Las Historias Ocultas en el Tiempo

Page 1

TALLER DE ESCRITURA CREATIVA

LAS HISTORIAS OCULTAS EN EL TIEMPO CENTRO CULTURAL CASA DEL TIEMPO UAM

OTOÑO 2020


Coordinaciรณn General de Difusiรณn


Contenido Presentación

En honor a Las ciudades invisibles de Italo Calvino Ciudad alberca / Jorge De la Garza La ciudad del Cerro del Dios del Viento/ Ricardo M. Bermúdez Martínez Aztlán: ciudad de las once garzas/ Rafael Gómez La ciudad de los espejos/ José Luis Uribe La ciudad del río triste/ Sandra Leslie Molina Carrillo

Fotos que inspiran Un atardecer no habitual/ Antonio Guerra Rosario/ Marilyne Abril Juárez

Jugando con el tiempo Historia de una ida sin vuelta / Yolanda Reyes La escuela/ Manuel Meléndez Marín Peste negra / Sandra Vanesa Hernández Reyes El mundo del futuro/ José Saúl Espinosa Núñez (J. S, Saenz) Héroes/ Paulina De la luz ¡Cuidado con el silencio!/ Yolanda Merary Núñez Venancio

Semblanzas Tres de julio/ Michelle Alejandra Sánchez Córdova


No tlatotl/ Claudia Yazmín Romero Rodríguez Yo soy/ Frida Regina Montoya Hernández Puntos claves para la formación de una identidad personal/ Sughey Lozano Mi historia/ Sandra Vanesa Hernández Reyes Vida e intensidad de alineaciones temporales/ Aline Daniela Atamoros Flores “El Isra”/ Israel Borja

Pensando en la Casa del Tiempo de la UAM El tiempo en un pixel/ Yolanda Reyes Casa cerrada al tiempo/ Michelle Alejandra Sánchez Córdova 29 minutos antes del futuro, en la Casa al tiempo/ Frida Regina Montoya Hernández La casa que abre el tiempo/ Ricardo M. Bermúdez Martínez Xitu/ Calu La casa abierta está/ José Saúl Espinoza Núñez (J. S Saenz) La casa del tiempo/ Rafael Gómez La casa del cambio/ Sandra Leslie Molina Carrillo La muerte de María / Yolanda Merary Núñez Venancio


Presentación Gracias al Centro Cultural Casa del Tiempo, de la UAM, fue posible impartir el pasado otoño el taller de escritura “Las historias ocultas en el tiempo”. Diecinueve mujeres y hombres jóvenes, plenos de energía, creatividad y entusiasmo, estudiantes de muy diversas carreras de los diferentes planteles de la Universidad Autónoma Metropolitana, se reunieron semana a semana para explorar posibilidades creativas, escribir y retroalimentarse. Para cada uno la experiencia resultó única. Gracias a la pandemia y las plataformas virtuales se congregaron en un espacio pensado para acoger sus inquietudes y darles herramientas para expresarlas por medio de la palabra. De haber estado en una situación “normal”, hubieran estado limitados por las distancias físicas. Ahora, existía la posibilidad de aprovechar justo ese intangible tan valioso del que la mayor parte de las veces estamos escasos: el tiempo. Por ello, y de manera muy especial, para honrar el lema de la UAM –Casa abierta al tiempo– y el propio nombre del Centro Cultural, fue justo el tiempo el eje que guió los ejercicios semanales, de una u otra forma. Es sorprendente la capacidad de escritura, el caudal de imaginación, los variados intereses, la pasión y el compromiso mostrados por todos. Numerosas páginas con calidad y la fuerza para trasladar al lector a otros espacios, lugares a donde sólo la buena lectura está habilitada para llegar. De ahí que la presente publicación sea sólo una selección de lo que fue el taller y de lo que cada uno escribió. Ciudades inventadas en honor al libro Las ciudades invisibles, de Italo Calvino; historias breves sugeridas por fotografías del gran banco de imágenes que puede ser también Internet; historias ubicadas en tiempos indistintos… De manera muy especial, agradecer la generosidad de compartir sus semblanzas, que para el caso del taller estuvieron enraizadas en acontecimientos importantes para la vida de cada uno, ya fueran nacionales o internacionales. Un ejercicio por demás interesante. Y como valor agregado, un grupo de escritoras y escritores dedicó parte de su tiempo a investigar en torno al espacio que alberga el Centro Cultural Casa del Tiempo para dedicarle una historia especial, a modo de agradecimiento. Ya sea ficción o la realidad que los atraviesa, ¡qué importante escuchar lo que las jóvenes generaciones tienen que decir! Y en este caso, que valioso que ese acto se extienda al acto de leerlos.

Martha Patricia Montero


El tiempo en un pixel Yolanda Reyes Desde que una pandemia me instaló en la vida virtual había empezado a hacer una serie de viajes a la ciudad de los pixeles. Llena de nostalgia por saberme imposibilitada de poner un pie fuera de mi hogar, recorría aquellas calles informáticas. Después de colocarme las gafas de inmersión virtual, escribía en la pantalla coordenadas al azar, no me interesaba llegar a un destino en específico. Lo único que deseaba era perderme entre los algoritmos y la digitalidad. Pasé días dejándome llevar por la probabilidad algorítmica, hasta que llegué a una avenida en la que autos y entes humanoides permanecían estáticos a la espera de que esa imposibilidad de movimiento fuera interrumpida por algún fallo del sistema. Frente a mí se desplegaban algunas letras a manera de holograma: Gral. Pedro Antonio de los Pinos, alcancé a leer en ellas. Comencé a desplazarme lentamente y, ante mí, surgían rastros de realidad que habían sido atrapados por las cámaras digitales. Hallé seres con el rostro desvanecido, autos fusionados con el asfalto, edificios que se deformaban a cada paso que daba. Me di cuenta que, a diferencia de otros sitios, los paseantes no se desintegraban por completo. Si uno no los observaba con especial atención podría pensar que eran tan humanos como nosotros y que sería posible entablar alguna conversación con ellos. Siguiendo las recomendaciones de la guía turística me abstuve de hacerlo. En mi andar encontré un callejón sin nombre, estaba ubicado entre lo que parecían ser un par de restaurantes. Entonces saltó una duda a mi mente, ¿a qué sabría esa comida pixelada?, ¿qué aspecto tendrían esos platillos hechos en un mundo inmaterial?, ¿tendrían olor?, ¿sabrían a algo? No quise averiguarlo por el temor a contraer alguna enfermedad gastrodigital. Sacudí un poco la cabeza y centré mi atención en el callejón, intenté mirar más de cerca, pero una pared hecha de bits me impidió cruzar. ¡Lo había olvidado por completo! Esos muros fueron colocados por seguridad posterior al accidente en el que cientos de personas quedaran absorbidas por el sistema. Regresé entonces a la avenida y noté que algo saltaba a la vista, un enorme árbol alcanzaba a vislumbrarse a unos metros, así que decidí acercarme para comprobar si era verdad que estaba constituido por raíces cuadradas. Más tarde estaba frente a él, era imponente, tenía enormes hojas, y sus ramas se extendían hacia los lados sobrepasando los límites de la propiedad. Busqué con la mirada sus raíces, pero nuevamente los muros informáticos me detuvieron. A pesar de las limitaciones, logré ver un pequeño cartel cerca de la entrada del edificio y caminé hasta allí para leerlo, rezaba lo siguiente: CASA DEL TIEMPO Justo a un lado de éste se hallaba otro letrero, en donde se dibujaba un logotipo acompañado por el lema: U. A. M. Casa abierta al tiempo Universidad Autónoma Metropolitana Mi vista se perdió en la majestuosa fachada blanca, desde las ventanas se asomaba su interior conjugándose con los reflejos creados por la luz que quedó atrapada junto con todo lo que ahí habitaba. A través de las rejas podía distinguirse una fuente en la que un querubín vertía agua por a la fuente hecha de cantera, un par de mesas sin dimensiones conocidas, escaleras que probablemente se desvanecerían con las pisadas de cualquier ser y un jardín que permanecía intacto. Arrastra por la curiosidad di click en el pin que marcaba el nombre y ubicación del lugar, inmediatamente se desplegó una ficha en la que se describían algunas características propias del espacio y debajo un álbum fotográfico. Fue maravilloso contemplar cómo entre pixeles y operaciones lógicas se formaban imágenes que me dejaban entrever el interior.


Me llamaron la atención los vitrales que adornaban sus ventanas y que, gracias a los efectos de la luz, pintaban el suelo cuadriculado de colores. De un instante a otro un lápiz invisible dibujó siluetas que ilustraban los recuerdos mismos de la casa. No reconocí todo lo que las formas ilustraban, pero llegaban hasta mí como memorias ajenas, como si alguien las hubiera colocado en mi cerebro. Fui testigo de las tantas guerras civiles que transformaron al país, vi pasar los contingentes liberales que buscaban expulsar a todo aquel extranjero que se atreviera a gobernar sobre los mexicanos, el galope precipitado de los caballos que eran montados por las huestes revolucionarias dejando una polvareda a su paso. Escuché dentro de mi cabeza murmullos de los miles de individuos que recorrieron sus pasillos, una melodía remanente recorría cada una de sus habitaciones, el eco de las pisadas de sus antiguos habitantes, el golpeteo del viento contra los cristales, el crujir de sus cimientos a causa de los temblores y un par de risas aisladas. Maravillada ante el collage de escenas que se proyectaban hice algunas capturas para no perder detalle de nada. De un momento a otro un ventarrón sacudió los trazos. Una nube negra electrostática se situó en medio de la sala principal absorbiendo lo que estaba a su paso, sentía cómo la fuerza magnética me jalaba hacía aquel remolino. Temí entonces lo peor, no quería quedar atrapada entre los códigos del tiempo o, peor aún, desintegrarme en pequeños pixeles. Las sacudidas eran cada vez más fuertes, las paredes, las ventanas, las columnas, todo se descomponía en millones de partículas que se asemejaban al ruido blanco y mi cuerpo se desfiguraba en pequeños glitches sin que pudiera hacer algo. Un estruendo hizo retumbar la estructura al instante y las luces comenzaron a parpadear, hasta que por fin todo se desvaneció y algo me empujó hacia el exterior. Pasaron unos segundos antes de que todos los átomos de mi cuerpo se unieran nuevamente, decidí terminar la sesión. De vuelta en la pandémica realidad resolví que pasaría mucho tiempo antes de inmiscuirme en otra incursión similar a la que acaba de vivir.

Casa cerrada al tiempo Michelle Alejandra Sánchez Córdova El sábado 9 de febrero de 1861 a la 1 de la madrugada con 13 minutos, Concepción Lombardo Gil de Portearroyo cruzó a toda prisa el umbral de la puerta que daba entrada a su espléndida casa de tres pisos. En los brazos llevaba cargando a Guadalupe, nacida apenas hace cuatro meses. Detrás de ella venía Paula, su criada, quien transportaba en un moderno cochecito de mimbre a Miguel y a Concepción. Tres valijas cargadas con víveres y ropaje les aguardaban en el interior del carruaje estacionado a las afueras de la propiedad. Las dos mujeres subieron a los niños con apremio y después entraron a la cabina. Acto seguido, emprendieron un precipitado viaje hacia el puerto de Veracruz. Miguel Miramón le había prometido a su esposa alcanzarla en Cuba. El sábado 9 de febrero de 1861 a la 1 de la madrugada con 14 minutos, el minutero del reloj de roble que colgaba en lo alto de la escalera avanzó por última vez. Desde aquel entonces nada ha cambiado al interior de la casona. Las hojas de las camadoreas que adornan los pasillos conservan su frescura y viveza verdosa. La tierra de sus macetas se encuentra siempre húmeda y fragante. Las dalias, claveles y begonias que Paula regaba todas las mañanas continúan ataviando los ventanales con brillantes tonos de rosa, amarillo y rojo; y las colas de borrego que cuelgan a lo largo del pórtico mantienen una tímida longitud de diez centímetros. Afuera, en las inmediaciones del Bosque de Chapultepec, un hombre vestido de manta y sombrero de paja avanza apaciguadamente en compañía de su burrito. El animal lleva a cuestas dos grandes barriles de madera de los cuales sobresale la punta de una penca de maguey. Avanza descalzo el tlaquichero bajo el sol de mayo, del aguamiel que ofrecía a gritos por la mañana ya sólo le resta una jarra. La vajilla de loza con detalles florales en color dorado que fuera heredada a Concepción por parte de Carmen, su suegra, se encuentra dispuesta para la merienda sobre la larga mesa del comedor. Sobre el plato de Concepción está servida una quesadilla de epazote a medio comer, pues la mujer temía que cargar su estómago de más pudiera causarle molestias en el camino. Es justo decir que esa noche se encontraba inapetente, además. Al centro de la mesa, un canasto repleto de alamares, chilindrinas y conchas continúa desprendiendo un aroma dulzón. El café con leche servido en las tacitas de Miguel y Concepción sigue tibio. La flama de la lámpara de peltre que alumbró el cuarto aquella noche aún no se extingue. Afuera, en las inmediaciones del Bosque de Chapultepec, un hombre vestido con camisa de algodón y pantalón de mezclilla se pasea sobre un caballito blanco. Hace sonar su


corneta para que las amas de casa sepan que pueden salir a llenar sus envases de vidrio con leche fresca. El sonido de la corneta se mezcla con el choque de sus botes de acero y el líquido blanco se derrama un poco cuando el animal agarra un trote alegre. En el cuarto de baño aún flota el vapor perfumado a hierba de San Juan, remedio que Paula le recomendó a Concepción para tratar los nervios que le provocaba pensar en el general Miramón en el frente de batalla. El agua tibia continúa cayendo del grifo hacia la tina de porcelana, pero nunca se desborda. Sobre el tocador continúan los polvos de arroz y los aceites de ricino que Concepción usaba para embadurnarse las pestañas. Afuera, en las inmediaciones del Bosque de Chapultepec, un hombre vestido con una playera de las elecciones presidenciales de 2012 y una gorra de las Chivas pedalea a toda velocidad en su triciclo. El humo que sale de sus botes aromatiza la colonia y su bocina anuncia estruendosamente: Pida Sus ricos Tamales oaxaqueños Ya llegaron Sus ricos Y deliciosos Tamales oaxaqueños Acérquese Y pida Sus ricos Tamales oaxaqueños

En honor a Las ciudades invisibles de Italo Calvino

Ciudad alberca Jorge De la Garza En esta ciudad, si no sabes nadar tienes que llevar salvavidas, flotadores o algún otro accesorio para no hundirte en el agua. Si conoces Venecia por fotos, o has ido, no se parece en nada. Prácticamente, la ciudad está dentro del agua, como si flotara dentro de una alberca gigante. Para entrar a las casas, bares, hoteles o cualquier otro edificio, tienes solamente que sumergirte un poco. Desde que nacen, sus habitantes ya saben nadar, aunque no es necesario hacerlo cotidianamente, pueden caminar sobre las calles de agua, la cual les llega a la cadera. Debido a que el mismo caminar es lento, muchas personas llegan tarde a sus trabajos, a pesar de que tienen un horario flexible. Las y los niños pueden llevar su lancha a la escuela, sus bancas y mesas flotan, es un poco difícil escribir porque se llegan a mojar los cuadernos. Casi no hay médicos, la mayoría son salvavidas, comúnmente les dan calambres a las personas y varias se han llegado a ahogar. Cuando fui la primera vez, casi no la cuento, casi no escribo esto; me dio un calambre tan fuerte cuando nadaba de regreso al hotel, que estuve internado tres días, al cuarto regresaba a mi ciudad natal. Ahora que he vuelto, me di a la tarea de descubrir más cosas que me han resultado curiosas: tienen un acuario, sus museos son odas a Poseidón y por descabellado que parezca sus playas están abarrotadas. Y algo aún más curioso, hay más escuelas de natación que bomberos. Probablemente regrese un par de veces más, porque tardas mucho en recorrer cada rincón de la ciudad y yo soy un ansioso empedernido, no me puedo dar el lujo de ir tan lento.


La ciudad del Cerro del Dios del Viento Ricardo M. Bermúdez Martínez Dirigiéndonos al nororiente de la capital del país se encuentra la ciudad del Cerro del Dios del Viento, una ciudad magnánima, conocida por sus seguras y amplias avenidas, que la conectan con la capital y con otros poblados cercanos. A pesar de que esta ciudad está increíblemente sobrepoblada, los servicios básicos de sus habitantes están cubiertos, el agua potable llega a todas las casas, nadie conoce lo que es no tener luz, todas las calles están adecuadamente pavimentadas y el drenaje hace que, pese al suelo pantanoso y arcilloso del antiguo Lago de Texcoco, jamás haya inundaciones. La ciudad del Cerro del Dios del Viento fue debidamente trazada y planificada, contando con muchas escuelas, desde jardines de niños hasta universidades. Sus estudiantes no tienen la necesidad de trasladarse a lugares lejanos de la capital para recibir una mejor educación y formarse. Sus habitantes pueden encontrar trabajos bien pagados cercanos a sus casas. A pesar de lo anterior, cuenta con una red de transporte de lo más eficiente. Tiene una línea de metro, que jamás se satura y se mantiene también en óptimas condiciones. Además, cuenta con transporte público seguro y de muy buena calidad. Las vialidades jamás se saturan. La iluminación en las calles es completa. Y pese a su ubicación dentro de la periferia de la capital, es una ciudad modelo, un ejemplo de buena gestión y gobernanza para todo el país. Las mujeres pueden salir de sus hogares seguras de que regresarán a casa, niños y niñas pueden jugar cerca de sus casas sin temor a sufrir un secuestro. Los homosexuales pueden salir de la mano abiertamente, sin miedo a alguna agresión u homofobia. Asimismo, pocos son los delitos que se cometen en ella, y los pocos que llegan a ocurrir son debidamente juzgados y castigados. Es una ciudad utópica, una ciudad de ensueño. Algunos prefieren no pensar en el hubiera y llamarla por su verdadero nombre: Ecatepec. La ciudad del Cerro del Dios del Viento es la ciudad que vive en los corazones, ilusiones, anhelos y sueños rotos de los ecatepequenses.

Aztlán: ciudad de las once garzas Rafael Gómez En el archipiélago de Aztlán todo es paz y tranquilidad, si no consideramos las guerras con los pueblos vecinos, los sacrificios, la exuberante y salvaje fauna a la que tenemos que comer o nos come, sus lujosos puentes blancos, sus monumentales templos de piedra y sus extensas chinampas donde la vida se abre paso. Aquí, la gente puede vivir en sosiego domando ajolotes-ciervos y domesticando garzas que habitan por montón. Además, nos la pasamos consumiendo más de un centenar de insectos de todos los colores y tamaños, no olvidemos que pronto será la época donde los pétalos del Ajusco descienden de las montañas para traernos semillas primaverales, un espectáculo tan asombroso como la temporada de los Xóchitl Cempasúchil. Ha sido una vida próspera desde su fundación, los Dioses loaron a sus creaciones perfectas, los nahuales, por su fiel devoción y su única forma terrenal de comunicarse con el mundo. A manera de agradecimiento, cada isla, de las once que conforman el archipiélago, se unió para unificar la gran ciudad de Aztlán, así, cada una tomó a un Dios como deidad protectora, por lo que podemos encontrar monolitos con los rostros tallados de Huitzilopohtli, Tláloc, Ometeótl, Mictlantecuhtli, Mictecacíhuatl, Xipe Tótec, en cada uno de los once pueblos en los cuales habitan desde los más traviesos aluxes –en las costas tropicales del sureste–, hasta los pacíficos compañeros de vida, los xoloitzcuintles; sin olvidar a los tremendos tlaloques – devotos del Dios Tláloc– que hacen de las suyas en cada temporada de lluvias asustando con relámpagos a los pobladores. Los once pueblos de Aztlán, algunos con mayor población que otros, destacando los del norte –por su clima tropical– y centro del archipiélago –por su clima cálido– poseen un gobernador propio que es soberano en todo su territorio, pero a la vez cumple con las políticas impuestas por los tlatoanis en el caluroso parlamento, que se enfrenta cada cierto tiempo para medir las inclemencias de las remodelaciones de todo el archipiélago.


Así es la vida aquí, un poco caótica y peligrosa, incluyendo que la mayoría de los lugares se inunda tres veces al año y los sustos que el volcán Volgoyo nos proporciona de vez en cuando, pero te terminas acostumbrando a su gente, fauna y vegetación. No somos ricos en oro ni plata, pero sí en nuestra comida, con platillos de gualojostruz y la bebida por excelencia de los dioses. Pero, aún con todo esto me sigo preguntando: ¿Qué habrá más allá del mar? ¿Existirá gente como nosotros? ¿Será cierto que otros dioses dominan otros archipiélagos?

La ciudad de los espejos José Luis Uribe 13 octubre 3013 d.C. (después del Covid) A partir de la llamada revolución tecnológica del siglo XXI, se considera que la creación de los lentes de realidad virtual fue de gran influencia para un grupo de personas que decidieron dejar las llamadas ciudades contemporáneas. Se caracterizaban por ser insostenibles, con poco bienestar y desarrollo social. Cansados de vivir en constante estrés, decidieron emprender un nuevo camino a las montañas más elevadas de América Latina, en busca de nuevos espacios abiertos. De esta manera, se creó una ciudad que reflejaba el deseo más profundo de sus habitantes, pues a través de los aparatos podían visualizar otras realidades. La realidad emergía de sus deseos, por lo cual, se convirtió en un lugar capaz de albergar ilusiones que alteraban el entorno. Rápidamente, empezó a influir con aportaciones socioculturales en todas las latitudes y fue conocida por todo el mundo como la histórica ciudad de los espejos. Sus habitantes sonreían todo el tiempo, nunca había problemas sociales, económicos ni políticos. No había problemas de salud y los temas sustentables podían desarrollarse en el centro de la ciudad en un espacio denominado zona verde, este lugar era considerado el punto nodal de la ciudad, en ella, los niños y niñas podían intercambiar realidades. Algunos intercambiaban ilusiones como anteriormente se intercambiaban dulces. Esta ciudad tuvo su época dorada en el siglo XXV y se caracterizó por tener aportaciones en los primeros viajes espaciales que colonizaron Marte. Gracias a su innovación científica y tecnológica se logró consolidar como una ciudad capaz de crear todo lo que sus habitantes deseaban. Paralelamente, esta ciudad alargó la vida de sus habitantes y podían prolongar sus más profundas ilusiones. Se cree que esto fue posible gracias al cuidado que los primeros habitantes tenían a los lentes de realidad virtual.

La ciudad del río triste Sandra Leslie Molina Carrillo A la edad de 27 años decidí tomar mi mochila, empacar comida enlatada e ir a explorar y buscar mi libertad. Llegué a lugares como Egipto, ahí conocí a la ilustre Cleopatra, quien de hecho, y no es por presumir, se enamoró de mí. Crucé muchos pueblos para estar en el castillo del Conde Drácula, no me quedé mucho, pues el condenado quería darme “una probadita”; me congelé en el Himalaya, pero me tomé una buena selfie con el abominable Hombre de las Nieves, quien por cierto guisa muy bien. En suiza, “Don Frankenstein” me pegó una corretiza, pues mi encendedor le chamusco su dedito. He estado por muchos lugares, conozco de muchas culturas y secretos, sin embargo, una ciudad escondida en lo más recóndito del mundo me impactó más que cualquier otro sitio, “bugi vagabu”, como me gustaba decirle, era un lugar en el que vivan hace ya muchos años cuatro familias de gigantes. Me adentré en la ciudad, había árboles de frutas extravagantes, con copas azules, rosas, lilas, todo era tan colorido y nuevo a mis ojos, me perdí en el camino, la belleza de la naturaleza y el aire limpio me dirigían por un sendero recto. Me detuve en un pequeño ecosistema montañoso, en el cual una corriente de agua pasaba, me agaché a beber un poco, me pareció escuchar un murmullo. No es nada, me repetí, algo me hacía sentir curiosidad, algo atraía mi presencia. Levanté la mirada, al inicio


de la caída del río, entre dos montañas, me parecía ver una cara muy grande. Caminé hasta llegar a la cumbre de esas cordilleras. Para mi sorpresa, encontré algo que ya me sospechaba, un hombre de unos nueve metros de alto era el que producía aquella agua tan limpia, que momentos antes pude beber. Quise evitar hacer ruido para salir corriendo, que no me viera, entré en pánico, me asombré tanto que el hecho de ser saboreado por Drácula me parecía más fantástico que ser comido por un hombresote. Avance escasos cinco pasos y me tropecé, el gigante me escuchó, estiró su mano y me tomó. – Por favor, piedad, tengo una familia que cuidar –le dije, aunque era una pequeña mentira. El gigante me dijo: – Tranquilo, no te haré nada, sólo dime ¿cómo llegaste aquí, qué cosa eres tú? –por un momento me sentí ofendido, “cosa, me llamo cosa”. Le expliqué el recorrido que hice para llegar hasta donde él, y me dijo algo muy sorprendente. – ¿Sabes por qué mis lagrimas alimentan este río?, ¿sabes de donde procede el agua del mundo? – No, nunca me pregunté eso –le respondí, ya más tranquilo. – En el año 3500 a. C, año en el que comienza la historia, surgió este lugar al que sólo tienen acceso las personas de mente abierta e imaginación sin límite alguno, por eso mismo es que hoy puedes estar aquí, mi labor es proveer de agua a las personas. El Río Nilo, el Río Tigris, el océano Pacífico y más se llenan de este recurso gracias a mis lágrimas, lloro para ustedes y por ustedes, el hecho es simple, llorar de felicidad está bien, llorar de tristeza es lo que hago ahora, cada que me olvidan, cada que hay guerras y desastres me dañan a mí –me dijo aquel gran personaje. No supe qué responder ante esa revelación, así que sólo le dije mi nombre y mi lugar de origen: – Me llamó Vicent y provengo de la cabeza de Sandra Leslie Molina Carrillo.

29 minutos antes del futuro, en la Casa al tiempo Frida Regina Montoya Hernández Inhalé por tres segundos, exhalé en cinco y salí corriendo del metro. Realmente no supe si tenía que maquillarme más. El maquillaje artístico… mi gran aliado durante tanto tiempo, tapando mis inseguridades y haciéndome resaltar en el escenario. Esta vez el foro era totalmente diferente: no iba a bailar… Era el cincuenta aniversario del movimiento del 68 y jóvenes estudiantes mediante un happening íbamos a presentar testimonios. Por si no sabes qué es un happening, te lo resumo rápido: es una manifestación artística en el ámbito de la música, el teatro o las artes plásticas que se caracteriza por la participación espontánea o provocada del público. Las instrucciones en esta puesta en escena indicaban que una persona podía ir marcando las acciones de todos: podíamos gritar, caminar, correr, hacer cualquier tipo de representación, como fuera pasando. Presentaríamos testimonios sobre ese tiempo. Si hace cinco años me hubieras dicho que iba a presentarme en algo así, te hubiera dicho que: ¡yo sólo bailo! Pero es magnífico como la Casa abierta al tiempo, la UAM, pudo abrirme el panorama tan rápido de la responsabilidad de ser universitario con la sociedad y que mejor si lo haces mediante el arte. No sé si conozcas la Casa al tiempo, la casa de la cultura de la UAM, pero desde que me paré afuera sentí su imponente estilo. Era una tarde de noviembre y ya se empezaba a sentir el frío de la noche, el estilo de la fachada me hizo creer que iba directo a un baile de la realeza o algo por el estilo, sentí que iba mal vestida, pero tenía que representar un testimonio del 68 en el 2018. Volví a respirar, me aventuré a entrar. Estábamos en un pequeño auditorio, el público iba a ser poquito y, como siempre, me gusta llegar mucho antes a los lugares en donde me presento, me gusta ver los nervios, como todos estamos preparándonos, haciendo últimos ajustes. De un momento a otro la hora había llegado, en un lugar donde el tiempo no existe, es relativo y te juro… fue increíble lo que sucedió: colapsaron tres tiempos, el pasado de la casa –porque la casa de la cultura habla, grita historias, memorias, grita tiempo–, el 68 con miedos, muerte, pero sobre todo esperanzas para el futuro, y el 2018 mi generación corriendo contra el tiempo, impaciente, llena de ansías por saber más, y el tiempo… como actor presente en experiencias, conocimiento, muchas vivencias. Todo se une en uno y empiezas a valorarlo, justo cuando te das cuenta que es lo más preciado que puedes tener, porque nunca regresa.


Y lo sentimos... de acuerdo con los testimonios de esa noche del 2 de octubre, la matanza de los estudiantes duró justamente 29 minutos, “29 minutos antes del futuro”. 29 minutos de historias colapsadas, de sueños… Empezamos cargando sillas, nos sentamos en ellas, ¡nos paramos encima de ellas! Gritaron goyas, huelums… y entonces pasó: Alguien grito “¿Y cómo dicen las panteras? ¡Digna libre y soberana, digna libre y soberana en lucha, en lucha la metropolitana!” y empezamos a simular que estábamos en la matanza. No me preguntes qué pasó, pero yo ya no estaba en el 2018 ni en la Casa al tiempo. Me transporté a esa noche trágica del 68, alguien empezó a gritar su licenciatura: ¡Biología!, ¡Comunicación!, ¡Filosofía!, y cuando lo sentí grité como nunca en mi vida ¡Planeación Territorial! Y sentí miedo, sentí impotencia, pero mucho orgullo. Empezaron los testimonios y realmente yo perdí el tiempo. Me dejé llevar entre la noche en donde los tres tiempos colapsaron y, el momento en que me sentí lista, empecé a decir mi testimonio y te juro que por un minuto dejé de ser Frida Regina: era mi abuelita con su sentido protector y su miedo porque alguien más pasé por lo que pasaron los estudiantes, era una mamá preocupada por el mañana. Me gusta imaginarme que esa noche quedó grabada en las paredes de la Casa al Tiempo, esa noche en donde el tiempo no existió, íbamos flotando entre tres tiempos, ¡en la casa al tiempo!

La casa que abre el tiempo Ricardo M. Bermúdez Martínez Uno nunca sabe los caminos que recorrerá en la vida, ni tampoco la relevancia que ciertos lugares adquirirán con el paso del tiempo. Y esa es la palabra clave, el tiempo. El que rige nuestras vivencias, nuestras experiencias y nuestra forma de ver el mundo. Siempre que vagabundeo por la ciudad, lo hago por múltiples lugares, tomando fotos que jamás subiré o mostraré a nadie y que después de un tiempo, borro. Recuerdo la primera vez que vi la Casa del Tiempo, me pareció un edificio muy hermoso por fuera y deseé entrar. Ese día llevaba prisa, no iba de paseo ni de ánimos para tomar fotos, no podía adentrarme en ese edificio tan bello. A primera vista creí que era una casa particular, pero al acercarme decía orgullosamente, en una placa en la barda, Universidad Autónoma Metropolitana, y aquel día no podía entrar porque mi destino estaba unas cuadras más adelante. A veces relacionamos experiencias y sentimientos con los lugares a los que acudimos, y me es inevitable revivir esa primera vez que les estoy relatando, pues ese día estaba muy nervioso, muy asustado como para poder darme el lujo de entrar a ese edificio, a pesar de que en verdad deseaba hacerlo. Me dirigía a hacerme la prueba del VIH por primera vez. A unas cuadras de la Casa del Tiempo se encuentra la Clínica Especializada Condesa, donde precisamente se hacen pruebas de VIH, así como de otras enfermedades de transmisión sexual, como sífilis y hepatitis. No recuerdo exactamente la edad que tenía en aquel momento, pero en definitiva era muy inexperto en ese tipo de temas. Estaba asustado por la desinformación y el miedo a infectarme de una enfermedad tan importante, que en ese momento yo pensaba que era una sentencia de muerte. También miedo debido a mi pánico a las agujas, hacia ese olor tan característico de las clínicas y hospitales. Todo lo anterior hacía de esa experiencia algo mucho más desafiante para mí de lo que yo podía creer. Ese recuerdo, el de aquella primera vez haciéndome la prueba, va de la mano inevitablemente con toda esa zona y sus alrededores: la Casa del Tiempo de la UAM, la embajada de la Federación Rusa, el Parque Lira y el metro Juanacatlán. No digo que precisamente ahora sea un mal recuerdo, aunque en ese momento fue algo muy importante e impactante para mí. Pero como mencioné previamente, el tiempo es la clave. Jamás imaginé que todos esos lugares mencionados transformarían su significado años después, transcurrido ese valioso tiempo que nos cambia día a día. Para mí, era inevitable cada que me hacía la prueba ir con un poco de temor, pese a que sé que me cuido mucho y que soy muy responsable con mi sexualidad. Asociaba esos edificios, esa parte de la ciudad, con la incertidumbre “¿Y si esta vez salgo positivo?”. Al mismo tiempo considero que estos inmuebles, fríos e imponentes, me miraban con ternura. Sentía que me acompañaban en esa travesía, me decían que todo estaría bien, eran compañeros o cómplices de mi nerviosismo. Años después, las visitas a ese lugar se hicieron rutina, cada seis meses de regla, sintiendo así, ser responsable conmigo mismo y con los demás. Pero jamás con el tiempo o


el propósito de visitar la Casa del Tiempo. Lo que menos quería era pasar mucho rato más cerca de ese lugar que me causaba nerviosismo; hasta que lo conocí a él. En el momento en el que estaba por hacer mi examen de la UAM para lograr mi meta de una segunda carrera en Historia, conocí a Alberto. Él trabajaba como profesor de inglés en una preparatoria cerca del Parque Lira, y fue así como, en una de nuestras primeras citas, fui por él a su trabajo. Era de noche, las 8 para ser exactos, una noche de miércoles y ya estaba oscuro. Pasé por Juanacatlán, por la Casa del Tiempo, por la embajada de la Federación Rusa, pero esta vez no di vuelta a la izquierda en la calle de Benjamín Hill, sino a la derecha, donde esa misma calle cambia de nombre y se llama General José Morán. La misma calle, sentido opuesto. (¡Qué sorprendente casualidad! ¿no es verdad?) Cambié por completo el rumbo de costumbre para encontrarme con él. Y así sucedió muchas ocasiones más. Lo que antes era miedo y suspenso ahora era júbilo, emoción, alegría y dicha. Todo dio un giro de 180° en dirección a él, pudiendo así, por fin, sentirme con el ánimo de entrar a esa famosa Casa del Tiempo. Esa zona de la ciudad ahora trae a mí buenos recuerdos y felicidad, felicidad de saber que él está conmigo y que esos nervios no regresarán. Y no sólo ese lugar cambió su significado, sino que él cambió mi vida. Y ahora sé que, pasando todos estos acontecimientos tan duros que estamos viviendo todos en 2020, quiero ir con él para poder abrirnos más mutuamente, abrirnos ambos al Tiempo en esa Casa.

Fotos que inspiran


Un atardecer no habitual Antonio Guerra Decidí tomar un camino no habitual, para romper la rutina… Hoy fue un buen día, nunca he salido al atardecer y el sol es tan cálido a esta hora. Di vuelta en un callejón –a pesar de que es la zona por la que siempre pasó, nunca pongo atención–. Prendí mí pipa, sentí el humo en mi rostro, el clima estaba muy templado. En ese momento vi a una persona, una señora sentada en la banqueta, su rebozo de color azul marino, un vestido de manta bordado y alrededor de ella varias cosas que vendía, más un libro de Isabel Allende. Estaba tan concentrada en su lectura y pensé “¿Sabe leer? ¡Qué buena onda!”. Me detuve un instante y me dijo: “Oiga, ¿tendrá fuego?, he querido prender mi cigarro, pero se me olvidaron los cerillos”. Le contesté: “No, pero puede prenderlo de mi pipa… ¿A cuánto da los mazapanes?”. Prendió su cigarro, su expresión fue muy relajada cuando expulsó el humo. Compré unos cuantos mazapanes y seguí mi camino… Cuando volteé para peguntarle su nombre, me percaté que ya no estaba, sólo el libro. “¿Vio a una señora aquí, vendiendo varias cosas?”, le pregunté a un transeúnte, a lo que me respondió: “Sí, la señora Sabin, a veces se la pasaba en las casas de los vecinos, pero siempre le gustaba estar sentada justo donde está su altar, le gustaba mucho ese libro”. Me quedé pensando y después le dije al joven: “¿Por qué habla de ella como si ya no estuviera?”. El joven sonrió, hizo una mueca de tipo “¿Este señor de dónde es?” y me respondió: “La señora Sabin murió el año pasado, en ese lugar”. Con exactitud no sabía que fue lo que vi, pero revisé mi saco y tenía los mazapanes… En ese momento escuché a lo lejos decir “¡Gracias! Muchas gracias por encender mi camino”.

Rosario Marilyne Abril Juárez ¿Has conocido a una persona difícil de olvidar? Viví en Polonia hasta que cumplí ocho años, cuando le ofrecieron trabajo en México a mi papá. Compró una casa en una ciudad que estaba muy cerca de un pueblito. La primera escena que tengo de ese lugar es la de una niña corriendo detrás de una gallina y a su mamá tras ella con una escoba, tratando de atrapar a la que se dejara primero. Mi amiga Chayo, la niña más increíble que he conocido, tenía la misma edad que yo. Ella trepaba árboles, amarraba jicotillos para usarlos como cometas, tronaba cuetes y hacía aparecer monzones, ¡sí! El día que me invitó a preparar el incienso para el santito del pueblo toda la calle se llenó de gente con cubetas de agua para apagar el incendio. Era una celebridad, todos comentaban sus aventuras. Pasé una época muy feliz a su lado, pero, por desgracia, no pudo durar tanto. Dos años más tarde tuvimos que volver a Polonia, donde me casé, tuve dos hijos y ahora soy abuelo de tres niñas. Cuando mi querida esposa murió decidí volver a aquel lugar para recordar las tantas aventuras que pasé. Cuando llegué, guiado por mis pasos, lo primero que vi fue a una niña corriendo detrás de una gallina y a una viejecita siguiéndolas con la mirada, doblándose de la risa porque la madre de la pequeña estaba buscando una escoba. Mi amiga Chayo ya no se sube a los árboles, ni truena cuetes; tampoco amarra jicotillos ni los usa como cometas. Ahora cuenta las historias que vivimos cuando éramos niños y yo siempre estoy en primera fila para escucharlos.


Xitu Calu En honor al Centro Cultural Casa del tiempo, por permitirnos participar en este valioso taller. La noche de hoy tenía que llegar temprano a casa, ya que Jorge me preparará una cena con pancakes para celebrar nuestro primer aniversario junto a nuestros preciosos gatos. Desafortunadamente, he salido un poco tarde del trabajo, pasan de las siete y treinta. Nos hemos retrasado al estar imprimiendo 200 carteles a cinco tintas en serigrafía, de 40 cm por 60 cm. Así que me dirijo lo más rápido que puedo a tomar el transporte; me despido de mi amiga, tomo mis cosas y camino hacia la primera planta bajando por las escaleras para llegar a la planta baja. Me despido de la portera y le solicito mi identificación que he tenido que dejar al llegar al edificio. Abro el portón y me encuentro frente a Bucareli, me parece extraño que todo este vacío, camino sobre la avenida con dirección a General Prim, me detengo en la esquina y volteo en ambas direcciones, pero toda la calle se ve prácticamente vacía. Así que me dirijo hacia la otra esquina que es con dirección a la calle Lucerna, en mi camino paso junto a una tapicería, luego frente a la Escuela Nacional de Artes Gráficas, para posteriormente llegar a la esquina. Claramente a esta hora la mayoría de los establecimientos está por cerrar, incluso el fideicomiso para la educación garantizada. Todas las vialidades se ven libres de automóviles, supongo que es por que habrán cerrado algunas de las arterias de la ciudad, así que no me arriesgo a tomar el metro o metrobús y mejor buscó un taxi. De pronto mi celular suena, contesto y notó que es Jorge, atiendo la llamada y me pregunta en dónde me encuentro, le comento que voy saliendo del trabajo, pero que pronto llegaré ya que tomaré un taxi, me dice que me vaya con cuidado, antes de colgar le comentó que se me está agotando la batería, pero que espero que con la carga que tiene al menos sea suficiente en lo que llego a casa. En medio del silencio y lo vacío de la vialidad, veo un auto, parece que es un taxi, no lo dudo y hago la parada, el automóvil comienza a bajar la velocidad hasta detenerse. Me acerco a la ventanilla y pregunto el costo del viaje, considero que el precio es justo y abordo la unidad, mi instinto me dice que todo va bien, así que le indicó la dirección a la que me dirijo y el conductor la ingresa a Waze. Alcanzo a notar que viene escuchando La cumbia de los monjes, una muy buena pieza musical que no puede faltar en las reuniones familiares. Posterior a esto, el cansancio comienza a apoderarse cada vez más de mí, así que me recuesto sobre la ventanilla y sin más me quedó dormida. Al despertar, el conductor se detiene y me comenta que hemos llegado a mi destino, comienzo a despabilarme y pregunto cuánto es, a lo que me responde que así está bien, me desconcierto y vuelvo a insistir en el pago, pero me comenta que este ya ha sido cubierto. De momento no entiendo muy bien, así que desciendo de la unidad, agradezco el servicio para después cerrar la puerta. Rodeo al taxi para llegar a la acera, giro para dirigirme a la puerta de la casa, pero notó que esa no es mi casa, así que de inmediato abro bien los ojos e incluso los tallo con mis dedos aun manchados de tinta. Volteo para comentarle al conductor que ha cometido un error y me lleve a mi verdadero destino, a mi verdadera casa, pero al voltear distingo que ya no está, ni siquiera se puede ver qué dirección ha tomado. Mi celular comienza a sonar y contesto de inmediato, de nuevo es Jorge preguntándome en qué parte voy, le comienzo a explicar la situación, pero mi teléfono ya no tiene suficiente carga y decide apagarse. Comienzo a pensar que la situación no puede ser peor, pero recuerdo que siempre podría empeorar, así que mejor trato de pensar en alguna solución. Camino en ambos sentidos unos cuantos pasos por la incertidumbre y el miedo que comienza a crecer, noto que hay algunas señalizaciones que dicen: Av. Revolución, Av. Constituyentes y Gob. J.M. Tornel. Y por un momento me detengo a observar la casa en donde me ha botado el taxi, noto una placa que dice: Casa del Tiempo y a su vez también veo un logo de la UAM, mi alma mater, eso me trae un poco de tranquilidad. Algo bueno debe ser. En la esquina más próxima a la casa puedo distinguir a una majestuosa criatura doméstica conocida como gato, de un hermoso pelaje color carey y unos vibrantes ojos color amarillo. Recordé que para algunas personas este peculiar color de gatos les parece desagradable, no entiendo por qué. Quedo prendida por lo imponente que me resulta y veo como se contonea, camina con dirección a esas rejas blancas con las que me encuentro de frente, suelta un seductor maullido y la rejilla se abre cual sésamo frente a Alí.


La curiosidad me invita a acceder a este lugar, así que comienzo a caminar con precaución, el viento comienza a soplar con más fuerza y hace que se perturbe el enorme follaje del árbol con el que me encuentro al entrar. Redirección mi mirada al gato, que con toda su gracia se pasea por la fuente que te recibe al entrar y comienza a frotarse junto a los pies de aquel querubín de rizos posado en el centro de la escultura, para posteriormente seguir su camino y dirigirse a las escaleras de la parte izquierda y hacer su ascenso hacia la entrada del conjunto arquitectónico, que de inmediato te atrapa por cada una de sus formas, las cornisas, los detalles en las columnas, los escalones y cada rincón diseñado de manera tan detallada. Sin dudarlo sigo al gato, cual turista a su guía. Pareciera que el gato es amo y señor de la casa, pues esta atiende a cada uno de sus movimientos y provoca que cada puerta y ventana se abra a su paso. A pesar de haber recorrido tan poco hasta el momento, es notorio que la casa es espaciosa y que cada uno de sus espacios se disfruta y exhala intriga. El gato no me hace esperar y se dirige de inmediato a aquella habitación en donde se encuentran los vitrales, que a distancia demuestran un precioso contraste entre el amarillo y el azul. Mi guía galopa de inmediato hacia ellos y me dirige una mirada con sorna, muy provocadora, para después de un salto sumergirse a través de los vitrales. Este acto no hace más que alimentar mi incertidumbre e incitarme a seguirle los pasos, conforme más me acerco, una luz brilla cada vez con mayor intensidad hasta que logro atravesar el vitral y al parecer todo es oscuridad, a lo lejos escuchó voces. De pronto, como si estuviera sumergida en el agua, comienzo a ver pequeños destellos. Al intentar abrir los ojos mi vista parece nublada y me cuesta lograr mirar con mayor nitidez. Me encuentro con el rostro de mi amiga y compañera de trabajo, Andrea, a quien veo en contrapicada y me pregunta: ¿Estás bien? Me doy cuenta de que estaba tirada en el piso y me incorporó, le respondo que sí, que me encuentro bien y qué seguramente fue el solvente.

La casa abierta está José Saúl Espinoza Núñez (J. S Saenz) En esta casa, hace más de cien años vivió un general que nadie se acuerda cómo se llamaba, pero se dice que era una buena persona. “El soldado anónimo” es como se le conoce, porque nadie sabe quién era o cómo era, sólo lo conocemos a través de las anécdotas contadas por los vecinos, o por las historias que han pasado de generación en generación. Pero como es bien sabido, cuando algo pasa por las manos o, en este caso, por los oídos de muchas personas, es común que se agregue o se quiten cosas, o que se me imaginen otras tantas y la historia termina siendo un cuento o una leyenda, sin saber cuál historia o qué parte de la historia es verdadera. Lo único que se sabe, y que es veraz, es que nuestro héroe sin nombre fue dueño de esta casa, que hoy ha llegado a nosotros a través de un alma caritativa que nos donó el inmueble. Esta casa, se presume, inició su construcción en 1861 y no fue sino hasta el año de 1863 cuando su dueño tomó posesión de esta propiedad. Según se dice esta casa fue hecha para celebrar el matrimonio del héroe anónimo con su amada, de la cual el único dato que tenemos es que era una mujer de clase alta, poseedora de una fortuna tan grande como la de la nación misma. Una mujer a quien le gustaba vivir modestamente, sin tantos lujos ni excentricidades. Su tradicional caminata a las 2:03pm y ser una mujer noble, atenta y respetuosa con los lugareños, fue por lo que se hizo acreedora del apodo “Lo dulce de la comida.” Apodo dado por los mismos vecinos del lugar. Nosotros creemos que Dulce no era sólo por un apodo, sino más bien que era su nombre. Esta casa ha sido testigo de muchos hechos en la historia de México. En su interior guarda las emociones y sentimientos de todos aquellos que han pasado por sus habitaciones, desde guerrilleros y perseguidos políticos, hasta artistas contemporáneos que han escogido esta casa como refugio y fuente de inspiración para la creación de sus obras artísticas, mismas que se han colocado entre las más grandes e imponentes obras jamás creadas por el hombre. Estamos seguros que, de ahora en adelante, esta casa develará y será testigo de nuevos acontecimientos, ya que de ahora en adelante este lugar se convertirá en un recinto para la difusión, representación y la generación de nuevos proyectos en beneficio de la sociedad.


Jugando con el tiempo Historia de una ida sin vuelta Yolanda Reyes Para Rolando Reyes Lara, mi abuelo. Hernilda Canto era el nombre de su madre. Ella era una mujer de estatura baja, cabello rizado, semblante alegre y cuando sonreía un par de hoyuelos se marcaban en su rostro. Cada tanto presumía que sus ancestros llegaron desde España en una travesía tan larga que los obligó a hacer escala en Cartagena, allá por el año 1610. Cuando la escuchaba hablar de esto, Rolando suspiraba y se limitaba a imaginar que algún día se subiría a uno de esos enormes barcos que describía su madre para partir hacia cualquier lugar. Era un joven soñador y también el mayor de tres hermanos y, por ende, quien debía encargarse de algunos mandados del negocio familiar. Su aspecto físico no era muy diferente al de su padre, Tomás Reyes; ambos eran flacuchos, con gafas doradas y un semblante serio, del cual pocas veces dejaban escapar una sonrisa. Sin embargo, los ojos de Rolando dejaban escapar un dejo de melancolía. Tal vez ese sentimiento de tristeza se había instalado en él meses atrás, cuando escuchó a sus padres discutir por esa otra mujer. No le extrañaba, por todo Mérida se decía que Tomás era un hombre coqueto, que aprovechaba su oficio de peluquero para enamorar a cuanta mujer incauta se dejase. Quizás también por eso perdió el gusto de pasar más tiempo del necesario en la peluquería, la verdad era que lo único que seguía siendo interesante para él era mezclar todos los menjurjes. Sí, eso era fascinante, tomar una sustancia de acá, otro químico de allá, agitarlos, colocar una pizca de esto y un poco de aquello. Mientras se entretenía acomodando los frascos de cristal en el estante del local, oyó a sus hermanas discutir acerca de cómo Hernilda, siendo muy jovencita, se casó muy enamorada de Tomás dejando atrás Sitpach, el pueblo del que eran originarios. – El amor se acabó, Rosario –sentenció Imelda, la menor de los tres. Rolando se volvió hacia ellas y prestó más atención a lo que decían. – El tío Edualdo le dijo a mamá que en cuanto encuentre trabajo y junte algo de dinero le alcanzaremos. No le sorprendió lo que escuchó, desde hacía meses su madre hablaba de que se irían de Mérida en cuanto se presentara la oportunidad. Ella ya no quería vivir más con Tomás, y a éste parecía no importarle demasiado su familia. No creía que eso llegara a suceder, pues del tío no tenían muchas noticias, salvo una postal enviada desde el puerto de Veracruz avisando que todo estaba bien y que tomaría el tren por la tarde. Fue entonces que una tarde que regresaba de haber ido a dejar unos encargos al templo de La Calendaría, Rolando recibió una noticia que cambiaría su vida para siempre, llegó la tan esperada carta del tío Edualdo. Queridos ninios, logré instalarme en la Ciudad de México. Fue un viaje bastante largo, pero mereció la pena. Encontré un trabajo con buena paga, ruego a Dios que nuestros apuros económicos se terminen. Firma, Edualdo Lara Canto. P. D. Hernilda, hermana, envío el dinero para los pasajes y la mudanza. Así que era cierto, pensó después de leer por tercera vez la carta, se mudarían a la Ciudad de México. – ¿Cuándo? – preguntó a su madre. Tenía las manos temblorosas, de pronto una emoción tremenda se apoderó de él de sólo pensar que saldrían de aquella ciudad. – En unos días, en cuanto consiga los pasajes –repuso Hernilda y guardó la carta en uno de los cajones de la alacena. Rolando sonrió a su madre. – Podré estudiar ciencias químicas entonces –se dijo a sí mismo e imaginó cómo sería su vida al llegar a la capital del país, estudiaría en la Universidad Nacional Autónoma de México y luego, si todo salía bien, conseguiría un buen trabajo que le permitiera viajar por el mundo y conocer el país de donde se supone venían los Lara Canto.


Pasaron casi dos semanas hasta que su madre apareció frente a él y le anunció que debía preparar sus cosas porque al día siguiente, antes de que amanecería, vendría por ellos un taxi para llevarlos hasta Puerto Progreso. Rolando asintió dejando a un lado el papel periódico que anunciaba la próxima toma de protesta del presidente Manuel Ávila Camacho y en donde estaba escrita la ruta que lo llevaría a la Ciudad de México. En cuando se cerró la puerta de su recámara, tomó una maleta y la colocó sobre la cama. Por un buen rato se quedó observando la ventana y entonces se descubrió pensando en todo lo que allí había vivido. Suspiró, extrañaría la calle 62, caminar por los callejones de la ciudad blanca, leer a la sombra de los árboles del parque San Juan o escuchar el rugir de las campanas del templo de San Juan Bautista. Se preguntó entonces cómo sería el lugar a dónde llegarían a vivir, si las mujeres de la capital usarían también el típico terno, el traje tradicional de la península. Le inquietaba pensar qué pasaría durante el viaje, si la ruta sería la misma que tomó el tío Eudaldo, si acaso el piano de sus hermanas aguantaría el trajín del barco o si el tren no sería asaltado en medio del camino. Sacudió la cabeza para dejar de pensar en ello, tomó de nuevo la hoja que estaba leyendo antes de que su madre lo interrumpiera, y se concentró en memorizar lo que estaba escrito. – Progreso, Veracruz, Xalapa, Córdoba, Orizaba, Puebla… –repetía rítmicamente mientras doblaba un par de guayaberas, sin saber que con el clima de la Ciudad de México no le harían falta. La familia Reyes Lara, conformada por Hernilda, la madre, y sus hijos, Imelda, Rosario y Rolando, partió de puerto Progreso entre finales de 1940 o principios 1941. Se presume que hicieron escala en el puerto de Veracruz para después tomar el tren hacia la Ciudad de México. Ahí los esperaba el tío Edualdo, quien había logrado comprar una casa cerca del H. Colegio Militar; años después se mudarían definitivamente a la colonia “La Nueva Moctezuma” (hoy la segunda sección). Rolando Reyes Lara se matriculó en la Escuela Nacional de Ciencias Químicas, graduándose en el año de 1944.

La escuela Manuel Meléndez Marín Sonaba Caminito de la escuela, dependiendo de mi humor la odiaba o la detestaba. Eran las 7 de la mañana, sentía pegados los ojos y me ardían al parpadear. Rubén seguía dormido, pobre, se había desvelado viendo las caricaturas de la mañana que me pedía grabar. Las pistas de Blue eran su favorita — ¡Papá, otra vez grabaste los anuncios!— me decía, prefería grabar el bloque entero, sino el reclamo era— ¡Papá, está incompleta!— y se la pasaba adelantándole a la videocasetera. — Rubén, Rubén ya son las 7— quejido. — Voy a ir preparando el agua eh— otro quejido. Me levanté y puse a calentar una pequeña olla de peltre en la estufa. Ese día no le tocaba baño al muchacho, sólo una mano de gato y ya. Agarré un poco de su agua para preparar un café, saqué unas peras del refrigerador y las corté en rodajas. Escuché la puerta del baño, por fin se había levantado. — Rubén, vente a desayunar— le grité desde la cocina. Ese día también había junta, afortunadamente sería a las 11:00am, no vi necesidad en prepararme desde esa hora. Mi plan era llevarlo, regresar, ducharme y después presentarme; la ventaja de vivir a una cuadra de la escuela de mi hijo. — Pa, la junta es a las 11:00am pero creo que tienes que estar desde las 8:00am— dijo al sentarse a la mesa mientras tomaba una rodaja de pera ¡Hijo de su padre! Una parte de mí lo sabía, lo sabía. Ni modo: mano de gato con la misma agua. Llegamos diez minutos antes, Rubén traía su juguete favorito: un transbordador espacial miniatura aunque bastante pesado, su punta y armazón eran de metal. De reojo me pareció que de verdad estaba suspendido en el aire, no le di importancia. — Guárdalo bien—le dije. Un año atrás ese transbordador había ido a parar a la cabeza de un niño de sexto año que le tiró su gelatina a mi hijo. El mismo año del accidente del transbordador Columbia. El juguete había sido confiscado y después de platicar con la directora logré recuperarlo. Dejé que lo conservara en secreto.


Vi raro el zaguán de la escuela, no recordaba que fuera de madera. Entré con mi hijo y me espanté. Había un montón de cosas rondando en la escuela, había una resbaladilla gigante, un ábaco aún más grande, piscinas de pelotas, un volcán, objetos que volaban entre la gente, una selva en la cancha. Me aferré a mi hijo que mantenía una tranquilidad que daba miedo. Sentí una sensación de vértigo y cerré los ojos. — Pa ¿Estás bien?— abrí los ojos, el vértigo de nuevo al ver a Blue que jugaba con unos niños. — ¿Qué son todas esas cosas?— dije mientras me sostenía de la pared. — ¿Qué cosas pa?— dijo, por fin, un poco preocupado. — ¡Blue, el volcán, los animales!—. — ¡Los ves! — dijo emocionado. Caminito de la escuela, apurándose a llegar, con sus libros bajo el brazo… — Pa ya son las 7, pa, ¡Pa!— Pinche Caminito de la escuela, hoy no la odio ni la detesto.

Peste negra Sandra Vanesa Hernández Reyes Mi padre vendía frutas en la calle principal que iba directo a la iglesia, un día llegó a la casa para cenar y en lo que tomaba asiento nos empezó a contar: “La iglesia llamó a todos los hombres cerca, todos incluso a mí. Nos sentaron en las bancas y el padre nos dijo que teníamos que trabajar para ellos…”. Después introdujo pan en su boca, mi madre estaba sirviendo la cena, nos hizo papas hervidas, mis otros dos hermanos llegaban de la calle con unas monedas que ganaban realizando cualquier trabajo que podían conseguir, yo tuve un dolor en el brazo que no me permitió salir con ellos. “Tenemos que cuidar gente enferma, sólo por unos días, ellos nos darán los trajes y tal vez tengamos unas monedas de más”, continuó diciendo. Mi madre preguntó sobre cuáles enfermos y mi padre dijo que la iglesia no dijo nada de ello. Al otro día mi padre llegó con una máscara con agujeros de lentes de vidrio y una nariz cónica con forma de pico, que me dijo que era rellenada con plantas aromáticas y paja. Era el inicio de un cambio de vida, primero mi padre ganaba más, después no quería que saliéramos a la calle, por último, nos dijo que nos teníamos que mudar a una choza lejana donde cosecharíamos y cuidaríamos cabras. Mi padre cada vez venía menos, él no quería que viviéramos juntos y cuando llegaba era más callado, decía que veía terribles cosas afuera con los enfermos. Mi día para ser médico llegó, fui por mi traje y mi padre iba a ser mi maestro, estaba nervioso porque no sabía nada de medicina. Cuando traté con mi primer enfermo de peste me paralice de miedo, aunque la máscara hacía que mi vista no fuera excelente podía notar la piel negra del enfermo, después aplique lo que me dijo mi padre, con sangría y una sanguijuela que coloque sobre el bubo para rebalancear los humores. Como era doctor de peste tenía que vivir solo, cuando veía a mi padre era con su traje y máscara, por lo que su rostro se volvió un misterio. La soledad era más fuerte para mí, él visitaba a la familia para llevar alimento o monedas, y yo jamás los volví a ver, en 1534 mi madre y mis hermanos murieron, mi padre lloraba echándose la culpa. Aunque el nombre de nuestra familia fue famoso por mi padre, el doctor Nostradamus, la muerte de nuestra familia le trajo consigo desconfianza de sus tratos.

El mundo del futuro José Saúl Espinosa Núñez (J. S, Saenz) Por fin desperté después de un largo y reparador sueño, es momento de que continúe con mis investigaciones. ¿Ya es de día? ¡Creo que sí! Pero ¿qué es esto? ¿En dónde estoy? ¿Qué ha pasado? Esto parece más una jungla que una ciudad, ¿por qué? Aquí afuera no hay nadie, creo que no hay personas viviendo aquí. Necesito investigar más. ¿Qué es esto? Una invitación a una celebración dice: “Venga con toda su familia a celebrar los 400…” ¡Vaya! Todo ha cambiado por aquí. Vaya, todo funciona a través de pantallas de LCD, hasta hay dispositivos holográficos tridimensionales de alta resolución. Esos medios de transporte parecen ser que dejaron de usar gasolina y ahora se mueven gracias


al electromagnetismo. Ahora entiendo porque mi casa parecía una selva: primero, porque dejaron de vivir ahí todos los habitantes de Alborada, emigraron a otro lugar. Y segundo, porque dejaron de usar los combustibles fósiles y empezaron a usar la electricidad, el magnetismo y la propia gravedad de la tierra para poder desplazarse y generar energía limpia, ¡que ingeniosos! Además, parece que fueron capaces de construir su propio sistema de ionización atmosférica. Ahora entiendo porque hay más personas que antes aquí, en el centro del país. ¿Habrá sido en todo el mundo o solo el centro? ¿Qué habrá pasado alrededor del mundo? Necesito investigar. Toda la gente cambió mucho. Ya no traen su celular en mano, pero ahora traen esos lentes obscuros. ¿Acaso será su nueva forma de estar comunicados? Parece ser que la moda en ropa es usar esas gabardinas con cuello alto que les tapa medio rostro. Y en las mujeres parece ser que la época de usar otra vez vestidos ha regresado, pero esos atuendos no parecen vestidos, parecen más abrigos largos con cierres y cuellos doblados alrededor de sus hombros. La mayoría usa este tipo de ropa, ¿acaso será la moda? Todos se ven muy apurados. Pero también todos se ven muy pálidos, altos y delgados. ¿Será una coincidencia que todos luzcan muy parecidos? No importa, ahora es momento de seguir con mis planes de hace 150 años. Fue una gran idea el haber preservado mi cuerpo. Hoy podré seguir con la idea de controlar a la humanidad. Mi laboratorio permaneció intacto después del éxodo. Ha sido maravilloso que toda la gente se haya ido de donde estaba mi laboratorio escondido. Así nadie me molestara y lo mejor es que nadie sospechara lo que estoy planeando. Así que hoy es 29 de febrero del 2272. Parece ser que dormí más de lo esperado, pero no importa. Ahora todos sabrán quien soy yo y se arrepentirán por todo lo que me hicieron.

Héroes Paulina De la luz La abuelita de Agustín cocinaba un pan delicioso y muy famoso en las colonias alrededor del centro histórico. Lo vendían para poder pagar la renta de los cuartos de una vieja vecindad en la que vivían. Frida era fan de ese pan y todas las mañanas esperaba ansiosa que Agustín pasara por su casa para poder comprarle. Así se conocieron. Frida no sabe si fue el pan o la simpatía de Agustín lo que la enamoró. Comenzaron su historia de amor en 1977, cuando tenían diecisiete años. Frida les ayudaba a preparar el pan para poder pasar más tiempo con su enamorado y, a veces, Agustín la llevaba en el volante de su bicicleta, mientras que en la cabeza llevaba la enorme canasta de pan. En las tardes se sentaban en una vieja banca de metal, que se encontraba a lado del zaguán de la vecindad, Agustín peinaba el largo cabello castaño de Frida con sus dedos, mientras la escuchaba platicar de su vida, de las estrellas y de sus ideas. Él se enamoraba cada vez más de la curiosidad que tanto caracterizaba a su amada. Durante los fines de semana, Agustín tomaba un peine y cepillaba bien su melena, mientras su abuelita con tanta insistencia le decía: “Córtate ese pelo”, a lo que Agustín le respondía: “Se ve chipocludo mi corte”, para después ponerse sus pantalones favoritos, unos acampanados que lucían desgastados. Bien bañado y peinado se iba a la casa de Frida, ella vivía con su mamá, una mujer demasiado amable, pero muy ocupada, ya que su esposo había fallecido poco antes de que naciera su hija y desde entonces había tenido múltiples trabajos. Después de la comida, Frida y Agustín lavaban los trastes en el lavadero de la azotea. – Uy, yo creo que después de tanto comer me voy a echar un coyotito. Dijo Agustín mientras ponía su mano en su estómago. Frida reía siempre que Agustín usaba palabras así. – La próxima vez le diré a mi mamá que te prepare toda una cazuela para ti. Oye, desde el otro día quería contarte que Jacinta, la hija de Doña Ignacia, me enseñó una canción muy bonita. Frida puso el último plato limpio en la tina y tomó la mano de Agustín para llevarlo abajo, a su habitación. De un viejo mueble de madera sacó un vinyl de David Bowie, la portada mostraba a un hombre en blanco y negro. Frida lo colocó en un tocadiscos que su mamá le había regalado de cumpleaños. – Se llama Héroes. La canción comenzó a sonar, los dos la escuchaban con atención. Frida tomó con fuerza la mano de su novio y le dijo:


— Me hace sentir libre. Él parecía entender esa sensación, porque desde que estaba con Frida experimentaba eso mismo todos los días. — Que suave. Dijo Agustín cuando el último verso de la canción terminó. Ambos se recostaron en la cama de Frida a mirar el techo sin decir nada. Siete años después, luego de que la abuelita de Agustín falleciera, Frida y él se dedicaron a la panadería, hasta que en 1984 una crisis económica azotó el país. El negocio comenzó a fallar, las personas inmersas en sus problemas y con deudas comenzaron a ingeniárselas. Un amigo de Agustín le dijo que se fueran al gabacho, que allá hay mejores oportunidades y podía sacar adelante su casita con Frida. Agustín, con mucho miedo del futuro tan incierto, aceptó. Frida gritó, lloró y maldijo, porque sentía un vacío en el pecho, se sentía abandonada y aunque Agustín todavía no se iba, ya se sentía sola. Días después, Frida pudo despedirse de Agustín y mientras él se alejaba de la vecindad, para Frida fue imposible no ver frente a ella todos los recuerdos que ambos construyeron durante mucho tiempo. Habían acordado que Agustín la llamaría en cuanto llegara allá. Por días, Frida esperó impaciente, pero nunca tuvo respuesta. La partida de Agustín fue algo que nunca pudo superar, la conexión que tenían era única y algo en ella le decía que no la encontraría con nadie más, pero creía en las almas gemelas y en la reencarnación, y sabía que en otra vida volvería verlo y quizá de nuevo podrían escuchar a David Bowie, juntos.

¡Cuidado con el silencio! Yolanda Merary Núñez Venancio “Que la sangre que se derramo nunca se olvide”. El viento era rápido y las hojas cubrían todos los folletos tirados en Biblioteca central, cuando me enamoré de René corrían por los pasillos las imágenes de Che Guevara y las voces de chavos enojados con el PRI. Mi mamá no me dejaba ir a las marchas, pero ese día le insistí y mando a mi hermana Dalia, apenas tenía 13 años. Recuerdo a Dalia diciendo desde Taxqueña ‘’no hay que ir, mejor vamos al zoológico va a estar bien aburrida ni ruido va a ver, vamos a la que sigue’’. Pero ella era aún una niña que no entendía lo que era la injusticia, sólo era mi chaperona. Íbamos en echando relajo arriba del vocho amarillo de mi novio René. Poníamos Revolution de los Beatles. Enrique y David iban locos y gritaban: ¡Que viva el Che Guevara! ¡La UNAM! Y ¡México! El vocho estaba lleno de propaganda del Consejo Nacional de Huelga, nada feo, ni ofensivo para la changa, sólo llevábamos la ‘’V’’ de venceremos. Era raro porque había muchas patrullas y policías montados en sus motocicletas, todos nos veían, pero ninguno nos detuvo, ni chistaron las sirenas. ‘’ ¡Es la paz!, ¡la paz!’’- decía Enrique mientras doblaba los dedos haciendo amor y paz. Éramos unos niños inocentes, a mí me temblaba hasta la falda y me tembló aún más cuando llegamos al Museo de Antropología, éramos un montón, bien apretados. La marcha del silencio, en donde nos comprometíamos a no hacer ruido, sólo íbamos a extender nuestras pancartas porque doce días antes la changa nos había silenciado en su informe gubernamental y nosotros le dimos más silencio. Y ¿Qué es el silencio? Un momento en donde el viento aterciopelado envuelve la atmósfera o quizá una bala atraviesa una de tus arterias. Pensamos, no… sé… qué pensamos. Yo sólo sentía una felicidad inmensa de caminar por las calles del centro, sin ruido y con más personas a mi lado, creí que era la paz, pero dos meses después, ya habíamos confirmado que el silencio es muy peligroso, cuidado con quedarse con el silencio entre el pecho.


La casa del tiempo Rafael Gómez Hace mucho tiempo, un hombre honorable, amable, carismático y, sobre todo, millonario, llegó a las independientes tierras mexicanas. No era muy conocido en este lado del mundo y su personalidad lo llamaba siempre a la aventura, desde la selvática Amazonas hasta la congelada Siberia fueron parte de su agenda turística. Conforme pasaban los años su fuerza vital se terminaba y su salud se lo decía, pensó y pensó en su último destino turístico, México, decidió construir una excepcional casa, una maravilla arquitectónica donde todo aquel extranjero fuera bienvenido: una residencia que se sintiera como el propio hogar. Mandó anuncios por todos los medios, en los periódicos se leía: “Umbardo Acepción Miramón, el excéntrico millonario europeo, busca al mejor arquitecto del mundo para construir su última residencia.” Las primeras semanas no hubo muchas respuestas alentadoras y al poco tiempo, los medios dejaron de hacer ruido por esta fantasía. Un día lluvioso, una extraña pareja llegó al hotel donde se hospedada Umbardo Acepción Miramón. Subieron sin permiso al piso 8 y tocaron con pasividad la puerta de la habitación. – Conde Miramón, estamos aquí por su anuncio. No perdamos el tiempo e iniciemos esa construcción de inmediato. Umbardo se levantó de golpe, apenas era la hora de su té y nadie lo debía de interrumpir. – Más vale que esto no sea una broma, si realmente tuvieran prisa en construir esa casa, ya hubieran derribado la puerta. Apenas había llegado a la última palabra cuando la misteriosa pareja derribo la puerta a petición del Conde Miramón. – Haremos lo que usted ordene. El conde, en vez de asustarse por la condescendencia de la pareja, se maravilló por haber encontrado a las personas correctas. Esa misma noche la pareja se presentó como Hanói Phong y Henan Shangong, ambos nacidos en China y con un fluido acento español que habían adquirido de sus múltiples incursiones en América. Ellos eran reconocidos arquitectos en el mundo, habían remodelado la Muralla China y acaban de inaugurar una sección de islas artificiales en los Emiratos Árabes. – Una vez terminada su casa iremos directamente a quitar la mancha en el Canal de la Mancha. Con todos esos antecedentes, Umbardo fue recordando que durante sus viajes él ya se había hospedado en un hotel que ellos construyeron, por lo que no dudo en entregarles esta magnífica tarea. La pareja se sorprendió al escuchar las ideas del excéntrico millonario para la construcción, no quería anda estrafalario ni la más alta tecnología.


– — Quiero que sea un lugar donde todos se sientan cómodos y bienvenidos, donde los rechazados encuentren su lugar como yo dijo Umbardo. – ¡Hombre! Pero lo que usted quiere entonces es un hotel –exclamo Hanói. – No, aquí nadie deberá de pagar alquiler o renta y podrán irse cuando gusten. – Pero ¿a dónde irán los nuevos huéspedes cuando se llenen las habitaciones? –preguntó Henan. – ¡He ahí la magia mi querido amigo! ¡Esta será una casa con habitaciones infinitas! –grito extasiado Umbardo. La pareja se quedó pensante un momento y después comentaron: – Eso que usted busca es algo peligroso, no imposible, pero de ser realizado podría usted perderse en la casa y verse afectado por las variables infinitas. ¿Y sus huéspedes? ¿Quién querría vivir en un lugar así? – ¡Ya lo ha dicho! ¡No es imposible! ¡A trabajar! –volvió a gritar Umbardo sin hacer caso a las posibles consecuencias. – Pero señor… – Entiendo las consecuencias, no soy tonto, pero ya no me queda mucho tiempo de vida y jugar con el tiempo ya no es un miedo para mí. Les daré todo mi dinero, absolutamente todo, pero por favor, cúmplanme este deseo. Hanói y Henan le propusieron darle una respuesta en los próximos tres días. Era una dura decisión, jamás habían rechazado un proyecto tan ambicioso, pero temían que este fuera el fin de su carrera por los riesgos que presentaba. Umbardo, a pesar de su enorme carisma, sabía que proponerle un reto así de grande a tan renombrados arquitectos sería difícil de rechazar, de lo contrario sólo le quedaría esperar a un nuevo candidato. Al cuarto día un mensajero tocó la puerta de la habitación de Umbardo. Asustado, creía que los arquitectos habían huido asustados por tal fantasía. – Buen día señor, ¿es usted Umbardo Acepción Miramón?, tiene un mensaje especial ¿Le gustaría escucharlo? –dijo el mensajero. – Si vienes con malas noticias no quiero escuchar nada. – Al contrario, señor. Los arquitectos Hanói y Henan lo esperan en esta dirección para comenzar con la construcción. No acababa de terminar la oración cuando Umbardo salió corriendo en bata y calzones arrebatándole el sobre con la dirección al pequeño mensajero. Detuvo el primer carruaje que pasaba por ahí y le ordenó al jinete que lo llevará a la dirección señalada en el papel. – Usted está loco, póngase unos pantalones, dijo el jinete, pero al recibir un enorme paquete de billetes no cuestionó al hombre sin pantalones y se dirigió a toda prisa. Tardó poco menos de dos horas en llegar a la ubicación, el día apenas estaba comenzando con el sol en su punto máximo. Bajó del carruaje sin siquiera abrocharse la bata y gritó con emoción a los dos arquitectos, a los cuales reconoció desde calles antes. ¡Sabía que aceptarían! Pero vaya ubicación que eligieron –Umbardo miró a su alrededor, no había casas y todo era terracería. – Lamentamos no haberlo consultado, pero dadas las especificaciones de la construcción, debe de ser en un punto estratégico para que no existan “fallas temporales –dijo Hanói. – – ¡Hombre! ¡Si la casa va a ser para mí! ¡Tengo que ver esos planos enseguida! – continuaba gritando Umbardo. El excéntrico millonario tenía la visión perfecta de su casa, quería que fuera de color blanco como la mansión de sus padres y que hubiera patio a sus alrededores, que las decoraciones no faltaran y que una reja permitiera ver a ambos lados lo que ocurrieran dentro y fuera. – No quiero un castillo, ni una mansión, debe de ser modesta y pequeña por fuera, pero infinita por dentro.


– – – –

– – –

Permítanos, la construcción la comenzamos sin su consentimiento porque “el artefacto” debe de estar en un sótano resguardado. Es un objeto muy peligroso que con cualquier interacción externa por un no experto sería el acabose. ¿Y? ¿Qué es ese artefacto? –era la primera pregunta seria que hacia Umbardo fuera de los chistes y la emoción. Verá. Con ayuda de unos colaboradores conseguimos crear en tan sólo un día un reloj que permita deformar el interior de la casa, pero es un mecanismo tan preciso que aún no conocemos las consecuencias –temió Henan– ¿Le gustaría reconsiderar el diseño de su casa? ¡De ninguna manera! –Umbardo exclamó a la defensiva, sus palabras dejaban ver que había una razón todavía más profunda en este deseo. Sabía perfectamente que su tiempo se estaba terminando por una enfermedad hereditaria que hasta entonces no tenía cura por sus limitados estudios en el mundo científico– Pasen esta tarde al hotel donde me hospedo y les entregaré todas las especificaciones y nos veremos dentro de tres semanas. Umbardo dejó a los arquitectos continuar con la casa y prometió regresar a las tres semanas con los primeros huéspedes. De nuevo contacto a todos los medios posibles y se escuchaba en todas las estaciones: “Excéntrico millonario comienza con las construcciones de La Casa Infinita. Se buscan huéspedes.” A diferencia del entusiasmo de Umbardo, la gente se mantenía escéptica ante esta nueva propuesta. Usualmente los planes de Umbardo terminaban en muerte o destrucción por su increíble confianza y nobleza, no diferenciaba muy bien el peligro y en su impulso, podía dañar a otras personas, pero nunca con una mala intención. La Casa Infinita estuvo lista en 8 de abril de 1917 y Umbardo aún no recibía ninguna solicitud de algún huésped. ¿Será que nadie encuentra la dirección? –se preguntó el excéntrico millonario. Señor Umbardo, le hemos hecho una tabla de costos por habitación. Así usted podrá tener un ingreso exponencial hasta que recupere la inversión en unos diez o veinte años –dijo Henan– claro, suponiendo que tenga huéspedes. ¿Pero que barbaridad? ¿Cien mil pesos la renta de una habitación? ¿Le parece barato? –preguntó Hanói. Ni barato ni caro, ¡los huéspedes de esta casa estarán aquí gratis! –gritó Umbardo. El excéntrico millonario había descubierto el problema. Absolutamente todas las construcciones de la pareja Henan y Hanói eran para la clase alta y su acceso era restringido, por lo que Umbardo corrió con desesperación a todos los medios para comunicar el nuevo anuncio: “Gran inauguración de La Casa Infinita. La casa donde ningún huésped pagara alquiler. La casa donde caben todo tipo de historias fantásticas.” Apenas había pasado la primera hora del anuncio cuando Umbardo recibió en la recepción del hotel más de un millón de llamadas solicitando una habitación. Esta cuestión molestó al gerente del hotel por haber saturado todas las líneas y le pidió amablemente a Umbardo que abandonara el lugar. El excéntrico millonario ya no era tan excéntrico porque había gastado un poco más de la mitad de su fortuna en la construcción y en la contratación de un asistente que, apenas con veinte dos años, había elaborado una complicada lista para asignar cada habitación, este sistema no le servía mucho ya que siempre le sobraba una habitación. Además, se encargaba de la limpieza y de que todo funcionara en la recepción. En la primer semana La Casa Infinita recibió a diez mil ocupantes, los cuales tenían que seguir una única regla: respetar la casa. Con esto cientos de artistas, científicos, turistas, exploradores, arquitectos, ingenieros, cazadores, economistas, periodistas y uno que otro vagabundo, fueron aceptados por su limpio historial clínico y por no tener antecedentes penales. A Umbardo poco le importaba el origen de las personas o su nivel socioeconómico, mientras respetaran la casa y que nadie se acercara al sótano. La casa estaba funcionando y con ello, la economía del país crecía. A los pocos meses


– el gobierno mexicano mandó a remodelar las calles cercanas, se pusieron todos los servicios y se construyó una vialidad que conectara al puerto de Veracruz con La Casa Infinita y, gracias a este crecimiento, el gobierno propuso darle un apoyo monetario a Umbardo, por lo que ya no tuvo que preocuparse más por el mantenimiento de la casa y que sus millones se terminaran. El “casi” excéntrico millonario, como todos los habitantes de la casa, dormía cada día en una habitación diferente. Cada vez que abrías una puerta podía conducirte a la entrada principal, al patio o a una de las infinitas habitaciones. Era toda una odisea adentrarse en la casa y más de uno empezó a vislumbrar rastros de locura, a pesar de que a cada habitante se le regalaba un mapa temporal de toda la casa, pero su lectura era tan complicada que sólo Umbardo y los científicos podían descifrarlo. Al contrario de los habitantes, Umbardo se sentía más joven conforme pasaban los días y su médico de cabecera no supo explicarle tal fenómeno. Señor, parece que sus células están rejuveneciendo –dijo el doctor. ¿Cree que pueda ser un efecto de la casa? –preguntó el “casi” excéntrico millonario. De inmediato Umbardo les llamó a los arquitectos informándoles los cambios que su cuerpo había presentado. – ¡Que gusto escucharlo señor Umbardo! –dijo Hanói– ¿Cómo le ha ido con la casa? Hemos escuchado algunas noticias, pero no hay nada más confiable que la experiencia propia. – ¡De maravilla! ¡Siempre que pienso que la casa se va a llenar aparecen más habitaciones! –dijo el “casi” excéntrico millonario– pero me comunico con usted por una “pequeña” duda –se detuvo un instante– Vera, hoy fui a visitar a mi doctor de confianza y me dijo algo que me llamó mucho la atención. Me dijo que mis células están rejuveneciendo ¿Cree que tenga algo que ver con el funcionamiento de la casa? – ¡Umbardo! ¡¿Ha revisado constantemente el flujo temporal del reloj?! –grito Henan. – ¿El qué? – preguntó Umbardo. – ¡El flujo! ¡Los indicadores de presión! ¡Los indicadores Umbardo! ¡Se lo dijimos desde el primer día! –continuaba gritando Henan. Puede que si le hayan comentado algo acerca de los indicadores temporales, pero Umbardo estaba ahogado en ese entonces por la emoción de su casa, que parecía que le hablaras a una pared, su emoción lo ensordecía de su alrededor, como aquella vez que encontró al lémur de tres colas y no escuchó que una vaca lo iba a atropellar. – ¡Le dejamos las especificaciones de los indicadores! –ahora gritaba Hanói– Escuche – se tranquilizó– cada vez que en la casa se abre una puerta, el reloj se configura y cada vez que una habitación esta ocupada el reloj cambia su algoritmo y, por lo tanto, el mapa se modifica. Usted debe de hacer un nuevo mapa todos los días y, por favor, revise los indicadores temporales si no quiere que algo malo suceda. – No se preocupen mis queridos amigos, ahora mismo lo reviso –se despidió Umbardo corriendo de inmediato a la famosa casa. Cuando llegó, le sorprendió ver una inmensa fila kilométrica que daba a la casa, todas eran personas solicitando alojarse gratis por una temporada o quizá para siempre. Cuando vieron bajar del carruaje a Umbardo, absolutamente todo el conglomerado gritó de felicidad al ver al samaritano que los aceptaría. Umbardo de nuevo se dejó cegar por la emoción y se le olvidó que tenía que revisar los indicadores y fue a la recepción a acomodar a cada uno de sus nuevos huéspedes, pero ahora quien estaba atendiendo a las personas no era el joven veinteañero que Umbardo había contratado, ahora había un anciano de al menos setenta años que lentamente revisaba los papeles de ingreso. – ¿Qué hace usted aquí? –preguntó el “casi” excéntrico millonario– ¿A dónde ha mandado a mi fiel recepcionista Augusto Gusto?


– – –

Soy yo señor Umbardo –dijo Augusto Gusto. ¡Caramba! ¡Pero que te ha pasado niño! ¿O debería decir “anciano”? Fui a llevarle sus maletas al Conde Álvaro, pero nunca encontré su habitación y cuando regresé a la recepción ya me había convertido en esto. ¿Cuántas personas ya se han registrado en la casa? –preguntó asustado Umbardo. Casi tres millones señor –dijo tembloroso el anciano Augusto Gusto. Umbardo, sin pensar, tomó el mapa sin actualizar de toda la casa y corrió en búsqueda del sótano. Había algunas partes de la casa que no tenían alteraciones temporales, tales como el patio, la recepción y una pequeña sala donde los huéspedes esperaban, pero al cruzar la primera puerta hacia el pasillo de las habitaciones era cuando el viaje comenzaba. La casa ya estaba al borde de su colapso y se resentía en cualquier recámara que entraras. Umbardo en busca del sótano se encontró con un niño que decía venir del futuro y que buscaba a su padre, mientras que en otra habitación encontró a un padre que venía del pasado y que buscaba a su hijo. En algunos cuartos había bebés chillando y en otros ancianos que no recordaban su nombre, junto a animales de todo tipo. El “casi” excéntrico millonario tuvo que abrir más de mil novecientas noventa y siete puertas para encontrar el sótano y al abrirlo el reloj ya estaba a punto de estallar, todas las válvulas e indicadores habían explotado y no había algo que Umbardo pudiera hacer. Se acercó lentamente al reloj y con cada paso podía envejecer o rejuvenecer más rápido que la primera vez que fue al doctor. Yo no quería esto –dijo para si mismo– Yo sólo quería un lugar donde hubiera vida eterna, siempre tuve el control de mi dinero, de las personas y de mis sueños, pero jamás pude controlar el tiempo y creí que esta sería la mejor forma. Esta casa ya no me pertenece más. Ahora es la Casa del Tiempo. Y antes de llegar al reloj, una enorme explosión se produjo en el sótano. La onda expansiva fue contenida por los muros del exterior de la casa por lo que únicamente lo que había en su interior quedó petrificado en el tiempo, algunas recámaras viajaron al pasado, otras al futuro y otras a diferentes dimensiones. El suceso fue noticia mundial y la pareja de arquitectos se deslindo completamente del suceso con sus declaraciones, acusando a Umbardo Acepción Miramón como el único responsable de este hecho. La ahora Casa del Tiempo, renombrada al no encontrar ningún rastro de Umbardo, quedó abandonada por muchos años, las rejas que durante el funcionamiento del lugar jamás se habían cerrado ahora parecían fantasmales y dejaban ver desde el exterior un sin fin de estatuas que no eran más que personas petrificadas en el tiempo. El único sobreviviente, Augusto Gusto, quien en el momento de la explosión había salido a comprar un tamal, menciona que algunas veces se llegan a ver a algunos huéspedes atrapados en el reflejo de las ventanas de la casa. A manera de conmemoración se colocó una placa que hoy se puede leer: Casa del Tiempo Antigua Casa Infinita Umbardo Acepción Miramón (U.A.M.)


La casa del cambio Sandra Leslie Molina Carrillo –

¿Habían escuchado sobre la casa del Tiempo?–, Hoy en día es el centro de extensión educativa y cultural de la Universidad Autónoma Metropolitana, fue construida en los años 40, para la viuda de Miguel Miramón, Concepción Lombardo. Una que otra persona vivió en esta majestuosa casa, hasta que el 8 de abril de 1997 fue inaugurada como Casa del Tiempo de la UAM. Nadie nunca supo lo que están por escuchar, pero la casa del tiempo tenía un poder que cualquiera hubiese querido experimentar y conocer lo que dentro de ella pasaba. En el año 2025 una joven llamada Lucia, salía de su pueblo de origen para llegar a la Ciudad de México, tenía el sueño de trabajar para mejorar su vida y hacer algo bueno por la gente de su comunidad. Todos los días salía desde muy temprano en busca de un trabajo, así fue durante dos semanas, mismas en las que no tenía la suerte que deseaba, las esperanzas poco a poco se desvanecían, pero algo le impedía rendirse. Un día pasó por una casa de una arquitectura que le llamó la atención por su belleza. Decidió entrar, una curiosidad inmensa despertó su interés por conocerla. ¡Buenas tardes! - decía en espera de que alguien la recibiera. Parece que está abandonada, pensó. Continúo recorriendo la casa, llegó a los cuartos de descanso, y noto que las puertas estaban numeradas, la primera tenía la fecha 27 de abril de 2000, “que raro, es la fecha de mi nacimiento”, pensó mientras abría la puerta. Lo que encontró la dejó impactada. El escenario de su padre, Don José, cargando a su madre, Doña Esperanza, quien estaba a punto de dar a luz, fue lo primero que vio, no supo qué hacer. Sorprendida, salió inmediatamente de la habitación. “¿qué está pasando aquí?” mencionó, con un tono de miedo y asombro. Dio escasos tres pasos cuando encontró otra puerta con la fecha – 27 de abril 2003- . Se armó de valor y entró a conocer lo que esta vez le esperaba. Se vio a sí misma a la edad de 3 años, una niña traviesa, sonriente y unos padres amorosos que la felicitaban y se repetían lo afortunados que eran por gozar un año más con su pequeña. La escena la hizo estremecerse de nostalgia. Lucia salió de la habitación, y decidió entrar a la siguiente. La puerta presentaba la fecha – 8 de julio, 2004, no recordaba ningún acontecimiento importante, aun así, continúo avanzando a la habitación. “Por Dios, Lucia, detente te vas a caer”- decía Doña Esperanza. Lucia corrió e intentó detenerse a sí misma en pequeña, pero no logró su objetivo, enfrente de ella estaba la imagen de una niñita con una profunda herida en la rodilla derecha, mientras su madre corría hacia ella para intentar detener la sangre y llevarla a curar. “Así que esta cicatriz me la hice aquel día” pensó. Pasó por diferentes puertas, en unas recordaba los días en los que era feliz con su familia, su primer día de clases, su primer dibujo, a su querida mascota, y a muchos de sus amigos que pasaron aventuras con ella. No entendía qué era lo que pasaba dentro de esta casa, quizá estaba soñando y muy pronto se iba a despertar. Su cabeza estaba muy confundida, aquellos recuerdos de su infancia la hacían sentir feliz, pero conservaba una extraña sensación desde el momento en el que entró a esa casa. Cuando se disponía a retirarse, una voz la llamó: “Lucia, acércate querida”. “¿Quién eres?” dijo ella. Cuando dio la vuelta observó que una mujer muy elegante le saludaba, se quedó pasmada, pues minutos antes no había nadie. –“Disculpe por entrar a su morada sin permiso, pero…”“No te preocupes querida, me da gusto que estés aquí, te estuve esperando, y hoy por fin has llegado” – le dijo aquella mujer. Seguía sin entender lo que pasaba, la presencia de aquella mujer la llenaba de curiosidad y miedo. Se contuvo a mencionar cualquier cosa y dejo que la mujer prosiguiera: “No temas, sé que estás espantada y quizá no entiendes por que te conozco y por que te esperaba, como te pudiste dar cuenta la casa tiene el poder de regresarte al pasado y mirar desde fuera lo que fue tu vida, sin embargo, no pudiste terminar de entender por el asombro que esto te causó. Aparte de observar tu infancia, puedes cambiar


momentos, ya sea para bien o para mal, debes ser muy inteligente para no cometer un error, los primeros 10 años de tu vida, por lastima no te podemos ayudar a mejorarlos, pues la regla de la casa es no modificar tu infancia. Todos en este mundo cometemos errores, y eso es lo que podemos cambiar…” No sabía qué pensar, ni qué contestar, me quedé mirando atentamente, que parecía que no prestaba atención a lo que me decía aquella mujer, “¿y si cometí algún error antes de los 10 años?” –interrumpí-. “Sí ese fuera el caso, ´podría haber excepciones, pero querida, aunque tu pienses que pudiste equivocarte en tu infancia, no fue así, cuando somos niños tenemos una capacidad de asombro increíble, misma que nos hace cometer locuras, cuando somos adultos pensamos que eso no debía pasar, pero nunca se nos es advertido que esta es la forma de aprender. Si me permites acompañarte te seguiré explicando, aún hay puertas que debes abrir, las que pasaste tu sola, fueron las puertas de la infancia, seguiremos por las puertas de la adolescencia y tu edad adulta, después están las puertas del futuro, ellas aparecen hasta que termines de recorrer las que están a continuación.” Accedí a lo que me pedía, y comencé a caminar con ella, me explicó que a partir de ahora solo recorreremos las puertas con años relevantes para mi vida, que no me impactará en caso de que mis padres o algún amigo no me reconociera en cada visita. La primera puerta que abrimos fue la puerta del 25 de mayo del 2015. “Mira, ahí estas, ese día tuviste una fuerte discusión con tu mejor amiga, te negaste a pedir perdón, tu enojo fue más que aquella amistad de años”- Me dijo- “tienes la opción de dejar las cosas así, o cambiarlas, si decides cambiarlas, párate detrás de tu yo de ese día y repite lo que sientas en este momento, pide perdón, y arregla las cosas, si no es tu deseo, saldremos de la habitación, tienes cinco segundos para decidir querida”-. No lo pensé mucho, una parte de mí me decía que ella estaba feliz sin mí, que era una persona exitosa, pero mi duda por saber de ella me condujo a cambiar el tiempo. Al salir de la habitación, mi corazón se llenó de alegría y mis ojos de lágrimas. En la siguiente habitación me esperaba una prueba difícil, creía que ese día no lo volvería a recordar jamás, ya veo que estuve equivocada. Aquí la mujer me dijo que mi decisión afectaría para bien a muchas personas, aunque condenaría a otras. Mis opciones eran denunciar a muchos compañeros por robar las respuestas de algunas pruebas académicas, mismos que hoy en día defendían los valores humanos, y respetaban la rectitud, ¡vaya valores! Me dije, decidí hacer lo correcto. Así fuimos avanzando por 3, 4 y 7 habitaciones. Cada prueba que pasábamos disminuía el peso de mi corazón actuaba más rápido en cada puerta, pues en unas mi tiempo era limitado, estaba agotada, tenía la necesidad de parar. “Vamos Lucia, estás muy cerca de tu destino”- me animó aquella mujer. La puerta que estaba a continuación, me hizo sentir un profundo escalofrío, no había pasado en puertas anteriores, no sabia como explicar lo que en ese entonces me pasaba, un sentimiento de vacío, y tristeza llenó mi cabeza, mis lágrimas estaban a punto de brotar de mis ojos, mi corazón palpitaba cada vez más y más rápido, la mujer que me acompañaba, notó mi preocupación y sin pedirlo me dio un abrazo, me tomó la mano y me acompañó a entrar en la habitación. Lo que ví me dejó inmóvil, un accidente automovilístico estaba frente a mis ojos, había mucha gente, no podía ver con claridad lo que pasaba, me acerqué entre la multitud y pude ver que yo estaba lastimada en uno de los carros involucrados. “Querida Lucía, enfrente de ti hay una decisión que debes tomar con prioridad, hoy tu cuerpo se encuentra en una cama, esperando que tu alma regrese en sí, esta casa da la oportunidad de una nueva vida a aquellas personas de corazón noble, y generoso, es por eso que viniste a parar aquí. Tus opciones son las siguientes; Puedes regresar a tu cuerpo y aceptar lo que está pasando, oh podemos retroceder el tiempo y evitar este accidente, si decides hacer esto, en tu futuro deberás continuar con tus ideales al salir de tu pueblo, estudiar, mejorar tu comunidad, y aceptar los cambios que hiciste en tu transcurso por la casa.”-


Quedé perpleja, ante este escenario, era ahora cuando debía decidir luchar por mis objetivos, y La Casa del Tiempo, me estaba dando una segunda oportunidad, decidí enfrentarme a mi presente y luchar por mi vida. Realicé todo lo que aquella mujer me indicó y salí de la habitación. No sabía con certeza si hice lo correcto, la mujer me tomó de la mano y me llevó a las puertas del futuro. “Tienes un minuto para ver lo que te espera, por lastima ya no podemos cambiar nada, ten la seguridad de que hiciste lo correcto, todo estará bien, yo me despido, mi labor termino, te deseo felicidad inmensa y que cumplas tus objetivos”- No sabía cómo agradecer todo el apoyo en mi recorrido, así que me limité a darle las gracias y regresarle el abrazo, que instantes atrás me regaló. Me dispuse a abrir la puerta del futuro, y lo que ví me tranquilizo, pues supe que hice lo correcto. Es así como la Casa del Tiempo de la UAM, nos permite experimentar cosas, y emociones inigualables.

Semblanzas Tres de julio Michelle Alejandra Sánchez Córdova Mi nombre es Michelle, pero bien podría llamarme Tres de Julio. Desconozco si a todas las personas les pase lo mismo, pero yo me siento especialmente ligada a mi fecha de nacimiento, casi como si formara parte de mi personalidad. Nací el tres de julio de 1998 a la 1:33 de la madrugada, y si bien es justo decir que ese es mérito de mi madre y no mío, también creo haber escogido un buen momento para llegar al mundo. Nacer el tres de julio implica nacer casi al inicio del verano. Es importante aclarar que el verano está muy lejos de ser mi estación favorita; en realidad soy muy poco tolerante al calor y a los mosquitos. Pero mis primeros quince cumpleaños coincidieron con el fin del ciclo escolar y el principio de las vacaciones más largas del año. Y aunque por mucho tiempo la mera idea de cumplir años me llenaba de una angustia inquietante, desde chica descubrí que había algo en la combinación fiesta de cumpleaños/ceremonia de clausura que me causaba cierta satisfacción nostálgica. Como si cada libro de texto completado avalara mi crecimiento de forma parecida a la de una velita sobre un pastel. Recuerdo, por ejemplo, cumplir quince años el martes de mi última semana en la secundaria. Y si bien no tuve fiesta de quinceañera, puedo rememorar claramente la sensación de estarme despidiendo de la infancia y del lugar donde crecí. Un mes después, el 3 de agosto, me encontraba haciendo maletas para irme a vivir a Puebla, lugar donde pasé los siguientes tres años de mi vida. Nacer el tres de julio también implica nacer en época de contiendas electorales. Para ser sincera, tardé muchísimo tiempo en comprender qué es un partido político siquiera. Pero lo que sí sé es que cada seis años, cuando mi cumpleaños se acercaba, las bardas de mi colonia amanecían decoradas con un “Vota este 3 de julio” enorme, cosa que yo siempre interpreté como una felicitación directa. Haciendo cuentas, se han registrado cuatro elecciones presidenciales en México desde que yo nací. Sin embargo, yo solamente he participado en una, justo dos días antes de mi cumpleaños número veinte. En las elecciones del 2018 mi mamá fue seleccionada como presidenta de la casilla de mi cuadra y ocupó dicho puesto con fervor. Yo, que en ese entonces rentaba un cuarto cerca de la universidad y sólo veía a mi familia los fines de semana, me di cuenta de que los últimos días de la segunda década de mi vida iban a pasar completamente desapercibidos por mis seres queridos. Así pues, mi cumpleaños número veinte fue el primer cumpleaños que pasé sin compañía. Nacer el tres de julio también implica nacer en la época de eventos deportivos de talla mundial. Ahora bien, aunque yo soy la persona menos atlética que conozco, también es cierto que tengo una debilidad especial por los eventos de inauguración y clausura de los Juegos Olímpicos y los mundiales de fútbol. Como si el mundo desfilara para mí cada cuatro años.


Mi entrada a los veinte, entre muchas otras cosas, implicó empezar a aprender a estar sola. Aquel tres de julio de 2018 tomé una parte de mis ahorros y decidí ir a comprar un regalo de mí para mí. Llegué a una plaza comercial, encontré un rompevientos precioso color palo de rosa y me dirigí al área de comida decidida a consentirme con una rebanada de pizza. Sin embargo, en el lugar se encontraba congregada una cantidad absurda de gente y sólo alcancé a comprar una ensalada. La razón: los cuartos de final del mundial de fútbol en Rusia. Jugaba Colombia contra Francia. Una familia de colombianos apoyaba a su selección a pocas mesas de donde yo estaba y toda la gente del lugar se acercaba a felicitarlos cuando su equipo hacía algo bien. Al final, Colombia perdió en penales, pero ellos se fueron juntos. Ese mismo día, ya entrada la noche, mis papás y mis hermanos decidieron llegar a la ciudad con un pastel de queso con mermelada de arándanos. Creo que mi cumpleaños número veinte también ha sido el cumpleaños en el que más he llorado. El último tres de julio no se pareció en absoluto a lo que yo hubiera deseado. Pero bueno, nada este año ha salido como yo lo tenía previsto. Había empezado a pensar cómo me gustaría pasar mi próximo cumpleaños, pero creo que si algo he aprendido estos meses es a no planear tanto. Por el momento, creo que sólo me queda imaginar qué tanto habrá pasado con el mundo para cuando yo llegue a los veintitrés años.

No tlatotl Claudia Yazmín Romero Rodríguez (Calu) El 22 de diciembre de 1997 se llevó a cabo una incursión paramilitar en la localidad de Acteal, ubicada en la región de Los Altos de Chiapas. Asesinaron a 45 tzotziles y condenaron a 18 más. Claudia, que había nacido ese año, pero un mes y un día antes, no tenía idea del impacto que indirectamente tendría este evento en su vida. Ella comenzaría a tomar conciencia de este suceso cinco años después, cuando comenzó a asociar a los tzotziles con su familia paterna, la cual pertenecía a los nahuas; aunque en ese tiempo ella aún no se reconocía como tal, a pesar de que interactuó con la lengua y la cultura nahua desde el día en que nació. A la par de esto, cuatro de sus tíos, justo con quienes más convivía, tuvieron que migrar a Estados Unidos con la esperanza de encontrar mejores oportunidades laborales, para así poder apoyar a su familia en la realización de sus proyectos de vida. Este evento sería significativo para ella, ya que fue un suceso que en un inicio no comprendía, pues cada que llamaban sus tíos ella les hacía la misma pregunta: – ¿Y cuándo van a regresar? A lo que ellos siempre respondían, con la voz un poco entrecortada: – El año siguiente. Así que, Claudia cada día anhelaba más que llegara el siguiente año y cuando la prórroga se cumplía, la conversación se repetía. No fue hasta años después que logró comprender la complejidad de la situación. Por lo mismo, en 2017 temía por el bienestar de su familia, porque Trump llegó a la Presidencia de Estados Unidos y sus tíos estaban de manera ilegal en ese país. Hasta el momento, no logra estar tranquila, pero tampoco tiene miedo, pese a la incertidumbre, pues si bien es un sentimiento que ha sabido dominar sabe que muchas veces puede llegar a confundir. Como ya le ha ocurrido en otras ocasiones, por ejemplo, con respecto a su identidad. ¿Recuerdan que mencioné que ella era nahua? Bueno, pues no fue hasta el 2018 que logró asumir su identidad y dejar de lado el miedo al rechazo y a la discriminación, sentimientos que alguna vez sintió cuando era niña y tenía vergüenza de decir que su padre hablaba náhuatl, al tiempo de negar lo que era y que ella también hablaba esta lengua, al grado de alejarse de su propia cultura. Actualmente, trabaja en el proyecto Tlahui Tinochi, con el que busca generar un sentido de identidad en personas que cuentan con más de una cultura o nacionalidad, por medio de materiales didácticos interculturales y bilingües. El alcance de esta iniciativa también contempla a aquella personas que, a pesar de no formar parte de estas culturas, están interesadas en conocer más sobre ellas. So ye, tlazcamati.


Yo soy Frida Regina Montoya Hernández “La flor que florece en la adversidad es la más rara y hermosa de todas”. Cinta Mulán, 1998. Y así, el 14 de abril de 1998 nacía Frida Regina Montoya Hernández. Cuando las Torres gemelas en Nueva York colapsaban, otros mundos chocaron: el de Regina con el mundo del ballet, que empezó a practicar a los tres años en la Academia Mexicana de Ballet, en el 2006, mientras Meryl Streep protagonizaba a Miranda Presley en la película El Diablo viste a la moda. Por otro lado, cuando la Compañía Nacional de Danza presentaba la temporada del Lago de los cisnes en la isleta del Bosque de Chapultepec, Regina era porrista en el club de futbol americano Pumitas. Llegó el 2009, se estrenó la película Coco antes de Channel, el rey del Pop, Michael Jackson, dejó de bailar y dejó un gran legado… y Regina visitó la Cámara de Diputados como premio por su participación en el parlamento de los niños. En 2010 surgió una controversia en el caso de la muerte de la niña Paulette, mientras Regina ingresaba a la Secundaria Diurna 266 Teotihuacán, lugar de dioses. En el 2011, Isaac Hernández presentaba por primera vez la Gala Una noche para soñar, reuniendo a bailarines de todo el mundo, con un lleno total, y Regina representaba a su secundaria en el concurso de oratoria Benito Juárez. El fin del mundo, según los mayas, llegó y sólo fue el inicio a una nueva era… 2012. Regina logró la medalla de oro en Interdanza como solista, en la categoría Teen, y Peña asumía la Presidencia de México. En el 2013, Tras una divertida pero poco usual fiesta, Regina cumplía quince años y nada interesante pasó, pero gran sorpresa se llevó cuando en el Colegio de Bachilleres ingresó. El 2014 gritaba junto con todos los estudiantes, el Politécnico entraba al paro más grande en su historia y 43 normalistas habían desaparecido. Además, Regina presenció la primera Gala de Ballet Despertares en el Auditorio Nacional, un logró más para el bailarín Isaac Hernández. 2016…. Maroon 5 se presentaba por primera vez en el Foro sol con el Maroon 5 World Tour, la Compañía Nacional de Danza en la temporada de primavera con el ballet Coppelia y Regina tenía una maravillosa fiesta de 18 años. El 2017 trajo el cambio de administración de la Compañía Nacional de Danza y tras años de presentar el Lago de los Cisnes en la isleta del Bosque de Chapultepec, por primera vez se presentaba en el Palacio de Bellas Artes, pero la mayor sacudida sucedió el 19 de septiembre a las 14:40, cuando Regina era tallerista de ballet en la fundación REINTEGRA. En el 2018 suena Bruno Mars con un lleno total en el Foro Sol, con el 24 k Magic Tour; Isaac Hernández es el primer bailarín mexicano en ganar el Benois de la Dance, suenan aplausos, gritos y Regina logra ingresar a la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, en la licenciatura de Planeación Territorial. 2019… poniendo en alto el nombre de México, ahora Elisa Carrillo gana el Benois de la Dance, siendo la primera bailarina mexicana en obtenerlo, y Regina abandona la Academia Mexicana de Ballet, que fue su alma mater por dieciocho años y se aventura a empezar una formación como bailarina multidisciplinaria. El 2020 empieza con Shakira siendo la primera latinoamericana en presentarse en el espectáculo de medio tiempo del Súper Bowl, en marzo el paro laboral feminista grita, el Covid nos encierra… Y Regina, después de un año, vuelve a dar clases de ballet.


Puntos claves para la formación de una identidad personal Sughey Lozano Cada 25 de julio, desde 1996, celebro mi cumpleaños. Ese mismo día también se celebra al santo patrono de mi pueblo: San Cristóbal. Por lo regular en mi cumple hay mole, arroz y pollo, pero también amnesia familiar. Sólo mamá me felicita. Yo disfruto mucho los movimientos que incitan los preparativos para la fiesta, para mi fiesta. Afortunadamente, para la época en la que nací ya no se acostumbraba nombrar al recién nacido como el santo del día. Mi nombre es Sughey y no Santiaga o Cristóbala. Aunque nací chilanga, soy Texca (de Texcalucan, mi pueblo). En el mismo año en que nací les entregaron el título de propiedad a los ejidatarios del pueblo. Ahora a ellos les pertenecía la tierra y yo pertenecería a ella. Pasé tres años siendo hija única. Luego, en 1998, nació mi hermano y bufón, César. Dos años más tarde fuimos tres. Gaby, mi hermana y confidente, llegó en el 2001 a ser el réferi de las futuras peleas. O, al menos, esa era la idea de mamá. Lástima que las peleas siempre son dos contra uno/una. Desde el 2006 ODIO el olor a flores, y por ende las flores. La casa de mi abuelita estuvo impregnada de sus aromas cuando ella ya no estaba, sólo su cuerpo. Mi edad no me dejó ser plenamente consciente de lo que ocurría, pero me dolía. Mientras AMLO impugnaba las elecciones, yo quería lo mismo para la vida de mi abuelita. Dato: en el 2009 tuve mi primera crisis personal. Para empezar, ese año murió mi abuelito paterno y yo ya tenía un poco más de conciencia para comprender el suceso. Pero eso provocó que la situación me afectara aún más. Sabía que dejaría de oír, ver y hablar con él y desde él. O por lo menos de manera física, real, porque en mi inconsciente interactúe con él otro par de veces. Luego, en segundo de secundaria perdí la confianza en las mujeres por una “amiga”. Fui excluida, aunque yo también contribuí a agudizar ese sentimiento. Desde entonces, detesto que las personas con las que camino vayan detrás de mí o que se les niegue la voz, aunque por el AH1N1 se tengan que cubrir la boca.

Mi historia Sandra Vanesa Hernández Reyes Nací el 8 de agosto del 2000. Mi madre cuenta que llegué con un rostro enojado y que mis hermanos le tomaron más importancia a la televisión que a mi llegada. En 2002 fui por primera vez al cine, era el estreno de “Spiderman”. Como no recuerdo nada, mi madre es la que relata la historia –te veías preciosa, todo el tiempo estabas tranquilita y muy atenta a la película–; esa historia siempre me la cuenta cuando vamos al cine. No diría que mi interés por el cine fue por ello, incluso creo que el cariño que le tengo se formó año tras año. Cuando me regalaron mi primera cámara fotográfica, a los cinco años, le sacaba foto a todo para luego con esas fotografías contar historias inventadas. En la adolescencia venía la llegada de la pregunta: “¿A qué te vas a dedicar?”. Era incómodo, porque no sabía qué hacer en un futuro. Una noche iban a pasar los aclamados “Oscars”, en donde el director mexicano González Iñarritu fue nominado, pero esa noche, además del triunfo mexicano, una mujer subió por su premio. Aquella artista, que no recuerdo su nombre, dio el discurso que cambiaría mi vida –no veo a mujeres directoras nominadas, tenemos que esforzarnos para lograrlo…–. En ese momento sabía que quería dedicarme al cine. Pero para lograrlo ha sido difícil, mi primera caída fue cuando no quedé en la universidad, fue un golpe duro, pensaba que había decepcionado a mis padres, a mis maestros y a mis amigos. La segunda caída fue cuando mis amigos dudaban de mí, les contaba mis sueños y sólo recibía burlas, eso me trajo desconfianza hacia mí misma. En el 2019, un año después de mi primera caída, realicé examen para ingresar a la UAM como último intento y, a casi nada de abandonar las esperanzas, me llegó la noticia de que había logrado quedar en la carrera, para de nuevo retomar esos sueños.


Vida e intensidad de alineaciones temporales Aline Daniela Atamoros Flores Les voy a contar una pequeña historia… Había una niña, Aline, nació un día de la crucita, un 3 de mayo de 1998, exactamente en Atizapán, Estado de México; pero la vida es dual, multiversa, unos nacen, otros mueren, y esta pequeña historia empezó con este movimieto tan curioso, ya que mientras esta pequeña entraba a esta vida el famosisímo letrado Nobel Octavio Paz pasó a otra mejor. Pero eso no es todo, ese mismo año se fundó Google, esa plataforma que me permitió saber que el señor Octavio Paz murió en la fecha que acabo de mencionar. Dos años después nace su primer hermano, Emilio, interesante situación ya que se aproximaban (según rumores) al fin de una era, el inicio de otra, el fin del mundo. Al final no se finalizó el mundo, pero… ¡interesante! Un año después fue el fin del mundo para aquellos que se encontraban en las torres gemelas en Estados Unidos, mientras que su presidente se encontraba del otro lado del mundo. Pero volvamos a Aline, que creció y creció llegando a los 7 años, justo cuando sucede otra muerte impactante (hasta para la familia de Aline); descendió el alma de Juan Pablo II, mientras Aline se cambiaba de casa cerca de sus abuelitos. Su abuelita se ponía triste por la muerte del Papa. Años más tarde Aline fue a su primer concierto, ¡el de Lady Gaga! Lujosos trajes galantes lucía la cantante, carnes, picos y otros desastres; caros se veían esos trajes, interesante… Un año después, México entró en crisis porque el peso perdió 25% de su valor, pero los mexicanos no fueron los únicos desafortunados, en Haití un terremoto los tumbó. Pareciera que todo iba mal y creo que fue de peor en peor. Los papás de Aline se divorciaron un año después de la pandemia H1N1 en México, que a diferencia de la actual por el Covid sólo duró unas semanas y Aline sólo no fue a clases. Esto aconteció en 2009. Pero, ¿creían que el fin del mundo sólo ocurría una vez? Pues no, hasta película hicieron de la segunda parte del fin del mundo en el 2012, pero no importó mucho porque Aline estaba en Chiapas con sus abuelitos; lo extraño es que el clima era muy raro. Llegaron tiempos mejores para unos, fueron las quince primaveras de Aline, tuvo una pachangota, pero para otros fue un año de desgracia, ya que desaparecieron estudiantes de Ayotzinapa. Los años pasaban y Aline entró a la UAM, justo un año después de la fuga del Chapo, en 2015. Y que llega 2017, año donde gana Donald Trump; todo mundo temblaba de incertidumbre, México más. Somos tan poderosos que hasta tembló la tierra, ¡horrible! Muchos muertos, mucha ayuda, casas destruidas, niños en escombros… silencio. Un año después, gana AMLO y todo México (o creo que la mayoría) estaba feliz, pero no nos meteremos en política y en lo que pasó después. Llega 2019 y Aline vive una huelga organizada por el sindicato de la UAM. Fueron tres meses terribles, sin embargo, al volver a clases se enteró que México ganó el HHI y eso la pusó feliz. Ya para terminar la historia, actualmente este 2020 está por terminar su carrera, que como vimos le costó un temblor, una huelga y una pandemia.

“El Isra” Israel Borja Nacido en los inicios de un nuevo milenio, el primogénito de padres amorosos que lo apoyan durante toda su vida. Curioso desde pequeño, siempre buscando explicaciones para prácticamente todo lo que se le cruzara por el frente. Creció con influencias poco benéficas; siempre supo lo que quería, pero no quiso tomar el camino para alcanzar aquello que anhelaba. Es un chico precoz, desde tempranas edades estaba probando cosas que tal vez no eran para esos momentos. Extremadamente inocente para las situaciones que se le iban presentando, cosa que le pasó factura en un par de ocasiones y de las cuales ha aprendido.


Siempre construyendo y deconstruyendo sus ideales, cosa que le ha permitido ser muy tolerante a ideas nuevas. No le teme al error, a estar equivocado, y cuando lo está busca mil y un maneras para entender aquello que no le queda al 100% claro. Desde pequeño siempre ha tenido una idea muy clara del “qué quiere ser” y es ser de los mejores o, en su defecto, el mejor en aquello que le apasione; obviamente esto se dice fácil. Y ha encontrado sus propias maneras de hacerlo, mismas que con los años, meses, semanas, días –con cada nueva idea que le llega y anota en su siempre útil libreta– han ido evolucionando y con ellas los acuerdos consigo mismo. Con la oportunidad de perspectiva que ha tenido se ha formado sus intenciones, su forma de ver a su alrededor y cómo inteactuar con ello. Con múltiples golpes (unos más dolorosos que otros) se ha revolucionado con un lema como estandarte: ENCUENTRA EL ORIGEN DEL ERROR, EL POR QUÉ SE FUE TODO A LA SHIT Y TRABAJA SOBRE ELLO PARA SEGUIR CRECIENDO.

La muerte de María Yolanda Merary Núñez Venancio Con cariño para la Casa del Tiempo de la UAM, que me ha dado experiencias llenas de amor y me ha enseñado que el tiempo avanza y te lleva a conocer lugares, personas u objetos nuevos, que te ayudan a transformarte y a trascender. ¡Que muchas personas más recorran tus paredes y transformen el mundo a través del arte, sin prisas y a tiempo!

– – – – – – – – – –

Hoy se cumplían seis meses de mi última taza de café en la casa. Extrañaba a María, sus chiles en nogada, sus caricias y su tierna piel.Sé que para ella también era difícil estar lejos de mí, lo decía en sus cartas. No había día en el que no nos escribiéramos profesando nuestro amor. María quería acompañarme, pero los viajes eran meramente políticos, lo que deseaba era hacer lo que las esposas de los empresarios: comer, ir a museos, jugar en prados de otro país. Le pedía me perdonará, al menos un ciento de veces al día, pero ella estaba con un hombre cuya patria lo necesitaba. A veces le decía: aún estás a tiempo de irte con otro hombre. Cuando llegue a la casa, ahí estaba ella con una sonrisa, tapando la estatua del querubín de la entrada. Las sirvientas subieron mis maletas a la recámara, María y yo nos fuimos a mi estudio. No me gusta que seas político, no me gusta que nunca estés en casa porque andas de aquí para allá. Y cuando estás conmigo, sólo te quejas. Marí, ¿me amas? Sí, ¿me estás escuchando? Me gustaría no oír tus quejas, estoy cansado. Las negociaciones con Estados Unidos son difíciles. Cállate mujer. ¡Renuncia Ezequiel!, ¡Hazlo por mí!, si me amas, dame de tu tiempo. ¡María cállate!, le debo mucho a México. Ahora mismo no puedo abandonar mi carrera. Estás con el futuro presidente de este país. ¿Estás loco?, ¡claro que lo estás!, ¿has pensado en mí? Estoy harta de este mundo lleno de bailes, cenas, fiestas, ceremonias, esposas calladas y adornas como vírgenes de pueblo. ¡Cállate María!, Te amo, pero si no te importan mis sueños puedes irte, ya te lo he dicho. ¿Ya lo sabe el presidente Ávila? Ves ese documento (señalo una hoja sobre la mesa) es mi renuncia. Quiero que pasado mañana hagamos una cena en agradecimiento al presidente, que siempre me trato bien, además voy hacer formal el inicio de mi campaña electoral. Tranquila Marí, todo va a estar bien. Vamos a ganar la presidencia, tengo muchos simpatizantes, Vasconcelos, Diego y Siqueiros con los obreros. Lúcete con la comida, no se te olvide que a Vasconcelos le sirvan tamalitos, por el dinero ni te apures.


Si eso te hace feliz, con mucho gusto lo haré. Sí Marí, soy feliz y aún más porque tengo tu apoyo. ¿Va a venir Diego con Frida? Sí, ya vez que no se dejan. Ya me enteré que el panzón anda pintando en el Hotel del Prado, ¿ya viste el mural? María se quedo viendo a través de la ventana e ignoro mi pregunta durante unos segundos. – No he tenido ganas- dijo con un tono duro. – Va a causar líos, a donde quiera que vaya el panzón causa líos. Vamos a ver el mural mañana, sirve que lo invitamos. – ¿Podemos ir a dormir? Fuimos a dormir. En la mañana María dijo sentirse mal y por eso me fui solo a ver a Diego, caminé un par de cuadras para llegar al Hotel. – ¿Qué paso panzón?, ¿te gusta trabajar aquí? – Me gusta (le guiñó el ojo a una mujer que caminaba por ahí). – ¡Que cabrón eres!, bueno ya veo porque te gusta estar aquí. Vine porque mañana en la noche voy a anunciar mi campaña para la presidencia, te espero a ti y a Frida. -Frida no me va acompañar, anda trompuda. – Que raro- le dije con un tono sarcástico. – ¿Cómo está Marí?, ¿te gusto el retrato que le hice? Sentí un hueco en el estomago porqué yo no sabía de que me estaba hablando, traté de no mostrarme sorprendido. – Sí, es muy dramático, casi como tu vida. – Bueno, espero que ella preparé tamales, dale las gracias por los que el otro día me mando. ¡Que rico cocina! – Sí, gracias. Tengo otros asuntos que atender, nos vemos mañana panzón. Mientras caminaba de regreso a la casa pensaba porqué Marí, mi Marí me estaba mintiendo, porque no vino a saludar a Diego. Pensé lo peor de ella, que era una casquivana, una loca y andaba de lujuriosa con él. ¡Diego es horrible! - me dije. Subí a la recamara, ahí estaba ella colorada, con un vestido blanco y los labios rojos como granada sonriéndome. Me siento mejor, hay muchas cosas que hacer. – Diego me dijo que te hizo un retrato, ¿es cierto? – Lo es, mira (extendió un marco color ocre, ahí estaba mi Marí). Es para ti, que siempre viajas, me lleves en tus maletas. No pude sentirme molesto con ella, al contrario, estaba encantado con María y todo lo que ella hacía por mí. El día de la cena, no pude pasar mucho tiempo con Marí, porque anduve con el presidente Manuel, si él hablaba con Pani o con Miguel Alemán yo también lo hacía. Paso un buen rato, los invitados tenían hambre y la cena aun no estaba servida. Comencé a buscarla. Me encontré con Panchita Gónzalez, me dijo que la había visto subir y que se veía mal. Corrí por las escaleras hasta llegar a nuestra recamara, pero no estaba ahí. Escuché ruido en mi estudio. Entré y ahí estaba mi amada Marí prensada de Diego. – ¡Pinches cabrones!- grité. Apreté de los brazos a María y la avente al suelo, Recojé tu ropa. Te vistes, sales atender a mis invitados y cuando la cena termine te vas con tu pinche panzón. – No te enojes Ezequiel, nos sentíamos solos, ¿Verdad Marí? María lloraba, no respondía ni me daba la cara. – Pinche mustia, ni bajes, quédate aquí y cuando la cena haya terminado se van. Una vez que todos los invitados se habían ido, subí y les dije -Lárguense, no los quiero volver a ver, en mi vida. – Perdón, yo te amo- dijo María. Salí del estudio y creí que esa sería la última vez que la vería. Pero en la mañana las sirvientas gritaban ¡Señor!, ¡baje!, ¡se disparó!, ¡la señora está muerta!, Ahí estaba mi Marí, frente a la estatua del querubín cubierta de sangre seca. – – – –


Alumnos que participaron en el taller “Historias ocultas en el tiempo”

1.- Aline Daniela Atamoros Flores – Psicología – UAM-X 2.- Ricardo Marcelo Bermúdez Martínez – Historia – UAM-I 3.- Israel Isaías Borja Mendoza – Física – UAM-I 4.- Jorge De la Garza – Psicología – UAM-X 5.- José Saúl Espinosa Núñez – Lingüística – UAM-I 6.- Rafael Gómez Mendoza – Geografía Humana – UAM-I 7.- Jesús Antonio Guerra Cristóbal – Filosofía – UAM-I 8.- Sandra Vanesa Hernández Reyes – Arte y Comunicación Digitales – UAM-L 9.- Marilyne Abril Juárez Maguey – Lingüística – UAM-I 10.- Flor Sughey Lozano Gutiérrez – Humanidades – UAM-C 11.- Manuel Meléndez Marín – Psicología Social – UAM-I 12.- Sandra Leslie Molina Carrillo – Biología – UAM-X 13.- Frida Regina Montoya Hernández – Planeación Territorial – UAM-X 14.- Merary Núñez Venancio – Comunicación Social – UAM-X 15.- Yolanda Esther Reyes Escobar – Arte y Comunicación Digitales – UAM-L 16.- Claudia Yazmín Romero Rodríguez – Diseño de la Comunicación Gráfica – UAM-A 17.- Michelle Alejandra Sánchez Córdova – Psicología – UAM-I 18.- Paulina Ivonne Serrano de la Luz – Comunicación Social – UAM-X 19.- José Luis Uribe – Posgrado CyAD – UAM-X


Imagen en portada: Yolanda Reyes. UAM - L ÂŽ Derechos Reservados Universidad AutĂłnoma Metropolitana.



Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.