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La obra abierta de Elsa Núñez
«En arte, la juventud es una cualidad que cuesta mucho ganar. Velázquez, Goya y Matisse, por ejemplo, nunca fueron más jóvenes que en sus respectivas últimas etapas creadoras. Las más recientes pinturas de Picasso son una explosión de juventud. Lo mismo podemos decir en nuestro medio, de Jaime Colson». No solemos privilegiar las referencias y menos aún iniciar un texto con una cita. Sin embargo, desde que volvimos a leer el artículo de Manuel Valldeperes acerca de «La pintura última de Elsa Núñez» (1967) nos pareció corresponder premonitoriamente a la obra madura de Núñez. Más de cincuenta años han transcurrido y nuestra artista se encuentra hoy en una etapa cimera, como lo fueron aquellos ilustres mencionados por el inolvidable —sino incomparable— crítico catalán. Ciertamente, las últimas pinturas de Elsa «son una explosión de juventud». Poseyó una personalidad muy definida desde sus inicios. Orientó su ideología artística hacia un neorromanticismo, vinculando temáticamente las artes visuales con la literatura, el teatro, el cine y especialmente la música (el amor a las piezas clásicas y barrocas está anclado en el lirismo de su pintura). Manuel Rueda, insigne poeta, músico y coleccionista, lo dijo inmejorablemente: «Descubrir a Elsa a través de Vivaldi es saber escuchar a Elsa y saber mirar a Vivaldi». La expresión trascendental se ha mantenido, reafirmada y fortalecida. Redescubrir la pintura de Elsa Núñez nos ha permitido volver a disfrutarla, fiel a sus lineamientos de
marianne de tolentino
Asociación Dominicana de Críticos de Arte (ADCA) Asociación Internacional de Críticos de Arte (AICA)
conducta, cautelosa en vincularse a tal o cual movimiento contemporáneo, o simplemente aproximarse a una definición ajena, en buena medida porque cree firmemente en la total independencia de la creación y no hace concesiones al respecto. Elsa Núñez siempre instaló su taller en su casa, muy cerca del taller de Ángel Haché, su esposo amado, admirado y admirador... Entre ellos, inmensa ternura y mutua deferencia se aliaban con la pasión. Ambos siendo profesionales del arte con una ética inquebrantable y habiendo incluso expuesto juntos, podían hacer alguna apropiación mutua. Sucedió, pero de la pintura de Elsa a los ensayos pictóricos de Ángel. Núñez rechaza imitaciones e incluso apropiaciones recreadoras. Los términos, sean estos de formas, de formatos, de propuestas, o de movimientos, conciernen a su íntima convicción e inspiración. Su obra funde y multiplica temas, inclinaciones, variaciones estéticas, conservando su autonomía. Desde el emergente período de los años 1960 —testimonio de premura y entusiasmo—, expuso decenas de veces si incluimos las colectivas que prestigió: siempre se cuidó, aportando obras identificadoras, y su temperamento tajante, en participación y cooperación, no ha cambiado... Sencillamente, Elsa Núñez ha evolucionado, adscrita al expresionismo —corriente donde se la suele «encerrar»—. Primero figurativa, alternó e integró versiones abstractas, las cuales han ido ascendiendo de estética palpitante a flujo incontenible.
La obra abierta Una característica de la artista en sus obras magistrales consiste en proponer una doble lectura conscientemente manejada, abstracción y figuración, al filo de distintos períodos. Este discurso metamórfico, exaltado por el color, se presta para una lectura ampliada y sugerida por la propia autora que dice compartir gustosamente anatomía humana y naturaleza. Si luego suele separar la expresión figurativa de la abstracta, enseñando así versatilidad y soltura de profesional aguerrida, ambas formulaciones pasan de una a otra modalidad con fluidez, incluso en una misma obra. La lectura del contemplador puede variar aun, sin que cambie el mensaje espiritual, propósito consciente, trátese de una identidad reconocible o de una versión totalmente libre.
A ella le place jugar con esa ambigüedad interpretativa, y sus pinturas, desde los inicios de la jovencita recién graduada, contienen la esencia y existencia de mundos naturales y sobrenaturales. Sin embargo, el público dominicano y la mayoría de los seguidores de la artista siempre le «reclaman» una iconografía figurativa... al mismo tiempo que le atribuyen y casi buscan una constancia de autorretrato. Por cierto, esta subjetividad y predilección no ha dejado de incomodar a Elsa, hasta indignarla porque le asignan el «autorretratismo» como dominante en su figuración, y todavía más por sentirse apegada a su producción abstracta. Es parte de la ignorancia: toda obra de arte —visual, literaria, incluso musical— no deja de ser autobiográfica. Desde el amor por la música, sus estructuras abstractas se desarrollan como frases melódicas que contienen un caudal de estremecimiento y emoción muy especial. El color se enardece y la pasta se hace materia incandescente. El trópico emprende aquí una gestación suprema: ¿no es la «Madre Tierra» una de sus expresiones favoritas? Elsa Núñez invita al viaje, al imperio de los sueños y las utopías. Su paisajismo interior se apartará de la realidad, pero ¡cuán profundamente expresa la vitalidad — maravillosa, impredecible y agredida— de la tierra y su cuestionada recuperación! Sabemos que la impronta de la fe acentúa sus sentimientos y la omnipresencia de un hacedor supremo. Será una de las tantas lecturas de su obra no figurativa, ahora más misteriosa que nunca y definitivamente «obra abierta». Este concepto de obra abierta ha sido expuesto por Umberto Eco —académico genial en historia, crítica, novela y más— de distintas maneras, valiosas todas, refiriéndose a un proyecto dotado de un amplio abanico de posibilidades interpretativas: «Por obra abierta se entiende proponer al espectador la más libre de las aventuras, al mismo tiempo que permanece la comunicación». Evidentemente, esa «aventura» prolonga y ensancha la contemplación. Así, la pintora propone varios sistemas compositivos a nuestras ansias de interpretación. Simultáneamente, será capaz de reinterpretarse, agregando o modificando elementos mientras la solidez de la arquitectura del cuadro es constante. Si prefiere una estructura central, a la vez implantada y flotante cuando la verticalidad impera, puede explorar también el espacio en un proceso metafórico y estratificado de geología perenne, aunque la geometría y el constructivismo, otrora asociados a la abstracción, no predominan en su obra. Resulta que su dibujo hábil es indisociable del color variado en gamas y matices, suntuoso también en la aplicación de la pasta y su textura. Parece introducir la luz en
los pigmentos, aliviando la materia y sublimando la intensidad cromática, haciendo surgir de una materia nunca amorfa metamorfosis polisémicas. Consideramos a Elsa Núñez una abstracta magistral que nunca rechaza vínculos con lo real-observado. En su «fauvismo abstracto», el eslabonamiento con la realidad concierne más a la figura humana, con dimensiones e interpretaciones plurales de «obra abierta». Dejamos flotar la imaginación por esa poesía «corporal» que se organiza y culmina en unidades compositivas. Materia, técnica, energía y efusión coinciden. El lirismo —subyacente o directo— aporta una impronta emocional en la mayoría de sus obras. Así, la pintura puede ser alegórica, explosiva, irradiante, contrastada, volviéndose de repente cuasi informalista y relampagueante. Sombra y luz, en conformación alternativa, se van estructurando al compás de la mirada y provocan un estremecimiento espontáneo. No olvidemos que también es una poeta escondida, cuyas palabras revolotean como pinceladas.
Maestría y abstracción Consideramos necesario enfatizar que la abstracción en Elsa Núñez no se fundamenta solamente en opciones formales, sino que, derrumbando las barreras de una representación objetiva, corresponde a un sentir omnipresente del despliegue pictórico. Constituye la vía idónea, no solo para múltiples incursiones estéticas sino para la transcripción plástica de inquietudes y cuestionamientos intelectuales, hasta el punto de que la artista, graduada en Filosofía, sugiere disquisiciones metafísicas. En nuestra opinión, lo no-figurativo es la expresión sobresaliente de numerosas variaciones conceptuales en medio siglo de labor e investigación, aparte de suscitar una fruición irresistible por las cualidades plásticas. Ahora bien, por temperamento, Elsa no suprime totalmente la representación identificable en sus espacios abstractos, e introduce alusiones a la naturaleza y al cosmos. Cabría calificar esta simbiosis como una fastuosa expresión terrenal y celestial. Tales propuestas continúan persiguiendo el infinito, y la búsqueda de lo absoluto explora la luminosidad. ¡Hasta la noche se vuelve fuente de luz en su paleta! Un innegable misticismo ha envuelto siempre su pintura, huella totalizante que prescinde de cualquier credo dogmático y sacraliza cualquier parcela del territorio pictórico. Nos consta que la fe y la convicción de Elsa Núñez comunican una dimensión mítica al paisaje.
Ella clama que estamos «provocando la reacción del planeta con fenómenos como el que estamos viviendo en la actualidad». Descifremos esta visión del mundo, dirigiendo nuestra introspección hacia aquellos valores emocionales: su obra se prolonga en nosotros, más allá de los límites del lienzo. Ahora bien, antes de cualquier análisis, hemos de recordar enfáticamente el oficio de Elsa Núñez, ese métier que la práctica intensifica y condensa. En sus abstracciones se ha adueñado de una pasta sustanciosa, emergente, brillante, dando al pigmento acrílico la untuosidad del óleo —que tuvo que descartar por razones de salud—. Una valoración sensual de la pasta, recogiendo la voluptuosidad y la esencia de la materia, se funde con la resonancia espiritual que libera energías latentes. Cada «paisaje interior», distanciado de una función imitativa, está dotado de simbolismo y de proximidad con la naturaleza. Un cielo enardecido se vuelve dramático y llameante, apretadas vibraciones espaciales sugieren un viaje al centro de la Tierra, mientras otro lienzo evoca la inmersión en honduras subacuáticas. Las edades del planeta diseñan estrías que alternan el ámbar y la turquesa, desentrañan las huellas del pasado y la perennidad del tiempo. ¡Oh, magia de la naturaleza!, una misteriosa flor propone su policromía e irradia el espacio circundante... La metamorfosis continúa y los pétalos mutan en las alas de una mariposa. Cuando la gradación del amarillo al anaranjado se apodera gloriosamente del firmamento, más allá de una claridad solar, es una luz sagrada que triunfa. El paisajismo se transforma en pintura sacra, profundizando la contemplación, invitando a la meditación o la plegaria. Así como Elsa Núñez plasmó, en distintas épocas, temas y motivos contundentes, sus abstracciones recientes investigan el lenguaje del color, sus latidos tonales, su complejidad rítmica, y llegan hasta la verticalidad, el gesto, incluso el estallido, pero sin estereotipos. Esta obra abstracta abierta fascina el ojo, nutre el pensamiento, nos sitúa finalmente entre la alegría, la quietud y la melancolía.
Coda Su léxico plástico dista mucho de haberse agotado, y podemos esperar cualquier modalidad visual de su pasión y creatividad. Preferimos no hablar de sorpresa, pues la personalidad de Elsa Núñez manifiesta coherencia y articulación entre las sucesivas etapas de su producción. Sencillamente, estamos a la expectativa ante las últimas revelaciones de un trabajo constante y una inspiración afectiva. Sabemos que ella vive el acto de pintar como verdadera actividad existencial. Tres palabras la definen: permanencia, totalidad y sublimación.
Más de cincuenta años han transcurrido y nuestra artista se encuentra hoy en una etapa cimera, como lo fueron aquellos ilustres mencionados por el inolvidable –sino incomparable– crítico catalán. Ciertamente, las últimas pinturas de Elsa –son una explosión de juventud–.