LA MOSCA, EL RATÓN Y EL HOMBRE CONCLUSIÓN
François Jacob
Colección GUELAGUETZA
Catalogación TÍTULO: La mosca, el ratón y el hombre. (Conclusión) AUTOR: François Jacob. TRADUCCIÓN: Edgar Arvea Rojas. EDITORIAL: La Mano. COLECCIÓN: Guelaguetza. TEMÁTICA: Investigación, ciencia, medicina, bioética, genética, eugenesia.
Texto extraído del libro:
La Souris, la Mouche et l’Homme, François Jacob. Poches Odile Jacob. Paris. 2000. ®© Todos los derechos reservados: Editorial La Mano. Contacto: e-mail: marvedam@hotmail.com Facebook: Marcel Arvea Diseño de portada e interiores: Alejandra Duarte de la Llave y Fernando Cupé.
Editorial La Mano. Comunicación: Facebook: Editorial “La Mano” Hecho en México. Primera Edición. Oaxaca de Juárez, Oaxaca, 11 de junio de 2016.
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La Mosca, el Ratรณn y el Hombre
Franรงois Jacob
Editorial La Mano
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La Mosca, el Ratón y el Hombre
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François Jacob Conclusión 2 «¿La Ciencia como tal promete la bondad? Ella ha prometido la verdad y la pregunta es saber si uno, en la vida, será afortunado con la verdad.» Émile Zola Discurso a los estudiantes de París
18 de mayo 1893
En una discusión entre Confucio y uno de sus alumnos, éste último cuestionó al maestro sobre lo que él consideraba esencial para gobernar bondadosamente. —«Lo que es esencial ante todo, respondió el Maestro, es ordenar adecuadamente las palabras y los nombres: ¡lo tuyo! Sin embargo, por ser inculto, no percibes lo intrascendente de tu pregunta. Un espíritu superior es capaz de discernir lo siguiente. Si los nombres y las palabras no son los correctos, el lenguaje no está de acuerdo con la verdad de las cosas. Si el lenguaje no está de acuerdo con la verdad de las cosas, los asuntos no pueden ser tratados convenientemente. Si los asuntos no pueden ser tratados convenientemente, las buenas maneras y la música no podrían alegrar el ánimo. Cuando las buenas maneras y la música no aumentan el ánimo, las sanciones no se distribuyen convenientemente y los pueblos no saben remover ni el pie ni la mano. En consecuencia, un espíritu superior estima necesario utilizar correctamente las palabras que emplea para hablar y también para expresar un entero conocimiento de lo que dice. Esto es lo que exige el espíritu superior, por lo que nada hay de incorrecto en su discurso.»3 1
La Souris, la Mouche et l’Homme, François Jacob. Poches Odile Jacob. Paris. 2000.
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Traducción libre del francés realizada por el Dr. Edgar Arvea Rojas.
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Analects of Confucius, Livre XIII, in The Bible of the World, R.A. Ballon éd., New York, The
Viking Press, 1939.
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Algunas palabras son causa de temor; por ejemplo, la palabra «eugenismo», la cual parece designar un comportamiento inaceptable que condujo a la esterilización de individuos considerados como «inferiores» y que se utilizó para justificar los horrores cometidos en los campos de concentración nazis. Otras, como la palabra «raza», fueron desviadas de su sentido y han servido como coartadas biológicas para legitimar excesos y determinismos culturales. La palabra «genética» terminó por generar miedo en tal abundancia, que actualmente es utilizada a tontas y locas para influir en la política social. Cuando se afirma que la inteligencia es esencialmente heredada y que son los genes quienes gobiernan el pensamiento humano, se argumenta en realidad que las políticas sociales tendientes a educar a las poblaciones desfavorecidas son inútiles. Cuando se afirma que los niños poseen un gen «para» las matemáticas, es con la intención de proclamar que las niñas carecen de él. Con Bosnia y Ruanda, se ha pensado que el genocidio que parecía imposible después de la caída del nazismo podría reaparecer de nueva cuenta. Sabemos también que los argumentos demuestran la existencia de diferencias irreductibles y de aptitudes entre algunos grupos; diferencias que son frecuentemente utilizadas para mantener las discriminaciones e impedir políticas que puedan remediar las injusticias. La presencia de un componente genético en un rasgo específico del comportamiento humano, no significa, de ninguna manera, que dicho rasgo sea determinado exclusivamente por los genes. Actualmente se sabe que el desarrollo del embrión humano pone en juego una interacción permanente entre los genes y el medio. Se ha demandado algunas veces si es posible definir los límites de la investigación científica. Esta pregunta es relativamente reciente. En el siglo XVIII jamás se consideró la posibilidad misma de semejante limitación. Al contrario, se tenía la convicción de que la ciencia resolvería tarde o temprano todas las preguntas planteadas por el ser humano; pero con toda evidencia, algunas de ellas no han sido relevantes para la ciencia. Se ha impuesto un límite a la investigación científica. Ésta se ha negado a considerar algunas preguntas como las siguientes: ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Cuándo fue que todo comenzó? ¿Qué hacemos en la Tierra?
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La ciencia no ha enfrentado tales preguntas. Aún no se ve siquiera cuál género de progreso científico permitiría responder dichas incógnitas. Un dominio absoluto está totalmente excluido de toda información científica; lo concerniente con el origen del mundo, al significado de la condición humana, al «destino» de la vida humana. Ninguna de estas preguntas son fútiles. Cada quien, tarde o temprano, las pensamos. Pero estas preguntas, que Karl Popper llamó finales (ultimátum) 4, han sido relevantes para la religión, para la metafísica y hasta para la poesía. Ninguna ciencia ha podido aportar respuestas a tales preguntas. Si se aíslan algunas preguntas relevantes para la ciencia, sería posible postular cuál podría ser la naturaleza de los factores que la limitan. Esta pregunta ha sido discutida por Peter Medawar quien distingue dos posibles delimitaciones. 5 Ante todo, la adquisición de conocimientos científicos podría ser resuelto por cualquier propiedad inherente a la demarcación misma de la investigación científica; por ejemplo: el proceso de la investigación podría conocer espontáneamente un retraso progresivo y una detención automática. Podría pensarse así que existe un límite en el tamaño de un inmueble que no puede elevarse al infinito. O el cuerpo de un animal, como un elefante, no podría crecer sin fin en todas direcciones. Es posible de esta manera considerar si la ciencia es capaz, o no, de adelantar una gran masa de conocimientos; pero a priori, no se ven razones que podrían limitar el conocimiento y forzar la investigación a ser retenida. Otra posibilidad podría ser una limitación del conocimiento científico debido a las propiedades del ser humano. Cuando se investiga sobre un dominio nuevo el aprendizaje es más sencillo. Lo complejo, lo difícil, sólo se aborda secundariamente. En esta segunda etapa falta mucha habilidad; se requieren de mejores instrumentos y de una mejor resolución de análisis. Para hablar de nuestro aparato cognitivo se pueden utilizar dos comparaciones; cuando se va de pesca con una red, el tamaño del pez capturado depende del entramado de la malla. Nuestra red cognitiva podría tener las mallas demasiado abiertas para atrapar peces pequeños. Igualmente, el poder de un microscopio no está a su capacidad de ampliación como en el caso de una lupa. Lo que permite al microscopio 4 5
Logicof Scientific Discovery, Londres, Hutchinson and Company, 1968. The Limits of Science, Oxford University Press, 1985.
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revelar los detalles es su poder de resolución. A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el microscopio óptico ha sido perfeccionado a tal grado que es capaz de sugerir la existencia de estructuras diversas en las células sin poder revelar los detalles. El microscopio óptico no permite, por ejemplo, percibir los virus; únicamente el microscopio electrónico es el único instrumento capaz de distinguirlos. Puede preguntarse también si no hay algún límite en el poder de resolución del cerebro o de los sistemas sensoriales humanos. Por el momento somos incapaces de ver lo que podría restringir nuestra capacidad de análisis. Pero este punto quizá nunca lo sabremos. El cerebro humano podría ser incapaz de comprenderse a sí mismo. Al lado de la posible limitación de lo que el ser humano puede aprender; cabe también preguntarnos sobre una eventual limitación de lo que debe aprender. Dicho de otra manera: ¿Existen conocimientos que para los seres humanos sería preferible no adquirir? ¿Hay en la investigación científica un límite impuesto más allá de la posibilidad de conocer, del interés de conocer? ¿Hace falta detenernos y aprender algunas cosas por temor a la finalidad o la intencionalidad que podrían desvirtuar estos conocimientos? Esto es un punto importante. Porque si uno declara frecuentemente que es preciso abstenerse de algunas aplicaciones de la ciencia, hasta ahora casi pretendidas, no significa que es preciso evitar el conocimiento mismo. Cuando a finales del siglo XIX, Pasteur vacunó carneros contra el bacilo del ántrax, los aldeanos y los alcaldes de las villas vecinas gritaban que era necesario detener a ese loco antes de que destrozara todos los rebaños de ganado. Afortunadamente Pasteur no los escuchó. Algo semejante sucedió a finales de los años 70; los ecologistas intentaron prohibir las investigaciones sobre ingeniería genética sin poder ser coherentes y persistentes en sus planteamientos y demandas. Actualmente toda la medicina descansa sobre las investigaciones efectuadas desde entonces. A pesar de todos estos casos el conocimiento existe. La discusión no concierne a estas aplicaciones ¿Falla la ciencia cuando hace producir a las bacterias proteínas útiles, tales como factores de crecimiento u hormonas, ante el riesgo de producir monstruos? Al lado de estas preguntas puede cuestionarse si es un error o no continuar y adquirir, por sí mismo, el conocimiento en semejantes aspectos. Por ejemplo, en genética humana, podemos imaginar que al descifrar 7
el genoma humano podrían revelarse situaciones susceptibles de ser peligrosas. Este sería el caso de la hipotética unión entre la sensibilidad a un cierto gas tóxico y la talla; de suerte que para desembarazarse de los grandes de una villa, bastaría a los pequeños sumergir al poblado en una gran cantidad del gas al cual son inmunes. O aún la unión entre debilidad mental y las formas de las orejas, conduciendo así a una especie de orejas estigmatizadas. Tales relaciones son imaginarias, pero pueden concebirse de una naturaleza tal, que podrían generar crímenes o desviaciones sociales aborrecibles. Aquí todavía el peligro existe. Finalmente, el dilema nuevamente se centra en la aplicación del conocimiento adquirido y no en los conocimientos mismos. No puede detenerse la investigación del conocimiento. El conocimiento no puede ser disociado de la especie humana. Para el ser humano buscar para comprender la naturaleza, forma parte de la naturaleza humana. Como ya se ha dicho: no se puede prever hacia qué dirección se puede dirigir una investigación que comienza, ni lo que ésta podría aportar. No es posible alentar una “ciencia buena” y detener a la otra considerada “mala”. No puede detenerse la investigación. De todos modos, no hay que temer a la verdad que viene de la genética. Este temor es justificado cuando los resultados son deformados y el sentido de la investigación científica distorsionada. Hace más de trescientos años que la ciencia nació en Occidente y experimentó en todas direcciones. La ciencia ha sido utilizada para construir lo que llamamos nuestra civilización moderna. De esta ciencia vienen todos los elementos de la tecnología contemporánea: los aviones, la televisión, la penicilina, los anticonceptivos; lo mismo aquellos que detestamos: las bombas termonucleares, los pesticidas y los contaminantes. Trescientos años no son muchos pero sí suficientes para intentar evaluar el proceso y decidir si esta manera de operar sirve o afecta a la humanidad. Al respecto hay algunas disonancias. Desde el inicio de la revolución industrial muchas voces se levantaron para oponerse. Con la llegada de la energía nuclear se han forzado los tonos ¡Se ha llorado bastante! ¡Lo suficiente! —«¡Detener todo! ¡Regresar atrás! Inventar otro sistema, un método menos peligroso para la especie humana.» Bien entendido, los científicos son de una opinión diferente.
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Para ellos, el proyecto científico representa el resultado más importante de la humanidad. Son ellos, junto con los artistas, quienes han permitido verdaderamente que la aventura humana se desarrolle en toda su amplitud. Pero esto que se ha cumplido hasta la fecha no es más que el inicio; de hecho, la ciencia no nació hace trescientos años. Solamente después del último siglo ha podido desenvolverse de manera sistemática. Únicamente después de cincuenta años la ciencia ha tomado su ritmo y linaje institucional y puede ahora extenderse en el mundo entero sin restricción de fronteras, de naciones, de lenguas o religiones; pero al mismo tiempo esta ciencia avanza más y queda todo el resto por hacer; por ejemplo: la biología se ha puesto en marcha y derrama su estela de beneficios en una medicina incipiente. Si el esfuerzo de la investigación se mantiene no es fundamentalmente para aliviar las numerosas enfermedades o para mejorar la agricultura. Con un mejor conocimiento de los procesos fundamentales del mundo viviente podemos esperar aprender más sobre nosotros mismos. Nosotros debemos buscar desesperadamente saber qué somos, de dónde venimos, qué hacemos aquí. Por cierto, como se ha dicho, la ciencia no responderá a todas las preguntas. Ella puede, no obstante, dar las indicaciones y excluir algunas respuestas. Puede ser que la continuidad del esfuerzo científico pueda ayudarnos a cometer menos tonterías. Además, la población mundial es hoy de cinco mil millones de individuos, mañana seremos diez mil millones, después de mañana, veinte. Para la humanidad se anticipan terribles anuncios. Ahí también el seguimiento del esfuerzo científico será indispensable para iniciar soluciones. El descubrimiento principal aportado en este siglo por la investigación y la ciencia es probablemente nuestra profunda ignorancia de la naturaleza. Mientras más aprendamos más nos realizamos para comprender esta ignorancia. Esto es en sí una gran novela, una novela que bien podría asombrar a nuestros abuelos de los siglos XVIII y XIX. Por primera vez podemos contemplar cara a cara nuestra ignorancia. Por mucho tiempo se ha querido comprender cómo funcionan las cosas. Actualmente se ha comenzado a estudiar seriamente la naturaleza. Uno se involucra para consumar la amplitud de las preguntas; en medir la distancia a recorrer, en intentar y responder. El gran peligro para la humanidad no es el desarrollo del conocimiento, es la ignorancia.
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Finalmente este artículo trata de explicar por qué nuestra condición está inexorablemente unida a lo imprevisible. A la imposibilidad de responder a la pregunta que más nos interesa en el mundo: ¿Qué sucederá mañana? No sabemos qué mañana será. De hecho, cada quien, será afectado de manera diferente. Hay quienes tratarían de saber si encontrarán un empleo, si ganarán los cursos, si su amante aún le ama o si estarán aún con vida. Lo que más nos debe concernir y preocupar es ignorar cómo será este mundo en quinientos años, o aun en cien años, o aun en veinte años. Somos una extraordinaria mezcla de recuerdos y ácidos nucleicos, de proteínas y deseos. El siglo que termina está muy ocupado en los ácidos nucleicos y en las proteínas; lo siguiente será concentrar la investigación científica en los recuerdos y en los deseos. ¿Quién resolverá estas preguntas?
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