Leonardo Boff. Ética y espiritualidad ante situaciones límite de vida y muerte.

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Ética y espiritualidad en situaciones límite de vida y muerte Leonardo Boff MATERIALES DE ESTUDIO DE LOS CÍRCULOS DE INVESTIGACIÓN


Ética y espiritualidad ante situaciones límite de vida y muerte Leonardo Boff

Traducción Marcel Arvea Damián

MATERIALES DE ESTUDIO DE LOS CÍRCULOS DE INVESTIGACIÓN

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Catalogación Autor: Leonardo Boff. Título: ÉTICA Y ESPIRITUALIDAD ANTE SITUACIONES LÍMITE DE VIDA Y MUERTE. Traducción. Marcel Arvea Damián. Colección. Materiales de Estudio de los Círculos de Investigación. Editorial. Editorial La Mano. Primera Edición. Oaxaca de Juárez, Oaxaca. México. 2013. Temática: 1. Educación. 2. Educación popular. 3. Alfabetización. 4. Lectoescritura. 5. Comunicación. 6. Escuela. 7. Formación docente

Todos los derechos de traducción reservados. Marcel Arvea Damián. marvedam@hotmail.com D. R. © Diseño de portada e interiores. Alejandra Duarte de la Llave y Fernando Cruz Pérez. Imagen de portada: El hombre Rufino Tamayo.

dcg_lamano@hotmail.com

http://www.circulosdeinvestigación.com/

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento expreso y escrito del autor. Impreso y hecho en Oaxaca, México / Printed and made in Oaxaca, Mexico. Primera Edición. Oaxaca de Juárez, Oaxaca. México. 2013.

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Ética y espiritualidad ante situaciones límite de vida y muerte1

Leonardo Boff

Vivimos tiempos de transversalidad en los discursos, buscamos convergencias en las diversidades en beneficio de la cualidad humana, espiritual y cívica de los seres humanos. ¿Hoy tenemos conciencia clara sobre el límite y alcance de la medicina y de las leyes ante el complejo problema de enfermos terminales y la muerte? Personalmente considero que esta cuesión comprende dimensiones científicas, técnicas y jurídicas, pero también nos remite a cuestiones de naturaleza cultural y filosófica: ¿Cuáles es la imagen que tenemos del ser humano? ¿Qué visión proyectamos de la vida cuya comprensión más profunda está aún siendo elaborada en el interior de las ciencias biológicas, de la moderna cosmología y de una comprensión ampliada de un proceso evolutivo ascendente? Una nueva óptica provoca una nueva ética.

1.-El cuidado, esencia concreta del ser humano Me gustaría reflexionar en el sentido de llevar adelante una discusión con la eventual contribución de la filosofía, particularmente de la ética. Me gustaría articular la reflexión alrededor del tema del cuidado, tan esencial a la vida, especialmente a la vida human en su límite extremo de enfermedad y muerte. La ética del cuidado es conatural a los médicos y enfermeros y también a los promotores del derecho y de la justicia en la sociedad. En mi libro “Saber cuidar: Traducción libre del portugués: Marcel Arvea Damián. Fuente de la publicación: http://leonardoboff.com/site/vista/outros/etica.htm

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ética de la compasión humana porla tierra”, intente vertebrar un pensamiento que acojiese esas cuestiones y las profundizara en el marco de una visión más arquitectónica, propia de la filosofía y de la ética. Partí de una conocida fábula de Higinio, un filósofo esclavo egipcio-romano, en ella se dice claramente que la esencia del ser humano no reside solamente en el espíritu y en la libertad sino también en el cuidado. El cuidado significa una relación amorosa con la realidad. Importa porque es inversión en celo, desvelo, solicitud, atención y protección para con todo aquello que tiene valor e interés para nosotros. Todo lo que amamos lo cuidamos y viceversa. Pero el hecho de sentirnos involucrados y comprometidos con quienes cuidamos implica también preocupación e inquietud. El cuidado constituye la plataforma real que posibilita que las otras dimensiones humanas puedan emerger. Sin cuidado no podrían conservar su característica humana. Martín Heidehher, en “El ser y el Tiempo” dedica algunas de los más profundos parágrafos a esa visión esencial del cuidado, con naturaleza concreta del ser humano en el mundo y con los otros. Debido a su esencialidad, decía el poeta romano Horacio, “el cuidado nos acompaña como una sombra a lo largo de toda la vida.” Todo aquello que hacemos con cuidado contiene una fuerza contra la entropía, contra el desgaste, pues prolongamos la vida y mejoramos nuestras relaciones con la realidad. La crisis cultural del mundo reside en la falta de cuidado, falta enorme al tratar a nuestros niños y ancianos de los ecosistemas, de las relaciones sociales y de nuestra propia profundidad. Es el cuidado quien salvará el amor, la vida y nuestro esplendoroso planeta. La Carta de la Tierra, documento elaborado a lo largo de 8 años y recientemente reconocida por la UNESCO, recoge las bases sociales desde lo mejor del pensamiento ecológico, político y ético de 46 países, implicando a más de 200 mil personas y buscando garantizar el futuro del Planeta y de la humanidad. En esta Carta, el eje estructurador es la ética del cuidado. Para la medicina y la enfermería, esa asunción no significa sorpresa alguna, pues, como dije y repito, el cuidado es la esencia de la actitud curativa de los operadores de la salud. Desde e el siglo pasado emergió esa perspectiva del cuidado con una famosa enfermera inglesa, Florence Nightingale. Ella salió de Inglaterra y fue a tratar, desde la óptica del cuidado, soldados heridos en la violenta guerra de Crimea logrando reducir en seis meses de 42% a 2% la mortandad de soldados heridos en combate. Al regresar, organizó toda una serie de redes hospitalarias que ofrecieron atención centrada en el cuidado. Ello dio origen a una corriente de pensamiento 4


ético en enfermería articulado alrededor del cuidado, hoy muy fuerte en los Estados Unidos y en el mundo entero. Particularmente, a partir de los años 70, la ética en enfermería comenzó a discutir la categoría del cuidado. En ese momento el cuidado apareció como aura benéfica que debía impregnar la investigación científica y el uso del aparato tecnológico. Ninguno debía ser subestimado ni relativizado en nombre del cuidado; por el contrario, deben servir a la actitud del cuidado pues sólo entonces servirán a la integralidad de los pacientes para ser curados o acompañados en su gran travesía de muerte. Cuidado (en el ámbito de la enfermería) y cura (ámbito de la medicina) deben andar de las manos pues ambos representan dos momentos simultáneos de un mismo proceso. Con frecuencia somos confrontados con la difícil situación de los pacientes terminales. La medicina contemporánea tiene condiciones para prolongrar por mucho tiempo la vida, incluso en situaciones límite que van más allá de cualquier expectativa de reversibilidad. Hay situaciones acompañadas de gran dolor para los pacientes y de gastos tan altos para la familia que transitan hacia quiebra en el afán de asegurar el tratamiento de sus familiares terminales ¿Cómo actuar en casos semejantes? ¿Se trata de prolongar a ultranza la vida o permitirle seguir su curso natural rumbo a la muerte? Tuve la oportunidad de acompañar en su gran travesía a una de las más brillantes inteligencias brasileñas y cristianas, el Dr. Alceu Amroso Lima (Tristão de Athaide) en el hospital Santa Teresa de Petrópolis. Durante toda su vida él fue un paladín de la libertad, especialmente en los tiempos del plomo de la dictadura militar. Con sus más de noventa años y sus múltiples achaques, sufría mucho ligado a aparatos y tubos. En un momento de distracción de los enfermeros, se arrancó todo y se liberó. Se creó entonces un dilema a cuya solución fui invitado para opinar. Se trataba de ligarlo o desligarlo de todos aquellos aparatos que permitían al Dr. Alceu prolongar su vida. Sospechando del impase, me susurró al oído: “Yo luché mi vida entera por la libertad y no quiero morir encadenado como un esclavo, eso no es digno, déjenme morir en paz.” Eso fue lo que dije al cuerpo médico: “Respeten el curso natural de la vida del Dr. Alceu porque la vida es mortal y necesita ser respetada en su cualidad de mortal. Además, el Dr. Alceu es un cristiano profundamente convencido en la vida eterna. La enfermedad no le quita la vida sino él se la entrega a Aquél de quien la recibió, a Dios; déjenlo morir como quiere, en plena libertad.” Y así fue hecho. Murió con el aura de un ser libre. Esa actitud significa también cuidado para con la naturaleza de la vida, en su finitutud y mortalidad. 5


2. Una comprensión más compleja del ser humano Esas pequeñas referencias suscitan una cuestión que me gustaría rápidamente abordar en el contexto de las dos conferencias aquí realizadas: ¿Cuál es la comprensión del ser humano que argumenta nuestras prácticas terapéuticas? Hagamos un ensayo de reflexión filosófica. Antes que cualquier cosa, importa enfatizar que el ser humano constituye una totalidad extremadamente compleja. Cuando decimos “totalidad” significa que en él no existen partes yuxtapuestas; todo en él se encuentra articulado formando un todo orgánico. Cuando decimos “compleja” significa que el ser humano no es simple, sino una sinfonía de múltiples dimensiones que coexisten y se interpenetran. Dentro de otras muchas podemos discernir tres dimensiones fundamentales del ser humano único, dimensiones que ocurren siempre juntas y articuladas entre sí: la exterioridad (cuerpo), la interioridad (mente) y la profundidad (espíritu). Esa consideración holística propica una visión más integrada que beneficia a la medicina y a la enfermería en su misión de curar… La exterioridad del ser humano refiere a todo el conjunto de sus relaciones con el universo, con la naturaleza, con la sociedad, con los otros y con su propia realidad concreta. Ella obtiene densidad especial a través del cuidado, ya referido anteriormente. Sin cuidado no sobrevivien ni prosperan; por eso importa tener cuidado con el aire que respiramos, con los alimentos que consumimos/comulgamos, con el agua que bebemos, con las ropas que vestimos y con las energías que vitalizan nuestra corporeidad. Normalmente se llama esa dimensión “corporal”. Pero bien comprendido, el cuerpo humano es un todo completo, vivo, dotado de inteligencia, de sentimientos, de compasión, de amor y extasis porque puede relacionarse hacia afuera y más allá de sí mismo. La interioridad del ser humano está constituida por todo aquello que gira hacia adentro y refiere a todo aquello de su universo interior, tan complejo como el universo exterior. La interioridad humana comprende el consciente e inconsciente personal y colectivo. Por eso no está jamás vacía sino se encuentra habitada por instintos, pasiones, imágenes poderosas, arquetipos ancestrales y principalmente por el deseo. 6


El deseo constituye, posiblemente, la estructura básica de la interioridad humana. Su dinámica es ilimitada. Como seres deseantes, nosotros, los seres humanos, no deseamos si acaso eso o aquello; deseamos todo y el todo. El obscuro y permanente objeto del deseos es el Ser en su totalidad. La tentación permanente consiste en identificar al ser con alguna de sus manifestaciones. Cuando eso ocurre, surge el fetichismo que es la ilusión de identificación de la parte con el todo, de lo absoluto con lo relativo. El efecto es la frustración del deseo y el sentimiento de irrealización. El ser humano necesita siempre cuidar y orientr su deseo para que, al pasar por la variedad de objetos hacia su realización, no pierda la memoria bienaventurada del único gran objeto que puede hacerle realmente descanzar: el Ser, la Totalidad y la Realidad fontal. La interioridad es también llamada mente humana. Nuevamente mente, bien entendida, es la totalidad del ser humano girando hacia adentro, captando su dinamismo interior y también las resonancias que el mundo de la exterioridad provoca en él. Finalmente, el ser humano posee profundidad. Posee la capacidad de captar lo que está más allá de las apariencias, de aquello que ve, escucha, piensa y ama con los sentidos de la exterioridad y de la interioridad. Aprehende el otro lado de las cosas, su profundidad. Las cosas no son sino cosas, símbolos y metáforas de otra realidad que está siempre más allá y que nos remite a un nivel cada vez más profundo. Así, la montaña no es solamente una montaña sino es también su significado: majestuosidad. El mar es también grandiosidad. El cielo estrellado, infinitud. Los ojos profundos de un niño el misterio de la vida humana. El ser humano considera fundamentales estos problemas y los pone siempre en su reflexión: ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Cómo debemos vivir? ¿Qué significado tiene la enfermedad y la muerte? ¿Cómo preservar el mundo que nos sustenta? ¿Quiénes somos nostros y cuál es nuestra función en el conjunto de todos los seres? ¿Qué podemos esperar y que nombre podemos dar al misterio que subyace a todo el universo y que reluce en cada cosa que nos rodea? Al balbucear respuestas a estos problemas vitales captamos valores y significados, no sólo constatamos hechos y ennumeramos acontecimientos. En verdad, lo que definitivamente cuenta no son las cosas que nos suceden sino lo que significan, en tanto pasan a tener carácter simbólico y sacramental: nos recuerdan lo vivido, nos reenvían a cuestiones más globales y, a partir de allí, alimentan nuestra profundidad. Colocar cuestiones fundamentales y captar la profundidad del mundo, de sí mismo y de cada cosa, constituye lo que se denomina espíritu. 7


Espíritu no es una parte del ser humano sino aquel momento pleno de nuestra totalidad consciente, vivida y sentida dentro de otra totalidad mayor que nos envuelve y nos sobrepasa: el universo de las cosas, de las energías, de las personas, de las producciones sociohistóricas y culturales. Por el espíritu captamos el todo y a nosotros mismos como parte y fracción del todo. Más todavía. El espíritu nos permite tener una experiencia de no-dualidad. “Tú eres todo eso”, dicen los Upanishads, de la India, refiriéndose al universo. O “tú eres el todo” que dicen los yogis. O “El reino de Dios está dentro de ti? Proclama Jesús. Estas afirmaciones nos remiten a una experiencia de vida y no a una doctrina. La experiencia es que estamos ligados y re-ligados unos con otros, y todos a la totalidad y a su Fuente Originante. Un caudal de energía, vida y sentido sobrepasa a todos los seres, constituyéndonos en cosmos y no en caos, en sinfonía y no disfonía… La planta no está solamente delante de mí; ella está también dentro de mí, como resonancia, símbolo y valor. Hay en mí una dimensión planta, así como también una dimensión montaña, una dimensión animal y una dimensión de Dios. Sentir el espíritu no consiste en saber estas cosas sino en vivenciarlas y hacer de ellas el contenido de la experiencia. Cuando eso ocurre, emerge la no-dualidad y la profunda sintonía con todas las cosas. A partir de la experiencia todo se transfigura; todo se carga de veneración y sacralidad. No estaremos más solos, centrados en nuestro antrpocentrismo o en nuestra visión utilitarista de las cosas. Somos parte de la inmensa comunidad cósmica. Nos sentimos sumerguidos en el flujo de energía y vida que empapa todo el universo y la naturaleza que nos rodea.

3. La muerte como una inteligente invención de la vida Es en ese contexto que importa colocar el tema de la muerte. El sentido que damos a la vida, el sentido que damos a la muerte y el sentido que damos a la muerte es el sentido que damos a la vida. La muerte pertenece a la vida y la vida pertenece al misterio, aquel proceso misterioso de auto-organización de la materia que permite a la vida eclosionar en su inmensa diversidad. La vida, como todas las cosas, es mortal. Cuando alguien fue concebiedo ya está lo suficientemente viejo para morir. Comienza a morir lentamente, pagando en plazos va muriendo cada día un poco hasta que termina de morir. 8


Entonces la muerte no es el fin de la vida, la muerte está en el coraón de la vida. Reconocer la muerte como parte de la vida significa también tratarla de modo diferente; acoger su finitud y sus limitaciones, sin amargura ni resentimiento sino con jovialidad y sentido de realidad. Desde una perspectiva evolutiva y holística, la muerte es considerada una sabia invención de la propia vida para poder continuar en otro nivel más alto y realizar su propósito de expandir el cuidado, el amor y la libertad. La muerte no es entendida como un fracaso o como una disolución sino como un momento de la propia vida, tal como lo es el momento de nacer o el momento de ser adulto, el momento de las grandes decisiones o el momento de casarse, etc. Así, la muerte significa un momento alquímico de una gran transformación, de la gran travesía para un nuevo estado de conciencia y realización del proyecto infinito que es cada ser humano. En la brillante metáfora del Dr. Paulo César, la muerte deja de ser un “fantasma escondido debajo de la cama” para transformarse en una hermana que viene a tomarnos de la mano y a conducirnos hacia una forma más elevada y compleja de vida. Así pensó y vivió San Francisco de Asís que murió literalmente cantando y saludando a su heramana la muerte. Esa concepción de vida y muerte ha sido históricamente trabajada por las religiones. Las religiones presentaron un sentido último al ser humano, una cura total a su ansia de infinito y a la voluntad de vivir. Para un médico humanista, tales concepciones deben ser tomadas muy en serio porque actúan poderosamente sobre pacientes en tanto integran sus sufrimientos y miedos ante el imponerable de su gran travesía. Quieren ser acompañados con presencia humana, cálida y solidaria y no abandonados en las Unidades de Cuidados Intensivos (UCIs), entregados a la parafernalia teconlógica. Así, como entramos al mundo rodeados del cariño humano, queremos también despedirnos rodeados de cuidados y de la benevolencia de familiares y amigos

4. Actitud ética básica ante pacientes terminales Para terminar con mis reflexiones, me gustaría presentar algunos puntos respecto a las actitudes necesarias a enfermos terminales. Como somos responsables de nuestra vida, así debemos ser responsables también de nuestra muerte. 9


Tal como tenemos derecho a una vida digna, del mismo modo tenemos derecho a una muerte digna. Ese derecho muchas veces nos es negado; sin embargo, el hecho de ser forzados a quedar presos de aparatos y medicamentos que prolongan la vida en el sentido meramente vegetativo, es insuficiente para la integralidad de una vida mínimamente humana. La vida es el mejor fruto del universo como auto-organización de la materia y, desde una perspectiva espiritual, el mayor don de Dios. Así, la vida cae sobre la responsabilidad de los seres humanos: somos responsables por el comienzo de la vida y responsables también del fin de la vida. Anteriormente, la teología moral cristiana condenaba la planeación familiar, pues erróneamente imaginaba que era una intromisión al designio divino de traer vidas al mundo. Hoy, todas las iglesias comprenden que Dios puso la responsabilidad del ser humano en el comienzo de la vida. También el fin de la vida fue entregado a su responsabilidad (no a su arbitrariedad) No cabe al Estado asumir la función de decidir cuándo una vida debe ser prolongada o no. La eugenesia nazi nos alerta contra esa tentación. Corresponde al propio ser humano, mortalmente enfermo, decidir de forma cualificada sobre la prolongación o no de su estado irreversible. En su imposibilidad, su lugar debe ser ocupado por familiares y médicos. Eso implica: — El médico hará todo para curar al paciente. Ello no significa que use todos los métodos, medios artificiales y técnicas para postergar la muerte. —Una terapia sólo tiene sentido cuando se orienta hacia la rehabilitación y restitución de las funciones esenciales y vitales; no simplemente para garantizar una vida vegetativa. —El cuidado del enfermo no debe ser solamente cosa de médicos y enfermeros sino también de familiares, consejeros espirituales (sacerdotes, pastores, rabinos, país de santo, etc.) y amigos próximos. —Deben ser tomadas en consideración las creencias religiosas y espiruales del paciente respecto a su sentido de vida y muerte; de lo contrario, le estaremos haciendo violencia; pues aún en el presupuesto de que la vida sea el bien supremo, en nombre de cualquier visión, ideología o convicción religosa, deba o pueda prevalecer. Para el cristianismo —la religión de las mayorías de nuestro pueblo—, la muerte no es un fin puro y simple sino un peregrinar hacia la Fuente original de toda la vida. Mueriéndonos acabamos de nacer. No vivimos para morir sino morimos para resucitar y para vivir más y mejor. De este modo la muerte pierde su carácter de interrupción brutal del ciclo vital y se transfigura en un pasaje bienaventurado hacia la plenitud humana. 10


—Morir es hacer una despedida de vida, de forma agradecida por aquello que ella nos propició. Morir es entonces cerrar los ojos para ver mejor el sentido del universo y del Misterio que nos circunda y penetra‌ —Tales visiones ayudan a humanizar la muerte y a desdramatizar los casos de pacientes terminales, pues la vida y la muerte son asimiliadas en un horizonte mayor y trascendente.

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