Editorial
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l concluir el acuerdo de patrocinio por parte del empresario Marcos Constandse para un plazo de dos años —tal como se acordó a inicios de 2013—, el Centro de Creatividad Literaria (CCL) ha entrado en una nueva etapa en la búsqueda del cumplimiento de sus objetivos, ahora con una nueva administración a cargo del Lic. José Luis Gaytán Saules, hombre experimentado en el manejo de asociaciones civiles sin fines de lucro como la nuestra. Centrada principalmente en la consolidación y continuidad del proyecto editorial Tropo, esta nueva entidad administrativa toma el relevo para la consecución del propósito central de una empresa cultural como la que pretendemos: lograr la sustentabilidad financiera necesaria para sostener sus proyectos, especialmente el de una revista literaria como esta, porfiada en permanecer y con la creencia compartida de que es un bien importante para la riqueza cultural de nuestra sociedad. Con el ajuste generado con el cambio de administración (y la correspondiente rendición de cuentas contables de la anterior), los proyectos creativos propuestos como oferta cultural del CCL han entrado en una fase inevitable de ralentización —e incluso de pausa indefinida— hasta no encontrar de nuevo el flujo de recursos suficientes para sostener el eventual impulso. Así, se han reconsiderado nuevos plazos de apertura para las actividades establecidas que se realizaban en la Universidad del Caribe (cuyo apoyo, por cierto, debe agradecerse encarecidamente pues prestó durante este tiempo sus instalaciones para la realización de las funciones del CCL). Por lo pronto, es pertinente dar a conocer a nuestros amigos y lectores la decisión más relevante: la prioridad en esta nueva etapa se focaliza en la continuidad de la edición de este medio de difusión literaria, que retoma a partir del mes en curso su periodicidad trimestral habitual. Por ello, es nuestro deseo reiterar la invitación a nuestros colaboradores a seguir enviando sus escritos, y convocar de nuevo a aquellos que deseen darse a conocer a través de nuestro medio. Es importante compartir asimismo que la continuidad operativa de la revista está siendo posible gracias al respaldo de jóvenes colaboradores, que se mantienen en el equipo editorial y han expresado su acercamiento al CCL de manera más proactiva, desinteresada y comprometida para la realización de este proyecto cultural independiente, que aspira a una larga vida. Finalmente, debe enfatizarse sin menoscabo alguno el reconocimiento a una figura como la del Ing. Marcos Constandse (que queda en el Consejo Directivo como presidente fundador). Sin su iniciativa altruista —la de un auténtico mecenas—, no hubiese sido posible el resurgimiento de una revista literaria como Tropo a la uña, que en su segunda época y bajo el cobijo del Centro de Creatividad Literaria —también fundado por él— potencia su papel en la historia de la literatura cancunense como difusora e impulsora de las nuevas voces de la localidad. Tropo
¿Y qué es TROPO? El nombre de esta revista es una expresión metafórica que implica varios niveles de sentido. Une dos conceptos y luego los expande. Por un lado, la frase “trompo a la uña” (primer nivel) que es el nombre de la suerte más difícil del juego del trompo: subirse el trompo a la uña mientras este gira veloz es labor solo para expertos. Por extensión (segundo nivel), se aplica a toda aquella empresa que implica una dificultad especial, todo un reto. Por otro lado, la palabra “tropo”, término propio de la retórica, que es la sustitución de una expresión por otra cuyo sentido es figurado. Implica cambio de dirección. El uso de tropos es cualidad esencial al lenguaje literario. Al unir el segundo sentido de la primera expresión (realizar una empresa difícil) con el término “tropo” (que aprovecha su semejanza fónica con “trompo”), aparecen los dos sentidos ocultos y crean una nueva realidad: darle vida a una revista literaria en Cancún es por cierto una empresa difícil, todo un desafío, TROPO a la uña enfrenta este desafío con gusto.
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Revista del Centro de Creatividad Literaria, A. C. Director Miguel Meza Consejo directivo Marcos Constandse Madrazo (Presidente fundador) Carlos Constandse Madrazo José Luis Gaytán Saules Consejo editorial Lorena Careaga Patricia Maya Alejandra Flores Ramón Patrón
Marién Espinosa Felipe Reyes Mariel Turrent
SUMARIO 4
Extraño el pasado que no viví Entrevista con Elvira Aguilar
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Dos poemas sobre Ayotzinapa David Anuar González René Vera Contreras
Editora en Jefe Lizbeth Peña Asistencia editorial René Vera Contreras
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Talleres literarios: invernaderos creativos Muestra del taller de cuento del CCL
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Ultraviolencia Aitana Maldonado
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Un viaje de dos tragos Miguel Miranda
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Derechos humanos Alejandro Medina
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Carlos Hurtado (1955-2015) Miguel Meza
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La seducción de los instantes Rodolfo Novelo Ovando
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Muerte de la memoria Cynthia Puc Hernández
Arte y diseño Mauricio Cejín Colaboradores de este número Elvira Aguilar David Anuar González René Vera Contreras Aitana Maldonado Miguel Miranda Alejandro Medin Miguel Meza Rodolfo Novelo Ovando Cynthia Puc Hernández Héctor Hernández Ortiz Francisco Puch Vanesa González-Rizzo Mario Pérez Aguilar Svetlana Larrocha Ma. Ofelia Arruti Fer de la Cruz Mauricio Ocampo Alejandra Flores Lorena Careaga Viliesid Marcos Constandse Colaboradores gráficos Juliana Auñon Jorge Ezquerro Mariana Zamora Víctor Solana Consejo artístico Gena Bezanilla Leonard Escamilla Coordinación de Portafolio Norma Ordieres Corresponsal en Playa del Carmen Ana María Moreno Pérez Corresponsal en Yucatán Svetlana Larrocha Administración CCL TROPO a la uña es una publicación trimestral del Centro de Creatividad Literaria, A. C. Oficinas: calle Alce, Mz. 16, Lt. 35, Smz. 20, Cancún, Quintana Roo. Teléfonos: 01 (998) 887 4374 y 01 (998) 887 4364. No se responde por originales no solicitados. Las opiniones contenidas en los artículos firmados son responsabilidad exclusiva de los autores. Se autoriza la reproducción total o parcial de los artículos incluidos en tropo a la uña, siempre que se citen la fuente y el autor. Certificado de licitud y contenido: en trámite. Número de Reserva al título en Derechos de Autor: 04-2000-032217031500-102. Visítenos en nuestra página web: www.cclcancun.com Envío de colaboraciones: revistatropo@cclcancun.com Centro de Creatividad Literaria – CCL Consulte la revista electrónica en: http://www.issuu.com/tropoalauna
24 ¿Existe el destino? Héctor Hernández Ortiz 28 Ciudad abandonada Francisco Puch 30 Del realismo excepcional a la intensidad emotiva Entrevista con Jorge Ezquerro 35 El libro de cabecera Vanesa González-Rizzo 38 Bestalia Capítulo 1 René Vera Contreras 39 La naturaleza del diablo Mario Pérez Aguilar 42 Nuestra verdadera patria no está en la tierra Entrevista con Agustín Cadena Svetlana Larrocha 44 Cacería de Brujas Svetlana Larrocha
46 PAPIROS El crimen desde una antiheroína Ma. Ofelia Arruti 47 No deje de leerlos MAM 48 Orquídeas susurrantes Miguel Miranda 50 Espionaje, amor y guerra Svetlana Larrocha 52 Libro fuera de clósets y libreros Fernando de la Cruz 54 Entre el infierno y el paraíso: la palabra Alejandra Flores 55 Del realismo psicológico a la ontología urbana Mauricio Ocampo C.
P U N T O S
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Jorge Ezquerro Ángel Ácrilico sobre tela Medidas (cm): 90 x 90
TERTULIAS 56 ¿El fin de la Topofilia? Pricila Sosa 57 Crónicas de Ambarluna Lorena Careaga Viliesid 58 Control y castigo del espíritu Mauricio Ocampo C. 60 ¿Cuántos milagros más? Marcos Constandse Madrazo 62 PORTAFOLIO Mariana Zamora
D I S T R I B U C I Ó N
P L A Y A D E L C A R M E N : Café Andrade • Jardín El Edén CANCÚN LIBRERÍAS: Dalí • Porrúa • Dante • Educal
Le Lotus Rouge • Galería Escamilla • Galería de Arte 5ta. Avenida Biblioteca Jaime Torres Bodet
Needful Things CENTROS CULTURALES: Teatro Xbalamqué • Casa de la Cultura La Pitahaya • Instituto para la Cultura y las Artes RESTAURANTES: Pasteletería • 100% Natural • Tapioka Café Bisquets Obregón • El Pabilo • Café Andrade • Café Cardoni Marakame Café • La Casa de los Abuelos
MÉRIDA: Dante • Fondo de Cultura Económica (calle 59 entre 60 y 62, Centro Histórico) • Centro Cultural Dante (Prolongación Paseo de Montejo) Dante Plaza Fiesta • Educal “Juan García Ponce” (calle 60 entre 59 y 61, Centro Histórico) • Café Punta del Cielo (calle 63 entre 60 y 62, Centro Histórico) • Café Segafredo (calle 57 entre 60 y 62, Centro Histórico)
Entrevista con
Elvira Aguilar
Extraño el pasado que no viví René Vera Conteras Escritora apasionada por la historia intimista y anecdótica de la entidad que la vio nacer, Elvira Aguilar también es defensora de una idea de férrea disciplina a la hora de encarar el reto del oficio literario. Considerada como la más destacada cuentista de Quintana Roo, la autora habla en la siguiente entrevista de la nostalgia por el pasado que no vivió —que la ha llevado a reconstruir literariamente la vida de los personajes que fundaron el terruño—, y del papel que las ideas jugaron en la vida de la comunidad, entre ellas la educación socialista en la época del gobernador Rafael Melgar, tema de la novela en la cual trabaja actualmente y que calcula dar a la prensa dentro de un año.
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ientras trataba de dormir en el autobús que me conducía a Chetumal, algunas imágenes de los cuentos de Elvira Aguilar aún rondaban en mi mente. Y cuando llegué a la ciudad “donde nunca pasa nada” —esa ciudad que a las cinco de la mañana aparece como sumergida en una fotografía estática—, descubrí que aquellas imágenes hablaban del inquietante movimiento que vibra debajo de esta aparente inmovilidad. Y es que en sus cuentos, Elvira sabe abrir una ventana hacia la otra realidad de la ciudad, hacia un mundo lleno de vigor, donde se proyecta otra vida, luminosa y aparentemente irreal, que suele pasar inadvertida. De ahí que intuyamos que su realismo —manifiesto en la fijación en el detalle— se nutra de una estirpe de leyenda —en sus tonos, en sus enfoques, en su nostálgica lejanía—, que nos afecta y se mezcla con la vida cotidiana de todos aquellos que conocemos estos rincones del Caribe. Mujer de aspecto serio y elegante, Elvira Aguilar regala una sonrisa al dar las buenas tardes mientras me recibe en su oficina
de la Biblioteca Central Javier Rojo Gómez donde se desempeña como directora de la Red Estatal de Bibliotecas Públicas del estado, cargo que la obliga a atender diversas actividades, como su asistencia al Congreso de Bibliotecas en Costa Rica, a donde fue enviada por el Gobierno del Estado y del cual acaba de regresar. De tez morena clara y cabello corto, destacan en el rostro de Elvira unos ojos de mirada intensa que indaga, que devela y escruta, una mirada ante la cual uno se siente expuesto, seducido. A este perfil hay que sumar una actitud generosa, amable, cuando de pronto es ella —la escritora con trayectoria— la que pregunta al que esto escribe, la que se interesa, como si esto le hiciera recordar sus propios inicios como escritora. —¿Entonces, se nace con talento? —aprovecho para iniciar la entrevista cuando ella toca el tema del don para escribir, la importancia del talento innato. —Creo que se nace con algo. Sí, debes de nacer con alguna intuición al menos. Con algún talento. Pero creo también que lo desarrollas con lecturas, con técnica, con otras vivencias. Cuando uno es pequeño todo lo que escucha lo puede volver imagen. A mí me pasó. Como yo aprendí a leer y escribir muy grande (a los siete años), recortaba figuras, las formaba en el
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suelo y luego contaba historias para mí o para algunas de mis muñecas. Leer y escribir fue el primer gran éxito de mi vida, tal vez el único y el más notable, y el que mejor tenía que capitalizar porque comencé tarde. —¿En qué momento te das cuenta de que quieres ser escritora? —Cuando tenía doce años. Cuando aprendí a escribir, lo primero que hice fue una canción dedicada a mi mamá; era como un cuento. Empecé a llevar diarios. Tenía varias libretas; era como una disciplina. Me fui haciendo una disciplina los tres años que viví ahí. Y me di cuenta que para ser escritor necesitas una disciplina. Me dije: esto me encanta, yo me quiero dedicar a escribir. —Al inicio escribías poesía y después derivaste hacia la narrativa. ¿Cómo fue el proceso? —Primero quería estudiar periodismo (en una preparatoria en Monterrey). Me decía: “si quiero escribir, tengo que ser periodista porque quienes escriben son los periodistas”. En mi mente no existía toda la variable que tiene el periodismo. Yo pensaba que cualquier periodista podía hacer literatura porque estaban preparados para escribir. Entré a la carrera y me gustó, pero me di cuenta de que el periodismo es una cosa y la literatura es otra. Y no es que estén divorciados. Pero la escuela de periodismo no te forma como escritor. Tal vez ninguna institución te va a hacer escritor si no tienes el interés, la intuición, la idea. —¿Te fuiste a vivir sola? —Viví nueve meses con una hermana. Luego viví sola desde los dieciséis. Me fascina vivir sola. Lo único que me aterra es estar enferma y sola, porque cuando me enfermo, de lo que sea, me siento desvalida. Me siento como que no sobrevivo y que me puedo morir, aunque sea de una gripe. Si no me enfermara de aquí hasta el día de mi muerte repentina sería muy feliz y yo podría vivir sola. No necesito de nadie.
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—¿Por qué dejas de escribir poesía? —Me di cuenta de que tenía más posibilidades con la narrativa. Admiro a los poetas porque en pocas palabras dicen cosas profundas, y yo no soy de pocas palabras, a mí me gusta describir, detallar, tener una biografía que sustente a mis personajes. —¿En qué momento te das cuenta? —Probablemente cuando no pude publicar mi libro de poesía en Monterrey debido a un asunto económico de la Universidad de Nuevo León, quien financiaba. Tenía las portadas, las pruebas de impresión, todo listo, pero el libro no salió. Me quedé con todo, pero no me mortificó. Entonces me dediqué a escribir cuento, que ya publicaba en la revista de la universidad. —Tienes entonces un libro inédito de poemas. —Se llama Este mar de hoy, sueño de seis años, después de mis quince. Yo tenía 21 años. No me desilusionó. Recuerdo que agarré mis originales y me fui a mi casa, porque en ese entonces no teníamos archivos electrónicos. Nunca he tenido obsesión por publicar. —Después llegaste a la escuela de escritores. ¿Cómo fue tu paso por ahí? —Me gustó. Llegué a tener de maestro a Vicente Leñero, a quien recuerdo con mucho afecto porque nos respetó mucho. Tenía la humildad para leer el texto de cada uno en voz alta, dando consejos y técnica. También Emmanuel Carballo, una vaca sagrada, más distante, un señor muy fino, muy elegante, que se sentaba en el escritorio y cruzaba la pierna. O Eduardo Casar y el maestro Carlos Illescas. O nuestro maestro de Historia del Arte, Germán Robles, un actor al que le decían el vampiro del cine nacional. Me gustaba mucho porque sabía dibujar: mientras nos hablaba, iba ilustrando sus palabras en el pizarrón. Como cada lunes nos llevaban a un escritor, conocí a José Agustín, estuve
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en una conferencia con Cristina Pacheco, escuché a Elena Poniatowska. En la escuela aprendí técnica. Aprendí que debes publicar menos de lo que escribes, que entre la gente que escribe no debemos decirnos “mira qué bonito”, ni “qué hermoso”. Hay que tener rigor, técnica y eso lo vas puliendo con el tiempo. —Como mujer te encontrabas en un ambiente dominado por hombres. ¿Cómo te recibieron tus compañeros? —La escuela de escritores no era un ambiente dominado por hombres: había mucho equilibrio en cuestión de género y mucho respeto. La gente se admiraba; no había problema. El único problema fue cuando al final yo propuse hacer un libro. El fin de curso era señalado por un pin de oro —que tú mandabas a hacer— y una placa —que te daban—. Me parecía gracioso que te dieran un diploma donde decía que ya estabas capacitado para escribir. Si estábamos terminando, en lugar de invertir en una placa, decidimos hacer una edición. La propuesta fue aceptada. El libro se llamaba Licencia para escribir, un poco jugando con el título de la película Con licencia para matar, y la ironía de ya tener licencia para escribir. Lo curioso es que solo aparecemos mujeres de la generación (veinte) porque a ninguno de los hombres le pareció atractivo el proyecto. Este libro tiene un prólogo de Vicente Leñero, quien amablemente se ofreció. —Has comentado que lo peor para una mujer es no ser inteligente. —Sí, lo comenté durante la presentación del libro Cierro los ojos y te miro, en la Feria internacional del Libro del Palacio de Minería. Alguien preguntó qué es lo peor que le puede pasar a una mujer. Contesté: no ser inteligente. Creo que es lo peor que le puede pasar a una mujer y a cualquier ser humano. De hecho, vemos tanta gente poco inteligente que anda por ahí, hiriendo y perjudicando.
—Inés menciona en Rincón de selva que no había encontrado cómo ser sabia. ¿Cómo es ser sabia? —A lo mejor adelantarte un poco a lo que va a pasar, pero también no dedicarte al noventa por ciento en una cosa. La vida es amplia, el mundo es amplio. Hay que salir y conocer. Respeto a quien no quiera salir, pero creo que ser sabio es no dedicarte noventa por ciento a una sola cosa. Yo no quiero una gran casa, un gran carro, yo quiero salir a conocer. —¿Al final Inés alcanza la sabiduría? —No lo sé, pero alcanza la soledad plena. —Tienes una fijación por lo cocodrilos, ¿dónde nace? —Cuando veía los cocodrilos en revistas notaba el interior de sus fauces color rosa o color amarillo, como un colchoncito amarillo. Entonces tenía la fantasía de que algún día dormiría en ese colchoncito dentro de esas fauces. Era como mi camita: un lugar cálido y acogedor. Además, el color amarillo me encanta. Cuando era niña, me decían que el cielo no era de ese color, y yo decía, “pero mi cielo, sí”, y lo pintaba de amarillo. Los colores amarillo, naranja y rojo me encantan, y pintaba todo de esos colores. Los cocodrilos me gustan también porque son animales prehistóricos, muy fuertes, muy poderosos. Su sangre tiene propiedades que los curan, son máquinas de poder. Tal vez porque no soy tan poderosa y en algunas etapas de mi vida me he sentido débil los admiro. Si tuviera la oportunidad de renacer me gustaría hacerlo en un cocodrilo. —En Rincón de selva, el cocodrilo de Inés está domesticado. ¿No es eso quitarle poder? —Lo hago porque en la ficción soy poderosa: el poder en la ficción es el único que me importa. Me puedo reír del poder material, del poder político. Pero en la ficción me encanta poder matar, poder transformar a una persona, darle voz a un cocodri-
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lo, darle sentimientos y pasiones humanas. En la vida real ni me gustan los animales disecados. El cocodrilo disecado que tengo, me lo mandaron de regalo. Decidí aceptarlo para que al menos así tuviera una buena vida, porque su muerte fue fea y cruel. Lo tengo en la sala de mi casa, a veces en mi cama, a veces en el comedor. Se llama Romeo y lo he llevado aquí a una feria del libro. Ha salido en obras de teatro. Me gusta que me lo pidan prestado mis amigas actrices. —¿Cómo te preparas para escribir? ¿Tienes algún ritual? —Abro todas las ventanas de mi cuarto, o del lugar donde escriba, y mi mesa de trabajo tiene que estar impecable. No puedo escribir si siento el polvo. Mi cuarto debe de estar muy bien arreglado y todo recogido. No me gusta escribir con música: necesito la soledad. No me gusta ni contestar el teléfono ni que me vayan a ver ni que me hablen. Admiro a la gente que dice que puede escribir un cuento en los aviones; yo no. Yo solo puedo tomar apuntes; para escribir necesito soledad. —Se percibe en tu obra una nostalgia por el pasado de esta región. ¿Cuál es su origen? ¿Es deseo de preservar la historia de este lugar o es una añoranza? —Son muchas cosas. Me gusta leer mucho sobre la historia de este lugar. Es una historia bonita, difícil y muy joven. No solo podemos leerla sino, además, hablar con muchos de sus protagonistas. Se ha escrito y estudiado sobre ella, aunque no lo suficiente, y quienes se han ocupado lo han hecho muy bien. Sin embargo, estos historiadores tienen una visión sociológica o antropológica. No les importan las anécdotas. Y lo que a mí me gusta es la parte de la que no se habla, por ejemplo, las relaciones interpersonales, las pasiones.
Elvira Aguilar Angulo (Chetumal, 1964) es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la UANL y Maestra en Educación por la UNID. Ha sido profesora universitaria y de nivel medio superior, así como productora, guionista y conductora de radio y televisión. En el 2010 recibió el reconocimiento a Mujeres Destacadas por su trayectoria y aportaciones a la cultura de Quintana Roo. Es autora de la novela Rincón de selva (Congreso del Estado de Quintana Roo, 2006) y los libros de cuentos Diario de París (Cuaderno 14, Gaceta del pensamiento, 2013), Cierro los ojos y te miro (Ficticia, 2011), Mirando al puerto de Payo Obispo (IQC, 2002), Donde nunca pasa nada ((Suave Patria, 1999) y Mujeres de sal (Nave de papel, 1997). Su obra aparece en las antologías Inventa la memoria (Alfaguara, 2004), 100 años de historia y de cuentos (Secretaría de Educación y Cultura) y Con licencia para escribir (Sociedad General de Escritores, 1991). Actualmente es Directora de Bibliotecas y Fomento a la Lectura del Estado de Quintana Roo. Prepara un libro de cuentos y una novela.
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A veces pienso que extraño el pasado que no viví. Es muy curioso, a veces me pregunto cómo habrá vivido fulanita, o cómo habrán hablado los niños de la primaria Belisario Domínguez en 1916, cuando la escuela se inauguró. Siento una nostalgia por el pasado que no viví. Entonces me da mucha ilusión trabajar, reconstruir, darle vida a los personajes, describir cómo se visten, qué medicamentos tomaban. Me gusta mucho porque además yo quiero esto. Yo nací aquí, en Chetumal. Mis papás llegaron muy jovencitos, vivieron eventos como el huracán Janet y les tocó quedarse sin casa y sin nada, pero se quedaron. Mi papá, dentista militar, se quedó recogiendo muertos, reconstruyendo, apoyando a la gente. Mi mamá solo se fue un tiempo mientras mi papá buscaba un lugar donde vivir. —En Mirando al puerto de Payo Obispo —donde prevalece el tono de crónica— recuperas la migración libanesa hacia Chetumal. Es tu deseo tal cual de recuperar los orígenes; añoras ese pasado... —Sí, el sur de Quintana Roo se pobló de gente de muchísimas partes del mundo, gente a la que le gusta contar su historia. Añorar y escribir sobre Payo Obispo es mi manera de hacer un homenaje a la gente que sufrió, vivió y le tocó levantar una ciudad. Es para aquellos a quienes les tocó ver sus casas volar en pedazos y luego reconstruirlas. En este libro está la historia de una familia que llegó en el mismo pontón que Otón P. Blanco y que luego recibe como regalo un barco —en ese tiempo aún de vapor— en el cual se va a Cayo Venado. Ahí desarman su barco y con eso construyen su casa. La historia narrada en el cuento, es literal: yo entrevisté a la gente que vivió ahí. Si alguien te lo cuenta parece ficción. No quise que se perdieran estas anécdotas hermosas: quise preservarlas en literatura. Escribí este libro con el apoyo de una beca, que me permitió contratar una nana, comprar grabadora reportera, cinta, papel y libros, y dejar de trabajar para dedicarme a la novela. Investigué un año exactamente y escribí el libro en siete meses. Así, pude entrevistar a mucha gente, revisar documentos, ver fotografías. Es el libro que más quiero y el que más me gusta. Solo se imprimieron mil ejemplares que desaparecieron; la gente lo quería tener. —Estás escribiendo una novela y un libro de cuentos. ¿Cuándo los veremos? —Estoy haciendo una novela que empieza en Payo Obispo y termina en Chetumal. El eje central es la educación socialista como punto de desarrollo para un pueblo en la época en que fue gobernador el general Rafael Melgar. Es una parte de nuestra historia que no se ha escrito. Creo tenerla lista en un año y el libro de cuentos probablemente igual, porque lo estoy escribiendo de forma simultánea. Quiero publicar también mi tesis de maestría sobre educación socialista, como historia de la escuela Belisario Domínguez. La escuela era como el eje rector. Tropo
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Dos poemas sobre Ayotzinapa Los textos que aparecen en las siguientes páginas son otra muestra del tremendo impacto sobre la sociedad generado por la tragedia de Ayotzinapa. La poesía —desde su singular activismo intimista—, ha intentado capturar el horror de la barbarie y transmitir a su manera el trauma social provocado por la creciente descomposición de nuestro sistema.
Soneto escrito por Garcilaso de Guerrero David Anuar Cuando me paro a contemplar mi Estado y al ver los pasos por donde hemos venido hallo que tristes hemos matado y perdido y que a mayor mal no pudiéramos haber llegado Ayotzinapa del camino no estoy olvidado te escribo para recordar por dó he venido y sé que me acabo como los 43 que se han ido nos acabamos en tiraderos, ceniza y hueso cortado Ayotzinapa te entregaron sin arte el Estado que supo perderte y acabarte si quisiere, y aun sabrá quererlo: qué pues temeré sino la masacre y el Estado, que no es tanto de mi parte pudiendo ¿qué hará sino hacerlo?
*Texto leído por su autor, el 13 de noviembre de 2014, durante la Cruzada Poética Peninsular, en el Centro Cultural Tapanco, en Mérida, Yucatán.
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La tumba de mis juegos René Vera Contreras 1 Vamos a jugar a la tumba gritan los niños cubiertos de lodo con el sudor de la tierra enjugado en sus manos de príncipes celestinos petrificado ya el cuerpo. ¿Quién abrió las fauces de monedas sedientas de óxido? ¿Dónde están las lenguas? ¿Donde las bocas que ya no dicen sus nombres?
¿Qué imágenes de la muerte teñirán nuestras camisetas futuras como lápidas de nuestros negocios? El Che y Tlatelolco saludan al Tri y a Caifanes en algún aparador de izquierdas disléxicas y pronto sumarán 43 rostros más mientras un pájaro de muerte repite sus nombres: “somos 43, seis mil millones, y las balas nos despiertan, golpean nuestro cuerpo para la eternidad”.
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2 Una tumba llora gotera dulcísima en el rostro de la tierra, como una rabia que descubre las entrañas. Los extraños ojos empiezan a buscar en las ciudades y los campos a ciegas arrastrando el duelo hasta despedazarlo. El día pasa y dispersa la esperanza que no quiere el cautiverio de las frases. La tumba tiembla como una flor por el latido que ya no brota pues nuestros hijos fueron entregados al vientre de la noche desvistieron su pureza balbuciente para alejar de sí los brotes germinales de su inquietud. Entregaron a nuestro hermano que arrancaba el frío de la sangre con el sueño del amor. Ahora la tumba afila mis pupilas con la batalla irreversible de la muerte. Veo padres enterrados, hermanos, hijos, torpemente, los miro. Soy el cuerpo segado como ellos y grito para perder el miedo. La tumba ha parido huesos y no deja de llorar.
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Segunda muestra del Taller de Cuento del CCL
Talleres literarios: invernaderos creativos
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no de los resultados más estimulantes de los talleres de cuento que he coordinado a la fecha, ha sido sin duda el acompañamiento en la transformación de cada uno de sus integrantes. Al menos, esa ha sido una de mis motivaciones secretas: acompañar una posibilidad, una promesa de futuro. Como una obra literaria donde apreciamos con creciente expectativa la evolución de un personaje hasta el punto donde nos da la sorpresa de su verdad humana, de la misma manera cada miembro de mis talleres de creatividad es, para mí, una narrativa viviente. Como una planta necesitada de ciertos nutrientes específicos para retoñar, ninguno de sus integrantes queda inmune a la influencia de los efluvios que se forman en este invernadero creativo. Más allá de las funciones propias de un taller de esta naturaleza (ofrecer herramientas formales para la confección de cuentos literarios, aplicar un método de corrección de los ejercicios y propuestas de los alumnos, y dar a conocer muestras modélicas del género), es decir, más allá de la parte formal que me corresponde atender como coordinador, suelo valorar especialmente el ambiente generado por la convocatoria en cada sesión: la expectativa emocionante con que se encara el reto creativo, el compromiso con que se asume el deseo de ser escritor, la puesta a prueba de ese deseo para convertirlo en vocación; incluso el reconocimiento de las propias posibilidades y limitaciones, lo que implica sin duda hallar otro tipo de verdad. Convertidas en algún momento en auténtico laboratorio de emociones, muchas sesiones de los talleres han llegado a emular terapias personales y de grupo, que permitieron conocer historias de distinto calado, entrañables relatos de familia, anécdotas reveladoras y sucesos interesantes que en muchos casos fueron
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llevados al papel convertidos en cuentos, aunque no siempre con buena fortuna. Hubiera sido deseable que esta producción oral se hubiese vertido en textos literarios exitosos. Por desgracia, el acompañamiento del que hablo al principio no accede siempre al ideal del taller: culminar la formación de escritores de cuentos literarios con varios productos que puedan ser mostrados, por ejemplo, en una publicación como ésta. Sin embargo, si bien hubiera deseado más productos escritos como constancia de las bondades de la convocatoria, de cualquier manera valoro los otros resultados, pues exhiben algo que de otra manera quizá no se hubiese conseguido. Y ese algo no es menor: hay ahora, estoy seguro, mejores lectores de cuentos; hay, sin duda, una conciencia crítica más alerta ante el propio acto creativo; hay, sobre todo, un respeto por la palabra escrita y sus virtudes proteicas, capaces de transformar realidades de todo tipo en realidades artísticas de belleza formal. Con respecto a su propio inicio, los seis integrantes del Taller de Cuento del Centro de Creatividad Literaria (CCL) correspondiente a la promoción de marzo a diciembre de 2014 mostraron avances no solo sorprendentes sino incluso conmovedores, si bien sospecho que dicho calificativo parecerá a algunos exagerado o sentimental. Lo importante es que la transformación ocurrió: tanto Juan Manuel Trinidad, Leticia Flores y Karla Olvera, como Alejandro Medina, Miguel Miranda o Aitana Maldonado pueden avizorar desde ahora ante sí un ámbito insospechado de posibilidades creativas donde el compromiso y la disciplina adquiridos deberían quedar como puntales inamovibles. De estos seis compañeros, publicamos aquí las muestras de los tres mencionados en segundo término. Sus textos no solo cumplen con las exigencias del cuento moderno, sino que tratan sus asuntos con voluntad estilística y malicia literaria, dos condiciones inherentes a quien aspira a permanecer en la memoria de sus eventuales lectores. (Miguel Meza). Tropo
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pagaba las consecuencias de sus esa psicóloga me hatúpidos actos. bía recomendado Al llegar a la pocilga, apagué el civerla. No la había garro, y para quitarme el desagradable visto desde la úlsabor, abrí una botella de vino tinto y tima vez, cuando me serví una copa. Después me serví la insulté y la acudos o tres más. Hasta que me armé de chillé al punto de valor para verla de nuevo. Y quizás dicasi matarla. Había rigirle la palabra esta vez. perdido su respeto Como de costumbre, cerré las por completo. Y su amor voló después ventanas y las cortinas. Agarré la bodel primer cuchillazo que le di. No me tella de vino decidida a acabármela. A arrepiento, siendo honesta. Ella obtuvo cada paso que daba, me aumentaba la lo que se merecía. Todo fue su culpa. maldita ansiedad. Cada latido de mi Siempre todo era culpa de ella. Las discorazón repetía nuestra última pelea cusiones que teníamos eran absurdas. y me hacía estremecerme del dolor. Y lo peor es que ella siempre me domiMe paré frente a la puerta que nos naba. Yo era como su esclava. La obeseparaba. Ya no la escuchaba. Quizás decía y hacía todo lo que me ordenaba ya había dejado de enloquecer. Me sin cuestionar nunca nada. Mujer ante el espejo, Picasso. terminé el último sorbo de la boteAquella tarde, después de pagarle lla. Golpeé mi cabeza en contra de la a la psicóloga un dineral por una breve sesión de 42 minutos, decidí irme caminando a casa. Encendí puerta y dejé salir aquel alarido que había contenido desde que un cigarro en el camino. No porque me gustaran, sino porque el entré a la pocilga. Tiré la botella a un lado y respiré profundo. Entré sollozando aroma me la recordaba. Saqué los audífonos y reproduje su canción favorita. Ultraviolencia. Aquella joven alguna vez fue sim- a la habitación. Todo estaba oscuro, no se veía nada. Aún viendo pática, alguna vez tuvo oportunidad de cambiar su vida. Nunca hacia la puerta, considerando salir, encendí la luz. Recorría lenla había extrañado tanto como en ese momento en que me dirigí tamente la habitación mientras daba cortos pasos temblando. Mi respiración era cada vez más débil, los ojos se me hincharon de hacia mi humilde pocilga. Al cruzar la calle, me arremangué la blusa, pues las cicatrices tanto llorar, así que los cerré hasta llegar a ella. Destapé el espejo y la vi en el reflejo. Caí al suelo de un grito me ardían. Pasé mis dedos por las cicatrices. Me las había dejado esa maldita persona, justo al lado de una mordida provocada por de terror. Temblé y grité como nunca. Ahí estaba ella. Ahí enconun ataque de pánico que le había dado así, sin razón alguna. Yo tré la razón de mi odio. Ahí encontré mi reflejo. Tropo
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Un viaje de dos tragos Miguel Miranda
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lación, agradecemos su preferencia. cercó la lumbre Sujete su trago y póngase cómodo, y fue jalando el que vamos a despegaaaaaar”. Ese era humo seco y el momento más sabroso: cuando verde del chusentía que la mariguana comenzaba rrito que ella a hacer estragos y las dendritas de las misma había neuronas de su cerebro iniciaban una forjado. El disdanza hawaiana. co de Dead Can Y es que necesitaba relajarse, caDance sonaba rajo. Su vida estaba trepada en un en el ambiente como parte del ritual alambre de malabares, entre la oficina, de siempre, como una primera llados divorcios y las broncas de dinero mada del espectáculo que seguiría y que de repente se presentaban. Pero, tendría su desenlace. Siempre sucedía sobre todo, no era fácil ser madre de lo mismo, en los primeros jalones teestos dos chamacos que están en la nía ganas de toser, pero se aguantaba mera edad de la punzada. “Lalo ya va como las machas para que le pegara más duro. Así le había dicho Pablo, en Smoke y ashes, Juliana Auñon. de salida, a sus diecinueve parece que ya está entendiendo la vida, pero, ay la preparatoria, cuando se fumó el primero con él, acunados en el suelo y recargados en las jardineras Susana, ¡Susanita méndiga!”. Por la bocina amplificadora del iPod se instaló Mediterráneo, de azucenas florecidas. La música la había implementado tiempo después, cuando otra amiga, más pacheca que ella, le enseñó de Serrat. Se acordó de Gustavo Cauduro. De su guitarra. De su además los placeres de la mota en solitario y a masturbarse con miembro inmenso devastándola interminablemente en las noches de aquel verano en Cuernavaca. “Ah, maldita sea. ¿Qué hados dedos. Cuando había terminado de entrar todo el humo a sus pul- brá sido de Gustavo?”. No supo nada más desde que sucedió lo mones, la música iba casi siempre en búsqueda del desenlace. que sucedió. Su mente, como un chango, brincaba de un lado a otro. De Seguía alguna pieza previamente dispuesta (en un cassette grabado exprofeso, o en un playlist de su iPod, en estos tiempos de una liana a otra. Ella sabía cómo funcionaba este recreo mental. tecnología digital) según el estado de ánimo que quería provo- Por eso, a sus más de cuarenta y cinco, lo seguía haciendo cuando los hijos le daban una pausa de sábado y se podía escapar carse. Se preciaba de ser una mujer inteligente, madreada por la a fumarse un churrito sin que nadie la viera. Era su válvula de vida, pero no tan pendeja, eso sí. Por eso no había terminado escape, el “punto de purga”, como alguna vez escuchó decir al como la amiga aficionada al orgasmo clitoriano, que acabó ingeniero Gustavo Cauduro en una de sus conferencias, cuando muerta, como supo años después, porque a pesar de la mota y ya no eran nada, y el ahora ingeniero ya no se la cogía en Cuersus autocomplacencias genitales, le siguió metiendo a porque- navaca. “Pero ¿en qué estaba pensando? Ah, sí, en Susana, esta niña, rías más fuertes y se murió —según le dijo el Chubby, cuando se lo encontró casualmente en un Superama— ahogada en su que se va al antro hoy, por primera vez, tan chiquita, parece propio vómito por una sobredosis de pastillas, cocaína y whisky. mentira que ya tenga quince. Cómo pasa el tiempo”. Susanita, que se quiere poner esas minifaldas tan cortitas y ese exceso de Al menos habrá muerto como los del Club de los 27, pensó. Del iPod salió Take Five, puesta a propósito para el segundo maquillaje que se usa ahora. Ese vestido azul, se le veía tan lindo. tiempo, la llegada al aeropuerto: inicio del despegue… “Señores Pero qué bueno que la había convencido para no llevar el rojo pasajeros, bienvenidos al vuelo de Greeeeeeeeeen Airlinessssss, “¿De dónde salió ese vestido rojo tan putanesco?”. Ella no recuergracias por viajar con nosotros, a nombre del capitán y la tripu- da haberlo comprado. “¿Sería su padre? Ese desgraciado que solo
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donde sus desnudeces se hacían una. Él era el chico fresa, nunca fumaba mota como Pablo, y se convirtió en una obsesión. Por eso ella lo asedió, le dio caza acosándolo como algunas tribus del África Septentrional acosan a los leones, sin darle tregua entre la cafetería y el aula, entre la cancha de basket y el estacionamiento, donde lo aguardaba su Volkswagen azul, siempre impecable, nunca chocado, lavado todas las mañanas, aun en invierno, a pedimento de su padre que se lo entregó prestado con esa irreductible condición diaria. Y así, una mañana que lo vio llegar al estacionamiento en su maquinita azul, fue cuando le habló por primera vez, porque él iba en el sexto be y ella era del sexto a, y era invierno y hacía frío y aunque Gustavo siempre aparecía en el cuadro de honor y sabía —e intuía— que ella era una de esas loquitas que había que evitar a toda costa. Y, sin embargo, ella se le fue metiendo como una hiedra venenosa, sembrándole de sonrisas el estacionamiento con fondo azul de invierno, de dos grados centígrados sobre cero a las diez para las siete de la mañana, haciéndose de él, llenando de confianza su cuerpo de poste basketbolista para que, finalmente, faltando dos minutos para las siete de la maldita clase de cálculo diferencial integral, el volskvaguencito impecable enfilara hacia los volcanes, impetuosos y enhiestos, que se alcanzaban a ver sobre la Calzada de Tlalpan. ¡Uhhhh! Fue tal su vehemencia que tiró la cerveza de la mesita, pero sus reflejos no estaban tan mustios y la levantó en seguida, derramando solo un poco de líquido. Fue por un bonche de magitel a la cocina, que enrolló en su mano de mamá y secó los restos. Mano de mamá. Su pensamiento quedó fijo en esa frase. Susana se veía tan bonita, tan dulce. Le dijo que no tomara mucho, que tuviera cuidado, que en los antros no todo lo que te sirven es lo que es, y hasta le dio una guadalupana bendición como cuando la dejaba en la escuela. “Pero, ¿por qué diablos los chicos de ahora todo lo confrontan?”. Se fue, toda trompuda y enojada; si lo que le había dicho su madre fue porque ella ya pasó por esas. Lou Reed la regresó a su viaje. Dio un trago grande a la media cerveza que le quedaba. Sattellite is gone, up to the sky, decía Lou. “Esta mota de ahora pone más duro que las de antes ¿le echarán algo?”, le dijo una dendrita a una neurona de su cerebro, y se imaginó la escena. La risa fluyó, sola, irremediablemente sola en esa casa, casa de una doble-divorciada con dos niños. ¿Eran niños?, ya no. Tenía que aceptarlo. Pero Cuernavaca apareció otra vez, con su Zapata en caballo volador en la entrada de la carretera libre, que le impactaba cada vez que lo veía, con su machete en la diestra reclamado tierra y libertad. Pero mejor aún, las quesadillas de Tres Marías, y la consumación de la pinta con un beso tierno que le plantó a Gustavo, así como así, mientras él miraba sin ver los cerros cubiertos de nieve de enero. La luz azul de la complicidad los abrasaba hasta que llegaron a la casa de Civac. Les abrió la reja de herrería el velador y Gustavo, en corto, cuando bajó de la nave azul, le dio discretamente un billete con
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los maleduca cada vez que los ve. A Lalo lo sobrecompensa y malcría: ¿qué diablos hace regalándole ese carro? Que se espere a que termine la carrera, porque la prepa es una cosa, pero la carrera es otra ¿qué tal que no le gusta?”. No, sus hijos ya no son unos niños. Susana se fue hace rato con su hermano, al antro, por primera vez. La primera vez que se pone esos tacones tan altos “Jajaja, casi se cae, jajajaja”. Y aunque la visualizaba con ternura, volvían las carcajadas. La pequeña Susana, con sus quince años recién cumpliditos, su cuerpo delgado y fresco, con toda la lozanía que da la primavera de la vida, “todo en su maldito lugar”, pensaba. Las carcajadas cedieron a una risa floja con algunas lágrimas de remanente y dieron paso al primer aviso de su laringe que pedía a gritos algún lubricante líquido. Estaba totalmente relajada; el viaje encontraba su punto de equilibrio: “Señores pasajeros, su atención por favor, en estos momentos estamos alcanzando el nivel de altitud correcto. Usted puede desabrochar su cinturón de seguridad, encender sus aparatos electrónicos y, si así lo desea, tomar un trago en nuestro bar. Disfrute su vuelo”. Una risita mustia salió de su cuerpo, ese que alguna vez fue, inclusive mejor y más voluptuoso que el de Susana. “Mi cuerpo es mi templo, amiga”. Claro que fue su Templo de la Perdición. Vaya que le dio vuelo. Cuando tenía la turgencia de su hija, ella ya se había acostado con la mitad de los chicos de la prepa del Simón Bolivar, se había fumado los suficientes churros de mota para saber distinguir sus diferentes tipos y sabores: White Widow, Moby Dick, Golden Acapulco, Sensei Star, y había experimentado con ácido lisérgico casero que un noviete hacía, con una mezcla rara de elementos robados de la tabla periódica en los laboratorios de la Facultad de Química en CU. En una escapada se había ido a probar peyote a Real de Catorce con su amiga digitadora de orgasmos clitorianos y un par de subnormales más y cada fin de semana, inequívocamente, armaba un reventón en el Vogue o en el Bandasha (cuando era El Bandasha), donde corrían ríos de ron Bacardí Añejo y terminaba por acostarse con el que pudiera aguntarle el paso, hasta que recalaban, a las seis o siete de la mañana, para el monchis, en el Gran Rábano, comiendo una pancita picosa y caliente y alternando con la peluzada de Mixcoac. Cuando terminaba de pensar esto, que era como una vivencia, ya regresaba de la cocina donde, como una autómata, como un robot del siglo veintitrés, había sacado una botella de cerveza del refrigerador, destapándola como camionero experto del siglo pasado y deglutiéndola como educada dama de estos tiempos. Era un trago largo, y sintió cómo la epiglotis se abría para dejar paso al líquido amarillo burbujeante, que caía en una cavidad reseca, ávida de humedades, como una selva virgen. “Gustavo, ay, Gustavo, ¿qué fue de ti?”. Solamente se acordaba del ingeniero cuando estaba drogada. Tal vez era parte del encanto de fumar la yerbita que ataranta y relaja. Se tiró del todo en el sofá y dejó que sus dendritas locas se fueran lejos, lejos. Tan lejos como el lugar donde estaría Gustavo, más allá de la casa de Cuernavaca, llena de buganvillias groselleantes, con su alberca
d e v e z e n c u e n t o la cara de la Corregidora, diciéndole que tenía que hacer una tarea de cálculo diferencial integral con la señorita, que pronto llegaría el resto de los compañeros, que regresara a su casa por hoy y que no le dijera nada a su papá. Aunque era enero y hacía frío a pesar de estar en la parte cálida del pueblo, sus cuerpos se trenzaron desnudos más buscando calor para enfriar la pasión. Se metieron a la alberca llena de buganvilias yermas y se besaron con frío para arrasar el calor que el invierno exasperaba. “¿Por qué haces esas caras tan cagadas?”, preguntó ella en el preludio del amor acuático. “Porque es la primera vez que te veo encuerada”, le dijo, con una cara de palurdo sincero, que arrobó su corazón. Lo besó hondo y sintió que por fin entraría a la clase de cálculo diferencial integral con una real motivación para aprender algo. El sol los encauzaba; y acoplados por fin, abrasados como caracoles marinos y hermafroditas, ella sintió el poderoso tentáculo que la interrogaba por dentro, y vio el sol y el cielo azul de invierno de Cuernavaca, y a pesar de que ni siquiera era medio día, vio estrellitas. Así estuvieron en ese día que ella nunca olvidó. A partir de la pinta de Cuernavaca, Gustavo salió con ella todo el verano y la llevó a sus juegos de basket donde oficiaba de poste, pero ella detestaba que la confundieran con una porrista sin borlas ni uniforme. Por más que intentó caminar por el lado correcto de la acera, la fiesta en el Bandasha la llamaba y la seducía como un gitano agazapado prometiendo buenafortuna. Cada viernes ella le rogaba que salieran, que fueran a la disco a bailar; que regresarían temprano y sobrios, pero él argumentaba el juego del sábado y que no podía desvelarse, y que no le gustaba tomar, y terminaban tomando café, en la casa de ella o la casa de él, viendo televisión como esposos antiguos. Ella comenzaba a quererlo y a descifrarlo como una de las derivadas de cálculo diferencial. Le gustaba cómo era; su seriedad, su compromiso inherente a una disciplina de militar que tenía muy clara para convertirse en ingeniero. Tanto le atraía Gustavo, que hasta pensó en cambiar de vida, dejar la fiesta y pasarse del lado de las señoritas fresas, educadas y estudiosas que no salían de casa, salvo a la escuela y a tomar un aséptico café en VIPs, de la mano de su novio formal. Pero el gitano agazapado saltó y la atacó una noche. No pudo más y se fue al Magic con la recua de amigos de siempre. Era tal su sed de fiesta que terminó congestionada de Bacardí en el baño de damas. Gustavo la rescató, a pedido de sus amigas que lo despertaron con una llamada telefónica para que fuera por ella. “Si tanto te gusta la fiesta y las discos, no tiene caso que sigamos”, le dijo Cauduro después de cuidarle la borrachera aquella mañana, con alka-seltsers y aspirinas, renunciando a sus labores de basketbolista. Y ella puso cara de circunstancia, como si fuera la ofendida. Y el verano con Gustavo se acabó en septiembre, justo en las preliminares universitarias, porque ella no supo dominar su orgullo indomable. Porque ella decidió ser libre de cualquier yugo. Libre de cualquier control. “Señores pasajeros, su atención por favor: en estos momen-
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tos estamos descendiendo y nos preparamos para el aterrizaje —a la puta realidad—, por favor prepárense para el descenso con un rico monchis en la cocina”. Con toda la hueva del mundo, como cuando se va al lavabo de primera clase en un vuelo transatlántico, se dirigió a la cocina a prepararse unas quesadillas —o lo que hubiera en el refri. Tenía la boca pastosa y seca; la cerveza que tomaba se había calentado. Sonaba Stix en el amplificador del iPod “…These are the worst of times, I do believe it’s true…” Tenía más hambre que ánimo para cantar el estribillo del final. Abrió la puerta del refrigerador doble, encontró una especie de prosciutto en el compartimento de las carnes frías, arrancó una loncha y se la llevó a la boca de manera apremiante, en lo que buscaba algo de pan en la alacena. De repente, sin aviso previo, escuchó ruidos en la cochera: un auto que llegó a la carrera, el ruido de la puerta eléctrica, voces y gritos. ¿Gritos de Lalo y Susana? ¿Seguía pacheca o eran realmente sus hijos los que vociferaban en el garaje? Las voces de Lalo le confirmaron que su vuelo aterrizaba de emergencia. Cuando lo vio por la ventana de la cocina, cargando a Susana semiinconsciente, salió corriendo al encuentro de sus dos vástagos. Vio a Susana, en brazos de su hermano, despeinada y pálida, los ojos medio abiertos con el rímel corrido. El vestido azul, que unas horas antes lucía flamante, ahora tenía rastros de un vómito amarillo granulado. “¡¿Qué pasó hijo?!”. —Nada, mamá, que esta pendeja solo aguantó dos tragos. —¡Eduardo! Respeta a tu hermana —y arrebató a su hija con fervor de madre. Entre los dos subieron la escalera principal con la quinceañera semicolapsada, con una escala en el baño de visitas para que vomitara nuevamente. En ese momento el hermano hizo una cara de hombre de negocios a su madre, como diciendo “yo ya cumplí al traer el bulto a buen recaudo”. Dio media vuelta y ella lo escuchó desandar sus pasos hasta subir al auto y arrancar en la noche. La niña amagó una arcada más. Sus ojos eran rendijas con rímel negro que formaba nervaduras como ríos. Ella la arropó con sus brazos y la besó en la frente al tiempo que limpiaba con una toalla parte de las suciedades granuladas. Cuando sintió que su hija se recuperaba un poco, se incorporaron lentamente y la llevó, despacio a su recámara. La desvistió y la metió a la cama. Susana era un pequeño fardo. Aprovechó entonces para ir a la cocina. Cuando bajaba la escalera sintió su cuerpo cansado, como cuando se regresa de un viaje transatlántico de madrugada, con jet lag y en clase turista. Como un relámpago vio a Susana, prístina y nerviosa, enfundada en su vestido azul. Luego se vio a sí misma, en las fiestas del Bandasha, caminando por la barra, borracha y perversa. Al final vio a Gustavo, el que no la quiso, el hombre que ella amó sin que ella misma lo supiera. Una lágrima lánguida escapó por la pradera de su mejilla. Buscó entonces una botella de agua fría, un vaso y alka-seltsers. Los necesitaría al subir al cuarto de Susana. Tropo
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bía una nota sobre la represión policiaca de una protesta civil en la ciudad de Río de Janeiro. Páginas después se leía una acusación de corrupción sobre alguno de los políticos locales. Y, finalmente, tras varios minutos de hojear el periódico de aquel sábado, Jarbas dio con la nota: Periodista jubilado recuerda los años oscuros vividos durante la dictadura militar. Seguido del encabezado se veía a un hombre de figura ligeramente encorvada y de corta estatura, vestido con un saco hecho a la medida y camisa y corbata de color amarillo mate. Unos ojos grises, bien abiertos, siempre atentos, estudiaban a su audiencia. Tres mujeres y dos hombres. Todos mantenían una postura seria e inquisitiva ante lo que el periodista les contaba. No había nada de qué preocuparse: ni uno de ellos tenía pinta de milico o de policía militar encubierto. Aun en el siglo XXI, esos cabrones no eran de fiar. En los cuarteles no pasa el tiempo —solía decir Jarbas—: el ser humano vale lo mismo que hace 40 años. Su rostro serio, enmarcado por unos amplios anteojos con armadura dorada, mostraba permanente inquietud y vigilancia de su entorno. Sin embargo, el paso de los años había logrado impregnar en sus facciones un terrible e inevitable cansancio. Jarbas empezaba a leer la nota cuando escuchó el sonido de la campana del Ministerio de Marina, que anunciaba el medio día. Intentó ignorarlo, concentrarse y seguir leyendo. Pero el efecto de aquellas vibraciones ya se había infiltrado en su organismo. Los poros de sus antebrazos y su espalda baja se abrieron instantáneamente; sus dientes se apretaron. Gotas de sudor resbalaron por las cejas, y en los ojos grises de aquella mañana nublada se dibujó el rumor de un trueno interno, perdido en las profundidades del inconsciente, y que ahora se revolvía en su estómago. “¡Basta!”, exclamó. Cerró el periódico de golpe y lo colocó violentamente sobre la mesa, se quitó los anteojos y se secó la cara con la servilleta de tela. Después de unos segundos, se calmó un poco, y volteando la vista hacia la ciudad, recurrió a la vieja técnica de exaltar los atributos de cualquier situación para reprimir el recuerdo. Esbozó una sonrisa trémula que no terminó por convencerlo. “Hora de comer”. Se dio vuelta y cruzó apresurado la sala de estar rumbo a la cocina. Aún se escuchaba el eco de los últimos martillazos de la campana. Apagó la estufa y auxiliado por una cuchara probó los frijoles. Meditó unos segundos y, finalmente, decidió
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n el ambiente se alcanzaba a respirar el aroma de los frijoles recién hechos. El vapor se escapaba por una de las aberturas de la olla mal tapada. En otra olla pequeña se terminaba de cocer un arroz temperado con ajo y cebolla, al mismo tiempo que se escuchaba el rumor de la calabresa y el tocino friéndose en aceite de palma. El trabajo estaba hecho, pensó Jarbas mientras se secaba la frente con una servilleta de tela. Hacía tiempo que el viejo periodista cocinaba feijoada todos los días para el almuerzo, y nunca paraba de buscar el sabor perfecto, la correcta combinación de los sabores. Una sonrisa llena de suspenso se dibujó en su rostro al pensar en la posibilidad de haber superado su receta. Se frotó las manos mientras cruzaba la casa con paso emocionado, casi saltando, hasta llegar al balcón de su departamento del piso número 27 para instalarse en su hamaca y terminar de leer el Jornal de Brasilia. Nubes inexpresivas se posaban sobre el paisaje donde destacaba la iglesia y, más adelante, la explanada de los ministerios, con aquellos edificios blancos, erguidos, representando la fortaleza del Estado brasileño. En la portada se encontraba la foto de Neymar Junior, acompañado de la frase Herói do Brasil. Jarbas no le dio mucha importancia. Se había acostumbrado al indómito fenómeno de la cultura popular que, paradójicamente, se empeñaba en mantener al pueblo en una abstracción ensimismada. El grupo se dividía y se desbarataba en miles de individuos insignificantes. Haciendo un cálculo mental, Jarbas pensó que, entonces, la primera plana sería el mundo de lo visible, aquello que es percibido por todos. En cambio, las páginas subsecuentes, esas que hablaban de política o economía, serían algo que quedaba más allá de los sentidos y la comprensión del pueblo, especialmente ahora que todo Brasil se encontraba sedado por la fiebre mundialista. La droga que exaltaba los sentidos de lo visible, anulaba, al mismo tiempo, los sentidos secundarios, la percepción de aquel que se esconde, de aquel que hace daño. La estupidez masiva daba la pauta para el atraco a gran escala. Mientras el pueblo estaba distraído, se establecían los retenes y se colocaban los micrófonos detrás de las paredes. Jarbas siguió leyendo el periódico. En la página ocho ha-
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d e v e z e n c u e n t o agregarle una pizca de sal. Espero que le guste, pensó Jarbas. Un profundo silencio tupió el ambiente. Ni siquiera se conseguía escuchar el rumor de los automóviles que transitaban las gruesas avenidas de la capital. Ya había dejado de sonar la campana, pero su eco resonaba aún en las orejas, los pómulos y las costillas del recuerdo, de la pesadilla. “¿Y si tan solo no hubiera escrito aquella nota?” A menudo se reprimía con aquella frase, siempre el mismo cuestionamiento sobre un hecho sucedido cuarenta años antes. A veces era una nostalgia fugaz sobre una vida que le fue arrebatada. El debate interno se resolvía con la distracción: la limpieza de las ventanas, la lectura de sus novelas preferidas, o la cocina. Sin embargo, dicha pregunta se había vuelto más recurrente en las últimas semanas. Y la nostalgia se extendía por todos los rincones, obligándolo a salir y caminar un rato para evitar caer en la ira desproporcionada. Jarbas conocía bien el origen de esa reciente intranquilidad. Se remontaba a la invitación de la Comisión de la Memoria y la Verdad del Sindicato de Periodistas. Estaban haciendo un documental sobre la tortura a periodistas durante la dictadura militar. Pero no solo le hicieron una entrevista, sino que también le pidieron su colaboración en la captura de los testimonios de algunos de sus colegas. De modo que estas últimas semanas habían sido una mezcla de llamadas telefónicas, entrevistas y reuniones con testigos —algunos más vivos que otros— de la crueldad y el autoritarismo fascista del siglo XX. Justamente, el día anterior, él había estado presente en el foro mundial de derechos humanos en el centro de convenciones donde también ofreciera un discurso la misma Dilma Rousseff. Jarbas tomó nuevamente el periódico y volvió a leer el título de la nota: Periodista jubilado recuerda los años oscuros vividos durante la dictadura militar. Una mueca de desagrado apareció en su rostro y gruñó. “Años oscuros, ¿qué carajos quiere decir eso?” Si todo hubiera estado oscuro no recordaría los rostros que lo atormentaban día y noche. No tanto el rostro, a veces cansado, a veces furioso, de aquellos retrasados mentales, hijos de puta, que tanto lo hicieron gritar y doblarse sobre sus costillas. No, era más bien una imagen terriblemente viva en su memoria. Cuando la trajeron, ella se mantenía erguida, orgullosa frente a los insultos, las escupidas y los golpes. Incluso, durante el descanso, cuando sus tristes captores salían a fumarse un cigarro, ella intentaba darle ánimos. “Resiste compañero, no dejes que te quiebren”, solía decirle. Si tan solo no le hubiera hablado. Así no recordaría la voz, tan dulce y comprensiva, de aquella que un día regresara con el rostro vacío después de que los cuatro cabos hubieran trabajado arduamente sobre ella. Fue aquel cambio, aquellos ojos drenados de esperanza, drenados de vida, lo que no lo dejaba dormir por las noches y lo atormentaba, incluso mientras el teniente Pereira buscaba sacarle a golpes la dirección de Carlos Marighella, como si su paradero se encontrase entre el hígado y los riñones.
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Sirvió dos platos de feijoada, ambos acompañados por una guarnición de arroz y ensalada, y los colocó en una charola de madera. Sacó del refrigerador dos latas de Coca Cola y las colocó también ahí. ¿Pero qué les podría contar? Si él no era militante de ningún grupo de choque. Su único pecado había sido no entender aquel repetido axioma pregonado en la casa y en la escuela: había que ser obediente y, sobre todo, no hacer demasiadas preguntas. Pero Jarbas nunca aprendió, ni con los castigos ni con los reglazos de los profesores, quienes se enfurecían al escuchar la inacabables interrogantes que generaba. Tal vez haya sido por eso que sus mejores notas fueran en matemáticas, una materia a base de leyes, fórmulas y constantes. No había necesidad de preguntar tantas cosas porque las instrucciones ya estaban dadas, simplemente había que acatar el camino trazado para no ser castigado por el maestro. De hecho, fueron las mismas matemáticas, o más bien la lógica, lo que lo llevó, en sus primeros años de periodista, a realizar una operación mental y otra pregunta, la última que haría, que lo llevaría a los grilletes y las sesiones diarias con los militares. ¿Dónde están nuestros presos?, decía el titular de la nota en donde se cuestionaba la veracidad de los reportes oficiales que garantizaban una disminución de 50% en la población carcelaria, en una época en que si mirabas feo a un policía eras arrestado. ¿A dónde se los llevan? Era otra de las preguntas que Jarbas le hacía al régimen. La respuesta no se hizo esperar. Apenas fuera publicada aquella nota, tanto él como el editor fueron despedidos sin previo aviso. Aquella misma noche, en vez de estar cenando con su novia, como era costumbre, se encontraba engullendo, uno tras otro, los golpes del teniente Pereira en aquel sótano del Ministerio de Marina. En el camino hacia su antiguo departamento, dos carros le había cerrado el paso, un hombre lo invitó a entrar en el asiento trasero mientras posaba la mano izquierda sobre su hombro. Normalmente Jarbas hubiera protestado de no ser por el revólver contra su costado. Con el tiempo, el recuerdo —sobre todo aquel que se busca reprimir— se destiñe cada vez más de sus características sensoriales. Sin embargo, con algo de disposición y tiempo, aquellas sensaciones terminan siendo conceptualizadas en la mente del individuo y se solidifican con los años. Para su desgracia, Jarbas —escritor cuyo género predilecto era la crónica— recordaba perfectamente los padecimientos de aquellos años oscuros que se anunciaban en el periódico. Su captura y su condena habían sido el fruto del hábito de escribir. Cómo olvidar las sofisticadas técnicas del sufrimiento usadas sobre él. Porque no todo se quedaba en meros putazos al rostro e hígado ni patadas en los huevos. Estos cabrones también se esmeraban en quebrar la moral de los prisioneros. Como cuando le empezaban a decir que estaban observando a su “noviecita” en su camino a la facultad. “Mas que linda que tá essa garotinha né”. Lo peor era cuando el teniente Pereira le comunicaba, en el tono más serio posible, que estaba de mal humor. Como cuando le
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nar de la campana del Ministerio de Marina. Esa campana que, durante años, anunciara puntualmente el inicio de una nueva sesión de tormento. Jarbas tiró el periódico en la basura. Caminó hasta donde estaba la bandeja del almuerzo y vio que la comida se había enfriado un poco. Diligentemente recalentó ambos platos en el microondas, los forró con papel aluminio, introdujo el almuerzo en una bolsa de plástico y tomó el ascensor interior de su departamento para llegar hasta su auto. Saludó al guardia del portón como lo hacía todos los días; transitó a una velocidad moderada hasta los límites del ala sur. Pasó por el aeropuerto internacional Juscelino Kubitschek donde se podía ver las filas de “gringos” que llegaban a presenciar la gran fiesta deportiva: El mundial, Brasil 2014. Tomó la desviación por el camino de tierra que lo llevaba hasta su finca, cruzando el portón de fierros oxidados, hasta el pórtico de la gran casona de sus padres y el corredor repleto de fotos familiares. Luego bajó por la escalera de caracol y abrió la puerta de doble cerradura que llevaba al sótano oscuro, iluminado apenas por una escotilla que daba al patio interior. Allí, sentado dentro de una pequeña celda, se encontraba un viejo decrépito con el pelo desaliñado y una enorme barba blanca. A un lado de la celda, se encontraba una mesa de madera y un par de bancos. Sobre la mesa había un radio, que sintonizaba una estación vacía, produciendo un ruido permanente, infinito. Jarbas disminuyó el volumen. Se aproximó a las barras metálicas, depositó en el piso uno de los platos forrados de aluminio, acarreó un banquito de madera que se encontraba a unos metros de distancia mientras decía: “espero que le guste, creo que es la mejor feijoada que he hecho”. El hombre de la barba blanca recogió en silencio su comida y se sentó en el suelo, encorvándose sobre el plato. “¿Qué no va a darme las gracias, soldado?”, lo interrumpió Jarbas. Lentamente se levantaron dos ojos verdes oscuros, vencidos, obedientes ante su captor. «¿Hace cuánto que nos conocemos soldado, 30, 40 años? Tanta historia juntos y todavía no podemos tratarnos como gente decente. ¡Qué bárbaro! O puede ser que por pasar tanto tiempo delante de gente encadenada se te olvidó cómo se socializa. A mí ya se me olvidó». Jarbas le quitó el forro de aluminio a su plato y engulló un par de cucharadas. «¿Qué, ahora no vas a comer? Si no te empiezas a tragar la comida en este instante voy y busco los anillos». El prisionero bajó un poco más la mirada y se dirigió a su plato. «Pero qué blando se ha hecho usted soldado. Apenas le alza uno la voz y ya se siente. ¿Recuerdas lo que te dije, el día en que me soltaste? Ya no te acuerdas, ¿verdad? ¡Qué bueno! Te dije que nos volveríamos a ver, y que llegaría un día en el que no pudieras recordar nada de tu vida más que el agujero en el que te iba a meter». El prisionero volteó sus ojos hacia abajo, recogió lentamente su plato y comenzó a comer. Llevaba la comida con sus dedos a la boca. «Apuesto a que no te acuerdas ni de tu nombre. Pero de mí si te acuerdas, ¿verdad? ¿Verdad que sí?... teniente Pereira”. Tropo
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dijo que “esa niña” les había jugado una mala pasada. Siempre hacía lo mismo, el teniente Pereira, el soldadito Pereira. Le gustaba darle mil vueltas a las cosas para confundirlo. Además, se hacía el bueno, el comprensivo. Un día le decía que le había agarrado cariño, y al siguiente le informaba que al cabo Martínez y al sargento Ochoa les hacía falta ejercicio, y ellos lo reventaban. Después se acercaba él, comprensivo, mirándolo con sus profundos ojos verdes mientras le limpiaba el rostro ensangrentado. “Lo siento, de verdad, lo siento”, le decía. “Una cosa es que te puteen, pero que tu novia te haya olvidado tan rápido es otra cosa”. ¿Y ahora de qué carajos estaba hablando? “Pues sí, verás que la vimos caminando con un muchacho, Raúl me parece que se llama”. Y los cabrones se sabían los nombres de los compañeros, eso era lo que más lo jodía, que supieran cosas. Pero ella y Raúl eran amigos, siempre lo habían sido. Su relación con Raúl no era íntima pero lo respetaba y seguro que no habría hecho tal cosa. “El otro día, los vimos tomados de la mano”. Un surco de rabia se formaba en la sien del joven Jarbas, y el sudor le resbalaba por la espalda. “Pero, ¿qué pasa? Te enojas tan rápido. Eres muy mal pensado Jarbas. O qué no sabes que los amigos pueden estar tomados de la mano”. Otra vez, este hijo de puta con las vueltas. “No, pero tienes razón, es una puta, Jarbas. Seguro que le dice cosas obscenas al oído. El otro día se metieron juntos a la casa de Raúl y no salieron hasta una hora después. Claro que podían haber estado haciendo tareas, pero… bueno, tú lo sabes mejor que yo, que no es lo más verosímil. Después de todo, ya pasaron dos meses. Probablemente piensa que estás muerto”. “Morto” se dijo para sus adentros, mientras releía la frase entrecomillada, que lo citaba a él en su charla del día anterior. En efecto, una de las técnicas que lo ayudó a sobrellevar sus días de prisión y tortura fue morir. Una vez que se muere, ya no se siente dolor, ya no se siente remordimiento ni esperanza. Pero tuvieron que pasar muchas cosas antes de morirse. Pero ¿cómo lo entenderían estos pendejos universitarios? Estaban sentados frente a él con sus plumas y sus libretas, atentos a los relatos de un hombre que no sentía nada porque ya no existía. ¿Qué podrían saber ellos, del Escovão, o del Pau de Arara, la picana y las quemaduras de cigarro? O cuando traían a los perros. Lo desnudaban y lo colocaban con los brazos y las piernas extendidos, amarrado a una cruz. El entrenador le daba la señal al sediento can, y éste se lanzaba hacia él para abocanar sus genitales. “Se podía sentir el calor de la boca de aquel perro”, contaba Jarbas a su pequeña audiencia. Y luego llegaba el sádico soldado, igual de entrenado que aquel perro, y le decía en un tono burlón: “Cuidado que te va a arrancar tu juguetito”. Eso, aun muerto no se olvidaba. El presente y el futuro no tienen importancia. El dolor de los muertos se encuentra en el pasado, aquel pasado grabado en el recuerdo del alma y de la piel. Ese recuerdo inherente a la existencia, que lo hacía estremecerse cuando se encontraba en un lugar muy cerrado y con poca luz, o cuando escuchaba el reso-
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Carlos Hurtado (1955-2015) Miguel Meza
P
robablemente, Carlos Hurtado minimizó su importancia dentro de la historia de la literatura cancunense, él, que tanto aportó para su conocimiento. Y quizá muchas veces se dejó vencer por un rasgo de carácter muy suyo oscilante entre los entusiasmos arrebatados (impulsores de sus buenos proyectos) y el desaliento a veces morboso (causa de sus eventuales parálisis creativas). Quedará para nuestra incipiente historia literaria local, sin embargo, su rol como precursor en el reconocimiento de los primeros autores del patio y el impulso decidido a la obra de estos al compilar y difundir sus trabajos en la colección Cuadernos de Cancún. Editados de manera artesanal por el propio Carlos en su casa, estos cuadernos eran modestas hojas con ilustraciones alusivas a los textos (poemas y cuentos en su mayoría) impresas en papel de distintos colores y engrapadas a mano. Así, de 1992 a 1996, nos dimos a conocer muchos de quienes empezábamos a pergeñar letra impresa con afanes creativos, y se difundieron autores con más trayectoria pero casi inadvertidos. Ahí surgió también la idea de editar la primera antología de escritores cancunenses Voces de ciudad joven, en 1995, a propósito de los 25 años de creación de la ciudad. La obra ha resultado fundamental para rastrear la historia literaria local, pues consigna una etapa inicial del trabajo creativo en una ciudad como Cancún, en ese entonces con pocos asideros para arraigar una tradición cultural en el área de literatura. Quien revise este volumen podrá constatar la seriedad al encarar el reto, pues podrá comparar la calidad de las voces aparecidas entonces y
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Fotografía (detalle): D! New Magazine.
la evolución de muchas de las que continuaron expresándose. Como escritor solían flagelarlo ciertas inseguridades a las que supo reponerse explotando sus mejores atributos: un excelente oído para el diálogo y reproducción coloquial del habla; un sentido del humor sesgado, algo taimado, pero certero; y una mirada corrosiva y crítica sobre nuestra realidad social y política, de una efectividad contundente. Así lo demostró primero en su libro Crónicas de Cancún publicado en 1996, selección de textos de la columna del mismo nombre aparecida de 1993 a 1995 en el periódico Por esto! de Quintana Roo, donde desnudaba con amenidad e ironía abusos de políticos y taras sociales incrustados en nuestra realidad.
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Quedó demostrado asimismo en su obra Cancún, todo incluido (la primera novela sobre Cancún y auténtica precursora de nuestra literatura) en cuyo prólogo a la primera edición (la de 2001) escribí que se trataba de “una obra realista de intriga política muy actual con un mundo verosímil de personajes creíbles, casi identificables. Desde el inescrupuloso círculo empresarial de los hoteleros hasta los entretelones de la conjura política de alto nivel —pasando por la corrupción de una lideresa de colonos, el fenómeno del desempleo y el arribismo de una madre de familia de clase media—, la novela da cuenta también de la prostitución infantil en la zona de tolerancia y el consumo de enervantes entre los poseedores del poder político y económico”. Menos suerte corrió tal vez en la realización de su segunda novela Otra vez Las Margaritas, de 2009, obra ciber-epistolar donde hace una reflexión crítica sobre el cansancio natural de la relación conyugal, y una defensa del amor, la pasión y las aventuras extramaritales a partir del encuentro de dos enamorados a través de Internet luego de treinta años de distanciamiento. Es una novela amena y atractiva debido a la capacidad del autor en el manejo de diálogos chispeantes, a su sentido del humor ocurrente y a la estructura lineal de la obra. No obstante, la preocupación del autor por darnos a conocer su vehemente defensa del amor libre y la exposición detallada de la crisis matrimonial del siglo XXI en boca del narrador, descubren insuficiencias en la forma, aunque el interés por la historia nunca decae. Distanciado del amigo por muchos años debido a intereses y afanes opuestos, me llegué a enterar sin embargo de algunas contingencias de su devenir, como suele ocurrir en una ciudad
tan pequeña donde “todo mundo se conoce”, pero cuyos habitantes también pueden alejarse como si vivieran en megalópolis laberínticas. Así, supe de sus altibajos empresariales, de su pasión por las aves exóticas y las artesanías, de su interés por la discusión social y el activismo político, de su paso por la dirección del Instituto para la Cultura y las Artes del Municipio Benito Juárez. en 2011, donde se dice que destacó por el rescate del edificio que albergaba el infortunado teatro de la ciudad para convertirlo en un espacio cultural pujante y activo. Genuinamente desprendido y generoso, Carlos resaltaba por una cualidad que nadie puede escatimarle: ser muy amigo de sus amigos. La experimenté en carne propia en un momento en que mi estrella era opacada por nubarrones existenciales, cuando (allá por 1998) me ofreció dirigir la revista literaria TROMPO a la uña (el nombre original de ese primero y único número y antecesora de la presente publicación) y luego accedió a mi petición de rescatar la Casa del Escritor recién fundada por él, proyecto que cambió mi vida en la siguiente década y que él había comandado escasamente solo el primer año (presa en ese entonces de los vaivenes anímicos referidos). En su muerte ocurrida el sábado 17 de enero a consecuencia de un cáncer en el hígado (detectado seis meses antes) hay un retrato fiel de su personalidad y manera de enfrentar los hechos. Según relata su familia, Carlos, consciente de la incurabilidad de su mal y luego de ver por fin reunidos a sus hijos y a su nieta, desestimó seguir ingiriendo los medicamentos proveedores de una inestable extensión vital… y se dejó ir, en una decisión mezcla de valentía y desaliento resignado, pero también dignidad humana ante el sufrimiento. Tropo
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La seducción de los instantes Rodolfo Novelo Ovando En mi persona se descubre tu memoria, y se delata hiriente, seducción que no se grita, mientras la crueldad nos observa en lo distante contraponiendo el desenlace y lo sonoro del olvido. Desintegrar tus besos es el hecho más cobarde, lo mismo da el ayuno y la nostalgia cuando el silencio se desliza por la pared grisácea de la espera. Significamos lo evidente del deseo, pero perdimos lunas y salitre al no intentar la seducción de los instantes. Tú vienes cada noche con tu herida pero yo muero de sombra, de futuros vetados y oscura pertenencia a tu silencio.
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Rodolfo Novelo Ovando (Chetumal, 1976). Poeta. Licenciado en administración. Ha sido Director de la revista literaria Abisal y jefe de departamento de fomento a la lectura. Ha publicado 5 poemarios. Su obra aparece en la antología Mapa poético de México. Del Silencio hacia la Luz (2008) y en el libro colectivo Nuestros Autores para Salas de Lectura (2010). Ganador del concurso de publicación de Obras del Fondo Editorial del I.Q.C. en 2001 y 2002. Ganador del Premio Juan Domingo Argüelles, 2007. Mención de Honor en el Concurso de Cuento Corto Juan de la Cabada, 2011. Actualmente estudia una maestría en educación y es profesor en la UQROO.
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Muerte de la memoria Cynthia Gabriela Puc Hernández I El octogenario bebió su taza de café, fumó el último cigarro de la noche, terminó de leer la novela que había empezado a sus sesenta años y se sintió orgulloso. II Se dirigió al dormitorio, no sin antes agarrar un vaso de la cocina y llenarlo con lo equivalente a un trago de agua; subió las escaleras con vaso en mano y con la derecha se sostuvo del viejo barandal de acero. Aquel que tenía esas decoraciones de leones abriendo las enormes fauces. III Giró la perilla de la puerta y entró al dormitorio, se tomó el agua y asentó el vaso en el buró, al lado del retrato de su difunta esposa de ojos verde vitral. IV Colocó la silla en su lugar y se subió sobre ella con suma delicadeza, colocó la soga en una de las vigas de madera del techo y la amarró. V No tuvo el valor necesario para su suicidio. Se acostó más temprano de lo normal y cerró los ojos. A la mañana siguiente, aquellos no se abrieron. Tropo
Cynthia Gabriela Puc Hernández (Mérida, Yucatán, 1992). Estudió Literatura Latinoamericana en la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). Actualmente realiza su tesis sobre la intertextualidad en Aura (1962) de Carlos Fuentes. Radica en Cancún.
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¿Existe el destino? Héctor Hernández Ortiz Me he dado cuenta que hasta quienes afirman que todo está predestinado y que nada podemos hacer por cambiarlo miran antes de cruzar la calle. Stephen Hawking
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e dice que en 1883 un joven de Texas llamado Henry Ziegland rompió la relación con su novia y ella, por la decepción, se suicidó1. El hermano de ella, en venganza, le disparó con un revólver, pero la bala no lo mató, solo lo rozó y se incrustó en un árbol. Muchos años después, en 1913, Henry Ziegland decidió cortar aquel árbol usando dinamita, pero resultó que la explosión lanzó aquella bala justo a su cabeza y lo mató. ¿Estaba esa bala destinada a matarlo? Muchas personas responderían que sí porque creen que todos los actos importantes de la vida están ya destinados a suceder y nada se puede hacer para evitar o cambiar la situación. ¿Realmente todos somos esclavos del destino? La respuesta a esta pregunta es más importante de lo que podría parecer a primera vista y sirve como un ejemplo ilustrativo de cómo la filosofía de la vida que tengamos puede fomentar los valores. En este caso nos enfocaremos especialmente en dos: la responsabilidad y la libertad. Si todo acto significativo está predestinado, la responsabilidad y la libertad tenderían a desaparecer. I. Si el destino rigiera la vida, no habría responsabilidad Tal como una computadora no es moralmente responsable de las tareas que está programada a ejecutar, si las acciones estuvieran ya predestinadas, ningún ser humano sería responsable de lo que hace. Adolfo Hitler sería inocente porque no estaba en sus manos evitar el asesinato de tanta gente. Hitler podría haber dado una justificación similar a la de los antiguos héroes de la tragedia griega: “El culpable no soy yo, sino Zeus y el destino, que me ha determinado a actuar así”. Nuestros futbolistas mexicanos no tendrían que preocuparse de fallar en los tiros penales porque ya estaban destinados a fallar; aquellos que nos han robado algún artículo valioso no serían culpables, pues solo estarían siguiendo los designios del destino. Si los actos de la gente son inevitables, ¿por qué castigar más a esos “pobres” secuestradores
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y narcotraficantes enviándolos a la cárcel, cuando ya el destino los castigó obligándolos a llevar ese tipo de vida? Bajo la perspectiva de que el destino se hace responsable de todo, el concepto de responsabilidad no sería muy distinto del que propone Ambrose Bierce en su Diccionario del Diablo cuando dice que la responsabilidad es una “carga desmontable que se traspasa fácilmente a las espaldas de Dios, el Destino, la Fortuna, la Suerte, o el vecino”. Y añade: “Los aficionados a la astrología suelen descargarla en una estrella”. Pero el destino no solo desaparece la responsabilidad penal, civil o moral, también todo tipo de méritos. No tendríamos por qué festejar la victoria de nuestro equipo favorito si ya estaba destinado a ganar. ¿Qué mérito tiene todo aquel estudiante que obtiene una mención honorífica si no tenía forma de hacer otra cosa? Los escritores de las grandes obras literarias no deberían ser admirados porque en realidad ellos no serían los autores: no les quedaba de otra, tenían que escribir justo lo que escribieron. En cierta ocasión el escritor Mark Twain dijo: “Una buena biblioteca no necesita tener libros. Todo lo que se requiere es que no contenga libros de Jane Austen”. Independientemente de la opinión de Twain, no habría por qué rechazar los libros de cierto escritor en particular porque al final de cuentas todos los libros tendrían el mismo autor: el destino. Cicerón en su Tratado del destino menciona: “Si todas las cosas ocurren por el destino […] De esto se sigue que ni las alabanzas son justas, ni las censuras, ni los honores, ni los castigos”. (Sección XVII). Todas las alabanzas expresadas por las mejores cosas que hemos disfrutado, desde buenas comidas hasta obras de arte, tendrían que ir dirigidas solo al destino que las designó. Pero también habría que culpar al destino por esas horribles canciones y películas de baja calidad que hemos tenido que soportar en los últimos años. Contrario a las apariencias, no habría persona más inteligente ni más tonta que otra, nadie tendría mayor habilidad o capacidad que otro para los deportes, el arte, el trabajo o cualquier otra actividad, porque todos nuestros ac-
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tos y obras solo reflejarían el plan que el destino nos trazó. Las compañías de seguros no deberían pagar los daños de los sucesos considerados accidentales, ya que realmente no habría accidentes genuinos, todos esos sucesos estarían determinados de antemano. Una consecuencia grave procedente de la pérdida de responsabilidad basada en la creencia de la predestinación de todas las acciones, es que puede conducir fácilmente a la pereza o al descuido. ¿Para qué se esfuerzan los estudiantes si ya está predestinada la calificación que van a obtener? Sin la influencia directa de la creencia en la predestinación ya hay varias personas que buscan un camino fácil para conseguir las cosas, y su actitud hacia el trabajo no es muy positiva (“Nadie ha muerto por trabajar, pero ¿para qué arriesgarse a ser el primero?”, “Me encanta el trabajo: puedo pasarme horas viendo cómo lo hacen”, “El trabajo es sagrado, por eso ni tocarlo”, “Siempre que tengo ganas de trabajar, me meto en la cama hasta que se pasa”), así que si se suma la creencia de que los resultados de cualquier actividad ya están fijados y no pueden alterarse, se puede fomentar todavía más la actitud del mínimo esfuerzo: “No tiene caso trabajar mucho o esforzarse demasiado si ya está decidido por anticipado lo que voy a lograr y cuánto voy a ganar con eso”. Desde este punto de vista, una dama no debería tardarse demasiado en las tiendas de ropa al elegir sus prendas, ya que al final terminará poniéndose el atuendo que el destino le programó. Quizás una consecuencia más grave es el descuido de la salud o de la vida misma. En la sección XII de su Tratado del destino, Cicerón presenta un argumento que se expresaba en aquella época: “Si tu destino es curar esta enfermedad, la curarás tengas o no un médico; de la misma manera, si tu destino es no curarla, no la curarás, llames o no al médico; tu destino es, o
bien uno, o bien otro; por tanto, no conviene llamar al médico”. Si nuestra salud está predestinada, ¿por qué tomarse la molestia de dejar de fumar y de beber en exceso? ¿Por qué hacer esas incómodas dietas? ¿Para qué invertir tiempo y dinero en consultar a un médico, hacer ejercicio o someterse a una costosa operación? La creencia de que todo está fijado de antemano puede derivar en la destrucción de la responsabilidad y fomentar así la pereza o el descuido. Pero estos no son los únicos efectos posibles originados por la creencia en el destino, la libertad tampoco saldría ilesa. II. Si nuestros actos estuvieran predestinados, no habría libertad Si entendemos por el término “libertad” la capacidad o facultad de actuar según la propia voluntad, parece que todos tenemos al menos cierto grado de libertad. Por ejemplo, podemos decidir si asistimos a escuchar un discurso o conferencia que nos interesa y al hacerlo podemos decidir si tomamos notas o no, o incluso si expresamos cierto grado de aburrimiento. Se dice que en cierta ocasión el político británico Norman Birkett comentó: “No me importa que la gente mire sus relojes cuando estoy hablando, pero es excesivo que además los sacudan para asegurarse de que funcionan”. Sin embargo, si el destino tiene prefijados todos nuestros actos, quienes defienden la libertad de expresión estarían defendiendo algo que no existe porque lo que expresa cada quien ya estaría predeterminado. Todos los actos mencionados antes no serían evidencia de libertad, sino del control que ejerce el destino sobre ciertos actos que parecen voluntarios. De hecho, los mismos partidarios del destino no parecen
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Zapatos atados, Chema Madoz
tomar en serio la fuerza del determinismo porque, como observa G. K. Chesterton, ¿por qué dicen “gracias” cuando alguien les pasa la mostaza? ¿Acaso no estaban obligados por el destino a hacerlo? A este respecto, Martin Gardner en su obra Los porqués de un escriba filósofo escribió: “Tanto Karl Marx como Friedrich Engels eran deterministas, pero esto no les impidió exhortar apasionadamente a la humanidad a elegir una cosa y no la contraria. Stalin no dudó en matar a millones de personas por estar en desacuerdo con él, o por pensar que lo estaban, aunque su filosofía lo obligaba a pensar que aquellos a los que mataba no podían haber actuado de otro modo”. (2001, p. 113). En síntesis, la creencia de que todas las cosas están predeterminadas (el determinismo duro) conduce a consecuencias inaceptables, entre ellas, la disminución o desaparición de la responsabilidad y de la libertad. Por otra parte, constantemente surgen ciertas situaciones que parecen poner en duda la existencia del destino. Dudas sobre la existencia del destino Todas las relaciones de causa y efecto que las diversas ciencias han encontrado parecen ofender al destino, o al menos le faltan al respeto cuando sugieren que él no es el verdadero responsable de los efectos observados. Por ejemplo, todos los días experimentamos esa sensación conocida como hambre. En particular, se supone que el destino ya había decidido cuánto
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tiempo debía durar esa sensación en mí hoy, pero en vez de esperar pacientemente a que el destino la alejara de mí, me apresuré a darle fin consumiendo unos antojitos mexicanos. Pero ¿cómo se puede frustrar la duración del hambre que el destino había programado? En general, ¿se puede evitar lo que ha fijado el destino tomando ciertas precauciones? ¿Por qué entonces las estadísticas indican que cuando se respetan las normas de seguridad (ponerse el cinturón, manejar sobrio, no distraerse, etc.) los accidentes automovilísticos disminuyen, y cuando no se respetan los accidentes aumentan? ¿Pueden nuestras débiles precauciones hacer que falle el infalible poder del destino? La objeción de Stephen Hawking se puede plantear así: ¿por qué mirar antes de cruzar la calle si ya está predestinado lo que va a suceder al cruzarla? Según Hawking, quizás sea porque los que no miran no sobreviven para afirmarlo. Los partidarios del destino pueden presentar una defensa similar a la de aquel antiguo griego determinista que castigó a su esclavo por cierta acción y cuando el esclavo le reclamó y le preguntó por qué lo castigaba ya que era el destino el que lo había obligado a realizar aquella acción, el amo respondió que no era culpa de él, ya que también era el destino el que lo obligaba a castigarlo. Así que la respuesta del determinista a la pregunta de por qué suele mirar antes de cruzar la calle es simplemente que ya estaba destinado a hacerlo. Sin embargo, hay unas preguntas más difíciles de responder: ¿Quién es el que fija el destino de todas las cosas? ¿Qué evidencia hay de que todo está predestinado? ¿Aquel que predestinó todas las cosas podía evitar hacerlo, o estaba predestinado también (en cuyo caso, ¿por quién?)? La primera pregunta es ya suficientemente difícil de responder. Podríamos caer en la tentación de decir que es Dios. Pero al menos desde la perspectiva judeo-cristiana, Dios mismo estaría
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Tres destinos, Remedios Varo.
en contra de predestinar todas las cosas porque Él es justo. Pero sería injusto que premiara a los que obedecen sus sabias normas y castigara a los que no lo hacen, si nadie pudiera evitar hacer lo que hace. En realidad, no habría desobedientes porque todos estarían obedeciendo los actos predeterminados para ellos. Así que no habría a quien castigar, pero tampoco a quien premiar, pues no tendría mérito alguno esa obediencia porque no es “de corazón”, sino por obligación. Ningún consejo, guía ni advertencia divina tendrían sentido si todos nuestros actos ya estuvieran predeterminados y no pudiéramos cambiarlos. No se podría salvar ni reformar a persona alguna porque todas sus acciones futuras serían inalterables. Cuando alguien muere, mucha gente suele decir expresiones como “ya le tocaba”, “ya era su hora”, “ya estaría de Dios” o alguna similar que sugiere que la fecha de la muerte estaba ya predestinada. Pero sería injusto que algunos seres humanos estuvieran “predestinados” a vivir 90 años o más y otros sean abortados semanas o meses antes de nacer. Ahora supongamos que alguien cree en el destino sin atribuírselo a Dios. ¿Quién fija entonces el destino de todas las cosas? Se podría responder algo así como: el cosmos, la naturaleza, o el universo. Pero esta respuesta difícilmente ayudaría porque el universo mismo (por tomar uno de los casos) estaría predeterminado. Además ¿cómo le hizo el universo para destinar todos los acontecimientos si hace más de 15 mil millones de años (si los cálculos modernos son correctos) todavía no existía el universo mismo? No es fácil predeterminar lo que va a suceder. Con todos los adelantos tecnológicos, los seres humanos todavía fallan al pronosticar el clima del día siguiente. Y como indicó James T. Adams, un astrónomo puede predecir con exactitud el lugar específico en que estará cualquier estrella a las 11:30 de esta noche, pero no puede hacer la misma predicción respecto a su hija adolescente. Cuando el físico inglés Stephen Hawking pro-
nosticó lo que va a suceder con el universo en el futuro lejano, indicó que como su predicción es para dentro de millones de años la ventaja que tiene sobre otros profetas es que si se equivoca, no estará aquí para que se lo echen en cara. No es nada fácil predecir lo que va a suceder ni siquiera a corto plazo en asuntos cotidianos. Un hombre dijo: “Antes de casarme tenía seis teorías acerca de la educación de los hijos, hoy tengo seis hijos y ninguna teoría”. Otro hombre dijo: “Cuando era joven solían decirme <<cuando seas mayor, ya verás>>, hoy que estoy viejo… no veo nada”. Así que si el destino existe, tendría que tener unas capacidades superiores a los científicos y otros seres humanos inteligentes que no son capaces de acertar ni siquiera en predicciones relativamente cercanas en el tiempo. En suma, la creencia en el destino parece contrarrestar o debilitar algunos valores éticos como la responsabilidad y la libertad. La filosofía puede rescatar esos valores, entre otras cosas, mediante cuestionar tal creencia. Finalmente, si el destino existe, quizás tiene una extraña clase de sentido del humor porque me obligó a escribir este artículo en contra de su existencia. Tropo
1 Algunos sitúan esta historia en 1893, pero si es un suceso real o si el año es exacto no es muy importante para el objetivo de este ejemplo.
Héctor Hernández (México, D.F.). Licenciado en actuaría y matemáticas, doctor en filosofía de la ciencia y doctor en educación. Actualmente es Jefe del Departamento de Desarrollo Humano en la Universidad del Caribe.
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Ciudad abandonada Francisco Puch A Margarita
I Soy aquel que busca, Ciudad de piedra, el silencio de tus peatones. En él están grabadas palabras no dichas, tiempos compartidos y noches de tormenta… También sé que ahí duermen tus pupilas, descansa tu vientre y guardas como un racimo de violetas los misterios de la memoria. Sin embargo he venido a robarte los fragmentos de la lluvia, a pedirte que me entregues los pequeños recuerdos: luciérnagas intermitentes que aún te quedan en las paredes. No estoy pidiendo tus nuevas miradas, miradas que me son ajenas y distintas; por el contrario, yo solo necesito las partes olvidadas de mi recuerdo, aquellas que se han derrumbado con el paso de los días. II Con tanta gente que llevas dentro, Ciudad, es difícil encontrarme, y aunque tu presencia me es útil, el abandono me ha enseñado a construir puentes, a cimentar plazas y a demoler edificios olvidados.
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Poco ha sido lo que se ha salvado de la memoria, por eso recurro a ti para que me entregues nuestro pasado, para que me devuelvas el tiempo, para que pueda volver a construir en otros cuerpos tu cuerpo. III Ciudad hermana, aun te cuido desde la lejanía, te observo con mis ojos de paloma, te canto con la alegría de un lirio. ¿Tú me estarás observando?, y si me observas, ¿por qué no te veo? He oído de la noche los aleteos del grillo. Me dijeron que me observas por detrás de las celosías, como guardándote o huyendo de la mirada amiga. Sé que no huyes porque te abraza mi pensamiento, también sé que te guardas para proteger tu rostro: espejo de margaritas, y ocultar tus miedos, como lobo que oculta a sus crías. ¿A qué le tienes miedo, Compañera? IV Las mañanas se desprenden de mi rostro, mis párpados longevos tardan en cerrarse y tu vientre aun late en la mirada. Aún sigues cubierta de memoria, y en ella, Ciudad, eres la misma. Tus blancas paredes, tus fuertes piernas: contingentes domésticos, me siguen llamando. V Iré por ti tan pronto reciba tu llamado, o dejaré de hacerlo cuando tus tardes propensas a la noche ya no alumbren más la luz de mis farolas.
Francisco Puch Mis (Cancún, Q. Roo, 1991). Estudiante de Literatura Latinoamericana en la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY). Sus temas de interés giran en torno al análisis poético. Actualmente, realiza una investigación sobre la vanguardia latinoamericana.
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E N T R E V I S TA C O N J O R G E E Z Q U E R R O
Del realismo excepcional a la intensidad emotiva RenĂŠ Vera Contreras
Tulum
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e n t r e v i s t a
Intimidad
Reconocido como uno de los principales exponentes del realismo pictórico de nuestro país, Jorge Ezquerro cuenta con una fructífera carrera que ya acumula más de treinta años, los últimos de ellos viviendo en Cancún. Desde esta ciudad —donde ha optado por mantenerse al margen de todo movimiento cultural— el también excepcional retratista cumple puntual y exhaustivamente una cuota de producción diaria que sostiene su reconocimiento en las principales galerías del mundo —de Nueva York y Río de Janeiro, por ejemplo— y una presencia continua en las de mayor prestigio de México, donde su obra se cotiza muy bien. En la siguiente entrevista, descubrimos a un artista escrupuloso y exigente, y a un ser humano emotivo, transparente, sincero.
N
os veríamos en uno de esos cafés desangelados de una plaza comercial, en cuyo largo pasillo vagué esperando a que dieran las doce. Era una lástima — pensaba yo— el lugar a la intemperie, pues el día era seco y las sombras parecían anécdotas de mal gusto. Por eso, el aire acondicionado del sitio de reunión fue más que un alivio. No conocía a Jorge Ezquerro en persona, pero las fotos
en su Facebook me permitieron identificarlo. Llevaba una camisa a cuadros con tonos azul claro y un pantalón oscuro de mezclilla. La sencillez de su atuendo fue cobrando nuevo significado con la intensidad de su personalidad: durante toda la entrevista, Ezquerro movía las manos con tanta energía que, por momentos, he creído que golpearía la taza de café. Sus movimientos eran vigorosos; su acento, cargado de urgente nerviosismo. Conforme pasaban los minutos, y mientras apreciaba cada vez más aquella figura frente a mí, pude definir mi empatía:
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e n t r e v i s t a gelio Cárdenas, el fundador de El financiero, quien me invitó a trabajar con él. Me pidió que le ilustrara el periódico. Ahí hice retrato, caricatura y publiqué durante treinta años. Y sigo allí. Eso me ayudó mucho porque me daba un ingreso fijo y me quitaba poco tiempo. Hacía una viñeta diaria durante dos horas y el resto del tiempo lo dedicaba a pintar. Depuré mucho mi técnica porque nuca dejé de trabajar en ella. Él me motivaba. Tengo murales en todos lados gracias a él, quien además compró mucho de mi obra. Así, gracias a tres apoyos me he podido dedicar a esto: el de mis padres —que me ayudaron a ver el arte tal como es—, el de Miriam, mujer muy valiente — que decidió pedirme que me dedicara al arte—, y el de Rogelio Cárdenas —que me ayudó a tener un ingreso fijo. Ahora me ha ido muy bien. Expongo y vendo en las mejores galerías de México y eso me hace sentir muy bien: sé que estoy en el camino.
En el arte moderno caben todos; en el realismo, no
El puente
Jorge era transparente al igual que sus cuadros; transparente y con mucha emoción.
—¿Cuál es tu búsqueda como artista? —Representar la realidad lo más fiel posible sin llegar al hiperrealismo. Me gusta el realismo: mi pintura lo es, pero siempre procuro un toque emocional. Cuando he pintado paisaje urbano, que suele ser frío y detallado, procuro agregar la mano del artista. Porque para presentar la realidad como tal, una cámara fotográfica es más fiel, y yo quiero alejarme de eso. Por mi educación, por mi naturaleza como artista, tiendo a pintar las cosas tal como son. Hasta que no lo veo plasmado no lo suelto. Pero no quiero llegar al hiperrealismo porque siento que pierdo esa sensación de utilidad en la obra. Admiro el hiperrealismo como arte, y su mane-
A mi esposa le debo mi dedicación total al arte —¿Cómo son tus inicios, cómo decides ser artista? —Crecí en un ambiente cultural poco propicio para que brotara un artista: mi madre era secretaria y mi padre no terminó la secundaria; pero a éste le gustaba el arte y le fascinaba que yo fuera artista. Eso sí, me dijeron que de eso no iba a vivir, que iba a sufrir. Así que estudié la carrera de diseño en la UAM. Empecé a trabajar en una fábrica donde diseñaba moldes para botellas de vidrio. Entonces, Miriam, mi futura esposa, dos meses antes de casarnos, me dijo que dejara el trabajo y me dedicara al arte. Llevaba cuatro años trabajando, tenía un sueldo seguro y cierto porvenir. Le pregunté si estaba segura. Contestó que lo mío era el arte e insistió. No lo pensé dos veces. Al día siguiente presenté mi renuncia. Ella estaba muy feliz, pues siempre admiró lo que hacía. Creo que primero se enamoró de mi trabajo y luego de mí. A ella le debo que esté cien por ciento dedicado al arte. Entendimos que iba a ser muy difícil el arranque en México y nos fuimos a vivir a Estados Unidos, donde empecé a dedicarme a la pintura. No me daba con lo que ganaba y me metí de mesero, pero nunca solté esto. Después conocí a Ro-
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Intimidad 2
e n t r e v i s t a jo de la técnica. Pero me encanta estar dentro del realismo porque ahí no pueden llegar todos. En la técnica que requiere el realismo se atoran muchos a quienes les encanta lo moderno, donde hay representantes extraordinarios, donde muchos se quedan y encajan, pero también donde cabe todo. En el realismo no. —¿Cómo fue tu contacto con José María Velasco? ¿De qué forma influye? —Lo conocí a los diecinueve años (me regalaron un libro con su obra), pero me hubiera gustado conocerlo en la primaria. Lo descubrí muy tarde y quedé encantado. Mi sueño era pintar como él. Se volvió mi dios. Casi diría que me hizo decidir ser artista. Lo pinté tanto que me dominó, me influyó mucho. Tengo mucho de la paleta de José María Velasco. Me costó mucho trabajo soltarlo. Cuando yo quería pintar un paisaje mío, me remitía a su trabajo. Esa fue su influencia, hasta que me dije: voy a pintar el valle de México tal como es. Me gustaría que mi obra no se quedara solamente en “así era el valle de México en esa época”, sino que transmita realmente mi propia visión, que transmita esa emoción. Si yo pintara la Ciudad de México tal como es, sería más cruda. —Después de dejar a Velasco, ¿trataste de acercarte a otro? —Sí, claro. A Raimundo Martínez. Fui muy influido por él en los primeros paisajes de la Ciudad de México. Es un pintor extraordinario. Todavía vive. Lo subían en helicóptero para tomar fotografía del Valle de México y pudiera plasmarlo en un mural impresionante. Fue lo primero que conocí de él, en el Hospital Ángeles. Con él aprendí cómo pintar paisaje moderno urbano. Velasco fue primero y Raimundo fue del urbano. Es muy válido: Velasco tiene influencia de Eugenio Landesio. Todo mundo tiene una influencia, es como un préstamo. Tengo libros de Martínez; aunque ya no los veo porque se me queda en el plano inconsciente. —Siendo realista, hay obra tuya en donde te acercas al simbolismo. —Siempre he tenido temor de que mi obra se quede como solo una parte representativa. Si empiezas a mirar, la ves evolucionar a algo más emocional. Metí figura humana. Si me encargaban bodegón, no quería que se quedaran solo en bodegones: quería que se sintiera la mano del artista y empecé a meter magia. —Tienes una serie de ángeles. ¿Es parte de esta evolución? —Es parte de este deseo de ver cosas mágicas. No soy una persona religiosa, pero me gusta como concepto el ángel de la guarda. Meto la parte más poderosa del ser humano, la depresión, la tristeza. Le doy una parte emotiva poniéndole alas en un ambiente dramático. Cuadros míos son mucho realismo, con un poco de dimensión y algo de magia. Son retos que me hago. Hay cuadros que ya están firmados y de repente le pinto papel envuelto o algo diferente. Es de momento. Nunca sin pretender
Zócalo en sepia
hacer una serie. Evolucionar es inevitable. La parte creativa es producto de tu momento, madurez e influencias de tu vida. Toda obra, hasta el manejo de la técnica, es una forma muy natural de la evolución. —¿El arte abstracto es más apreciado que la pintura realista o la paisajista? —No, cada escuela tiene su propio valor y su propio aficionado. Hay gente que me ha dicho: ¿qué diferencia hay entre lo que haces y una fotografía? Le hace falta la interpretación del artista. Y hay gente que opina: esto es arte, no el abstracto, no el cubismo. Creo que todo tiene su valor. Admiro profundamente cada sector. Picasso, Dalí, los hiperrealistas actuales, me encantan; y el realismo, mi ramo, me apasiona. —De los pintores actuales, ¿quiénes te gustan? ¿Sigues a algún pintor? —Todo el realismo actual en el mundo me encanta. Pero procuro no verlo para evitar influencia alguna que lastime mi propia evolución como artista.
Soy metódico, algo neurótico: estoy muy desconectado del mundo —En varios de tus cuadros hay sensualidad. ¿La buscas conscientemente? —No, es algo intrínseco. Creo que todos, de alguna forma, somos sexuales. Eso tiene una enorme influencia en mi obra. Es inevitable. Me encanta esa parte. A veces quiero ser más agresivo en ese sentido, más fuerte, y termino siempre haciendo algo sutil. —En tu pintura tienes algo místico —Fíjate que no. Me siento muy a gusto pintando emociones y trato de transmitirlas, pero espiritual no sé si soy. A través de Facebook, hay gente que me ve así. Me mandan sus bendiciones y se me acercan. Como que mi obra manda un mensaje, no sé si el
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e n t r e v i s t a mensaje equivocado. Hay una parte emocional que busca ese espectador. En todo caso, no sé si definirme como muy emocional. —¿Cómo preparas tu entorno para pintar? —El lugar donde yo trabajo no es el del clásico artista. Es todo pulcro. No puedo pintar si no está todo bien. Yo soy limpio. Necesito pintar muy limpio. Mi paleta de color es limpia. Aunque nunca pude pintar en una paleta, pinto en tapas grandes de yogur porque me da velocidad. Pinto acrílico, tengo un sistema de pintura muy particular, nadie me enseñó a pintar. Si me preguntas la teoría del color ni la conozco, la he medio estudiado. Con mis paisajes parece que estudié pintura, pero soy muy lírico en ese sentido. Pongo música para pintar, me encanta la clásica. Soy bastante aislado, no cargo teléfono; últimamente menos porque empecé a vender bastante bien en México y mi esposa no siempre podía estar, pero en general estoy muy desconectado del mundo. Si te digo mis horarios te vas a espantar. Me levanto a las cinco de la mañana. Debo estar empezando a pintar a las seis. ¿Por qué lo hago? Porque mis mejores horas continuas son siete u ocho horas. Si me detengo para comer las siguientes horas son flojas, tardo en pensar. En cambio, si empiezo a pintar a las seis de la mañana me voy de corrido hasta la una o dos de la tarde. Sumas las horas, pinté ocho o nueve horas continuas. No paro. —¿Todos los días? —Diario. No tengo tiempo para desperdiciar. Además de que vivo por eso, soy impulsivo en ese sentido. Después de que me levanto a las cinco, bajo mis páginas (referencias de internet), reviso mis correos, tomo café, leo el periódico El financiero y a las seis de la mañana ya estoy dando las primeras pinceladas. Necesito mucho orden. Mi obra lo transmite. —¿Cómo te sientes cuando terminas de pintar? Cuando acabas tu jornada de trabajo. —Me encanta ver la obra, sus avances. He fotografiado la evolución de mi obra. A veces no veo mucho avance cuando me atoro en algún lugar. A veces me siento cansado al acabar de pintar pero no hastiado, no me aburro. Sufro un poco la obra porque busco una perfección (que no tendré. Lo sé, porque tengo alguna deficiencia en la obra, naturales en mí; o no sé si voy a superar hasta donde ya llegué). Entonces me siento obstaculizado, quiero hacer más, quiero lograr más y a veces no llego. Esas son las cosas que me suceden, pero termino porque me canso. Soy metódico, algo neurótico. En mi obra se ve algo de neurosis. En el Facebook a veces me lo dicen, porque soy bastante meticuloso.
gún lo que muchos dicen, y espero no decirlo nunca—. Haber llegado a esta edad con un pincel que tomé a los dieciocho era mi sueño. Es un sueño hecho realidad. Nunca soñé que el arte me diera dinero, que me diera fama, ni siquiera trascender. Era lo que ya tengo. Le di a mi familia una buena vida y a mis hijos una buena educación viviendo del arte. Miriam ha vivido con un artista, ha sido feliz a lado de un artista. Todas esas cosas me han hecho un hombre realizado. No sé qué más le puedo pedir al arte: que no me descuelguen de una galería (sería una tristeza); que se cotice mi obra (algo que califica al éxito, pero tampoco aspiro a que se cotice en millones de pesos). Realmente me gusta mi obra, que haya aceptación de ella, pero de todo tipo de personas. Me he sentido muy satisfecho. —¿Entonces cuál sería tu aportación al arte? —Nunca me he pensado ni me he visto como un artista que busque aportar algo. Admiro a tantos artistas vivos y muertos que me empequeñecen. Decir que quiero aportar algo es difícil. Más bien el arte me ha dado mucho. —¿Qué te ha dado el arte? —Una forma de vida extraordinaria. Tengo treinta años viviendo del arte. Yo creo que es una fórmula ideal para transitar por este mundo. Hay quien vino a este mundo de compras, hay quien vino de viajes, yo vine a pintar. Tropo
Mi vida actual es un sueño hecho realidad —¿Cuál es tu mayor deseo como artista y como ser humano? —Soy un hombre de 59 años. Estoy a punto del retiro —seOctavio Paz
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El libro de cabecera Vanesa González-Rizzo Krasniansky Cuando dios hizo al primer ser humano, lo pintó en los ojos, la boca y el sexo, entonces pintó nombres en cada persona para que su dueño no lo olvide. Cuando dios aprobó su creación le dio vida al modelo de su pintura firmándola con su propio nombre. De El libro de cabecera, de Peter Greenaway (texto de la primera escena).
En el presente escrito * se harán algunos comentarios sobre aspectos de la condición humana desde un enfoque psicoanalítico a propósito de El libro de cabecera, uno de mis filmes preferidos de un director grandioso: Peter Greenaway, un director que posibilita una lectura psicoanalítica en su manera de hacer cine, aunque en este caso quizá es más atinado decir una gran caligrafía cinematográfica con tintes psicoanalíticos.
S
in tomar en cuenta la plástica, la música, la fotografía, el guión ni la edición —que, como es costumbre en Greenaway, están magistralmente resueltos—, en El libro de cabecera hay una mezcla entre belleza y carencia extremadamente atractiva. Desde las primeras escenas estamos inmersos entre la piel, los nombres, las repeticiones y la escritura, que nos muestran las historias propias y las ancestrales, eso que se porta al ser nombradas. La lengua materna que nos da existencia e historia y la ley paterna creadora de cultura. No han pasado cinco minutos de cinta y ya respiramos el impacto del poder, el abuso y su inscripción en la historia familiar. Sentimos eso que nos mantendrá en la butaca alertas, fascinados y profundamente adoloridos durante los 120 minutos restantes. Padres y madres (o, para ser más precisa, diré figuras paternas
y maternas, que no siempre tienen que representarse por el padre o madre biológicos) al nombrarnos, nos firman, nos dicen de ellos y garantizan su creación. También se hacen dueños de “eso” que han gestado. Es así como el nombre nos ayuda en el pasaje de ser un trozo de carne a transformarnos en humanos, en cuerpos erógenos. El nombre propio es lo que asegura la “cohesión narcisística1” del sujeto, puesto que es el significante más arcaico y más básico de su relación con los otros. Tiene como referente permanente un cuerpo, a través del cual los demás le reconocen. El nombre propio siempre está ligado al cuerpo y a la presencia de quien nos nombra. De allí la fuerza de la escena en la que un padre nombra con la palabra y a la vez pinta sobre el cuerpo eso que habla. El cuerpo. Es el gran tema de la película, y no solo el cuerpo físico, ese que para todos nosotros está hecho de carne y huesos. Es el cuerpo psíquico el que está presente con fuerza y se manifiesta en los diferentes escenarios que la protagonista permite
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l a t i n t a t e n t a
Escena de la película El libro de cabecera
ver. Creo que podemos hablar en plural: son los cuerpos los que nos acompañan, en su desnudez y fragilidad, con la belleza y la poesía, también, con todas las penurias y corazas defensivas posibles. Cuerpo, tan nuestro y tan ajeno Continuemos en compañía de Francoise Dolto, la psicoanalista francesa experta en los primeros años de la existencia, para destacar dos procesos básicos que se articulan por medio del narcisismo: el de necesidad, es decir, las tensiones de placer y dolor del cuerpo biológico, y el del deseo, la inscripción de tales percepciones en el mundo simbólico. Dolto parte de la idea de que no se deben confundir imagen del cuerpo y esquema corporal. El esquema corporal se estructura mediante el aprendizaje y la vivencia del cuerpo en las dimensiones de la realidad. Es, por tanto, producto de la experiencia del cuerpo en el mundo físico (experiencias musculares, óseas, viscerales, sensoriales, etc) y depende de la integridad del organismo. Es el sustrato biológico del existir, en principio (y en general) del mismo modo para todo individuo de la especie. En cambio, la imagen del cuerpo es producto de la historia de cada sujeto, de la intersubjetividad… es la “síntesis viva de nuestras experiencias emocionales2”. La idea de Dolto y el de-
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sarrollo que hace, es interesantísimo, y en esta película se ejemplifica con mucha claridad. La imagen del cuerpo es la memoria inconsciente de la vivencia racional. Lo que articula al esquema corporal con la imagen del cuerpo, es el nombre propio. Es así como regresamos a nuestra primera escena y la impronta que ella pudo haber dejado en la imagen del cuerpo de Nagiko. Este rito que se repite cumpleaños tras cumpleaños y que tiene elementos inamovibles como la música China que pone la madre, para representar su lengua, la visita del editor al padre, y la huella sobre la imagen inconsciente del cuerpo de Nagiko al ser escrita con su nombre. Escena que en lo central se perpetuará de generación en generación (como se muestra al final de la cinta). Es la figura materna, también un día de cumpleaños, la que le presenta el libro de cabecera, ese que escribió una mujer llamada como ella: Nagiko. Es un libro ancestral que a los 28 años de la protagonista tendrá 1000 de existencia. Greenaway introduce una de sus obsesiones: las listas. Es un hombre que cree en el valor de catalogar. (En el 2007 nos deleitó en el Palacio de Bellas Artes de la Cuidad de México con el espectáculo “100 objetos para representar al mundo”, una ópera pop de acuerdo con lo que él mismo dijo, que resultó un espectáculo de artes plásticas realmente deslumbrante.) Así, es la madre la que va articulando eso que se presenta
l a t i n t a t e n t a como experiencias del vivir, es ella la que “organiza las listas”, la que nos ayuda a filtrar y acomodar los estímulos externos, y nos facilita la creación del mundo interno. Este papel resulta fundamental para la mente y para la posibilidad de desarrollar el psiquismo. Es por ello que la película me parece una bella metáfora para la comprensión de distintos aspectos que integran la parte central de una persona. El rito inicial, se corola con el reconocimiento de su figura a través del espejo. Los padres muestran su imagen, y en ese volverse a encontrar, se juega el “desconocimiento crónico”3 que la acompañará en la vida. Vemos constantemente la presencia del deseo, Nagiko parece ser su representación. El deseo constituye las infinitas y variadas maneras de anhelar eso innombrable que nos falta. Hace honores y permanece insatisfecha, hasta que encuentra al amante del editor. Él saciará parcialmente a Nagiko, al menos le permitirá la venganza contra el hombre que sojuzgó a su padre y rechazó sus textos con el argumento de que usaba un papel deficiente. Después de su recorrido por pieles amantes, que sólo serían grandiosas si logran el arte de la escritura como ella anhela, encuentra a Jerome (Ewan McGregor) quien le propone ser su hoja en blanco. Comienza la entrega de 13 libros y el recorrido por las emociones básicas. Aparece el amor intenso, los celos desgarradores, la pasión, la traición, las obsesiones. Jerome muestra a su amante el primer libro y lo deja cautivado. A manera de homenaje a las mil y una noches, se suceden los textos: el libro de la inocencia, el de la idiotez, el libro de la impotencia… El editor los espera con ansias, cada libro va escrito en el cuerpo de su amante. Son una obra de arte para los cinco sentidos, puesta al servicio de las intenciones de Nagiko. Ella, en un arranque de celos, decide escribir la historia en otro cuerpo. Es así que envía el quinto libro, el del exhibicionismo en un nuevo papel humano. Jerome no lo soporta y corre a reclamarle. Jamás le da audiencia, no emite palabra, se encierra y lo hace sufrir. El drama se ha instalado, el amor al estilo de Romeo y Julieta se presenta y Jerome se quita la vida tomando pastillas con tragos de tinta. Esa que le escribió, ahora le da muerte. Sin saber del todo que su amante yace sin vida, Nagiko lo encuentra para pedirle perdón y antes de descubrir la tragedia, en ese umbral entre la vida y la muerte nombra al sexto libro, con su escritura: el de los amantes. Constantemente vemos cómo el cuerpo “habla” de múltiples maneras, expresa subjetividad que es invariablemente (y en esta película, de manera muy clara) tensión y lucha. El editor recibe al inerte Jerome y toma el texto, se queda con la piel-papel y encuaderna al amante. En la siguiente entrega, se juega con la poética de manera hermosa, es el libro del seductor el que nos muestra la paradoja entre lo efímero de la palabra, sus ecos y la permanencia. El papel llega mojado, se escurre la enunciación, el significante está a punto de desvanecerse, aunque en la búsqueda se rescata parte
del significado. Vienen libros que mantienen el misterio. Como diría W. Bion al referirse a la publicación, libros que hacen “acciones públicas” por medio del cuerpo y la piel. El de la juventud, el de los secretos, cuyo mensaje parece un cuadro grabado en el cráneo, seguido de textos entre los dedos. Nos presenta el libro del silencio, escrito en la lengua. El de la traición, seguido por el de los falsos comienzos. El espectador vive un diálogo con la corporeidad, que implica tomar contacto con los secretos más celosamente guardados, ocultos en los pliegues de la carne. Se cierra la lista con el libro de la muerte. En este último libro, Nagiko expresa todo su odio, logra hacer la denuncia del abuso, el poder y la violencia sufrida por su familia. Le dice al editor que ha vivido suficiente. La acción pública del libro de la muerte cumple con su cometido. El editor se envuelve en la piel-libro de Jerome y no se opone a los designios de lo escrito. A los 28 años y con un bebé en brazos, nos anuncia que está lista para hacer su propio libro de cabecera. En ese instante podemos apreciar cómo la protagonista descubre su pecho para amamantar y su cuerpo está tatuado. Queda el registro de las experiencias. Nutre con leche y con historia ancestral al nuevo ser. Muestra con belleza cómo el lenguaje introduce al cuerpo en el mundo simbólico. La ceremonia continúa… Escribe a su bebé y le nombra. Después del recorrido breve por algunos caminos posibles, aunque aparentemente he narrado la película, lo dicho no tiene punto de comparación con el impacto estético de verla y vivir la experiencia. Si usted es de la personas que, como Greenaway, cree que en su vida “dos cosas no nos han de faltar: los placeres de la carne y los placeres de la literatura”, no debe dejar de verla. Tropo Notas 1 La idea de la cohesion narcisística es tomada de Francoise Dolto en la Imagen inconsciente del cuerpo ed. Paidos. 1994, España. pp.299. 2 Idem. 3 Como diría Lacan. *Advertencia: El ensayo contiene avances significativos de la trama y del final de la película.
Vanesa González-Rizzo Krasniansky. Egresada de la Universidad Autónoma Metropolitana de Xochimilco, con maestría en Psicoterapia Psiconoalítica. Participó en el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir AC. Fundadora en el 2005 del Espacio de Desarrollo Infantil e Intervención Temprana (EDIIT) en la Ciudad de México. Miembro activo de la Asociación Mexicana para el Estudio del Retardo y la Psicosis Infantil (AMERPI), integrante de la Asociación Mundial para la Observación de Lactantes. Desde el año 2009 radica en Cancún.
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C A P Í T U L O
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Bestalia René Vera Contreras
H
ace poco más de dos años, me llegó una carta —la primera de muchas— de un amigo que vivía en la ciudad de Mérida. Me sorprendió no tanto por el contenido como por su necesidad de buscar en mí a alguien que lo tomara en serio. Siempre lo consideré extravagante y creí que este nuevo entretenimiento epistolar no le causaría mayor problema. Ahora, creo que fomenté sus paranoias. Quizá, si leo con más atención y profundidad, encuentre alguna pista sobre su ubicación, ya que desapareció desde hace seis meses. Desestimé las “pruebas” que me mandaba y, para ser franco, las fui extraviando; solo conservo las cartas, y los recuerdos de sus charlas que muchas veces se extendían hasta despuntar el día.
Estimado Alberto: Estas noches, he trabajado intensamente. Al fin tuve éxito. Ya alguna vez te he contado de las posibilidades de que el espíritu viaje a través de las dimensiones; sé que no crees en eso ahora, pero tu educación inicial basada en principios espirituales, te dejara ver, al final, que lo que te digo es cierto. Logré pasar las barreras de la carne y conocí a un guía del mundo inmaterial. Una suerte de Virgilio que me acompañará en esta nueva comedia; pero mi meta no es una Beatriz metamorfoseada (desde que me separé de Alana, no he vuelto a tener pareja), sino obtener para mí alguna parte extraída de esos mundos en mi mundo y algún día, cuando mi guía lo permita, exhibirlas. He consultado con él antes de contarte todo esto. El primer encuentro fue después de la tercera noche de meditación. Quiero decirte que todo esto ha sido sin ingerir ningún tipo de sustancia, y aunque muchas plantas pueden servir de catalizadores, he procurado mantener esta experiencia sin esos recursos. Se presentó durante aquella noche y ninguno de los dos dijo nada. Solo estuvimos en el silencio de la habitación durante horas, sin movernos, hasta que caí dormido. Cuando desperté, ya no estaba. La siguiente noche, me dijo que tomara una pluma de sus alas y que cortara un mechón de su cabello. Me temblaban las manos cuando acerqué la tijera. Una vez que tuve el mechón,
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Jorge Ezquerro
me dijo que me serviría de guía, conduciéndome para conocer a aquellas criaturas que yo tanto deseaba. Me contó que Aghato es su nombre, aunque a veces se hace llamar Azrael. Te mando su mechón de cabello. Guárdalo con celo, no queremos que caiga en manos incorrectas, por aquello de las clonaciones. Saludos a todos tus hermanos y a tu mamá, espero visitarlos pronto. Sergio El cabello me pareció de lo más ordinario. Creí que quería jugarme una broma. Sabía de los grupos extraños en los que militaba y de las prácticas para ir de una dimensión a otra, pero no podía creerle. Y la historia me resultaba más inverosímil porque decía que su “visitante” se nombraba Agatho y Azrael, cuando esos nombres se refieren a entidades casi opuestas. Agatho es el nombre incompleto de una divinidad griega, que posteriormente pasó al cristianismo como ángel guardián; y Azrael es el nombre del ángel de la muerte. Yalal al-Din Rumi, escritor y poeta persa, narra la paradoja de un hombre que al enterarse de que va a morir, huye de la ciudad donde se encuentra para escapar de Azrael, pero del ángel de la muerte no se puede huir. Tal vez de alguna forma era como una proyección de mi amigo, como si la muerte fuera una suerte de guía. Soy un tonto por haberle seguido el juego. Espero que si alguien sabe algo de él, o si logran ver pistas en las cartas, me ayuden a saber de su paradero. Tropo
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La naturaleza del diablo Mario Pérez Aguilar
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urante la mañana del nueve de abril, Ismael Trueba cepilló su traje gris impecable, lustró sus mocasines del altiplano y se sumergió en un baño vaporoso antes de cumplir con la encomienda que habría de partir en dos la historia de Colombia. El día anterior se había entrevistado con el presidente Mariano Ospino Pérez, su amigo de toda la vida, quien le había escamoteado no sólo el negocio del transporte urbano, sino cualquier otro negocio que Ismael quisiese abrir, porque ya tenía planes para él desde que ascendió a la silla presidencial. Lo había mantenido con un sueldo de primer nivel y le permitía comprar casi cualquier cosa con sólo firmar un cheque. El presidente, sobrino y nieto de presidentes de Colombia en otras épocas, tenía la virtud de la solemnidad, la parsimonia y el buen juicio, y había acuñado la amistad de Trueba desde sus estudios de bachillerato con el único propósito de que algún día éste le sirviera en un trabajo excepcional para el resto de la historia de Bogotá y del país. Parecía que el día había llegado cuando Ismael atravesó la Plaza Bolívar acabada de remozar, pasó frente al Capitolio Nacional en el que trabajaban a esa hora los delegados de muchos países en la Conferencia Panamericana y entró al Palacio Presidencial. Lo condujeron por los lustrosos pasillos, como si se tratara de una joya muy costosa que pudiera romperse o perderse y dar al traste con los planes, hasta que estuvo en la oficina del presidente. No hablaron mucho. Mariano Ospino lo saludó, como siempre, con su mano gélida y su ademán parsimonioso invitándolo a sentarse. Bastaron diez minutos para que Ismael supiera lo que
tenía que hacer. Y si todo salía bien, el país seguiría marchando como siempre y él tendría resuelta su futuro de por vida. Mientras se secaba el cuerpo después del baño, recordaba la única frase del presidente que estuvo fuera de lugar durante la conversación. Una frase que surgió como una respuesta cuando él le preguntó por qué tenían que hacerse cosas como esa. El presidente se levantó del asiento, le dio la mano de despedida y le dijo: Así es la naturaleza del diablo. En realidad la seguía recordando porque no la había entendido. La interpretaba como si el gobernante tenía que, eventualmente, obrar mal para conseguir el bien, o como si la tentación del poder no podría prescindir de un mal natural. Por último pensó que quizá ni el presidente supo lo que quiso decir. De cualquier modo le pareció una frase que debía guardar en su mente al menos hasta que terminara la comisión. Podía darle fuerza de voluntad. La iba a necesitar. Después de vestirse condujo su lujoso automóvil por la populosa carrera Séptima. Iba repasando mentalmente los episodios que estaban por venir. Ospino Pérez había recuperado la presidencia para el Partido Conservador después de cuatro periodos de gobierno de los liberales, y estaba decidido a hacer cualquier cosa para no perderlo. En ese afán había arrastrado al país a una vida cotidiana sangrienta, con un ejército dividido y un Partido Liberal que pretendía unificarse y hacerse cada vez más fuerte por medio de los discursos incendiarios que Jorge Eliécer Gaitán pronunciaba todos los viernes en el Teatro Municipal: el abogado recalcitrante de ala izquierda, que dos meses atrás, el 7 de febrero, había desquiciado al gobierno con una marcha del silencio como protesta a las incontables víctimas de la violencia
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oficial. Más de sesenta mil gentes de luto estricto marchando en silencio absoluto. En esa marcha, la más notable de Colombia, estuvo también el escritor Gabriel García Márquez, a sus veintiún años, cuando era aún un ilustre desconocido, impresionado por la respiración abrasadora de la muchedumbre, atravesando el umbral de un silencio pleno y sepulcral. El discurso de Gaitán en la Plaza Bolívar en medio de ese silencio sobrenatural y sin ningún aplauso, fue tal vez lo que cavó su tumba, pues su elección a la presidencia era imparable y las muchedumbres estaban esperando agazapadas para dar el zarpazo. Hasta los conservadores lo sabían, y por la misma razón acudían a la política de arrasamiento de rebeldes aislados y liberables dispersos. Ospino Pérez no podía confiar en nadie. Menos en los guardias del ejército que, según el plan, atraparían de inmediato al asesino de Gaitán antes de que huyese. La garantía de su silencio después del acto salvaría a la patria y los conservadores permanecerían en la presidencia. Por eso debía estar ahí Ismael Trueba, jugándose también la vida. Si el asesino lograba escapar, ya sea por la complicidad de los guardias o por su estupidez, él mismo debía sacar el arma y darle un tiro por la espalda y rematarlo en la cabeza. Dio vuelta sobre la avenida Jiménez de Quesada y estacionó el automóvil a mitad de la cuadra. Caminó los cuarenta metros al café El Gato Negro y entró. Eran las doce treinta de la tarde. La llovizna eterna de Bogotá había salpicado su traje. Se sacudió y se sentó en una de las mesas más cercanas a la calle. El café empezaba a llenarse, se acercaba la hora del almuerzo de la una. Al cabo de veinte minutos vio pasar una patrulla muy despacio con dos agentes en su interior, llegaron a la esquina y se estacio-
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naron apenas dieron vuelta. Siete minutos después pasaron a pie frente al café. No los conocía, ni ellos a él. Pasada la una de la tarde pudo ver a Plinio Mendoza Neira, ministro de guerra en el primer gobierno de Alfonso López Pumarajo, junto con tres personas más, entre las que se encontraba Muchedumbre, Víctor Solana. Eliécer Gaitán en compañía de Alejandro Vallejo. Venían caminando por el andén. En el momento que Mendoza tomó del brazo a Gaitán y lo llevó delante del grupo para decirle algo, Gaitán se cubrió el rostro y se oyó el primer disparo, y enseguida tres más provenientes del arma que empuñaba un hombre frente a ellos, jalando el gatillo con una frialdad de profesional. La gente que pasaba se precipitó en todas direcciones tropezándose unos con otros. Los guardias cayeron encima del sujeto que había disparado, lo desarmaron y lo pusieron de cara frente a la cortina de metal de la farmacia junto al café. Los amigos de Gaitán lo trasladaron de inmediato a una clínica a la que no llegó con vida. Era el momento: Ismael Trueba saltó a la calle y empezó por instigar al gentío frente a la farmacia. Con su traje de gran estilo y sus ademanes calculados agitaba los brazos y gritaba que ese era el asesino de Gaitán, el asesino del que estaba salvando a la patria. Vociferaba que ahora todo se había ido a la mierda, que el país se había jodido. Gritaba de tal manera que la muchedumbre empezó a enardecerse. Los guardias estaban en su papel de no entregarlo, y el asesino, aterrado por la dirección que estaban tomando las cosas, gritó que ese no había sido el trato. Entonces fue uno de los guardias quien lo acalló con un culatazo en la cara que lo dejó aturdido. También en aquel tumulto estaba Fidel Castro, de veinte años, muy delgado, quien asistía por la Universidad de la Habana a una Conferencia Estudiantil paralela a la Conferencia Panamericana, como una réplica democrática de la Conferencia y como repudio al general George Marshall, héroe reciente de la Segunda Guerra Mundial y que asistía a la Conferencia en su calidad de delegado de los Estados Unidos.
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Gabriel García Márquez, que no vivía más que a dos cuadras del sitio en una pensión de estudiantes, había atravesado la calle para ir hasta el lugar del crimen apenas escuchó de la gente que pasaba que habían matado a Gaitán y que la patria se había jodido. Había llegado seis días antes a Bogotá junto con Alfredo Guevara, Enrique Ovares y Rafael del Pino. Y estaba dentro del tumulto porque había concertado el día anterior una cita con Gaitán a las dos de la tarde, y ya eran la una cuarenta. De modo que de paso al edificio de la carrera Séptima con avenida Jiménez de Quesada, donde estaba la oficina de Gaitán, se había topado de frente con la turbamulta enardecida por el asesinato de su amigo. En el sitio del crimen parecía que se hubiese incubado el primer ataque de una gran guerra. Y en realidad así era, y así fue por muchos años después, y tal vez lo siga siendo. El tráfico estaba interrumpido y el gentío enardecido había volcado tranvías, estaba saqueando comercios y provocando incendios y explosiones. Gabriel García Márquez, que no vivía más que a dos cuadras del sitio en una pensión de estudiantes, había atravesado la calle para ir hasta el lugar del crimen apenas escuchó de la gente que pasaba que habían matado a Gaitán y que la patria se había jodido. Sólo se conoció la identidad del asesino por el enardecimiento de la gente que provocó Ismael Trueba. Los guardias optaron por dejarlo a su destino cuando la gente logró sujetarlo. Entonces se abalanzaron al cuerpo y lo mataron a golpes. Le arrebataron la ropa a tirones, y dentro de ella rescataron sus documentos personales. Se llamaba Juan Roa Sierra, un hombre joven y humilde, de una familia de once hermanos que meses antes había puesto en manos del presidente una carta en la que le pedía ayuda para conseguir un empleo. Lo mismo había hecho con Gaitán un mes antes, quien no le había dado ninguna esperanza.
En la confusión del linchamiento, el cuerpo de Juan Roa fue arrastrado por varias manos a lo largo de la calle empedrada hasta la Plaza Bolívar. Lo depositaron frente al Palacio Presidencial, yerto y tumefacto, desnudo y con un calcetín en el pie izquierdo. Ismael ya no vio esto último, lo leyó en los periódicos al día siguiente. Todo había salido bien y tenía su futuro resuelto. Cuando el gentío empezó a sugerir a gritos arrastrar el cuerpo hasta la plaza, aprovechó la confusión y la indecisión de los otros y caminó hasta el coche, se subió y desapareció entre las calles adyacentes. «Ya puedo empezar a olvidar esa frase del presidente: “La naturaleza del Diablo”», pensó. Tropo
Mario Pérez Aguilar (Chetumal, 1954). Es economista por la UNAM y maestro en Política, Administración y Economía de los Recursos Naturales por la Universidad de Michigan (USA). Ha publicado las novelas: Los artificios del agua turbia (1995), Tercera Llamada (1997), Por aquí se dan muy bien los muertos (2000), Luna Menguante, historia de un asesinato (2014) y libros de cuentos: El motivo de Benjamín (1996), La historia que viene (2005). Actualmente vive en Cancún.
Alicia Ferreira (1939-2015) Al cierre de esta edición, se conoció la noticia del deceso de la escritora y poeta Alicia Ferreira. Fundadora del taller literario “Surgir”, el más antiguo de la ciudad, Ferreira se distinguió por su incesante labor creativa, que la llevó a publicar más de diez libros, algunos de ellos en momentos difíciles debido a su delicada salud. Esta revista tuvo la fortuna de entrevistarla en junio de 2013, en el número 1 de su segunda época, como un reconocimiento a su destacada trayectoria. Descanse en paz.
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Nuestra verdadera patria no está en la tierra Svetlana Larrocha Conocí a Agustín Cadena en Aguascalientes, México, en un encuentro de becarios (Jóvenes Creadores) del FONCA-Conaculta, en 1998. En ese tiempo, yo todavía no había leído nada de él. Después de nuestras primeras pláticas —fuera de los encuentros—, él me regaló un libro suyo, Geometría de la soledad (Editorial Praxis).
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esde ese momento me atrapó su forma de escribir: la soltura y a la vez la intensidad de sus textos, la ironía —sutil a veces, mordaz en otras— del lenguaje, la perfecta delineación de los personajes y, especialmente, la forma de abordar la conducta y psicología femeninas desde diversos ángulos: parece que Agustín sabe exactamente todos los recovecos del universo de las mujeres. En esos años —cuando mi trabajo era exclusivamente periodístico— publiqué en medios de Yucatán y de la Península, varios textos suyos, de los que recibí excelentes comentarios. Agustín cultiva la novela y el cuento, el ensayo y la poesía. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, al italiano y al húngaro, y adaptada para teatro, radio, televisión, así como medios alternativos. Un libro especialmente controversial es Tan oscura (Joaquín Mortiz), novela en donde el erotismo conduce a tres personajes urbanos —un triángulo amoroso— por laberintos cuyo centro, a fin de cuentas, se traduce en vida o muerte, en Paraíso o en Infierno, según cada lector. Esta obra ha tenido, en palabras del mismo Agustín, un destino muy “extraño”. Se dice que algunas personas la catalogaron hasta de pornográfica; otras, muchas, han sabido valorar el carácter poético inherente de la narración. En charla con Tropo a la uña, Agustín Cadena nos habla de sí, desde su exilio en tierras europeas; elegido, sí, pero exilio a fin de cuentas. —¿Cuántos años ya fuera de México? ¿Extrañas alguna parte
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de esa patria que todos, en menor o mayor grado tenemos? Y, ¿regresarías? —Llevo once años en Hungría. Pero antes viví por períodos menos largos en otros países. No soy de las personas que extrañan. Me fui de casa a los catorce años. Me acostumbré a partir y a regresar. Eso es lo mío. ¿Regresar? Tal vez, pero no por mucho tiempo. Nuestra verdadera patria no está en la tierra. —¿Por qué te fuiste? ¿Tan mal estaba el entorno? —En México no había oportunidades de hacer mucho. Es un país donde en los medios literario y académico no hay tolerancia para la disidencia. Aquellos que sostienen la intolerancia comenzaron a cerrarme las puertas. Solo había de dos: o darse por vencido y bajar la cabeza, o irse y mantener la lucha en el exilio. Opte por esto último. —Pero tu literatura continúa en este exilio. A través de la lejanía, ¿cómo piensas que tus escritos se han transformado? —Siempre he escrito sobre lo que veo, lo que es parte de mi cotidianidad, mi barrio. Mis escritos cambian en la manera en que mi paisaje cambia. —Hay algo en tus relatos, entre otras cosas, que, personalmente, me encanta: lo gótico. Ya sea en las historias, ya sea en los personajes, o en ambos, hay una dosis de oscuridad, a veces inquietante, incluso terrorífica, ante la cual, sin embargo, es imposible no adentrase. Como cuando seduce una mujer perversa… sabemos que la cosa no terminará bien, pero nada impide caer en ese pozo sórdido del cual quizá nunca se salga. ¿De dónde supones que te viene esta característica? —De mis primeras lecturas. Crecí con Frankenstein, el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Drácula, Edgar Allan Poe, Lovecraft… Eso marcó
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el desarrollo de mi imaginación en la infancia y en la adolescencia. Y eso sigue nutriendo mi mundo interior. Ejemplo de lo anterior es un cuento verdaderamente fascinante (incluido en Geometría…) llamado “Otro de la pequeña Lulú”, donde los personajes de la famosa historieta se desarrollan en una atmósfera pavorosa y le dan a la historia un giro espeluznante, propio del universo cadeniano. —Una parte fundamental en tu obra son los personajes femeninos. Se ve un exacto conocimiento de la mujer… Hasta en los aspectos más superficiales, que, por cierto, toda mujer tiene; es palpable ese análisis de la psicología femenina… ¿qué parte de esa psicología te atrae más? —Nunca me ha parecido que la psicología tenga partes. Tal vez sí. Yo no la percibo así. Para mí es un todo y me interesa todo. He pensado mucho en eso. En la historia literaria ha habido escritores que han llegado a conocer profundamente a las mujeres, a decir de ellas mismas. Yo creo que buscamos conocerlas para poder dominarlas. Es un juego de poder, como todos los juegos que forman el juego de las relaciones amorosas. El conocimiento de algo o alguien te da poder sobre ello. Una vez, una amiga lectora me dijo después de leer una novela mía: “Como mujer, después de leerte me pondría a salvo de ti”. Ella entendió de qué se trataba y me ayudó a entenderlo. —¿Qué consideras que continúa marcando tu estilo desde tus inicios como escritor y hasta ahora? —¿Mi estilo? Yo creo que no tengo un estilo. No quiero tenerlo: prefiero seguir buscando. Traductor de C. M. Mayo, Charles Bukowsky, Wendolyn Brooks, Amy Lowell, Langston Hughes y Maureen Freely, Cadena afirma que la vida cultural en Europa es similar a México. —Como en todas partes, aunque en mi percepción, la vida cultural en México es más sofocante. Tienes que ubicar los grupos de poder y alinearte con alguno; si no, no sobrevives. Es como el sistema de pandillas que había en Tacubaya o en Ciudad Neza en los años 70 y 80: si crees que quedarte solo es una opción, ellos se encargan de que veas que no es así. Ahora estoy solo y estoy lejos, que es la única manera posible de estar solo. —En Hungría, Agustín, impartes talleres de narrativa y perteneces a un círculo internacional de escritores... —Los talleres son ciertamente similares. Pero la vida social con escritores es muy diferente: ya no está basada en alianzas ni en deudas sobreentendidas, sino en una actitud de solidaridad y en el puro gusto de compartir intereses y un estilo de vida. Como tutor de becarios, Agustín siempre fue muy serio, disci-
Fotografía: Ramos Gabriel
plinado, a veces duro, pero justo. No eran frecuentes nuestras mismas opiniones. Pero en algo siempre estuvimos de acuerdo: en el respeto a la creación literaria y a la promoción de la misma. Agustín Cadena es enemigo de escribir solamente para ser publicado y “admirado”, para ser llamado “escritor” o “poeta”; de quienes prostituyen a la literatura buscando becas a cualquier precio, así tengan que “ningunear” o pisotear a otros escritores, o hacer reverencias de cualquier tipo a funcionarios en turno. —¿Qué autores húngaros son tus favoritos? —Szerb Antal, Géza Csáth, Géza Gárdonyi, Magda Szabó, Sándor Márai… Entre los poetas, József Attila, János Pilinszky, Endre Ady. —Entonces, no extrañas nada de México… ¿nada? —Extraño muchas cosas de los distintos países donde he vivido: cosas de comer, paisajes, atmósferas, sobre todo personas. Tropo Svetlana Larrocha (Mérida, Yucatán, 1967). Escritora, periodista y asesora editorial. Actualmente se desempeña como profesora de español para extranjeros.
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Cacería de Brujas Svetlana Larrocha
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Cacería de Brujas, Agustín Cadena Editorial Bonobos 2011
acería de brujas (Bonobos, México, 2011), de Agustín Cadena, es un libro de poemas donde la figura de la mujer —la eterna y mítica “bruja”— aparece en breves cuadros urbanos, desde distintos espacios y contextos contemporáneos. Como el Malleus maleficarum, tratado del siglo XV acerca de la persecución de las brujas, el también autor de Orgía de palomas y La ofrenda debida nos descubre y nos describe detalladamente a estos personajes que, a veces sin advertirlo, deambulan por nuestra vida: inocentes, pecadoras, abnegadas, educadas o ignorantes, frustradas o satisfechas con su destino, la tragedia de ser bruja continúa hasta nuestros días, una tragedia íntima y personal, a veces tan embozada que logra engañar al lector, quien quizá sonríe en primera instancia al comprender que alguna vez se ha hallado frente a una de estas hechiceras, pero luego necesita reflexionar irremediablemente acerca de estos seres tan antiguos como el bien y el mal. El estilo en Cacería de brujas es directo, sin maquillaje, pero pleno de ritmo e imágenes sugerentes que nos llevan al conocido universo cadeniano y su percepción de la naturaleza de la mujer: en cada poema de este prolífico y versátil autor mexicano se vislumbra una historia que podría ser la de cualquiera o la de tantas. A veces con desenfado, otras con franco humor, pero siempre con el estigma de la femineidad, asumida y disfrutada o secretamente renegada, de estas figuras icónicas de la vida moderna. Condenar, destruir, redimir o ser cómplice de estas “brujas” es decisión del lector. (Svetlana Larrocha). Tropo
Una gran trayectoria Ensayista, narrador, poeta y traductor, Agustín Cadena es uno de los escritores mexicanos más activos de la literatura contemporánea de nuestro país. Radicado actualmente en Hungría, nació en Ixmiquilpan, Hidalgo en 1963. Estudió licenciatura en Letras y maestría en Literatura Comparada en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, donde fue catedrático. Igualmente, fue profesor de la Universidad Iberoamericana y del Austin College de Texas. Actualmente imparte clases en la Universidad de Debrecen (Hungría), donde tiene también un taller de creación literaria. Obtuvo el Premio Nacional Universidad Veracruzana (1992) en ensayo y narrativa, el Premio de los Juegos Florales de Lagos de Moreno (1998) y el Premio Nacional de Cuento Infantil Juan de la Cabada (1998). Asimismo, es Premio Netzahualcóyotl del gobierno de Hidalgo (2000), Premio Timón de Oro (2003), Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí (2004), Premio Nacional de Cuento José Agustín (2005), Premio Estatal de Poesía Efrén Rebolledo (2011) y Premio Sexto Continente (2012) de relato histórico (España).
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AGUSTÍN CADENA
La que pensaba en su esposo No se preguntó nada. No dudó. Simplemente subió al coche del hombre. No era su amigo ni lo conocía. Pero él la miró de otro modo: amable. La trató con respeto y frases limpias, con todo que ella aceptó así nomás. Iba nerviosa, pensaba en su esposo. Se dejó llevar a un hotel, no dijo nada. Subió dócil, aceptó un cigarrillo. Pero apartó los labios de repente cuando él iba a besarla. “No”, le dijo. “En la boca no”. Ésa era de su esposo. Pensaba en él al quitarse las medias, cuando se bajó el cierre del vestido. El hombre se le entró despacio, suave, como a algo que puede sufrir, romperse, y no insistió más en eso de los labios. Y ella no se aguantó para gritar. Al cabo era un desconocido; no volvería a verlo, no habría otra vez. No le dio dirección ni teléfono. Ni prometió nada ni aceptó nada. Se dio prisa en regresar a la calle. Pensaba en su esposo.
Criadas Vienen de provincia, de pueblos perdidos quién sabe dónde. Conservan su acento de milpas y chachalacas. Sus ojos ven como si vieran lejos. Por las noches se cuentan chismes en la azotea mientras oyen la Tropi Q. Se comen a escondidas el jamón de la casa, las galletas, usan el champú de la señora. Son como los gatos: lo saben todo. La vida de los otros es una telenovela donde salen amantes y villanos. Lavan menstruaciones y sábanas con semen; se llevan lejos la basura de la casa. Lloran solas en su cama, porque extrañan. Se duermen con una medalla sobre los labios. Piden permiso para ir a su tierra en Navidad y en Todos los Santos. Van y llevan flores a las tumbas. Cuentan maravillas de la casa donde viven.
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El crimen desde una antiheroína Ma. Ofelia Arruti A Lupita le gustaba planchar Laura Esquivel Editorial Suma de Letras 2014 198 p.
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a novela A Lupita le gustaba planchar marca el retorno de Laura Esquivel a este género después de diez años sin publicar. En su primera incursión en la llamada novela negra, la autora entrelaza mundos, cosmogonías y hechos dispares a partir de un crimen en apariencia inexplicable del que es testigo la protagonista de la historia, una antiheroína que, sin embargo, conquistará al lector. Lupita no cumple con los cánones que nos han impuesto las televisoras, el cine y las revistas de espectáculos. Es regordeta, chaparrita, alcohólica, drogadicta, exconvicta y, para rematar, policía en una ciudad envuelta en las apariencias, el narcotráfico, la inseguridad y la corrupción. A Lupita le gustaba planchar, bailar, sembrar, correr, observar el cielo, hacer el amor, porque esas sencillas labores cotidianas le aquietaban el alma y ponían orden y paz en el mundo caótico en el que vivía. También disfrutaba la soledad y el silencio, y chupar, autocompadecerse, chingar y tener la razón, porque estas actividades reflejaban la parte oscura de su
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alma. Pero también le gustaba proteger, deducir y preguntar, y quizá por eso se había hecho policía. Un día, presencia el asesinato de su jefe, un delegado de la Ciudad de México. Ante la impresión de ver caer a un hombre al que siempre ha considerado decente, es sorprendida por la tibia orina que desciende por su pantalón. El recuerdo de ese hecho la angustia en extremo, pues no deja de pensar en lo que dirán los que se enteraron de su “accidente”. Además, ser la testigo principal de un crimen rodeado de misterio la hace sentir un miedo enorme. A partir de ese momento, su vida empieza a trastocarse, pues al convertirse en el centro de la investigación, también se ve envuelta en una lucha de poderes que pone en riesgo su vida, lo que la obligará a intentar resolver el crimen por su cuenta. Con un lenguaje accesible y un refrescante humor negro, la autora nos va relatando la cruda realidad que vive Lupita y, a través de ella, la realidad actual de nuestro país. Toca temas sensibles para el México actual, como el abuso de poder, la corrupción, el narcotráfico, las autodefensas, las adicciones y la violación. Retrata sin tapujos la idiosincrasia de un pueblo que prefiere callarse a alterar su estilo de vida. Pero también relata la determinación de tantos seres marginados, como Lupita, en su lucha por sobrevivir en medio del dolor y la miseria.
La autora condimenta la historia con notas sobre las costumbres aztecas y la época colonial en México para sugerir que volvamos la mirada a las civilizaciones indígenas como remedio para los males que aquejan a nuestro país. Esquivel insiste en que volver a nuestras raíces indígenas podría lograr la salvación de México, aunque sus ideas se sienten utópicas y algo forzadas. La novela tiene varias líneas temáticas. Es un thriller y también es una aguda crítica a las políticas sociales. Además de contener subtextos sobre el pasado hispánico y neocolonial de México. Sin embargo, la constante que se repite a lo largo de todo el libro es la eterna búsqueda del amor. Una novela muy recomendable que atrapa y sorprende al lector desde las primeras páginas. No cabe duda que con una narrativa accesible y fresca, Laura Esquivel ha creado una obra literaria que dará mucho de que hablar y, sin duda, será tema de acalorados debates. Tropo María Ofelia Arruti. Estudió física y traducción. Ha traducido del alemán varios cuentos para niños y dos novelas juveniles para el Fondo de Cultura Económica. En la actualidad, traduce regularmente para la revista National Geographic en Español y es correctora de estilo de la revista Educación Matemática. Radica en Cancún desde 2003.
NO DEJE DE LEERLOS Años luz. James salter (Salamandra, 2013) Crónica intimista de un matrimonio de clase media alta en el norte de Nueva York, esta novela captura con sutileza y elegancia las paradojas de la felicidad de la vida de pareja, sometida a la exposición inclemente del tiempo que la corroe sin prisa, sin pausa. Engañosamente sencilla, no apta para quienes buscan pura acción externa, la obra está construida a base de momentos episódicos de dicha doméstica, sin intriga, hilvanados por silencios pasmosos, elipsis audaces, acción interior y revelaciones poéticas (acerca del amor y el sexo, los hijos y la familia, el tiempo y la vejez), que sacuden al lector hasta la médula por su intensa verdad humana. Una obra maestra. (381 pp.)
MilenA, el féMur Más herMoso del Mundo. Jorge Zepeda patterson (Planeta, 2014). Si en su anterior novela (Los corruptores) el autor nos regalaba un extraordinario thriller acerca de los entretelones de la narco-política mexicana, ahora ofrece una vigorosa novela de acción y suspenso alrededor de un tema polémico, actual: la esclavitud sexual resultado de la globalización de las redes de tráfico de personas. Narrada con una prosa despojada, vertiginosa y puntualmente periodística, la obra contiene además una tipología de clientes de comercio sexual que ventila la crisis de valores de la posmodernidad en temas como el amor, el matrimonio, el poder y la política. Imperdible. (475 pp.)
Adiós A los pAdres. Héctor aguilar camín (Random House, 2014). Una de las más hermosas biografías noveladas, que parece inventada por su intensidad emotiva y su trama de vida cercana a la ficción. Al sumergirse en la memoria familiar para contar la vida de sus padres, sus orígenes e intentar entender las motivaciones de sus actos, el autor descubre asimismo su propia verdad humana y se reconcilia con un pasado que parece reinventarse. Al hacerlo, informa asimismo — como un auténtico relato de fundación— de los orígenes de nuestra entidad, desde la conformación de la antigua Payo Obispo. Gozosa por su prosa depurada, de singular perfección literaria, la obra recoge la filosofía de vida del autor —personal y universal a la vez. Entrañable. (341 pp.)
lA fiestA de lA insignificAnciA. milan Kundera (Tusquets, 2014). La síntesis festiva y concluyente de las hondas preocupaciones de un Kundera genial: la ilusión de la individualidad, la intrascendencia posmoderna de los grandes temas, la levedad con que se recibe el derrumbe de los mitos, y la actitud divertida con que todo esto se asume: una auténtica fiesta de la insignificancia. Una gran novela breve, muy divertida, que debe leerse con mucha atención debido al trasfondo serio de los asuntos y a los habituales juegos de metaficción del autor. Una vez concluida, de obligada relectura. (138 pp.) (MAM)
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Orquídeas susurrantes Miguel Miranda El misterio de la orquídea Calavera Elmer Mendoza Tusquets Editores 2014 292 p.
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ecuerdo la primera vez que vi un celular en una película. Fue en Wall Street (Oliver Stone, 1987) en una de cuyas escenas, un amanecer en la playa, Gordon Gekko (Michael Douglas) le llama a Bud Fox (Charlie Sheen) a través de algo parecido a un ladrillote blanco con una antena negra y plástica para contarle, además de algún truco con la especulación de valores, que estaba amaneciendo y él estaba en la playa. Esta inclusión tecnológica que me impactó en su momento (los celulares en el México de 1987 eran prácticamente “cosa del diablo”) la recordé cuando en las primeras páginas de la nueva novela de Elmer Mendoza, el protagonista y héroe programado para una nueva saga, el Capi Garay, manda mensajes por WhatsApp a sus amigos mientras merienda con su madre. El hecho de leer por vez primera este anglicismo en la literatura mexicana, que refiere a uno de los medios de comunicación más usados en el mundo actual, me sorprendió por su
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irrefutable actualidad y me provocó leer la novela con cautela. Es de este modo como El misterio de la orquídea Calavera comienza con un chavo de dieciocho años como cualquiera de los de hoy en día, que no se alejan del celular ni para merendar, cuando su madre recibe una llamada de unos hombres que le informan, no del todo amables, del secuestro de su marido. La señora, proclive al llanto fácil, se desmaya y el Capi Garay, quien narra los hechos de aquí hasta el final en primera persona, toma la bocina para iniciar el diálogo con los secuestradores de su padre, a través de las trescientas páginas de la novela. El Capi comienza a narrar, como en un soliloquio, todas sus frustraciones de chavo de Culiacán, de clase media, con la hormona hasta arriba y problemas vocacionales, aunado a la tarea —aparentemente imposible— de remediar el secuestro de su padre. Su hermana mayor, quien es la líder de la familia después de su papá, se fue de vacaciones a Los Cabos con el novio y no contesta las llamadas. El Capi Garay es un chamaco devaluado por sí mismo, lleno de alergias y, además, con un abuelo que abiertamente lo menosprecia. Al no haber otra posibilidad, nuestro proto-héroe tiene que viajar a
Xilitla, en la región huasteca de San Luis Potosí, a negociar con los secuestradores que piden cuatro millones de dólares y ahí lo han citado para la transacción. Paralelamente, entra a escena la historia fantástica de Edward James. Edward Frank Willis James fue un escultor, poeta y millonario que nació en Greywalls, Escocia, en 1907 y murió de una embolia en San Remo, Italia, en 1984. Fue heredero de una gran fortuna y el único varón entre cuatro hermanas. Hijo del magnate norteamericano William James y Elizabeth Evelyn Forbes, su nombre fue dado en honor al rey Eduardo VII, a quien conocían personalmente y quien los visitaba frecuentemente en su propiedad llamada West Dean en Sussex. Era tal la cercanía con la familia, y en particular con Elizabeth Evelyn, que existen rumores que hacen pensar que el padre biológico de Edward James fue el mismísimo rey de Inglaterra. El pequeño y sensible Edward fue criado por nanas, francesas y alemanas, en su mansión de West Dean. Comenzó a escribir poemas a los catorce años, a los diecinueve estudió bellas artes en la Universidad de Oxford y a los veinticuatro obtuvo su primer y único empleo como agregado cultural en la embajada británica en Roma. Después de unos meses renunció para de-
dicarse al mecenazgo de artistas. En 1939, al inicio de la Segunda Guerra Mundial, llegó a Estados Unidos y se estableció en Los Ángeles, California. Borracho de whisky, en una piscina, decide viajar a México, el país más surrealista del mundo, para establecerse en Xilitla y construir un nuevo jardín del edén, donde —por un designio de una nube de mariposas que cubrió el cielo— cultivaría orquídeas. Elmer Mendoza, el principal representante de la narcoliteratura mexicana, toma partes de la historia real de Edward James y las entreteje paralelamente a la historia del Capi Garay. Prácticamente toda la historia se desarrolla en Xilitla, un municipio de la huasteca potosina, recién nombrado “pueblo mágico” en 2011. Mendoza la sitúa ahí por un capricho de “rapto literario”; al papá del Capi lo secuestran en un rancho cerca de San Luis Potosí, pero son los captores quienes exigen que la negociación se lleve a cabo en el pintoresco pueblito, donde en 1945 llegó Edward James para construir su jardín del edén soñado. James lleva como compañero sobornado a Cornelio Bojórquez, de origen yaqui, a quien conoce en Cuernavaca y con quien descubre el paraje donde habrá de realizar su sueño. Sin embargo, el bosque está custodiado por Arsenia H, la chamana local, quien hará lo imposible por que no cultive orquídeas y mucho menos realice su jardín surrealista. El Capi Garay llega a Xilitla muy a su pesar, para tratar de resolver la negociación y rescatar a su papá. Su desatino es mayor cuando descubre que olvidó el cargador del celular. Para matar la incertidumbre, escoge un ejemplar del librero del hotel (que no es más que “el castillo” real de Edward James) y comienza a leer El misterio de la orquídea Calavera. A partir de este momento, las dos historias comienzan a tocarse y a darse pistas una a la otra. Elmer Mendoza construye dos novelas de aventuras, una basada en hechos reales con atisbos de realismo mágico y fantasía surrealista, y otra donde el sentido es una novela juvenil, con un triángulo dramático bien construido
donde confluye “la influencia literaria” del libro que lee el protagonista. El Capi se convierte en lector activo de El misterio de la orquídea Calavera y se sorprende de los hallazgos: él es un muchacho subvaluado por todos y que apenas ha leído Aura de Carlos Fuentes, por encargo escolar. Finalmente, la recompensa llegará para el muchacho-antihéroe que se recompone a través de la lectura acuciosa que marca pistas precisas para la resolución del secuestro de su padre. Creada como el inicio de una trilogía —tan de moda en estos días— Elmer no ha dejado muy atrás su estilo de obras anteriores como Nombre de Perro y Balas de plata, con una prosa fluida y en ocasiones carente de pausas. La diferencia es que, en este libro, Mendoza pretende establecer un contacto narrativo con el lector joven. Profesor de la Universidad Autónoma de Sinaloa, es un incansable promotor de la lectura, hecho que ha encontrado veta en esta primera entrega de la serie del Capi Garay. Está preparando la segunda y tercera, novelas en las que el protagonista tendrá que resolver más problemas, en desiertos y otros escenarios, donde el autor desarrollará a su personaje juvenil. El misterio de la orquídea Calavera es la exposición de una literatura seria y bien escrita para un público joven, que utiliza el güey como base de su vocabulario, acostumbrado a entretenerse con gadgets y facebook, pero acotada para lectores asiduos. La novela está llena de referencias reales y personajes surrealistas que transitan entre la historia, con pequeños homenajes que Mendoza fabrica a través de sus letras, entretejiendo ficción y realidad, surrealismo y metaficción: el escritor Enrique Serna es un amigo insomne de Bojórquez en Cuernavaca, y mientras escribe una novela le aconseja acompañar a Edward James a la Huasteca. Arturo Pérez Reverte (el escritor cartaginés, amigo de Mendoza desde los tiempos de La reina del sur) capitanea un barco que navega en el Mediterráneo durante la reunión de artistas que se dan
cita: Max Ernst, Remedios Varo, Gala, Samuel Beckett, Leonora Carrington. Xavier Velasco es el camarero que sirve tragos a todos. Pérez Reverte advierte a los convidados de Edward James que pronto escucharán el canto de las sirenas. En eso aparece Salvador Dalí, en medio del mar, dentro de una escafandra con pólipos, en una escena cuyo desenlace no puedo más que transcribir: Qué gusto encontrarte, Dalí, luces muy bien, veo que por ti no pasan los años. Me casé, Edward, con la sirena mayor, tuvimos un sirenito justo al año de casados… El resultado estilístico de la última novela de Mendoza es una apuesta al interés lector del público joven: El misterio de la orquídea Calavera es una novela de corte negro y tintes surreales, muy recomendable para los jóvenes que quieren acercarse a la lectura; contiene muchos ingredientes que cautivarán a su público objetivo natural, además de elementos didácticos muy matizados que Mendoza deja plantados para que el mismo joven lector se interese en el movimiento surrealista, Xilitla, Edward James, Aura de Fuentes y muchas otras referencias sembradas como orquídeas susurrantes. La novela es recomendable, pero si usted, como yo, vio la película del celular de Gordon Gekko, nació antes de los setentas y busca una novela negra con personajes e historias más allá del acné, los condones y muchos güeyes, es posible que prefiera otra cosa. Tropo
Miguel Miranda Saucedo (Ciudad de México, 1966). Licenciado en Diseño Gráfico. Tiene una maestría en Comunicación Corporativa. Es profesor de las Escuelas de Comunicación y Diseño de la Universidad Anáhuac Cancún. Para vivir se dedica a la comunicación visual y la publicidad. Asistió al Taller de Cuento del CCL y pretende convertirse en escritor en un futuro cercano.
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Espionaje, amor y guerra Svetlana Larrocha Y sabrán que yo soy Jehová su Dios cuando, después de haberlos hecho llevar al cautiverio entre las naciones, los reúna en su propia tierra, sin dejar allá a ninguno de ellos… Y no esconderé más de ellos mi rostro, porque habré derramado mi espíritu sobre la casa de Israel, dice Jehová el Señor. EZEQUIEL 39:28-29
La amante del Gheto Pedro Ángel Palou Editorial Planeta 2013 216 p.
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n este año se ha conmemorado el centenario del inicio de la “Gran Guerra” o Primera Guerra Mundial. Igualmente, se cumplen 75 años del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, conflicto que inició en septiembre de 1939 con la invasión germana a Polonia. Otro aniversario —el 25— es la caída del Muro de Berlín o Berliner Mauer, que durante 28 años dividió a las repúblicas alemanas, la Democrática y la Federal. Los más de 120 kilómetros de la construcción fueron el símbolo por excelencia de la llamada Guerra Fría y, ahora, uno de los símbolos más patéticos del fracaso del sistema comunista en los países de la Europa oriental.
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Adhiriéndose a estas conmemoraciones —y quizá debido a estas—, este año el Nobel de Literatura le fue otorgado a Patrick Modiano, que por su Trilogía de la Ocupación (El lugar de la estrella, La ronda nocturna y Los paseos de circunvalación) es considerado uno de los autores fundamentales en las actuales letras francesas. La obra de Modiano, galardonado también con el Gran Premio de Novela de la Academia Francesa, se ha centrado en el París ocupado por las fuerzas nacionalsocialistas, un tiempo que ciertamente no vivió, pero del que ha sabido retratar magistralmente la colaboración de los franceses con el régimen alemán y, sobre todo, el antisemitismo presente durante los horrores de ese tiempo. Además de la obra de Modiano, en la literatura hay infinidad de libros acerca de estas conflagraciones y de los hechos posteriores a estas, especialmente de la
Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias. Algunos, mezcla de realidad y ficción, han llegado a la pantalla grande o se han convertido en famosas series de televisión. Otros abordan ese período de una manera más histórica, y representan excelentes ejemplos de novela bélica, como El tren llegó puntual, de Heinrich Böll; Vida y destino, de Vasili Grossman; Tiempo de vivir, tiempo de morir, de Erich María Remarque; y de Jorge Semprún, Viviré con su nombre, morirá con el mío. La controversial Pelando la cebolla, de Günter Grass, quien admite haber formado parte de la Waffen-SS, es otro texto digno de mencionar. Vistos, insistentemente, como víctimas indefensas —debido en gran medida al cine estadounidense—, los sucesos de julio de este año entre la Franja de Gaza e Israel, donde israelíes mataron a cientos de árabes palestinos, nos hacen recordar que, muchas veces, quien ha vivido un genoci-
dio termina siendo también un genocida. En la novela La amante del ghetto, el escritor poblano José Ángel Palou —ganador del Premio “Xavier Villaurrutia” 2003 y autor de la trilogía histórica Zapata, Morelos y Cuauhtémoc— aborda precisamente este tema: la venganza de los judíos después del Holocausto, a través de los Nokmim (en hebreo, “vengadores”), quienes se dedicaron a “cazar” sobrevivientes nazis, alemanes de las Schutzstaffiel (SS) y de la Gestapo que, escapados de los juicios de Núremberg gracias a distintas influencias, intentaban huir a otros países. Los Nokmin fueron ayudados por los servicios de inteligencia militar de Estados Unidos e Inglaterra, quienes les entregaron listas con infinidad de nombres de participantes y colaboradores del régimen hitleriano. Disfrazados de policías militares, este grupo buscaba a los nazis, los acechaba y finalmente los eliminaba. Incluso, en 1960 hubo una operación denominada Operación Garibaldi, la primera, donde un grupo de Nokmin secuestró en Argentina —violando la soberanía del país suramericano— a Adolf Eichmann, uno de los hombres principales del Führer y responsable de la llamada Endlösung der Judenfrage (“solución final a la cuestión judía”). Este acto fue encargado y autorizado por David Ben-Gurion, primer ministro de Israel en ese momento. Eichmann fue condenado y muerto en la horca en Jerusalem en 1962. Cabe mencionar que dentro de los ghettos, los judíos no siempre fueron tan pasivos. Existían grupos de resistencia y en varias ocasiones los prisioneros de los Konzentrationslager organizaron revueltas, especialmente en Auschwitz. La capi-
tal polaca fue el escenario de una famosa acción de resistencia, conocida como el Levantamiento del Ghetto de Varsovia, que inició en abril de 1943 y terminó en mayo del mismo año, acto que fue uno de los primeros contra el movimientos nazista. El libro de Palou narra cómo Zofia Nowak (una excantante de Varsovia y examante del oficial nazi Alberto Klubert, quien huyó para salvarse), es liberada, después de la muerte de su familia. Terminada la guerra, Zofia se une a los Nokmim, quienes se dedican a buscar meticulosamente a los verdugos de ellos y de sus familias. Cuando la mujer descubre que en París se encuentra el hombre con quien años atrás había mantenido una relación, surge entonces el conflicto entre el deber y el sentimiento, la ambivalencia de amor/odio: “¿Es la pasión tan fuerte que puede arrastrar a las personas a su destrucción?”, dice un eslogan del libro. Palou ha comentado que el personaje Zofia se encuentra inspirado en Wiera (Vera) Gran, una cantante y actriz judía muy famosa, que escapó del Ghetto de Varsovia durante la Segunda Guerra Mundial. En 1947 fue acusada en su propio país, Polonia, de haber colaborado con los alemanes. La historia acontece en la Semana de la Moda en un helado París de 1947. Aparecen figuras icónicas de esa época, como Christian Dior, Albert Camus, Jean Cocteau, Pablo Picasso y Edith Piaf, en un intento de ambientar ese lugar en la posguerra. Los otros personajes de La amante… deambulan con sus propios fantasmas en un universo oscuro, frío, hostil, miserable, y son seguidos de otros: el miedo, la desconfianza, el vivir al filo de ser descubier-
to cada día, pero especialmente —aunque saben que el infierno pasado se ha ido— la incertidumbre de un futuro es la sombra que acompaña sus pasos. Personajes bien delineados y precisos, pero sus acciones no siempre corresponden a sus perfiles, lo que le da a la novela cierta falta de verosimilitud. Narrada en tercera persona, con reflexiones íntimas en primera —las que pretenden ser sentencias filosóficas aunque no siempre lo consigan—, La amante del ghetto es una obra atractiva, sí, porque siempre el tópico del mayor conflicto bélico de la humanidad tiene garantizado el interés de un público específico —ya sea en cine, teatro, literatura o cualquier manifestación artística—, y muchas veces el éxito económico. Es necesario hacer hincapié que desde el punto de vista formal, la novela abunda en lugares comunes y descripciones fáciles, con adjetivos sobrados o manidos, lo que a mi juicio deja a la prosa de Palou sin brillo, y hasta un tanto aburrida. También en ocasiones parece que se soslayó increíblemente detalles básicos de sintaxis y de estilo. Para finalizar, considero que el aspecto más cuestionable en la novela es el hecho de poner en boca de varios personajes abundante información histórica, misma que, si los mismos la conocen, queda solamente como un afán de ilustrar, tal vez pedantemente, al lector, menospreciando su cultura. Tropo
Svetlana Larrocha (Mérida, Yucatán, 1967). Escritora, periodista y asesora editorial. Actualmente se desempeña como profesora de español para extranjeros.
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Libro fuera de clósets y libreros Fer de la Cruz
Diagnóstico: po(e)sitivo. Poemas desde del VIH/SIDA Raúl Lugo Rodríguez Dante, 2012 61 p.
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engo a hablarles de un poemario escrito con un gran sentido humano y sensibilidad poética(*). El padre Raúl Lugo tiene algo que decir y el poeta Raúl Lugo lo dice en los cuarenta poemas de Diagnóstico: po(e)sitivo. Poemas desde el VIH/ SIDA. No son poemas huecos ni ejercicios retóricos: Raúl Lugo no es un cultivador del arte por el arte. Se trata de poemas escritos a partir del dolor, del dolor profundo que el VIH/SIDA causa en los pacientes y en los seres amados de estos, como parte del abanico de sentimientos en el proceso de aceptación de las circunstancias surgidas por el virus. Aquí hay poemas líricos de fina factura, emotividad desbordada y cadencia sos-
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tenida, como “Tranquilo” (p. 8) y “Todos los sufrimientos” (p. 12). También hay poemas en monólogo interior, en las voces de diferentes personajes que nos hacen sentir a los lectores, como si fuera en carne propia, realidades de enorme carga emotiva que el autor ha atestiguado en años de ministerio, a la par de su labor como defensor de los derechos humanos. Como ejemplos, el desgarrador poema “Urgente compraventa” (p. 9) y el emotivo “Con M de Mercedes y de muerte” (p. 28), en la voz de un agonizante que escucha a Mercedes Sosa. (…) Si todo lo que quiero se volviera imposible utopía y las cosas que he escrito de repente me cayeran encima… Entonces usaría esa pistola que no quieres venderme.
Si estuvieras conmigo en esta noche los dos hombros cargados —con esta triste soledad de siempre— sabrías que mi prisa no es un juego. Necesito esa arma pues la noche de angustia que he narrado puede ocurrir dentro de media hora. Estoy solo en mi cuarto tengo sida no tengo a nadie cerca y no estoy preparado… De “Urgente compraventa”. El discurso poético de Raúl Lugo tiende a un versolibrismo de ocasionales libertades rítmicas, con una marcada preferencia en los versos heptasílabo y endecasílabo melódico. Prevalece el tono conversacional que raya en antipoesía, por lo mismo alejado de
toda afectación, incluso en el par de sonetos que encontramos (p. 34 y 60). A menudo este tono conversacional adquiere matices de rezo, tal vez por las acertadas anáforas y letanías, aunque de hecho hay poemas que son rezos, como “A la madre de los que VIHven” (p. 27) y “Oración por los pobres” (p. 49), en tanto que otros poemas, como “Todos los sufrimientos” (p. 12), conllevan un bien logrado tono bíblico, como de salmos, o como de sermón de la montaña, escritos en verso libre con elementos retóricos de la versificación paralelística propia de la literatura hebrea clásica. Los temas recurrentes son la tristeza, la nostalgia por el ser fallecido, la identidad queer, el deseo homoerótico y el amor en los tiempos del VIH/SIDA, así como la pobreza, la metapoesía y la protesta contra la represión del gobierno como la del clero fariseo cuyos dogmas reposan “en la pizarra de unas teologías / ancianas… moribundas” (p. 45). Eres lo único que me importa, pero eres también, al mismo tiempo, todo lo que me importa. Más allá de mis sueños ya quebrados y del orden divino que inventamos a diario en la pizarra de unas teologías ancianas… moribundas.
Me importas tú, me importa tu sonrisa, esa sonrisa eterna de los hombres felices, la sonrisa futura, acaso alimentada por mis cien soledades. (…) De “Lo que me importa”. Se perciben también acertados juegos verbales, como los títulos “Amor VIHtal” (p. 6), “SobreVIHviente” (p. 18) y “A la madre de los que VIHven” (p. 27), y hay cabida incluso para un fino sentido del humor, en el “Lúdico soneto”, como en los “Epitafios ficticios” (p. 26). Los hermosos metapoemas “Jueves Santo 2000” (p. 21) y “Antes de escribir” (p. 23) son, el primero, una reflexión sobre si la tristeza es en sí generadora de poesía, y el segundo, la expresión desesperada por el bloqueo ante la página en blanco y por el hecho de estar muriendo; pero el sentido de la metapoesía se mantiene en poemas como “Yag” (p. 41) y “Hay noches” (p. 43) “Tu ausencia” (p. 49) y otros más, como una de las constantes temáticas en ambas partes del libro. En efecto este libro contiene otro poemario; una segunda parte, titulada El oculto rostro de la alcoba. Si alguien le preguntara a Raúl cómo es posible que, siendo sacerdote católico, defienda la dignidad de los enfermos de
VIH/SIDA, como si hubiera en ello contradicción, seguramente él respondería: “Es que hago uso de mi licencia poética”, como se dice que Ernesto Cardenal le respondió a quien le preguntó cómo podía ser al mismo tiempo sacerdote y marxista. Este hermoso poemario contiene al mismo tiempo poesía y conciencia del dolor. Su precio es democrático, su distribución, estupenda, en todas las librerías Dante, como a través de su portal web, editorialdante.com, de manera que llegue a todos los lectores motivados por el placer egoísta de una buena lectura, o bien, el mandato divino del amor por el prójimo. Tropo *Nota: Texto leído por su autor, el 21 de marzo de 2012, durante la presentación del libro Diagnóstico: po(e)sitivo. Poemas desde el VIH/SIDA, en el foro del Restaurante Amaro, en Mérida, Yucatán.
Fer de la Cruz. Poeta yucateco nacido en Monterrey en 1971. Máster en Español por Ohio University y Lic. en Humanidades y Filosofía. Es coordinador del plantel Centro Histórico del Centro de Idiomas del Sureste y profesor fundador en la Escuela de Creación Literaria del Centro Estatal de Bellas Artes. En poesía ha obtenido dos premios nacionales, dos regionales y uno estatal.
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Entre el infierno y el paraíso: la palabra Alejandra Flores
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nevitablemente, mis lecturas tienen el vicio del oficio, soy una periodista que lee, y cuando leo, encuentro las historias que se escriben en los diarios, que se comentan en las editoriales, que dan origen a reportajes o guían hacia artículos de investigación. Fue imposible no ver en los cuentos de Miguel Ángel Meza, esa mirada con la que los periodistas caminamos por todas partes, esa que se pregunta siempre los por qué y los para qué de todo. Cada historia indaga en una búsqueda, pero también retrata la esencia de los seres que habitamos esta ciudad, que nos reconocemos en la marginalidad de una cuartería, en los resquicios de una banqueta rota, en la luz mortecina de cualquier farol, en la humedad de los deseos que perfuman cualquier bar. En Cada quien su paraíso, observo, siento, vivo, y agradezco, el trazo urbano de Cancún, silente protagonista donde descubrimos los rasgos diversos y obtusos de sus moradores, esos que somos y esos que no queremos ser. No, las historias que van a leer no son bellas, tienden a abrir alcantarillas, a rasgar bolsas de basura, a adentrase en las entrañas de un mal congénito, de una pesadilla con ojos abiertos; pero con todo y todo: sangre, saliva, sudor, semen y orines, las historias están tan primorosamente escritas, que nos mantienen a salvo. La pulcritud de la palabra le devuelve la dignidad a los seres de carne y hueso, esos que Miguel nos hace mirar a los ojos, oler en intimidad, sentir en el alma. Leo un cuento y puedo reconocer el titular en cualquier periódico, siempre de Nota Roja, siempre en esas páginas que odiamos y que muchos obviamos, pero que contienen el pulso exacto de esta ciudad que respira y transpira: miedo, desesperanza, abandono, desamor, envidia, celos, impotencia, hipocresía… soledad. El morbo, la lascivia, el realismo literario de Miguel Ángel Meza, abren en nuestra mente expedientes secretos, y por lo tanto, disfrutables, rotundos, perversos. Su palabra nos orilla a
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Dibujo de Jaime Villegas realizado durante la presentación del libro Cada quién su paraíso en la Casa de la Cultura de Cancún el pasado diciembre. En la ilustración: Alejandra Flores, Miguel Meza y Lizbeth Peña.
un voyerismo que imagina con generosidad los detalles apenas sugeridos; que acaricia a distancia y sin prisa, la explícita y deliciosa carne abierta y furtiva. Miguel siembra una idea inquietante al convocar la palabra de Alberto Moravia en un epígrafe que a la letra dice: “Así, cada uno pone su propio paraíso en el infierno de los demás”. Y cada vez que lo leo, recuerdo a Ítalo Calvino, quien asegura que “el infierno no pertenece al más allá: está entre nosotros”. Confío en que nuestra naturaleza humana tiende a resistir al mal, confío en que nuestra rebeldía nos hace “detectar todo aquello que no es infierno” para, como dice Juan Villoro, “apoyarlo y darle espacio”. Yo creo que nos sirve para espejear la realidad y desde ahí, detectar todo lo que no es infierno. Nos sirve para descubrir o redescubrir nuestros propios paraísos y para entender que, nos veamos o no, también estamos dentro de este libro cancunense, escribiendo nuestras propias historias de sal y de sol. Tropo
Del realismo psicológico a la ontología urbana Mauricio Ocampo C. Cada quien su paraíso Miguel Meza Editorial Letramar, 2014 137 p.
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ada quien su paraíso es el primer libro de cuentos cortos de Miguel Meza. En la portada, una sombra se refleja en agua acumulada, quizá por la lluvia, quizá por el llanto continuo de una ciudad herida que se duele, quizá reflejo de un orgasmo interminable. Aquella sombra pudiera ser de todos o de nadie: tú, yo, ellos, ustedes, nosotros, muchos rostros que se ocultan en un asfalto quemante pintado de colores fríos con un tono melancólico de un blues que se pierde en el espacio o la tinta de un poeta maldito que juega a buscar sus letras en el chemo, o el chemo en las letras. Son trece las visiones que Meza nos presenta. Visiones que aluden a las cicatrices del suicidio, la muerte de un hijo que alguna vez jugó a transgredir su edad y descubrió el placer voyerista debajo de una falda escolar. Visiones pintadas en un óleo: una ruleta rusa en una terminal de autobuses que ha de marcar el destino hacia esta ciudad multicolor que es Cancún, para compartir una navidad con Carolina que bien puede ser Luz, María, Petra o tú, para terminar con toda la melancolía — que quizá regrese algún día— sobre las sábanas sucias de un colchón, y, así, en cada
visión —como afirma el autor—, ir construyendo el paraíso personal. Para Miguel, realismo psicológico, para el que esto escribe, visiones ontológicas de distintas fotografías cotidianas de una ciudad que nos negamos a ver. Quizá, al hablar de aquel poeta maldito, “Chácharas”, el autor habla de sí mismo, habla de su vida, de su sentir, de su paraíso, que para ser tal, ha de ser multilateral y al mismo tiempo armado con otros paraísos que se fusionan dando forma a una realidad percibida por él. Así, cada visión narrada en el libro, narrará a su vez el Ser de un escritor que al encontrarse con una realidad underground, se encuentra a sí mismo y a los demás. En ese sentido, la mano del autor ha de ser el medio por el cual la ciudad grita que algo le duele, que agoniza, que es necesario atender a su llamado, que es necesario LEERLA, así, en mayúsculas, porque en la medida que la leemos nos la apropiamos, la entendemos y la podemos cambiar. Una constante a lo largo de los cuentos, es la toma de decisiones de los personajes en un contexto cotidiano de esta ciudad. De ahí tal vez el realismo psicológico aludido: por todo el espectro de la psique que cubre cada decisión. Sin embargo, cada decisión tomada en el presente repercute en el futuro y, por lo tanto, permeará lo que somos para seguir siendo en una dinámica de inacabamiento ontológico indeterminado.
Miguel, con sencillez y la genialidad que lo caracteriza, nos contextualiza el ambiente de los personajes en una realidad que nadie quisiera vivir, y nos lleva a adentrarnos en cada uno de ellos, depositando en nuestras manos su configuración ontológica. Podría afirmar que lleva la metaficción no al papel sino a la imaginación del lector, al permitirle determinar el fin de cada historia —en un efecto espejo— que lo obliga a tomar una postura respecto a esa realidad presentada para, entonces sí, modificarse a sí mismo. Meza nos confronta, nos pone un espejo, nos enfrenta a la configuración real de los denominados injustamente antivalores y nos muestra que los valores no son dados, son volátiles, cambiantes, se crean y recrean en la mediación del sujeto con su entorno. Estos sujetos no son justificados por el autor: más bien los ha comprendido, interpretado y les da su tinta para expresar esas otras realidades sociales como el grito de una voz antes negada. Los trece relatos podrían ser a la vez, el inicio de una juglaría literaria urbana que desciende al infierno de esta ciudad para rescatar las tensiones sociales y psicológicas emanadas de ella, con el afán futuro de que en algún momento dejemos de pensar en cada quien su paraíso, para afirmar: existe un paraíso posible para todos, y es hoy. Tropo
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ter tulia s
¿El fin de la topofilia? ¿Hacia una dimensión poética del habitar? Pricila Sosa
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l mundo es más pequeño. La realidad actual ofrece infinitas posibilidades de intercambio. La movilidad fluida de personas entre desdibujadas entidades nacionales —entre todos los puntos del planeta— parece construir un futuro de ciudadanos del mundo. Así lo informan estudios que aportan cifras sorprendentes sobre esta espiral de movimientos. Y varias denominaciones definen a este fenómeno que vemos transcurrir. Se habla de comunidades transnacionales al referirse a quienes se han integrado a otros espacios pero mantienen cohesión con su comunidad de origen (comunicación, participación en decisiones e incluso rituales), en un selectivo intercambio de elementos entre el lugar de origen y el de residencia en la permanente construcción de la cultura. También se alude a la migración de bienestar (lifestyle migration), que pretende describir a esos tan diversos personajes que escapan de los insoportables y larguísimos inviernos hacia donde el sol es un compañero permanente; o a quienes descubren la magia de hacer rendir su pensión para tener comodidades y servicios médicos impensables en su lugar de origen; y también a quienes se alejan de problemas de inseguridad o simplemente son atraídos por estilos de organización social o comunitaria o un medio ambiente más conservado. Otro grupo es el de jóvenes y adultos que migran y emprenden negocios en los más diversos destinos, en donde suponen que la suma de lo que dejan y lo que encuentran da un saldo de mejor calidad de vida. El turismo residencial, término paradójico que fusiona dos opuestos, alude a quienes prefieren casas y departamentos en sus largas estadías de ocio y se nombra como turismo de segundas residencias a esas visitas frecuentes a veces para el reencuentro con la familia y a veces por otras razones. Las comunidades de retirados o comunidades de la tercera edad reúnen a estos grupos en sitios donde la naturaleza y las personas los convierten
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en hospitalarios. Todo esto, sin mencionar a quienes no tuvieron elección y migraron por un trabajo. ¿Qué es esta nueva comunidad mudable, nombrada como sociedad móvil o mundo líquido? ¿Significa que somos ciudadanos del mundo o es un mundo sin pertenencias? ¿Tendríamos que atestiguar festivamente este proceso soñando que diluye fronteras o abrir bien los ojos hacia el horizonte que dibuja? ¿Es momento de discutir sobre identidades, de plantear ventajas o de imaginar utopías? ¿Dudar es una resistencia? ¿Qué pasa con el amor a la tierra, con la raíz que sostiene aun a través del tiempo y el espacio? ¿Es historia? ¿Es momento de sentir nostalgia por la nostalgia hacia el terruño? ¿Todo el mundo será nuestra casa o el planeta estará pleno de los no-lugares de Marc Augé? La “dimensión poética del habitar” de Yory dice que es clave distinguir entre estar y ser en un lugar; y esta no es solo certera sino mágica forma de distinguir. La contundencia de la afirmación “Soy de Kantunilkín” —o de cualquier otro sitio— significa pertenezco. Nos habla de vínculo y nos transmite la analogía del abrazo del lugar, del sitio que es nuestro porque somos de él. Sin embargo, ¿qué supone esta nueva realidad? ¿Inventamos nuevos vínculos? ¿Somos de donde estamos, sin más? O, más bien, ¿es tiempo de olvidarnos del ser? Quizá la mirada optimista observa la construcción de múltiples vínculos y no la ausencia de uno; y supone que esta nueva realidad podría borrar la cara oscura, excluyente de los nacionalismos y localismos; que nuestra casa es nuestro planeta; que elegir un sitio le da valor, el mismo o más, que se brinda al heredado, o que finalmente no es malo querer estar en un lugar. Tropo
Pricila Sosa. (México, D. F., 1953). Licenciada y Maestra en Relaciones Internacionales, Investigadora y docente universitaria. Voluntaria en ONG’s. Jefa del Departamento de Turismo Sustentable, Hotelería y Gastronomía de la Universidad del Caribe.
Crónicas de Ambarluna Lorena Careaga Viliesid
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n el juego de tronos y cruce de espadas al que estamos destinados, no hay salida ni vuelta atrás. Hoy frente al mar, a la sombra de las atalayas, reconocí su inevitabilidad, tan categórica e irrefutable como la de los amaneceres y las puestas de sol. Pensaba en la forma en que, un buen día, todo comenzó cuando me atravesé en tu camino sin suponer tu mirada furtiva, sin saberme observada. Años después supe que alguien, un viejo marino al que a veces escuchabas contar historias de borrascas y naufragios, te alertó de mi presencia. “Ven a ver una sirena”, te dijo mientras yo, con mi mundo de listas y letras rondándome la cabeza, entraba al edificio donde tú estrenabas oficina y yo ya indagaba pasados a la manera de los primigenios griegos. “Mira lo que viene caminando por ahí”. Y sabemos cómo son las sirenas cuando están tan cerca y al mismo tiempo tan lejos de su elemento acuático: no se fijan en nada. No tuve conciencia de estar pisando arenas movedizas ni de ir dejando un rastro irrevocable. Caminé frente a dos lobos de mar, uno viejo, el otro joven, sin imaginarme el desenlace ni las consecuencias que ese acto en apariencia inocuo e irrelevante tendría en el futuro. Luego debimos encontrarnos frente a frente por primera vez en aquel espacio de arcos coronados y árboles vetustos que contenía y encauzaba nuestras órbitas, propiciando el suave choque ineludible. No tengo una memoria clara de las circunstancias precisas en las que entraron en contacto nuestros ojos, pero tuvimos un intercambio fugaz de palabras y energías, suficiente para darme cuenta de que habías lanzado una apuesta a Eros y yo era el premio. Sonreí, de eso estoy segura, como sonreímos las mujeres cuando nos sabemos deseadas. Sonreí y me alejé de ti con la conciencia de mi cadencia acompañada de cerca por el aroma de tu piel. Me alejé con tu añoranza siguiéndome y la certeza de que nuestro sucesivo encuentro no sería fortuito, sino que, casi de tu mano, yo también lo propiciaría. Cómplice y discípula de tus anhelos, te visité muchas veces en aquella oficina, sin clara conciencia pero intuyendo ser la protagonista de las fantasías que llenaban tus noches y que hoy me confiesas y yo comparto. Era un juego delicioso, divertido, en el que tu humor me arrancaba carcajadas y la respuesta inteligente que esperabas. Hacíamos planes imaginarios, pero siempre fuimos puntuales en las citas que, como el destino y la película,
concertábamos en algún restaurante, a una hora y en una fecha improbable, a la que siempre acudíamos sin importar que hubieran pasado los años y que cada uno hubiese seguido su camino. Al mismo tiempo, no estaba dispuesta, en aquel entonces, a rendir la plaza. Ni entonces, ni después, ni siquiera al cabo de tanto viaje por el mundo y por mi historia. Pero tú, como un rey campeador que convoca a sus ejércitos y alza sus estandartes, te armaste de paciencia, te abasteciste para una prolongada campaña, planeaste sabiamente el emplazamiento de tus baluartes defensivos, aprestaste tus mejores estrategias para ganar no una batalla sino la guerra, iniciaste un largo asedio tan lejano e invisible como presente y constante, y te dispusiste a esperar, mientras yo me convertía en la mujer que siempre quise ser. ¿Qué habría dicho el viejo marino? Probablemente lo que tú ya percibías. Que las sirenas son escurridizas y difíciles de capturar, que disfrazan con su canto sobrenatural el lugar donde se esconden, que son testarudas y que guardan el secreto de las fantasías más recónditas de los hombres. Esta sirena en particular estaba destinada a tus besos. Valía la pena la espera. Nuestra historia siguió su curso inevitable y hoy transcurre en la intermitencia de la distancia y el reencuentro, en la carne y en el sueño. Te busco y te descubro a mi lado y puedo fundirme en tu espalda y dejar que me atrapen y me rodeen tus largos brazos y tus piernas kilométricas, mientras clavas en el centro de mi deseo el fruto perfecto que saboreo y me alimenta. Hoy, frente al mar, pensé en lo mucho que me gusta deleitarme contigo en este país que hemos creado. Ser la soberana de un territorio potente, magnífico y eterno, la reina a la que conquistas sin tregua, tu princesa cautiva, la sirena que te seduce con su canto, la que tu risa posee y tu voz enciende, la que enamoras con palabras y arrebatas con hábiles caricias y destrezas de guerrero. En el juego de tronos y cruce de espadas donde tiene lugar el amor, soy tu consorte y mi cuerpo es tu reino. Tropo Lorena Careaga Viliesid es antropóloga e historiadora. Su vida académica ha girado en torno a la historia de Quintana Roo, del Yucatán decimonónico y de la Guerra de Castas. Actualmente, funge como jefa de la Biblioteca Antonio Enríquez Savignac de la Universidad del Caribe en Cancún. Ha escrito numerosos libros, ensayos y artículos en revistas especializadas, tanto de México como del extranjero.
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v o c e s s u b u r b a n a s
Control y castigo del espíritu Mauricio Ocampo C.
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la entrada de la escuela hay un guardia de seguridad privada, no un prefecto, no un docente, no estudiantes esperando a quienes quieren ingresar a la escuela: un guardia de seguridad privada en una escuela pública de nivel preparatoria. Sobre los postes que sostienen la fachada de la escuela, aparatitos muy extraños hacen un ruido raro cuando los estudiantes pasan y acercan su credencial “con código de barras”. El aparato parpadea y deja ver un reloj que indica la hora de entrada del joven. Me recuerda al Panóptico de Michel Foucault, o al Gran Hermano de Orwell en 1984, pero en estilo subdesarrollado: vigilar, premiar o castigar; el nuevo control no está en el castigo del cuerpo, sino en el del espíritu. —Llegaron solo 25 becas, mano; y pedimos más de 200; solo les dan $700 al mes. —¡Ni para los camiones! En su libro ¿Hacia dónde va la educación?, Jean Piaget afirmó que las becas en las escuelas son un insulto, pues la educación es un derecho humano universal; es decir, todos deberíamos tener cobertura de educación sin pagar un solo peso. Sin embargo, solo hay 25 becas para más de mil estudiantes en un solo plantel. El nivel de preparatoria es uno de los más críticos de la vida estudiantil: en México, “el número de jóvenes de entre 25 y 34 años sin bachillerato es de 58%, junto con Turquía, lo que lo convierte en uno de los países con mayor porcentaje; en contraste, Corea, República Checa
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y Polonia, tienen menos de 10% de jóvenes sin bachillerato.” (SPDNoticias, nota del 22 de noviembre). Estoy haciendo una investigación, porque tenemos en CBTIS 111, Cancún, un índice de reprobación de más de 60 %. Esta problemática no es de los jóvenes. Algo sucede en nuestra sociedad. Más de la mitad de una escuela está en números rojos. Las autoridades consideran que mayor control dará como resultado un incremento en las calificaciones. Pero la problemática va más allá. ¿Qué estamos haciendo mal como sociedad, como cultura, como adultos? ¿Dónde quedó nuestro sentido común? ¿Dónde se fue nuestro anhelo de libertad? ¿Dónde perdimos nuestro deseo de ver a una juventud creciendo con miras a mejorar este país? La perdimos cuando dejamos de creer en los jóvenes, y los estigmatizamos como “delincuentes en potencia”, cuando creímos que con mayor disciplina y control, ellos serían mejores y llegarían a ser alguien. No vimos que esa disciplina se confundió con autoritarismo, prepotencia y represión. Nos da miedo que la juventud sea, que se pare los pelos, que diga groserías, que viva libremente su sexualidad, que experimente, que cuestione, que critique, que no esté de acuerdo con nosotros, que se vista de colores, es decir, que sea. En los jóvenes, repetimos lo que reprochamos a los gobiernos en mayor o menor escala, los cuales nos estigmatizan, nos roban la voluntad, nos ignoran como sujetos, y solo esperan de nosotros que seamos buenos ciudadanos y excelentes productores. Hacemos lo mismo con los jóvenes: les exigimos ir a la escuela a aprender, a obedecer, a ser pasivos, quietos, es decir, los mandamos a la do-
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Ángel, Jorge Ezquerro.
mesticación para que al final del día sean como nosotros. Y entonces sí, alardear de que “hemos formado buenos ciudadanos”.
—He realizado varios poemas y cuentos, pero no sé a dónde publicarlos.
—¡La juventud está conectada, despersonalizada! Se la pasan todo el tiempo en el teléfono, no atienden a las clases. He quitado alrededor de 10 teléfonos en una clase… no me importa ¡yo si los repruebo…!
—Yo iba a la escuela, pero la neta me salí porque empecé a chambear y me va bien. Gano mejor que mi maestro y eso que él estudió. Entonces, ¿para qué estudio?
—¡Ya no sé qué hacer con este niño! Se la pasa todo el día pegado a la computadora, en el faceboock ese platicando no sé con quién, y mandando fotos; ya se acuesta bien tarde y no hace las tareas… la maestra, a cada rato me llama… ¿Qué le duele a nuestra juventud que busca aislarse? ¿Qué no le gusta de esta sociedad, de su familia, de su escuela? ¿Qué la lleva a crear una burbuja en la que sí es aceptada y comprendida? ¿Qué tienen en común los jóvenes, y por qué se encuentran en espacios virtuales? Una sociedad donde impera la violencia no es grata para nadie: disfuncionalidad familiar, suicidios —Cancún cuenta con un alto índice a nivel nacional—, falta de espacios urbanos dedicados a ellos y con ellos —no para ellos, que no es lo mismo—. En fin, aquí la juventud no existe, se pierde entre plazas comerciales, narcotráfico, empleos mal pagados, expulsión escolar o persecución policial. La web les da lo que la casa, la escuela, la familia y la sociedad física y real no les da: la posibilidad de ser, expresarse sin censura, sin persecuciones inquisitorias; les da la posibilidad de tener un espacio para ellos y de ellos, pero también los vulnera, los expone, los aísla: —Me gusta escribir, pero mi mamá dijo que me dejara de estupideces, que eso no me iba a dar de comer.
—No manches, pinches polis, me patearon y me quitaron mi dinero, y era para la colegiatura. Oiga profe, le pegué a mi padrastro porque le estaba pegando a mi mamá. Dijo que me iba a demandar. ¿Cómo cuánto tiempo me echan en el torito si me demanda? —Chale, mis jefes no saben administrarse. Tienen saturadas las tarjetas de crédito. Le dije a mi papá que hagamos un plan para pagar, o hacer algo, pero me dice que ya no se puede hacer nada. —Yo quería estudiar Filosofía, pero mi papá me dijo que estudiara Derecho. Si no, no me pagaba la colegiatura, que Derecho si deja varo. —¿A poco le gusta esa música? Yo tenía varios discos, vivía con mi papá, y no había pedo, pero luego me fui a vivir con mi mamá y me los quemó. Se pasó de lanza: dijo que era música del diablo. —Oiga profe, creo que voy a dejar la escuela. No tengo para pagar y mi jefa está enferma. Lo poco que gana no le alcanza. Dice que no puede, que le ayude, porque además mi carnalita tiene que terminar la primaria. Ni modo, estoy triste porque… yo sí quiero ser alguien. Tropo
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¿Cuántos milagros más?
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Marcos Constandse Madrazo Canto a la vida: vivir es todo no vivir es no existir: la vida, milagro indescifrable, acto de posibilidad infinitesimal. De trillones de opciones surjo Yo, único, irrepetible, incomprensible aun para mí mismo. 14 mil millones de años nos engendraron. En el Bing Bang fuimos concebidos los que vivimos hoy y los que vivirán siempre hasta el final de los tiempos surgiendo lentamente millonariamente lentos, en años por procesos ínfimos de combinaciones y opciones por años de años, en misterios indescifrables. Y lenta, parsimoniosamente, sin prisas, con aciertos y errores, con desvíos y correcciones la vida surge, aflora consistentemente, inexorablemente. Aparece, de repente, la milagrosa combinación de energías y átomos que engendra unicelularmente “La Vida”. El objetivo de la creación se ha logrado. ¡Oh, asombroso milagro! Toda aquella energía cuasi-infinita cobra sentido toma razón de ser
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deja de ser masa bruta y energía para ser vida, el milagro: organismos que se especializan, órganos que desarrollan funciones, en un todo organizado. Un nuevo milagro de funciones que se coordinan da vida al organismo pluricelular: como, digiero, desecho. Cada parte se cumple a la perfección, cada célula cumple a su cabal conocimiento su parte de la sobrevivencia del todo. Y luego, un nuevo milagro: la especialización de los pluricelulares: como, digiero y desecho, luego otro aprovecha el desecho pero otro, ¡oh sorpresa!, come diferente, desecha diferente lo que otro aprovecha y así la diferenciación, lo distinto en la vida. Las causas de infinitas posibilidades crean la inmensidad de diferencias. Entre trillones de opciones se ha realizado la paradoja: siendo lo mismo ya no lo es, algo que en forma independiente, por impulso de la vida misma creada, como si fuera voluntad propia, se reproduce a sí misma aislada entre billones es sí misma. El polvo de estrellas que engendra a la Tierra se combina con energía y engendra la vida, testaruda e indefectiblemente, cumpliendo el objetivo de todo, diferenciándose:
son únicos y dividiéndose en sí mismos. Engendros, el nuevo milagro se vuelve pluricelular deja de ser célula aislada para volverse organismo organismos que al integrarse y multiplicarse engendran unicelulares microscópicos órganos especializados, organismos, ¡vida! vegetal y animal, aprovechando TODO: energía, materia inerte y vida, todo combinándose desaforadamente, creando, creando, creando, cumpliendo su misión, buscando el camino, explorando opciones millones, billones, trillones, metamorforseando todo, todo cambiando, todo EVOLUCIONANDO, la sobrevivencia de los más adaptados, la desaparición de lo menos adaptados, seleccionando en la búsqueda, creando plantas, animales, herbívoros y carnívoros, animales invertebrados y vertebrados, marinos, terrestres y anfibios, gusanos, insectos, vertebrados… ¡Y ahí!, entre aquella vastedad, los mamíferos, aquellos que engendran en placenta, que paren para entregar la vida, que amamantan y protegen a sus críos, aparece, ¡oh, nuevo milagro!, los instintos y los sentimientos. ¿Qué son esas cosas extrañas? En medio de energías, átomos, masas, vida y muerte, ¿qué forma de organización energética?, ¿qué expresan, qué quieren decir?, ¿de dónde surgen? Como respuesta: ¡el silencio! En la lucha de la sobrevivencia feroz, aparece la protección del fuerte al débil de los padres a los hijos, por instinto, instinto que es ¡milagro de milagros! ¿De dónde surge esa fuerza? ¿Qué no es combinación de átomos y energía? ¿Qué no es materia?
¿Qué impulso lo engendra? ¿Qué relación establece entre protector y protegido? Y después el otro milagro del aerolito que elimina las bestias brutas, superiores en fuerza e impulso, que regían bárbaramente la cadena alimenticia, y hace surgir como triunfadores a los mamíferos, con instinto de interrelación, un instinto que, lentamente, los hace superiores. Pues los humanos NO están solos: sus manadas se protegen, se empiezan a comunicar, se dividen funciones: los que cazan, los que procrean y protegen, los que colectan. Y en la sucesión, surgen dos cosas nuevas, asombrosas: las herramientas y el lenguaje, culminación de la evolución, cúspide del objetivo: nos comunicamos, nos protegemos, nos defendemos. Y en un proceso millonario en años, lo que era animal se transforma en antropoide, en primate y, por fin, en Homo Sapiens. Los seres humanos estamos presentes en la Tierra para iniciar un nuevo ciclo, ya no de competencia hacia otros seres existentes sino de evolución y desarrollo. Y me pregunto, ya estando aquí, ¿cuántos milagros más? 29/10/11
NOTA: Como resultado de su permanente asombro ante el milagro de la existencia, Marcos Constandse produjo este escrito versificado que intenta resumir sus ideas acerca de la Evolución Cósmica en el marco de la filosofía del Desarrollo Transpersonal, filosofía que ya expuso en su ensayo Yo soy nosotros (Editorial Diana, 2003).
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Mariana Zamora (México, D.F., 1996). Estudiante de bachillerato y fotógrafa. Desde los doce años, cuando le regalaron su primera cámara réflex, decidió estudiar fotografía profesional. Tomó un curso con Eric Blanc y ha recibido asesorías de Julio Pérez, su hermano. Vive en Cancún desde 1997. Estas fotografías pertenecen a la serie A través de Asia. Facebook.com/MarianaZamoraPhotography
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