Asuntos que están en el escritorio de nuestras nuevas neurosis electrónicas, sin que por ello sea necesario ponerle freno al desvarío (acaso mero descaro)... Segunda entrega del monográfico impreso de la revista digital agoraspeed.org relacionada con la creación y los nuevos medios, que suelen ser usados para relatar nuestras viejas historias, en tanto nos es claro que lo primordial pasa en el día a día como acto inaplazable y no mediado. Poder. Eso es lo que nos preocupa. Alvin Kernan, en el libro La muerte de la literatura dice que el arte fue incluido como estrategia hegemónica con fines propagandísticos a partir de la clasificación que hiciera Diderot de las Bellas Artes en la Enciclopedia. Lo que hay detrás de las confrontaciones críticas derivadas de ello son las pugnas entre círculos, algunos con una cierta idea de lo nacional, y otros más con una necesidad de romper con el racionalismo centralista correspondiente a una determinada época. La idea de una estética ahí, es inseparable de las nociones de poder. Entonces ¿qué es lo que hace que muchos de estos grupos, en el fondo, carezcan de una propuesta crítica desde la cual sea posible una transformación en términos de conciencia pública? La defensa a ultranza de la tradición es la primera estratagema usada para mantener las cosas inmóviles, pues apuntalar algunos géneros a pesar de que cada vez sean más impopulares -como mucha de la poesía actual- comporta beneficios derivados del estatismo e intensidades controladas. A la vez surgen tendencias que proponen un puente entre la tradición y la ruptura y otras más que se distancian de las clasificaciones, en tanto su investigación logra concretar, en términos hasta cierto punto efectivos, modificaciones en algunas estructuras. El escritor Fernández Mallo, ganador del premio Anagrama de ensayo, en su libro Post-poesía habla de algo similar cuando critica la práctica de lo que él llama la poesía de la normalidad, desde la cual se puede determinar un camino para llegar al éxito; normas no escritas que son formalistas puesto que contienen un código moral con miras a la adaptación en el medio. Fernández cita a Vicente Luis Mora: (...)un método ascético de camino de perfección rigurosa y controlado por una pequeña serie de personas, y de cuyo seguimiento al pié de la letra depende ser recibido con todo tipo de parabienes por los mayores y aceptado dentro de los poetas del clan(...) Si es que esto tiene importancia, es quizá gracias a que a sabiendas de los modos íntimos en la construcción de trascendencia, los nuevos medios son una navaja de dos filos, pues a la vez que permiten incidir en los sistemas estratificados de manera transversal y posibilitan la circulación de discursos no del todo validados, actúan desde cierta candidez que se limita a la mera preocupación por el flujo, que no resiste una crítica a la coerción implicada en muchas plataformas que hacen de las relaciones operadas en la red, un territorio de hiper-control. Si bien esta publicación hace uso de estrategias de difusión de este tipo, pretende a la vez generar un espacio abierto que redunde en trabajos concretos que trasciendan la edición en línea. Estos impresos son prueba de ello.
tecnología y límite breve charla con ricardo gómez realizada por césar cortés
En el ámbito de la filosofía de la tecnología uno de los temas dominantes gira alrededor de, por una parte los usos extremos de la tecnología contemporánea y por otra parte, la crítica a dicho extremismo y la necesidad de ponerle límites. Hay antecedentes ilustres en la Filosofía de la tecnología de todas estas cuestiones planteadas; quizás el más destacado es el que aparece en la formidable obra de Adorno y Horkheimer, La dialéctica del iluminismo (1944) y por parte de de la Escuela de Frankfurt a la cual ellos pertenecían. Un ejemplo clarísimo de los usos extremos de tecnología, sin limitaciones especialmente de tipo ético fueron los campos nazis de concentración. No hay más que pensar que se mataron seis millones de judíos en cuatro de ellos, en tan sólo tres años. Al hacer la cuenta resulta que hubo miles de judíos asesinados todos los días en cada campo de concentración, “de manera limpia”. Esto es el paradigma de la eficiencia instrumental-técnica que constituye, para Adorno y Horkheimer, el lugar a donde nos ha llevado la razón tecnológica, caso particular de la razón instrumental, de acuerdo a la cual proceder racionalmente es maximizar la consecución de los fines eligiendo los medios más eficientes para ello. Cuando eso no se limita, la razón deviene justamente en su contrario y se transforma en irracional. Esa es su dialéctica. Sin embargo, no se debe olvidar que la razón moderna es mucho más que razón teórica. Uno de los aportes fundamentales de la obra de Kant es limitar la razón teórica para dejar un espacio a la razón práctica. Esta es la razón de la decisión ética, la razón que no tiene que ver con lo verdadero o lo falso, sino con lo correcto o incorrecto de las acciones. Es conveniente recordar que la tercera parte del libro de Adorno y Horkheimer afirma que lo que ha pasado fue justamente la desaparición de la razón práctica. Es decir, la reducción de la razón humana a razón teórica instrumental. Y se afirma en el texto, en una frase célebre aunque no muy citada pero importantísima, que a esa razón teórica instrumental, “le faltó una guía práctica”. Es decir, le faltaron riendas éticas, restricciones o límites impuestos por la ética al uso desbocado de esa razón instrumental. Todo esto ha sido exacerbado por ciertos autores. Hay una autora francesa que yo admiro profundamente, Dominique Janicaud, que dice en un libro llamado El poder de lo racional, que ser racional es entre otras cosas, tomar conciencia del límite. Volviendo atrás a la obra de Kant, cuando uno se pregunta qué es lo que hace que la razón se contradiga a si misma, Kant sostiene que eso pasa cuando esa razón pierde conciencia de los límites, cuando esa razón cree que lo puede abarcar todo. Esto es evidente en la tecnología contemporánea. Hay un famoso dictum de los tecnólogos súper optimistas, que son, en última instancia, deterministas del desarrollo tecnológico que dice: lo que es realizable, inexorablemente ha de ser realizado. Es decir, lo que es potencialmente posible, tarde o temprano se va a realizar. Esta es una de las formas contemporáneas de la barbarie humana y es profundamente contradictorio. Con todas las apariencias de decir algo progre que implica afirmar que no podemos parar el seguir adelante, a la vez se sostiene, no en su profundidad sino en su superficie, el hecho de que no tenemos límites, el hecho de que no importa de lo que se trate, lo que es realizable, se va a realizar. Sin ninguna consideración del tipo ¿qué es?, ¿para qué es?, ¿a quién beneficia?, ¿a quién perjudica?, ¿por qué perjudica?, ¿quiénes sacan ganancia de eso? y quiénes están condenados necesariamente a no obtener beneficios. Todo esto que digo no debe escucharse como una suerte de denostación totalmente negativa de la tecnología. Eso sería lo más elemental. Eso no sería bárbaro, eso sería rústico e ingenuo. No se trata de A o B, sino de, en el caso de A o B, cuáles son las condiciones de su uso, aplicabilidad o viabilidad en beneficio del ser humano. Es decir, en beneficio de aquella noción que los filósofos llaman “la buena vida” o “la vida en plenitud” o la reproducción de “la vida en plenitud”. Se trata de observar algo que es fundamental en la tecnología, su inexorable naturaleza ambigua. El hecho de que, en tanto cada artefacto tecnológico concentra en sí, corporiza, toda una serie de valores que dependen de un grupo determinado de personas, estos valores pueden ser positivos para un grupo, pero no para otros; y valores que pueden ser negativos para ese grupo y positivos para otros. Como en el caso de la energía atómica que puede ser un vehículo de bienestar, en el sentido de que puede producir energía barata si se hace dentro de ciertos límites, o ayudar a curar ciertas enfermedades, y al mismo tiempo es capaz de llevarnos a la hecatombe final. ¿Cuál es el único modo de discriminar entre ambos usos, de decidir en esa ambigüedad radical? ¿Cómo dirigir esa ambigüedad radical en una determinada dirección? Primero tomando conciencia de la ambigüedad, lo cual significa que, en segundo lugar, no hay que comerse ni el cuento súper optimista ni el súper pesimista de la tecnología. Y tercero, no ser determinista, es decir, no naturalizar el desarrollo de la tecnología, porque obviamente es un desarrollo con fines humanos y hecho por seres humanos para seres humanos. Entonces, tiene toda la contingencia histórica del ser humano. No necesariamente tiene que ocurrir algo negativo –antes de la construcción de un artefacto– si es que nosotros nos detenemos a preguntar: ¿es esto inexorable? ¿Estamos condenados a hacerlo? Y luego de respondernos esa pregunta, preguntarnos si la contingencia histórica hace que convenga o no convenga llevar a cabo esa construcción. Quizá no haya tema más rico para la reflexión crítica contemporánea en general y para la reflexión filosófica en particular, que el de la tecnología y sus usos. Soy un profundo creyente de eso. Empecé desde hace muchos años dedicándome a la filosofía de la ciencia, pero me parece que hoy el tema más pertinente es el de la filosofía de la tecnología, porque estamos ante una situación histórica única, que jamás se dio en el desarrollo de la humanidad. Estamos ante el hecho obvio de la capacidad de hacernos desaparecer sin retorno, y eso no tiene precedentes. Entonces hoy, la reflexión acerca de cómo proceder para que eso no suceda, es imprescindible. De lo que tenemos que ser conscientes es de la complejidad de la pregunta. Porque la pregunta remite a una multidimensionalidad; la pregunta no es meramente tecnológica. Si es tecnológica es también científica; si es científico-tecnológica, también es económica, porque obviamente no hay crecimiento económico –otro de los mitos relacionados con lo tecnológico– sin innovación tecnológica. Y no hay innovación tecnológica sin trabajo científico de punta, sin creatividad científica. Entonces, esa trilogía –lo económico, lo científico y lo tecnológico– es lo que de alguna manera brinda poder. Lo cual supone de inmediato la introducción de un cuarto factor: la política. Entonces, la cuestión atañe a la filosofía de la ciencia, la filosofía de la tecnología, la filosofía económica y la filosofía política, todas combinadas como nunca antes. No hay solución alguna que sea unidimensional, y no hay solución alguna que a su vez
sobredimensione una de las dimensiones. La tragedia contemporánea es que hay una sobredimensión económica por encima de esa ambigüedad, y la razón económica está fundamentalmente guiada por la categoría de ganancia. Y entonces, créase o no, el no-límite de la ganancia es hoy la forma concreta en la que se está dando aquello que llamábamos “el no-límite” de la razón que desemboca en la irracionalidad. Se dice comúnmente que la política generaría un contrapeso. Es decir, la posibilidad de que las cosas tomen nuevos cauces desde la administración de las relaciones de poder. ¿Tú qué opinas sobre eso? Si no fuera un lector apasionado y crítico –crítico en el buen sentido del término, no negativo– de Marx y todo lo que le siguió, diría eso. Pero la política está totalmente subordinada al crecimiento económico y al desarrollo tecnológico. Además hoy, cuando se le pregunta a un político en qué confía como representante o vehículo de poder, inmediatamente va a referirse al poder tecnológico o científico, muchas veces bajo el nombre de poder militar. Un ejemplo paradigmático es el hecho de que Estados Unidos de América ya no es la potencia número uno del mundo en muchas dimensiones. A nivel económico las cifras lo dicen claramente, por ejemplo, a nivel de la tasa de crecimiento. Pero sigue siendo la primera potencia porque concentra el poder científico tecnológico militar. Mientras concentre ese poder, mientras no haga una sola concesión de la representación máxima de ese poder que es el poder nuclear, seguirá siendo lo que es. Por eso puede aceptar que un país latinoamericano gire hacia la izquierda, pero no puede aceptar que Corea del Norte desarrolle investigación atómica de punta, pues sabe que eso llevará tarde o temprano a la pérdida de su supremacía. Y cuando pierda esa supremacía tecnológica manifestada en el poder militar, automáticamente dejará de ser cabeza del imperio globalizado de hoy. Es un caso -para mí como apasionado de la filosofía de Marx- muy interesante. Hay que entender a Marx en el Prefacio a la contribución de la economía política de 1859, en el cual plantea la cuestión acerca de qué otorga la supremacía, si el desarrollo de las fuerzas productivas o las relaciones de producción. Ya hace más de 150 años se está hablando en términos de “lo productivo” y las fuerzas productivas, cuando él pregunta por las fuerzas productivas, además de la maquinaria, el trabajo de los hombres, etc, él se pregunta también por la ciencia, en tanto tenga aplicaciones tecnológicas. Y Marx hace la pregunta de si la marcha de la historia está de alguna manera guiada primariamente por ese desarrollo de las fuerzas tecnológicas, o por las relaciones sociales de producción. Hoy esto equivale a preguntarse si la primacía la tiene la tecnología o las relaciones sociales de producción. La respuesta de Marx, con la cual yo tiendo a coincidir, es justamente que son las relaciones de producción las que dirigen la marcha de la historia; porque su misma definición presupone límites. Por ejemplo, todas la relaciones sociales de producción del capitalismo contemporáneo, tienen como categoría fundamental la propiedad privada. Esta, fija ciertos límites a lo que el capitalismo puede dar. En tanto esas relaciones de producción sean funcionales al desarrollo de las fuerzas productivas, vamos a seguir teniendo propiedad privada. Cuando no lo sean más, vamos a necesitar cambiar las relaciones sociales de producción, que en última instancia son relaciones económicas sociales de producción, y en el caso del capitalismo el abandono de la propiedad privada de los medios de producción. El suponer un tecnologismo en Marx –digo esto porque es una discusión muy de moda– es suponer que éste sostuvo que en última instancia lo que guía la historia es la razón desbocada, o sea la tecnología desbocada, las fuerzas productivas debocadas. Nada más absurdo. Marx era felizmente un gran moderno. Era moderno con todas las letras, porque primero creía en… no sé si decirlo como dogma… pero creía en la idea fundamental que definía la modernidad; la posibilidad del progreso, especialmente social, a través del progreso de nuestro conocimiento, y en particular del progreso de nuestro conocimiento científico. Eso en Marx es obvio, evidente, subyace en toda su obra. Pero al mismo tiempo, ese conocimiento –él lo sabía perfectamente– tiene sus límites muy claramente establecidos. La dialéctica tiene que ver justamente con que hay límites determinados. Esa presencia de límites está en la dialéctica kantiana y en la dialéctica marxista, que son profundamente distintas, pero que tienen muchas cosas en común, y ésta es una de ellas. Para los grandes modernos la razón sin límites deviene la sin razón y conduce por ende, a la deshumanización del ser humano. En el caso de la razón tecnológica contemporánea ésta ausencia de límites lleva a la deshumanización suprema: la desaparición de la humanidad. Las nuevas tecnologías implicarían a largo plazo una especie de desborde del concepto de lo humano o de cómo se conforman sus sociedades. Y es que la repartición del conocimiento no es tan desigual hoy como antes, sobre todo respecto a los límites que el Estado-Nación proponía, sino que de alguna forma mucha gente contribuye a la reproducción de estos saberes. ¿Plantear la posibilidad de límites implicaría considerar la viabilidad de líneas discursivas que pudieran resistir un intercambio que parece desbordado respecto a las naciones, o al concepto de identidad?
Sin lugar a dudas que es una de las manifestaciones más importantes. Tendría que haberlo dicho anteriormente, no hay nada peor –y eso lo sabemos los latinoamericanos– que el monismo, que suponer que no hay otra alternativa a la que se nos impone. A nosotros los argentinos nos vendieron durante más de 25 años que no había otra manera de hacer una economía progresista, que no había otra manera de progresar que poniendo computadoras en todas las escuelas. Se llegó a la ridiculez de importar computadoras y mandarlas a las escuelas del interior y se las importó por razones económicas, porque se trataba de un gran negocio: el famoso escándalo de la IBM en el que gobierno argentino mandó las computadoras a escuelas donde no había electricidad. Se apilaban computadoras en la municipalidad de la capital de una provincia en que jamás se usaron, porque la mayoría de las escuelas del interior están en el campo y carecían de los servicios básicos. Esto de nuevo muestra la ridiculez de darle rienda suelta a un cierto desarrollo sin tomar conciencia de cuáles son las restricciones limitativas de su uso. Todo lo que dije anteriormente se repite in extremis en el caso de la computación. Yo lo veo incluso en mis alumnos doctorandos; si es traducible en un programa de computador es “bueno”, si no es traducible en un programa de computador es “chanta”. Es casi la revitalización de la distinción griega entre lo epistémico y lo dóxico, entre lo auténticamente valioso y cognitivo, frente a la mera opinión. En última instancia los seres humanos vamos a ser capaces de ir resolviendo los problemas, incluso de cómo colocar un hombre en Marte, o cómo salir del sistema solar. Hay revistas que yo recibo de acá, por ejemplo del California Institute of Technology que son de ultra avanzada, y que dicen justamente eso: cómo salir del sistema solar, resolviendo problemas que en última instancia sólo pueden resolver las computadoras. Pero hay una multiplicidad de problemas que las computadoras no resuelven ni podrán resolver. No debemos olvidar que fue justamente Stalin quien dijo la frase más bárbara de la historia de la humanidad: todos los problemas humanos son resolubles por medio de la ciencia y la tecnología. Si alguien me pregunta a mí qué es la barbarie, yo preguntaré inmediatamente: ¿con mayúsculas? Si me responden que sí, yo devuelvo: ESO. Eso es barbarie, porque eso es en última instancia reducir algo complejo a lo hiper simple, en reducirnos a seres racionales unidimensionales pues sólo seríamos poseedores de una razón meramente calculativa, es lo que Marcuse denunció en su formidable libro, El Hombre Unidimensional y Heidegger en su famosísimo artículo La pregunta por la tecnología también denunció. ¿Todos los problemas humanos? Bueno, Stalin dice que sí y la tragedia es que muchos científicos y tecnólogos prestigiosos también lo piensan. ¿Cuál es el mayor peligro contemporáneo producido por la ciencia y la tecnología? Ese. Ya sea que hablemos de computadoras, de bombas atómicas o de navíos interespaciales. Hay, también, una línea científica que paralelamente ha realizado una crítica de este tipo de pensamiento, proponiendo una dirección que sea multidimensional… ¿Cuál ha sido su desarrollo? Sí que la hay, y se deriva del proyecto Manhattan. Su origen se remonta a una historia tristísima y muestra la diferencia que hay incluso entre los grandes científicos. Cuando Oppenheimer se entera de Hiroshima, entra en crisis psíquica y moral. Y dice cosas que no les gustan para nada a las autoridades científico-tecnológicas y menos al Pentágono y mucho menos al Departamento de Estado norteamericano. Dice que todos somos responsables. Y cuando se le pregunta ¿quiénes somos todos? Responde, yo en primer lugar. O sea, el científico que colaboró con su trabajo en la organización de aquello. Lo que se oculta usualmente es que Einstein pensaba exactamente lo mismo. Cuando perciben que hay 200,000 personas muertas en segundos, se dan cuenta de que no hay retorno, que a partir de ese momento el ser humano tiene esa capacidad. Y por supuesto toda la comunidad científica se dividió en aquellos que dijeron, no somos responsables, los responsables son los políticos que tiraron la bomba y los que los criticaron. Hasta ese problema ético, delicado y enormemente hermoso, genera la tecnología hoy: ¿dónde termina la responsabilidad? ¿En el usuario? ¿en el político que da vía libre para que se use un determinado detergente en el hogar?. Este en última instancia es un problema análogo a que se autorice que se construyan nuevos silos con armamento nuclear en un determinado lugar de los Estados Unidos. En relación al problema que yo estoy señalando en este momento, la pregunta es, si ese detergente produce miles de muertos, a quién responsabilizar. Es la misma pregunta que se hacen Oppenheimer y Einstein. ¿Al político que dio vía libre? ¿A la junta de economistas que dijeron, “si producimos esto vamos a ganar X millones de dólares por año, con una tasa de ganancia muy superior a la de los otros detergentes”? ¿A los científicos que colaboraron para encontrar la fórmula mágica del nuevo detergente? ¿Dónde paran las responsabilidades? La respuesta de Oppenheimer es que en ningún lugar. Nos abarca a todos, en primer lugar a nosotros. Eso sugiere que existe una línea de científicos y tecnólogos que consideran que hay normas morales ineludibles para seguir produciendo tecnología de punta. Y están aquellos que dicen; lo que tenemos que hacer, a favor del ejercicio de nuestra libertad, es pedir que se nos permita hacer lo que es realizable. ¿Por qué
van a poner límites a nuestra libertad? ¿Por qué nos van a coartar? Eso genera la otra línea. Por supuesto que hay reacción a ello; pero cuando vos me preguntás por dónde pasa el poder, la respuesta es trágica: el poder pasa por la línea que yo estoy criticando. Hasta que no suceda algo como el mar en la Quinta Avenida –por el hecho de que el calentamiento global produzca un incremento de los deshielos, inundando especialmente toda la Costa Este norteamericana– no van a parar. ¡Está dicho ya! Desde Canadá hacia abajo... Pero, como muchos dicen, cuando eso se produzca, puede ser muy tarde. Hay una dominancia evidente de lo económico, que hará realidad lo afirmado en la famosa frase de Marx; el capitalismo es el modo de producción más progresista que ha existido, pero lleva en sí mismo los gérmenes de su propia destrucción. De acuerdo. Y en cada momento histórico tiene su forma de ser. Hoy su forma de ser es ecológica, hoy va a reventar por el lado ecológico. Es difícil tener certezas en filosofía, en ciencia y en la vida, pero hay una certeza: sino se establecen límites a la razón tecnológica, el capitalismo conduce a la humanidad a su autodestrucción. Eso no lo voy a ver, posiblemente van a pasar siglos, pero hay algo a lo que el sistema no renuncia, pues es la razón de su sobrevivencia: mantener o incrementar la tasa de ganancia. Si no hace eso, se muere, pero al mismo tiempo haciendo eso, también se muere. Cuando ellos vieron claramente que tenían el poder máximo, porque globalizaban el sistema, no predecían que decretaban su propia muerte, su propio sepelio. Por ejemplo, ahora habrá dos billones de personas consumiendo carbón o gasolina, porque van a buscar el bienestar de poder tener al menos un auto por familia. Y eso a la vez lleva, en pocos años, a casi la destrucción total de la capa de ozono... Y los favorecidos por ese bienestar, así como sus deseantes en potencia, pocas veces tienen claridad sobre en qué punto van los avances tecnológicos… Los científicos norteamericanos ya tienen claro qué tipo de aparato se necesita para salir del sistema solar con éxito de llegar a otro lado sin que lo destruyan los meteoritos, sin que sea absorbido por un agujero negro. Incluso disponen de los diseños apropiados para esos aparatos. ¿Y por qué no se construyen? Porque no se cuenta con el material necesario para construirlo dentro de los límites de seguridad. No hay en la tierra ni materia, ni aleación posible que seamos capaces de producir para construir eso. Porque una cosa así con cualquier material, al salir del sistema solar y recorrer pocos miles o millones de kilómetros, desaparece. Pero ¿qué intenciones hay detrás de una investigación semejante? Entre otras, abandonar la tierra. Es decir que la investigación de punta contemporánea, en el país de punta en la producción científico-tecnológica, está involucrando a sus mejores científicos y tecnólogos en la investigación de cómo dejar este planeta con seguridad. Y no tenemos que dejar este planeta porque el sol vaya a agotar su energía, para lo cual faltan aún muchísimos años. Tenemos que dejar este planeta porque nosotros mismos estamos siendo los vehículos de una razón ilimitada que desemboca en la irracionalidad que culmina en la desaparición de la especie. Ahora, el problema es más difícil, porque entramos en una discusión que va mucho más allá de la polémica científico-tecnológica. Se trata de una discusión de filosofía política in extremis. La Unión Soviética en la instauración del socialismo feneció por ser extremadamente científica-tecnológica. Lo decía Ronald Reagan y luego lo reconoció Gorbachov; la gran estrategia norteamericana fue hacer que los soviéticos se dedicaran totalmente a competir con ellos en la producción de material científico-tecnológico-militar. Entonces el sistema se derrumbó sólo, pues llegado un punto no hubo recursos para alimentar a la gente, luego protestas continuas y, en un determinado momento, el viraje a un sistema distinto, porque no tuvieron los recursos financieros básicos para seguir compitiendo. Ergo, la desaparición de la propiedad privada no es condición suficiente para salvar a la humanidad del desastre ecológico total. Es más difícil que eso, y es entendible que Marx no lo hubiera visto, pues el estado económico político contemporáneo no es el mismo que el que él revisó en su época. Hoy no podemos decir, como dicen los capitostes de los partidos comunistas latinoamericanos: “no, ningún problema, cambiando la estructura económica vamos hacia un programa socialista y todo resuelto.” Se podrán resolver algunos problemas, pero este problema que nos está preocupando no. Porque aquél que se transforme en
un país socialista necesitaría tecnología aún más de punta y aún más desarrollada. Eso se vio claro en la Unión Soviética. Lo interesante de todo esto, para la filosofía, es la complejidad del problema y la inexistencia de soluciones fáciles o triviales. Lo que se necesita es una fuerte reflexión crítica y soluciones parciales a los problemas específicos que se van presentando, teniendo bien claro que hay que tener conciencia de los límites y saber cuáles límites poner en determinado momento para que la cosa siga funcionando sin que desemboque en su contrario. Y eso es lo que no se hace hoy. Uno de los casos más paradigmáticos es el de la computación digital. Ahí se ve con una claridad total. A mí me da escalofríos ver a la gente de los subterráneos de Buenos Aires, de toda edad, obsesionada con el jueguito del teléfono celular. Cuando a ese tipo le pregunto; ¿cuántos libros lees por año? me mira como si yo fuera marciano. Leer para qué, si lo que me hace humano y lo que me permite ganar la vida es esto. La cosificación de las posibilidades, como si hoy todo fuera alcanzable… en realidad la idea común de progreso llevada al paroxismo… Estamos ante una deshumanización en parte producida por la digitalización, incluso en las relaciones humanas. Por ejemplo, en las relaciones de pareja y en cómo se realizan, o en cómo me relaciono con el que está a lado mío, en la ruptura del diálogo conceptual con cualquier otro ser humano. Suponer que toda comunicación es a través de un mensaje en la pantalla. Marx criticaba la fetichización que se producía en muchísimas cosas en el modo capitalista de producción. Hoy eso es el gran fetichizador. El gran fetiche es la computación digital. Y tiene todas las características del fetiche; no hay fetiche que no sea humano. En el Congo, en Tanganica, en Borneo, todo fetiche está hecho por los seres humanos. O sea, un fetiche antes que nada es factiche, algo hecho por nosotros, y que se transforma en fetiche cuando a pesar de ser hecho por nosotros, lo separamos de nosotros y lo idolizamos, lo transformamos en la norma rectora. Así como un fetiche en medio del África me dice si se cura o se muere el niño, o si tenemos que ir a la guerra o no en contra de la tribu del costado, etcétera, nosotros hacemos lo mismo con la computadora. Y eso, lógicamente hablando es un cero/uno, un pensamiento totalmente bipolar. Es tan rústico, es tan elemental, es tan limitado en relación a nuestra capacidad de pensamiento y razonamiento, porque sólo opera con sí o el no. De ahí que transformarlo en el fetiche es de alguna manera un retroceso fundamental en el crecimiento de nuestra humanización. Otro gran pensador que siempre cito en casos como este es Nietzsche, también tan distinto de Marx, pero tan parecido en muchas cosas. Dice: “no estamos en camino hacia el superhombre, estamos en camino hacia el subhombre.” Él lo había visto clarísimo, y fue el primer gran crítico de la modernidad en criticar lo científico-tecnológico. El superhombre de Nietzsche nada tiene qué ver con este supuesto nuevo hombre, que es en realidad un subhombre, el hombre unidimensional. Sé que es muy difícil hablar de certezas. Una de las certezas es que se vive un momento apasionante en el desarrollo de la humanidad, porque nunca como ahora se planteó tan vívidamente la siguiente pregunta: permanecemos o no permanecemos, en el sentido más rústico y primitivo del término. Claro, todo el discurso de la prensa y de los sistemas educativos dominantes afirmará que lo que decimos son meras exageraciones. Cuando les preguntamos por qué, van a decir: porque siempre la humanidad ha resuelto sus problemas, nosotros somos capaces de resolver todos los problemas. Esa es la razón ilimitada. Esa es la desmodernización de la clave del pensamiento moderno. .No se trata de que vaya a suceder: ya estamos allí. No estamos en el holocausto, no estamos en el desastre ecológico. Pero estamos en la creencia de que no hay problema o de que somos capaces de resolver todos los problemas. La pregunta que uno debe hacerse es, ¿éste también? Yo diría que no disponemos hoy de razones bien fundadas para dar una respuesta afirmativa a dicha pregunta. Usualmente, se responde que lo que se necesita es más ciencia, más tecnología, pero esto no garantiza que todos los problemas citados anteriormente por la creencia de que la ciencia y la tecnología han de resolver todos los problemas no vuelvan a aparecer. Lo que creo profundamente es que el más grave error ante cualquier problema es simplificarlo. Es arribar a soluciones fáciles, basadas en algo irreal: el carácter ilimitado del conocimiento humano y correspondientemente de su poder para resolver todo problema.
Ricardo Gómez es egresado de la escuela Mariano Acosta, recibido como Profesor de Matemática y Física en el año 1959; Profesor de Filosofía recibido en la Universidad de Buenos Aires en 1966. Debió alejarse de su país tras el golpe de Estado de 1976 y se radicó en los Estados Unidos. Desde 1983 fue profesor titular de Filosofía de las Ciencias en la Universidad Estatal de California en Los Angeles (UCLA), de la que actualmente ha sido nombrado profesor emérito. Dicta también regularmente cursos de Doctorado y seminarios en diversas universidades argentinas. Autor de numerosos artículos publicados en revistas especializadas de distintos países, podemos destacar su libro Neoliberalismo y Seudociencia, Lugar Editorial, Buenos Aires, 1995.
Un proyecto de César Cortés Diseño Rearmable Correo postliteraturas@gmail.com Agradecimientos: César Espinosa, Araceli Zúñiga, Julio García Murillo, Julián López Huerta, Lola Proaño, Alejandra Proaño, Mariana Botey, Laura García, Ricardo Gómez, Hugo Cortés, Eugenio Tisselli, Aurelio Meza, Ahahím Darama, Natalia Padilla, María Belén Moncayo, Vivian Abenshushan, Vanessa Kister, José González, Nahum Torres, Eduardo Cortés y Festival Vértigo de los Aires. Esta publicación se realizó gracias al apoyo de la Asociación de Escritores de México A. C.
arketypos rodolfo de matteis
“The research is not historical –not how “Om” and “Amen” may both be base on near eastern mantras; but that the open “uh” sound followed by a “hummed” closure might not be only an “objective correlative” of Indo-European and Semitic ritual, but also founded on brain structure and function. If so, this sequence of sounds will be found elsewhere on earth arising not from diffusion or cultural convergent but from archetypes of the brain.” (Richard Shechner, speaking about Jerzy Grotowski´s work in the introduction of “The Anthropology of Performance” by Victor Turner)
A Grotowski, Schechner, Turner, Helios et al.
Ah, ah, ah, a, a, a A ti, a ti, a ti, a ti, a ti, a ti A ti, a mí, a ti, a mí, a ti, a mí A todos, a todos, a todos, a todos, a todos amo A tutti amo, amo a tutti, amo a tutti, a tutti amo A nadie, a nadie, a nadie, a nessuno, a nessuno A niente, a niente, a niente, a tutto, a tutto, a tutto A todo, a todo, a todo, a nada, a todo, a nada, a nada A nadar, a nadar, a nadar, a nadar, a nadar, A N (A) D A R
Eh, eh, e, e, e, è, è, è Es, es, es, es, es, es, es Es él, es él, es él, es él, es él Es est, el est, es est, el est, el est Este, este, este, este, este, este, este Está aquí, está aquí, está aquí, está aquí Eso, Eso, Eso, Eso, Eso, Eso, Eso, Eso, Eso,
Ih, ih, ih, i, i, i Io, io, io, yo, yo, yo Ya, ya, ya, ya, ya, ya, ya Ism …ism, …ism, …ism, …ism Ya, ya, ya, ya, ya, ya, ya, ya, ya, ya Ida, Ida, Ida, ida, Ida, ida, Ida, ida, Ida, ida, ida, ida Incanto, incanto, in canto, io canto, yo canto, io canto te, yo canto ti, ti, tii Ish, ish, ish, ishh, ishh ishh, isshh, isshh, isshh, iisshh, iiissshhh, iiissshhh, iiissshhh
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