ganaban al subir. Sin embargo, ellos también terminaban embromados; porque al bajarse, necesariamente tenían que tomarse de las ramas orinadas y embadurnadas con detritos intestinales. De esta “gracia tan chabacana”, que no merecer ser repetida, ahora me arrepiento. No obstante, también me conformo, por ser un desacierto no más objetable que el mechoneo universitario que se practica hoy en día. En cuanto al “robo de empanadas”. La gracia era esa: robarlas. Eso creíamos en ese entonces, desternillándonos de la risa, mientras devorábamos empanadas. En estos momentos, al reflexionar acerca de esa lejana diablura, a veces pienso que pudiese haber sido… alguna… ¿manifestación atávica de nuestros ancestros, quizás? ¿De ahí nos vendrá eso de los saqueos, tan en boga en estos días? Claro que, sin destrozos. Recuerdo con nostalgia aquellos lugares que también han cambiado, por ejemplo: el arrayán que se distinguía airoso en medio de la loma de un potrero, cual gigantesco paraguas o quitasol, en el que ululaban enjambres de abejas en busca de su polen. Así como empeñados en el mismo afán, zumbando los moscardones chilenos (bombus dahlbomii, quizás extintos). O guareciéndose en sus ramajes, los chercanes que chillando protegían sus nidales; u otras visitas paseantes como diucas y chincoles, zorzales y tencas, tordos y loicas. Sin olvidar a los habitantes de los vericuetos de su tronco; tales eran los grillos y escarabajos, lagartijas y matuastos, en los que también solía invernar una linda culebra jaspeada. Esa biodiversidad ahí ya no existe; porque el nuevo dueño de aquel campo mandó a cortar el arrayán para tener espacio a plantaciones de pinos. ¡Una barbaridad, auspiciada por el Estado de Chile! No sé si para olvidar o seguir recordando, sólo puedo dedicar unos versos como los siguientes, cuando perdí parte de ese campo, que era mío.

El ARRAYÁN…

Encaramado, prendido al rojo troncaje gozando el aroma de sus blancas flores y la dulzura de sus azules retintos frutos, recuérdeme oculto entre su verde follaje. Alonso Herrera Vega (Ahacheve) / (84 años) 36


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MIS JUEGOS DE INFANCIA Recuerdo que en mí infancia jugaba varios juegos en la escuela. Jugábamos a saltar la cuerda, y hacíamos competencias de quién duraba más saltando sin perder o pisar la cuerda. Con la pelota jugábamos a las naciones, matanza, fútbol, a la tabla del 10 en la muralla. Al “Pillarse” dónde corríamos bastante hasta quemarnos con las manos. Al “Runrún” que hacíamos con tapas de lata de las bebidas, aplanábamos muy bien una tapa con una piedra, hacíamos competencia a cortar el hilo del rurún. Bachillerato también jugábamos, siempre hay una niña que gana. A la “Escondida”, la cual nos reímos mucho, por el escondite. En el barrio no me dejaban salir a la calle a jugar. Pero sí, cuando iba al campo andaba a caballo. Bueno eso recuerdo de mi infancia. Brunilda Herminia Sepúlveda González (72 años)

LOS JUEGOS DE MI INFANCIA NUESTRO CIRCO Nuestra infancia estuvo colmada de juegos: los tradicionales y los que imaginábamos los once niños vecinos de la cuadra de mi casa, que éramos inseparables en nuestras actividades lúdicas. Un día de primavera el pueblo se llenó de alegría: un altavoz invitaba a sus habitantes al Gran Circo Reveco. La orquesta pasaba por cada esquina, interpretando alegres melodías con trompetas, platillos y bombo. Los chiquillos y algunos perritos seguimos a ese novedoso grupo por todo el pueblo. La primera función del Circo fue gratis para todos los niños, así que todos tuvimos la oportunidad de disfrutar de ese mágico espectáculo. Días después los chicos del barrio nos juntamos a recordar todo lo que habíamos visto en el Circo y se nos ocurrió la gran idea de hacer uno entre nosotros. Definimos los roles: Lalo anunciaba la función y tocaba la trompeta que era un embudo grande. Manuel tocaba el bombo, un tarro grasero que hacía sonar con dos palitos. Los platillos eran dos tapas de olla interpretados por Julia. Carlitos Melo era el presentador de los artistas; Inés, Camencho y Nelsa hacían de tonys junto con Pelluco. Mis hermanas y yo éramos las bailarinas. El espectáculo se llevó a cabo en el gallinero de mi casa, con dos sectores: la pista y el camarín, separados por una colcha. El vestuario y el maquillaje eran de lo mejor: sacamos unos sos37


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tenes de mi mamá, que rellenamos con calcetines y ropa interior. Las falditas eran pañoletas atadas a la cintura. Alguien trajo un labial rojo que sirvió para pintar bocas, mejillas y narices. Bailamos al compás de la orquesta, los chicos y chicas imitaban a los tonys y Julia a la “mismísima Guadalupe del Carmen” (tal como fue presentada en el Circo), cantando el tema “Rancho Alegre”, que su tía le había enseñado. El espectáculo estaba saliendo de maravillas, cuando de pronto se escucharon unas carcajadas mal disimuladas. ¡Qué vergüenza, Dios mío!, eran mis padres; menos mal que sólo pasaban por ahí y venían a recordarnos que ya se hacía tarde. Después de unos días quisimos repetir el evento y cuando le avisamos a Carlitos de nuestra idea, él respondió: “Sólo participaré si es con sostenes…” Hoy, dos de los actores de entonces deben estar haciendo su espectáculo circense en el cielo: el trompetista Lalo Riquelme y el presentador Carlos Melo. Los recuerdo con mucho cariño. Elsa Dinamarca Figueroa (66 años)

NARIZ NARIZ Amo mi nariz Mi nariz es muy especial Me conecta con mi instinto Y mi intuición Me dice a quién amar Y a quién no Me salva la vida Me alerta ante los peligros Y con quién estoy a gusto Me hace consciente del placer Y del disgusto Sin mi olfato no soy nadie Es mi sentido más importante No soportaría perderlo Me desconectaría del mundo ¿Cómo reconocería a las personas? ¿A los lugares? ¿A las situaciones? 38


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¿Cómo podría percibir la esencia…? En los días fríos la pobre sufre Sufre de frío y de hielo No calienta el aire que respiro Y así, de frío muero Mi nariz de catadora Entrenada en catar vinos Me permite disfrutar De los mejores tintos! Julieth Galdames (43 años)

CAFÉ Y CANELA Es curioso como la primera vez que nuestros hilos se cruzaron, una tarde gris como tu suéter favorito, no lo percibí. Quizá aún no era un hábito arraigado en ti. Quizá solo me preocupe de caminar más rápido sino perdería el bus. Luego era lo único que tenía presente. Cuando me regalaste el primero –barato, malo- como lo que ofrece un pobre kiosko. Y cuando nos bebimos el segundo, más hablado, más puro. Pero solo fui capaz de distinguirlo cuando la lluvia nos besó por completo y tú me empujabas para que pisara los charcos con mis zapatillas de mala calidad. Esa tarde me colocaste calcetas secas y me preparaste un café. Juro que me enamoré de tus pequeños rituales a través de la cocina. Y más tarde me enamoraría de tu aroma a cafeína, cuando hicimos crujir las piedras de una estación de trenes que se mantiene en pie por mera terquedad. Aquellos días de luz rosada y frío invernal los llevo marcados en el alma. Y tu aroma, aunque ya no está, sigue presente. Amargo, dulce, cada vez que me desvelo. Café con un poco de amor. Bárbara Yañez Ormeño (18 años)

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BÁLSAMO DE INFANCIA Siento el aire correr, refrescando los aromas de este bosque, puros colores que sobresalen entre los azules y esmeraldas, batallando entre las ramas, un lugar que juega en sueños y realidad, ¿cómo saber cuándo lo recuerdo y cuando lo sueño?, pues el aroma a lluvia mueve mis sentidos a estanques quietos, dejando sin fragmentación la paz de la mente. Una pluma baila con el son de las gotas, esquivando con gracia burlona cada cristal, llegando al borde final de los aposentos, trasladando con ella el dulce aroma de diluvio sobre la madre tierra. Bárbara Javiera González Mora (22 años)

OLOR A SOL Aunque no lo creas, me lanzo sobre esa ropa recién arrebatada de su tendido al sol. Mi nariz se alarga como un cuadro surrealista, estoy nadando entre ropas sólo para percibir ese olor a sol. Frecuentemente lo siento en la madera caliente de un segundo piso con vista al increíble atardecer, o en la toalla que se queda olvidada en el pasto. Existe una conexión entre oler el sol y el vivir, como suspiros de vitalidad que cada tanto se me van cuesta abajo: abro mi ventana, baila el aire mezclado de esa llama dorada impregnando sol por todos los espacios y recién puedo comenzar mi día con el pensamiento claro. María Verena (28 años)

YO Y MIS OLORES DE LA INFANCIA Eran mis primeros años, cuando mi vida empezaba a desarrollarse, cobijado en un escenario familiar armónico, en el campo de mi abuelo materno Nicolás Vega Sepúl40


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veda. Por mis cortos y endebles pasos, sin tener mayores conocimientos ni responsabilidades y nada que hacer, para mí ese lugar y entorno, todo era pasividad. Pero más tarde, cuando sumados mis cumpleaños, gozando de la libertad para descubrir los secretos que escondía la madre naturaleza, y frente a ese mundo desconocido y con ansias de conocer, muchas veces me encontraba reptando sobre la tierra o el pasto, para descubrir las cosas ocultas del entorno; hábitat, el que para mí iba agigantándose, en la medida en que mis ojos iban develando objetos, animales o situaciones. Apostado en el nivel más alto de admiración, podía contemplar la armonía con que se desarrollaba la vida de tantas criaturas menores como: hormigas y escarabajos, lagartijas y matuastos, culebras y sapos rulos, todos los cuales, en su medio, empeñados en sus particulares quehaceres. Así como también, al levantar la vista y prestar atención a seres más crecidos en tamaño, como las ovejas o vacas, que, balando las primeras y mugiendo las segundas, llamaban a sus respectivas crías para ofrecerles las ubres repletas de alimento. O de improviso, sobresaltado, porque de entre el follaje, irrumpiendo en furiosos aplausos, las codornices aleteando huían de mi presencia, asustadas.

Al anca del mulato

En el campo, en la época previa a la siembra de trigo, era costumbre el desmoche de árboles, especialmente de robles o hualles (…). Las hojas verdes de los ramajes cortados, caían sobre la tierra recién barbechada, para después de un par de días cambiaban de color, transformándose a café claro. Las hojas secas, que, según la humedad del rocío de la mañana, despedían un aroma tan agradable a mi percepción, lo que me es difícil olvidar y describir. Todos los días, mi abuelo salía a recorrer los potreros para cerciorarse del estado de su ganado y el avance del requeme a efectuar. Eran los instantes en que yo aprovechaba la ocasión para salirle al paso y plantarme delante de su caballo “Camiñanche”. Mi abuelo, al adivinar mi intención, me invitaba cariñosamente: -ven para acá “catanajo”- y agarrándome de un brazo me subía al anca de su mulato. Para después, paso a paso de la bestia, recorrer el potrero, así como al soltarle las riendas comenzar a galopar sobre la tierra barbechada. Al acercarnos al ramaje de hojas moribundas o al pasar a llevarlas, al instante éstas derramaban su olor del que yo no puedo olvidar hasta ahora y del que no soy capaz de describir, por lo inefable del aroma.

Emociones y reflexiones

Quizás, si por el hecho de haber dado el primer vagido de mi vida en el campo, me es difícil olvidar los pasajes del ayer tan lejano, recordando una vida pastoril llena de encanto que nos ofrecía el medio rural; agreste quizás, pero muy culto en cuanto a vivencia familiar que lográbamos entre los que gozábamos del medioambiente y lo que éste nos regalaba, y nos sigue entregando, aún hoy. 41


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Cuando en estos últimos tiempos suelo salir al campo en la estación de las hojas huérfanas o en la época de siembra, me es imposible soslayar el aroma de las hojas secas de roble humedecidas con el agua de un chubasco repentino. Así como también, mi mente y corazón me transportan a los años de gratas vivencias de aquellos bucólicos espacios junto a mis seres queridos, que ya se han ido de este mundo. Como las cosas de este mundo cambian cada vez más rápido, y por culpa de la vorágine de las innovaciones de la que de una u otra manera estamos subyugados, me asalta el temor que se olviden tan agradables experiencias. Especialmente las nuevas generaciones, que no han gozado de los particulares modos y costumbres en el campo, ignoran los encantos que éste es capaz de entregar. En cambio, los que pertenecemos a las antiguas progenies, sin duda con más experiencias, sólo nos queda la inmensa nostalgia que invade el pensamiento, al recordar aquellos entrañables pretéritos. Alonso Herrera Vega (Ahacheve) / (84 años)

MIS OLORES DE LA INFANCIA Mi casa era de barro, con paredes gruesas de 80 centímetro. Techado de teja y de un solo piso. Estaba dividida en dos partes: una delantera que daba a la calle, con un patio mediano empedrado, una lavandería de cemento, con dos piedras a los costados unidas por un estanque, en que se acumulaba agua para lavar ropa o bañarse. Rodeado de piezas, entre ellas había una panadería, un horno de barro y ladrillo, tan antigua como la casa, del que salía un olorcito rico a pan recién horneado, en la mañana y en la tarde. En esta trabajó mi abuelo, después mi padre y al final fue arrendada. Al costado derecho del patio había un corredor largo, a mano derecha el baño de los inquilinos, piso de madera, una barbacana de un metro hecha de cemento y ladrillo, que separaba éste de un patio muy amplio de tierra, con un espacio de hierba. Dos hermosos árboles de Capulí, poco carnosa pero muy dulce su fruto negro, fueron los columpios naturales en la infancia. En la parte trasera del patio, unas piedras de lavar, conectadas por un estanque gigante que usaban quienes vivían en este lado. Era casa familiar, pero se arrendaban piezas a particulares. Nosotros vivíamos en la parte delantera. Teníamos un negocio de víveres. Mi casa era el centro de convocatoria 42


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de toda la familia; se festejaban onomásticos, cumpleaños, matrimonios se cantaba, tocaba la guitarra y se bailaba mucho. Recuerdo un día, que no sé si fue viernes o sábado como a las tres de la tarde volvía de jugar, cansada, sucia de tierra el vestido, las mejillas coloradas, con mucha sed y hambre. Mientras me acercaba, un olor entró profundo por mis sentidos, un aroma a masa de maíz dulce, envuelta en hojas de achira, cocinándose al vapor en una paila grande de cobre: ¡Mmmh, unos tamales! Y en otra paila, el perfume del choclo tierno molido envuelto en sus propias hojas. La hoja de cholo, que desprendía al ambiente un delicioso aroma a humita, tiraba de mí como un hilo invisible, acercándome a ellas, haciendo que mis papilas salivaran y mi estómago rechinara como un mueble viejo al que hay que aceitar sus uniones. Apenas asomé la cabeza, y ya me disponía a tomar una a sabiendas que me quemaría… estaba tentadora, ofreciéndose generosa, sabrosa, olorosa para calmar mi hambre. Repentinamente un grito disonante llegó a mis oídos “¡No… anda a lavarte las manos Carmela! Pero que cochina estás. ¿Te bañaste en tierra?” Yo no me di cuenta que la familia en plena estaba poniendo la mesa grande para compartir estos manjares deliciosos. Hoy para vivir este recuerdo, cierro los ojos y recreo sus aromas en mi memoria. Vuelvo a mi casa, a mi madre, a mi padre, a mis raíces y siento una profunda emoción. Me conecto, buscando los elementos materiales para objetivar esos dulces olores que me traen a mis juegos y travesuras de mi niñez. Y se convierten en alegría, reflexiones y desafíos. Carmen Serrano /Maiza

SENTIDO DE PERTINENCIA, DE SER Me críe en el pueblo “El Carmen”, en el campo de mis bisabuelos, el que les pertenecía desde 1873. Tantas historias, tantas añoranzas. El recuerdo de mi abuelo y el olor del trébol, siempre fueron para mí una sola cosa. Siempre disfruté del aroma a pasto, sobre todo el del trébol. Mi recuerdo tan grabado es ver a mi abuelo tendido sobre la inmensa alfombra verde, los quillayes y los sauces dándole sombra, las loicas, gorriones y chincoles que pasaban traviesos volando sobre él. Después de tanto tiempo sin ver su campo, ya enfermo él y consciente del final y 43


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del adiós, yo sentí en mi corazón su dolor. Y su alegría; por ese trébol, esa tierra, esos pajaritos. Nada decía y nadie se daba cuenta, pero en sus miradas al cielo y al pasto, vi cómo se amarraban alegría y pena en mezcla profunda e hiriente de lo que fue vida, de la impotencia ante las dificultades, de los errores que no pueden olerse a tiempo por falta de sabiduría. Desde su verde alma, el trébol fresco y triste daba cobijo y descanso al abuelo. ÉL sólo quería quedarse ahí, en ese agrado, aspirando oler de vida y de adiós que le prodigaba el trébol amado. Comprendí hoy el porqué de mi emoción al olor de trébol y de todos los pastos. Es el sentido de pertenencia, de propiedad, de ser, de alegría y pérdida. Pero es así la vida, así son sus armas, fijados a la mente, quizás sin darnos cuenta, quizás sabiendo y trayéndolo al presente. María Rosario Rubilar Rubilar (72 años)

OLORES DE MI INFANCIA Entonces me inventaron un robot que oliera los manzanos madurando, este fue exacto en la descripción y composición de ese aroma, pero yo no estaba en el… Sergio Sur (Pseudónimo, 77 años)

LA FLOR DEL PASADO Recuerdo que un día paseando en una cálida tarde de primavera paso por el lado de un magnolio. Me detengo y observo absorto lo níveo de sus flores y el dulzor de su esencia, que impregna el aire con un suave bálsamo; una ambrosía para los sentidos. 44


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Inmediatamente vuelvo a mi infancia, a esos alegres años de inocencia, donde todo era más sencillo, más práctico y carente de todos los problemas que conllevan la ajetreada vida de adulto; y vislumbro la faz de mi tía del furgón, que amablemente me recibía al abordar el vehículo con un afable saludo; y al pasar por su lado siento su tenue aroma. Una fragancia permanente con el paso de los años; sin embargo, su rostro se marchita y pierde juventud, pero su aura sigue intacta, su sonrisa permanece impasible y mis amigos del furgón crecen conmigo entre conversaciones triviales, risas y travesuras propias de la niñez. Vuelvo en sí, y me veo de pie a un lado del majestuoso magnolio, preguntándome lacónicamente qué será de ella, qué será de mis amigos, qué será de ese pequeño furgón amarillo que tantas alegrías nos trajo en nuestros años escolares. Y todo ello evocado simplemente por el apoteósico encanto de una flor; el hechizante magnolio y su entrañable recuerdo. Emilio Andrés Mellado Cáceres (29 años)

CUCHARITA DE PALO Como te voy a olvidar cuando mamá terminaba de hacer el manjar, yo te lamia y relamía. No quería que se terminara ese momento. Todo comenzó cuando sentí ese perfume de manjar hecho en casa. Ese olor me impregnaba mi ser y mis tripas tenían una orquesta de ruidos, esperando que llegara el momento de la finalización. Mamá colocaba en la tapa de la olla un poco para que cada uno de mis hermanos metiera sus dedos y saborearan esa exquisitez. Por supuesto yo tocaba la cuchara, después cuando me casé seguí haciendo esa delicia de azúcar y leche de vaca. Los hijos felices y todos querían un frasco para cada uno, para comer cuando quisieran. Hoy soy abuela y no lo puedo hacer porque hay una maldita enfermedad que se genera con lo dulce y mi olfato se ha puesto inodoro que no he sentido ese rico aroma. Digna Pérez Zapata (70 años)

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LAVANDA Ayer cuando terminé de armar el ramo para mi entrañable amiga Ubita la vi allí al borde de la calle. Con algunos escasos brotes, pero ya con sus puntas lilas y su entrañable aroma. Al olerla se me agolpan en el corazón emociones y personas… El suegro y Villa Amelia en Yungay. Guillermo con su pañuelo siempre limpio, con aroma a lavanda y, en su bolsillo siempre disponible para enjugar lágrimas o dar fortaleza. La Ubita en ese maravilloso lugar de Frutillar, donde varias veces estuvimos y compartimos tanto con ella como con la familia, onces deliciosas y un ambiente mágico, un lugar donde todo era lavanda… Jardín, perfumes, saquitos de aroma, aceites esenciales, pasteles y pan dulce. Lavanda ... que olor tan entrañable. Marcela Castro Bravo (65 años)

MINI BIOGRAFÍA OLOROSA En mi caso todo aroma que conoces tú, sí, adivinas: lo he conocido también. Sin embargo, recuerdo aquel invierno del ´95. El principio de días en los que, por una infección, todo cuánto podía oler carecía de su verdadero olor. Recuerdo las recetas caseras, tomar aguas de hierba, el cucurucho de papel en mi oído para que el calor hiciese algo porque mis oídos también estaban sensiblemente afectados. Y aún con eso, yo no podía oler. O tal vez sí y era la infección la que me secuestraba. Una buena terapia médica y reposo me repusieron en los días previos a entrar a clases. Volví a sentir que mi olfato era secuestrado el segundo semestre del año 2010, momento en que un regreso de mi práctica laboral me trajo en bus hasta Chillán. El calor, la aglomeración de pasajeros y la despreocupación por el aseo de algunos de ellos, confluyeron a que mi olfato me dijese: adiós, hasta pronto, amigo. La vi saltar del bus tras compadecerse de la gente que lamentablemente también había perdido su olfato, al menos, temporalmente. Fue el momento en que conocí por primera vez el significado de 46


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la expresión: “olor a rodilla”. Lo anterior me hizo valorar el olfato, saber que está ahí, que me acompaña y también, que debo atenderlo; si lo quieren secuestrar, ahí tengo mi extintor llamado “perfume” a un toque de gong, al lugar al que vaya, día a día. Wilbert Gallegos (36 años)

MI PERFUMADA INFANCIA Nací en un lugar llamado Rafael, un pueblito colonial situado a 20 kilómetros de Tomé, habitada por gente sencilla dedicada principalmente a la agricultura. Sus calles de tierra alumbradas con faroles a carburo eran recorridas cada atardecer por un padre y su hijo provistos de una escalera y dos baldes, uno con agua y otro con piedras de carburo que combinados daban vida con su olor y su luz a las últimas horas de cada día. Aprendí a amar ese olor tan particular que con su luz calmaba mis miedos y temores, sobre todo en las noches de invierno. Cada tarde al volver de la escuela, a la entrada de la casa nos recibía la inigualable fragancia de claveles y clavelinas que mi madre cultivaba en el antejardín. Una vez dentro, cambiaba mi percepción, porque de la cocina salían los deliciosos olores a pan casero y a leche con cocoa. Nuestra vecina Honoria, una santa señora respetada y querida por la gente del pueblo y sus alrededores, santiguaba guagüitas aquejadas de mal de ojo y empachos; por eso su casa siempre se veía muy concurrida. Mi hermana y yo disfrutábamos de esa actividad y nos encaramábamos en lo que fuera para no perder ni un solo detalle de lo que allí sucedía. En un brasero encendido, doña Honoria dejaba caer azúcar y hierbas aromáticas. Tomaba la criatura y la paseaba exponiéndola al humo, hacia la señal de la cruz varias veces en aquel cuerpecito, susurrando las oraciones pertinentes. Finalizando el ritual, se marchaban todos contentos y agradecidos, quedando en el aire ese olor mágico a caramelo, romero, orégano, tomillo, albahaca y otros. Siempre relacioné aquello con algo celestial y divino. Imaginaba que el ángel de la guarda guiaba a las madres de esas guagüitas hasta la casa de mi santa vecina. En el sitio de la casa había más flores, árboles frutales y un gran huerto con verduras 47


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y hortalizas de la estación, que aportaban también con sus fragancias al medio ambiente. Dentro de este sitio se criaban conejos, pollos, patos y hasta dos chanchitos. El cuidado de todo esto significaba una mezcla de satisfacción y sacrificio: nos turnábamos para regar las plantas y alimentar a los regalones. La tierra mojada y los frutos maduros impregnaban con su aroma una parte del entorno. Otra parte olía menos atractiva porque había que limpiar jaulas y repartir el alimento en los corralitos. Sin embargo debo confesar que el olor del preparado de afrecho con agua y otros agregados de la comida de los chanchos me parecía muy apetitoso. Por sobre todas las sensaciones descritas se encuentran aquellas que están íntimamente ligadas a mi madre, como el riquísimo olor de agüita de menta con manzanilla para los dolores del estómago. El Mentholatum que servía para casi todo, la Colonia Inglesa después del baño, el olor a limpio cuando recogíamos la ropa seca recién lavada. En fin, en todo lo que soy ahora con respecto a los olores y aromas, está el dulce recuerdo de mi madre con su cálida ternura y la fragancia de sus caricias, besos y abrazos que no olvidaré jamás. Escribir este pequeño resumen de mi “perfumada infancia” ha revivido en mi emociones y hechos que creía olvidados. Siento nostalgia de aquellos años y en lo más profundo de mi alma hubiese deseado prolongar mi niñez. Elsa Marina Dinamarca Figueroa (66 años)

RECUERDOS DE MÍ INFANCIA Recuerdo que tenía siete años, era un día de lluvia. Siempre tenía que pasar por el paso sobre nivel, iba a la escuela República de Italia. Ese día llegaba muy mojada a la escuela, de regreso a casa nuevamente por el paso sobre nivel… Antes de cruzar el puente sobre la línea férrea había un grupo de niños más grandes que yo, me acerqué a ellos para saber qué miraban, pisé el barro, no supe cómo caí al suelo resbalando y rodando por el barro y piedras hasta llegar a la parte plana, cayendo en una posa con agua y barro. Creo que perdí un poco el conocimiento, cuando volví en mí, me paré y empecé a caminar a mí casa a tres cuadras del paso nivel. Al llegar a casa mi madre me esperaba muy enojada, sin preguntar qué me había pasado me retó, diciendo de dónde vienes toda sucia y embarrada. Le conté que me había caído, le dije me duele mucho la espalda y la cabeza, me desmayé. Desde ahí no 48


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supe de mí hasta cuándo mi madre me llevó a Santiago, y me dejó en un Hogar de Menores. No me daba mucha cuenta todavía lo que pasaba dentro de mí cabeza, todo era confusión, mi madre después se volvió a Chillán dejándome en el hogar, la extrañaba mucho. Quedé muy tímida con lo ocurrido, tanto echaba de menos a mi madre, (mamá soltera), que me llené de piojos chicos y blancos. Recuerdo que las Inspectoras la Señorita Olga e Inés, me tomaron la cabeza y me vaciaron una botella de Tànax líquido, quemando mí hermoso pelo, que lo tenía muy negro y crespo. Recuerdo que mi madre me fue a ver a los dos años después, me llevó un equipo blanco de gimnasia, me contó que se había casado para formar una familia. Yo ya estaba acostumbrada al Internado, ahí conocí a Mónica Benítez, una niña más grande que yo, ella me ayudaba a vestirme y a ordenar mi cama. Un día ella terminó su enseñanza primaria y se fue del internado, quedé muy triste por la ida de mí amiga. Pasó el tiempo y a fines de año llegó una señorita profesora a sacarme del hogar, ella conocía a mí madre. La mamita Naya, cómo yo le decía, me llevo a estudiar a la escuela donde ella hacía clases. Sus colegas me tenían mucho cariño, pues era muy tímida, no molestaba en nada, ocupando el tercer lugar en mi curso, ahí terminé sexto primario. Recuerdo que empezamos a viajar a Chillán, y ahí tuve el reencuentro con mi madre biológica, ella vivía cerca de Bulnes dónde su esposo era agricultor, tenían dos hijos, una hermana Flor María y un hermano Pablo Enrique. Volvimos a Santiago después del verano, todos los años viajamos de Santiago a Chillán. Después entré a estudiar en la técnica, ahí aprendí costuras y terminé mis humanidades, después estudié en la Universidad Popular Fermín Vivaceta. Ahí estudié como hacer cortinajes, cubrecamas, fundas de muebles y otras cosas pequeñas. La mamita Naya me compró una máquina de tejer, lo cual no alcancé a sacar, pues tuve que retirarme del curso, porque vino el Golpe de Estado. Me llevé mí máquina a casa y empecé a tejer de lo que aprendí en la Universidad, en casa tejía y me ganaba la vida. Bueno transcurrió el tiempo y nos vinimos a vivir a Chillán, ya estaba más cerca de mi familia. Siempre viviendo con mi madre adoptiva, ella ya estaba en avanzada edad, le dio un accidente cardo vascular, perdió la visión y quedó inválida y no controlaba su esfínter. La cuidé durante un año, hasta que falleció a los 87 años. Brunilda Herminia Sepúlveda González (72)

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CUANDO SE ES ARTE Un evento llama a la puerta. Mis padres se entusiasman y se preparan para el disfrute de la orquesta. Yo voy de contrabando, una niña sin aprecio por la música ni mucho menos una sinfónica. La casa del deporte repleta hasta el techo, a codazos nos abrimos paso para llegar a nuestros asientos. La luz se va, los músicos dejan de mover inquietos dedos y el director de orquesta hace su aparición. El silencio reina sobre la tenue luz que ilumina el lugar. De pronto, y con un solo movimiento cada músico se hizo dueño de sus acordes, un palpitar de cuerdas y compases que encadenaron a cada espectador. El director de orquesta se hizo notar. Sus movimientos bruscos y suaves, rápidos y pesados, todo al mismo tiempo. Por una hora él fue música, enseñándome lo que es transformarse en arte. El artista y la persona se unifican. La electricidad recorre tu cuerpo y encuentras para lo que fuiste hecho. Bárbara González Mora (22 años)

EL MIEDO DE PERDER A MAMÁ Creo que tenía siete años. Vivía sola con mi madre, ahora me doy cuenta, como dice Martí “... de mis soledades vengo a mis soledades voy”. Ella, mi madre, trabajaba todo el día. Desde el desayuno hasta las 7 de la tarde, por lo que cuando yo regresaba de la escuelita, no había nadie en casa. Ella cosía muy bien en casas particulares. Era modista de categoría, porque la buscaban las señoras de muy buena posición social de Concepción, quienes traían los géneros y los modelos en revistas desde Europa o Estados Unidos. Lograba replicar los modelos muy bien, a pesar de que en oportunidades los cuerpos de las clientas no eran los más indicados para el modelo elegido. Lo importante era que cosía muy bien. Ese día especial esperé a mamá donde unos vecinos, jugando en su patio. Los papás eran amigos de mamá. Normalmente mamá llegaba al obscurecer, pero ese día los niños se entraron a casa y yo quedé sola en el patio, arrinconadita a la muralla de la casa. Ahora recuerdo que el papá de esos amiguitos estaba inválido en cama, y cuando yo entraba, él me pedía que me acercara a saludarlo, entonces él trataba de tocarme. Por eso ahora me doy cuenta del por qué yo evitaba estar dentro de esa casa. A pesar de que me gustaba mucho jugar con esos niños. 50


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Obscureció y la mamá no llegaba. No quería llorar, pero mi pena hizo que se inflamara mi garganta. Han pasado 67 años, y aún al recordar esa tarde, parece que mi garganta de nuevo se inflamara. Por supuesto, cuando llegó mamá me reprendió por haberme quedado sola afuera. Según ella, me había avisado que llegaría más tarde. Eso yo no lo recordé. Me costó una amigdalitis del miedo de perder a mamá, que era todo lo que tenía. Yolanda Camila Carvallo Maldonado, (74 años), Bulnes

MI VIEJO OLMO Tengo la sensación de que en mi infancia habían pocas cosas típicas, sin querer decir que sienta que haya sido más espectacular que la de otros niños. Hoy, las situaciones me parecen un poco inusuales, más quizá, y muy diferentes a las pandillas de niños ochenteros como los de la Serie “Stranger Things” o a la vida de los niños y jóvenes actuales. Pero incluso, con respecto a mis congéneres, al parecer, fui una especie de marciano adoptado que nunca encajé bien en Chimbarongo, el pueblo donde residía. No recuerdo la escuela con tanto cariño. Más bien sufrí muchas veces, a costa de burlas de compañeros que quizá no se percataron del peso de sus palabras o de sus maltratos. Sin embargo, en la escuela aprendí muchas cosas que increíblemente, todavía recuerdo. Cada marzo esperaba volver a tener clases con algo de impaciencia. Me enamoré de las palabras en primera instancia, del leer y entender un idioma extranjero y el propio, de manera sobrentendida. También disfrutaba trazar las curvas que se convertían en letras en un cuaderno de caligrafía. Pero el trayecto a la escuela o a comprar algo para la once, o qué sé yo, no era inocuo, mi corazón parecía descontrolado a punto de explotar cuando tenía que pasar por frente de las personas o saludar a algún vecino.

Recorrer el mundo entero…

En el gran patio de la casa de mis padres, era otra la sensación, fue mi mundo privado. Pasé muchos veranos inventando juegos en solitario o también los que organizábamos junto con mis hermanos. ¡Claro!, ahora que lo pienso, muchos se me ocurrían a mí. Jugábamos con mis hermanos diseñando una historia completa para nuestra entretención. Un verano jugamos a la escuela, y les enseñé alguna cosa que ya no recuerdo. Al parecer, ya sabía que quería ejercer la docencia, porque ahora reflexiono sobre estos 51


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recuerdos y me parece tan obvio. Me acuerdo que me gustaba mucho la Geografía y revisar los mapas, de eso les debo haber hablado. Recorría el mundo entero y los países más extraños con el regalo de mi madre, un atlas del Editorial Zig-Zag. Y, sin duda, disfruté mucho de aprender las capitales de todos los países, cuando aún existía la Unión Soviética y Yugoslavia ¡Cómo disfruté de esos cambios en las fronteras! Quería saber más de Macedonia, Estonia y Ucrania, por nombrar a algunos nuevos países cuando aparecieron en los mapas. Leía mucho de animales y de los dioses griegos, en los Icarito, esos suplementos que venían con el diario La Tercera y que me traía semanalmente mi padre. También aprendí con la tremenda enciclopedia Monitor que editó Salvat y que mi madre coleccionó en fascículos antes de que tuviera conciencia. Otra vez, en el patio construimos una casa, bastante precaria, por cierto, con desechos y materiales que encontramos en la propiedad. Tal vez, habían muebles de mi madre o de mi abuela, pero de lo que sí estoy seguro, fue de haber usado una alfombra no tan vieja en el piso. ¡Vaya!, si mis padres no eran personas ricas. Ahí nos pasamos encuevados semanas con Lisset y Alexis, pues mis otros dos hermanos aún no estaban “en proyecto”, como decía mi madre.

De soledades y animales…

No obstante, de agradecer haber tenido en mi infancia hermanos, mis espacios de soledad también eran muy nutritivos y los atesoro con un poco de nostalgia. Entre las actividades que más disfrutaba sin tanta compañía era compartir con animales. Hubo varios perros en la casa; de todos ellos nunca olvidaré a Nubarrón que tenía un pelaje manchado blanco y negro y que se perdió por meses para regresar más arisco y desconfiado, o a Scooby un perdiguero con orejas largas que desde cachorro era de lo más humilde y cariñoso. Pero lo que más me gustaba era criar aves de corral, tuve gallinas, patos, algunos gansos y una pava. Esperaba con ansiedad que pasaran los veintiún o treintaicinco días de incubación según el caso, para ver cómo entre el plumón tupido salían los polluelos nidífugos. Tengo muchas historias de la tenencia de estas aves que criábamos para comerlas y por sus huevos, pero que yo amaba como mascotas. Con frecuencia traspasaban los cierres mal terminados y, en algunas de esas ocasiones, se convertían en propiedad o cazuela de los vecinos. Ellos, de seguro, no sabrían que al niño y luego adolescente que fui, qué le significaba perder a un amigo emplumado, algo que me parecía fatal, así como cuando sacrificaban animales para el consumo familiar. Una vez tuvimos un cerdo que entendía a un nombre bastante original (“Porky”), el cual tenía la costumbre de entrar a mi dormitorio (y también de mis hermanos Alexis y Cris), que justo daba al patio y se metía entre la ropa de cama. Después que pasó por el hacha de don Punto, nadie tenía apetito para saborear su carne.

Los suspiros malévolos de los álamos

Inicialmente, el patio estaba dividido por un cerco y el terreno más distante de la casa 52


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lo llamábamos “el sitio”. En la parte anterior había un inmenso álamo plateado que todos los años en primavera bañaba de pelusas la casa y la calle. Alcanzó un tamaño gigantesco, así lo veía como niño, y sus raíces se asomaban hasta en la casa vecina. Por esta razón, en un momento, mis padres decidieron que había que cortarlo. Por semanas mi casa se convirtió en un aserradero para llevar a cabo tan grande resolución. También había un manzano verde y un níspero de frutos dulces y pequeños que disfruté hasta hace unos años. Habían de esos ciruelos que llaman “fruto de oro”, uno daba sombra donde mi madre tenía una artesa y había otro más al medio del patio. Estos ciruelos inundaban de carozos rojizos o violáceos y pepas el terreno que los circundaba, pero servían de postes para los cordeles donde mi madre tendía la ropa. Entre las plantas de menor envergadura, había un rosal blanco y uno rojo, también un boj que se veían antiguos con sus troncos leñosos y que los había sembrado mi bisabuela Genoveva que hacía mucho había fallecido. Antes de la separación hacia el sitio, habían unos añosos álamos que con el viento en la noche me hacían imaginar suspiros malévolos, y a sus pies atravesaba una acequia que cruzaba toda la cuadra. Dentro de este patio se encontraba una trama de otras acequias que recibían las aguas grises de los lavados y que llegaban a la acequia principal. A veces estos cursos satelitales olían de forma repugnante, pero me llamaba la atención las extrañas plantas que aparecían en sus orillas. También revoloteaban insectos peculiares, unas raras abejas que parecían detenerse en el aire y, de vez en cuando, también libélulas y mariposas de diferentes tamaños y colores.

El Sitio

Al otro lado estaba el sitio. Lo fui conociendo un poco más grandes, y tenía mucho interés en recorrerlo, porque siempre me parecía que había algo misterioso. Mi padre más de alguna vez sembró en ese terreno unos tomates descomunales que cosechaba cuando era muy pequeño, a esos los llamaban tomates corazón de buey. Gracias a ellos tengo en mis recuerdos la delicia de comer tomate con queso fresco para la once todo el verano, entre los placeres gastronómicos de mi niñez. En realidad, ese sitio aparte de algunos manzanos y durazneros que daban frutos agusanados, por mucho tiempo fue una selva. Se pobló de malezas, ciruelos y varios olmos que crecieron solos por las raíces de un árbol antiguo que estaba en el cerco vivo que limitaba al oeste y que lo cubría zarzamora. Al final de este cerco, había un antiguo olivo cubierto de un moho negro en las hojas y ocasionalmente con aceitunas que nunca vi cosechar. El sitio también fue el cementerio de muchos de los animales de la casa y el basurero del vecino de la casa de atrás. Ya en mi pubertad, con mucho esfuerzo, me dedique a retirar cualquier resto de basura presente en el terreno y a trasplantar algunos de los árboles que se dieron solos en el sitio justo al lado del cierre de hormigón donde terminaba mi casa. Un día me di cuenta como la basura de vecino pendía de las ramas de una higuera y con furia la tomé y la arrojé de regreso. Creo que los vecinos entendieron el mensaje. 53


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Ya no era un niño

Un verano, con mis hermanos construimos una improvisada casa del árbol sobre el viejo olmo. No era alto, sino grueso, torcido e inclinado y en la parte anterior tenía grietas y nudos que me permitían imaginar que se trataba de una mujer trasformada por algún hechizo a un tronco y a la cual, en ocasiones, abrazaba para sentir como estaba aún viva. Pusimos tablas sobre él y otros olmos más delgados y nos instalamos con varias chucherías para jugar a que teníamos una casa en el árbol. Así nos pasamos todo el verano, mis padres nos verían solo para comer. Siempre le guardé aprecio a esa vivienda inestable en la cual nos alojábamos en aquellos días de vacaciones. Con los años, el paisaje de mi gran patio fue cambiando, casi todos los árboles que recuerdo ya no están. Hubo trabajos de construcción y movimientos de tierras de excavaciones para los cimientos de la nueva casa de mi familia. Inevitablemente crecí, y me había convencido de que tenía que estudiar lejos de Chimbarongo. Cuando ya estaba terminando mi pregrado en la Universidad, se vendió el terreno de las vecinas y llegó una empresa de televisión por cable. La Compañía eliminó todo el cerco vivo y lo reemplazó con paneles de hormigón. Por un lado, agradecía la eliminación de los puntos de fuga de los animales que perdí, lo que tanta tristeza me provocó. Pero también vi al misterioso olivo que estaba al final del cerco vivo arrancado de cuajo, posiblemente para ser trasplantado, quizá, dónde. El viejo olmo tuvo un destino mucho peor, terminó destrozado como leña. Con ese acto, arrancaron y talaron mi infancia en un solo día. Ya no era un niño: lloré por dentro. Julio San Martín (43 años)

UN RECUERDO YA A NO OLVIDAR… DE MI INFANCIA Sentada yo tiritando de miedo detrás de la puerta de calle de mi casa… El fierro con que se trababa la puerta estaba puesto, pero yo sentía que alguien empujaba, empujaba… y quería entrar. Estábamos sin los papás que habían salido a una fiesta y se suponía que estábamos a cargo de Santiago, nuestro hermano mayor. -“Santiago ¡despierta… despierta! Alguien quiere entrar a la casa…”-, le decía yo con mi voz infantil, de mis escasos 8 años. Remecía y remecía la cama de mi hermano para 54


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que despertara y fuera a ver qué pasaba con la puerta, pero nada, ni se inmutó y enojado decía: -“¡anda acostarte Marcela, déjame!” Y ni se movía. Con verdadero pánico volvía yo a instalarme detrás de la puerta. La casa de Talca era un caserón antiguo, ubicado central, en la 4 Sur dos y tres Orientes, con una manilla de mano y fierro en la puerta para llamar a modo de timbre, y que da cuenta de la antigüedad. De techo de tejas, que se quebraban cuando escondidos nos subíamos al techo para espiar el horizonte y a los vecinos, paredes de adobe de más de un metro de ancho, (en mi pieza había un closet en el ancho de una pared), cielos muy altos y 12 habitaciones amplias a limpiar y mantener con enorme y rutinario trabajo día a día. Se escuchaban ruidos… y era muy larga la casa, lo que la hacía fría y difícil de calefaccionar en invierno. Nunca he recordado que pasó efectivamente, pues tengo grabado y aún siento en la piel el miedo. Me veo descalza y con una camisita delgada llorando, tratando de convencer a mi hermano que hiciera algo por nosotros…

Encuentro con la “niña interior”

Y que alegría me da encontrarte, Marcelita, pequeña y sensible niña que me ha permitido ser la mujer de hoy. Cierto es que no me gusta mucho que me digan ahora Marcelita, pues al parecer despierto sentimientos de ternura y de cierta ingenuidad, pero ya lo entiendo…Y sobre todo, es sano que tuvieras miedo, la responsabilidad era real, los papás confiaban en que los hermanos mayores cuidarían a los más chicos y es probablemente también cierto que te asustabas de más… pero, tranquila ya lo aprendí, y esta historia seguirá formando parte de cómo llegué a ser quién soy... No un recuerdo a olvidar, sino que a mantener vivo en el cuidado (dentro de lo razonable) de mi hermana y hermanos. Marcela Castro Bravo (65 años)

“NO ES PARA SEÑORITAS” Y AÚN ASÍ… Los niños parecían volar sobre los patines, si no fuera por el estridente sonido que producían, yo diría que realmente volaban. Mi mente, memoria y alma se trasladan a calle Peña, entre San Martín y Buen Pastor donde viví parte de mi vida. En Peña, la cuadra por el lado nuestro, tenía solamente 55


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dos casas deslindando; una, la nuestra, con el Colegio San Ramón. Por el frente si había varias viviendas, algunas enormes de estructura antigua, con tallados en la parte alta y numerosas ventanas. Otras con menos ventanas y no tan antiguas. Allí vivían familias de un buen pasar económico, amables y educados todos. Entre ellos la familia del Dr. Oscar Naranjo Arias, quien fuera elegido diputado de la República y a cuyo triunfo se le denominó “el Naranjazo”. Yo no entendía aquello y me imaginaba un camión lleno de naranjas que abría sus puertas dejando escapar toda su carga.

De la mano de mi hermano

Caminando y sin cruzar ninguna calle se llegaba al colegio San Ramón Nonato. Ese primer día, cuando iniciaba mi vida estudiantil, mi madre se encontraba imposibilitada de ir a dejarme por haber dado a luz recientemente. Me lleva de la mano mi hermano mayor y me va conversando por el camino intentando calmar mis miedos. Me hablaba de las nuevas amiguitas que había allí, de lo buenas que eran las “madres” (era un colegio de monjas mercedarias). Al llegar y justo antes de entrar me dice “yo estaré aquí esperándote hasta que salgas, me puedes mandar a llamar si pasa algo”, y así me dio seguridad y consuelo. La madre Asunta sonreía. A mi lado se sentó Alfonsina y fue muy simpática. Mi hermano tenía razón. Cuando salí esa tarde ¡allí estaba esperándome! Había cumplido su promesa.

No me dejaron volar…

Las tardes eran apacibles y especialmente en verano y primavera los niños salíamos a jugar con los amigos del vecindario. Tardes de diversión, de risas, de acacios y jazmines floridos que perfumaban el aire. “Eso no es para señoritas” escuchaba a menudo de labios de mi madre, cuando me aventuraba a probar algo nuevo. Esa mujer madre de siete varones y de una niña procuraba con sus enseñanzas criar a una “señorita” con todas las de la ley. Andar en patines, en bicicleta, jugar a las carreras, al pillarse, bañarse en el rio, todo eso y no sé cuántas cosas más, no podía hacer, sólo a mis hermanos no les estaban vetadas aquellas actividades. Los miraba ponerse los patines que compartían los Queirolo, el zapato sobre esa plataforma metálica, amarrados con correas de cuero y comenzar a deslizarse suave y luego velozmente por la calle. Imaginaba que yo también podría volar así, incluso bailar sobre esos mágicos patines. No hace mucho escuché acerca de clases de baile sobre patines.

¿Acaso una señorita no podía divertirse?

Claro que sí, por supuesto, pero con cosas de señorita. Juegos femeninos que con mucho entusiasmo aceptaba en casa de alguna amiguita de la cuadra, como de Yerty por ejemplo, pero solo media hora, “no puede uno estar metido en casa ajena mucho tiempo”; además de aprender a bordar, a tejer, a cocinar; leer, dibujar… Había mil cosas 56


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para hacer y no podía quejarme. Además cuando fui más grandecita mis hermanos me incluyeron en sus juegos y fui aguadora, barra y porrista de quien hacía los goles y hasta de arquera me pusieron en alguna emergencia. Protestaba mi madre ,pero mis hermanos me blindaban y abogaban por mí. De todas formas estábamos en el patio y bajo su mirada. Igual tenían cuidado de no chutear fuerte la pelota cuando oficiaba de arquera. ¡Pobre de mí si me ponía a llorar! Así que aguantaba no más. Tenía varios entrenadores y de haber seguido en esas actividades podría haber sido una Endler. Mercedes Olivares de Ardiles

LA MANO… MUERTA En ese inolvidable primer día de vacaciones de invierno, deseando estar cuanto antes, me había ido solo al campo. En tanto, mis hermanas y hermano se habían quedado en el pueblo, en casa de nuestra tía. En el campo, al ponerse el sol y finalizar las tareas propias del agro, era habitual que las personas se reunieran en la espaciosa cocina con piso de tierra, en donde perfectamente podían caber dos o tres mesas para otras tantas familias. Y después de haber cenado, todas se ubicaban en torno a una gran fogata que había en el medio. Era el momento propicio para comentar los chascarros del día, así como también comenzar la competencia de adivinanzas, para finalmente contar y escuchar con gran expectación las historias más fabulosas inventadas por narradores de gran imaginación. En relación a esto último, los adultos parece que se esforzaban en hacerlas más fantásticas y terroríficas; las que invariablemente versaban sobre duendes, brujerías, apariciones del Demonio, como el Mandinga, el Jinete sin cabeza, etc. Quizás lo hacían adrede, para asustar más a los oyentes, especialmente jóvenes. Siendo ya muy tarde en la noche, mis mayores me habían ordenado ir a dormir. Mi mamá me había preparado mi cama en una pieza enorme, la que más parecía bodega que dormitorio. Y ésta se encontraba muy distante del resto de las habitaciones. Sentí gran pereza dejar la fogata con su envolvente y acariciadora tibieza que invitaba a no abandonar el lugar. Además, esa noche llovía torrencialmente, azuzada con un fuerte viento norte, lo que hacía más pavoroso el escenario. 57


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Contar ratoncillos…

Después de despedirme de las personas que quedaban disfrutando de la fogata, salí de la cocina y corriendo atravesé el patio bajo el parrón, para cobijarme en el corredor y sacudirme el agua, para luego abrir la puerta de la bodega que me habría de servir de dormitorio. Una vez adentro, encendí el farol a parafina, cuya luz develó la cama que me esperaba en un rincón. Todo lo cual en esas circunstancias para mí no podía ser más tétrico. La cama estaba tan helada que sus sábanas me parecían hechas de hojalatas; no obstante había que acostarse, ya se entibiarían con mi cuerpo. Mientras yo, acurrucado entre las ropas, esperando dormir y así olvidarme del frio y de las historias tétricas que continuaban torturando mi mente, sentía que el tiempo pasaba, mas mis ojos no se cerraban. Cuando de pronto, al fijar mi vista hacia arriba, descubrí a un bicho negro, para mí muy espantoso, moviéndose parsimoniosamente, atravesando a lo largo de una viga, como escudriñando el lugar; con sus ojillos cuales luciérnagas rojas punzando la penumbra, me ponía los pelos de punta. Era un ratón guarén, el que luego de lanzar agudos chillidos desapareció por el extremo opuesto de la viga. Concluida la eventual escena, me llegaron a la memoria una y mil historias escuchadas en tantas pasadas fogatadas nocturnas. Mis ojos cansados, sin embargo muy abiertos, observando persistentes trajines de familias de guarenes que hacían lo suyo, atravesando las vigas allá en lo alto. Y en seguida de contar tantos ratones -en vez de ovejas- perdí el conocimiento, quedándome por fin profundamente dormido… Casi en la madrugada, semidormido, boca abajo, de entre las sábanas ya calentitas saqué mi mano izquierda y la metí bajo la cabecera en el borde mismo del colchón. Cuando de pronto, mi mano tropezó con algo helado que se movía… Luego palpé unos dedos y, finalmente, una mano completa. ¡Horror era una mano humana! ¿Pesadilla? ¿Broma macabra? No, no, yo estaba despierto... Era realidad… ¡Dios mío!

¡La tengo, la tengo!

Al mismo tiempo que salió de mi garganta, no un grito, sino un alarido que podría fácilmente asustar al mismísimo demonio, con inusitado coraje nacido de no sé de donde, agarré fuertemente por la muñeca la gélida mano que colgaba entre el colchón y la cabecera y tiré de ella decididamente para que no se me fuera a escapar; y así tener la evidencia de una historia verdadera y no fabulosa, la que más tarde yo también podría narrar y dejar con la boca abierta a los contertulianos dispuestos a escucharme. Como el tirón que di a la mano en cuestión fue con tal violencia, y, al carecer ésta del cuerpo que no tenía; por la inercia generada caí de la cama aparatosamente dando vueltas enredado en las frazadas. Pero no aflojé por motivo alguno la evidencia que, helada e inerte, permanecía atenazada fuertemente por mi mano izquierda. 58


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Por fin, como era de esperar, la puerta se abrió bruscamente y aparecieron -al rescate- casi al mismo tiempo, mi papá en calzoncillos portando una lámpara y mi mamá con un chal a medio poner sobre sus hombros, preguntando alarmados: -¡Alonso…! ¡Alonso…! ¡Hijo mío! ¿Qué te pasa hijo? Dinos ¿qué te pasa Alonso, por Dios hijo?... Al encontrarme botado y revolcándome en las tablas del piso en el fragor de la feroz lucha que libraba con la macabra aparición, y aun gritando: ¡La tengo… la tengo! ¡La mano la tengo!... La mano, la tengo. Mi padre se acercó, quizás con miedo y curiosidad. Y en cuclillas junto a mí, me miró y luego me dijo: -¡Claro que la tienes! Tienes la mano derecha tomada por la izquierda… ¿Qué te pasa hijo?... ¡Despierta caramba…! Qué frustración más grande. Ahí, a la luz de la lámpara, sentado en el piso me di cuenta de la realidad. Mi padre también; con su característica perspicacia no dudó de la situación, y lanzando una carcajada de consuelo refirió a mi madre y a las demás personas, las que ya se venían asomando por la puerta fisgoneando en pos de la copucha, lo que me había ocurrido: -Lo que pasó es que, el muchacho se quedó dormido de cubito abdominal y con el brazo derecho bajo la cabecera, por lo que se le acalambró, perdiendo por adormecimiento la sensibilidad de su mano. Así como al quedar colgando y destapada: claro, se heló a tal extremo. No podría haber dado de otra manera. ¡Buena cosa! ¡Que bochorno! Mi mamá se quedó un momento conmigo friccionándome el brazo y mano que ya volvían a la normalidad con ese característico hormigueo tan desagradable. Alonso Herrera Vega (Ahacheve, 83 años)

VIDA EN EL CAMPO En mi memoria aún desfilan los recuerdos gratos e ingratos de la vida campesina, junto a mis padres y hermanos en un lejano y agreste lugar encajado al pie de un gran cerro. Este nos protegía del azote de los vientos invernales del noroeste y en verano permitía que una brisa suave y agradable refrescara a media tarde cuando el calor arrecia y obliga a los hombres y a los animales a cobijarse a la sombra de los árboles. La vida en el campo puede ser idílica, bucólica, donde se conjugan el sol radiante, el agua cristalina, los cielos de azul intenso, la brisa agradable y el renacer de la vegetación 59


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cada primavera, anunciando un nuevo ciclo de la vida natural; y también puede ser difícil, opaca y sufriente cuando hay pobreza, hambre, abandono y desolación. Durante el día nuestras ocupaciones principales eran asistir a una escuelita rural, que estaba muy distante, en un pequeño montículo rodeado de frondosos espinales y eucaliptos. La mayoría de los estudiantes debía caminar unos cuantos kilómetros para acceder al aprendizaje de las primeras letras. Esta humilde escuelita era atendida por dos abnegados maestros que trabajaban con cursos combinados, sólo hasta sexto grado. Pasábamos la mayor parte del día ejercitando la lectura y escritura combinada con los juegos compartidos en los recreos. De regreso al hogar, se colaboraba en las tareas de la casa: acarrear el agua desde la vertiente; alimentar a las gallinas con sus polluelos, recoger sus huevos y todas las obligaciones propias de la vida de niños campesinos. Mis padres viajaban al pueblito más cercano una vez al mes para abastecerse de aquellos productos que no se cultivan en la tierra. El regreso de cada viaje era un acontecimiento para nosotros, podíamos saborear las calugas Calaf, las Galletas de Vino, y algún pequeño chocolate, verdadera exquisitez para nuestro paladar. Las temporadas en que se podía estar al aire libre nos entreteníamos con los típicos juegos infantiles de la pelota, las bolitas, el trompo, el luche, las carreras y otros juegos frecuentes en aquella época. En las frías noches invernales, nuestros padres acostumbraban a relatarnos antiquísimas historias de príncipes encantados y seres mágicos hasta que el sueño nos vencía junto al fogón y nos arrastrábamos a la cama, para soñar con fastuosos palacios en cuyas torres el oro relumbraba y podía observarse a leguas de distancia; o bien, convertirse en un audaz príncipe montado en un caballito mágico que lo transportaba hasta los confines del universo. Carmen Serrano /MAISA/MIDH

LA NIÑA SUPERPODEROSA En Chillán, como en cualquier parte del mundo, la primavera es una estación hermosa, especialmente de octubre en adelante, en septiembre todavía llueve y el viento del sur es muy helado. En el patio interior de mi casa, había entre muchos árboles frutales, dos naranjos antiguos, altos, gruesos, de ramas muy firmes que yo trepaba con facilidad. En uno de 60


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ellos, a una altura, de unos de tres a cuatro metros, tres ganchos gruesos y paralelos hacían una especie de plataforma curvados hacia el norte. Mi escuela fiscal estaba a media cuadra de mi casa también hacia el norte. Mi jornada escolar era sólo en la mañana; en la tarde iban los niños más grandes. En esos días soleados y cálidos, después de almorzar en familia, mis padres volvían a sus trabajos, y la casa quedaba en siesta. Yo tendría unos ocho o nueve años. Mi nana, seguía con sus labores, lavar la loza, asear la cocina, alguna cosa más, y descansar un rato. Yo, invisible me escabullía al patio y subía con gran agilidad al naranjo. Ya en días anteriores, también invisible, había acarreado con un grueso plumón de plumas de pollo que se usaban a los pies de las camas en invierno; lo tenía instalado en los tres ganchos y me tumbaba cómodamente a observar mi entorno. Miraba hacia abajo y veía el ir y venir de la gente que circulaba por el patio; las nanas, las costureras de mi abuela que tenía un taller de camisas y ropa interior sólo de caballeros. Las escuchaba reír, conversar y me divertía saber que ellas no tenían idea que eran observadas. Cada una hora, tocaba la campana de la escuela, y el griterío de los niños en recreo, me llegaba potente, a veces creía entender las palabras; dos recreos y la salida a las cinco con sus correspondientes griterío. En los intervalos, había un silencio lleno de ruidos lejanos, bocinas, frenazos, gritos, maquinarias. Todo era mágico y yo tenía poder sobre todos. Me gustaba estar en esa soledad, a veces, dos a tres horas. Nunca supe si alguien me echaba en falta o si sabían dónde estaba. Creo que no. Fue mi secreto. Mi etapa de niña superpoderosa e invisible María Graciela Muñoz (78 años)

UN PERSONAJE DE MI INFANCIA Con su figura pequeña y encorvada, su cara surcada de profundas arrugas y su infaltable cigarrillo colgando del labio como formando un solo cuerpo... una sola cara; eso era don Yayo… el pescador de la Señora Puy. No olvido su mirada aguda, su risita ladina, de hombre de campo y vida solitaria, sin parientes o familia que yo conociera. Su andar sin prisas y el sombrero raído por el eterno uso y el solazo propio de la Cordillera de los Andes de Talca. Callado, eficiente y taciturno, explorando el río y sus pozones tranquilos, en el curso del torrentoso y helado Maule, mimetizado con el paisaje y esperando con paciencia ancestral, a los escurridizos salmones. 61


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Nosotros… Santiago, Verónica, Claudio, Bernardo, Pedro Pablo, Augusto, mi mamá y yo, por muchos años fuimos de vacaciones al mismo lugar y en la misma fecha, las dos primeras semanas de febrero. ¡Que imborrables recuerdos! La casa de la Señora Puy y de don Alfonso, quienes daban pensión a familias. Llegábamos desde Talca con camas y frazadas a habitar las piezas de madera, donde uno podía ver sin mucha dificultad las estrellas. El lugar se llamaba la Mina, cerquita de la última aduana y un poco más lejos del Médano, donde están los famosos Baños del Médano, y con un terrorífico puente torcido e inestable, que papá cruzaba con el más chico de nosotros en brazos. Conviene subrayar que nosotros éramos siete niños. Empezamos a ir cuando yo tenía como 8 a 9 años, siendo yo la segunda de toda la parvada. Sin embargo siempre me sentía la mayor y me angustiaba por ello, pues más de alguna vez me tocó salvar a un hermano, que, sin saber nadar (ninguno de nosotros en realidad sabía nadar, ni a nadie se le enseñó) aleteaba con desesperación hundiéndose en el poderoso río Maule. Mi papá durante la semana trabajaba en Talca y nuestra mamá muchas veces dormía siesta, pues sin duda su vida diaria era siempre de trabajo y de rigor. Entonces, vacacionar en la Mina era el descanso supremo. Pero volvamos a Don Yayo. Su presencia y actividad diaria (ir a pescar para la cocina de la Señora Puy) era condición clara de que estábamos de vacaciones. Habíamos llegado a nuestro preciado destino después de un viaje en camión, cargados y entierrados a más no poder. Pero todo eso olvidamos estando ya una vez en el hermoso lugar de cordillera, que mi papá justo privilegió para que tuviéramos contacto con el saludable aire cordillerano, que supuestamente nos mantendría sanos respiratoriamente en invierno. Él lo creyó así, quizás como un karma o un ejercicio para exorcizar su juvenil experiencia de TBC y la estadía en el Sanatorio El Peral. Truchas de maravilloso color salmón colgaban del coligüe o salían del morral que don Yayo cuál trofeo de guerra entregaba a la Señora Puy, engrosando la abundancia de platos y comidas de la pensión cordillerana: hirvientes sopas para las heladas noches y esas truchas fresquitas y crujientes, de vuelta y vuelta que disfrutábamos junto al rico pan amasado, ¡que delicia! Don Yayo estaba siempre allí, era ya un anciano pero parecía que no envejecía con sus pasitos cortitos; en fin, el ayudante perfecto de la Señora Puy y nuestro cable a tierra. ¡Vacaciones, a bañarse! Las pozas, las estrellas y el Maule nos esperan… Marcela Castro Bravo (65 años)

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VOLVER A MI CASA, MI BARRIO, MI GENTE Cierro los ojos, e intento que una avalancha de recuerdos de los olores de mi infancia, me golpeen, pero, nada; no me viene naaada!!!! Tengo que concentrarme, y volver a mi casa, mi barrio, mi gente de hace taaantos años! Era una casa enorme, de adobe, poco compacta, con grandes habitaciones, cuatro de ellas, de 25 metros cuadrados, diez en total. Todas con techos altos y un solo baño, y una cosa chiquita que podría llamarse baño pero que tenía sólo la taza con un estanque alto que se vaciaba tirando una cadena -eso era muy divertido- Esa casa, en la calle Arauco de Chillán, entre Cocharcas y Purén, sobrevivió al terremoto del 1939 y era de mi abuelo Wenceslao, mi abuela Ana Luisa y su única hija, mi mamá, Graciela. Ahí vivía la familia, papá Alfredo, mamá, hermano mayor Iván, yo, la del medio, -¡pobrecita yo!,- y Cecilia, la menor. La casa era ya muy antigua, construida desde el borde de la acera, sin antejardín, tenía la puerta principal de madera sólida y luego una mampara con vidrios biselados. El pasillo de la entrada separaba las dos primeras habitaciones enormes, y llegaba a encontrarse hacia la izquierda con una galería abierta que daba a un patio central con un enorme naranjo. Tres habitaciones un poco más pequeñas daban a esta galería. Por el lado derecho, tres habitaciones de distintos tamaños y los baños daban a este patio central. Al final de esta galería, se encontraban, en la misma posición que las de la entrada, las otras dos habitaciones enormes, separadas por un pasillo que llevaban a la cocina, las piezas de servicio, la leñera, los cachureos, el fogón donde se lavaba y hervía la ropa de cama, los manteles y demases. Luego, el patio con árboles frutales, y, por un tiempo, un gallinero. ¿Por qué hago está descripción física de mi casa? Porque era tan grande y podría decir que bastante inhóspita según mi visión de niña, que al llegar, uno espera ser inundada de calorcito y el olor de la comida, pero NO, tenías que acercarte a la zona del comedor de diario y la cocina. Lo que más recuerdo en esa casa, era el olor del carbón del brasero, que mi nana disminuía con un puñado de azúcar y yerbas aromáticas a la hora del almuerzo o en la tarde. Era imposible calefaccionar de otra manera, esa mole dispersa. También el olor de la leña en la cocina y obvio el de la comida. No tengo muchos recuerdos de olores que me lleven a la infancia. Si, imágenes. No me gustaba mi casa, la encontraba fea. Sin embargo, después de adulta valoré su arquitectura, testigo de su tiempo y de una cultura campesina que prevaleció en la ciudad, y que mi casa representó después que el atroz terremoto de 1939, hizo desaparecer prácticamente la ciudad. Yo, era muy niña y admiraba la belleza de las casas modernas, compactas, más pequeñas de mis compañeras de colegio. Hoy, cuando sueño, veo esta casa, la recuerdo en todos sus rincones, y cuando encuentro casas antiquísimas en algún lugar, muero de ganas de golpear la 63


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puerta y pedir que me dejen a entrar a conocerlas. De la Avenida Collín, hacia el sur era campo, quintas con cultivos de hortalizas y flores y en mi adolescencia iba románticamente a comprar flores. El aroma de los claveles y los gladiolos aún permanecen en mi memoria Esos eran mis pagos, en los primeros 20 años de mi vida. . En Collín esquina Pedro Aguirre Cerda, funcionaba la curtiembre CHORIBIT. Pasar por allí, o cuando corría viento sur, todo el barrio se impregnaba de un olor horrible, producto del proceso de curtir los cueros de animales para la industria del calzado, ropa y diversos artículos afines. A pesar del desagrado de recordar ese olor, lamento lo que ha pasado con la industria nacional del calzado, que poco a poco ha ido desapareciendo, producto de la apertura al mercado internacional especialmente el chino. Desde los 80 hasta hace poco tiempo, se han cerrado las fábricas más importantes de calzado, entre ellas Gacel, Guante, y la última, Albano en la zona de Concepción. Hay muchos olores que me llevan a la infancia, pero son pocos los que en la actualidad me provocan reminiscencias infantiles porque desaparecieron de mi vida, salvo el olor del mar que sigue vigente y actual, como el olor fuerte de las algas pudriéndose en la arena, Hoy, las retiran pero en mi infancia, quedaban eternamente allí formando un piso blando y resbaladizo que nos gustaba pisar a pesar del mal olor. María Graciela Muñoz (78 años)

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CAPÍTULO III

MI EDUCACIÓN Escribir es evaluar sintetizando un gran conjunto de aconteceres. Escribir es ponderar de un trazo esencial millones de mínimas anécdotas, las que van conformando las vivencias humanas. Los autores aquí, de un solo golpe de memoria, traen a la mano el rasgo que ellos juzgan esencial y más relevante en su formación. Vienen a la memoria los profesores, sobre los de las escuelas rurales, quienes decidían y marcaban a fuego con su entrega o su rigor. Vienen a la memoria, los bancos, la tiza, el camino a la escuela que era largo a la ida, pero muy corto a la vuelta: habían muchos asuntos que ver, muchos bromas que gastar, muchas curiosidades que verificar. En la mayoría, gratitud por las aquellas primeras letras, emoción por la “buena” formación recibida, pero también hay “educación dormida”, “aulas que parecieron jaulas”…

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EDUCACIÓN DORMIDA Hasta las tres de la mañana hablamos con mi ex compañero… Me vino a visitar hace unos días. Lo que más conversamos fue de la educación que nos dieron. ¿Qué educación? Esa interrogante tenemos, nunca nos incentivaron a crear ni imaginar y se suponía que era el mejor liceo de Chile. Estando hablando ese día, nos dábamos cuenta del tiempo perdido, malgastamos tantas horas de descubrimiento propio y de conocer a nuestro yo interior. “La imaginación es más importante que el conocimiento”, dijo Albert Einstein. Bárbara Gonzalez Mora (22 años)

¿EDUCACIÓN? Imagínate encontrarse en la universidad un marzo cualquiera en Chillán marcando 35° de temperatura. De pronto un profesor entra a la sala, deja su bolso sobre la mesa un poco coja por los años, te mira fijo y comienza su discurso de primer día de clases. Títulos van y títulos vienen, minutos van minutos vienen. La mente comienza a vagar, primero en lo disparejo de su bigote, en como un tío tiene el mismo vello facial y también es profesor, quizás en algún punto incluso se pudieron haber conocido. Y sigues pensando en las posibilidades de esos acontecimientos cuando el profesor de pronto corta con un tono de voz más alto. -Bueno chicos, ahora cada uno se presentará, nombre, edad, por qué eligió esta carrera y alguna anécdota en relación a su formación educacional. Mi mente entra en alerta, mi nombre lo sé, la edad obviamente también, la razón de elegir la carrera, un misterio que permanece hasta el día de hoy. Pero la anécdota, volver a la básica, años olvidados de situaciones puntuales que ya nadie recuerda. La media, esas mejor dejarlas guardadas. Qué curioso, de la escuela y el colegio no recuerdo mucho, las salas, las materias, los discursos interminables y los problemas, todo se desvanece ¿Qué queda? De pronto el profesor me queda mirando esperando mi respuesta, lo hago de manera automática, y en la última pregunta suena la alarma y la respuesta se escapa sola. Mi anécdota es que lo único que recuerdo, son anécdotas y no la materia. Que nadie sepa que saliendo de la universidad lo mismo volvió a pasar. Bárbara González Mora (22 años) 66


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MI EDUCACIÓN Bonita entrada de rejas azules, mucho prado y juegos de colores. En mi imaginación se ensambló una escuela alimentada por demasiadas películas. Nada me auguró la salita de tablas de madera pintadas de verde chillón. En mi cabeza jamás se sembró la idea de dibujos hechos por las tías para alegrar el lugar. Sin embargo, me enamoré al primer instante. Eso estuvo bien por un tiempo, como quien le pone un cartón a una ventana rota –cosa que pasaba mucho en mi escuela- pero tarde o temprano debe ser reparada. El invierno llegó y la ventana seguía así. Incluso, más trozos de vidrio fueron arrancados. Un gobierno inconsciente dejo apenas el aluminio de lo que fue mi educación básica. Mi escuela era municipal, por ello cuando hice ingreso a la enseñanza media pagada, volví a imaginar bonitas vistas, salas de luz clara y una amplia biblioteca. Esta vez sí me decepcioné y he de admitir que lloré de impotencia. Ni siquiera en mi primer día con la tía Gloria lo hice. No obstante, mis nuevos profesores, nuevamente parcharon las falencias. Mi educación ha sido de salones atestados, pasando de ser “la cuica” por modular un poco de más a “la huasa” por vivir un poco lejos. He compartido con hijos del robo, hijos del crédito e hijos que tienen a pedir de boca. Pero todos compartimos lo mismo; una educación que, si no fuera por profesores ingeniosos, nos arrojaría a la intemperie, con apenas los cimientos que una seguidilla de ministerios de educación ha dejado. De todo corazón espero, deseo, quiero, que el día de mañana cuando otro niño imagine bonitas rejas, prado y juegos, no se tope con ventanas rotas. Bárbara Yañez Ormeño (18 años)

ENSEÑANZAS: ALGUNAS MALAS, OTRAS ETERNAS Entre cuatro paredes se desenvolvía… dentro de mi metro cuadrado volaba… en aquella mesa allá, en el fondo del salón, mi mente divagaba entre fantasías de niñez y mis sueños del cual futuro incierto deseaba. Imposibilitado de oír las clases de la profesora Uribe, más bien de la “sargento” Uribe. 67


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Me imaginaba mis propias clases, sesgado por mi déficit atencional y un diagnóstico de TEL, creaba mis propias respuestas a mis ansias de aprender, las que al momento de plasmarlas al juez papel, quien solo perdonaba a aquellas mentes aptas para nada más que memorizar, resultaban ser más ciertas que las cátedras de la “sargento” Uribe. Ignorado por mis pares por no pertenecer a su clase social, vagaba por el patio a la hora del recreo, buscando el punto débil de la muralla que me separaba de la libertad y el aprendizaje verdadero, de la aventura y del romance, los cuales llenaban más mi joven espíritu. Todo gracias a aquella mujer dispuesta a dejarlo todo por pasar la tarde conmigo y enseñarme lo que ella aprendía en su colegio y de las cuales, de una u otra forma, aprendía del mundo mucho más que dentro de esas cuatro paredes. Enoc Montecinos Ortega (26 años)

LO MÁS VALIOSO QUE HICE CON MIS MANOS: APRENDER A ESCRIBIR Recuerdo que debo haber tenido cinco o seis años de edad, cuando mi mamá me envió a la escuela; es más, el día que me matriculó dijo la frase: - “lo vengo a echar a la escuela”... Luego mi abuelo, cuando venían las vacaciones, me preguntaba -¿”Ya te soltaron”? Mi tía abuela por cierto, no tenía ninguna fe en el colegio. Más bien lo consideraba algo inútil, no merecido, no alcanzable, decía, eso de estudiar es para los ricos... Así fue que un día lunes temprano, caminé los cinco kms. que había de mi casa a la escuela. Mi corazón estaba lleno de expectativas, colmado de emoción, sólo lo tranquilizaba la fascinación y miedo a lo desconocido.

Estoy aquí para no cuidar chanchos…

Lo primero que preguntó, luego de saludarnos, la única profesora del plantel fueron nuestros nombres, edad y por qué estábamos ahí, como una suerte de enrolamiento militar. Dije me llamo Fernán, tengo 5 (o 6 años) y estoy aquí para no cuidar chanchos... Yo tenía claro que como era comienzos de marzo, había que recoger las cosechas de papas, porotos, ajíes, etc. y no debía descuidarme con los animales, que en poco rato se podían comer los frutos de las siembras de un año. Además mi tía abuela, que no creía 68


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en los estudios, me advirtió: - “en tanto termines en tu escuela, te vienes de inmediato a cuidar la huerta.” El día corría de prisa, al momento de ingresar a la sala, mis ojos se clavaron en la muralla de tablas de pino, sin barniz ni pintura; habían colgado unos afiches tipo mapamundi, con las vocales y otro con el alfabeto como se decía en esos tiempos (abecedario). Las letras tenían relieves, como gruesas, como que hacían sombras, como redondas: en resumen eran maravillosas... La única profesora debía atender niños de primero a tercero básico, por lo que la dedicación no era tan personalizada, más bien instintiva, poco metódica, no tan pedagógica, como diríamos ahora.

El mágico descubrimiento de las letras

Dijo entonces la maestra que era pequeñita, enjuta y chillona. Pero nosotros los niños la veíamos enorme, sabia y con mucho poder. Además su mesón era muy grande y estaba sobre una plataforma de unos treinta centímetros, como un juez de policía local. O sea siempre su escritorio era más alto, como una torre de control; desde ahí daba órdenes, corregía y recibía nuestros trabajos para su calificación. Siempre en compañía de un puntero de madera, como esos metros que usaban en la tienda del turco Yalile en Yungay, que era para medir los géneros y telas. Se escucha su voz aguda, de pito, de “sargento negro” de las seriales. –“Saquen uno de sus cuadernos. Hoy vamos a dibujar... Yo no tuve problemas porque llevaba sólo un cuaderno, de esos de hoja de roneo, de hojas oscuras, con rayas verdosas que en las tapas tenía las banderas de los países de América. Eran los que daba la junta auxilios escolares y becas. Al rayar casi se rompían y al borrar, si te cargabas mucho con la goma de o con migas de pan, realmente se les hacia un hoyo. -“Vamos a dibujar las letras que ven en ese mostrario. Iniciaremos con la A”, dijo la profesora. Al escribir en mi cuaderno de hojas de roneo, descubro lo más mágico que hasta ese momento me había ocurrido. Se podía bajar del afiche esas preciosas vocales y letras, no eran de la escuela, ni de la muralla, ni de la profesora. Ahora las letras podían también ser mías, sin robarlas, sin quitarlas a nadie, sin perjudicar a ningún otro ser humano. Consideré que si yo las dibujé en mi cuaderno, las copié, las reproduje: ese proceso era a lo menos, el comienzo, yo después iba a poder escribir más y lo que era mejor aún, serían mías para siempre. Fernán Troncoso Jofré (52)

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DOS PIOJOS Y UNA VARILLA DE MEMBRILLOS En la escuela del campo donde estaba en tercero básico, los compañeros, especialmente los más grandes tenían piojos; había de 1 a 6 básico, divididos en dos salas, en la mía de uno a tercero, en la otra los mayores. Los “piojentos” eran casi la mayoría, especialmente los zambos y gordos. Los recreos eran fantásticos, sobretodo el de las 10 de mañana, donde jugábamos casi una hora. Los profesores aprovechaban de tomar mate de leche con sopaipillas, que les venía a dejar Doña Manda, la vieja que tenía un hijo “tonto” que estaba como en sexto básico y nunca pasaba de curso.... Bueno, jugábamos a las “topeas” que era que un niño más pequeño subía al apa de uno más grande y daban de golpes y empellones al otro supuesto caballo para derribarlo. Nosotros los jinetes ofrecíamos pan a nuestros caballos, que a esa edad estaban siempre con hambre, para evitar que nos voltearan. En eso topones los piojos se nos “pegaban”. Por lo que mi profesora que era chiquitita, gritona como un sargento negro de las películas, nos revisaba y cuando detectaba alguno contagiado lo enviaba a su casa, con tres días de descanso (hoy entendí que era la cuarentena). Yo nunca tuve piojos, ¡qué suerte para los otros, que iban con tres días libres! Soy hijo único de madre soltera, me bañaban todos los días, me revisaban y me ponían gominas, debe ser por mi pelo tieso de indio. Y no tenía piojos.

Mi plan…

Tuve que hacer un plan: un día martes llevé doble pan como colación y a la hora del recreo le compré al crespo Salazar dos piojos grandes, gordos, bonitos, si estaban para la feria CAR. Los puse en una cajita de fósforos vacía, tomé aire y me fui donde mi profesora. La adrenalina me consumía, era algo épico, yo el blanquito con piojos -y dos... y grandes... – eso sí era muy convincente... La profe cayó, se la tragó, la muy gritona... Me envió de inmediato a casa. ¡Tres días libres!, cómo se le arregla la vida a uno a los 8 años... Costó explicar a mi incrédula madre, pero yo con mi caja de piojos, traía la evidencia. Esa tarde me fui al río, ¡a bañarme su piojento! Cuando regreso, la cara de mi madre y la varilla de membrillos en su mano, parecían indicar que algo malo, muy malo estaba pasando... Había venido la profesora en la tarde a mi casa, casi a increpar a mi madre (ellas habían sido compañeras de curso), que cómo podía yo tener piojos. El guatón Zalazar habiéndose visto con dos panes, y como era egoísta y glotón, los demás le pedían y como no les daba, lo acusaron con la docente de robarse ese otro pan; viéndose acorralado, confesó que me había cambiado el mendrugo por dos piojos. Eso 70


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llenó de ira a mi cándida maestra. Las lesiones (... y lecciones...), fueron evidentes: al otro día a clases no más, sin cuarentena, pero con unos tatuajes en mis glúteos en forma de ramillete de varillas se membrillos... El crimen no paga, especialmente para los piojentos. Yo piojos y miedo no he tenido nunca, así que le recibo dos piojos... para conocerlos... Fernán Troncoso Jofré (52)

LA BUENA EDUCACIÓN RECIBIDA EN MI INFANCIA Mi infancia recuerdo fue muy feliz. Nací en un hogar con seis hermanos cuatro mujeres y dos hombres. Fui matriculado en el kínder, en el que se consideraba el mejor colegio particular de la época, el Seminario de Chillán, hoy Padre Alberto Hurtado. Mi educación en dicho colegio fue de muy buena calidad, gracias a lo cual ha sido la base para ser una persona de bien en el ámbito social de mi comunidad. Este establecimiento mantenía un buen ambiente escolar, sus dependencias reunían las condiciones adecuadas para entregar y recibir una adecuada educación. Los compañeros del colegio eran la gran mayoría hijos de padres de clase media y también habían bastantes de muy acomodada situación. Recuerdo en especial, la destacada participación en los desfiles de fechas celebres en la ciudad de Chillán y también la realización de la “Revista de Gimnasia” al final del año, en donde se mostraban la preparación destacada en los deportes y se premiaba a los mejores alumnos en las distintas disciplinas intelectuales y físicas. Ya adolecente y después de recibir abundante preparación en valores y principios cristianos, como amor, fraternidad, amistad y solidaridad, me fui compenetrando más profundamente en una realidad de vida más competitiva, en donde el esfuerzo dedicación y disciplina tienen una gran importancia. Hoy, con el correr del tiempo y los frenéticos cambios políticos y culturales, los que muchas veces no son para mejor, tengo que concluir que nuestra responsabilidad de jefe de familia y ciudadano contemporáneo, debe valorar profundamente que la educación y formación de los individuos en esta patria es fundamental para tener un gran país. Hugo Neftalí Guíñez (76 años) 71


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UNA MANERA DE SER No me di cuenta de que soy educado hasta que comencé mi primer trabajo. Cuando era niño sufría mucho con el hecho de ir a clase y recibir abusos físicos por otros niños. También con tener que madrugar para recibir las mañosas cátedras de lectura, suma y cualquier parafernalia que se le ocurría a la profesora Eugenia. La escuela era un lugar con bastantes años en la ciudad, además de ser muy grande, puesto que contemplaba en ella un área de una cuadra; se lograrían imaginar que había mucho por donde recorrer y perderse. Por mi parte cuando no estaba recorriendo el lugar con mi amigo “el Nacho”, mi compañero de curso, me dedicaba en los recreos a jugar con la tierra que se podía encontrar en cada desolado rincón. Parecía un niño solitario recogiendo basura, y por tanto, llegaba a casa, siempre esperando llegar, muy sucio y hambriento después de pasar una larga jornada sin comer. Durante la mañana escolar mi único interés era sentarme al final de la sala, en el suelo, para ver la forma de las nubes e imaginar comparando su forma con las cosas comunes. A nadie más le interesaba, pero a mí sí, siempre inquieto por ver las curiosidades que podíamos encontrar en el cielo, como los tonos de colores o las estrellas, igual que jugar con tierra. Podía encontrar en ella una variedad impresionante de insectos o también era capaz de jugar con los lindos caracoles antes de escaparme a la hora de almuerzo para luego volver a terminar la jornada de ver helicópteros, puentes, leones, lagartijas y cuanta cuestión que mi imaginación lograba ver en el cielo. En casa también me aislaba, me aislaba jugando a subir en el árbol y en los momentos que llegaban las brisas yo era feliz. Sentía un aire fresco y puro, era capaz de escuchar en ese lugar a los árboles susurrar como si me quisieran hablar, era como si recitaran un verso. Jacob Ortiz Mora (24 años)

ENSEÑANDO EN EL “OMBLIGO DEL MUNDO” Me imaginaba mi primera clase como profesor particular cuando mi teléfono alcanzó a rasguñar los últimos rayos de señal. Me informaban que muy lejos, quizás en el último rincón que alguna vez imaginé, estaba la pequeña alumna que debía aprender a leer. Con 72


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mi bicicleta destartalada de inmigrante había llegado a un indefinible hogar del Ombligo del Mundo, donde ni los más locos de Rapa Nui se les ocurriría llegar. Esta casa tenía un Moai cerca de su entrada y solo la incredulidad me separaba de aquel extraordinario monumento. “¡Bien, chileno, por fin llegaste!”, me gritó el padre de mi alumna cuando me vio llegar. A una niña que portaba un atuendo ancestral, que ahora más bien era un disfraz de juego, debía enseñarle a leer y escribir cuanto antes, porque en Rapa Nui nuestro idioma es una dolorosa necesidad. Dejé mi bicicleta tirada entre medio de flores coloridas, mientras los perros y gallinas buscaban las sobras de la repartija de comida. Entré a la casa con una terrible timidez y me encuentro con una mesa atiborrada de carnes, ceviches, papas mayo, como si un matrimonio estuviera ahí. Pero no, era un simple lunes que también pensaba en el mañana, en el cual yo era protagonista para enseñarle a una niña analfabeta. La pequeña me lanza el silabario en la cara y me dice con voz estruendosa: “¡Me llamo Vakai, qué bueno que viniste! No sé leer y quiero que me enseñes ahora”, sonriendo entre los brazos de su padre, como si fuera el nuevo juguete chileno que había llegado a su hogar.

Amar por compromiso

Poco a poco las sílabas y repeticiones de mi idioma entraban a su cuerpo y su mente. Su pequeña humanidad se retorcía como culebra ante la dificultad; las “p” se confundían con las “l” y los gritos de enfado se multiplicaban cuando trataba de enseñarle, cuando trababa de hacer calzar a dos mundos que se habían encontrado por accidente. Apenas llevaba unos veinte minutos y ya empezaba a sentir la presión de una clase difícil, a veces extraña por los rostros de Moais que vigilaban mi actuar, pero un tanto alegre cuando ella y yo nos reíamos a escondidas de la otra clase que se gestaba al fondo del pasillo. El gran abuelo, el patriarca casi inmortal, le enseñaba a tallar unas tablillas ancestrales de madera a su otro hermano. Lentamente el pequeño niño lograba producir en sus pequeños dedos contaminados de modernidad las precisas líneas y retoques que el anciano quería imprimir, pero las quejas por abandonar la clase para intentar manejar la moto enfurecían al patriarca. Los golpes que le infringió al niño en la cabeza eran el grito ahogado de un pasado caído a pedazos. La educación del porvenir ya conocida estaba entre esos tallados y lágrimas exageradas, que el niño parecía entender con intermitencias, sin entender que la vida misma era una clase más larga e impredecible que cualquier otra. Mi alumna reía de la desgracia ajena, pero a la vez lloraba por el futuro inmediato que su padre había trazado conmigo. Yo debía enseñarle pronto, ajustar todo en nuestros bloques de tiempo ilusoriamente firmes. Ella no tendría jamás los golpes de su abuelo, pero bajo mi mando comenzaba a impregnar en su sangre la obligación y planificación exitosa de una educación que todos debíamos amar por compromiso. Ernesto Campos López (31 años) 73


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AULAS QUE PARECEN JAULAS Hay que estar muy quieto para entender este planeta. Los autos pasan a lo lejos, con ese sonido raspado de la velocidad. Siento ira, tal vez ingrávida, arrancar de aquí. ¿Qué me detiene? Agito mi pie derecho, ese profesor se me está borrando, rellenando el tiempo de nada existente, su barriga pegada contra el muro, mis ojos traspasando todas esas cabezas, y el sudor baila despojado. No entendemos qué es esta educación, no somos libres, no sabemos serlo, hay algo perverso que obliga, reseca la vitalidad, ser alma tiesa, y este efímero y extraño silencio, dibuja en un rincón de la pizarra: un agujero negro, al pasado y futuro. María Verena (28 años)

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CAPÍTULO IV PERSONAJES

Inevitablemente la memoria funciona ligada a rostros, a inconfundibles perfiles que recortan y precisan contextos difusos. Pero lo importante es que si asociamos rostros, esos mismos contextos aparecen, aclaran y expresan, revelando mucho más que un análisis de sociología o historia. Ese es el valor de escribir acerca de unas vidas particulares: arrojan luz a su derredor, permitiendo ver los contornos de un tiempo, de una generación, de una época. Se trata casi siempre de vidas mínimas, personas especiales, singulares, que los medios nunca destacaron, noticias de seres que jamás figuraron en alguna portada pero que se tomaron todo el escaparate, todo el “ancho de banda” del corazón que los recuerda. Son las vidas populares que tejen la historia del pueblo, los pilares sólidos de una cultura.

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UNA DE CIENTOS Hay días que es artista, lleva las mejillas rosadas y la alegría le burbujea en el pecho, robándole risas. Sus manos están pintadas de óleo y su cabello es un remolino. Otras noches fuma libros, como la adicta de una película de culto americana, inhalando líneas de barata poesía porque el sueño no llega y el dolor gana. La conocí siendo matemática, con un lápiz número dos entre los dientes. Se mofaba de los niños que querían una fracción de ella. Sin embargo, la primera vez que me encandilé, fue cuando era bailarina y quise lanzarle flores, siendo su escenario nada más que la pobre noche y por reflectores las estrellas. Pero me desenamoré rápido, cuando se volvió mujer de ciencia y juró ser capaz de abrirle el pecho a cualquiera si encontraba la cura a sus terrores. Sabía que su yo poeta lo decía como metáfora, mientras se bebía el quinto café de la tarde, pero aun así me asuste. No obstante, con sinceridad mi yo escritora aún la extraña. Sé que quiero volver a tener su piel como papel otra vez, bajo mis labios de oscura y triste tinta. Pero no sé cuánto. Y sé que su parte escritora también piensa en mí, pero solo a instantes, solo a ratos. Ya luego será otra, se olvidará de la chica de melancólicos textos y escribirá los suyos propios. Bárbara Yañez Ormeño (18 años)

DON ROBERTO C. DE LA B. Quien lo haya conocido personalmente, así como sus simpáticas anécdotas, le sería difícil olvidar a don Roberto Casanueva de la Barrera. En este momento llegan a mi memoria dos o tres sucesos protagonizado por él. (Contados por don J. M. I., abogado, amigo de él).

El primero

En calidad de Intendente de la provincia de Ñuble, en el gobierno del Presidente Frei Montalva. Por motivo de la visita a Chile de Su Majestad la Reina Isabel de Inglaterra, el primer mandatario convocó a todos sus Intendentes al Palacio de la Moneda, lugar en que se haría la presentación de ministros e intendentes. 76


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Llegado el momento; los Intendentes vestidos con impecable frac, en fila, a un costado de la larga alfombra roja, sobre la cual debería pasar la autoridad. Después de los himnos patrios, y al son de música ad hoc apareció Su Majestad la Reina. Ella junto al Presidente, se detenía por breves segundos frente de cada Intendente. A su vez, éste se inclinaba reverentemente ante ella y le decía una frase de cortesía en inglés; y así sucesivamente... Al pasar frente a nuestro Intendente, don Roberto; él se presentó así como todos, actuando con una gran reverencia; pero no sabía nada de inglés. Sin embargo, haciendo memoria, se acordó de las primeras palabras que aparecen en los cuentos en ese idioma, por lo que no titubeó en decirle: “Once upon a time, Su Majestad”. La reina con cierta perplejidad se detuvo por un instante mirándolo, como esperando algo más, y luego sonriente se alejó hacia el siguiente personaje a saludar.

La muerte de las vacas

No me acuerdo la fecha exacta, de este segundo caso, en que ocurrió aquel accidente: En circunstancias en que un rebaño de vacunos iba cruzando el paso a nivel existente en la prolongación de avenida Ecuador; en el mismo instante, a gran velocidad, lo hacía un tren con una larga fila de carros que venía desde el Sur. El tren abrió una brecha en medio de la manada, en el que murieron no menos de quince reses. Realizadas las investigaciones del caso, se comprobó que el funcionario de Ferrocarriles del Estado, encargado de la “barrera”, no estaba en su puesto ese día y hora, cumpliendo su deber. Es más, éste, al haberse impuesto del accidente y ser el culpable, se dio a la fuga y, como era su costumbre, continuó catando vinos de las pipas de Confluencia. Conocida la tragedia y puesto ipso facto todos los antecedentes del caso para iniciar el juicio del dueño del rebaño, en contra de FF.CC. del Estado de Chile para su reparación; desde el Ministerio del Interior, llegaban todos los días a la oficina del Intendente don Roberto Casanueva de la Barrera, instándole a explicar detalladamente cómo ocurrieron los hechos. También todos los días don Roberto respondía a través de los medios existentes en aquel tiempo, cómo se había originado el accidente, sin omitir detalle por insignificante que fuera. No obstante aquello, desde la capital se insistía en lo mismo, es decir: aclarar aún más el suceso. Exasperado ya, nuestro Intendente dirigiéndose a su secretaria le ordenó -Señorita tome nota y envíe lo siguiente al Ministro y a quien más corresponda: “A V. Señoría; En circunstancia en que un rebaño de vacas iba cruzando la línea del ferrocarril (…), un tren que venía del Sur atropelló y dio muerte a quince animales. Debemos dar gracias a Dios que el tren venía de punta; porque si hubiese venido atravesado, no habría quedado ninguna vaca viva. Es cuanto puedo informar a V S., a 77


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quien Dios Guarde. Firmado: Roberto Casanueva De la Barrera, Intendente de Ñuble”.

La historia continúa, esta vez en los Tribunales de Justicia

Don Roberto, como buen administrador de su campo agrícola, se encontraba afanado en la siembra. Con su ropa llena de tierra y sus zapatos embarrados, manejando su tractor. Estaba en eso, cuando se hizo presente un receptor judicial, quien venía a advertirle que este era el último día en el que debería acudir al Juzgado a hacer la declaración acerca del accidente del tren con las vacas. Como no había tiempo para “arreglarse”, rápidamente abandonó el tractor y se subió al auto del receptor judicial, con el que partió a Chillán, al juzgado, ante de que se cerrara la oficina. Abrió la puerta de la Secretaría del Juzgado y avanzó hacia el interior. La secretaria, quien estaba próxima a retirarse, lo miró seriamente y le reprochó la forma de presentarse. Luego le preguntó a qué se debía su intromisión. Él contestó que venía a hacer la declaración del accidente del tren y las vacas. En seguida de lo cual se produjo el siguiente diálogo: -Ya… entonces, dime tu nombre. -Me llamo Roberto Casanueva. -Di tu nombre completo. -Mi nombre completo es, Roberto Casanueva de la Barrera. -¡Ah…! Así que tú eres el “de la Barrera”. El borrachín que se dio a la fuga después. Ahora dime: ¿cuál es tu alias? -¿Cómo dice señora o señorita? Tenga más cuidado... -Qué cuidado… Repito: ¿cómo es tu apodo? -Yo también repito, señora, que tenga más cuidado con lo que dice, por favor… -Insisto, cómo te dicen a ti de sobrenombre… Don Roberto, viendo que la mujer estaba totalmente “meando fuera del tiesto” (uno de sus tantos dichos). Y como también era bueno para las bromas, a veces de subido tono, esta vez adoptando una actitud muy seria, casi ceremoniosa, le contestó: -Mire señora…, todas las que me conocen, como sobrenombre, respetuosamente me llaman el “Pico de Oro”. -¡Grosero, sin vergüenza! ¡Te voy a mandar preso por insolente…! E inmediatamente llamó a una pareja de Carabineros que estaban en la entrada. Los Carabineros, como conocían al Intendente, se presentaron ante él y lo saludaron cuadrándose ante él. Y en ese mismo instante, se abrió la puerta del bufete de Juez, quién al escuchar los gritos de su asistente, se asomó a la sala. Luego, al darse cuente de don Roberto, avanzó hacia él estirando su mano para saludarlo dignamente, en conformidad a la magistratura de ambos. 78


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Mientras eso ocurría, la secretaria no hallaba qué hacer o dónde esconderse, como para escapar del desaguisado que había provocado. Alonso Herrera Vega /AHACHEVE (84 años)

EL CANARIO Dejando a un lado la caña de pescar hecha de Colihue, el viejo Fernando Moya se sentó en el suelo, tomando como respaldo un añoso tronco de Coigue. Era la hora de la tarde, donde se comía un chivo crujiente y se bebía el vino tinto traído en chuicas desde Chillán. Estábamos pescando más arriba de San Fabián de Alico, en El Sauce. Me gustaba salir con ese montón de viejos a pescar en el río. Me gustaban sus historias increíbles y sus mentiras contadas a orillas del fuego. “Yo fui el primero que trajo la Coca-Cola a Chillán”, -dijo el viejo Feña-. “Me vine desde Linares, detrás de mí patrón que tenía una bodega de bebidas en la calle Itata, eso fue a fines de los 50. En el gobierno de Allende teníamos que ir a buscar la Coca-Cola a la Embotelladora de Concepción. El viaje demoraba dos días en ir y volver. Un día, de regreso de esos viajes y llegando a Chillán, fuimos desviado por Carabineros en la Avenida O´Higgins. Tomamos Prat y doblamos por Dieciocho, hasta llegar a la Plaza de Armas. Los universitarios se habían tomado la sede de la Universidad de Chile y estaban peleando con los pacos del Grupo Móvil, y yo”, -dijo el viejo Feña, -“traté de huir y doblé por Constitución. No sé lo que pasó, de repente una lluvia de piedras cayó sobre mi camión y las botellas de bebida se reventaban por la granizada de piedras. Me reventaron el parabrisas y los vidrios de las puertas. Mi pioneta recibió un piedrazo que le quebró la mandíbula y le arrancó tres muelas, otro piedrazo le cayó pleno en la sien. Mientras lo arrastraba por el asiento, cientos de piedras entraban por la ventana. Una bomba molotov explotó en la carrocería. El pioneta estuvo inconsciente durante dos meses en el hospital de Chillán, era pariente mío y se volvió a Linares. Nunca más pudo trabajar”. “¿Don Feña” -lo interrumpí- “su camión era un Ford amarillo? “Si”, –me contestó el viejo- “era un Ford y era lindo mi Canario, con el me vine de Linares. Nunca lo pude reparar. Y, ¿cómo sabe usted don Juan Carlos la marca y el color de mi Canario? ¿Estuvo allí?” Con voz apretada empecé mi relato: “Esa mañana junto a un grupo de amigos de79


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fensores de la UP, llevamos varios sacos cargados con piedras al techo del Teatro Municipal, que en ese tiempo estaba abandonado y sin terminar. A las doce ya estaban los pacos del Grupo Móvil frente al Banco de Chile. Desde el techo le tirábamos piedras que rebotaban en el pavimento, éramos aproximadamente 10 universitarios los que defendíamos el bastión. De pronto un camión Ford amarillo dobló por Constitución y una sola voz salió de nuestras gargantas al ver las botellas de Coca-Cola: “¡Imperialistas culiaos!”, y lanzamos una lluvia de piedras sobre el desprevenido camión. Sobre mi cabeza pasó una Bomba Molotov que cayó sobre las bebidas que explotaban y explotaban impactadas por las piedras. El parabrisas estalló en mil pedazos. Nosotros celebramos jubilosos la victoria sobre el imperialismo y el capitalismo yanqui. Corrimos por las abandonadas escaleras del Teatro llegando a la sede de la Universidad de Chile desde donde nos escabullimos en el gentío para llegar a la seguridad de nuestras casas…” El viejo Feña escuchaba mi relato con lágrimas en los ojos: “Perdóneme Don Feña” –le dije como una súplica. “No hay problema don Juan Carlos” –me respondió el viejo“yo desde hace tiempo que los he perdonado.” Juan Carlos Olmedo U. (67 años)

HISTORIA DE UN AMIGO PARA LEERLA CANTANDO Santa Cruz, verano de 1957 “Puro Chile es tu cielo azulado”; ¡pero ¡qué cresta!: el Peuco con su hilo curado me manda cortao. Tan relindo que era mi chilenito… Pero cuando encuentre al chueco del Peuco le voy a poner un combo en lo que es hocico. Total, Santa Cruz es chico, y en cualquier potrero me lo pillo y me lo chanco… Estoy guardando con rabia mis palillos y siento que me llaman: -Rucio, ¡hey! Miro y era el mesmito Peuco. Me lanzo encima como loco, lo boto, nos paramos entierrados, lo arrincono y en eso me dice: -Espérate, no peleemos más… ¿Sabís que le andan haciendo propaganda a un show de no sé de quién, pero nombran a un gallo Frei…? ¿Vamos a la copucha? Después te pago el chilenito… Nos sacudimos, nos arreglamos los suspensores y partimos como flecha a la plaza 80


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frente a la cárcel, donde justo el parlante de un cacharrito anunciaba y tiraba papeles como loco. Corriendo, saltando, gritando, sudando, cantando, entierrándonos, corríamos detrás del autito. -Cuidado con ese quiltro eh mierda… ¿Y vóh, qué hacís aquí? ¡Ándate a tu barrio!... Oye Peuco, corretéate al hijo del carbonero y yo le tiro el pelo a la negra curiche, la hija de la empleáh de Don Jacinto…Tanto pelusa que se ha juntado… Si a nosotros nos han nombrado ayudantes y hay que cumplir… ¿Cómo sabíh si nos llegan algunas chauchas y podemos ir a la matiné del domingo? Está regüena la de “Tarzán”… ¿Te acordai Peuco qué aventuras aquellas? No sabíamos de qué se trataba, pero luego nos sentamos en nuestra placita cansados, agotados, pero ¡por la cresta que estábamos contentos! Y en eso aparece la Noelia, -mihijita rica- tan linda que era…Y esos besitos ricos que le dí… Nunca lo supiste, tonto pelota, hasta cuando nos pilló el viejo de tu papá tomaoh de las manos. Venía llegando a la casa en la cuca, y como buen paco socó la luma y… yo apreté cueva… a pié pelao no máh por los potreros…! ¡No me pillaba ni el diablo, a pesar de mi pata chula! Tantas cosas que pensamos y hablamos esperando al tal Frei, ¡que chitas que se demoraba! Ya estábamos cabriaoh y sin saber todavía quién era el tal Frei. A lo lejos se ve una polvareda. -¡Ahí viene, dicen los viejos… -Es falangista dice uno… -Fue ministro, dice otro. Se detiene el auto. -¡Chitas el viejo pah narigón! Flaco y peinao al charchazo, grandazo el viejo. Venía acompañado de un negro chicoco, cara eh mono, Bernardo le decían… Habíamos como cincuenta personas y unos treinta adultos. Se encaramó a un escaño y pidió silencio. –Estará loco el viejo, si el barullo es infernal…

Chillán, julio del 2006

Nunca te olvidaré Peuco. ¡Qué lindo sería estar aquí contigo! Sería un sueño… Te haría un chilenito y te regalaría mi polquita regalona. Sé que estás en el Cielo y para mí nunca serás un “detenido desaparecido”: sé que estás siempre aparecido conmigo. Y durante tantos años, tú has sabido de mis triunfos y fracasos…-¿Cómo estai allá arriba? Yo nunca llegaré a tu lado; sin embargo, ¡sale a encontrarme cuando yo me vaya al Infierno para que nos veamos por última vez! [P.D. DE AUTOR: Esta pequeña historia es verdadera; fue escrita hace años, en el extranjero. Nunca la pude terminar ya que supe de la muerte trágica del Peuco, como tampoco me pude despedir. A punto de cumplir 65 años de matrimonio de mis padres, quienes siempre me han dado fuerza, termino ésta y solo me queda decir: “Pedro Segundo Órdenes González, el Peuco, ¡Presente!”] Manuel Enrique Muñoz M. (70 años)

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EL FUNERAL DEL POETA SALUSTIO Cuando murió el poeta Salustio, su familia le realizo una misa completa con responso por el descanso de su alma, sin considerar que Salustio fue siempre un ateo irreverente. La gran mayoría de la gente culta del pueblo lo acompaño en romería funeraria hacia el campo santo, allí los vecinos leyeron sus discursos de despedida. Las letras lamentaban al más eximio de los poetas, otros con un nudo en la garganta leían sus más celebrados versos. El adiós al magnífico vate ameritaba eso y mucho más, con la muerte de Salustio también terminaba la poesía en nuestro pueblo. Los versos también murieron con la muerte de Salustio. El hijo mayor del poeta con voz potente se dirigió a la concurrencia… “Señoras, señores… es mi deber en nombre de la familia agradecer su presencia y compañía en estos momentos, le damos las gracias por sus generosas palabras y sus hermosos recuerdos, recuerdos que nos acompañaran siempre. Pero también debemos de estar de acuerdo, que mi padre, o el poeta Salustio como ustedes tan bien le llaman, en realidad como persona era una mierda…” Las viejas escandalizadas huyeron como perdigones entre las tumbas blancas del camposanto. Los oradores rompieron en mil pedazos sus preparados discursos y tiraron los restos de papel sobre la tumba del poeta Salustio como último homenaje… Juan Carlos Olmedo (67 años)

CAFÉ PREMIUM Como cada día, a las 10 de la mañana, la esmirriada y pequeña figura de Ramón que contribuía a presumir más edad que sus reales 47 años, se hace presente en la concurrida Cafetería “La Maison” para –solícitamente- pedir dos cortados, precisando, como es habitual, que uno se prepare con café descafeinado. Sale del local y, resueltamente, se dirige a la placita aledaña, depositando en un escaño los vasos de café al mismo tiempo que sus ojos vivaces escudriñan el lugar y su entorno. Ya tranquilo, extrae del bolsillo de su cotona institucional un maltrecho cigarro, el único que portaba; lo enciende, aspira con fruición el humo, lo exhala con indisimulado placer y bebe un sorbo de café, luego se solaza lanzando bocanadas de humo en forma de anillos y observando risueño como se desvanecen, seguidamente bebe del otro café. Termina de fumar y, en una acostumbrada maniobra, con la precisión de un 82


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alquimista procede a medir ambos vasos, disconforme con el resultado, decide beber un poco de uno de ellos, los compara y con una mueca de satisfacción, cuidadosamente, coloca las tapas en ambos vasos. Como cada día, al regresar a la oficina, es recibido efusivamente por las dos secretarias, quienes con dulce entonación le dicen: “Muchas gracias Ramoncito”. Julio Sánchez Saez

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CAPÍTULO V

TELAS Y PRENDAS DE ANTAÑO Popelina, tocuyo, trevira (polyester), osnaburgo, percala, villela, paño lenci, lino, organdí, maletón, mezclilla, alcatran, astragan… Con gran entusiasmo nombramos en clase todas estas telas de antaño, que muchas de ellas ya prácticamente no existen. Y con ello, rápidamente, surgieron los recuerdos preciados asociados a nuestras prendas más queridas y favoritas. El ejercicio se trató de la descripción libre de aquellas ropas de la infancia y de la adolescencia, las que nos daban autoestima y entregaban identidad, las que, más que nuestro cuerpo, vistieron nuestra alma y dieron alas a nuestro espíritu e imaginación… Prendas para el orgullo personal, que siempre desencadenan una gama de emociones diversas, porque no debemos olvidar que somos una indisoluble unidad de materia y espíritu. Y aquellas telas se volvían la continuidad misma de nuestra materia.

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MI PRIMERA CAMISA DE LINO Mi primera camisa de lino estaba arrugada, tipo “amasada”. Pero había trabajado mucho para tenerla. Recolecté rosa mosqueta, zarza moras, bellotas de encinos para venderlas a mis vecinos. Y llegó el día. Eran como dos meses y algo más de intensos e inflexibles ahorros. Fui a la tienda de Don Fridolín y me quedé pegado frente a su única vitrina un poco ahumada, tal vez sucia. Estaba exhibida la más hermosa y distinguida camisa color barquillo, esa con botoncitos oscuros, tenía hasta en las aletitas del cuello botones negros. En las mangas y hombros una presillas que la hacían extraordinaria. También un bolsillito en el pecho lado izquierdo. Era ancha, fresca y elegante. Yo imaginaba que con esa camisa tan “encachada” sí que me vería muy bien en el baile del sábado en el Camino Real, ya habíamos salido de 8° Básico, así que el mundo era nuestro... Fernán Troncoso (52 años)

MI PRIMER TERNO “¡Mira, éste es el corte italiano!”, -exclamó el hombre desde el portal de su negocio, mientras miraba atentamente mi terno entretanto pasaba frente a él. Miraba mi tenida, pero la verdad, no la veía. El terno, en esos años, tenía una connotación de elegancia. Elegancia asociada a un sector social adinerado. Razón había. El terno era una verdadera obra de arte confeccionada por artesanos del género, los sastres. Consistía en una chaqueta, pantalón y un chaleco. Todo confeccionado con la misma tela; ya era una historia calcular cuántos metros se utilizaban, además del tipo y cantidad de botones y demás materiales. La calidad del género idealmente era gabardina o nuestro muy nacional orgullo del vecino Puerto de Tomé. Estos géneros tenían su prestigio ganado y se utilizaban por su belleza, originalidad y duración. Especialmente esto último dado que debería durar por muchos años. Por esto mismo ya en ese tiempo se utilizaba el reciclaje y se aplicaba de la siguiente manera: el hijo menor utilizaba el terno del hermano mayor. Si el desgaste era evidente, se “viraba” el género, o sea, se daba vuelta y se reutilizaba en una nueva confección. De aquí venía el proceso especial para cada persona previa elección del “estilo” o moda. No existía aún la fabricación masiva de esta vestimenta y se debían tomar las 85


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medidas de cada persona. A continuación se debían realizar “pruebas” que, generalmente, eran varias con sus correspondientes correcciones. De esta manera el costo de la confección era alto. Según calculó mi padre su costo mano de obra tenía un valor equivalente a aproximadamente 10 meses de entradas al cine los domingos, lo que me pareció una barbaridad, pues corría el riesgo de la restricción de mis entradas a los rotativos. A lo anterior se debía agregar el valor del género y la renovación de zapatos, camisa y corbata, todo que hiciera juego incluyendo pañuelo. Entonces había que tener mucha plata para “ternear” una familia con varios varones. Por esto mismo, la vestimenta se utilizaba para situaciones especiales: matrimonios, cumpleaños, visitas protocolares y otros. Era, considerando lo anterior, un artículo de lujo. Cuento aparte merece el estilo italiano que utilizaba ese día memorable. Esta moda se había popularizado por la llegada de la motoneta, las películas italianas, los actores y actrices de moda y las canciones. Por lo anterior la moda italiana estaba en la cima. Pero el secreto de mi satisfacción sólo yo lo sabía. Porque ese día de mi relato, donde realizaba el primer paseo, no sólo estrenaba mi primer terno. Sino que sobretodo el reconocimiento del paso de mi niñez a ser un adulto. Esa mañana al ver la admiración suscitada, caminé lo más garboso posible sintiéndome desde ya, todo un hombre. Sergio Meza Carrasco (76 años)

El ORGULLO MÍO: MI TIENDA DE GÉNEROS “¡Buenos días!” ¡Hoy abro mi tienda de géneros de todo tipo para la comunidad! ¡Géneros a los mejores precios, para todos los bolsillos! Primero entra a la tienda una señora elegante: “Buenos días, ¿qué se le ofrece”? “Necesito un género para un vestido de fiesta” “¿Algún color en especial?” “Muéstreme los géneros por favor”. “Aquí están los géneros de fiesta, ¿cuál desea?” “Ese color azul petróleo me gusta”. “Este es un raso, especial para la temporada!” “De ese llevo, gracias”. Luego entra una persona humilde: “Buenos días Señorita”. “Quiero ver un género barato para hacerme un delantal para el trabajo. “Acá tiene Percala y Popelina, ¿cuál prefiere?” “Me gusta ese de varios colores, así no se nota tanto lo sucio…” “Ese es Percala!” “Ese con flores me 86


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gusta, gracias”. Más tarde entra una mamá con su hija. Quiere un tul y raso, es para hacerle un traje a su hija. “Si dama acá tiene, ¿qué color necesita”?... Así estuve vendiendo géneros en la mañana, una mañana muy ocupada. En la tarde seguiré con la venta de mis géneros… Hasta el momento me ha ido muy bien, creo que encargaré cintas de diferentes anchos y colores, cierres de diferentes largos, sé que los necesitaré, pues se acerca la Fiesta de la Primavera. Ahora abriendo en la tarde mi tienda, revisaré qué géneros tengo. Broderie, cedas, encajes, crepé, géneros raso brillante para hacer vestidos de fiesta. Lanillas, Casimir, Cotelé mil rayas, Raso opaco, para pantalones de dama. Mezclilla cruda, mezclilla elásticadas, policrón, para pantalones de dama y varón. También hay géneros para cortinages, visillos, linos, géneros para cortinas gruesas, fundas de sillones, cubrecamas, carpetas, géneros para sábanas y otros. Bueno, en conclusión, tengo todo tipo de géneros para ofrecer a mis clientes. Solamente les quiero decir: “No sé olvide de pedir su boleta...” Brunilda Sepúlveda González (71 años)

MI VESTIDO DE GRADUACIÓN Recuerdo que estaba terminando mí octavo básico, con buenas notas. Mí madre me llamó y me mostró un vestido celeste. Yo estaba muy contenta, pues el vestido era de género tipo seda celeste con círculos pequeños en relieve, para mí era lo más hermoso que me había comprado, fue una gran sorpresa. Era un vertido con corte a la cintura y la falda era tipo evace, con un escote redondo no muy rebajado, sin mangas con cierre en la espalda. Tomé el vestido, me lo probé, me sentí una princesa de cuentos, con mis zapatos de charol negros, taco tres cuartos.También llevaba un cintillo del mismo género del vestido. Me sentía la muchacha más feliz, faltaban pocos días para la graduación. Llegó el día tan esperado. En la mañana, me levanté temprano, me bañé y me vestí. Para mí todo era como un sueño, saldría en público delante de los profesores, de las compañeras y apoderados. Estaba nerviosa y ansiosa, nos empezaron a llamar, llegó mí turno: la maestra me nombró y dijo que yo tenía una excelente conducta, siendo merecedora de un premio. Mi madre me abrazo, la directora y profesores también me abrazaron. Fue el día más feliz de mí vida, me sentía orgullosa de mí madre adoptiva que me crió, siendo ella soltera y profesora. Brunilda Herminia Sepúlveda González (72 años) 87


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PERCALA: LA FINA TELA DE ALGODÓN Con su coquetería innata mi mamá Dorita, como la llamaba la mayoría de la gente que la conocía por su alegría y candor a flor de piel, se miraba frente al espejo de mi abuela Ángela la nueva creación: un vestido de percala verde intenso con pequeñas flores en fucsia, rosado y toques de amarillo, que daban una impresión festiva y de pequeño jardín a su nueva obra. Un buen escote redondo dejaba ver el inicio de sus pechos que orgullosamente destacaba y el ruedo seguía la moda del corte plato o godé. Parecía complicada su confección pero era solo asunto de técnica, eso sí se ocupaba más percala para dar el efecto godé, pero la percala era una fina tela de algodón usada para hacer ropas a escaso precio. Ella con su venta semanal de huevos, que el abuelo le tenía entregado, juntaba lo suficiente para comprar nuevamente al vendedor ambulante, que semanalmente visitaba sus casas, la tela necesaria. Confeccionaba de allí rápidamente un nuevo vestido y cambiaba así de semana a semana a nuevos diseños, poniendo un toque de novedad. Y de ese modo puso gracia y encanto también al amor que poco a poco iba creciendo con Orlando, aquel morenazo de bigotes finitos, compañero del Comercial de su hermano Rolando, allí en Colín, en el campo que sus padres con tanta dificultad sacaban adelante. Marcela Castro Bravo (65 años)

PASEO A LA FÁBRICA DE TELAS Cómo han pasado los años desde que mi padre me llevaba de paseo los sábados a alguna fabrica a reparar algún telar, tendría yo siete u ocho años. Don Fua, don Constantino o los Hasbún llegaban hasta nuestra casa en busca del maestro para que les reparara alguno de sus telares. “Lulú, vamos a la fábrica”, decía mi padre. Yo feliz, me gustaba salir con él. Mi madre me emperifollaba, con el típico vestido blanco, los zapatos reina y la infaltable cola de caballo. La fábrica quedaba cerca del Club Hípico en Santiago. Calles grises con edificios altos, cuadrados y con ventanucos pequeños y también cuadrados. Entrábamos a uno de esos edificios directo a la oficina en dondea mí me sentaban a un escritorio frente a una máquina de escribir. Allí me entretenía tecleando mientras mi padre reparaba algún telar, a lo lejos se escuchaba: chaf, tac, chaf, tac, chaf, tac… 88


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cada vez más rápido. Cuando estaba reparada mi padre me iba a buscar y me llevaba a la sala de máquinas. Había muchas en el salón; mientras la máquina estaba funcionando me enseñaba las partes que emitían tanto ruido: el “chaf” eran los peines, uno subía y el otro bajaba, y el “tac”, la lanzadera; esta tenía un cono de hilo en su parte media y pasaba por entre los dos peines de un lado al otro. Los peines tenían muchos hilos entre los dientes. La tela salía por atrás de la máquina y por un costado tenía un gran motor. Mi padre trabajó en varias textiles, de cada una de ellas hacía diferentes telas: de unas hacían algodón, otras rayón y otras sedas. Con algunas de estas telas mi padre nos hacía un caleidoscopio. Mi imaginación se iluminaba entre tanto trocito de género y papeles de colores metidos dentro de un cono tapados por ambos lados con tela blanca semitransparente. Él siempre me llevó a las textiles donde trabajó. Yo disfrutaba enormemente mirando esas máquinas tejer, o viendo como teñían los hilos o mirando a los tejedores anudar los hilos, cuando alguno se cortaba en plena faena y tenían que parar el telar. En la última fábrica en que trabajó tejían policrón. Yo ya era adolescente. Él de vez en cuando llegaba a casa con un paquete bajo el brazo: “les traje dos cortes de género”, decía. Siempre nos llevaba telas a mi hermana y a mí. Como yo lo esperaba para servirle su cena, yo elegía primera… De ese corte me mandaba a hacer, donde la señora Nora, la modista, un hermoso vestido de corte francés, sacado de una revista Burda o pantalones pata de elefante. Mi papá fue un mecánico textil muy querido y reconocido. Sabía de mecánica y de telas y para mí fue un aprendizaje de primera mano. Me enseñó entre muchas otras cosas a diferenciar una tela sintética del algodón. A lo largo de mi vida han llegado a mis manos diferentes telas, como la gaza, liviana como una espuma, el terciopelo, suave como la piel de una guagua, o el Georgette, liviano y con una linda caída. Hoy no compro telas para vestirme, porque ya no hay modistas a la medida. Esas modistas que sugerían el modelo para esa tela y para tu figura, la modista que tomaba entre sus manos esas telas con suavidad, con delicadeza y que yo luciría con coquetería. Ha sido una experiencia enriquecedora e inolvidable junto a mi padre, el maestro Luis. Luisa Villalobos (67 años)

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MI PAPÁ DISTRAÍDO… El día que cumplí quince años decidí ponerme mi vestido preferido que solo usaba los días domingos. Estaba guardado por un par de años, y aunque yo estaba más crecida y pero no muy desarrollada, si era grande yo para mi vestido. Me lo enfundé aunque mis pequeños pechos se quejaron. Porfiadamente insistí e igualmente lo usé. En los años sesenta se estilaba vestirse más formal o elegante los días domingos, y esa ropa no se usaba en otro día a menos que fuese un cumpleaños o algo similar. Su color fuccia de lino de corte recto marcando la cintura con guardas de encaje blanco, que ya se habían teñidos de rosa. Yo sentía que ese vestido me hacía ver más linda e iluminada. Con él me sentía una Reina de Belleza cuando me veía en el espejo. Tenía dos vestidos de domingo, hechos por la modista de mamá, la Sra. Diva, que era linda y cariñosa. Uno era color amarillo también de lino con tablones encontrados y pespuntes blancos, pero no me gustaba, ese color me apagaba. Me veía pálida y sin gracia. Recuerdo que para mí era lamentable tener que ponérmelo. ¡Pero mi súper y lindo vestido fuccia era lo máximo! Ni siquiera me importaba si estaba sucio, igual insistía en usarlo. Por supuesto mi madre no me permitía. Mis quince años los celebré con mi lindo vestido que aunque me quedaba chico, me apretaba los pechos y para ser honesta, creo que me importaba nada que se notara. Mi padre me acompañó en la comida de celebración y me preguntó por el vestido, -¿de dónde lo has sacado?- Yo puse los ojos blancos mirando hacia arriba… ¡hombres! Pero papá, !que distraído eres! María Mercedes Sandoval (63 años)

UN RECUERDO DE BUENA TELA Es increíble lo que un perfume, una foto, la música, un sabor agradable o lo sensitivo de unas manos nos pueden envolver en el pasado. Recuerdo… El único vestido que me ha fascinado en mi vida. No tenían que luchar conmigo 90


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para que feliz lo luciera. Era un vestido de tela organza traslúcido verde agua con encajes de mariposas y hojas finas bordadas. Me sentía volar por los aires, vaporosamente fresco, al caminar, no sentía mis pasos… Flotaba… Me percibía como esas ninfas del bosque que habitaban junto a la cascada que mi madre me leía en el cuento. Mágicas, traviesas y un poco inquietas. Tan solo me faltaban las alas, pero, a cambio de eso, tenía una imaginación desbordante con la que podía trasportarme en un chasquido a mis lugares favoritos. Es increíble lo que un perfume, una fotografía, la música, un sabor agradable o lo sensitivo de unas manos nos pueden hacer volver al pasado. Marcela Soto Quintana (50 años)

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CAPÍTULO VI

IMPRESIONES DEL VIVIR Jamás un día cualquiera podrá ser igual a otro porque nunca será la misma luz que lo viste o que lo produce. Por eso, jamás un momento podría repetirse idéntico a otro. Por tanto, para el alma despierta, cualquiera experiencia cotidiana de cualquier día, cualquier amanecer, cualquier mínimo gesto, un esbozo de sonrisa en una circunstancia especial, por ejemplo, puede volverse eterno, decisivo, trascendental. La EscuelaTaller de Escritores volvió a los practicantes de escritura conscientes de tal maravilla. Y se les instó a salir a cazar dichos momentos, salir tras la captura de la promesa de significado que cualquier impresión del vivir esconde y se pretende llevar con la huida, propios del tan pasajero acontecer de todas las cosas. Escribir se volvió aquí un dique de resistencia al olvido de las simples cosas. Y éste fue el resultado.

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¿CÓMO SE CONOCIERON MIS PADRES? EL ENRIQUE Y LA MARUJA Mi tía Marta viajó de Santiago a Puerto Montt en la primavera de 1946 por algunos días, tiempo suficiente para convencer a mi futura madre de viajar a Santiago diciéndole que necesitaban cocineras en el Hotel Carrera. Mi madre vio en el viaje una oportunidad de buscar nuevos horizontes y preparada la maleta y con la bendición y consejos de mi abuela, partió cargada de sueños hacia el norte, a la Capital. También el destino, que ciertamente juega con las vidas de las personas, hace que mi futuro padre viaje a Santiago, a tomar un curso de perfeccionamiento del magisterio. Así, estas dos almas provincianas llegan a la capital del país aproximadamente en la misma fecha, diciembre de 1946. Se conocen los primeros días de enero de 1947, mientras paseaban un fin de semana en la Quinta Normal y así pasaron los dos primeros meses del año. Enrique, sabiendo que los primeros días de marzo debería regresar a Chillán para seguir con su trabajo de profesor primario, le pide una prueba de amor a María. En esa época mi madre estaba muy enamorada y entusiasmada con mi futuro padre y le contesto que sí, que estaba dispuesta a darle una prueba de amor. Y no solamente eso, más bien estaba dispuesta a darle varias pruebas de su gran amor y recordando los consejos de mi abuela Carmen en la pisadera del tren, le contestó que tenía que ser con cierta formalidad, con libreta… Mi padre al escuchar esto, salió corriendo detrás de unos compañeros de curso y tomándolos del cogote, los asaltó logrando arrebatarles los “10 centésimos” que el Registro Civil pedía en estampillas de impuesto para oficializar el matrimonio. Este se efectuó el 25 de febrero de 1947, dos meses después de conocerse. La luna de miel fue de regreso a Chillán. Mi abuela Javiera, enterada por telegrama del casamiento de su único hijo, no dejaba entrar a María a su casa, a pesar de que mi padre ya le había mostrado la Libreta de Matrimonio. “Permítame una pregunta señorita”, –le dijo mi abuela a María, que estaba en la vereda junto a su maleta. “Señora…”, le interrumpió mi madre, “permítame una pregunta… señora”, –insistió mi abuela-. “Usted es de alcurnia…”… Mi madre muy seria y mirándola a los ojos le contesto: “Si señora, soy de alcurnia, mi padre es José Ulloa, Conde de Carelmapu y mi madre es Carmen Andrade, Baronesa de Punta de Chocoy”. Así mi abuela dio un paso al costado y al fin mi futura madre pudo cruzar el dintel de la puerta de la casa. La misma casa cuyas tablas han visto pasar ya cinco generaciones… Mi abuela, mis padres, mis hermanos, mis hijos y ahora mis nietos, los gloriosos Pabellones Normal 30, mi casa… su casa. Juan Carlos Olmedo Ulloa (67 años)

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¿CÓMO SE CONOCIERON MIS PADRES? “PALOMA DEL ALMA MÍA” En esta historia, las flechas de Cupido llegaron certeras al centro de los corazones de Elsa y Horacio. Elsa junto a su amiga Carola, ambas de 21años, acostumbraban a salir de compras, de paseo, al cine, etc. Elsa trabajaba como operadora en la Compañía de Teléfonos en Curicó y Carola estudiaba. En una oportunidad que coincidieron sus días libres, fueron al cine a ver una película cuyo título se perdió en el tiempo, pero que llevaba la frase “Verde Mar”. El protagonista era un joven muy guapo del cual se prendaron ambas por su apostura: Elsa más que Carola, pues esta última ya tenía novio. Por su parte Horacio, también de 21 años, con alguna experiencia en trabajos menores, había postulado a la misma compañía siendo aceptado como instalador de teléfonos. Vivía con su madre y aunque tenía una relación armónica con ella, abrigaba la esperanza de tener un hogar propio y formar una familia. Había puesto sus ojos en varias niñas, pero ninguna de ellas había llenado sus expectativas. Ansioso, le decía a su madre: “Parece que la Divina Providencia no escucha mis ruegos, o ya se olvidó de mí”, a lo que ella respondía “hijo, Dios tiene que atender cosas mucho más importantes que tus anhelos”. Aquel día Horacio se presentó formalmente vestido en la oficina de la Compañía de Teléfonos siendo recibido por Elsa, quien en cuanto lo vio casi se desmaya de la impresión y pensó para sí: “Qué haces aquí, si tú estás dentro de esa película, y para colmo, anoche soñé contigo”. Mientras tanto Horacio la miró y dijo para sí: “Ella es”. Pasaron algunos instantes en que ninguno de los dos habló; sólo se miraban y sonreían: Cupido hizo lo suyo. No había vuelta atrás. Al momento de la entrevista con la jefa, cuando le preguntó su nombre, el respondió: “Horacio Dinamarca” y Elsa, aún presa del hechizo de la película, escuchó “Horacio Verde Mar”. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no delatar su impresión. Ese fue el inicio de una hermosa relación con mucho romanticismo, colmada de anécdotas. Una de las más divertidas es que cuando Elsa estaba de turno de noche, Horacio se comunicaba con ella mediante un teléfono de prueba, que conectaba desde un poste directamente a la central telefónica. Años más tarde ambos reían al recordar el episodio: él en medio de la noche, arriba de un poste con frío, lluvia o viento, hablando largas horas con su amada, planificando el futuro. Después de un tiempo se casaron. Horacio recibió una oferta de trabajo en la Compañía de Correos y Telégrafos, pero debía trasladarse a Rafael, en la comuna de Tomé, provincia de Concepción. Esto significó que debieron estar separados un tiempo, mientras él encontraba un lugar adecuado para vivir. Encontró una casa antigua donde formaron su hogar y su familia de cuatro hijas. Recuerdo que con Loly, mi hermana mayor, descubrimos parte de sus tesoros: dos 94


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paquetitos de cartas, uno de Elsa y el otro de Horacio, que se habían escrito mutuamente mientras estuvieron distanciados. Nos impresionó la perfecta caligrafía de ambos, escrita con pluma y tinta. Su presentación era impecable, a pesar de lucir amarillentas por el paso del tiempo. Como niñas, nos causaba mucha risa el contenido de aquellas palabras tan llenas de amor y que no alcanzábamos a entender. Ahora al recordarlas nos llenan de ternura: “Paloma del alma mía”, “Me dormiré pensando en ti, mi precioso”, “Los días son interminables y las noches eternas”, “Me haces mucha falta”, “Te amaré por siempre y más allá de siempre”. Elsa Dinamarca Figueroa (66 años)

GRACIAS AL MAR: ASÍ COMENZÓ TODO Mi madre, como buena romántica de los años 30 del siglo pasado, unía los recuerdos con los lugares, aromas, modas, etc. Si estos eran recuerdos agradables, mejor; uno de estos últimos y muy significativo ocurrió cuando ella conoció a mi padre. Este recién entrado a la Armada, en sus salidas, visitaba una familia penquista de la cual era pariente lejano. Se dio la coincidencia también que ella era parienta lejana de la misma familia. Pero ella de origen rural de Ñuble e imbuida en la poesía de esos años, poseía una visión fabulosa y romántica de la vida en el mar. Así, un buen día coincidieron y acordaron una visita a la vecina playa de Penco. Fue allí donde comenzó todo. Mi madre, con poco más de 16, y mi padre poco menos de 20 años. Sin embargo, ya desde el comienzo de la relación amorosa, se desencadenaron los problemas. En efecto, aparecieron los acontecimientos de la Rebelión de la Armada el año 31. (Este hecho histórico involucró al Presidente Montero, a su Vicepresidente Trucco y a la Armada Chilena la primera semana de Septiembre de 1931.) Este hecho histórico poco conocido, marcó la relación naciente de mis padres. Fuero días de gran incertidumbre, llenos de rumores y muy malos vaticinios para los amotinados marinos. Mi padre, a bordo del buque de la Armada Almirante Riveros, participó en las acciones de bordo. Se debía apresar a los oficiales y tomarse el buque. Mientras tanto mi madre, recién enamorada, lloraba día y noche por su marino rebelde. Al fin, el asunto se resolvió y pudieron reencontrarse por fin y para siempre. En cuanto a la playa de Penco, nunca dejamos de visitarla en los veranos. Allí mi ma95


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dre guardada largos silencios mirando el mar, todo lo cual respetábamos con mis hermanos con mucho cariño y paciencia, sin comprender este extraño comportamiento. Con los años a esos momentos les he dado una personal interpretación. Ella pensaba como siendo una muchacha de tierra adentro, le regaló su admiración a este mar y este le retribuyó entregándole el amor de su vida. Sergio Meza Carrasco (76 años)

UN MILAGRO SUBESTIMADO En aquellos años que ejercía mi labor profesional fuera de mi ciudad natal debía levantarme muy temprano, cuando aún la luna refulgía sobre el cielo estrellado y todo permanecía en reposado silencio; ni siquiera el trino de las aves hacía gala de su espléndida melodía a esas horas. Luego de un breve trayecto hacia la otrora terminal de buses “Línea Azul”, y todavía con la oscuridad reinante, pagaba mis boletos de viaje redondo: “Hola, buenos días; a Parral, ida y vuelta, por favor”; enunciaba cada día de la semana a la cajera de turno, quien amablemente me deseaba una excelente jornada. Con mis pasajes en las manos esperaba que la máquina hiciera arribo a la terminal. Observo a mi alrededor y distingo los rostros familiares de las personas con quienes viajo en el trayecto común. Los pasajeros comienzan a congregarse, mientras los atrasados raudamente obtienen sus pasajes en caja. Esperamos mientras el auxiliar limpia exiguamente el bus. Finalmente abren las puertas y abordo, busco mi habitual asiento reservado y me acomodo dejando mi mochila a un lado. Siento un aroma entre limpia pisos y desodorante ambiental, en tanto froto mis manos para calentarlas un poco. Entre los pensamientos de la rutina laboral percibía la reconfortante fragancia a café de los pasajeros que lentamente subían al bus. Eran rostros conocidos, personas que habituaba de lunes a viernes en el mismo lugar y en el mismo horario; incluso era tal el nivel de costumbre que hubiera podido apostar dónde se ubicaría cada uno de ellos, con la certeza de no equivocarme. “Buenos días”, era la frase más repetida a esa hora de la mañana, era el ritual de saludo en esa suerte de sociedad de trabajadores que confluía en aquel sitio a diario. Existía una pluralidad de oficios y profesiones presentes: docentes, educadoras de párvulos, kinesiólogos, trabajadores sociales, administrativos y carabineros; todos 96


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ellos con sus rostros pálidos y narices enrojecidas por el frío matutino. El bus partía como un bólido en la opacidad de las horas previas al despunte del Astro rey. Luego el novicio auxiliar acompañado de un anciano inspector pasan revisando los boletos, preguntando robóticamente a los pasajeros su lugar de destino, manteniendo dificultosamente el equilibrio mientras la máquina acelera y se zarandea por el camino. Cuando la tarea finalizaba era indicio que el conductor podía apagar la molesta luz ambiental para que las personas durmieran un poco más antes de llegar a sus respectivos empleos. Incluso se podía percibir cómo las conversaciones iban concluyendo para dormitar unos minutos. Suena algo irrisorio, pero se agradecía enormemente. Yo no era la excepción, y con el vaivén del bus, poco a poco me voy sumiendo en el sueño… Es una extraña emoción el presenciar diariamente el amanecer, debido a que tenía para mi dos marcados significados; el primero de ellos era un sentimiento de abatimiento físico proyectivo, porque me aguardaba una extenuante jornada laboral hasta altas horas de la tarde, para luego realizar el mismo viaje de vuelta a mi hogar; pero asimismo, emanaba optimismo y júbilo, con ganas de continuar ejerciendo mi amada profesión, retribuida en parte con la imperecedera alegría de los niños con quienes compartía día a día. Ahora escribiendo estas palabras, puedo percatarme que a diario pasaba por alto algo tan bello como el presenciar un amanecer; que la rutina le convierte en un elemento cotidiano, pero que nunca deja de ser algo de inconmensurable majestuosidad, un espectáculo gratuito y al alcance de todos, un milagro subestimado. Emilio Andrés Mellado Cáceres (29 años)

6 MÁS 1 Algo le faltaba el 7 de julio de 1977… Algo le recordaba el siete… Al revisar sus bolsillos tenía setenta y siete mil pesos, algo le decía el destino; de pronto el reloj dio las siete de la tarde, cuando pasaba frente al Club Hípico. Entró en el momento en que se preparaba la séptima carrera, y un caballo lo miró fijamente, ¡Es una señal ¡ –se dijo-. Apostó los setenta y siete mil pesos al caballo número siete: el caballo llegó a la meta en séptimo lugar… Sergio Meza Carrasco (76 años) 97


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A TRAVÉS DE LA MURALLA Íbamos a casa de mi abuela materna con mi madre y cuando al pasar, frente a un local con cierta extrañeza, le pregunté ¿qué venden aquí? Mi madre evidenciando la molestia que sentía, me contestó: “es un negocio para hombres” y no le saqué más palabras al respecto. Afuera lucía un vistoso aviso bastante tosco: Tropicana. La casa de mi abuela limitaba por el fondo con el negocio, el límite era una sola muralla que poseía habitantes inmediatamente al lado del negocio. El caso es que la parte trasera del Tropicana, así se llamaba en ese entonces pues debió cambiar el nombre por Copacabana, colindaba por un costado con la casa de mi abuela. Le decíamos abuelita Chole por su nombre de pila Soledad. Era muy difícil no interiorizarse, aunque fuese parcialmente, de lo que sucedía en el negocio de la señorita María Chica. Con los años supe el origen del nombre. Este provenía de Cuba donde existe un club nocturno en medio de un parque tropical y muchas palmeras de la especie cana. De aquí su nombre Tropicana. Esta muralla en el fondo era como un pañuelo que, sin mucha imaginación, reflejaba la realidad del prostíbulo. Parte del mismo quizás su cara más dramática y violenta donde el ser humano es sólo un reflejo del mismo. Con esto quiero decir que nos acercamos a un límite de comportamiento, donde es difícil reconocer a los seres humanos. Esta muralla ofrecía la posibilidad de “ver” la vida del prostíbulo. Cuando se crea el cabaré en Chillán todo es marcado por el subdesarrollo, no hay palmeras ni plantas tropicales, los bailes se reducen a corridos, valses, rumbas y tangos. Las orquestas son improvisadas o músicos en la última etapa de sus vidas con sus voces e instrumentos gastados. Las internas debían alegrar ellas mismas esos momentos de jolgorio ayudadas por el vino y las pastillas, estas últimas charqui (carne seca salada), que aumentaba la sed. Otro rubro era la venta de “poncheras”. La ponchera consistía en una botella de pisco y cuatro bebidas gaseosas adecuada para dos amigos y dos internas. La ambientación interior no existía. El espacio distribuido en un escenario consistente en una plataforma separada del suelo por cuatro escalones, una pista de baile al centro, unos pocos reservados (mesas y sillas separadas por planchas de madera) y el resto eran mesas y sillas ocupadas por las internas y los clientes que rotaban durante toda la noche. Completaban la decoración posters en las murallas de algunas artistas o chicas desconocidas mostrando gran parte de sus atributos femeniles. Todo esto hacía juego con el desgastado mobiliario y las murallas que en alguna época tuvieron una mano de pintura. En los rincones algún que otro jarrón con flores artificiales que hacían juego con la precariedad y lo artificioso del lugar. Ambas casas la de mi abuelita y la del negocio eran del mismo estilo. La del negocio ocupada y/o construida totalmente, hoy en día aparecería como una propiedad ocupada por completo, sin posibilidades de mirar a la calle u observar alguna planta o alguna flor, 98


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todo el espacio estaba dedicado al negocio. No existía el espacio para la observación de otras cosas. Por esta causa, tal vez, los días domingos después de almorzar, las internas se subían al techo para mirar la calle, ver algunos escasos vehículos y mirar otras personas. En este mirador improvisado observaban las casas vecinas y sus ocupantes, entablando algunas conversaciones. Esta comunicación las instruía en un comportamiento deseado o cómo vestirse y comportarse de manera distinta a cómo se veían a diario ante el espejo, putas desmejoradas y discriminadas por la sociedad. Miraban como su entorno se veía de día, sin el maquillaje de trabajo y se comparaban con otras mujeres que tenían casa, esposo e hijos. Todo desde lo alto.

La pelea de más de medio día

La muralla daba directamente a una habitación donde generalmente servía de dormitorio para los menores de edad que vivían en el negocio. Era impresionante cuando, pasada la medianoche de los fines de semana, donde se efectuaban las fiestas más largas y vocingleras, despertaba alguna guagua o niño solicitando a su madre. Pero estas no podían acudir al llamado de sus hijos, ya sea porque no se enteraban o sufrirían graves castigos. En esas ocasiones estaban solos, sólo el ruido de la música y las risas los acompañaban. En esas ocasiones era casi segura la agitación general de ese grupo de niños todos solicitando a sus respectivas madres. Algunas veces aparecía el homosexual o travesti que era común que trabajara en estos locales, prestando apoyo mientras las internas efectuaban su trabajo. Este recriminaba a los niños mayores con fuertes groserías explicándoles que su “madre estaba trabajando” y no podía venir. Cuando la agitación era mucha procedía a golpes a tranquilizar esa guardería que se rebelaba contra los intereses de sus madres. Pero no todos los días estaba la dueña. En algunas oportunidades al parecer salía de viaje a visitar algunos conocidos y familiares dejando la casa al cuidado de una antigua interna. En esas oportunidades era donde se producían los principales conflictos de la casa, conflictos que existían naturalmente con frecuencia. Bajo el manejo de la dueña se resolvían bajo su criterio y con una brutalidad increíble. Quizás uno de los episodios más tenebrosos que conocí a través de la muralla del Cabaré fue una pelea que duró más de medio día. La situación fue así: en la habitación del fondo donde dormían los niños -era la última de la casa y la más reservada- de día servía para encuentros entre las internas y sus amigos o padres de los niños que vivían con las internas. Un día al parecer se encontró un amigo de una de ellas con otro amigo de la misma. La pelea comenzó casi instantáneamente en el trío amoroso. Primero la dama trató de mediar entre sus dos amigos, y cuando no pudo hacer más, salió de la habitación para solicitar ayuda de las otras internas. A esas alturas el conflicto era entre los dos machos que se golpeaban con todo, se escuchaba como se destruía el poco mobiliario existente en medio de los golpes y caídas de los contrincantes. Llegaron las demás internas con un 99


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griterío espantoso rasguñando y golpeando a los rivales a los cuales lograron dominar. Finalmente, poco a poco, el conflicto amainó y uno de los contendores abandonó la pieza y se retiró con otra interna a pasar las penas. Pensaba que eso sería todo cuando el vencedor y su dama, después de un rato de relax, comenzaron a discutir in crescendo hasta que comenzaron de nuevos las recriminaciones y los golpes, ahora dados por el hombre sobre la interna. Cuando ya no pudo soportar más la agresión, la interna comenzó a gritar llamando a sus compañeras las que nuevamente hicieron irrupción en la habitación y con golpes e improperios terminaron la desigual pelea.

“Nunca más Señora, nunca más”

Nuevamente se hizo la tregua en la violencia de esa tarde y duró hasta que apareció la dueña. Ya de vuelta en el Cabaré y al enterarse de los desatinos de la tarde de ausencia, hizo dos cosas: en primer lugar a la encargada la llenó de improperios y a continuación, se fue a la habitación del fondo donde dormía el amigo de la interna, supongo suficientemente bebido. Cuando la dueña vio el estado que se encontraba la muchacha con su cara completamente hinchada y morada, un labio partido, su cuerpo lleno de moretones. En definitiva irreconocible dado que su rostro estaba completamente deformado. La dueña volvió a la pieza trasera del negocio con un palo enorme y mientras le pegaba al amante de su muchacha con toda la fuerza que podía, le gritaba entre insultos de grueso calibre: “desgraciado, infeliz, mira como le dejaste la cara, ahora como va a poder trabajar de nuevo la pobre Julieta”. La dueña manejaba el grueso palo que servía para cerrar su pieza y mientras el amigo de la interna se encontraba acostado, el leño sonaba sobre el cuerpo del hombre sobre los huesos y la carne ya macerada. Mientras hacía esto le seguía gritando “mira como le dejaste la cara a esa mujer desgraciado”. Al poco rato este comenzó a gemir pidiendo perdón entre los golpes y la sangre que le salía por la nariz e inundaba su garganta: “nunca más señora, nunca más”. Cansada con la golpiza la dueña se dedicó a organizar la apertura de la noche. La calma hizo que los ánimos se aplacaran. A continuación se produjo un largo silencio y después comenzaron los comentarios en voz baja pero luego las risas estruendosas como queriendo borrar los sucesos de la tarde finalmente se impusieron. En ese momento en la habitación del fondo que de noche se transformaba en guardería infantil, a través de la muralla, se escucharon los llantos de los dos amantes que se abrazaban lamentándose de la vida maldita que les tocaba vivir. En el negocio el olor a pachulí comenzó a llenar el ambiente como todos los días. La comedia de sus vidas debía continuar. Sergio Meza Carrasco (76 años)

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CRÓNICA DE MI PRIMER VOLUNTARIADO Una idea resonó en mi mente por un largo tiempo, recorría cada célula de mi cerebro haciendo eco en mí ser, despertándome por las noches. Necesitaba un cambio, salir del agujero en el que sobrevivía hace años; era difícil interpretar correctamente lo que dicha idea significaba, hasta que un comentario de una persona que no conozco conectó completamente con dicha idea: “quiero devolver lo que la vida me ha entregado, hacer la diferencia entre mis pares”; y así siguió por unos minutos con uno de los monólogos más mentalmente penetrantes que he escuchado en mi vida. “Eso es”, dije en voz alta, despertando la atención de los transeúntes en aquel lugar; con la idea ya en el bolsillo, solo faltaba como canalizarla y llevarla a la práctica. Semanas pasaron y no encontraba la forma de sacarme esto del pecho, hasta que un día, navegando por los mares de Instagram apareció un anuncio: “voluntariado patrimonial Cobquecura 2020”. Algo me decía que esto podría servir, pero mi yo interno comenzó a sacar a flote parte de mis típicos temores. El más grande era el de socializar con extraños, un miedo que traía conmigo por viarios años. Entre ese y otros comenzaron a llenar mi mente de dudas y hasta de arrepentimientos. Lo comenté esto a mis mejores amigos y a mis padres, y en un unísono todos me dijeron que debería ir, que me hará bien; eso me dio la “valentía necesaria” para al menos inscribirme.

Escapando de mi zona de confort

El bendito día llegó, el punto de partida era desde la Intendencia. Recibimos nuestras poleras y gorros del evento acompañados de la colación; al rato comenzaron a llegar personajes políticos a hacer “acto de presencia” en el lugar. Ya terminadas las palabras de ellos y haciendo abandono del lugar, una de las chicas se paró en el centro del circulo que hicimos y organizó una “dinámica”, algo que francamente detesto y lo encuentro sin sentido alguno; si, soy cascarrabias y un poco gruñón, pero eso es parte de mi personalidad, algo que a mi edad es imposible de cambiar… Ya en el “campamento base”, fui directamente a los camarotes, dejando mi mochila en la cama. Salí hacia el patio donde unos jóvenes jugaban con un balón de voleibol, algo que hace más de una década que no hacía, pero extrañamente lo sentía como si fuese ayer. Aunque practica me faltaba por montones, ese momento fue divertido; después del almuerzo las chicas decidieron hacer otra dinámica, y adivinen ¿quién decidió quedarse atrás? Quise reposar antes de hacer cualquier otra cosa, vi como todos se sentaban haciendo un círculo, mi mente pensó en que otra vez se estarán presentando… Mi huraño interior decidió quedarse atrás sentado a escribir, hasta que uno de los monitores se unió a mi y decidimos platicar por un momento. A lo lejos escuchaba como se presentaban y daban un “dato freak” de ellos mismos, hasta que llegó mi turno. No sabía qué decir más que mi nombre, pero recordé que hablaba un poco de portugués e ingles y lo comenté como mi dato freak; algo que me parecía fuera de lugar para el 101


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contexto, pero no se me ocurrió nada mas interesante qué decir. Con insolación… El día dos comenzó bien temprano porque muchos estaban despiertos antes de la hora de despertarse; después del desayuno salimos hacia la Iglesia de Piedra a trabajar. Antes de hacer nuestra parte, el monitor decidió hacer una dinámica después de elongar, era conocida como “el ninja”, juego en el que el fin es que solo queda uno en pie. Yo apliqué mi experiencia en juegos de rol y me coroné como el primero dos veces consecutivas; después de eso, jugamos al clásico “pollitos, pollitos vengan”; entre risas esperábamos las instrucciones a seguir, pero como estamos en Chile, siempre hay uno que otro imprevisto u atraso y en este caso fue la entrega tardía de los materiales; mientras los que tenían conocimientos en construcción, los otros esperamos por los materiales hasta que hicieron acto de presencia. Entre cavar hoyos en la arena y hacer mezcla de concreto, y ver cómo un solo joven llevaba la mezcla de aquí para allá pasamos el primer día. Nunca pensé en que estaría tan expuesto al sol como para terminar con una pequeña insolación, la que me mandaría directo a las duchas y después de la cena a la cama, perdiéndome las actividades en las que el grupo participó. De no ser por uno de los tantos medicamentos que me dieron mis compañeros, hubiese tenido una noche horrible, pero dormí como un bebe, algo que hace tiempo no lograba.

Brindar apoyo…

Al tercer día, entre medio zombie y dopado por los medicamentos, partimos de vuelta. Esta vez los materiales estuvieron a la hora, decidí quedarme dentro del grupo que hacia la mezcla y “brindar apoyo” algo que ni yo me creía, pero como alguien me dijo hace unos años:” si no sabes cómo ayudar, estorba, lo importante es participar” y eso hice, sobre todo al momento de entregar las carretillas con mezcla, donde entre varios teníamos que llevar la carretilla a su destino. Hay unas cosas que en ese momento no quería reconocer, aún no lograba aprenderme los nombres de mis compañeros y al parecer todos sabían el mío. ¿Cómo? De cierta forma no lo sé, o quizás no lo quería admitir. En ese instante pensaba en las dinámicas creadas por las chicas, cuya intención era nada más que conocernos entre todos. El miedo que tengo a conocer más gente, solo logró alejarme de estos jóvenes, quienes querían dejar sus corazones en este voluntariado y crear lazos con quienes dejaron su zona de confort para dejar un legado en Cobquecura; solo pensaba en culpar a mis traumas de adolescencia por mi actitud. Estando en el fondo ya solo me quedaba subir. Ese mismo día hicimos la despedida de la actividad, algunas autoridades hicieron acto de presencia, hubo un asado; después de eso, la mayoría de nosotros fuimos a la playa donde en compañía de una guitarra cantamos como si estuviéramos en medio de una clásica fogata ochentera, lo que me transporto instantáneamente a mi adolescencia, cuando hacia la cimarra con mi prometida para ir a Cobquecura donde siempre nos 102


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encontrábamos con los mismos jóvenes, tocando la guitarra al son de las olas, acompañados de una fogata; nunca olvidaré esos momentos, y en ese instante, junto a mis compañeros de voluntariado y pese a estar en un grupo numeroso me sentí solo… Mire a mi izquierda donde usualmente se sentaba Valeria y vi nada más que un espacio vacío, y fue en ese entonces que comprobé el porqué de mi miedo a generar lazos con nuevas personas. Siento que si me encariño con alguien lo perderé, y no podré hacer nada para evitarlo y eso me detiene de crear amistades; pero: ¿Qué mas le puedes pedir a un viudo, asperger, huraño, terco y un poco ermitaño como yo? Nada más que intentarlo.

Cerrar una página de mi vida

En la última mañana sentía que había dejado algo atrás, algo que quizás nunca volverá; después del desayuno y admitir de lo deshidratado e insolado que estaba, fuimos hacia la Iglesia de Piedra con las mochilas listas, habitaciones ordenadas, y los corazones tristes por ser la última vez que nos veríamos de momento. Le dimos los últimos detalles al lugar, revisando la estabilidad de las bancas y la creación del sendero y nos despedimos de la Iglesia de Piedra y de Cobquecura. A diferencia de otras despedidas que he tenido, ésta fue, de cierta forma fría, será donde evite generar tantos lazos con ellos, ¿pero que le puedo hacer? Era la primera vez que hago algo así desde el fallecimiento de mi prometida hace ya casi ocho años atrás, pero de cualquier forma logré salir de mi zona de confort, y a su vez cerrar una página de mi vida aunque con eso un trozo de mi quedase allí de por vida. Enoc Montecinos Ortega (26 años)

PARA ELISA En aquella visita a Puerto Montt, sentí la necesidad de volver a ese lugar del cual tenía recuerdos bellísimos y donde tanto disfruté cuando fui, con unos estudiantes, a exponer sobre un tema que me generaba mucha atracción: el mundo de los “sangre fría”. Ahí conocí a Marcela que me había obsequiado su libro sin siquiera conocerme. Marcela había editado una obra fundamental llamada “Herpetología de Chile”, junto a Antonieta. Ambas habían actualizado un campo ampliamente olvidado. Conocí a mucha otra gente de la cual había leído algún trabajo científico o que tan solo 103


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había visto por alguna foto, como a Felipe, amante de las ranas y que publicó una bella guía de campo que me autografió; Andy, quien se había dedicado bastante a levantar el tema de las amenazas de la ranita de Darwin; Claudio, conocido por su trabajo sobre los sapos en el norte; y Gabriel, un colega Médico Veterinario, interesado en el manejo de fauna y en las amenazas de la invasora rana africana. Pasé varias horas entre charlas de ranas, sapos, lagartijas y culebras. Junto con las historias de pasillos, se acrecentó la camaradería y me encontré con la humildad de los diversos investigadores invitados. Y no siendo un detalle menor, en los recreos degustábamos deliciosos kuchenes de murta y de la conversación con los dueños de casa y su hija, Elisa. El paisaje lacrimoso de la llovizna del sur revelaba la belleza del bosque, sus matices y aromas. Por las tardes, el canto de las hylorinas carraspeaba en un charco escondido entre algunos senderos. En ese ambiente me enteré de la historia de Elisa, quien con su pañoleta en la cabeza me dio a entender el haber sobrevivido a un tratamiento de cáncer. Elisa sonreía fácil y a través de su alegría daba a entender que estaba mejor, aunque algunos colores y sombras mostraban aún debilidad en camino de ser superada. Para el año siguiente, en un nuevo encuentro, Elisa se veía bastante bien y con energía en las actividades de las que participábamos en un segundo coloquio sobre anfibios y reptiles. Para el tercero, ya no volvimos a Katalapi. En el terminal de Puerto Montt, junto a los minibuses que se dirigían al primer tramo de la Carretera Austral, recordé la conversación que tuvimos con Elisa antes de que yo abandonara uno de esos coloquios herpetológicos para regresar a mi hogar, distante varias horas al norte. Sentía bastante admiración por su obra, se había convertido en un referente en la conservación de biodiversidad en áreas privadas. Quería saludarla en persona en ese nuevo viaje a las tierras del Reloncaví. Pero esta vez, no vi a Elisa. Supe por su madre, Ana María, que estaba bien, mientras disfrutaba un delicioso kuchen de murta que me sirvió con mucha amabilidad. No fue extraño no encontrarla, había realizado esa visita de forma impulsiva, mientras visitaba la capital de Los Lagos, con la esperanza de asirme de nuevo a ese lugar entrañable que guardaba en mi memoria y poder conversar, otra vez, con esa mujer admirable. Antes de regresar a Puerto Montt, recorrí Katalapi, caminé por esos frescos senderos que tanto ansiaba, mientras trabajaba entre cuatro paredes durante el árido verano de Chillán. Me entregué a la sensación de sombría humedad de los árboles vestidos de epífitas y a la musicalidad de los pájaros que se cobijan en un bosque. Encontré un lugar agradable para sentarme y abrí un espacio sagrado para meditar entremedio del follaje y la hojarasca. Un colibrí se me presentó y con la alegría que me dio su visita, atesorada todavía en mi mente, me alejé de Katalapi. Años después volvería al parque para un taller. Elisa ya había muerto. En vida había construido muchas redes para la conservación de la naturaleza; había recibido mucho cariño antes y después, en múltiples condolencias. En esa ocasión estuve con su madre, y me pude percatar del dolor oculto en sus silencios, a pesar del cual, seguía siendo muy cariñosa. Yo venía de mi propia muerte y me sentí vivo los días que me alojé en el parque. Antes de marcharme visité 104


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la tumba de Elisa, alejado de mis compañeros de taller. Junto a ella, me alegré de estar vivo a pesar de mis infiernos. La vida nos muestra que tiene sentido solo al vivirla, aunque tengas la muerte en la vereda del frente y haya que viajar lejos para oler el musgo, una y otra vez, para recordarlo. Julio San Martín Órdenes

CHILE Y SU SANACION Cuando el mar toca el cielo produce una reacción pupilar que refleja lo maravilloso que es que dos grandes energías se unan en un mismo color, luego libera lo que el agua ofrece y el oxígeno mejora. En las búsquedas imperfectas, decenas de partículas llegaran a comprometer un camino sin sed y con inspiraciones y expiraciones no forzadas que lleguen a entender, que lo que la biología da, vive para siempre en un mar inmenso que miro al cielo y lo invito a caminar en un azul profundo de una bandera chilena…. Ximena Leiva (44 años)

EPISTOLARIO ENTRE AUTORES: CARTAS FRESIA / BÁRBARA He aquí dos cartas de salida y de entrada al proceso abismante del único vivir. Dos aprendices de autoras en dos momentos especiales de la vida. Dos etapas o momentos que determinan miradas distintas respecto a ella. Sabiduría e inquietud, experiencia y juventud se unen en la escritura. La mayor integrante de nuestra Escuela de Escritores y Cronistas, Fresia de 91 años, y Bárbara, la menor integrante de 18 años, se escriben mutuamente unas cartas, plenas de sabidurías e inquietudes, de respuestas y de preguntas, de lecciones y de dudas. Así se las plantea Bárbara: “Tengo tantas dudas sobre 105


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qué hacer en este punto, que sueños seguir, que personas deberían quedarse, por cuales luchar y por cuáles no…” Y así se las responde Fresia: “Yo pinto cuadros con la técnica del óleo desde hace varios años, también soy muy buena lectora desde niña. Pero las más de las veces escribo…”

CARTA DE FRESIA AGUILERA MORA DE 91 AÑOS, A BÁRBARA, DE 18 AÑOS

Bárbara: Con grata sorpresa he recibido la invitación a escribirte de mis vivencias y experiencias en estos 91 años en que soy pobladora de este planeta llamado Tierra y en su extremo sur de un territorio muy amado, llamado Chile. De este país he conocido poco, sin embargo, gracias a las tecnologías imperantes desde algunos años he disfrutado de la magnitud de sus montañas, la riqueza de sus valles y el inconmensurable mar que baña sus costas. Orgullosa de su gente fuerte y generosa, de espíritu pujante y fuerte, de la cual la historia ha escrito y seguirá haciéndolo por siempre. He visto crecer a este Chile en minería, agricultura, arquitectura, en grandes obras viales, portuarias, tecnologías energéticas, deporte, arte, relaciones y comercio internacional, etc., pero sobre todo el accionar de la mujer en grandes actividades que engrandecen la Patria. Barbarita tienes dieciocho años, los mismos que recuerdo muy lejanos cuando los cumplí en 1946. Ya han pasado muchos años y ahora sintetizando mi vida te puedo decir que lo fundamental es la familia, la que protege, apoya, indica caminos. Igual a tu edad tengo dos nietas gemelas que estudian en la Universidad de Concepción. Tengo seis hijos, trece nietos y ocho bisnietos que conforman mi maravillosa familia. Me quieren y respetan, aunque reconozco pequeñas manías, caprichos y otras falencias que se adquieren por los años de una vejez que se vive día a día. Siempre respondo a todo el que pregunta por mi salud que hay que vivir con alegría y optimismo, haciéndose amiga de los malestares físicos, que siempre acompañan a esta edad. Es muy gratificante para mi pertenecer a grupos y desarrollar algunas actividades que me dan ánimo, creatividad y bienestar. Yo pinto cuadros con la técnica del óleo desde hace varios años, también soy muy buena lectora desde niña. A veces escribo al diario y me publican mis cartas. Veo televisión para distraerme y estar informada, practico mis creencias religiosas y soy feliz con mis amistades y vecinos en Villa Las Acacias desde hace 47 años. En cuanto a la actual contingencia de estas últimas semanas en que existe una gran crisis política y social, pienso que es el efecto de malogrados gobiernos con el aprovechamiento ilícito de las leyes, corrupción de los grandes estamentos institucionales, que han llevado al país a un futuro incierto de seguridad y paz. Pienso que ahora es el momento de cambios profundos, porque no debemos acostumbrarnos a la violencia, 106


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hay que luchar por una sociedad constructiva, con políticas de participación ciudadana que sea inspiradora para la comunidad, creando espacios para los jóvenes que están luchando en estos movimientos. Ellos son el futuro de Chile, y creo que de ellos saldrán grandes líderes para hacer una sociedad más equitativa, con progreso, justicia y educación. Gracias Barbarita por leer esta misiva de quien no conoces y que desea para ti todas las bendiciones de un ser supremo llamado Jesús. Con amor te abraza, Fresia.

CARTA DE BÁRBARA YAÑEZ ORMEÑO DE 18 AÑOS, A FRESIA DE 91 AÑOS

Señora Fresia: No he tenido el gusto de conocerla, pero me han contado que ha vivido muchos años, que sus ojos han observado al mundo cambiar, cayendo en el caos para luego volver a florecer como la primavera que está llegando a Chillán. A pesar de que no nos hemos podido ver en persona, me tomare el atrevimiento, con mucho respeto, de preguntarle un par de cosas como la joven apenas licenciada que soy. Tengo mucha curiosidad por las cosas que ha visto, por los lugares que ha recorrido y todos los pasos que ha dado. Me gustaría preguntarle qué sintió cuando aprendió a leer, cuando aprendió a escribir y cuando descubrió la escritura como algo más poderoso, cosas que yo he experimentado, pero muchos años más tarde que usted. Me gustaría saber si después de todo estas generaciones no son tan distantes y nuestros momentos más importantes se sienten de la misma forma. Me gustaría preguntarle que hizo cuando se enamoró por primera vez, quizá usted fue mucho más inteligente que yo, quizá usted entendía cosas mejor que yo. Me gustaría saber que se pensaba del amor cuando usted tenía mi edad, en un Chile muy diferente al de hoy. Quisiera saber que apreció usted cada vez que el país vivió revueltas como la de estos días, si sintió miedo o esperanza, si creyó que todo estaba perdido pero que podía volver a nacer. Me gustaría saber que imaginó del futuro. Porque después de todo eso es lo que a muchos jóvenes nos asusta, el futuro, lo no vivido, el camino tan largo que hay por recorrer. Por eso, lo que más quiero preguntarle es qué consejos me da para enfrentar la avalancha de emociones y momentos que tendré que vivir. Usted que ha visto tanto, aprendido tanto, ¿qué puedo hacer para no sentir que me ahogo entre las mareas de una vida que pasa tan rápido? Señora Fresia, usted ha vivido el cambio, pudo presenciar como las ciudades chilenas 107


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pasaron de poblados pintorescos a bestias de concreto, como nuestro lenguaje ha mutado una y otra vez, como usted misma ha hecho metamorfosis hasta ser la persona que es hoy, por eso siento la necesidad de preguntarle ¿qué cosas debería valorar antes de que sea demasiado tarde? ¿qué cosas esenciales soltamos de nuestras manos sin darnos cuenta? Tengo tantas dudas sobre qué hacer en este punto, que sueños seguir, que personas deberían quedarse, por cuales luchar y por cuáles no. Siento miedo de tomar malas decisiones, sé que estamos destinados por naturaleza a aprender de esa forma, pero eso no le quita el miedo al dolor de errar. Me gustaría saber cómo la vida puede seguir después del sufrimiento, como seguir mirando las calles donde he vivido tantas angustias sin guardar recelos, como poder mantenerme caminando cuando todo parece tan difícil. Quisiera preguntarle si es verdad que el tiempo todo lo cura, y si no es así, que si al menos el paso de los años ayuda a que la herida arda menos. Me gusta ver estas preguntas de manera positiva, me gusta pensar que como los días de octubre en Ñuble, lo que empieza con llovizna puede terminar con rayos de sol entibiando la tarde. Desde ya gracias por leer mis palabras, las preguntas de alguien de dieciocho años con más dudas que certezas. Espero que sea feliz señora Fresia, que en esta provincia de extremos haya encontrado alegría y que este rodeada de todo el amor y bendiciones que la vida puede entregar. Con cariños se despide, Bárbara.

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CAPITULO VII

HISTORIAS DE TRENES En una época, Ñuble y todo el centro sur de Chile poseyó la indefinible identidad que tuvieron los trenes. La historia de la región no puede concebirse sin los dos renglones de fierro, la escritura de humo y sin esos puntos suspensivos de las estaciones que le aportaron esos “textos” de madera y acero que fueron los trenes. Adentro viajaba nuestra historia. Los viajeros eran el significado a esos libros densos, apretujados, conformados con varias páginas de carros, conectados ente así y formando una larga oración gramatical, con pitazos de salida y de llegada. ¡Cuánta vida, cuanta historia en viaje! ¡cuánto comienzo de destinos y cuantos finales se desarmaban y abandonaban allí, tal como se descolgaba un vagón de su máquina de arrastre! Quien nunca pudo pisar un tren veraniego entre Chillán y Dichato, de seguro que se perdió una quinta parte de universo.

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EL ROBO DEL TREN DE COIHUECO Mi papá, Oscar Enrique Olmedo Ramírez, profesor normalista, acostumbraba viajar a Coihueco en la locomotora del tren, deferencia que le hacia el maquinista y el fogonero del ferrocarril. En el invierno era mejor viajar ahí, tomándose una botella, lejos de los ojos de los pasajeros. Así mi padre creía ocultar su alcoholismo y defendía su integridad de profesor primario. De esa forma aprendió los secretos de manejar esa endiablada máquina. No fueron un misterio para él, palancas, relojes y perillas de su comando; le encantaba tocar el pito para espantar vacas y caballares. En uno de sus viajes de retorno a Chillán y junto a otro profesor, invitaron a tomar unas “maltas” a maquinista y fogonero. En pago a los repetidos viajes en locomotora, ya un poco nublado por el alcohol, mi padre y su amigo, en un descuido de sus invitados, salieron del bar y corrieron hacia la Estación de Ferrocarriles de Coihueco. En un dos por tres la maquina corría rabiosa con rumbo a Chillán. Las vacas espantadas miraban el feroz montón de fierros que bufando y pitando se abría paso. El telégrafo acusete ya daba cuenta a la Estación de Chillán del robo del tren. La policía alertada del delito, esperaba en el andén el arribo de los asaltantes. Por influencia de alguna compasiva autoridad de la época, mi padre no fue a dar con sus huesos a la cárcel, mal que mal, eran profesores primarios de la gloriosa Escuela Normal de Chillán. Así, todo el embrollo no quedó más que en una pintoresca anécdota. Él que no perdonó el desaguisado fue el Jefe Provincial de Educación de Ñuble; él que con firma y timbre en papel sellado y con las estampillas respectivas, suspendió del ejercicio de profesor a mi querido padre y su acompañante. Años después sería perdonado y reincorporado, primero como inspector en una Escuela Hogar para hacer mérito y luego como profesor de Ciencias Naturales de la recién inaugurada Escuela No. 20 de la Ampliación Purén, terminando su profesión en la Escuela No. 4 y en la vieja Escuela No. 1. Como pueden ver, en todas partes se cuecen habas. Juan Carlos Olmedo Ulloa (67 años)

RECUERDOS DEL RAMAL El tren ramal que viajaba desde Chillán a Dichato salía todos los días completo de pasajeros, y volvía igual de lleno. Mucha gente usaba el tren para ir a sus trabajos en la 110


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semana. Los fines de semana se repletaba pues viajaba gente a la playa de Dichato, casi no se podía caminar por los pasillos. Los canastos con Cocaví, pollos cocidos, huevos duros, pan con queso, etc. Era muy entretenido viajar en tren, mirar el paisaje desde la ventana, ver los animales, los ríos, ver la Naturaleza en general. También en el tren subían vendedores, vendían Malta, Pilsener, Bils, Papaya, bebidas de esos tiempos. También vendían sándwich, huevos duros, galletas y otros. En las tardes venía gente que viajaba para Santiago o al Sur. Recuerdo a un matrimonio, amigo de la casa, don Juan y su esposa María. Ambos eran profesores. Llegaron un día en la noche en el tren que no cabía un alfiler. Al bajarse traían un bulto de mucho cuidado, alguien se hizo el amable y ayudó a bajar el bulto. Lo tomó con fuerzas, lo dejó caer muy fuerte y se reventó el bulto. ¿Y qué traía? Un chuico de 15 litros de aguardiente, y nueces alrededor. ¿Y qué pasó? El olor los delató, las nueces se bañaron con el aguardiente. Después del “problema”, fueron a dejar el bulto a la casa de mi abuelita, con mucha vergüenza. No pudieron llevar las nueces ni el aguardiente a Santiago. Y ahí quedó el bulto: viajo desde Confluencia a Chillán sin llegar a su destino final. Brunilda Herminia Sepúlveda González / Brunihermy (72 años)

EL VAGÓN DE TREN DESAPARECIDO Esta historia no es mía. La escuché de un amigo ferroviario mientras elegíamos relatos de mitos, leyendas y sucesos extraños en un taller de cuentacuentos que organizó la Universidad del Bío-Bío para adultos mayores. Hace muchos años, un tren de carga de veinte carros vacíos incluido el furgón de cola salió de Chillán rumbo a San Rosendo. El maquinista y sus colegas habían hecho este trayecto cientos de veces llevando los trenes vacíos y volviendo repletos de carga del Sur y de la costa, especialmente del Puerto de Lirquén hacia los grandes centros de distribución de la capital. Era una noche lluviosa de junio, como tantas otras y para ellos no significaba un problema. Salieron de la Estación contentos, bromeando. No era un viaje muy largo, un poco más de dos horas. En San Rosendo, llegarían a una pensión donde cenarían algo liviano y a dormir. Un grupo de obreros se encargaría de cargar los carros durante la noche. En la madrugada, el trabajo estaba prácticamente completado, sólo que esta vez les sobraba carga como para llenar un carro más. Los Jefes estaban molestos: -¿cómo es posible, ustedes 111


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hacen siempre esta rutina, saben cómo poner la carga, qué es lo que pasa? ¡Revisen de nuevo!” Después de varios intentos, a alguien se le ocurrió contar los carros. 1, 2, 3..., 17, 18, 19. – “¡Jefe, falta un carro!” Contaron de nuevo y efectivamente: faltaba un carro.

¿Abducido por extraterrestres?

Después de descansar y desayunar abundantemente en la pensión, el maquinista y sus compañeros se dirigieron a la Estación. Ya no llovía, pero el día estaba helado. Les esperaba una sorpresa. El jefe de los cargadores le dice –“¿Compadre, qué les pasó? ¿Por qué trajeron un carro menos y no nos avisaron?” --“¿Cómo? Los carros son los mismos 20 de siempre, aquí tengo la guía con los códigos que los identifican.” Todo estaba correcto. Esta vez revisaron cotejando los números. Faltaba el carro N°15. ¿Qué pasó? Revisaron el tren, carro por carro, los enganches y…claro. El enganche de los carros 14 y 16 no estaba completo. Faltaba algo, como un seguro. Definitivo. El carro 15 se desprendió del tren y se descarriló en algún lugar del trayecto. El tren siguió dividido en dos y en algún momento en que la parte delantera aminoró la velocidad, el resto se acopló sin mayor problema. Nadie escuchó nada. La lluvia, el ruido propio del tren, las conversaciones lo impidieron. Comenzó la búsqueda frenética del carro. Se recorrió la ruta en tren, a pie, en otro tipo de carril, buscando huellas del lugar del descarrilamiento, mayor atención en zonas de curvas, de barrancos. Todo un misterio. El carro no aparecía. Parecía abducido por extraterrestres. Además el tiempo no ayudaba en nada. Fue un año lluvioso y frío como era en la década del 60 y se borraron las huellas. El carro desapareció.

Apareció el desaparecido

No recuerdo todos los detalles que contó el amigo ferroviario. Creo que pasó el invierno y en la primavera, un campesino avisó a Ferrocarriles que había encontrado un vagón de tren, en un sector no habitado, en medio de un bosque de aromos y otros árboles propios del secano, a unos 400 a 500 metros de la vía férrea. Ahora vienen las especulaciones que yo me hago. Los que sepan más física que yo, que serán muchos, me dirán si estoy más o menos en lo cierto. Confieso que le puse algo de mi cosecha al relato, pero igual. ¿Cómo se pudo soltar un vagón de dos partes del tren, si este llegó completo con su vagón de cola. En una curva el vagón voló por el aire y cayó “de pie” varios metros en un ángulo de 45° del tren y siguió rodando ladera abajo por unos 400 metro y se metió al bosque. Hay que recordar que estos carros de tren de carga son como una plataforma, entonces el volumen no es tan alto como para derribar gran parte de la vegetación. Este fue el misterio de la desaparición de un carro del ferrocarril. María Graciela Muñoz (78 años)

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VISION PUEBLERINA: SAN ROSENDO El pueblo de San Rosendo, por el cual transité hasta los trece años, se presenta luminoso y pintoresco en mi memoria, con su estratégica ubicación en un cerro, otrora fuerte español, con una belleza natural enriquecida por la confluencia de los ríos Bío Bío y el Laja y su añoso puente ferroviario que no perturba las quietas aguas, configurando un paisaje que desafía la sensibilidad de un pintor y que cautivó a Isidora Aguirre para que decidiera inmortalizarlo en la afamada comedia musical La Pérgola de las Flores. En verano, disfrutábamos del río, ”los piqueros” desde las cuatro destruidas pilastras que lo seccionan, la playa y de los asados familiares, a la sombra de los sauces, encargados permanentes de adornar los pequeños islotes. En las noches la plaza se transformaba en un animado centro de baile y reunión de la juventud con dedicatorias de discos tan decidores como: “Eres todo para mí” de Neil Sedaka o “Tu Eres mi Destino” de Paul Anka, que propiciaban los romances. En esa sintonía musical los niños soñábamos con aquel día en que también bailaríamos en la plaza, evento que, en nuestro ideario infantil, nos confería un sello de egreso de la niñez. En invierno, con sus lluviosos y gélidos días, apresurábamos el paso para sumergirnos en la calidez hogareña y apropiarnos del inigualable calorcillo de la estufa a carbón de piedra en espera de las infaltables sopaipillas. He esculpido en el tiempo la alegría que me invadía en el esperado viaje en tren a Concepción, en nuestra óptica pueblerina: “la gran ciudad”, distante 80 km, en la cual resultaba tradicional que mis padres me llevaran a almorzar a una cocinería del mercado tapizada con fotos de jugadores y equipos del Campeonato Regional tales como Naval, y Arturo Fernández Vial. Asimismo, rememoro con nitidez la Sala de Espera de la estación penquista, actual Salón de la Intendencia Regional, lugar en el que contemplaba alucinado la policromía del impresionante mural que da pictórica cuenta de la historia de la ciudad, desde sus orígenes coloniales hasta su industrialización, enfocándose en la vida de los trabajadores, conllevando un mensaje de reivindicación social, que advertí con el paso de los años. En contraste, la angustia y el temor se apoderaba de la comunidad cuando el alarmante y reiterativo pitar proveniente de la Casa de Máquinas anunciaba un accidente en la vía férrea y que, en alguna infausta ocasión, devenía en fatal desenlace, enlutando a toda la población, en su mayoría de estirpe ferroviaria, que en multitudinaria y solidaria caravana acompañaba el sepelio del malogrado vecino, recorriendo un sinuoso camino para llegar al cementerio, situado en la cima del cerro. Con el auge del transporte camionero, los pitazos de las locomotoras, el sonido metálico de las ruedas girando en los rieles, y el chirrido de los frenos se perdieron para siempre en las quebradas de sus cerros y se ahogaron en el caudal de sus ríos; lo que no ha acontecido con mis recuerdos ya que al observar rieles enmohecidos en desuso y 113


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estaciones inertes se acicatea mi memoria, sin control de obturación, para concatenar paisajes e imágenes del querido pueblo de mi niñez, tatuado en ella con tinta indeleble. Espero que algún día se restablezca el circuito ferroviario con un servicio de conectividad integral y de calidad y que aquellos anuncios de reactivación se concreten y no se disipen como el humo de las locomotoras de antaño para, lastimosamente, convertirse en “cortinas de humo”. Julio Sánchez Saez

VIAJE ACCIDENTADO EN TREN Los relatos, como representación de la realidad, poseen aspectos contradictorios. Pueden ser para reír y llorar al mismo tiempo. Sin ningún obstáculo pasan del dolor a la felicidad como algo normal y hasta lógico. Como este relato acaecido en esta ciudad de Chillán. El personaje, profesor que aún vive, lo denominaré con el apodo de Sata debido a que es una persona hábil, alegre y con ausencia de maldad en su vida. Corría el año 1974 y nuestro país pasaba quizás, por el peor momento sociopolítico de su historia. Esto se expresaba en la aparición de fenómenos terroríficos como son la desaparición, muerte y torturas a los adversarios políticos de la dictadura que gobernaba en ese momento nuestro país *. Nuestro personaje había sido un ferviente partidario del derrocado presidente Salvador Allende y fue perseguido y apresado. Sentenciado a muerte fue salvado por un sacerdote amigo a última hora. Posteriormente relegado a una ciudad al norte de Santiago, lo suficientemente lejos para no ser considerado un peligro grave para la sociedad y el país. Pero pasado algún tiempo don Sata echó de menos hasta lo indecible la longaniza y el mosto de esta tierra, así como otras delicias, incluida alguna que otra pierna suave. De esta manera no descansó hasta que, coludido con sus amigos y su familia, urdió la historia de realizar un viaje urgente pues un pariente cercano muy enfermo, sólo lo esperaba a él para transitar hacia el espacio del más allá. La trama dio resultado y así nuestro buen amigo don Sata llegó de vuelta a su tierra por algunos días. Es fácil imaginar la euforia con que fue recibido y los días concedidos pasaron rápidamente. 114


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De este modo a la hora de partir nuevamente a su relegación que de abrazos, regalos etílicos y despedidas es dable imaginar se le concedieron a nuestro personaje. Ese día las demostraciones de cariño fueron extraordinarias y se forma un grupo que no solamente lo acompaña al andén de la estación sino que, además, en el tren hasta la vecina ciudad de San Carlos. Por supuesto todo esto era con largas libaciones en la espera de partida del tren y siguió arriba hasta la próxima estación donde bajaron los amigos quedando mi buen don Sata solo. Todo se hizo según lo planificado hasta el adiós definitivo.

¿Desaparecido?

Pasaron algunos días y cuál no sería el espanto cuando amigos y familiares se enteran que nuestro personaje no había llegado su lugar de relegación. Nuevamente se reúnen los amigos y se arma otro equipo para indagar la verdad de lo sucedido. Esta vez sería un equipo investigativo. A través de los pasajeros que viajaban ese día y los encargados del tren, logran dilucidar parte de esta historia. Don Sata había quedado tan “etilisado” que comenzó a hacer uso de la palabra arriba de los asientos del carro. No tardaron en subir dos personajes oscuros de gafas que toman a nuestro personaje y lo bajan en la estación de Retiro. Esto fue todo lo averiguado y la cosa pintaba mal, al extremo que se reportó como desaparecido. En Chillán era todo rogativas a los santos y a las autoridades de la época que no sabían dar respuesta a este enigma. En ese momento se organiza otro grupo de amigos para viajar hasta la última estación que se vio. Cuando bajaron en Retiro la estación estaba vacía, nadie ni cerca ni lejos, la cosa se veía de mal color y la aprehensión crecía en el grupo. Para continuar la tarea detectivesca buscaron la casa del único empleado de ferrocarriles y que oficiaba de todos los oficios, incluido como jefe de estación. No fue fácil ubicar la modesta vivienda del funcionario. Con los nervios de punta tocan la puerta y sale a recibirlos una señora desgreñada, con los ojos enrojecidos, a todas luces desesperada. Al principio los miraba espantados lo que aumentaba el temor de los amigos. Pero cuando se enteró del objetivo de la visita del grupo les dice entre sollozos y gritos: “Por favor, llévenselo, llévenselo, hace cuatro días que está tomando con mi marido y no hallo que hacer con él. La estación está botada y con miedo que cuando vuelvan los señores que lo dejaron a cargo de mi marido, ahora se los lleven a los dos.” Los amigos mudos por la impresión unos, muertos de risa otros, finalmente lo ubicaron y lo despacharon en el primer tren que pasó hacia Santiago, algunos lo acompañaron ahora para asegurar la preciosa entrega en su lugar de relegación y no hubieran más sorpresas. La historia no dice el tiempo que se demoraron los amigos en regresar de vuelta a Chillán… Sergio Meza Carrasco (76 años) 115


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E

CAPÍTULO VIII DE VARIA INVENCIÓN

l espíritu es libre. Sopla donde quiere, por lo que en estricto rigor, no podemos siempre direccionar a voluntad el genio de la inspiración. Por más técnicas creativas que podamos sugerir o pautas de trabajo a inducir, jamás podría reemplazar al genio individual, que es soberano respecto a cómo decir o plasmar algo. Nadie puede domesticar lo que la aérea percepción, la indomable sutileza de la imaginación, nos quiere regalar como don nuevo y acaso por única vez para el mundo. Por tanto, someter a moldes rígidos la creación, corremos el riesgo de desperdiciar los mejores frutos que el Árbol dela Vida nos quiere conceder. Los ejercicios, las tareas, los pié forzados de los ensayos, muchas veces produjeron textos, relatos, géneros y formatos de textos imprevisibles. Así también nos ocurrió a nosotros en esta escuela de escritores libres.

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COMO SANAR LAS HERIDAS DEL CUERPO Y DEL ALMA. PARABOLA DE LA MARUJA Siendo muy niño mi madre me curo una herida en la rodilla. Mientras lo hacía me dijo que a las heridas no había que tomarlas en cuenta y me conto el siguiente relato: “Un señor fue herido en el brazo por la espina de una rosa. Era un pequeño rasguño, pero para él fue un accidente grave y le dolía mucho. A la mañana siguiente la pequeña herida le picaba y él se rascaba por la picazón. Así pasaron muchos días y la herida no sanaba. Consideraba que las costras eran feas y se las quitaba, la herida volvía a sangrar. Ya no era una herida pequeña, el rasguño se había convertido en un surco rojo y mal oliente, entonces tomo un hacha y corto de un solo golpe la rosa de su jardín y no solo eso, también las otras rosas que tenía. El brazo se le hincho y la herida se abrió botando un líquido purulento y hediondo. El hombre se volvió gris y a las pocas semanas murió de gangrena.” Al día siguiente mi pequeña herida en la rodilla tenía una costra fea y me picaba mucho, pero me acorde del cuento del “hombre gris” que cortó las rosas y no toqué mi herida. A la semana ya no tenía nada, ni siquiera una cicatriz. “Mira mamá“-le dije- “ya no tengo herida en mi rodilla”. Ella se río mucho y me respondió: ”Recuerda siempre esta receta, también sirve para las heridas del alma y cuando alguien te hiera en la vida, solo tienes que mirar las rosas de tu jardín”… Juan Carlos Olmedo U., (67 años)

UN DÍA EN LA PLAZA Cuando llegué a vivir a Chillán, lo primero que visité fue la Plaza de Armas. Me senté en una banca frente a la estatua de Don Bernardo O´Higgins. Me llamó la atención la cantidad de palomas que casi llenaban el espacio por dónde se caminaba. Yo tenía en la mano una bolsa de trigo, y de rato en rato les tiraba un puñado, a veces muy cerca mío y otras lo más lejos que podía, para que así alcanzara para todas. Me gustaba observar las particularidades que tenían en sus plumitas, los colores, que iban del marrón al blanco, del gris al plomo o al negro. Sentía una paz y una alegría muy grande, al mirar su mansedumbre. Miraba en ellas esa actitud de la inocencia infantil y en su mirada desconfiada, claro, porque el ser humano se ha ganado la des117


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confianza del animal por su actitud depredadora y maliciosa, con la naturaleza y con los seres vivos que le rodean. Pero yo ví en esas dos pepitas negras que son sus ojos, que saben quién les haría daño y quién no. Se me acercó una joven paloma y tomó de mi mano unos granitos, apurada, nerviosa… Le hablaba lo más dulce y suave posible, me miró, con emoción le agradecí ese regalo de paz y fraternidad. De pronto unos pasos traviesos, unas pequeñas manos ávidas, y su grito de alegría avanzó como un huracán levantando en olas las palomas que huían de su algarabía. Por supuesto no tomó ni una sola paloma, se posaron en los faroles y otras más asustadas, se refugiaron en la Catedral, esta les daba más seguridad creo, porque a esa altura, que parece que toca las nubes, nadie va a llegar a tomarlas ni a lastimarlas. Desde mi banco fui cómplice del resguardo que ellas buscan, y reí, reí, porque me di cuenta, que mi joven paloma no se fue. Se ocultó tras el banco, regresó a mi lado en busca de más trigo y le di lo último que me quedaba. Ya caía la tarde y su fría manta empezaba a cubrir nuestros cuerpos. Hora de irse. Fue un día especial con una retroalimentación espiritual exquisita. Carmen Serrano/ Maiza

AMOR EN SANGRE Entre pantallas y fantasías, el corazón se condiciona a amar y enamorarse falsamente. Se idealizan a los seres más imperfectos de la faz terrestre, porque no se entiende que en sus defectos radica la belleza más pura y única de cada uno de ellos. Porque al final del día ¿Qué amas de esa persona? No son dientes perfectos o un cuerpo esbelto. Te enamoras de la forma en que se iluminan sus ojos ante la expectación de una aventura. De cómo al sonreír sus ojos tienden a desaparecer un poco de este mundo. De la necesidad de besar con delicadeza cada uno de esos detalles imperfectos que hicieron a esa persona única ante tus ojos. No se trata de idealizar una relación inexistente, se trata de romper con el condicionamiento del corazón de enseñarle a amar de la manera más pura y franca a través del dolor. Porque se quiera o no, en el acto de querer existe el dolor, provocado por el anhelo de querer sentir su calor, sus brazos reparando fracturas hechas por la distancia. Querer ser uno de los motivos de sus sonrisas y susurrarle al oído que no pasará un segundo en que no será amado de verdad. Porque este acto maravillo del amor 118


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no sobrevive en frías pantallas, este se esconde en los detalles, en el deseo, el sufrimiento, la comprensión. En saber amar incluso sabiendo que quizás nunca se te será devuelto. Bárbara González Mora (22 años)

UNA CARTA PARA EL ENTONCES PACIENTE MANUEL Estimado Manuel: Como siempre voy directo al grano; te escribo porque pienso que es fructífero traer a tu mente aquellos días en los que ocupabas largas horas a orillas del pozo de Talcamo. ¿Recuerdas el tiempo junto a ese círculo de antiguos adoquines de piedra? Allí estabas tu colocando nombres a uno y otro sapito de los que habitaban esa orilla y devoraban los bichos del pozo. Colocar el agua en tus manos blancas, ver estos mismos sapitos estirarse como nubes alargadas por el viento sur. Horas allí, apacible y feliz, sintiendo que cada árbol te pertenecía, ¿recuerdas? Mencionado esto, consulto ahora ¿Por dónde está ahora tu actual paciencia? ¿Es que acaso se quedó en lo profundo de aquel pozo? Vuelve allí estimado amigo, toma las letras acuñadas en tu corazón y haz poesía de tu memoria de infante que a tu adulto externo tanta falta le hace. Porqué lo quieras o no, aún sigues siendo niño ya que en estas líneas ya has viajado conmigo. P.D.: No olvides el cordial saludo al prójimo. José Manuel Narváez López /Bulnes, (46 años)

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CUANDO UN LIBRO ES ARTE Estoy leyendo un libro, el corazón se me aprieta de una sensación que retiene mil millones de esperanzas, leo, y más leo, las palabras sonríen y cada página abre un cielo oculto de océano brillando por 83 lunas. Sencillamente... en mi realidad, me abraza la luz dorada de mi lámpara, Y el cantar incesante de los grillos. María Verena (28 años)

CARTA A MÍ MISMO Apreciado Fernando Enrique:

El pasado 9 de abril cumpliste 61 años y estimo conveniente hacer contigo algunas reflexiones en torno a tu vida. Esa edad no se cumple todos los años y por ello, como dijo alguien es tiempo de “hacer un aro en el camino para conocernos mejor”. Ya has vivido al menos los dos tercios de tu vida, si esta llegara a extenderse a los 90 y es hora de hacer una síntesis valiosa de lo que ha sido tu paso por este mundo, desde ese ya lejano otoño de 1958 cuando llegaste a este mundo. ¿Cuántas cosas te han ocurrido? En tu infancia pinteña y chillanense que se extendió demasiado, en tus estudios básicos, medios, universitarios, en tus vacilaciones vocacionales y afectivas… En los avatares laborales. En tus quehaceres culturales, en donde privilegiaste la historia y la literatura, demostrando una clara vocación humanista que te ha dado una cultura general amplia y muy valiosa. En tus viajes por todo Chile, América del Sur y parte del Caribe. ¿Cuánto sabes Fernando Enrique y que poco te han valorado en tu esfuerzo por hacer de tu vida un taller de estudios y análisis que tantos y tantas ya se quisieran? En tus seis libros publicados con esfuerzo, dedicación y muchos amor por lo que haces. También como no valorar el esfuerzo serio, constante y profundo por reencontrarte con la divinidad que, aunque has cambiado la forma, el fondo sigue intacto. 120


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Un sobreviviente

Si, es cierto que te has encontrado con muchos problemas familiares, laborales y has sido desestimado y obviado por unos cuantos. Como te dijo una buena amiga “tu debieras de estar en las nubes” y eres un cesante ilustrado, un académico sin cátedra, un amador sin pareja estable, un enamorado de la vida, un referente cultural, una persona de gran temple espiritual, un sobreviviente de enfermedades y accidentes graves. Pero ahí estás mi buen amigo, impertérrito ante la vida, poniendo el pecho a las balas de la envidia, la maledicencia o del ninguneo. Apoyado en tu fe trascendente, en tu amplia cultura humanista, en las instituciones y pocos amigos que tienes, en tus amados libros, en el buen cine o espantando tu soledad física, con tu música favorita de todos los tiempos y otras expresiones del arte que tan feliz te hacen como obras de teatro, presentaciones de libros, recitales, actos literarios o tus propias ponencias, en donde luces pleno y feliz, compartiendo tus extensos y variados conocimientos.

La vida es una fiesta

La vida, te ha dado de dulce y de agraz, por lo que puedes sentirte muy contento con ella. Tienes lo que muchos perciben después de los 70 años y tú lo disfrutas desde tu infancia. Eres ese trabajador que en el Evangelio, fue invitado a laborar en la mañana de su vida y que ha sentido la presencia de su Salvador desde el vientre de su madre. En definitiva, y como te dijo tu hermano: “estás más preparado para otra vida que para esta”. Querido amigo, sé que te quedan varios años más de vida, porque percibo tu muerte como una realidad personal lejana. Por ello te invito a que asumas tu tercera edad con el mismo amor con que has vivido estos años, aunque te dejo algunas tareas pendientes a desarrollar: en primer lugar sigue perseverando en encontrar tu identidad definitiva, como también acepta la vida como una fiesta a la cual estás invitado, no esperes mucho más de quienes te rodean, tal vez solo te están esquilmando diplomáticamente. Tú lo conoces y no van a cambiar. Sé cauto en tus afectos y ojalá encuentres la pareja que buscas. Sigue ampliando tu cultura desde los más diversos temas. Asume tu vejez con la cristiana sencillez de Clotario Blest, con la simpatía de Nicanor Parra, con la sabiduría de Barros Arana o la honestidad de Mónica Echeverría. Que ellos sean tus modelos de vida y te deseo que puedas convivir con tus achaques de la mejor manera, hasta cuando Jesús te invite a ingresar a otra dimensión, más plena y espiritual. Recibe todo mi cariño y cuenta conmigo como tu mejor amigo, confidente y socio. [P. D.: me puedes pedir que te escriba las veces que desees. Somos viejos amigos y te conozco bastante.] Fernando Enrique Arriagada Cortés (61 años)

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CUMPLES CIEN AÑOS Cumples cien años muchacha biblioteca. Para quién eres tú, cien años no son nada. Aunque en edad joven ¡ya no la tan buscada! Pasaste niñez y pubertad; te conocí en tu adolescencia, vibrante, máxima. Con una mamá protectora que te amaba. Iris se llamaba ella, se llenaba de ti sus pasos, sus miradas, sus acciones, estaban enlazadas a ti biblioteca. Eras su hija y a la vez su madre. Biblioteca querida, alma del municipio en la época que recuerdo; el primer piso toda la juventud llenando tu grato espacio. La señorita Iris atenta a indicar lo necesario. Realmente eras el corazón de Chillán en esos años. Todos nos sentíamos en el gran hogar y sabio. Hoy tienes lindo edificio, la cultura, actividades. Interesantes reuniones, todo en ella cabe. Algún día llegará otra Iris que también te ame Volodia te la enviará, pues él lo sabe. Maria Rosario Rubilar Rubilar (72 años)

EL ZORZAL A un matrimonio invitada fue con mucho ánimo a bailar. Con su alegría a cuestas repartía sonoras risas. En el momento de la calma Él, se presentó con su requinto sus ojitos picarones 122


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y su canto de zorzal. El canto bien entonado con sentimiento y pasión su corazón conquistó. Él, al verla tan cerquita y que arrobada le miraba, desde ese instante y con ganas cupido sus corazones flechó… Agripina se llamaba ella Luis Hernán se llamaba él. Yo soy el conchito, de los seis hijos que tuvieron. Mi padre recordaba que, cuando en el altar Él, la esperaba, a mi madre alas le faltaron para llegar a su lado. Subyugada por su canto de zorzal enamorado. Carmen Serrano, Maiza

HACE TANTO TIEMPO… Después de tantos años viene a mi mente el recuerdo imborrable de un ser pequeñito del cual no sentí su calor ni pudieron acunar en sus brazos. Mi ángel que voló al cielo y que sobre una gran nube blanca e inmortal, junto a muchos, muchos bebés angelitos, acompañan a Dios y a su hijo Jesús. ¿Habrá abierto sus ojitos en esa vida en que todo es hermoso y feliz? Tal vez no han sabido su nombre… Roxana María Teresa, nombre elegido por sus padres por ella. Tu vida junto a mi sólo duró 11 horas. Fuiste bautizada por monjas hospitalarias. Como madrina mi madre. Tu abuelita, que con amorosas manos tejió ese chal que te cubrió todo de blanco. Concepción, Hospital Regional; médico, sala de partos, matrona, enfermera y mi madre acompañándome en ese doloroso y gloriosos trance de parir y dar a luz un hijo, fruto del amor 123


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con el hombre y compañero de vida. Heriberto Jara, médico obstetra, no evaluó un parto crítico. ¿Por qué no hizo una cesárea? Sino que aplicó fórceps no óptimo. Escuché su voz diciendo –“este instrumento no está bueno” y la respuesta fue: -“es el único que hay”. Mi niña fue tironeada para nacer lo que le produjo una lesión que le quitó la vida. Fue negligencia médica, sí, eso fue. El médico negligente ya no está en este mundo y mi duelo lo he perdonado sólo un poquito hasta hoy. Recuerdo que meses después se anunció otro hijo, que fue una niña, otro, que fue mujercita, que fue de nuevo niña, luego que fue varón y que fue otra pequeña. Cinco hermosos hijos que disfrutaron de padres muy presentes, amorosos, que entregaron valores, experiencias, consejos y mucha unión familiar. Mi marido ya ha partido hace 10 años y ha marcado un antes y después en mi existencia. Otro dolor inmenso que sobrellevo con el amor de mis 13 nietos, 8 bisnietos que me quieren, respetan, y me apoyan en mis falencias y caprichos de mis 91 años. Sin embargo, el recuerdo de esta hermanita que no compartió con mis hijos sus juegos y vivencias, estará por siempre en sus corazones y en el mío hasta que ya no esté en este mundo. Fresia Aguilera Mora (91 años)

CÓMO FUE HACER ESTO JESÚS Cómo fue a hacer esto Jesús, si yo nunca te conocí, no eras nada, nada para mí, no te tuve aversión ni simpatía. ¿En qué momento enamoraste mi corazón? ¿En qué momento yo no te vi llegar, no sentí tus pasos?, pero… ¿En qué momento tomaste mi mano, Señor?, si yo no te di acceso. ¿En qué hora me hiciste escucharte?, si yo era sorda. ¿Cómo lograste que te viera?, 124


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si yo no veía. Sigo sintiendo que no es negocio el seguirte a ti Señor, pero no puedo dejarte. Rebeldía a veces me invade, rebeldía suave, rebeldía áspera, y aún sin hablarme, me convences o yo misma busco convencerme. A veces veo tan hermosos frutos que he obtenido en tu huerto Señor. Otras veces solo dolor sangrante de mis manos me acompaña. Veo días de sol, luminosos, radiantes o tinieblas de abismo, deprimentes. Pero siempre en algún lado tu presencia está, lo siento. Ay Señor, ¿por qué no me dejaste ignorarte? sin saber de Ti, o mirándote de muy lejos, una más entra la multitud. Yo no tengo las capacidades, sólo tengo un gran cansancio. No podré subir montañas abruptas, ni manejar en la tempestad tu barco. Padre-Hermano, a pesar de todo y sin saber por qué, te doy gracias no solo en las tantas alegrías sino también en duros quebrantos. Y aunque me estorba reconocerlo, sé que me amas y yo también te amo. María Rosario Rubilar Rubilar (73 años)

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VEINTISIETE 27 Esa noche del 27 de febrero de 2010 traumante, atemorizante. Aun mantengo ese horrible recuerdo de esa noche espeluznante. El pánico y la ansiedad consumían aquella habitación también, llenándola de terror. Tu solo cubrías mi visión para que así, yo no me fijara en la desesperación. Todo caía a nuestro alrededor todo temblaba, todo rugía. Pero tú solo calmabas mi temor diciendo que todo pasaría. Esa maldita pesadilla nos marcó de por vida. Ya nada fue una maravilla Ya nada fue como solía María Ignacia Urrea Barra (Maripi), 14 años, Bulnes

MI HERMANO DE ORO Mi hermano era de oro, pero por alguna razón decidió buscarlo fuera de sí. Sus búsquedas, al ser él de oro, debían ser tan impresionantes como el material del que estaba hecho. Se embarcó en una misión tras otra, la segunda más grande e imponente que la anterior y así sucesivamente hasta que se volvió un ciclo que comenzó a atraparlo y ahogarlo. Su oro interior quedó empolvado como el vidrio de una ventana abandonada en una bodega. Un día su madre le dijo: -“Hijo, ¿por qué no haces esas cosas que tanto te gustaban hacer?”, y mi hermano de oro le respondió: - “Madre, hoy lo único que quiero hacer es descansar”. 126


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Su propia respuesta, en cierta forma, algo despertó en su interior y un día con una resolución que no recordaba, decidió acercarse a la naturaleza del modo que lo hacía cuando era niño. Caminó rio arriba por un amplísimo valle, quería ir a ver cuánto se había derretido el glaciar, porque le habían comentado hace tiempo que el glaciar se estaba agotando. Caminando estaba, cuando observó un lindo y gran arcoíris no muy lejos, y recordó la leyenda del tesoro. Como ya era un día poco común, decidió volverlo menos común aún y cambió su rumbo, iba a comprobar si esa leyenda, la del tesoro a los pies del arcoíris, era cierta. Caminó bastante, pero no tanto para poder darse cuenta que el arcoíris se alejaba… Él avanzaba y el arcoíris se alejaba; se alejaba y comprendió entonces que nunca lo alcanzaría. Podía darle la vuelta al mundo si quería, pero nunca alcanzaría el arcoíris, era una ilusión ir en busca del tesoro. A esas alturas ya comprendía que ese era un día especial: claro sí, él era de oro, estaba confeccionado de un noble material. Se sentó en una gran roca con forma de huevo a pensar en todo lo ocurrido y sintió un gran relajo, un relajo que también había olvidado: había decidido comenzar a dedicar su tiempo a pulir su oro interior, el del corazón. Fernanda Elías (38 años)

PÁNICO ESCOCÉS Cuando la brisa de otoño abraza la sombría habitación en la azotea de la casa más antigua de Edimburgo, las paredes de madera crujen y en las ventanas se filtra un viento gélido. El cuerpo de Beatriz se eriza desde las uñas de sus pies hasta su nuca cubierta por finos cabellos rubios que no aportan calor en la penumbra nocturna. Esta mujer de 30 años vive sola en la morada que sus padres ya fallecidos dejaron como herencia anhelando un futuro próspero y un techo acogedor para su única hija. Es casi de madrugada y Beatriz aún no consigue conciliar el sueño, las paredes viejas y el ulular del viento la mantienen despierta e inquieta. Al tomar la decisión de levantarse y prender una vela, Beatriz cae en la cuenta de que una sensación extraña la está perturbando. Su estómago hormiguea y siente algo helado en su corazón. Beatriz tiene miedo. 127


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La mujer se levanta temblorosa y procede a encender un candelabro con una cerilla que por suerte siempre deja a disposición en la mesa de noche junto a su cama. No sabe por qué razón está asustada, lo cierto es que, con el paso de los segundos cada ruido se vuelve más agudo y más penetrante en sus oídos atentos. ¡Socorro! Es la primera vez que Beatriz siente el pánico recorrer sus venas y su sangre pasando de temperatura fría a caliente de manera deliberada. Se recuesta en su cama y se cubre con un manto de terciopelo que ha pertenecido a su familia durante más de seis décadas. Sus manos sudan frío y su mente comienza a proyectar imágenes fatales a toda velocidad. Ladrones que irrumpen en su morada y se llevan su integridad además de sus pertenencias. Un huracán en inicio que amenaza arrasar con toda la vida subyacente incluida la suya. Un asesino encapuchado que pretende robar su vida y vender sus saludables órganos. Una intrépida bruja buscando absorber su belleza y juventud. Un espíritu apenado que ronda en los pasillos y provoca sensaciones escalofriantes y fáciles de percibir. Terribles ideas vuelan en su mente y el pánico se incrementa. Beatriz lanza un grito estremecedor de socorro, olvidando por completo que no cuenta con ningún vecino en los alrededores. El frío sol de la mañana La mujer empieza a sentir que su cuerpo se va a medida que los latidos de su corazón aumentan su velocidad y su respiración se agita con mucha intensidad. Un pitido en sus oídos y una afirmación determinante: “Estoy muriendo”. Todo se ha vuelto oscuro y Beatriz pierde la consciencia. Su cuerpo yace en la cama. El sol de la mañana despierta a las aves que anidan en el techo. Beatriz no despierta. La muerte se ha llevado a una mujer, que en medio de su soledad y a causa del sonido de la vieja madera golpeada por el viento, su mente se vio envuelta en un delirio que al no ser socorrido, detonó un pánico casi tan destructor como haber asumido que estaba perdiendo la vida. Beatriz selló su destino al crear su fatídica realidad. Al igual que ella, todos podemos dar fin a nuestra existencia, con el arma más poderosa; el filo de la mente. María Ignacia Vejar / Jazmín de Noviembre (20 años)

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UN RECUERDO QUE QUIERO MODIFICAR : EL SOL Y EL MAR PUEDEN MÁS El frío en mi estómago estuvo presente desde el primer minuto de este viaje a Bogotá. Las ventanas del bus que me llevaría al aeropuerto de Santiago, me mostraban una carretera luminosa pero inmensa de gris, de un cielo de espalda atravesando su aire por mi pecho. No dejé de respirar la insoportable angustia apolillando mis vísceras. Continué mi viaje soportando mi cuerpo reclamar, si hasta mis huesos se aferraban a los muros que aún eran de Chile. Una mujer esperaba el mismo vuelo, escribía en una agenda rústica notas que jamás pude saber, pero su aura geométricamente perfecta fue la última voz de advertencia de abortar este viaje. Aterricé en el destino y caminé para enfrentar la escalofriante realidad que mis ojos cegados por lágrimas veían. Sola y tan sola dentro de un cuadro que jamás debí a haber entrado. Si, hasta me molesta seguir escribiendo una historia de hace 9 años atrás y ya ni sé cómo continuar… Recuerdo haber secado mis lágrimas junto a un té, contemplé un amanecer victorioso porque caía un rocío de sabiduría que sólo aquel amargo momento podía regalarme: ¡Vale tanto vivir, lo dulce y lo maldito! Tomé valientemente otro vuelo disponible, me dirigí a Panamá y volé por un atardecer doble, porque el mar se vestía de los reflejos de un cielo furiosamente rojo. Toda la naturaleza de mi lado, purificando mi dolor. Es que el sol puede más… El mar me dio más amor que un abrazo humano, la arena fue más suave que dormir, y el verde de esa espesa selva sacudió mi cuerpo como en un ritual chamánico. Caminé sola y tan sola por naturalezas nuevas, benditas, con el corazón palpitando de aves naciendo en mi alma. ¡Me sentí una con la naturaleza, la tierra, el cielo y el mar! ¿De qué estoy sufriendo? Las lágrimas mal gastadas aplasté con las bendiciones que me regaló mi planeta con su expresión caribeña. Dejé de llorar y lamentar. Ahora mi sonrisa estaba fija. Se oía lejanamente en ese atardecer panameño “The Book of Love” de Peter Gabriel. María Verena (28 años)

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VIVIR MELODÍAS EN UN ÁRBOL Desearía permanecer por horas rodeada de esa energía que no acaba, que es infinita, mientras las reflexiones se vienen desordenadamente, las imágenes parecen quedarse quietas en mi retina como atrayendo todo lo que amo. La libertad de entender que somos tan finitos en un instante para volver a ser infinitos por mucho más, atormenta a veces. Entonces miro mis pies como queriendo ser un árbol firme, que no se derrumbara, mientras la melodía de Olafur suena, podría escribir mucho más, pero es tan antojadizo, dejarse solo mimar, vivir esa magia de colores verdes y cafés en un sitio muy alejado, sola, con mi cabellera desordenada, sosteniéndome siempre como si fuera a caer, cuando logre quedar muy bien sentada, en ese gran tronco que pide a gritos que no huya y me dé un descanso. Como un baño de energía las melodías de los lugares donde habitan muchos árboles, siempre te devuelven la esencia oculta, te recuerdan que las verdades carecen de un sinnúmero de adornos y que dejan solo a la simpleza emerger. Entre tantas reflexiones, jamás dejé de sostenerme; mis manos sujetaron mis piernas entrelazadas como queriendo guardar esa energía para siempre. Ximena Leiva H. (44 años)

ARCOIRIS OLVIDADO Ella recuerda como la lluvia caía sobre su rostro, ella recuerda el vuelo de la gaviota, ella recuerda la suave brisa de aquel día nublado, cuando ella recuerda se arma un arcoiris oculto, nadie lo ve. ¿Cómo se puede recuperar lo que nadie ve y solo ella recuerda? Bajo muchos arcoíris, solo una vez se refugió bajo ese paraguas rojo, como escondiéndose de aquellos colores que la perturbarían por toda la vida... Y la vida ¿qué es? No más que un sinnúmero de arcoíris olvidados… Ximena Leiva (44 años) (Texto construido escuchando la música de Max Richter, She remembers.)

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CAPÍTULO IX

TIEMPOS FINALES El país, la globalizada sociedad humana y el mundo vive un momento con claros ribetes de término de época. No hay duda que hoy protagonizamos vientos de cambios muy profundos. En cada esquina, en cada página noticiosa, en cada comunicado digital, se abran hoy enormes grietas de dudas, abismos de incertidumbres y de temores diversos. Ñuble es parte de esta globalizada percepción de cambios profundos que vienen para el planeta y para la humanidad sobre ella. Pero conocimos –y practicamos en la clase - que no hay mejor antídoto que escribir acerca de toda crisis. Con nosotros concluyen unos claros ciclos y se están abriendo otros. Pero no podemos desconocer que junto con las esperanzas, también se abren grandes dudas apocalípticas. Así registró este momento la pluma de los escritores de Ñuble.

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LA TIERRA NECESITA AMOR De acuerdo a mi intuición y sentir subjetivo, creo que podríamos estar cerca del fin de la humanidad, dado la poca o nula conciencia que existe del verdadero significado del planeta tierra. Darse cuenta que nuestro planeta está viva, que tiene alma y espíritu como nosotros los humanos. Han pasado siglos y siglos y la humanidad no ha logrado comprender que la tierra necesita amor, cuidado y preocupación, para así mantener un estado saludable que le permita entregar la energía, sabiduría y poder que ella encierra. Hay momentos que pienso en los muchos temas agobiantes a los que nos enfrentamos colectivamente, y creo que a veces uno siente que está defendiendo causas diferentes. Pero observo que sí hay un elemento en común, independiente de que hablamos de derechos de los pueblos indígenas, derechos de los animales, del buen uso de la energía... Estamos luchando contra la injusticia, estamos hablando de luchar contra la convicción de controlar, utilizar, abatir a otros con impunidad. Todo esto es muy loable, porque vamos hacia un mundo mejor. Pero no podemos olvidar a la madre naturaleza, quien nos da la energía y los nutrientes para avanzar. La Pachamama también reclama su derecho. Por momentos pienso que estamos desconectados del mundo natural y muchos somos culpables por tener una visión egocéntrica del mundo, de pensar que somos el centro del universo. Miramos la naturaleza y la devastamos sin piedad para obtener recursos, nos sentimos con derecho de destruirla en beneficio propio. Mi sentir en estos tiempos es que la humanidad llegará a su fin prontamente, dado el caos que existe en el reino animal, vegetal y mineral. Es urgente el cambio de mentalidad al respecto, el mundo se ha cargado de negativismo en todo aspecto, y el ser humano está más preocupado de tener que ser. Es necesario no olvidar el amor y la comprensión como principio rector y poder así crear, desarrollar y aplicar sistemas que beneficien al ser vivo y al medio ambiente. Personalmente pienso que hemos sido desagradecido de lo que la naturaleza nos ha entregado. Pero siempre hay una segunda oportunidad y es cuando entregamos lo mejor de nosotros; es tiempo de rescatar con amor la paz que necesitamos para crear, crecer y sanar, y así disfrutar de los bienes que el Universo nos sigue ofreciendo cada día. Ello es el principio generador del desarrollo armónico y la plenitud de cada ser. Teresa Soto Olivero (72 años)

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MORIREMOS JUNTO CON LA NATURALEZA De acuerdo a mí intuición y sentir subjetivo creo que podríamos estar cerca de un gran terremoto acá en Chile, por falta de agua, ya que las autoridades chilenas están vendiendo las aguas de todos los chilenos. La tierra se está resecando, por la falta de nuestro recurso natural el agua. Si no hay agua muere la naturaleza y los árboles que nos proporcionan el oxígeno para nuestros pulmones. La naturaleza está desapareciendo y la tierra también se está muriendo. La corteza se hundirá debido a los muchos túneles y grutas que hay al centro de la tierra, pues las vertientes que hay bajo la corteza terrestre, se están secando por la gran sequía que ahora ya existe y ahora casi no hay agua para beber. Por eso se está resecando la tierra. Con este gran acontecimiento, moriremos junto con la naturaleza. Brunilda Herminia Sepúlveda González / Brunihermy (72 años)

SENSACIONES PERSONALES RESPECTO AL FIN. OSCURANTISMO DE LA HUMANIDAD La intuición me hace creer que podemos estar cerca de alcanzar cierto nivel de armonía y paz en la humanidad, haciendo un esfuerzo por cambiar esta actitud volviendo a la espiritualidad y al reencuentro con lo natural. Este oscurantismo que azota nuestra sociedad está generado por la injusticia y la desigualdad, cuya consecuencia es la rabia. La rabia es densa, pesada, pegajosa y oscura que se expande como una epidemia. Día a día nos enteramos de masacres, injurias y atropellos incluyendo los encapuchados, quienes son un ejemplo criollo de la furia de hoy. Mercenarios de oscuros incentivos que dan rienda suelta a sus instintos de vandalismo y desorden. Ante la impotencia de controlar tanto caos algunos se refugian en la fe y en terapias alternativas y ¿por qué no en el arte?... El cambio, como no pasaría por las instituciones de orden diverso, será realizado por cada uno de nosotros, volviendo al respeto y a una comunión con la naturaleza y el cosmos. Elsa Dinamarca Figueroa (66 años)

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LA GRIETA. SENSACIONES PERSONALES CON RESPECTO AL FIN Las pocas radios que aún se escuchan después del gran terremoto que duro tres días, indican que el valle central se ha hundido ciento veinte metros. Las marejadas han entrado por los cauces del Bio-Bio y el Itata llegando hasta la pre-cordillera. Los pueblos y ciudades costeras han desaparecido. Ñipas, Quinchamalí y Chillán han sido absorbidos por el Ñuble. Una gran grieta apareció en el lado oriente de la Cordillera de la Costa, desde Constitución al Sur, llegando hasta las cercanías de Los Ángeles, su profundidad es desconocida y aún se está llenando de agua. Gases de CO2 hacen irrespirable el aire que viene del Sur. El Golfo de Arauco ha estallado por explosiones de gas grisú. El ambiente contaminado no es apto para la vida de ninguna especie. Se espera la llegada de personal de la NASA para monitorear los cambios en la corteza terrestre. Los satélites aún no pueden determinar con certeza sus nuevos contornos ya que todavía está en formación. Hace cuatro días que no tenemos comunicación por radio. Estamos solos. Solo nos queda la fe… Juan Carlos Olmedo U. (67 años)

LAS CRISIS EN LAS SITUACIONES FINALES DE LA VIDA De acuerdo con mi intuición y sentir subjetivo, creo que podríamos estar cerca de una gran debacle y de un sufrimiento masivo como sociedad chilena y mundial. Cada vez los adultos mayores vivimos más y estamos llegando a etapas inéditas en la vida humana, en que perdemos el sentido de vivir, así como también la sociedad empieza a excluirnos y a no vernos realmente como personas concretas, con necesidades nuevas y aportes posibles, en cuanto personas mayores, varones y mujeres. Últimamente he leído en el diario La Discusión de Chillán una lamentable noticia: en Santiago, un chileno de 99 años fue encontrado muerto en su departamento después 134


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de varios días de fallecido. Sin familiares cercanos, con sus amigos todos muertos, sin redes ni gente que pudiera darle una mano, en la más completa soledad. También en Talca, en el edificio de departamentos donde vivía mi padre, que recientemente falleció a los 89 años de edad, me compartía el administrador, que en más de una ocasión tuvieron que ser ellos, los que al extrañar por varios días la presencia de algún inquilino o inquilina del edificio, que vivían solos, los que accedían al departamento y se encontraban allí con la persona fallecida. A su vez, también Guillermo, ya más familiarizado con la muerte por su rol de diácono y el acompañamiento en exequias y despedidas, me comentaba sobre la extraña cara de una mujer fallecida; era una expresión más allá del dolor y el miedo y que yo asocio a la angustia de la soledad y al temor ante tan magno trance. Pero avanzando en la proactividad y en torcerle la mano a este aparente destino fatal, también podríamos, como dice el dicho popular “dar vuelta la tortilla” y que la sociedad acoja y asuma esta nueva realidad y demandas. Que se dé cuenta y explícitamente valore las capacidades y aportes de los adultos mayores, así como sus reales y actuales necesidades, contando con la sabiduría y potencial de ellos. Podemos hacer un nuevo y gran aporte, como ya se está haciendo hoy en nuestro rol de abuelos y abuelas en la nueva, acelerada y demandante sociedad actual. Marcela Castro Bravo (65 años)

CUANDO LOS PIDENES SE EQUIVOCARON Por esas cosas de la vida, en algunas etapas he vivido en el campo. Siempre he preferido lugares cerca del agua, sean humedales, riachuelos, canales o ríos. Me tira el agua. Por ese motivo me he familiarizado en ciertos aspectos de formas de vida asociadas al agua. Más aun he sido un admirador de la vida de las aves de agua. Una de las aves fascinantes que existen en ellas es el piden. De niño escuché su canto, parecido a un silbido. Si lo pudiéramos dibujar, sería como una onda u ola marina. La principal característica de su existir es el pronóstico de lluvia o el cambio de clima según como se quiera ver. Muchos piensan que esta hermosa ave es muy amiga de San Isidro, el santo del clima, dado que su grado de asertividad es alta. Canta y de inmediato los habitantes de zonas rurales saben que puede venir lluvia. Un vez, hace algunos años, por ociosidad o interés científico o por ambas causas, realice una estadística de 135


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los avisos que daba el piden versus los avisos de cambio según la oficina meteorológica de la época y debo decir que fueron más asertivos los pidenes en aproximadamente un 15 por ciento. Extraordinario. Sin embargo hace poco tiempo los pidenes se equivocaron de plano. Aunque amaneció el día oscurecido y más fresco que de costumbre, los pidenes dieron un falso aviso. ¿La causa del engaño? Los humos provenientes de Australia. Los inmensos incendios generaron tal cantidad de humo que cubrieron los cielos de la tierra. Lo que los piden avisaron ese día era solo la llegada de cenizas. El aviso aunque no era lluvia era el desastre. Quizás avisaban de la hecatombe final si el ser humano continúa así, depredando sin cesar. Ese día no tuvo explicación para mis grandes amigos de los humedales. Sergio Meza Carrasco (76 años

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CAPITULO X

ESCRITORES Y CRONISTAS DE BULNES ¿Funcionará la Ontoescritura en sectores situados en las márgenes de la cultura citadina que no están expuesto a la práctica cotidiana del escribir? Tal fue nuestra hipótesis antes de abordar el trabajo concreto en talleres escriturales en espacios no convencionales como el de Bulnes. Dichos espacios comprendió una mixtura de personas para las cuales la escritura era una práctica muy ajena a la centralidad de su vivir. Por tanto, el objetivo de este libro y del proyecto, fue dar sustento experiencial de la efectividad de la Ontoescritura en un espacio local, particularmente situado en los bordes del “centro cultural”. Es decir, apreciar cómo se incorporara el medio local en la construcción de la propia identidad. Y por cierto, ofrecerla a todos en lo que es: una herramienta para la autoconstrucción del sí mismo y un medio íntimo para autoacompañarse, revelando el sentido del vivir aquí y ahora.

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ESCUDERO Solo espero tú “te amo”, pero llegan marchitos y me pierdo entre centenos Yo que fui el guardián de tus “te quiero” Y hoy en el portal me quedo… pobre y triste escudero Centenares de años petrificada silueta y un escudo Protégete novelesco hidalgo, Novilunio ante la sonoridad de tus “te quiero” Y no ves que son caprichos, taciturno ser maltrecho Malaventurado es el amor, maléfica es la concepción de sentir amor Pero un “te amo” es el tesoro mejor resguardado En mi guardilla lo escondo y en solitario lo contemplo Como la joya más costosa de todos mis recuerdos. Martín Javier Padilla Villablanca, (23 años)

CARTA QUE UN DÍA ME ESCRIBIÓ UN JUGUETE Querido Javo : te escribo esta madrugada en medio del ensordecedor conticinio que aterra, cuando el bullicio no molesta y la calma trae a la orilla los recuerdos, cómo no recordar, si ya anciano me siento y solo puedo recordar, recordar días de tu infancia me alivia el letargo de seguir viviendo, los veranos en la calle jugando en el sol, los inviernos escurriendo barro, tus amigos del barrio, tu hermano, los juegos interminables, días que pasaban lentos y yo en un rincón viendo, ser inerte sin movimiento. Recuerdo tus guerras interminables, jugando a ser mayores y cantar, cantar y buscar, explorar las calles interminables, todo parecía más grande, hasta el tiempo parecía interminable, el sol no se ponía por las tarde y la noche saludaba casi llegando la madrugada, juegos interminables, jugar, simplemente por jugar, inventar mundos en las raíces de los árboles y jugar, sin horarios sin rutinas, parecía que nada era suficiente por explora, siempre quedaba un lugar, un juego más. Hoy que la rutina te consume, que los juegos te aburren y que de mí no te acuerdas, te deseo ser feliz. Sigue siendo el niño preguntón, sigue siendo el inventor 138


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de mundos inimaginables, sigue con la bondad que siempre reflejaste y las ganas inmensurables de ayudar. Yo siempre te cuido, yo siempre te observo desde un rincón del ropero, junto a otros juguetes viejos. Saluda atentamente, tu amigo. Martín Javier Padilla Villablanca, (23 años)

RECUERDO Todo me recuerda a ti Desde un simple color Hasta una sencilla prenda de vestir. Todo me trae hacia ti El recuerdo del maqui que tanto te gustaba Todo me recuerda a tu pasada. Al escuchar el violín Me acuerdo de ti Danzando, sin fin Todo me recuerda a ti. El sencillo olor a dulces Si, los que comías sin fin Todo me recuerda a ti. María Ignacia Urrea Barra, (14 años) / (Pseudónimo : Maripi)

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INFANCIA: NOS VAMOS DE UN GOLPE AL AÑO 1957 Para mí, que ya cumplí siete décadas, me pareció en un principio tarea difícil volver a un pasado tan lejano. Curiosamente, no obstante el ineluctable transcurrir del tiempo, constaté que tengo muchos recuerdos de esa época, en especial vivencias muy gratas. Parece ser verdad, entonces, la vieja aseveración que afirma la persistencia en nuestra memoria de los sucesos de los primeros años de vida.

Nos vamos de un golpe al año 1957…

En el mes de mayo cumplí nueve años y nadie en mi casa se acordó de celebrar o recordar siquiera la fecha, quizás mi mamá se acordó. En mi casa somos ocho personas y a lo mejor por eso no se celebran los cumpleaños. Sé que a algunos compañeros, los más ricos sobretodo, le hacen una fiesta con invitados, torta y regalos, pero nosotros no tenemos esta costumbre y a nadie le molesta. Hoy la mamá nos despertó a las siete y media para ir a la escuela y fuimos al patio a lavarnos la cara y las manos, en la artesa. En la cocina la mamá ya tenía el brasero encendido y, encima la parrilla con la tetera y el cacharro con el café de trigo hirviendo, se sentía el olor rico del café. Nos servimos pan con margarina y café y si alguien quería comer caldo de papas, cebolla y fideos, también podía comer. La mamá prepara todos los días este caldo para el papá. Al poco rato partimos para la escuela, queda a tres cuadras de la casa. Yo me voy con Juan, mi hermano. Se veían ya las carretas que traen a vender cosas al pueblo y también vimos al carretón de Pellizco, con el Pellizco parado en el carretón y una huasca para pegarle al caballo. Fue entonces, cuando Juan lo vio, cuando me dijo: “¿ te sabes la historia del Pachagua en el hospital?”, y yo le dije, “el curadito del matadero…” y él me dijo, “sí puh, el mismo”. Resulta que andaba medio enfermo y fue al hospital a ver al doctor y el doctor le pregunta ”qué siente usted amigo”, y el Pachagua le contesta:” siento el carretón de Pellizco que pasa por la calle”. Ahí nos reímos un poco y al pasar por el Cuartel de Carabineros vimos el furgón nuevo que les llegó a los pacos, van a tirar pinta ahora, antes andaban a pié y a caballo, les va a llegar a los borrachines porque ahora van a llevarlos a la capacha en furgón. Mi escuela se llama Escuela de Hombres Número 6 de Coelemu, queda frente a la Plaza de Armas. Es grande, está hecha de madera y tiene baños y patio para jugar en los recreos. Como hoy es día lunes, se hace un acto en la entrada, donde se canta la canción nacional y el himno de la escuela, el profesor mío, el señor García, dirige el coro, que somos todos los alumnos. 140


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Bueno, después hacemos una fila y entramos a la sala de clases. A mi profesor le dicen el “Pituco” García, porque siempre anda con terno y corbata y porque dicen que se corta el pelo todas las semanas. Él nos dice que saquemos nuestro cuaderno de historia y que copiemos todo lo que él escriba en el pizarrón. El profesor escribe con tiza en toda la pizarra, queda lleno de polvo blanco y nosotros copiamos con lápices de madera. El señor García es bueno, es raro cuando le pega a algún compañero, además que solo les da un reglazo en las manos a los desordenados. Menos mal que no me tocó con el señor Venegas, que le dicen el “Pelao” Venegas. Ese sí pega con varillas y cachetadas. Otro que es mañoso es el señor Pérez, este profesor a los revoltosos los agarra de las patillas y casi llega a levantarlos. Algunos grandotes de quinto y sexto hacen lo mismo con los más chicos, les dicen coopere con el señor Pérez, se creen muy graciosos los h…. A eso de las 10 horas, se escucha el sonido de la campana y salimos al primer recreo y también a recibir el jarro de leche que nos dan los días de clases. La leche la preparan los cabros de sexto año, los más grandes. Primero tienen que hervir agua en unos fondos grandes, después echar la leche en polvo y, por último, revolver y repartir a los alumnos. Faltaba poco para volver a clases cuando se armó una pelea en el patio. Me acuerdo que se agarraron a puñetes el “bocina” Donoso con el flaco Varela, todos alrededor gritábamos por el flaco, porque el Bocina es muy pesado, se cree la muerte porque tiene bicicleta y pasa tocando la bocina. Al fin llegó un profesor y se los llevó a la oficina del director. Llegué a la una de la tarde a almorzar a la casa. La mamá tenía pescado frito, antes de entrar a la cocina ya sentí el olor a fritanga. Me gusta este plato, con papas cocidas y ensalada. El pescado llega en el tren de Tomé y lo reparte en una carretita de mano un hombre de apellido Solís, a quien todos conocen como el “Jurel” porque vende cosas del mar, como apancoras, sierras, jureles y cholgas. Como siempre la mamá dice que tengamos cuidado con las espinas. En la tarde, como hacía calor y nos toca gimnasia, fui sin zapatos a la escuela, total es cerca y muchos niños hacen lo mismo. En todas partes la gente habla de las elecciones para Presidente de Chile. En mi casa al papá le gusta Alessandri, un viejo que aparece en un tremendo afiche, donde mira fijo y donde abajo se lee: “A usted lo necesito”. El otro candidato es Allende, un doctor con lentes, que dice mi papá que es comunista y que si gana, puede quitarle la viña que tiene en el campo. Hay otro que se llama Eduardo Frei, un hombre flaco y alto, que tiene una tremenda nariz y por eso le dicen “El Narigón”. Después de tomar once en la casa, me puse a hacer las tareas. Me tocó tarea de matemáticas, sumas, restas y divisiones por un número. Creo que el otro año vamos a dividir por 2 y 3 números, ayayay, ahí te quiero ver… Cuando terminé las tareas me fui con los cabros a jugar a las bolitas, me fue bien, ya 141


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tengo más de 100 bolitas y como 20 polcas. Al rato llegaron más cabros y el Richar trajo una pelota de trapo que hizo con un calcetín relleno con lana, así que armamos una pichanga en la calle, con unas piedras de arcos. Jugamos hasta que nos cansamos, quedamos llenos de polvo y seguro que la mamá nos va regañar por andar ensuciándonos y es ella la que tiene que lavar a mano en la artesa y nadie le ayuda, en la casa, aparte de la mamá somos puros hombres. Las chiquillas también juegan en la calle, cuestiones de ellas, hoy las vimos jugando al luche, otros días saltan una cuerda o solo conversan entre ellas. Nosotros no nos metimos con las mujeres. Una vez el Chitín saltó la cuerda un ratito con ellas y lo jodieron varios días diciéndole mariquita. Ya en la casa, una vez que nos entramos, el papá puso la radio y escuchamos los radioteatros. Están pasando “Adiós al séptimo de línea” y “Hogar dulce hogar”, una cuestión medio chistosa. Ahí escuchamos las comedias mientras comemos la cena . A propósito, a veces en invierno, cuando está helado en las noches y estamos calentándonos cerca del brasero, al papá se le ocurre que los dos más chicos, Juan y Manuel, que soy yo, nos agarremos a puñetes para calentar el cuerpo. A la mamá no le gustan estas peleas, porque nos damos duro y yo tengo tres años menos que mi hermano. El caso que el papá y los otros hermanos se mueren de la risa y nosotros quedamos cansados y con las orejas coloradas. Después de las comedias, casi siempre el papá se queda dormido en la mesa, hoy día además fue al campo a trabajar en bicicleta. Nosotros también tenemos sueño y la mamá nos manda ligerito lavarse, orinar y acostarse. Chao y buenas noches. Manuel Osorio Retamal, (73 años)

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CAPÍTULO XI

RELATOS DE NIÑOS DE ESCUELAS RURALES El proyecto de Escuela de Escritores de Ñuble, no se desarrolló solamente en una sola ciudad. No podía marginar a quienes viven y crecen en la periferia. Precisamente la periferia rural de Ñuble, siempre ha alimentado al centro, a las ciudades, con las raíces de nuestra cultura. Y desde esos márgenes tradicionales, de cultura criolla y mestiza, el espíritu nuestro se sigue alimentando. Acaso las mismas experiencias humanas se repiten y se reviven en cada generación de autores. Nosotros quisimos darle voz a esos nacientes niños escritores. He aquí un manojo de letras nacientes, tiernas y vibrantes como las flores del campo. La elección, un tanto azarosa, tal como la reunión de flores silvestres cogidas a orillas de un camino, es una buena muestra de las bondades narrativas que aún son capaces de brotar a pesar de tanta sequía cultural.

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EL AMOR DE UN HIJO ES PARA SIEMPRE Esta historia ocurre en el año 2010, desde la guatita de mi mamá llamada Marisol Romero. Es la historia más emocionante y romántica que me acaba de contar. Dice que desde el momento que supo que sería mamá por primera vez, todo en ella cambió. Esperaba con ansias la llegada de su primer hijo; miraba revistas e internet para informarse en qué etapa y crecimiento iba su embarazo, pensaba en nombres, que ¿cómo sería?, imaginando todo lo que haría con él. Hasta que llegó el día más esperado. Una tarde se fue al hospital muy muy nerviosa y por primera vez, dice mi mamá, que nunca imaginó que se enamoraría de alguien que no conocía. Me contaba que cuando la güagüa lloró al nacer y vio su carita, su corazón latió a mil por hora. Sintió que nunca había sentido amor así, tan pero tan grande por alguien. Al salir del hospital dándole el alta para regresar a casa, su bebé comenzó a convulsionar. Algo sucedía con él, no reaccionaba; los doctores corrían de un lado a otro tratando de buscar soluciones. Los médicos indicaron que el recién nacido debía quedar hospitalizado, ya que no sabían que tenía y debían averiguarlo. Al tercer día mi mamá fue a visitar a su hijo. Con ansias entró a la sala y lo vio peor que cuando lo dejó. Entonces en esos momentos sus lágrimas comenzaron a correr por su cara: estaba sola, desesperada, pedía ayuda en el lugar. No sabía qué hacer. Los doctores la sacaron del lugar y le dieron la noticia que jamás dice olvidó : ¡su hijo había muerto! El monitor marcaba una línea y un sonido indicaba que su corazón había dejado de latir. La vida se le vino abajo. Estando afuera de la sala, le rogaba a Dios con ansias y fe que no fuera verdad, que su hijo estuviera bien. Una mujer extraña toma sus manos. Entre la desesperación y el llanto que tenía, recuerda que le dijo: “ten mucha fe que tu hijo no morirá, porque una máquina no lo indica todo; acuérdese de mis palabras”, dijo la señora agregando “verá cómo su hijo crecerá sano, será un niño hermoso, su príncipe, el amor de su vida, cantará junto a usted, será un buen alumno, confié”… Y así fue, hoy ese niño no está muerto, está parado aquí frente a ustedes, leyendo y contando su historia. De todo esto aprendí a valorar mucho más a mi mamá y la oportunidad que Dios le dio a ella y a mí… Matías Vásquez Romero, (9 años) Curso: 4º año básico, Escuela Básica “El porvenir de Cato” del sector “Tres Esquinas de Cato”, Comuna de Coihueco

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EL PELO DE MAMÁ Hace muchos años, en un sector rural llamado Bureo Bajo, nace y crece una niña pequeña de pelo negro y ojos muy negros, cuyo nombre es Maggy, la misma que ahora es mi madre. Ella vivía en una casa muy bonita, casa que compartía con sus padres y sus tres hermanas: Carla, María José y Francisca. Maggy era la mayor, por lo que ella cuidaba de sus hermanas y ayudaba en lo que podía a su mamá. Maggy y sus hermanas tenían el pelo largo y muy brillante. Por eso, el pelo de Maggy era especial: negro, muy liso, grueso y muy brillante; es decir, muy hermoso y sano. Su abuela decía que lo había heredado de su mamá, la bisabuela, ya que justo el día en que la bisabuela agonizaba nació Maggy. Poco antes de morir, su mamá la llevó a la cama de la bisabuela para que ella conociera. Mientras la viejecita le daba la bendición al bebé y pidió unas tijeras. La mamá y la abuela de Maggy se miraron con cara de espanto, al imaginarse qué querría hacerle la viejecita a la tan pequeña guagüita. A pesar de ello, igual le pasaron las tijeras. Entonces, la viejita comenzó a murmurar unos rezos mientras continuaba con la bebé en sus brazos. De repente, de un tijeretazo, ella misma se cortó su larga trenza, de un color negro brillante y grueso, que ni todos esos largos años se habían podido teñir de blanco. Luego, al bebé le cortó un pequeño mechón de su pelito, el que en ese entonces era un delicado cabello de color miel. Con sus pocas fuerzas que le quedaban, juntó ambos cabellos y pidió a su hija enterrarlos juntos, al pie de un quillay, porque según ella así la pequeña bebé heredaría su hermosa cabellera. Después de aquel ritual, quedó muy agotada, y durante la noche, la viejecilla, falleció. Con el paso de los años los finos cabellos color miel de Maggy comenzaron a crecer, a engrosar y tornarse de un color negro muy brillante, tal como lo había predicho su bisabuela. Es decir, con un color y brillo que ninguna tintura ha logrado opacar. Y después, aunque Maggy se lo corte o se quiera cambiar el color, su cabello vuelve a su tono y textura natural como lo predijo la viejecita. Tanto Maggy como su descendencia -la menor de una de sus hijas- heredarán por siempre la hermosa cabellera y algunas otras cualidades de la bisabuela. Guiliana Abigail Tapia Daza, Séptimo Año básico, Escuela Municipal “Héroes de Iquique”, Sector Bustamante, Comuna de Coihueco (Pseudónimo: Alegría Tapia Daza)

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LA HISTORIA INEXPLICABLE DE MI PAPÁ [Esta es una historia real contada por mi papá, ocurrida en el sector Bureo Bajo, Coihueco, el 8 de diciembre del año 2005, cuando él tenía 19 años de edad.]

Un día 8 de diciembre del 2005 un amigo llamó a mi papá para ir a un velorio. Mi papá aceptó con la condición que ambos se vinieran temprano a casa, ya que el día siguiente tenían que levantarse de madrigada para ir a trabajar. El amigo tenía una moto y se embarcaron en ella. Llegaron al velorio. Su amigo, apenas estuvo solo un rato y se fue con su polola que lo esperaba. En verdad, la salida al velorio había sido sólo una excusa para juntarse con ella. Entonces mi papá siguió en el velorio. Pasaron las horas y su amigo no llegaba. Cuando ya eran las 2:40 hrs. de la mañana decidió entonces llamarlo al celular. Pero su amigo no contestó y apagó su teléfono. Entonces como valiente que es mi papá, decidió irse solo de vuelta a casa. La caminata era de apenas unos 3 kms, con bosque por ambos lados y potreros. Y empezó el rumbo a la casa. Caminó como unos 400 metros más o menos llegando donde el bosque era más alto, denso y muy oscuro. Y lo era, al punto que ni siquiera se veían sus manos. Entonces, de golpe comenzó a sentir un miedo que incluso hacía que los pelos de su cabeza se le erizaran, levantándole hasta el jokey o gorro que llevaba puesto. Pensó él –“Por qué voy a tener miedo si tantas veces he pasado por aquí”, se dijo y siguió caminando. De repente oyó unos ruidos extraños: eran como risas de niños jugando, las que venían de la orilla del camino donde había mucha zarza, y que por el bosque ésta se volvía más grande y obscuro. Se detuvo unos segundos para escuchar, y siguió caminando aún más liguero. Sentía que el corazón se le iba a salir. Ahora, ya no eran las tales risas de niños; no, no lo eran sino que ahora se trataba de una risa maligna que le hacía temblar completamente su cuerpo. Sobrecaminando, sacó el teléfono para intentar llamar a alguien, pero el miedo era tan fuerte que no pudo. Ni siquiera apretar una tecla pudo. Y pensó nuevamente –“si sigo caminando, lo que quiera que sea esto, de seguro me va agarrar”. Pensó, “pero ya que no me quedaba mucho, caminar más ligero aún para llegar a mi casa. Entonces, se devolvió, posiblemente por estimar que le quedaba más corto llegar al velorio. En eso que se devolvía, sintió algo que lo tomó de los codos y lo levantó. Él sentía que flotaba, que no topaba el camino y lo único que se le vino y atinó a decir – “!Dios mío ayúdame!”. Luego, sintió un sonido como de un pito que le llegó a los oídos y no recordó más. Solo vuelve en sí, hasta que estaba casi por llegar del lugar del velorio. Entonces, lo primero que hizo fue revisarse, ya que tuvo la sensación que se había “hecho de todo” en los pantalones. Pronto con alivio comprobó que no tenía nada; sólo era a causa de una horrible sensación de miedo. Entró nuevamente al velorio, y se fue a la orilla del fuego donde había muchos conocidos. Uno de ellos le preguntó –Y tú, ¿no 146


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te habías ido? ¿Por qué volviste? Él no pudo responder: sentía su cuerpo helado y ni siquiera pudo mover la boca para responder. En eso, uno de ellos le ofreció un vaso de bebida, y él estiro la mano y lo recibió tomándoselo casi al seco. Ya que se relajó un poco les dijo a los que estaban allí : -“Me devolví porque en la pasada del bosque oscuro me salió algo que no vi pero pienso que fue el Diablo”. Los hombres que allí se encontraban se pusieron pálidos del miedo y le respondieron ¿Pero qué hiciste tanto rato, si ya son las 6 de la mañana. El muchacho no supo que responder, ya que en verdad, para llegar donde estaban sus conocidos, él sólo debía haber empleado unos 20 minutos de camino. Hasta el día de hoy, todavía se pregunta que le sucedió. Y hasta el día de hoy, muchas personas cuentan sucesos que le han ocurrido en el mismo lugar que le ocurrió a mi papá. Emili Ivette Cádiz Bahamondez, Seudónimo: Ivette Cádiz, Escuela Municipal “Héroes de Iquique”, Sector Bustamante, Comuna de Coihueco.

RELATOS DE MI ABUELA Transcurría el año 1985, y mi abuela recién casada con mi abuelo, celebraron su matrimonio con una gran fiesta en el campo, que en aquellos años se hacían con cantoras y mucho baile; incluso estuvieron así durante varios días. Mi abuela me contó que los regalos que recibió fueron diversos: cerdos, vaquillas, gallinas, patos entre otros, luego de contarme estos detalles, me comentó que tuvieron que irse a su humilde casita en las parcelas 38 Collico, donde tenían un pedacito de tierra. La casa era de tablas brutas, con sacos en sus ventanas, lugar por el cual el viento entraba día y noche, también lo hacía por los agujeros que tenia; en ese tiempo tampoco contaban con luz eléctrica, y su método de iluminación era con chonchonas. Mi abuela relata que para fabricarlas ella debía utilizar un pedazo de pantalón de mezclilla viejo, trenzarlo y humedecerlo en petróleo, luego con un tarrito de café vacío, le hacía un agujero en la parte superior, donde ponía el género de pantalón humedecido en petróleo y finalmente lo prendía; dice ella que alumbraba mucho más que una vela… Mi abuela cuenta, que para cocinar lo hacía en el piso de tierra mojado que ella misma rociaba con un balde viejo, sacando agua del canal… ponía su única ollita tiznada en 147


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su parrillita de fierros oxidada, pero que los caldos de papas y cebolla eran riquísimos y con eso se alimentaban la mayor cantidad del tiempo. También dice que se asustaba mucho cuando veía unas arañas coloradas grandes que emergían de la tierra del mismo color, entonces ella las tomaba y las lanzaba al fuego de puro miedo que sentía. En ese momento la interrumpe mi abuelo y me comenta él, que no eran arañas sino camarones y que se podían comer. Esto es solo un poco de lo que mi abuela me comentó esa tarde en su casa, una de tantas historias que vivió junto a mi tata en esos años, años difíciles sobre todo el tema de la pobreza… Julio Yankel Rojas Valenzuela, (13 años), cursa el 8 º Año básico en la escuela pública “El Porvenir de Cato”, ubicada en Tres Esquinas, Comuna de Coihueco.

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CAPÍTULO XII

CHILE INICIA UN DESPERTAR No más comenzaba la experiencia de las clases de escritura, cuando los autores fueron prácticamente obligados a procesar textos emergentes por los sucesos en el corazón de Chile. Imposible no plasmar las variadas impresiones del estallido social y las propias experiencias en las calles de Chillán. El desarrollo de la Escuela de Escritores fue interrumpido casi tres semanas por dicha conmoción de Octubre. Por tanto, a la vuelta de clases, fue inevitable practicar la crónica social y personal vivida de esos días. Imposible que el Taller de Escritura se abstrayera de semejante “cambio país”. Y no hubo mejor practica reflexiva que el escribir para sacar lecciones, mejor terapia para exorcizar por escrito los miedos, confrontar los temores, desfogar sublimando las iras contenidas, compartir las posibles salidas. He aquí algunas de esas indelebles impresiones.

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EL CRUEL DESPERTAR Esa tarde, una más de tantas de mi adolescencia; oí la voz de mi primo Rafael: “…Tía mañana llega aceite al almacén Ideal…” Ya sabía que tendría que ser yo, que muy temprano debía ir hacer la “cola”, tipo 7 o 7:30 A.M. Mi hermana mayor debía quedarse en casa con los hermanos menores; papá y mamá a sus trabajos; mi padre a la Universidad de Chile, Jefe de la Imprenta. Y ella, la más hermosa, la más bondadosa, ella, la más fuerte y altiva, mi madre al Hospital a Maternidad. Ahora nos tocaba a nosotros avisar a las otras tías. Al otro día, encontrarnos todos esperando la venta de aceite, cerca del medio día de regreso a casa. ¡Mireya! (mi madre) – “Inscríbete en el Partido (la tía Tita militante del Partido Comunista, ellos tenían una tarjeta especial) – así tendrás acceso a los alimentos”. La tía Tita, en cierto modo era “privilegiada”, en su casa se hacían las reuniones con Eduardo Contreras Mella, (recuerdo muy bien su nombre). Pasó el tiempo y llegó el Golpe Militar y todo aquello que nubló mi juventud. Sin embargo, los que se quedaron, los que nos quedamos pasamos muchos problemas y pesares; los otros que arrancaron de la muerte, en cierto modo, “clase privilegiada” en el extranjero, ellos nunca volvieron ni siquiera a saludar a la tía Tita; se olvidaron, se olvidaron, se olvidaron, como hoy en el Parlamento. Hoy, no es nada para aquellos días de sombras tenebrosas, en donde una juventud callada y silenciosa, pero resiliente, no pudimos transmitir el mensaje a las generaciones que nacían, de participación activa y consciente con una gran consciencia social donde aprendimos a compartir y cooperar en ollas comunes, albergues juveniles, centros de madres, sedes sociales, hogares universitarios, estudiantes cristianos, etc., fuimos comunidad. Ya vamos envejeciendo y las fuerzas se van extinguiendo con la vida, con enfermedades, muertes. Creo, nuestra generación, las que vivimos esos días, supimos educar conscientes y humanos a nuestros hijos. Hoy siglo XXI, jóvenes y ciudadanos, adormilados, narcotizados, carreteando, comprando, dueños de muchas tarjetas, que creían eran la salvación; por estar “NI AHÍ” tuvieron un cruel despertar, un país sin un “futuro esplendor” para ellos, endeudados, marginados con un alto nivel de consumismo, que al “DESPERTAR” se encontraron: sin alma, sin sueños. Lamento profundamente su cruel despertar, espero se puedan cambiar las inequidades y las enormes desigualdades sociales y económicas imperantes en el país. Yo ya hice mi pega y como dicen muchos “tengo mi conciencia tranquila”. Pilar Guzmán Espinoza (59 años)

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SOBRE EL CLAMOR DE UN PUEBLO ABUSADO No han sido muchas las revueltas sociales de este tipo de envergadura en nuestro país en los últimos años; con una dimensión de convocatoria inconmensurable para cualquiera de los analistas que hubieran podido haber predicho tal levantamiento. Recuerdo que las primeras movilizaciones masivas comenzaron a gestarse allí por el año 2006, con la tan bullada “marcha de los pingüinos”; y luego en 2011 con las marchas universitarias que perseguían los derechos en igualdad educativa superior. Pero la más grande y maravillosa, es ésta que se está desarrollando frente a nuestros ojos. Es una revelación sobrecogedora el pensar que el proverbio adquiere representación explícita en este tipo de acontecimientos: “la unión hace la fuerza”. Es emocionante ser testigo de declaraciones artísticas como la presentada por la Orquesta Sinfónica de Chile durante los pasados días, interpretando de manera sublime en las calles el himno “El pueblo unido jamás será vencido”, en una entonación coral colectiva que emanaba del más profundo deseo ferviente de las personas reclamando sus legítimos derechos. Como persona y ciudadano de Chile he sentido una mezcolanza de emociones durante el transcurso de estas semanas, que van desde la incertidumbre, enojo, frustración, alegría, hasta la tristeza y perplejidad. Es difícil describir en pocas palabras lo que está pasando en nuestro país, pero solamente con saber que compatriotas han pagado injustamente con su vida o el detrimento de su integridad física, nos da a entender que ya no es tiempo de ambigüedades ni pasividad, sino que es tiempo de tomar acción y elevar nuestras voluntades en contra de los tiranos opresores. Quisiera finalizar con una reflexión del poeta Dante Alighieri en su insigne obra “La divina comedia”, la cual es de carácter transversal, ya sea para individuos ricos o pobres, oriundos o forasteros, políticos o apolíticos, creyentes y conocedores de alguna deidad o agnósticos; y es la siguiente: “Los lugares más oscuros del infierno están reservados para aquellos que mantienen su neutralidad en épocas de crisis moral”. Emilio Andrés Mellado Cáceres (29 años)

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ESPEJISMO Un día los chilenos nos miramos En un espejo real y escapamos Del espejismo en el cual estábamos. Nos miramos tal cual somos, Con toda su realidad y fuimos capaces De reconocernos entre nosotros. De redescubrirnos como país, como chileno. Del espejismo de conocernos como otros Decían que éramos los jaguares de Latinoamérica. Reconocernos en la necesidad cotidiana y nacional. De aquí saldremos adelante Y del espejismo que era reflejo de una realidad inexistente, podamos vernos tal cual somos y como estamos. Y del falso espejo y su espejismo no quedará nada. Sergio Sur (76 años)

¿CUÁNTO CUESTA TENER DIGNIDAD EN CHILE? Aún el sol no descongela las veredas rotas y ya hay gente caminando a tomar el primer bus del día, ese donde se duerme lo que falto en la casa, donde el desayuno fue un pan con nada y un té para espantar a la bestia que le ruge en la tripa a los menos afortunados. Ya sea colegio, universidad o trabajo, ya sabes que viene; transformar el cansancio en un intento de optimismo y el dolor en alegría, porque después de todo somos chilenos. Acá no hay pena que no se intente borrar con una risa. Pero es 18 de octubre y la impotencia fue demasiada como para diluirla con un par de carcajadas. Esos 30 pesos le recordaron al pueblo cuánto cuesta vivir en este país que parece sube y baja estancado, donde los de arriba todos los días le suman peso a los de abajo para que el juego no se pueda equilibrar. Así que entonces ¿cuánto cuesta vivir en Chile? El pan de todos los días cuesta más de 152


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40 horas de trabajo semanal, la ropa de marca escrita en alfabeto asiático cuesta matrimonios y las primeras palabras del niño, la luz, el agua y el gas se lleva la salud mental de la cuenta, y la matricula del futuro de la hija se vende en cuotas de veinte años de ansiedad y desesperación. Pero espera, el costo de vivir aquí también tiene un cargo que se cobran robando el agua, los glaciares y el bosque nativo. Ah, y el IVA, ese te lo descuentan en la miseria de pensión que equivale al precio del medicamento que necesitaras si sufres cáncer, una de las principales causas de muerte. Es 10 de noviembre y como si fuera imposible, los precios se alzaron. ¿Y cuánto cuesta querer dignidad en Chile? La dignidad cuesta más de 197 ojos, más de 5000 detenidos e intoxicación por armas químicas vencidas. Gritar por un futuro cuesta 20 homicidios, más de 50 violentados sexualmente y cientos de torturados. Es 11 de noviembre, aún el sol no ilumina los restos de balines y perdigones en las veredas, y ya hay gente pensando encontrarse en la marcha que huele a lacrimógena, barricada y esperanza de que ese día, será el que en Chile el precio de sobrevivir no cueste la vida. Bárbara Yañez Ormeño (18 años)

LA ÚLTIMA HUELGA Estamos cansadas, años de trabajo sin parar, ni un solo día libre, presionadas contra cuerdas resonantes, madera frio e incomprensible, y sin crédito nos quedamos, esfuerzo sin recompensa, ¡¡a huelga nos vamos!!... gritaron al unísono ambas manos, rehusantes a seguir dibujando, mientras la artista miraba sin palabras en su boca, cuando la lengua decidió sin miramientos apoyar tan inusual movimiento. Bárbara Javiera González Mora (22 años)

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OJALÁ QUE TODO SIRVA DE LECCIÓN Percibí ansiedad, hastío y muchas ganas de gritarle al mundo que la paciencia llegó a su límite; que ya es hora de cumplir las promesas, que las necesidades son urgentes y no pueden esperar. También tengo la impresión que muchos de los que salieron a la calle sólo los motivaba la curiosidad, el hacer algo distinto, el promover desorden. Quizás muchos jóvenes quisieron hacerse notar como “héroes“, cometiendo fechorías, como los destrozos reiterados en el centro de Chillán. Pena por los desmanes, destrozos y aprovechamiento de los inmorales. Siento que todo lo que ha pasado es culpa de nosotros mismos por tolerar lo intolerable. Hemos sido en cierto modo cómplices de la desidia y falta de voluntad de nuestros representantes elegidos. Angustia por estar convencida de que nuestros gobernantes no son lo que deberían ser. Solamente buscan sus propios beneficios y lo peor es que esta situación se arrastra ya por décadas. En cada elección hemos tenido la ilusión de un cambio favorable que nunca llega, a pesar de las promesas del candidato de turno. Es injusto que se le atribuyan al gobernante actual todas las frustraciones y responsabilidades de todos sus antecesores. Pese a todo, he visto con emoción cómo un país entero se ha unido para levantar su voz, sin distinciones de derechas o izquierdas. Aunque la situación es triste y dolorosa, considero que ha sido necesaria. Personalmente crecí en un hogar sin tendencias políticas manifiestas, lo que me ha permitido observar con objetividad lo que acontece en una sociedad como la nuestra. Lamentablemente lo malo pesa mucho más que lo bueno, porque lo malo duele en el alma y en la piel. Llevamos años en la más cruel indefensión, desigualdad, inequidad, impunidad, desamparo e inseguridad. En hechos puntuales como robos, asaltos, violaciones, narcotráfico y todo tipo de crímenes, a nosotros los ciudadanos comunes y corrientes, no se nos hace justicia. Es muy notorio que personajes tales como faranduleros, futbolistas, políticos y sus parientes, empresarios y financistas, uniformados, autoridades religiosas, etc., gozan de privilegios, impunidad y favoritismo a la hora de investigar y sancionar delitos de los cuales han sido víctimas o perpetradores. Aún más, la constitución política de nuestro país en una de sus partes dice “todos los ciudadanos son iguales ante la ley” y es trasgredida en forma vergonzosa a vista y paciencia de todos los chilenos. Volviendo a lo acontecido, pienso que las medidas tomadas no apuntaron a la seguridad ciudadana, los vándalos ganaron terreno destruyendo lo que nos ha costado a todos. Aunque la medida pudiera ser desafiante y un mal recuerdo para muchos, los militares debieron hacerse presentes desde que comenzaron los desmanes, sin embargo, en las discusiones sobre si era necesario o no, se perdió demasiado tiempo y esa vacilación dio una mala señal acerca de la determinación del gobierno. No obstante lo anterior, su presencia fue recibida con gratitud por parte de un importante sector de la comunidad. Me gustaría que los políticos de mi país fueran personas idóneas, con auténtica voca154


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ción de servicio, sin oportunismo ni intereses personales. Pienso que en los medios de difusión no se les debiera dar cabida a los mensajes de odio, porque incitan a más destrucción y violencia. Deseo de todo corazón que nuestras autoridades de cualquier poder del estado, tengan la voluntad de devolvernos la paz y la tranquilidad que tanto necesitamos. Con respecto a los muertos y heridos, no seamos indiferentes; no perdamos la sensibilidad. El estar pendiente del dolor ajeno nos conecta y nos hace más humanos. El trauma que generaron el sufrimiento, la destrucción y la inestabilidad sobre la integridad ciudadana en el año 1973, fue horroroso. La angustia de vivir en una sociedad carente de respeto fue caótica y muy frustrante al vernos sin protección. Dios quiera que no volvamos atrás. En mi pueblo nunca hubo alcalde y el cuadro de honor de nuestras autoridades estaba compuesto por el jefe de retén, el cura párroco, el director de la escuela, el oficial civil, el jefe de correos y telégrafos y el encargado de la posta de primeros auxilios. Todos ellos eran muy respetados. Allí existía miseria y pobreza relativizadas por algunos, pero que debido a su cotidianeidad muchos veían como algo natural y casi normal. Nunca hubo disturbios; los afectados nunca se quejaron ni tampoco hubo alguien que hablara por ellos. Recordando ese sufrimiento, felicito a quienes hoy levantan su voz y tienen la capacidad de convocar más personas detrás de un solo fin: justicia social. Ojalá que todo esto sirva de lección para que cada uno de nosotros se interiorice en los problemas de la sociedad y sus tendencias, que cuidemos nuestro patrimonio y nuestro entorno y que dejemos de lado nuestro individualismo y materialismo y que los padres no abandonen su rol de formadores y educadores y que tengan presente que la mejor enseñanza es el ejemplo. Cuidemos nuestro país y el futuro de nuestros descendientes. Elsa Marina Dinamarca Figueroa (66 años)

LA PRIMAVERA CHILENA El primer mes de primavera en Chillán transcurría del mismo modo que el año anterior. Días más largos, cálidos y soleados. Naturaleza más viva, árboles en flor y brotes de jazmín. Uno que otro ciudadano congestionado producto de una reacción alérgica al polen que empezaba a dispersarse en el aire reemplazando el smog de las chimeneas ya apagadas del pasado invierno. 155


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El almuerzo en mi casa de campo seguía con la misma temática, compartir un plato de Cazuela sentados alrededor de la mesa con mis tatas y de fondo el ruido de una vieja radio que debe llevar al menos unos 15 años en la familia. Guardábamos silencio mientras comíamos, hasta que mi voz lo quebraba para expresar el disgusto provocado por las noticias nuevas. De solo escuchar el encabezado ya sabía que era algo arbitrario para el bienestar del país. Podía sentir cómo el gobierno se burlaba de nosotros detrás de cada proyecto, podía ver indolencia e injusticia detrás de cada aprobación. “No puedo creerlo ¿A dónde vamos a llegar?” Recuerdo que el día en que supe que el TPP11 tenía el consentimiento de casi toda la cámara de diputados, se me cayeron lágrimas de impotencia, sintiendo que no solo nos robaban derechos como seres humanos, sino que también se estaban haciendo dueños de la naturaleza. “Algún día el presidente Piñera y su gobierno recibirá un karma tremendo por todas estas fechorías carentes de humanidad. “¿En qué momento pasará esto tata?” Le dije a mi abuelo un día mientras me servía lechuga con limón en el plato de ensalada. Mi abuelo Carlos siempre me daba la razón en estos debates, me entregaba más información de la que tenía, me enseñaba y empatizaba con mi descontento. Si bien dicen que en la mesa “no se habla de política”, la radio vieja que optan por tener encendida en mi casa no permitía que mi voz se callara en los almuerzos y más que política se hablaba de cómo nos estaban limitando la vida, no estábamos defendiendo partidos políticos, en nuestro debate defendíamos nuestros derechos. No se hablaba de política, se hablaba del futuro de nosotros y nuestro país. En el almuerzo del 15 de octubre la radio vieja nos informó que en una estación de Metro de la capital, cientos de estudiantes comenzaron una feroz protesta por la reciente alza de la tarifa del pasaje. Un recorrido costeado en casi 900 pesos para ir a una universidad donde literalmente (lo viví) hay que elegir entre almorzar o sacar fotocopias y en el caso de los santiaguinos almorzar o volver a la casa. A medida que avanzaban las horas las protestas aumentaron en intensidad y se masificaron, miles de chilenos animándose a alzar la voz, no por el pasaje, no por los treinta pesos, esta fue la gota que rebalsó el vaso y la enérgica decisión de los estudiantes sería el pie que daría inicio a una potente lucha social. El gobierno de Sebastián Piñera actuó con represión, Fuerzas Armadas y Carabineros salieron en las calles al momento de declararse un estado de emergencia y posteriormente toque de queda en varias regiones del país. Esa noche temí. Temí por mi pueblo, mi familia, mis amigos, temí por mi país. Redes sociales estallando en noticias, vídeos monstruosos de carabineros hiriendo gravemente a los manifestantes. Me embriagó la impotencia. Me llené de tristeza al ver cómo ocurría ante mis ojos un hecho bastante similar al comienzo de la dictadura en los años 70, histórico hecho que mis abuelos me relataban en primera persona. Lloré, lloré durante veinte minutos en el pecho de mi tata Carlos, como una niña preguntándome qué pasaría, no quería ver a nadie morir. La tensión se sentía en el aire, la 156


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incertidumbre, la impotencia que sentía al ver al gobierno actuar con tanta falta de empatía, represión, violencia y un profundo desinterés por su país y respuestas cargadas de burlas. Esto tenía que pasar. El pueblo chileno alzando sus voces, cansados del descontento que aumentaba día a día al perder más y más derechos. Cacerolas, carteles, pitos, trompetas, cánticos en masa pidiendo a gritos una solución. Pidiendo a gritos el cambio, la revolución, pidiendo con el alma justicia y consideración por el ser humano. La protesta continuó los días posteriores, se sumaban heridos, desaparecidos, jóvenes detenidos injustamente y más vídeos de las fuerzas armadas mostrando su peor cara luego de que el presidente declarará frente a los medios de comunicación que el país estaba en guerra. El caos se apoderó de Chile. Un país lleno de naturaleza, desierto, costa, bosques, ríos, islas y cordillera. Estuve tensa, mis emociones se dispararon con la misma potencia que los perdigones dirigidos por las fuerzas armadas, esas que juraron proteger al pueblo que hoy apuntaban. Luego de días en que los edificios quedaron destrozados por los manifestantes y aunque cueste creerlo, por los mismos carabineros armando sucios montajes para incriminar al pueblo, esperando así desunirlo. Aumentó la cifra de muertos, heridos, abusados sexualmente, tanto mujeres como hombres, niños y ancianos. Ninguno representaba una diferencia ante las fuerzas especiales. No hubo discriminación. El presidente, ya detestado por la mayor parte del país, aparecía una vez al día para dirigirse a su pueblo, pueblo traicionado por sus decisiones egoístas, pensadas para el progreso de la economía, economía que solo les favorece a las siete familias más ricas del país. Robando fondos necesarios para la educación, costosa y de débil calidad, al igual que la salud pública, en que enfermos de cáncer morían esperando una operación de la cual recibían la hora, estando fallecidos hace meses. Salud que no cubre las necesidades de un país enfermo, enfermedades graves atendidas una vez al mes, listas de espera infinita y falta de insumos. Unidades de salud mental deficientes siendo Chile un país con un elevado índice en enfermedades psiquiátricas, depresiones y suicidios. Suicidios que llevaron a cabo ancianos de la tercera edad, que trabajaron toda su vida para tener una pensión digna recibiendo en la actualidad una pequeña cifra correspondiente al monto que quedaba disponible, descontando la enorme cantidad de dinero que las empresas privadas administradoras de fondos de pensiones (AFP) se metían al bolsillo, repartiéndosela entre grandes empresas y sus respectivos empresarios ambiciosos, cegados por el capitalismo, cargados de egoísmo y falta de valores humanos. Robos, como todos los que se le conocían al presidente a lo largo de su vida, presidente que seguía callado. Levantó el estado de emergencia y alzó la nueva promesa para el futuro digno del país “La nueva agenda social” repitiendo sus hipócritas frases de 157


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tiempos mejores, de dignidad para el pueblo, llenándose la boca de supuestas mejorías y aumentos en las pensiones. Aumentos carentes de esa dignidad profesada. Un par de pesos más, nada que valiera tanto como el costo de vida en Chile. Levantó el estado de emergencia y pidió disculpas por descuidar al país. Mientras en las calles carabineros y militares vistos consumiendo cocaína seguían torturando al pueblo, pueblo aún insatisfecho y con más fuerza para continuar la lucha. La nueva agenda social que sigue avanzando hasta el día de hoy, no vale absolutamente nada, ni llena la tranquilidad del pueblo, el que aún está en la calle. No avanza. No como los chilenos en marcha cantando “El pueblo unido jamás será vencido”. El gobierno se ha limpiado las manos con palabras vacías, aún egoístas, llevando a cabo la doctrina del shock a la vez que el presidente pide disculpas. Aterrorizando a la gente, menos a la mayor parte de la protesta más grande del nuevo milenio en Chile. Los jóvenes, esos que no han tenido miedo, esos que han querido vengar a sus abuelos que vivieron la dictadura, luchando por el futuro y el presente digno del porcentaje de la población denominado “clase baja y clase media”. Asistí a una manifestación, hermosa y dolorosa a la vez, escuchar las voces y sentir la vibración de mi ciudad me lleno de esperanza, tantas almas unidas por la justicia proyectarán su petición al cielo y mi país saldrá adelante. No conocía las lacrimógenas, no pensé que sería tan pronto. Corrí con toda mi adrenalina y grité viva Chile. Ya van tres semanas desde que comenzó la revolución de la primavera. Aún no hay asamblea constituyente, aún no hay democracia, el pueblo no ha sido escuchado de verdad y aún no sale de las calles. No saldrá, no saldremos, hasta que los caídos sean vengados, hasta que los asesinos sean juzgados, los ladrones derrocados y la constitución chilena sea construida nuevamente, velando por el derecho de vivir en paz. El cielo guardará a quienes cayeron por la traición del ejército, ejército no digno de respeto, nunca más. Se escribe de nuevo la historia en Chile, se agrega una página está vez a colores, del millón de manifestantes valientes que lucharán hasta vencer. La vida me enseñó que se cosecha lo sembrado y la pregunta junto a la radio vieja está siendo contestada. ¿Cuándo le llegará el karma a este malvado gobierno? Está llegado por fin y su cosecha partirá su alma. Chile será un país libre como las olas del Pacífico y el pueblo lleno de una majestuosa paz como la cordillera de los Andes. María Ignacia Véjar, “Jazmín de Noviembre” (20 años)

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RE-FUNDAR UN NUEVO Y MEJOR CHILE PARA TODOS La posibilidad de interactuar con otros, de disentir, de discutir (en la mejor y más positiva del significado del vocablo); de animarse los unos con los otros... ¡Qué cuesta hablar... Y más escuchar a otros...! Ese otro distinto, con otro pensamiento, con otras ideas, con otros dogmas. Pareciera que el Ser Humano no reconociera al próximo, al del lado, al prójimo como cercano, como parecido a él. Vivimos tiempos de desconexión, sin embargo somos, la Generación de la Conectividad. Tiempos de cambios, luego del 18 “O” (viernes 18 octubre 2019), que es para Chile como la caída del Muro de Berlín... Que el 09/11/2019, cumplió 30 años. Cambios como cuando en una estación del Metro de Santiago, el Neil Armstrong chileno que dio el primer salto en un torniquete (que irónico, en nuestro país estamos llenos de torniquetes: peajes, cercos, compuertas tanto físicas, económicas, como mentales), para esa persona, ese salto fue un solo paso, pero para el resto de los chilenos fue una gran e interminable caminata, marcha, revolución. Y así, lograr un poco de justicia, un poco de equidad; que se debe transformar como una conquista, un despertar a la libertad. Después del Estallido o explosión social; los sentimientos y emociones más recurrentes de los chilenos son rabia, indignación, inseguridad y tristeza. Las demandas de la población descontentas con la salud cara e inoportuna; los medicamentos sobrevaluados y coludidos; las bajas pensiones y fuertes ganancias de los que nos iban a asegurar nuestra vejez; los combustibles llenos de impuestos y las carreteras y caminos con altos peajes hacen que la seguridad en los desplazamientos y en tus propias casas y Supermercados; estén aún en el temor que esto vaya a escalar... Abiertamente se está apostando por la desestabilización y caída del Gobierno. ¿Qué debemos hacer ahora? ¿Un nuevo trato, después del triunfo de la verdad evidente pero invisibilizada? Sí, una nueva forma de tratarnos entre los ciudadanos, con más respeto, confianza y esperanza; Para re-fundar un nuevo y mejor Chile para todos. Fernán Troncoso Jofré (52)

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TESTIMONIOS DE LOS ALUMNOS DE LA ESCUELA DE ESCRITORES Y CRONISTAS DE ÑUBLE Fernán Troncoso (52 años)

Animarse a escribir una buena historia, contar una crónica, relatar un antiguo cuento e interactuar con nuestros profesores Birgit y Ziley, con los compañeros y lectores, fue - por decir lo menos - fantástico. Vivir la vida, re-vivirla, escribiéndola rescatando con emoción, pasión y sentimientos es el mayor logro de la ‘Escuela de la Memoria de Escritores y Cronistas de Ñuble’. Rescatar el identitario y patrimonio literario de nuestra Región, es sanador. La vida es algo que se escribe y comunica.

M. Isabel Daza Hurtado (71 años)

“Escribir para Sanar”: Excelente iniciativa de los docentes responsables, Birgit Tuerksch y Ziley Mora, quienes, por medio de un proyecto FNDR y con el patrocinio de instituciones como UdeC, CeCal, La Discusión y otras, han dado vida a la Escuela de Escritores y Cronistas de Ñuble. Escribir para rescatar la memoria de Ñuble ha sido una brillante oportunidad para recuperar nuestra memoria colectiva del olvido por el paso del tiempo; para desempolvar antiguos y tiernos recuerdos de infancia; recuperar tradiciones orales e historias perdidas de nuestros ancestros; desenterrar sucesos tristes para exorcizarlos y sanarlos; recuperar la memoria histórica de nuestro pasado para no repetir los mismos errores… Todo eso y mucho más ha significado la hermosa experiencia de “Escribir para Sanar”. Un ejemplo de introspección para indagar en lo íntimo de nuestro ser, reflexionar sobre la sociedad en la que estamos inmersos y del mundo que nos rodea para perfeccionarnos como seres humanos y mejorar nuestras comunidades. ¡Felicitaciones!

Teresa Soto Olivero (70 años)

En las aulas del CECAL UdeC se dio vida a la etapa de cursos y talleres de la Escuela de Escritores y Cronistas de Ñuble. Allí se entregaron las bases para aprender a narrar la propia vida, como también innumerables situaciones de la existencia humana. Junto con ello la disposición de amar el proceso de escribir. Fueron cuatro meses de vivir el placer y la oportunidad de escribir, no tan solo para comunicar y crear, sino también para ser, crecer y sanar. Sinceramente reconozco esta escuela me ha permitido valorar el verdadero sentido de escribir, darle curso a la emoción. Ha sido ir más allá que producir textos, que abrir un horizonte de preparación interior, un despertar de la conciencia, respecto al fondo creativo de 160


Escritores y Cronistas de Ñuble

las personas que escribe; es verse a sí misma, descubrir la clave del enfoque de lo que nos pasa. En nuestras jornadas de trabajo desarrollamos diversas técnicas para crear narrativas. Nuestros profesores Ziley y Birgit nos incitaron a redactar nuestros textos partiendo siempre desde el sentir emocional, del corazón, narrando con sinceridad y honestidad pensando en las cosas simples que nos dan alegría a nuestra alma. En lo personal fue una extraordinaria experiencia, un enriquecedor intercambio de conocimientos. El comprender e “internalizar” que todo suceso del pasado se puede sanar “escribiéndolo” que la experiencia humana se transforma en el acto de narrarla- En mi opinión es un sentimiento muy trascendente para la educación y un aporte al mejoramiento del mundo. Finalmente agradecer a todo quienes hicieron posible que este proyecto se hiciera realidad, a nuestros profesores por compartir sus conocimientos y emociones con este maravilloso grupo lleno de inquietudes, con objetivos de crecimiento y trasformación permanente, Gracias por entregarnos nuevas herramientas para re-construirnos- renacer y mejorar intelectualmente y sicológicamente.

María Mercedes Sandoval Vergara (63 años)

Generalmente siempre participo en todos los cursos que se presenten que me ayuden a enriquecer mis conocimientos literarios, o me ayuden a poder expresar mejor los sentimientos en lo que deseo interpretar como escritora libre. Este curso me adentro en mi propia memoria. Reviviendo recuerdos, experiencias, hechos notables ya olvidados. Cada tarea era un reto y un volver atrás, lo que me hizo apreciar más partes de mi vida. Con la gran sensibilidad de nuestro profesor Ziley Mora Penroz y su esposa Birgit Tuerksch guiándonos. Nos dieron tips para poder escribir mejor y conectarnos no solo con nuestro espíritu sino con el espíritu de la naturaleza. Mirar y ver nuestro alrededor sin que se escapen los detalles esos que hacen las historias.

Ramiro Ferrada Riquelme (54 años)

Un regalo de la vida que no puede pasar inadvertido, es el que recibimos quienes fuimos invitados a participar d la Escuela de Cronistas y Escritores de Ñuble. Este presente lo agradece la persona corpórea, pero sobretodo el alma, porque es ahí donde se transforma todo, dando paso al mágico privilegio de viajar al mundo de la fantasía e imaginación creativa... Escribir para sanar/ publicó diario “La Discusión”/ historias pa’ emocionar/ en la Universidad de Concepción. 161


Escuela de la Memoria

Brunilda Sepúlveda González (71 años)

Buenos días, para mí fue una gran experiencia de aprendizaje, de cómo escribir cuentos, lo mío es la poesía. Gracias a este curso que nos dictaron con tanto cariño, la Sra. Birgit y el Sr. Ziley, fue una nueva experiencia para mí. Es muy bueno asistir a estos talleres que nos brindan a las personas que escribimos para mostrar nuestras habilidades. Muy agradecida y feliz de haber aprendido a escribir bien, agradezco de todo corazón, muchas gracias a las personas que hicieron posible este curso, Bendiciones.

Hugo Neftalí Guiñez Mardones (70 años)

Junto a mi agradecimiento, comparto la hermosa experiencia vivida durante el Curso. A mi edad, adulto mayor, fue muy reconfortante y significativo, incorporarme a un grupo selecto de personas que buscan un objetivo común. Mi experiencia recibida en esta ocasión, en donde tuve la oportunidad de expresar y recordar importantes etapas de mi vida, me ha permitido el valorar el sentido de esta. El poder entregar emociones, sentimientos, valores y depositarlos en un papel para que Yo y el resto pueda interpretarlo, conociendo y recordando muchos aspectos desconocidos del consciente y subconsciente.

Emilio Mellado Cáceres (29 años)

“Escuela de Cronistas y Escritores para la memoria de Ñuble”; un nombre complejamente sublime para un proyecto compuesto por la más variada diversidad de mentes creativas. Mi viaje por los talleres impartidos por Ziley y Birgit, fue una de las experiencias más gratificantes de los últimos meses. La espontaneidad de las clases, el ambiente de fraternidad y respeto, la animosidad de compartir intereses, y un sinfín de cualidades, confirieron a las reuniones de un cariz único. Sumado a la génesis del estallido social, la Ontoescritura, nos entregó las herramientas necesarias para liberar nuestro pensamiento a través de las letras. Un acto de profunda sensibilidad. Ser cultores de nuestras propias vivencias, rememorar el pasado, evocar memorias felices, manifestar logros ontológicos; son algunas de las razones por las cuales me siento feliz y orgulloso de haber participado de esta iniciativa tan propicia en tiempos de tanta agitación. Agradezco a todas las personas involucradas en la creación de esta escuela y valoro profundamente la complicidad del grupo humano que se formó, esperando de corazón, que en un futuro no muy lejano podamos seguir compartiendo y haciendo arte. 162


Escritores y Cronistas de Ñuble

María del Rosario Rubilar Rubilar (72 años)

El curso entregado por Ziley y Birgit, me ha dado un agregado valioso a la vida. Aprendí de literatura, historia, filosofía, cultura general. Y tan importante: equilibrio y mesura al juzgar situaciones y personas. Su paz, sus buenos sentimientos e intenciones la transmitían sabiamente. Hubo no solo aprecio sino también cariño entre los que asistíamos. Fue un curso lindo, valioso, ojalá muchas más personas obtengan todo lo que recibimos nosotros.

Mercedes Olivares de Ardiles

Me siento profundamente agradecida por la gran oportunidad que he tenido de participar de esta gran experiencia de aprendizaje. El poder compartir con ese bello grupo humano de personas con inquietudes similares y aptitudes superiores fue enormemente gratificante y me ayudo a crecer. Solo espero una continuidad de este proceso para poder pulir y perfeccionar los conocimientos adquiridos y que tan magistralmente nos fueron impartidos por nuestros increíbles profesores Birgit y Ziley. Vaya para ellos y todos los involucrados en este proyecto mi eterna gratitud y reconocimiento.

Juan Carlos Olmedo Ulloa (67 años)

Hoy hemos terminado el curso Escuela de Cronistas y Escritores para la Memoria de Ñuble. Es también el momento de agradecer a los profesores Ziley Mora y Birgit Tuerksch por tomarnos de la mano y guiarnos por los caminos olvidados de nuestra infancia y juventud. Por los aromas de la niñez. Por los dolores guardados y las alegrías inocentes y plenas de nuestra infancia. Sabemos que esos momentos no volverán, pero en este curso que cerca estuvimos de ello. Gracias Ziley, gracias Birgit y gracias a todos los que hicimos esta gran travesía.

Marcela Castro Bravo (65 años)

Participar en la Escuela de Escritores y Cronistas de Ñuble fue una maravillosa posibilidad de compartir en profundidad nuestra vida e historia personal con otras y otros adultos mayores chillanejos. Ponernos en relación y valorar nuestras experiencias de vida. Descubrir una sencilla, posible y amorosa manera de rediseñar las experiencias pasadas, tal como nos fue enseñado por Ziley y Birgit. Escribir para sanar y lograr con ello, crecer como persona. Gracias Birgit, Ziley y a todos, les insto a continuar… es una gran veta de crecimiento y salud a toda edad. 163


Escuela de la Memoria

Fernando Daza H. (70 años)

Mi participación en este gran taller de Ontoescritura, donde como decía su lema “Todos contamos”, entre septiembre del 2019 y enero del 2020, se produjo verdaderamente un “escribir para salvar el ser”. Trajo una nueva experiencia personal, lo que se manifestó en mi con la regresión a mi memoria de hechos relevantes. Relevantes en el sentido social, sentimental y espiritual de lo acontecido en el pasado, lo que permitió reconstruirlos y transmitirlos de forma escita. Me sirvió, además, para desarrollar aún más la imaginación, creando nuevas y breves narraciones, tanto de hechos reales como inspiraciones en nuevas ideas y sentimientos, dictados desde el corazón y el alma, muchos de ellos vertidos en poesía escrita. Creo que la mejor herencia es la que se establece en forma escrita. Sólo así se puede dejar una huella histórica a las generaciones futuras de la humanidad. “Escribir, escribir, escribir” !Qué mejor designio para la posteridad!

Luisa Villalobos (67 años)

Mi nombre es Luisa Villalobos soy de Capilla Cox. Estas letras finales tienen por objeto agradecer a Cecal-UdeC, Diario La Discusión en sus 150 años, Gobierno Regional Ñuble, a Birgit y Ziley por darnos la oportunidad de ampliar nuestros conocimientos en literatura y mostrarles a nuestros conciudadanos -y a nosotros mismos- que tenemos historia y podemos transmitirla. Quedamos a la espera de nuevos proyectos tan relevante como éste. Un abrazo a mis compañeros de aula y a mis profesores, Birgit y Ziley.

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Escritores y Cronistas de Ñuble

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Escuela de la Memoria

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Indice Capitulo i Mi barrio

13

Capítulo ii Un día de infancia, juegos y olores de antaño 32 Capítulo iii Mi educación 61 Capítulo iv Personajes

71

Capítulo v Telas y prendas de antaño

79

Capítulo vi Impresiones del vivir 86 Capitulo vii Historias de trenes

102

Capítulo viii De varia invención

109

Capítulo ix Tiempos finales

123

Capitulo x Escritores y cronistas de bulnes

129

Capítulo xi Relatos de niños de escuelas rurales

135

Capítulo xii Chile inicia un despertar

141




“Esta es una publicación que forma parte del proyecto artístico “Escuela de Escritores y Cronistas para la Memoria de Ñuble”, generado por el Centro de Extensión Cultural Alfonso Lagos (CECAL) del Campus Chillán de la Universidad de Concepción, Diario La Discusión y Escribir para sanar. Esta publicación ha sido posible gracias al Fondo Nacional de Desarrollo Regional (FNDR) Cultura 2019 del Gobierno Regional de Ñuble. El contenido de la misma no necesariamente refleja la postura del Gobierno Regional de Ñuble. Se prohíbe su comercialización y/o reproducción total o parcial sin la debida autorización de los propietarios del copyright. Todos los derechos son reservados. Los derechos de todos los escritos publicados (portadas, textos y fotografías) son propiedad de sus respectivos autores/ editores”.


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