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Elsa Núñez en antológica: imaginarios y contextos
La República Dominicana es un territorio artístico con una presencia femenina muy significativa durante el siglo XX y en lo que va de este milenio. En esa pléyade de mujeres artistas se destaca Elsa Núñez, acreedora del Premio Nacional de Artes Plásticas. Su trayectoria, de más de cincuenta años, es antologada en esta exposición del Centro León a través del programa Grandes maestros del arte dominicano; su itinerario ha estado acompañado por reconocidas voces de la crítica de su país —y de más allá—, que han valorado las dimensiones múltiples de su creación, sus etapas y períodos. Dibujante de excelencia, maestra en el manejo del color, Elsa Núñez tiene como medio honorable la pintura, en la que ha encontrado todos los caminos para su libertad expresiva. Pocas veces una artista entra a la Historia del Arte a los diecinueve años. Con su vocación y su talento, simultaneó los estudios de la Escuela de Bellas Artes —donde obtuvo el primer premio en la exposición colectiva de su graduación, en 1962— y los de Filosofía en la Universidad Autónoma de Santo Domingo. Concluyó su licenciatura y realizó su primera individual en 1963. La veinteañera Elsa Núñez estaba en un epicentro de creación, pensamiento y convulsos acontecimientos después del asesinato de Trujillo (1961) y los años que siguieron de esperanzas y desesperanzas dominicanas. Entonces la artista habitó el mundo de sus circunstancias y lo hizo de manera sensible, alma adentro, pues «a uno le duele su patria», ha dicho. Cuando con Cándido Bidó y Leopoldo Pérez fundaron el Grupo Los Tres (1963), era la más joven. En 1965 integró
yolanda Wood
el Frente Cultural, en momentos decisivos de crisis constitucionalista e intervención extranjera. Así tensó las cuerdas de su creación y su compromiso. Admiradora de sus maestros Jaime Colson, Gilberto Hernández Ortega, Celeste Woss y Gil y Josep Gausachs (todos renovadores del discurso visual), la artista se enfrentó en plenos años fundacionales no solo al estímulo que le proporcionaban sus obras, sino también a las tendencias que se entretejían en lo artístico, las abstractas, que tenían sus propios antecedentes en el país e irradiaban con nueva fuerza a partir del retorno de artistas exiliados que aportaban sus propias experiencias y que —ante la compleja realidad política y social— promovían la creación de agrupaciones que formaban parte de las batallas populares con la incorporación de otros medios gráficos, la fotografía y el arte público, lo que tuvo por efecto un profundo cambio de sensibilidad artística en el espíritu de aquellos tiempos. En ello intervino también una recolocación de la realidad con una relectura de las corrientes neofigurativas. El contexto era igualmente polémico en América Latina y en el ámbito internacional, caracterizado por una gran intensidad crítica y nuevas búsquedas expresivas en lo artístico. Resulta interesante apreciar que Ana Longoni, estudiosa argentina, al indagar sobre el golpe de Estado de su país y los movimientos artísticos que buscaban nuevas claves de expresión visual, dijera que «[...] la guerra de Vietnam, pero también la invasión a Santo Domingo y el asesinato del Che Guevara en Bolivia, son acontecimientos políticos que marcan un camino de creciente radicalización política. Lo que se empieza a dar hacia la segunda mitad de la década del sesenta es [...] pensar el arte como una forma de manifestarse políticamente, de incidir sobre la realidad, de transformar las condiciones de existencia».1 Así se definían «otros» modos de expresión de lo artístico que abrieron caminos a la visualidad contemporánea en nuestros países. Las imágenes de los más vulnerables entraron a la pintura como testimonio humanista del drama social y la condición arquetípica aportó la fuerza simbólica de la síntesis ante los muchos que habitaban el silencio de los desposeídos, la pobreza y la violencia. En esos escenarios estuvo la joven Elsa Núñez, y se confrontó a la socialización de lo estético-artístico. En una mirada retrospectiva, valora altamente sus trabajos de aquellos años
1. «Tucumán Arde» (Santa Fé, Argentina, 2011). https://www.youtube.com/watch?v=-MgjwIHthew Consultado 9.4.2020.
pues «el artista era como una esponja, absorbía los problemas de su ambiente, los problemas políticos, aunque no somos políticos».2 Precisa que todo se expresó en vivencias, «en sentimientos traducidos en el lienzo».3 Su obra reivindicó a la mujer que padecía doblemente las circunstancias, por ella y por sus hijos, lo que se expresaba desde la melancolía «en la noche oscura que se vivía», ha dicho. Con todos los matices propios de su evolución artística, la imagen de la mujer se hizo muy potente a lo largo de toda su obra. Algunas piezas iniciáticas son conmovedoras, como por ejemplo Mujeres tristes (Figura femenina) (1962), Patéticas (1967) y Vendedoras de peces (1967). Todas frontales en primer plano, hermanadas en solidaridad. Pero en las de 1967, un mayor hieratismo contrasta con la obra precedente. Los ojos cerrados producen una introspección y un vacío comunicativo ante el espectador; a la vez, se aprecia una mayor espiritualidad por el alargamiento de las figuras, ataviadas con tonos grises, negros y blancos que remiten al duelo y a una zona «opresiva» desde el interior mismo del cuadro. La relación fondo-figura es esencial. La falta de contextualización refuerza el valor de las figuras-símbolos, una manera de pintar el alma de los acontecimientos evadiendo lo transitorio para evocar —desde lo ético y estético— una empatía crítica con lo social. Esos fondos son abstractos. También los de sus brujas danzantes, que emergen desde la mancha expresiva con fuertes contrastes, mientras que en Elegía a mi hermano (1965), fallecido durante la Revolución de Abril, los recursos visuales de la abstracción construyen el poema lírico a través de la forma y el color, en una imagen que no parece aceptar los límites del cuadro. Todo habla de mediaciones simbólicas y laxitudes de los lenguajes en el espacio de su pintura. Quizá ello explique por qué esta muestra construye una parábola entre la obra más temprana que antologa, Peces (1961), y una del cierre expositivo, El misterioso fondo del mar, ambas abstractas, ambas de fuertes tramas, ambas referidas a ese espacio que «me gusta» —ha dicho la artista—, el de las profundidades marinas. El cuerpo es notable en su universo visual. Sus viajes, físicos o imaginarios, fueron siempre un recorrido espiritual hacia ella misma. Tres años en la Real Academia de San Fernando y el contacto con grandes maestros europeos le aportaron la luz y el blanco como claves visuales, mientras que una nueva página de vida se abría del
2. «Entrevista a la artista visual Elsa Núñez», El Despertador. Noticias SIN, 2018, https://www.youtube.com/watch?v=xG9OUsvFnxU Consultado 8.4.2020. 3. «Entrevista a Elsa Núñez», Ministerio de Cultura de la República Dominicana, 2016, https://www.youtube.com/watch?v=ig72a5z9duY Consultado 6.4.2020.
brazo de Ángel Haché, actor y poeta. A la compañía de la música, Elsa Núñez incorporó otras artes como la danza y el teatro, las que hicieron de sus cuerpos pintados sitios alegóricos con una rítmica gestual de profunda teatralidad en sus espacios imaginados: en esas visiones que nacen desde el cuadro, ilusiones distantes de toda realidad. Son cuerpos construidos desde la poesía y la metáfora de los títulos. En ellos habita algo antiguo que los hace misteriosos y enigmáticos en el distanciamiento comunicativo que entablan con el espectador. Todos están inmersos en su propia fantasía. «Coloqué la figura en un paisaje abstracto4 [...] pongo mi música [...] comienzo a manchar [...] increíblemente me sugieren imágenes [...]».5 El efecto visual es impactante en Concierto sobre el césped (1985) y en Nacimiento de la noche (1985), piezas donde domina el concepto, la idea, lo que las hace originales y contemporáneas por la magia de lo pintado, donde la relación fondo-figura vuelve a actuar por un armónico y disociador contraste en el plano perceptivo. Pero la naturaleza se redimió y se hizo protagonista. La abstracción —que la apasiona y entusiasma—6 fue el camino reivindicador. En explosiones de energía visual, la artista vuelve a situarse en el epicentro de una problemática que inquieta nuestro tiempo a escala global. Después de cincuenta años de exitoso itinerario, Elsa Núñez asume el compromiso y con reflexión ecológica y humanista se inquieta por «cómo el hombre ha ido destruyendo esas maravillas»7 de la naturaleza. Por eso dice: «He pintado la tierra en todos sus aspectos, el corazón de la tierra, la tierra desgarrada».8 Con perspectiva crítica, sitúa su discurso en el territorio inquietante de la espera. Reivindica una cartografía simbólica en La sierra (1983), donde Hay un país en el mundo (1996), el de Elsa Núñez, el de sus eternos imaginarios y contextos.
4. Ídem. 5. «Elsa Núñez», Canal SDI, 2015, https://www.youtube.com/watch?v=xUruO7oou6w Consultado 6.4.2020. 6. «Elsa Núñez. Trazos». Roberto Cavada, 2018, https://www.youtube.com/watch?v=t9TsrCHBWxg Consultado 4.4.2020. 7. «Elsa Núñez», Canal SDI. Op. Cit. 8. Yaniris López, «Elsa Núñez. 50 años de plástica», Listín Diario, 13 de mayo de 2012 https://listindiario. com/la-vida/2012/05/13/232195/elsa-nunez-50-anos-en-la-plastica Consultado 9.4.2020.