L ae s c a s ac a l i d a dmu r a l í s t i c ad e l
Gr a f i t i e nL aP a z L a“ E s t é t i c ap e r v e r s a ” d e
É c a t l L ó p e z L o s r e d o b l a d o s p r o y e c t o s d e E l Gr i t oCo l e c t i v o #2 , j u n i o2 0 1 1
El Grito Colectivo cada vez est‡ m‡ s activo y empieza a hacerse de una din‡ mica de trabajo que nos hace redoblar esfuerzos para que los proyectos que tenemos sigan adelante. Cuando logramos publicar el primer nœ mero, nunca pensamos que tendr’ a tal aceptaci— n. Ahora est‡ pr‡ cticamente agotado. Para que esta segunda edici— n siga con esta misma suerte, ten’ amos que mantener la calidad y es algo que abunda en esta ocasi— n: el dise– o editorial de V’ ctor Higuera sigue siendo de lo mejor, los textos incluidos nos llevan por el graffiti paceño con un texto de Oktavio Eskalante, donde hace una feroz crítica a la falta de calidad muralística de los grafiteros en La Paz, y la falta de murales de cualquier tipo en una ciudad que cada vez se ve m‡ s tapizada de publicidad comercial y hace necesario que se abran espacios para otro tipo de expresi— n visual en las calles. La mención honorífica del pasado concurso de cuento joven de terror Ò El GritoÓ , de Agust’ n PayŽ n Sandoval, dando muestras del talento que hay entre los j— venes pace– os; la poes’ a nos acompa– a con Araceli Bastida e Iv‡ n Gaxiola, j— venes poetas de nuestra ciudad; Evik Galicia hace una
cr’ tica al sistema de desarrollo depredador que permite que se pueda devastar la m‡ s importante fuente de agua potable para sacar oro para una empresa canadiense; Cecilia Rojas hace un recuento del primer Encuentro de Escritores J— venes realizado el pasado mes de febrero en el Centro Social Otro Mundo; Bernardo Valadez explica en quŽ consiste el proyecto de crear una Red de Promotores Culturales J— venes que el Grito Colectivo se ha propuesto formar con talleres de capacitaci— n; la parte visual corre a cargo del artista visual ƒ catl L— pez, quien nos muestra algo de su trabajo y su estŽ tica perversa. Por œ ltimo queremos agradecer a todos los que apoyan las actividades del Grito Colectivo con su presencia y con sus comentarios, al Centro Social Otro Mundo que siempre nos abre las puertas y que es parte fundamental para que el colectivo siga avanzando, a todos los miembros del colectivo que siguen empe– ados en realizar la utop’ a de generar cambios por medio de la cultura.
• El Grito Directorio •
Coordinador: Bernardo Valadez, Vicecoordinadora: Paulina Jaime, Tesorero: Nelson Hage, Secretaria: Cecilia Rojas, Dise– o Editorial: V’ ctor Higuera, Relaciones Pœ blicas: Rolando Placier Archivo: Arturo Fischer, Planeaci— n: Araceli Bastida, Difusi— n: Gabriel Larios Miembros del colectivo: Jorge Cobos, Tania Green y Evik Galicia Numero 2 , Junio de 2011, La Paz B.C.S. Mx [fŽ de erratas: en la pasada edici— n la fecha dec’ a 2010 cuando deb’ a decir 2011] http://elgrito-colectivo.blogspot.com facebook: El Grito Colectivo E-mail:elgritocolectivo@gmail.com
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EK López Á Provocar es preciso!, dice la obra de uno de los artistas visuales m‡ s audaces y bizarros que residen en La Paz, BCS, Ò puerto de ilusi— nÓ . Ecatl L— pez, mejor conocido por EK, o como impulsor del Ò Colectivo MutanteÓ , ya sea en el terreno de la fotograf’ a, la pintura, la escultura alternativa, la caricatura, la poesía, el cómic, la crítica cinematográfica, la edición de revistas, el arte gráfico, la promoción cultural, la docencia, la investigación, la fiesta, el amor desbocado o el cine de horrorÉ se muestra experimentalmente rom‡ ntico, de piel dura de tan sensible; hombre de un despreocupado muy comprometido, amante va2
lientemente inseguro, cuadrado de tan alternativo, pero ante todo un artista consciente de su destino y de su oficio. Hay dos formas de salir del infierno, dice Ítalo Calvino: Vuélvete infierno a tal grado que no lo veas m‡ s, o busca dentro del inferno todo aquello que no sea infierno y hazlo crecer, dale espacioÉ EK L— pez es un para’ so infernal, que sabe del cielo, lo mismo que la pluma del ‡ ngel sin alas que somos todos• RubŽ n Rivera 3
El Castillo Torcido
El joven recorr’ a la orilla de la playa. No sab’ a que aquellas marcas que sus pies descalzos dejaban sobre la arena ser’ an el œ nico rastro que su existencia dejar’ a detr‡ s. Se adentr— a las rocas que, aquella madrugada, se alzaban de manera casi presuntuosa sobre una marea cuyo silencio parec’ a delatar que lo que all’ aguardaba era malo. Un paso, y luego otro, el joven brincaba de una roca a otra con cautela. Jam‡ s hab’ a llegado tan lejos. La oscuridad le acompa– aba jurando guardar el secreto, pero el agua quer’ a comenzar a murmurar. Nadie deb’ a saber de su aventura. Era algo personal, uno de tantos viajes de descubrimientos y reflexiones que hab’ a tenido a lo largo de su vida. Apenas o’ a el romper de las olas. À QuŽ tantos secretos guardar‡ n aquellas burbujas que se estrellan salvajes, a la vez que pacíficas, contra las rocas sobre las que brinco?, preguntaba en la periferia de su mente, mientras el centro se cuidaba de no caer al agua. La luna menguaba, ya baja en el cielo, casi oculta, coronando de plata las olas en un œ ltimo cumplimiento del deber. El joven cruz— al otro lado del muro de rocas que jam‡ s antes hab’ a cruzado, y no vio nada. Hasta que bajó la mirada. Habíase pues, acostado a una altura menor de sus tobillos, un peque– o hombrecillo, p‡ lido, tal vez por la luna o por s’ mismo, de ropajes ligeros y mirada 4
fría, penetrante, indiferente. Aquella figura hubiera pasado por un pez de habŽ rsele visto bajo el agua. Y as’ , pasando por un pez, el hombre se sumergi— de un brinco, dej‡ ndose arrastrar por la marea, como si acabase de ser visto por unos ojos que no deb’ an verle. Desapareci— , y con Ž l se fue la luna. A la madrugada siguiente, cuando los coyotes por fin callaban, y ni aves ni peces manchaban el azul del horizonte, el joven sali— de su tienda de acampar. Atrapado en el trance de la luna nueva, las estrellas le guiaron hacia aquellas rocas que hab’ a pisado la noche anterior. Esta vez no despeg— la vista del suelo, oblig‡ ndose a notar las extra– as figuras que la marea moldeaba sobre las rocas. Parec’ a estar caminando en perpendicular sobre los escalones del castillo m‡ s peque– o del mundo, y aquello le motiv— a seguir. Ahora se sent’ a parte de un misterio mucho mayor al abismo negro sobre el cual caminaba Á Y quŽ raz— n ten’ a! Sin duda, el hombre sue– a con mundos distintos y maravillosos, con criaturas inteligentes y bondadosas, con nuevos conocimientos, con paz, con armon’ aÉ À y por quŽ lo hace? Porque el hombre, adem‡ s de so– ar con todo aquello, sue– a con pertenecer al universo del cual se ha autoproclamado enemigo. Las maravillas de contactar vida inteligente en otros planetas, pactar con demonios y adorar a los dioses son pruebas contrastantes entre sí, pero definitivas, de que el ser 5
humano busca su lugar en el universo. ¡Por fin habr’ a de tener el suyo! Pis— algo. Levant— el tal— n. Acababa de despedazar a un hombre peque– o, y ahora sus restos verdeceos colgaban de su pie, oscilando al comp‡ s del viento, sellando un destino inminente y definitivo, declarando silenciosamente una guerra que aquel joven lamentar’ a con cada segundo de sue– o interrumpido, con cada paso titubeante, con cada gota de fr’ o sudor. Desvi— la vista de su pie y la dirigi— al suelo nuevamente. Dos; tres; cuatro; veinte; cincuenta: s— lo las estrellas habr’ an podido equiparar aquel ejŽ rcito que, en un par de segundos, condenaba con diminutos ojos de muerta frialdad al invasor, al emisario de la destrucci— n, al gigante erguido, cuya osad’ a retaba a los mares y todo su horror, que retaba al abismo negro del cual tanto se cuidaba de caer y del cual se cre’ a parte segundos atr‡ s. Los hombres pez comenzaron a comunicarse entre s’ . Pip, pip, pip. À QuŽ tanto estaban diciendo, sin despegar la vista del joven que sudaba y retroced’ a, dudando de su propia cordura, sin saber si correr o quedarse? La realidad frente a Ž l chocaba con la realidad que su mente conceb’ a como real: se burlaba de Ž l, bailaba, le hac’ a pedazos; le repet’ a que estaba loco y que nunca hubo tal cosa como una realidad en primer lugar; re’ a, mostrando dientes putrefactos tras una boca seductora. Finalmente corri— . Volteaba la vista de vez en cuando, pero aquellos hombres eran demasiado peque– os para alcanzarle. Lo œ nico que pudo ver antes de perderlos definitivamente fue, le pareció, un conjunto de lanzas que sal’ an del agua, sin turbar su superficie. ¡Oh, cómo desearía más tarde que aquello que vio hubiesen sido lanzas, lanzas de un ejŽ rcito que ven’ a a robarle la vida en una venganza fugaz, puramente personal! El joven cerr— los ojos apenas se tap— la cara bajo las s‡ banas, en su tienda de campa– a. Sinti— que estaba seguro, y que su realidad tomaba el significado de antes una vez se encontr— con su familia, que dorm’ a. Todo lo que acababa de pasar parec’ a un sue– o, y como un sue– o permaneci— en su memoria hasta que, a mitad de la noche, abri— los ojos. Una mano p‡ lida y diminuta jalaba el cierre de la tienda hacia abajo. Aquella lentitud cruel y exaspe6
rante revelaba que aquello no era s— lo vengativo, sino siniestro. Disfrutaban lo que hac’ an. Disfrutaban imaginarle acurrucado en una esquina, deseando no ver ni escuchar ni oler ni sentir, ni poder pensar, ni poder imaginar. La inminencia sepulcral que una noche sin luna brindaba al ruido desgarrador del cierre, aquel que bajaba poco a poco, suave y malignamente, anunciaba una muerte dolorosa, lenta y paciente, de cuyos restos la marea dispondr’ a y de cuyas v’ ctimas nada ser’ a recordado jam‡ s. La negra oscuridad era emisaria del vac’ o, indicio de que ya no se era parte de este mundo. El joven y su familia ya eran, m‡ s bien, parte de la nada. Á Pero ah! Á Nada era aquella manita, frente al primer rayo de luz de la ma– ana! Á El sol hab’ a salido! Á ƒ l, supremo, piadoso y justiciero, absoluto, le salvaba la vida! Á Los monstruos emprend’ an su retirada! Esa misma ma– ana, la familia, que ignoraba su encuentro con la muerte de mil caras, regres— a la ciudad, a donde el joven juró ser fiel amante. Durmi— , arrullado por el dulce repiqueteo de la lluvia que, cayendo sobre las luces de la gran urbe, ocultaba las estrellas. Durmi— , hasta ser despertado por un par de golpecitos en su ventana. Reconoció la figura. Las mismas lanzas de la noche anterior se levantaban sobre el marco, mostrando un cuerpo ar‡ cnido en el centro, cuyos pelos se trasluc’ an a travŽ s de la luz de la calle que, siempre agitada, estaba desierta. Aquello levant— la ventana con dos de sus manos, idŽ nticas a las de un ser humano. El resto de sus brazos, cuyos huesos crepitantes vacilaban como los de un anciano enfermo, le impulsaron al interior de la habitaci— n, y sus ojos, azules como la podredumbre que habita los abismos del ocŽ ano, fueron lo œ ltimo que el joven y cualquiera en la ciudad vio, y lo œ ltimo que la eternidad les permiti— ver• Agust’ n PayŽ n Sandoval
mención honorífica concurso de cuento joven de terror Ò El GritoÓ
Líneas sobre el grafiti
EnsayarŽ unas l’ neas sobre este muro blanco antes de que regrese la apat’ a, que es como un calor sin fondo que a todo deshidrata. En este muro blanco, a manera de pintura virgen, unas cuantas palabras sobre lo que considero es el grafiti paceño. Mi primer encuentro con este fen— meno fue en sexto de primaria, cuando los desorbitados ojos de los mayores se cubr’ an con el delgado p‡ rpado de la embriaguez. Por mi parte s— lo hab’ a conocido la embriaguez del sue– o, la borrachera en boca de los adultos, la imaginaci— n narc— tica que surge en los juegos infantiles. Desde que creo poder recordar he visto racimos de grafitis colgando del Foviste, en la azotea de cualquiera de sus departamentos; y uno puede imaginarse, ahora, a esta edad, con este pasado, la m’ nima o amplia reuni— n, el fugaz humo o la cargada nube que antecedi— a muchos de esos trazos, muy arriba, bombardeando un cielo de poca monta. 7
No sólo en esos edificios se podían ver –hace 15 años- grafitis marcados a deshoras, enmarcados en la madera de la clandestinidad y lo invisible; las calles tambiŽ n ten’ an sembradas en s’ las peque– as, casi insignificantes semillas de pintura. Pero cada gota, aunque casi insignificante, es parte de una herencia que no se ha dejado ver aœ n de manera notable en la ciudad. Simplemente no hay una producci— n importante de murales: la publicidad lo acapara todo. Los murales denotan la ideolog’ a de un pueblo y nuestro pueblo se llena la cabeza de publicidad, publicidad que lleva como mensaje no s— lo el producto que vende, sino- y esto es lo m‡ s ofensivo- una evidente subestimaci— n de las personas a quienes son dirigidos tales mensajes. Parece que vivimos en un gran supermercado. El grafiti paceño, en su mayoría, ha sido de bajísima calidad, y apenas vamos aprendiendo dos o tres trucos que ya est‡ n m‡ s que vistos y revisados en otras partes del mundo. El nivel cultural del pueblo no s— lo se ha expresado mediante el contenido de sus murales comerciales, tambiŽ n dentro de la otra rama no oficial de murales proscritos. No es fácil descubrir el esfuerzo en el grafiti de la localidad, los más de ellos son meras firmas que, si bien están cargadas de emoci— n al momento de ser vertidas sobre las bardas, pierden, justo despuŽ s de ser terminadas, casi todo su atractivo. Las firmas (el tag) no llevan su valor en el trazo mismo sino en el ideal de trasgresi— n, de desacomodo o desdŽ n hacia el orden de cosas y hacia los encargados de mantener ese orden. Quien conozca el placer de grafitear la caja de un tr‡ iler, vestido de sudadera, con el gorro puesto, como un ninja en la ciudad que dej— las catanas en casa, sabr‡ que el placer del tag es similar en gran medida al placer de hacer una obra respetable por su limpieza y color, fondo y actitud. Pero la emoci— n de grafitear clandestinamente y sin cuidado, sin medir bien las l’ neas, sin profesionalismo, es similar a robar por el s— lo hecho de sentir la luz del robo. En cambio, en el mural donde se reconoce el esfuerzo del autor, esa luz no s— lo le pertenece a tal autor, sino que se expande a las oscuridades de quienes la observan. 8
Hablar de graffiti en La Paz podrá parecer una predicaci— n en el desierto, aunque las paredes estŽ n llenas de ellos. Pero habr‡ algœ n ojo- y los hay, muchos- que se asomar‡ por el resquicio de esta puerta para darle un poquito de sentido a estas palabras. Por all’ , por ac‡ , como brillos de peces en el mar de la noche, se alcanzan a ver algunos buenos grafitis, decoraci— n gratuita en las grandes ciudades. En nuestro pueblo el espacio para la cultura de este tipo est‡ poco menos que vedado. Se otorgan ciertos bastidores de concreto en las orillas de la ciudad, en el callej— n inh— spito y sin visitantes, en el parque del c’ rculo de miseria o bajo el puente. Pero hacer un grafiti donde nadie lo ve es como un pintor sin galer’ as que guarda sus cuadros en el armario. Llega el tag a las cuatro de la ma– ana y le escupe la cara al bienestar social, a los acr’ licos de Infonavit, al gran cielo amarillo de Elektra, y se expande en letras sobre la piel de los ladrillos. À QuiŽ n de nosotros llegará con mano firme a dinamitar los muros del CERESO, con el spray decidido, sin nada bajo las mangas ni bolsillos? Ha habido pocos que lo han hecho, sabiendo que no recibir‡ n nada por escribir sus placas sobre las grises fronteras de nuestra prisi— n. Pero tal acto sigue siendo un bicho dentro de este almohad— n de plumas, y nos pica la nuca cada vez que vamos por Colosio en carro o a pie, riŽ ndose de nosotros, pic‡ ndonos de a poquito para no enloquecernos de un solo tajo. Algunos de los que se acercan a esto del graffiti, rápidamente son envueltos y ya no ven las calles de igual manera. Lo que antes era el garabato, la enredadera hostil de tinta negra, el horrible recorrido de un spray sobre la pulcritud de una casa, comienza a adquirir otro sentido, como el ni– o que ahora sabe escribir y ve en la punta de la pluma una lengua. Y los padres no pueden entender quŽ ganan sus hijos con andar rayando. No saben que entre la propiedad ajena y la mano que carga un aerosol, se interpone el olor a solvente, las luces rojas y azules que disparan flashes de disco en medio de la noche, anunciando el peligro, la peste m‡ s heterogŽ nea de la celda, la urgencia de salir huyendo, desaparecer de la escena y cumplir la misi— n con el coraz— n rebotando dentro. Los padres no saben eso. Est‡ n en
sus quehaceres, como los caballos que miran s— lo hacia enfrente y no quieren probar si es posible saltar el guardaganado, desacreditar la realidad por unos instantes, -unos cuantos, no s— lo uno, sino unos cu‡ ntos- para que valga la pena la escritura del libreto. Los j— venes, m‡ s irreales que sus padres, m‡ s irreales pero m‡ s vivos, m‡ s inveros’ miles, le dan la cara al muro y le escupen la firma para desaparecer. Veo, a pesar del entusiasmo con que tapizamos las paredes de nuestra ciudad, una gran pereza en el graffiti paceño, un olvido de la herencia, una ignorancia que no nos cabe en las manos. A estas alturas del partido la cancha ya deber’ a estar llena de colores, con líneas anchas como brochas, o filosos hilos delineando las bombas, tapones de puntos dorados reclamando con fuerza su lugar en las l‡ minas, en las cajas de los camiones de carga o en la repetici— n de tantos oxxos congestionando nuestras esquinas. La ola de grafiti llegaría como un ave extraña y desmedida, a cubrir con sus alas cada lugar aburrido, cada pared programada para el anuncio de la precampa– a o el arribo de algœ n grupo norte– o. Las bombas del graffiti parodian, sin saberlo ya, la marea de marketing que llen— de anuncios las grandes ciudades. Las bombas del grafiti también bombardean en m’ nima escala un campo minado por tanta cadena y escuadr— n publicitario, que hace de una ciudad un pasillo del sœ per, colorido como nunca, abarrotado como nunca de precios y consolaciones de shampoo o celulares, mentiras para adelgazar o cualquier otra materia corrosiva. Para mí cada grafiti es el hueco que alguien cavó para salirse una noche de este laberinto de minotauros sin ánima. Y si el grafiti está bien hecho, la congregaci— n de los trazos precisos, no s— lo es el hueco que alguien cav— , sino una suerte de hoyo negro que atrae la atenci— n de quien camina. El mural tiene personalidad, tiene sentido del humor, reclama o desde– a tal asunto; se burla con cara seria o es directo y sin aparentes contradicciones. Pero nos hace falta ese toque, esa gran calilla de persistencia, de atenci— n, de no dejarlo para nunca; 9
para lograr, al menos, una serie corta de conspicuos murales. AquŽ l que camina por la banqueta a las tres de la ma– ana con los cartuchos llenos, sudadera holgada esperando el momento de la letra en el muro, aparecerá ridículo al filtrarse por los anteojos del viejo que ya no ve nada que no sea a s’ mismo; se arriesgar‡ a la luz azul, a la luz roja que la acompa– a con su danza macabra de mareos. Si lo logra, descansar‡ en casa despuŽ s de haber cavado un hueco m‡ s, aunque haya afeado tiendas y viviendas, (esto es así de injusto, es ilegal) y dormirá satisfecho al menos ese d’ a.
orden. Y los representantes de ese orden, cuando no juegan el papel de ciudadanos, son una part’ cula de esa abstracci— n llamada Estado, cuyos integrantes, aœ n sin saberlo, se esconden en su calidad de abstracci— n para no dar respuestas reales, sino abstractas y evanescentes. He llegado por casualidad, como quien se pierde pateando una piedrita, al tema de la falta de murales en la universidad. Si lo que se supone debe ser
en que el hombre busca sacar lo que trae dentro, fuera del alcance de la lupa del cr’ tico, aunque no logre con ello una belleza perenne, una obra universal. Los garabatos del ni– o no pueden ser suprimidos de la naturaleza del arte s— lo porque no cumplen con los requerimientos de la tŽ cnica, ni los garabatos del adulto merecen correr la misma suerte. Lo que me interesa del grafiti es la evidencia de una necesidad de expansi— n del ego, del esp’ ritu humano en una forma inofensiva, al menos m‡ s inofensiva que la
Lo que no vende no es necesario, lo que atenta contra un orden paupŽ rrimo no solamente no es necesario, sino detestado por los representantes de ese 10
Si aprovecháramos la fuerza que tiene el grafiti como medio de expresi— n, ser’ a aœ n m‡ s penado, y quien los pintara llevar’ a a cuestas mayor responsabilidad. EntiŽ ndase que estoy hablando desde la condición del grafiti en La Paz, pues soy completamente consciente de que en otras partes del mundo no sólo hay grafiti de mejorsísima hechura, sino cargado con sangre burlesca, con humor crudo y negro, inteligente, directo al centro de la llaga punzante. Y no solamente es un peque– o atentado contra el poder en turno, cualquiera que sea su forma, sino una grieta por donde brota la hierba de la otra realidad, la realidad poŽ tica insertada en la realidad de todos los d’ as, ahora casi totalmente dominada por la man’ a del comercio y los ajetreos que Ž ste provoca.
El mentado orden de los que gustan de la demagogia es un gran grafiti rojo que huele a cuete quemado, donde apenas se asoman trozos de carne, desde el sur hasta el norte de nuestro pa’ s. Los murales que han de estar en boga son los que buscan representar La Independencia o La Revoluci— n mexicana, para que el Estado se apropie de un ideal que tiene como ra’ z y raz— n de ser la suplantaci— n del orden establecido. El graffiti es una de las vías por las cuales circulan los trenes de los desobedientes, que creen que los muros en blanco son equivalentes a las mentes en blanco, y que un pueblo sin murales es un pueblo con menos foros para expresar lo que piensa, siente y reclama. Una gran ciudad pulcra es la perfecta maqueta para los ingenieros que pretenden construir nuestro pensar; a los que se les hace inconcebible el hecho de plasmar sobre las paredes de nuestras instituciones el sentimiento genuino de los m‡ s, traducido por un artista competente. No les cabe en la cabeza la imagen de un DIF cubierto con graffitis bien hechos, pintados con paciencia. Ni ven en las paredes de nuestras escuelas -de todas ellas, sin exceptuar la UABCS, que es la m‡ s lerda en este sentido- grandes espacios donde los j— venes podr’ an dejar la mejor de sus huellas, para quitarnos la modorra que nos provoca el sopor’ fero color del acr’ lico oficial. ¡Una universidad sin murales es la nuestra!
lo irreverente en la cuadr’ cula federal, para la cual lo que hacemos es un autorretrato infame que se va acumulando.
TambiŽ n en la realidad de la amargura, del sinsentido, de sentirse otro siendo uno mismo, de no poder ser uno mismo aunque se esfuerce, siempre cumpliendo –al menos parcialmente- favores ajenos.
la instituci— n que promueva la cultura en la zona, carece completamente de murales, dej‡ ndonos s— lo una retah’ la de paredes sin rumbo, no puedo esperar demasiado maquillaje en las otras mejillas de La Paz. Por eso, como gusanos la vamos corroyendo subrepticiamente, y seguro que en el fondo nos alegra que el graffiti no sea legal, sino la representación del arte como fen— meno no permitido, como entretenimiento que deteriora el inmueble, pero que podr’ a decorarlo y darle profundidad si tan s— lo se abriera un poco más el espacio por donde la vista del grafitero busca observar. Al referirme al arte no me refiero a una obra de arte consagrada e intocable, sino a aquella de las formas
guerra declarada por Calder— n o que las sustancias contenidas en los alimentos que nos comemos todos los d’ as, o que la educaci— n que nos ofrece la TV, etcŽ tera, etcŽ tera, incontables etcŽ teras. Pero no voy a negar, faltando a mi sinceridad, que hace falta mucho aquí en La Paz para que el grafiti muestre su verdadera potencia, su verdadero alcance como instrumento de protesta o como mero objeto de contemplaci— n o recreo. Somos esos ni– os a los que no se les puede negar el derecho al garabato, pero se les puede azuzar para que produzcan gráficos de m‡ s certera construcci— n. Un grafiti enorme y limpio no sólo nos captura inmediatamente, tambiŽ n nos hace sentir diminutos ante su tama– o superlativo. Es, desde cierto punto el grafiti, un juego de proporciones, una inserción de
El mundo que se nos ha construido hace apenas unos siglos no ser‡ derrotado con unos cuantos miles de litros de pintura, pero el asumir un papel contracorriente, al menos mentalmente, al menos con grafiti, al menos con palabra, es como un alimento selecto que si no me da toda la vida que quiero, al menos no deja que me quiten la que ya tengo, la que corre en mí por natural fluido. Por eso seguirŽ pintando con mi precaria condici— n uno que otro muro, y tratarŽ de hacerlo de la mejor manera, pues no quiero cegarme ante la herencia de los grafiteros anónimos que existen o existieron en el mundo, cuyas grandes pinturas merecen mi admiraci— n, y sin embargo son borradas deliberadamente, como si de otra cosa, y no de arte, estuviesen construidas• Oktavio Eskalante
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foto: Víctor Higuera
Desde que se difundi— la noticia sobre el posible y cercano establecimiento del proyecto minero Paredones Amarillos (en la zona “protegida” de la Sierra de la Laguna), decenas de personas comenzaron a movilizarse para concientizar a sus vecinos y amigos acerca del gran da– o que ocasionar’ a tal proyecto. Como poca veces ocurre, dichas movilizaciones lograron que hasta el mism’ simo Gobernador (Narciso Agúndez Montaño) se declara en contra. Vaya lecci— n sobre la verdadera fuerza del pueblo, À No? Ò Paredones AmarillosÓ , aludi— que pod’ a ofrecer oportunidades de empleo, y en un humilde gesto de altruismo, compartir las bondades del Progreso. Sin embargo, es necesario aclarar el significado real que manejan las compa– ’ as transnacionales. Para ellos, Progreso significa monopolizar los recursos naturales que estŽ n a su alcance y asegurar su hegemon’ a pol’ tica en la zona. Esta vil forma de ayudar a pa’ ses subdesarrollados, se ha visto incrementada en nuestro país tras la firma de los tratados de libre comercio conocidos como el NAFTA y el ALCA. Los beneficios de estos acuerdos econ— micos s— lo han llegado a los grandes empresarios puesto que para la poblaci— n mexi12
cana œ nicamente han ocasionado el incremento de problemas sociales como la migración, la inflación, la pobreza, la delincuencia, entre otros. Las luchas en contra de las empresas mineras no s— lo ocurren en el estado de Baja California Sur. A principios del a– o en curso, La Jornada, comenz— a difundir la problem‡ tica que enfrenta la comunidad huichol. De acuerdo con este diario, la reserva de Wirikuta en San Luis Potos’ , al suroeste de Real de Catorce, tambiŽ n se encuentra acechada por el capital extranjero. First Magestic Silver es una compa– ’ a minera de capital canadiense que pretende extraer oro y plata en esa zona. La noticia de que dicha empresa recibi— 22 concesiones por parte del gobierno federal caus— indignaci— n en la poblaci— n ya que hasta la fecha la empresa no ha presentado ningœ n estudio relevante que mencione el impacto ambiental que tendr‡ tal proyecto, pero sobretodo, es una afrenta para los pobladores ya que esta zona se encuentra dentro del territorio huichol al que atribuyen un carácter sagrado. Hasta ahora, la empresa First Magestic, œ nicamente se ha limitado a decir que no habr‡ graves da– os durante el periodo de producci— n puesto que la extracci— n ser‡ subterr‡ nea. No obstante, los habitantes han continuado resistiendo
“La trampa del Progreso material” fŽ rreamente; no s— lo para defender la herencia ind’ gena, sino tambiŽ n porque la mina demandar‡ el uso de recursos con los que no se cuenta, principalmente agua (elemento indispensable en el proceso de lixiviación). Para nuestra desgracia, en los pr— ximos a– os las transnacionales terminar‡ n de adue– arse de regiones enteras a lo largo de la naci— n. De igual forma, las condiciones de trabajo en nuestro pa’ s tambiŽ n ser‡ n mutiladas. Esto har‡ que los trabajadores tengamos cada vez menos derechos y m‡ s obligaciones; prueba de ello es la actual reforma laboral que es impulsada por el PAN y apoyada por el PRI. Todo esto, gracias al retrograda presidente en turno, Felipe Calderón. Este hombre es responsable de firmar el plan transexenal llamado Ò MŽ xico, proyecto de gran visi— n, 2030Ó cuyos acuerdos plantean y solapan todo lo anteriormente expuesto, es decir, la venta del pa’ s a empresas extranjeras. Existe una reflexión bien acertada del filosofo José Ingenieros que se ajusta a nuestra realidad. Los tecn— cratas apuestan por el progreso material, peroÉ Ò ÉN o basta acumular riquezas para crear una patriaÉs e necesitan ideales de cultura para que en Ž l haya una patria. Se rebaja el valor de este concepto
cuando se lo aplica a pa’ ses que carecen de unidad moral, m‡ s parecidos a factor’ as de usureros aut— ctonos o ex— ticos que a legiones de so– adores cuyo ideal parezca un arco tendido hacia un objetivo de dignificación común…” Ciertamente, la construcci— n de carreteras, de complejos tur’ sticos y la apertura en nuestro mercado a empresas internacionales, no es garant’ a de que logremos escapar del subdesarrollo, sino todo lo contrario. Por tal motivo, es necesario estar al tanto de la situaci— n nacional e internacional, debatir y pensar en conjunto para lograr realmente algo trascendental. Una estrategia viable se encuentra en la educación y la difusión de la cultura a fin de recuperar aquellos valores sustanciales que la sociedad contempor‡ nea nos ha hecho perder. Un pueblo sin cultura es un pueblo cautivo, un blanco f‡ cil para la manipulaci— n. Sudcalifornia es digna de levantar el rostro puesto que ahora comienza a dar los primero pasos hacia la construcci— n de una sociedad cr’ tica y organizada. Á Larga vida a aquell@s compa– er@s que con sus acciones hacen que otro mundo sea posible! • Evik Galicia 13
Último galimatías Jam‡ s he salido mis escapes son glorietas de espejos estrellados donde vendí la carrera a una confianza de caballos lastimados s— lo por reconocimiento de aquella luz que arrolla y deslumbrado concederme toda raz— n que no lastime toda pr‡ ctica que cure hipocondr’ as infundadas porque jam‡ s he salido porque el polvo lavado de amoniaco provoca acercamientos posibles a cualquiera restringidos a los yo que dudaron Certeza de no pertenecerme anidando confianza creativa a los recursos de pasos blandos como siempre hundidos leales si prefieres zapatos mojados si crees en humanos vendedores de salchichas en los planetas que no conquistamos
Crea un talismán
Nunca he salido cada gramo de humo es una puerta que encuentro asegurada
Oscila en la mirada de un mago desquiciado: Crea un talism‡ n que te proteja del aburrimiento en un medio d’ a. Instrucciones: Acude a un hospital psiqui‡ trico y danza con todos los pacientes. En un frasco invisible atrapa un poco de aire y sudor de todos los danzantes, desciende a todos los ríos que están al final de la tierra y sácale los ojos a dos pira– as que estŽ n fornicando y adem‡ s debes procurar que sea la hora exacta que la luz del sol ilumine sus corazones. Guarda los ojos en el frasco y espera tres d’ as, mientras tanto confœ ndete tanto que pierdas tu personalidad y te nazcan canciones del color de todos los planetas, finalmente, saca los ojos del frasco y pégalos a las nubes y constrúyete unos lentes que ser‡ n tu gu’ a espiritual.
Advertencia: No se practique si no posee una fantas’ a extravagante y libre de mesura • Araceli B. 14
Nunca he salido los pasos continœ an hacia el precipicio de la duda cuando la verdad es demasiado insignificante cuando no tiene chispas de colores As’ que detengo mis pasos aqu’ dentro del arroyo que elegiste vendada para m’ me miras en pupilas cansadas de gresca respondo con saliva de cicuta templada y te -digo nunca he salido Sostenme un sexto dedo hazlo crecer hacia tu t’ mpano oculto desgarra una tercera mirada quŽ date conmigo aunque nunca salga aunque conserve la duda mientras hace efecto la cicuta mientras mis escapes no sean anatemas o los espejos se estrellen de frente salpicando esa saliva muda•
Iv‡ n Gaxiola 15
ler Encuentro de escritores jóvenes
La literatura se fortalece con la llegada de plumas nuevas. En sudcalifornia, lugar desŽ rtico en que aœ n dominan los temas regionales y los c’ rculos literarios estrechos, surgen peri— dicamente voces nuevas, frescas e impetuosas. Por desgracia, muchas de las veces, se van apagando al toparse con lo que nos topamos todos los que escribimos al empezar: concursos fallidos, textos sin lectores, ideas que no bajan de la cabeza al teclado o cuaderno. Existen concursos, talleres espor‡ dicos y permanentes que las instituciones culturales dirigen a los jóvenes, pero nunca serán suficientes, ni estarán suficientemente difundidos. El Grito Colectivo, en un 16
intento por abarcar tantas vertientes del arte como le es posible, llev— a cabo un programa de fomento a la creaci— n literaria para j— venes, con el apoyo del Programa de Desarrollo Cultural Municipal. El proyecto contempl— dos concursos literarios: Cuento de terror, y Minificción; un taller de cuento y un taller de cuento de terror y minificción, la edición del primer nœ mero de El Grito Zine y un encuentro de escritores j— venes. Este œ ltimo fue la culminaci— n del proyecto y el escenario en el que se llev— a cabo la premiaci— n de los concursos y la presentaci— n del Zine, pero adem‡ s, tuvimos la oportunidad de escuchar los cuentos ganadores y las menciones 17
honoríficas de voz de sus autores, jóvenes entre los 16 y 22 a– os, y a otros escritores de cuento, poes’ a y ensayo, algunos que empiezan, y otros ya con una trayectoria firme. El encuentro terminó siendo una fiesta. Un evento literario que disfrutamos todos: los que ten’ an el micr— fono y los que escuchaban atentos; los que recibieron su premio en efectivo y los que recibieron una menci— n; los que tal vez no son lectores asiduos;
los padres orgullosos de ver a sus hijos adolescentes recibiendo los aplausos sinceros; los organizadores, por todo lo anterior. Fueron d’ as de mucho trabajo que rindieron frutos. Pero el trabajo no acab— ah’ . Un concurso literario de una sola emisi— n es algo sin sentido. La continuidad de los proyectos debe ser un compromiso y un reto, pero para retos nos pintamos solos • Cecilia Rojas
foto: Víctor Higuera
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18 foto: Blanca Beltr‡ n
Red de promotores culturales jóvenes
Hablar de la gestión/promoción cultural implica abarcar muchas vertientes, por lo que solo me referirŽ a lo que dio como resultado la realizaci— n de este proyecto y el por quŽ surgi— . El Grito Colectivo trabaja fundamentalmente el campo de la promoci— n cultural, tratamos de hacer proyectos que impacten en el sector joven o independiente y buscamos atacar vac’ os que las instituciones no tienen la capacidad de cubrir. En un a– o de trabajo como agrupaci— n, con pocos recursos y muchas ganas de hacer las cosas en las que creemos, hemos logrado consolidar tres proyectos importantes; el 1er Encuentro de Contracultura, Programa de fomento a la creaci— n literaria en j— venes y este que es un proyecto que ya so– ‡ bamos hacer. La Red de Promotores 20
J— venes surgi— como una idea y se convirti— en un proyecto becado por el Programa de Desarrollo Cultural para la juventud de B.C.S. el cual recibe fondos del CONACULTA y es administrado por el Instituto Sudcaliforniano de Cultura. El objetivo fundamental de este proyecto es crear en un futuro una red de j— venes que trabajen en el ‡ rea cultural, que estŽ n interesados en intercambiar experiencias y obtener herramientas para hacer su trabajo de mejor manera À C— mo lograr esto? La experiencia de cada miembro del colectivo dentro del campo de la promoci— n cultural, ya sea de manera independiente o de manera institucional, nos ha ense– ado que hay una gran cantidad de j— venes que organizan tocadas, que hacen perfor21
mance, teatro, concursos, publicaciones, etc. y los cuales trabajaban en su mayor’ a de manera emp’ rica, esto nos llev— a pensar en crear una red con algunos de ellos, que actœ an como agentes sociales de cambio, lo que les brindar’ a la posibilidad de profesionalizar el trabajo que realizan. Para poder lograr esto era importante iniciar con la capacitaci— n. El promotor cultural como tal debe tener ciertas caracter’ sticas importantes: es el agente social capaz de generar cambios en el desarrollo cultural de una comunidad, es quien puede y debe defender la identidad de la misma, debe tener un conocimiento sobre el capital econ— mico, social, cultural y simb— lico, los cuales dan sentido a una sociedad. Si tomamos en cuenta que el discurso cultural es dise– ado por 22
creadores, gestores, acadŽ micos y funcionarios de la cultura, tenemos que la importancia de que los promotores culturales estŽ n capacitados es primordial, sobre todo si se quiere generar un cambio social y de la visi— n utilitaria de la vida, que hace el sistema econ— mico dominante, de una comunidad, un promotor preparado puede realizar proyectos mejor enfocados y logra un impacto real, puede interpretar la realidad de una manera m‡ s cr’ tica y buscar dar soluci— n a problem‡ ticas surgidas en su comunidad. Según Margarita Maass este es el perfil del Promotor o Gestor Cultural: Ò Tener sentido de identidad; tener habilidades y destrezas comunicativas; debe estar habilitado para generar procesos de estimulaci— n, conectividad y
consistencias en actividades comunitarias; capacidad de liderazgo y permanencia a la comunidad; debe estar capacitado para realizar la gesti— n cultural y por œ ltimo debe tener un nivel de cibercultura m’ nimo para desarrollar procesos de investigaci— n, informaci— n y comunicaci— n con el uso de tecnolog’ as.Ó As’ es como est‡ capacitaci— n pretende crear una red, los talleres que se impartir‡ n van enfocados a lograr que los asistentes logren potenciar estas caracter’ sticas y se logre motivar a los j— venes a trabajar la cultura y darle un cauce a las expresiones art’ sticas que ellos desarrollan • Bernardo Valadez
Programa de talleres: * Identidad y Promoci— n Cultural, 19 y 20 de mayo * Arte Alternativo, 2 y 3 de junio * Desarrollo Sustentable, 16 y 17 de junio * Derechos Humanos y Cultura, 7 y 8 de julio * Programaci— n Neuro-LingŸ ’ stica y Comunicaci— n, 21 y 22 de julio * Promoci— n de la Lectura, 4 y 5 de agosto * Edici— n de Audio, 18 y 19 de agosto * Difusi— n y Manejo de Medios, 1 y 2 de septiembre * Elaboraci— n de Proyectos Culturales, 22 y 23 de septiembre.
fotos: Víctor Higuera
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