Los 13 principios del buen guerrear sun tse

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Sun Tse/Los 13 principios del buen guerrear


SUN TSE Los 13 principios del buen guerrear Siglos VI y V a. C.

Editorial CIENCIA NUEVA


Traducido por Eduardo Prieto de la edición francesa basada en la versión Amiot ( 1 7 7 2 ) refundida y aumentada mediante los manuscritos chinos de 812 y 983 d. C., publicados en 1859, 1910, 1935 y 1957, preparada por Monique Beuzit, Roberto Cacérés, Paul Maman, Luc Thanassecos y Tran Ngoc An.

Los libros de Ciencia Nueva

Portada: Isabel Carbailo

© 1972 by Editorial Ciencia Nueva SRL Avda. Pte. R. Sáenz Peña 825, Buenos Aires Hecho el depósito de ley Impreso en la Argentina - Printed in Argentina



1 El pájaro que vuela olvida sus huellas La cigarra que muda se despoja de su piel La serpiente que se yergue deja sus escamas El dragón divino pierde sus cuernos El hombre supremo sabe cambiarse El hombre libre escapa a lo vulgar Cabalga las nubes sin riendas Corre con el viento sin pies El rocío suspendido es su cortina El ancho firmamento su techo El vapor brumoso lo nutre Los nueve soles lo iluminan Las eternas estrellas son sus perlas brillantes La aurora matinal su jade luciente Hacia las seis direcciones Deja ir su corazón adonde él quiere Las cosas humanas pueden pasar Por qué apresurarse y oprimirse. 2

La Gran Vía es simple Pero los que ven sus gérmenes son raros Dejarse ir sin reprobar nada Seguir las cosas sin aprobar nada Desde siempre el pensamiento gira y gira Tortuoso, sinuoso, tedioso De qué sirven todos los pensamientos La suprema importancia está en mí Envío la angustia al Cielo Entierro la pena bajo Tierra En rebelión arrojo los Libros Clásicos Destruyoniego las Canciones y las Odas Los cien filósofos son obscuros y mezquinos Querría echarlos al fuego Mi voluntad se eleva más allá de los montes Mi pensamiento flota más allá del mar El soplo Original es mi barco El Viento leve mi timón Planeo en la pureza suprema Dejo que mis pensamientos se disuelvan.


Vida de Sun Tse

Sun Tse, subdito del rey de Tchi, era el hombre más versado que hubiera existido en el arte militar. La Obra que compuso y las grandes acciones que realizó son una prueba de su profunda capacidad y de su consumada experiencia en este género. Incluso antes de que hubiera adquirido esa gran reputación que lo distinguió luego en todas las provincias que componen el Imperio, y que en su mayor parte llevaban entonces el nombre de Reino, su mérito era conocido en todas las comarcas vecinas de su patria. El rey de U tenía algunos problemas con el rey de Tchu. Estaban a punto de entablar una guerra abierta, y de una y otra parte se hacían preparativos. Sun Tse no quiso permanecer ocioso. Persuadido de que el personaje de espectador no se avenía con él, fue a presentarse al rey de U para obtener empleo en sus ejércitos. El Rey, encantado de que un hombre de ese mérito se pusiera de su parte, lo acogió muy complacido. Quiso verlo e interrogarlo personalmente. Sun Tse, le dijo, he visto la Obra que has escrito sobre arte militar y me satisfizo, pero los preceptos que das me parecen de ejecución muy difícil; hay incluso algunos que creo absolutamente impracticables: .¿tú mismo, podrías realizarlos?, pues hay buena dis-


8 tancia de la teoría a la práctica. Es fácil imaginar excelentes medios cuando uno está tranquilo en su gabinete y sólo hace la guerra mentalmente; no es lo mismo cuando uno se encuentra en la situación real. Ocurre entonces que resulta a menudo imposible lo que al comienzo parecía muy fácil. Príncipe, respondió Sun Tse, nada he dicho en mis escritos que no haya puesto ya en práctica en los ejércitos, pero lo que aún no he dicho, y que sin embargo me atrevo a asegurar ahora a Vuestra Majestad, es que estoy en condiciones de hacerlo realizar por quienquiera que sea, y de formar a cualquiera en los ejercicios militares cuando tenga autoridad para hacerlo. Te entiendo, replicó el rey: quieres decir que podrías instruir fácilmente con tus máximas a hombres inteligentes dotados ya de prudencia y valor; que formarías sin mucho esfuerzo en los ejercicios militares a hombres acostumbrados al trabajo, dóciles y plenos de buena voluntad. Pero la mayoría de ellos no pertenece a esta especie. No importa, respondió Sun Tse: he dicho a quienquiera que sea, y no exceptúo a nadie de mi proposición: incluyo en ella a los más díscolos, los más indolentes y los más débiles. Si me atengo a lo que dices, contestó el rey, pensaría que eres capaz de inspirar incluso a mujeres los sentimientos que hacen a los guerreros; que serías capaz de instruirlas en los ejercicios de las armas. Sí, príncipe, replicó Sun Tse con tono firme, y ruego a Vuestra (Maj estad no dudar de ello. El rey, que ya no se complacía en las diversiones ordinarias de la corte, a raíz de la circunstancia en que se encontraba entonces, aprovechó esta ocasión para procurarse una nueva. Que me traigan aquí, dijo, a ciento ochenta de mis mujeres. Fue obedecido, y entraron las princesas. Entre ellas había dos en particular a las que el rey amaba tiernamente; las puso a la cabeza de las otras. Veremos, dijo el rey sonriendo, veremos Sun Tse, si mantienes tu palabra. Te nombro general de estas nuevas tropas. Podrás elegir, en toda la extensión de mi palacio, el lugar que te parezca más cómodo para ejercitarlas en las armas. Me avisarás


9 cuando estén suficientemente instruidas, e iré yo mismo a hacer justicia a tu habilidad y talento. El general, que sintió todo el ridículo del personaje que se le quería hacer representar, no se desconcertó por ello, y pareció al contrario muy satisfecho del honor que ¡el rey le hacía, no sólo dejándole ver a sus mujeres sino también poniéndolas bajo su dirección. Os daré buena cuenta, Señor, le dijo con tono seguro, y espero que en poco tiempo Vuestra Majestad tendrá ocasión de sentirse satisfecha de mis servicios; os convenceréis, por lo menos, de que Sun Tse no es hombre precipitado y temerario. Luego que el rey se hubo retirado a aposentos interiores, el guerrero sólo pensó en cumplir su cometido. Pidió armas y todo el equipo militar para sus soldados de nueva creación, y en espera de que todo esto se aprestara condujo a su tropa a uno de los patios del palacio que le pareció el más adecuado para su designio. No pasó mucho tiempo antes de que le trajeran lo que había solicitado. Sun Tse dirigió entonces la palabra a las favoritas: Heos aquí, les dijo, bajo mi dirección y a mis órdenes; debéis escuchar atentamente y obedecerme en todo lo que os ordenaré. Esa es la primera y más esencial de las leyes militares: cuidaos bien de transgredirla. Quiero que desde mañana hagáis el ejercicio ante el rey, y confío en que lo cumpláis exactamente. Luego de estas palabras les hizo ceñir el tahalí, les puso una pica en la mano, las dividió en dos grupos y colocó a la cabeza de cada uno de ellos a las princesas favoritas. Hecho este ordenamiento, comenzó sus instrucciones en estos términos: ¿Podríais distinguir perfectamente vuestro pecho de vuestra espalda, y vuestra mano derecha de vuestra mano izquierda? Responded. La única respuesta que le dieron al principio fueron algunas carcajadas. Pero como guardaba silencio y se mantenía serio, sí, sin duda, le contestaron al unísono las concubinas. Si es así, contestó Sun Tse, retened bien lo que voy a deciros. Cuando el tambor suene una sola vez, os quedaréis como os encontréis en ese momento, prestando sólo atención a lo que está delante de vuestro pecho.


10 Cuando el tambor suene dos veces, tendréis que volveros de manera que vuestro pecho esté en la dirección donde antes estaba vuestra mano derecha. Si en lugar de dos golpes oís tres, tendréis que volveros de modo que vuestro pecho esté precisamente en el lugar donde antes estaba vuestra mano izquierda. Pero cuando el tambor suene cuatro veces, tenéis que volveros de modo que vuestro pecho se encuentre donde estaba vuestra espalda, y vuestra espalda donde estaba vuestro pecho. Quizás no sea bastante claro lo que acabo de decir: lo explicaré. Un sólo toque de tambor debe significar para vosotras que no debéis cambiar de posición, y que debéis manteneros alerta; dos toques, que debéis girar a la derecha; tres toques, que debéis girar a la izquierda; y cuatro toques, que debéis dar media vuelta. Ampliaré la explicación. El orden que seguiré es el siguiente: haré tocar primero un solo toque: a esta señal, os mantendréis prestas para lo que deba ordenaros. Unos segundos después haré tocar dos toques; entonces todas juntas giraréis a la derecha con gravedad; luego de lo cual haré tocar no tres toques sino cuatro, y completaréis la media vuelta. Os haré volver en seguida a la primera posición, y como antes haré tocar un solo toque. Concentraos cuando oigáis esta primera señal. Luego haré tocar 110 dos toques sino tres, y giraréis a la izquierda; cuando oigáis cuatro toques completaréis la media vuelta. ¿Habéis comprendido bien lo que he querido deciros? Si subsiste alguna dificultad, bastará con que lo digáis y trataré de satisfaceros. Estamos al tanto, respondieron las damas. Si es así, contestó Sun Tse, voy a comenzar. No olvidéis que el sonido del tambor equivale a la voz del general, puesto que éste os da las órdenes por intermedio de tal instrumento. Luego de repetir tres veces esta instrucción, Sun Tse hizo formar de nuevo a su pequeño ejército, luego de lo cual ordenó un toque de tambor. Al oír el ruido todas las princesas se pusieron a reír: hizo tocar dos toques, y las princesas rieron aun más fuerte. El general, sin perder su seriedad, les dirigió la palabra en estos términos: puede ser que no me haya explicado con


11 suficiente claridad e,n la instrucción que os he dado. Si es así, la falta es mía; trataré de corregirla hablándoos de una manera que esté más a vuestro alcance (e inmediatamente repitió hasta tres veces lo explicado en otros términos); veremos si luego de esto, agregó, obedecéis mejor. Ordenó un toque de tambor, y luego dos. Al ver el aire grave del general y la extravagancia de la situación en que se encontraban, las damas olvidaron que era necesario obedecer. Después de esfozarse por unos momentos en contener la risa que las sofocaba, la dejaron escapar al fin en carcajadas inmoderadas. Sun Tse no se desconcertó, sino que en el mismo tono en que les había hablado anteriormente, les dijo: si no me hubiera explicado bien, o vosotras no me hubierais asegurado unánimemente que comprendíais lo que quería deciros, no seríais culpables; pero os he hablado claramente, como vosotras mismas lo confesasteis. ¿Por qué no habéis obedecido? Merecéis castigo, y un castigo militar. Entre las gentes de guerra, quien no obedece a las órdenes de su general merece la muerte: por lo tanto moriréis. Después de este corto preámbulo, Sun Tse ordenó a las mujeres que formaban las dos filas, que mataran a las dos que estaban a su frente. Al instante, uno de los hombres encargados de cuidar a las mujeres, viendo que el guerrero no bromeaba, fue a advertir al rey de lo que pasaba. El rey envió a alguien para comunicar a Sun Tse que no debía ir más adelante, y en particular, que se abstuviera de maltratar a las dos favoritas, a las que él más amaba y sin las cuales no podía vivir. El general escuchó con respeto las palabras que se le transmitían de parte del rey, pero no cedió a la voluntad de éste. Id a decir al rey, respondió, que Sun Tse lo cree demasiado razonable y justo como para pensar que haya cambiado tan pronto de opinión, y que quiera ser realmente obedecido en lo que venís a anunciar de su parte. El príncipe hace la ley, no podría dar órdenes que rebajen la dignidad de la cual me ha investido. Me encargó de entrenar en los ejercicios de las armas a ciento ochenta de sus mujeres, me designó su general; a mí me corresponde hacer el resto. Ellas desobedecieron y morirán.


12 Apenas hubo pronunciado estas últimas palabras sacó su sable y, con la misma sangre fría que había mostrado hasta entonces, abatió la cabeza de las dos que comandaban a las demás. Inmediatamente puso a otras dos en su lugar, hizo ejecutar los diferentes toques de tambor que había convenido con su tropa, y las mujeres, como si hubieran hecho durante toda su vida el oficio de la guerra, giraron en silencio y siempre con acierto. Sun Tse, dirigiendo la palabra al enviado, le dijo: id a advertir al rey que sus mujeres saben hacer el ejercicio, que puedo llevarlas a la guerra, hacerles enfrentar toda clase de peligros e incluso pasar a través del agua y del fuego. El rey, enterado de todo lo ocurrido, se sintió penetrado por el más agudo dolor. He perdido entonces, dijo exhalando un profundo suspiro, he perdido entonces lo que más amaba en este mundo . . . Que ese extranjero se vaya a su país. No lo quiero, ni quiero sus servicios. . . ¿Qué hiciste, bárbaro?. . . Cómo podría ya vivir, etcétera. Entonces Sun Tse dijo: el rey sólo gusta de palabras vacías. Ni siquiera es capaz de unir el gesto a la palabra. Por más inconsolable que pareciera el rey, el tiempo y las circunstancias le hicieron olvidar pronto su pérdida. Los enemigos estaban prestos a caer sobre él; hizo volver a Sun Tse, lo nombró general de sus ejércitos ,y por medio de él destruyó el reino de Tchu. Aquellos de sus vecinos que le habían producido antes más inquietudes, invadidos por el temor que produjo la sola difusión de las hermosas acciones de Sun Tse, sólo pensaron en mantenerse quietos bajo la protección de un príncipe que tenía a su servicio a tal hombre. El monumento funerario de este héroe se yergue a diez leguas de la puerta de U. Tres generaciones después de su muerte, su descendiente Sun Pin, nacido en algún lugar entre O y Tchuan, se entregó en compañía de su condiscípulo Pang Tchuan, en noble y feliz emulación, al estudio de los preceptos de su ilustre antepasado. Pang Tchuan consiguió entrar en los ejércitos del Estado de U y tuvo a su cargo el comando de las tro-


13 pas. Este halagüeño destino no pudo, ¡ay!, calmarle el temor que había concebido a raíz de la habilidad mostrada por su compañero; envidioso del talento de éste, persuadido de su virtud, enterado de sus dotes, temía a ese rival vigoroso y de una severa exactitud. El odio se apoderó de Pang Tchuan e hizo que se entregara a odiosas maquinaciones. El malvado resolvió la ruina de su émulo mediante una culpable empresa. Este hombre desleal, con una pérfida y admirable destreza, llevó a Sun Pin a ,1a trampa que le había tendido, y sacó provecho de ello para urdir una acusación respecto de él; su infortunado compañero fue entonces entregado a los rigores del primero y tercero de los cinco suplicios,* antes que lo arrojaran a una mazmorra. El embajador del Estado de Tchi en la corte tuvo noticia del asunto; con habilidad consiguió sustraer a Sun Pin a los injustos tormentos de que era víctima, y por su intermedio el cautivo obtuvo refugio junto al poderoso Tien Tchi, jefe de los ejércitos del Estado Tchi. Este hombre de guerra de gran distinción se mostraba satisfecho de albergar a un personaje cuyas facultades de penetración en todas las cosas parecían fuera de lo común, y rogó a Sun Pin que compartiera sus distracciones y entretenimientos favoritos. Los concursos hípicos eran particularmente apreciados en la corte de los príncipes de Tchi, donde los caballos se repartían sabiamente en tres clases: la primera, la segunda y la tercera. Sun Pin observó que los equipos, constituidos por caballos que pertenecían a las tres clases, no eran de calidad diferente; viendo esto, Sun Pin dijo al general Tien Tchi: debes intervenir en esta competencia, pues tu servidor puede hacerte ganar. Concertada la carrera, Sun Pin dijo: es la disposición de las clases en la confrontación lo que te hace ganar; el general le creyó y obtuvo de los príncipes y del rey una apuesta de mil piezas de oro. Los cinco

a) b) c) d) e)

suplicios:

Marcar el rostro con un fuego al rojo. Cortar la nariz. Cortar los pies. Castración. Ejecución.


14 Entonces, Sun Pin dijo: Emplea entonces tu tercera fuerza en oposición con la primera de ellos, tu mejor fuerza en oposición con la segunda de ellos, y tu segunda fuerza en calidad en oposición con la más débil de ellos. Cumplidas las tres carreras en ese orden, si bien el general no ganó la primera se aseguró la segunda y la tercera," y ganó así la apuesta. Sun Pin fue incorporado a la corte para debatir asuntos militares y el rey lo nombró oficial de estado mayor. Cuando el Estado de U se lanzó al asalto contra el Estado Tchao, este último pidió ayuda al Estado Tchi. El rey deseaba ver a Sun Pin a la cabeza de sus tropas, pero este digno oficial prefirió que su benefactor Tien Tchi conservara ese cargo. Sun Pin dijo: si me acogisteis cuando era un exilado, ¿cómo podría aceptar esta dignidad? El rey quiso interrumpir el curso de esta desgracia y calmar el dolor de tal herida; por ello, invistió a Sun Pin con el título de jefe de estado mayor. Así fue como el maestro, invalido, acompañó a los * Dos equipos de tres caballos, comparables dos a dos, y que constituyen por lo tanto tres clases de valor: Equipo

A

Equipo

1

2 3

Se aplica el

B

1

que es el más débil

2 3

algoritmo:

3 A contra I B 1 A contra 2 B 2 A contra 3 B A gana por 2 victorias

B gana A gana A gana contra 1

Sun Pin sacrifica en este caso su peor caballo de la manera más eficaz posible, es decir, eliminando al caballo del adversario que habría podido, en una competencia puramente deportiva, vencer al mejor elemento de su equipo.


15 ejércitos llevado en un carro, y trazó los planes en el curso de la campaña. Sun Pin dijo al intrépido Tien Tchi, que para desafiar al enemigo deseaba lanzar al ejército sobre el Estado de Tchao: el que quiere desenmarañar lo que está enmarañado, ¿puede agarrar la madeja toda junta? Cuando las partes hayan contribuido a deteriorar la situación, ésta se resolverá por sí misma. Ahora los dos antagonistas desarrollan sus ofensivas. Las formaciones livianas y las tropas escogidas están en los campos de batalla. Todas las fuerzas se reúnen y se enfrentan en terreno abierto. En la región los viejos y los débiles están hartos de fatiga. Es entonces cuando hay que tomar las rutas y los principales caminos y marchar en dirección al Estado U, que deberá desentenderse del Estado Tchao para buscar su propia salvación. Así, de un solo golpe se puede asediar a Tchao y arrebatar el fruto de la derrota de U. Mientras se replegaba el ejército de U, Tien Tchi le infligió una severa derrota. Quince inviernos más tarde, el Estado U coaligado con el Estado Tchao atacó al Estado Han. Este último pidió ayuda al Estado Tchi. El rey ordenó a Tien Tchi que organizara la campaña y marchara contra el Estado U. ' Enterado de esas disposiciones Pang Tchuan, comandante en jefe de los ejércitos U, interrumpió la invasión, se retiró de Han y trató de recuperar su país. Cuando el ejército Tchi ya había cruzado la frontera del Estado Han, Sun Pin dijo: las tropas de nuestros adversarios consideran a los nuestros como cobardes. El guerrero hábil tomará en consideración esta circunstancia y establecerá su estrategia de modo de obtener beneficio de ella. Según el arte de la guerra, un ejército que en el afán de aprovechar una ventaja se apresura a recorrer una distancia de cien leguas, perderá la cabeza de la vanguardia, y en una distancia de cincuenta leguas, dejará en el camino la mitad de sus tropas antes de alcanzar el punto crítico.


16 Luego Sun Pin ordeno a las tropas que al entrar en U encendieran cien mil fuegos la primera noche, cincuenta mil la segunda y treinta mil la tercera. Pang Tchuan marchó durante tres días y lleno de vana alegría dijo: siempre he asegurado que los de Tchi eran cobardes. He aquí que en sólo tres días que están en mi país ya han desertado la mitad de los oficiales y de los soldados. Y en seguida dejó atrás su infantería pesada y sus carros para proseguir con las tropas escogidas. Sun Pin había calculado que Pang Tchuan, a marcha forzada, llegaría al paso de Maling a la caída del día. Previo que se dispusieran tropas en emboscada. Sun Pin hizo descortezar un gran árbol y escribir en el tronco: Pang Tchuan muere baja este árbol. Luego apostó a los arqueros más hábiles del ejército con diez mil arcos a los dos lados de la ruta, y por último ordenó que llegada la noche, cuando vieran un fuego, todos los arqueros lo tomaran por blanco. Pang Tchuan llegó esa noche y cuando vio que había algo escrito en el árbol encendió una antorcha para leerlo. Antes de que pudiera terminar, los diez mil arqueros de Tchi lanzaron sus flechas al mismo tiempo y el ejército de U fue puesto en fuga. Pang Tchuan, al ver cercana la muerte y presenciar la derrota de sus tropas, se cortó el cuello y dijo al expirar: Así he contribuido a la celebridad de este miserable. Sun Pin sacó ventaja de esta victoria; destruyó completamente el ejército U y tuvo la precaución de apoderarse del eventual heredero Tchen, luego de lo cual volvió a Tchi. A causa de ello el renombre de Sun Pin se extendió a todo el mundo y las generaciones han transmitido su estrategia.


Principio primero

La evaluación

Sun Tse dice: la guerra es de una importancia vital para el Estado. Es el dominio de la vida y de la muerte: de ella dependen la conservación o la pérdida del Imperio; es forzoso manejarla bien. No reflexionar seriamente en todo lo que a ella concierna es dar prueba de una culpable indiferencia en lo que respecta a la conservación o la pérdida de lo que nos es más querido, y ello no debe ocurrir entre nosotros. Cinco cosas principales deben constituir el objeto de nuestras continuas meditaciones y de todos nuestros cuidados, como lo hacen los grandes artistas que al emprender alguna obra maestra tienen siempre presente en su espíritu el fin que se proponen, aprovechan todo lo que ven, todo lo que oyen, no descuidan nada que les permita adquirir nuevos conocimientos y todas las ayudas que pueden conducirlos felizmente a su fin. Si deseamos que la gloria y el éxito acompañen a nuestras armas, no debemos perder jamás de vista: la Doctrinay el Tiempo, el Espacio, el Comando, la Disciplina. La Doctrina hace nacer la unidad de pensamiento, nos inspira una misma manera de vivir y de morir y


18 nos hace intrépidos e inconmovibles en las desdichas y en la muerte. Si conocemos bien el Tiempo no ignoraremos esos dos grandes principios Yin y Yang que constituyen todas las cosas naturales y por obra de los cuales los elementos reciben sus diferentes modificaciones; conoceremos el tiempo de su unión y de su mutuo concurso para la producción del frío, el calor, la serenidad o la intemperie del aire. El Espacio no es menos digno de nuestra atención que el Tiempo; estudiémoslo bien y tendremos el conocimiento de lo alto y de lo bajo, de lo lejano así como de lo cercano, de lo ancho y lo estrecho, de lo que permanece y de lo que no cesa de pasar. Entiendo por Comando la equidad, el amor en particular hacia aquellos que nos están sometidos y hacia todos los hombres en general; la ciencia de los recursos, el coraje y el valor, el rigor, tales son las cualidades que deben caracterizar al que está investido de la dignidad de general; virtudes necesarias para cuya adquisición no debemos descuidar nada: sólo ellas pueden ponernos en condiciones de marchar dignamente a la cabeza de los demás. A los conocimientos de los que acabo de hablar, hay que agregar el de la Disciplina. Dominar el arte de ordenar a las tropas; no ignorar ninguna de las leyes de la subordinación y hacerlas observar con rigor; estar instruido en los deberes particulares de cada uno de nuestros subalternos; conocer los diferentes caminos por los cuales se puede llegar a un mismo término; no desdeñar la enumeración detallada y exacta de todas las cosas que puedan servir, y ponerse al tanto de cada una de ellas en particular. Todo este conjunto forma un cuerpo de disciplina cuyo conocimiento práctico no debe escapar a la sagacidad ni a la atención de un general. Tú, que fuiste elegido por el príncipe para estar al frente de sus ejércitos, debes fundamentar tu ciencia militar sobre los cinco principios que acabo de establecer; la victoria seguirá siempre tus pasos: en cambio sólo experimentarás las más vergonzosas derrotas si por ignorancia o presunción liegas a omitirlos o rechazarlos. Los conocimientos que acabo de indicar te permití-


19 rán discernir, entre los príncipes que gobiernan el mundo, el que tiene más doctrina y virtudes; conocerás a los grandes generales que puede haber en los distintos reinos, de modo que podrás conjeturar con bastante seguridad cuál de dos antagonistas debe lograr la victoria; y si te ves obligado a entrar en la lucha, podrás jactarte razonablemente de salir victorioso. Estos mismos conocimientos te harán prever los momentos más favorables, ya que el tiempo y el espacio se hallan conjugados, para ordenar el movimiento e itinerarios de las tropas, cuyas marchas debes disponer adecuadamente; no comenzarás ni terminarás nunca la campaña fuera de estación; conocerás el lado fuerte y el débil tanto de aquellos que están confiados a tu cuidado como de los enemigos que tienes que combatir; sabrás en qué cantidad y estado se encuentran las municiones de guerra y de boca de los dos ejércitos, distribuirás las recompensas con largueza, pero eligiendo, y no ahorrarás los castigos cuando sean necesarios. Los oficiales generales sometidos a tu autoridad, admiradores de tus virtudes y capacidades, te servirán tanto por placer como por deber. Entrarán en todos tus enfoques, y su ejemplo arrastrará infaliblemente a los subalternos, e incluso los simples soldados contribuirán con todas sus fuerzas a asegurarte el más glorioso éxito. Al verte estimado, respetado, querido por los tuyos, los pueblos vecinos vendrán con alegría a alistarse bajo los estandartes del príncipe al que sirvas, o para vivir según tus leyes u obtener simplemente su protección. Como sabrás igualmente lo que puedes y lo que no puedes, no concebirás ninguna empresa no susceptible de ser llevada a buen fin. Verás con la misma penetración tanto lo que está lejos de ti como lo que ocurre ante tus ojos, y tanto lo que ocurre ante tus ojos como lo que está más alejado de ellos. Aprovecharás la discordia que surja entre tus enemigos para atraer a tu partido a los descontentos no escatimándoles promesas, dones o recompensas. Si tus enemigos son más poderosos y fuertes que tú, no los ataques, sino que debes evitar con gran cuidado lo que pueda llevarte a un enfrentamiento general;


20 ocultarás siempre, con extremo cuidado, el estado en que te encuentras. Habrá ocasiones en que te rebajarás, y otras en que fingirás tener miedo. Harás creer a veces que eres débil para que tus enemigos, abriendo la puerta a la presunción y al orgullo, se precipiten a atacarte en el momento más inoportuno para ellos o se dejen sorprender y malbaratar vergonzosamente. Harás de suerte que quienes son inferiores a ti no puedan penetrar nunca tus designios. Tendrás a tus tropas siempre alerta, siempre en movimiento y ocupación, para impedir que se dejen ablandar en un vergonzoso reposo. Si atribuyes algún interés a las ventajas de mis planes, haz de manera de crear situaciones que contribuyan a su ejecución. Entiendo por situación, que el general actúe con plena conciencia, en armonía con lo que es ventajoso, y por eso mismo disponga del dominio del equilibrio. Toda campaña guerrera debe regularse por la apariencia; finge el desorden, no dejes nunca de ofrecer una carnada al enemigo para engolosinarlo, simula la inferioridad para alentar su arrogancia, estudia la manera de provocar su cólera para hundirlo mejor en la confusión: su avidez lo lanzará sobre ti y lo precipitará en el descalabro. Apresura tus preparativos cuando tus adversarios se concentren; evítalos donde sean poderosos. Hunde a tu adversario en inextricables pruebas y prolonga su agotamiento manteniéndote a distancia; cuida de fortalecer tus alianzas en el exterior y de afirmar tus posiciones en lo interno mediante una política de soldados-campesinos. ¡Qué lástima arriesgarlo todo en un sólo combate descuidando la estrategia victoriosa, y hacer depender la suerte ,de tus armas de una única batalla! Cuando el enemigo esté unido, divídelo; y ataca donde él no esté preparado, apareciendo cuando no te espere. Tales son las claves estratégicas de la victoria, pero ten cuidado de no comprometerlas de antemano. Que cada uno se represente como medidas las evaluaciones hechas en el templo antes de las hostilidades: anuncian la victoria cuando demuestran que tu fuerza


21 es superior a la del enemigo; indican la derrota cuando demuestran que éste es superior en fuerza. Considera que con muchos cálculos se puede lograr la victoria, teme no haberlos hecho en cantidad suficiente. ¡Qué pocas probabilidades tiene de ganar quién no los ha hecho! Gracias a este método examino yo la situación, y el resultado aparecerá claramente.


Principio segundo

La iniciación de las acciones

Sun Tse dijo: supongo que comienzas la campaña con un ejército de cien mil hombres, que estás suficientemente provisto de municiones de guerra y de boca, que tienes dos mil carros, mil de ellos para la carrera y los otros únicamente para el transporte; que hasta cien leguas de ti habrá por todas partes víveres para la manutención de tu ejército; que haces transportar con cuidado todo lo que pueda servir para la reparación de las armas y carros; que los artesanos y las demás personas que no forman parte del cuerpo de soldados te han precedido ya o marchan separadamente detrás de ti; que todas las cosas que sirven para usos ajenos a la guerra, como las que se emplean exclusivamente en ella, están siempre a cubierto de la acción atmosférica y protegidas de los accidentes embarazosos que puedan ocurrir. Supongo además que tienes mil onzas de plata para distribuir cada día a las tropas, y que se les paga siempre su soldada a tiempo y con la más rigurosa exactitud; en ese caso, puedes avanzar directamente contra el enemigo; atacarlo y vencerlo serán para ti la misma cosa. Digo además: no difieras el entablar combate, no esperes a que tus armas se cubran de orín ni que se


23 embote el filo de tus espadas. La victoria es el principal objetivo de la guerra. Si se trata de tomar una ciudad, apresúrate a sitiarla; piensa sólo en eso, orienta a tal fin todas tus fuerzas; en esto hay que ser expeditivo; si no lo eres, tus tropas corren el riesgo de soportar una larga campaña, que será fuente de funestas desdichas. Las arcas del príncipe al que tú sirves se agotarán, tus armas corroídas por el óxido ya no te servirán, se calmará el ardor de tus soldados, se desvanecerán su coraje y sus fuerzas, se consumirán las provisiones e incluso quizás te veas llevado a los extremos más embarazosos. Cuando los enemigos conozcan el lamentable estado en que te encontrarás entonces, saldrán frescos y caerán sobre ti y te descalabrarán. Aunque hayas gozado hasta ese momento de una gran reputación, perderás para siempre tu prestigio. Es inútil que en otras ocasiones hayas dado muestras extraordinarias de tu valor, pues toda la gloria que hayas adquirido quedará borrada por este último fracaso. Lo repito: no se puede tener largo tiempo a las tropas en campaña sin producir un perjuicio muy grande al Estado y sin afectar mortalmente la propia reputación. Quienes poseen los verdaderos principios del arte militar no se engañan pensando dos veces. Desde la primera campaña todo queda terminado; no consumen inútilmente víveres durante tres años seguidos. Encuentran la manera de hacer subsistir a sus ejércitos a expensas del enemigo, y ahorran al Estado enormes gastos que éste se ve obligado a hacer cuando es necesario transportar muy lejos todas las provisiones. Esos generales no ignoran, y tú debes saberlo bien, que nada agota tanto a un reino como los gastos de esta naturaleza, pues esté el ejército en las fronteras o en regiones alejadas, el pueblo sufre siempre por ello; todas las cosas necesarias para la vida aumentan de precio, se vuelven difíciles de encontrar e incluso quienes disfrutan, en tiempos comunes, de una posición desahogada llegan pronto a carecer de medios para comprarlas. El príncipe se apresura a percibir el tributo en espe-


24 cies que cada familia le debe; y al extenderse la miseria en el seno de las ciudades y llegar hasta los campos, de diez partes de lo necesario uno se ve obligado a prescindir de siete. Ni siquiera el soberano deja de padecer su parte de las desdichas comunes. Sus corazas, sus cascos, sus flechas, sus arcos, sus escudos, sus carros, sus lanzas, sus dardos, todo se destruirá. Los caballos, incluso los bueyes que trabajan las tierras del dominio perecerán, y de diez partes de sus expensas ordinarias el rey se verá obligado a prescindir de seis. Para prevenir todos estos desastres un general hábil no (debe olvidar nada que le permita abreviar las campañas y vivir a expensas del enemigo, o por lo menos consumir mercaderías extranjeras, a precio de plata, si es necesario. Si el ejército enemigo tiene una medida de grano en su campo, ten veinte en el tuyo; si tu enemigo tiene veinte libras de forraje para sus caballos, ten dos mil cuatrocientas para los tuyos. No dejes escapar ninguna ocasión de molestarlo, hazlo perecer en todas sus partes, busca los medios para irritarlo y hacerlo caer en alguna trampa; disminuye sus fuerzas lo más que puedas haciéndole realizar movimientos diversivos, matándole de tanto en tanto algún destacamento, saqueando sus convoyes, sus equipajes y otras cosas que puedan serte de alguna utilidad. Cuando tu gente haya tomado al enemigo más de diez carros, comienza por recompensar liberalmente tanto a quienes guíen la empresa como a los que ia ejecuten. Emplea esos carros para los mismos usos que das a los otros, pero antes quítales las marcas distintivas que puedan tener. Trata bien a los prisioneros, alimentándolos como a tus propios soldados; si es posible, haz que se encuentren mejor contigo que en su propio campo, o incluso en el seno de su patria. No los dejes nunca ociosos, saca partido de sus servicios con la desconfianza conveniente, y para decirlo en dos palabras, condúcete a su respecto como si fueran tropas enroladas libremente bajo tus estandartes. He aquí lo que llamo ganar una batalla y llegar a ser más fuerte. Si haces exactamente lo que te acabo de indicar, los


25 éxitos acompañarán todos tus pasos, serás vencedor en todas partes, ahorrarás la vida de tus soldados, afirmarás la posición de tu país en sus antiguas posesiones, le procurarás otras nuevas, aumentarás el esplendor y la gloria del Estado, y tanto el príncipe como los subditos te serán deudores de la dulce tranquilidad en que se deslizarán sus días en el futuro. Lo esencial está en la victoria y no en las operaciones prolongadas. El general, que se conoce en el arte de la guerra, es el ministro del destino del pueblo y el árbitro del destino de la victoria. ¡Qué objetos podrían ser más dignos de tu atención y de todos tus esfuerzos!


Principio tercero

Proposiciones de la victoria y de la derrota

Sun Tse dijo: he aquí algunas máximas de las que debes compenetrarte antes de querer forzar ciudades o ganar batallas. Conservar las posesiones y todos los derechos del príncipe al que sirves, he aquí cuál debe ser el primero de tus cuidados; engrandecerlos quitando bienes a los enemigos, es lo que sólo debes hacer cuando te veas forzado a ello. Velar por el reposo de las ciudades de tu propio país, he aquí lo que debe ocuparte principalmente; perturbar el de las ciudades enemigas, sólo debes hacerlo en el peor de los casos. Poner a cubierto de toda ofensa a las aldeas enemigas, he aquí aquello en que debes pensar; irrumpir contra las aldeas enemigas, es cosa que sólo debes hacer cuando te veas forzado por la necesidad. Impedir que las chozas y los caseríos de los campesinos sufran el más pequeño daño, es lo que merece igualmente tu atención; producir estragos y llevar la devastación a las instalaciones agrícolas de tus enemigos, es cosa que sólo debes emprender en caso de penuria extrema. Conservar las posesiones de los enemigos, es lo que debes hacer en primer lugar, como lo más perfecto que


27 hay; destruirlas, debe ser efecto de la necesidad. Si un general actúa así, su conducta no diferirá de la de los más virtuosos personajes; estará de acuerdo con el cielo y la tierra, cuyas operaciones tienden a la producción y a la conservación de las cosas, más bien que a su destrucción. Una vez bien grabadas estas máximas en tu corazón, te garantizo el éxito. Digo además: la mejor política guerrera es tomar un Estado intacto, una política inferior a ésta consistiría en arruinarlo. Vale más que el ejército del enemigo sea hecho prisionero y no destruido; importa más tomar un batallón intacto que aniquilarlo. Si tuvieras cien combates por librar, cien victorias serían el fruto. Sin embargo, no trates de tomar a tus enemigos al precio de los combates y de las victorias; pues si hay casos en que lo que está por encima de lo bueno no es bueno en sí mismo, tenemos aquí uno en que cuanto más nos elevamos por encima de lo bueno más nos aproximamos a lo pernicioso y lo malvado. Hay que subyugar más bien al enemigo sin darle batalla: éste será el caso en que cuanto más te eleves por encima del bien más te acercarás a lo incomparable y lo excelente. Los grandes generales logran sus fines descubriendo todos los artificios del enemigo, haciendo abortar todos sus proyectos, sembrando la discordia entre sus partidarios, teniéndolo siempre en suspenso, impidiéndole recibir ayuda extranjera y quitándole todas las posibilidades que podría tener de decidirse a algo ventajoso para él. Sun Tsé dijo: es de suprema importancia en la guerra atacar la estrategia del enemigo. Quien sobresale en resolver las dificultades, lo hace antes de que se presenten. Quien arrebata el trofeo, antes de que tomen forma los temores de su enemigo, sobresale en la conquista. Ataca el plan del adversario en el momento en que nace; Luego, quiebra sus alianzas;


28 Luego, ataca a su ejército. La peor de las políticas consiste en atacar a las ciudades; No consientas en ello, salvo que no sea posible poner en práctica ninguna otra solución. Hacen falta por lo menos tres meses para preparar y tener listos para el combate los carros, las armas necesarias y el equipo, y tres meses más para construir taludes a lo largo de los muros. Si te ves forzado a poner sitio a una plaza y reducirla, debes disponer tus carros, tus escudos y todas las máquinas necesarias para organizar el asalto, de modo que todo esté en buen estado cuando llegue el momento de utilizarlo. Sobre todo, haz de manera que la rendición de la plaza no se prolongue más allá de tres meses. Si expirado ese término no has llegado aún a realizar tus fines habrá habido seguramente algunas fallas de tu parte; no olvides nada para remediarlas. A la cabeza de tus tropas, redobla tus esfuerzos; al marchar al asalto imita la vigilancia, la actividad, el ardor y la tozudez de las hormigas. Supongo que habrás hecho de antemano los atrincheramientos y las demás obras necesarias, que habrás elevado reductos para descubrir lo que pasa entre los asediados, y que habrás remediado todos los inconvenientes que tu prudencia te haya hecho prever. Si pese a todas estas precauciones ocurre que de tres partes de tus soldados has tenido la desdicha de perder una sin lograr la victoria, convéncete de que no has atacado bien. Un general hábil no se encuentra nunca reducido a tales extremos; sin librar batallas, conoce el arte de humillar a sus enemigos; sin verter una gota de sangre, incluso sin sacar la espada, logra su fin de tomar las ciudades; sin poner los pies en los reinos extranjeros, encuentra el medio de conquistarlos evitando prolongadas operaciones; y sin perder un tiempo considerable a la cabeza de sus tropas, procura una gloria inmortal al príncipe al que sirve, asegura la felicidad de sus compatriotas y hace que el universo le deba el reposo y la paz: tal es el fin al que deben tender


29 sin cesar ni desalentarse nunca todos aquellos que comandan ejércitos. Vuestra finalidad sigue siendo la de apoderarse del imperio mientras está intacto; así tus tropas no se agotarán y tus ganancias serán completas. Tal es el arte de la estrategia victoriosa. Hay una infinidad de situaciones diferentes en las cuales puedes encontrarte respecto del enemigo. No sería posible preverlas todas; es por ello que no entro en mayores detalles. Tus luces y tu experiencia te sugerirán lo que tendrás que hacer, a medida que las circunstancias se presenten; sin embargo, voy a darte algunos consejos generales que podrás utilizar cuando llegue la ocasión. Si eres diez veces más fuerte en número que el enemigo, rodéalo por todas partes; no le dejes ningún pasaje libre; haz de manera que no pueda evadirse para ir a acampar a otra parte, ni recibir la menor ayuda. Si tienes cinco veces más soldados que él, dispon tu ejército de tal manera que pueda atacar por cuatro costados a la vez, cuando sea el momento. Si el enemigo es una vez menos fuerte que tú, conténtate con dividir tu ejército en dos. Pero si una y otra parte tienen la misma cantidad de soldados, lo único que puedes hacer es arriesgarte al combate. Si en cambio eres menos fuerte que él, manténte continuamente en guardia, pues la más pequeña falla te acarrearía las peores consecuencias. Trata de mantenerte al abrigo y evita en lo posible llegar a un enfrentarniento abierto con él; la prudencia y la firmeza de un pequeño número de personas pueden lograr el propósito y domar incluso a un ejército numeroso. Así serás a la vez capaz de protegerte y de lograr una victoria completa. Quien está a la cabeza de los ejércitos puede considerarse como sostén del Estado, y en efecto lo es. Si es como debe ser, el reino vivirá en la prosperidad; si en cambio no tiene las cualidades necesarias para desempeñar dignamente el puesto que ocupa, el reino sufrirá infaliblemente por ello y se encontrará quizás llevado muy cerca de su pérdida. Un general sólo puede servir bien al Estado de una


30 manera; pero puede producirle un perjuicio muy grande de maneras muy diferentes. Hacen falta muchos esfuerzos y una conducta constantemente acompañada por el valor y la prudencia, para lograr éxito: basta una falta para perderlo todo; y entre las faltas que se pueden cometer, ¿de cuántos tipos no las hay? Si un general recluta tropas fuera de estación, si las hace salir cuando no tendrían que salir, si no tiene un conocimiento exacto de los lugares por donde debe conducirlas, si las hace acampar erf posiciones desventajosas, si las fatiga sin finalidad, si las hace reprender innecesariamente, si ignora las necesidades de quienes componen su ejército, si no conoce el tipo de ocupación que cada uno de los hombres ejercía con anterioridad para poder aprovecharlo según sus capacidades; si no conoce los puntos fuertes y débiles de sus soldados, si no puede confiar en la fidelidad de éstos, si no hace observar la disciplina con todo rigor, si carece de talento para dirigir bien al ejército, si es irresoluto y vacila en ocasiones en que habría que tomar partido de inmediato, si no compensa adecuadamente a sus soldados por los sufrimientos que hayan padecido, si permite que los maltraten sin razón sus oficiales, si no sabe impedir las disidencias que podrían producirse entre los jefes; un general que cometiera todos estos errores tendría un ejército claudicante y agotaría los hombres y víveres del reino hasta transformarse él mismo en la vergonzosa víctima de su incapacidad. Sun Tse dijo: en la dirección de los ejércitos hay siete males: I. Imponer órdenes surgidas de la corte por decisión arbitraria del príncipe. II. Crear perplejidad entre los oficiales enviando emisarios que ignoran los asuntos militares. III. Mezclar reglamentos propios del orden civil y del orden militar. IV. Confundir el rigor necesario para el gobierno del Estado y la flexibilidad que requiere el comando de las tropas. V. Hacer compartir la responsabilidad a los ejércitos.


31 VI. Hacer nacer la sospecha, que engendra la turbación; un ejército confuso conduce a la victoria del otro. VII. Esperar órdenes en todas las circunstancias es como informar a un superior que quieres apagar el fuego; antes de que te llegue la orden las cenizas estarán ya frías; sin embargo, ¡se dice en el código que hay que consultar al Inspector en estas materias! Como si al construir una casa al borde de la ruta, se pidiera consejo a los que pasan; ¡el trabajo no habría terminado aún! Tal es mi enseñanza: Nombrar pertenece al dominio reservado al gobierno; decidir acerca de la batalla, al dominio del general. Un príncipe de carácter debe elegir al hombre que le conviene, investirlo de responsabilidades y esperar los resultados. Para vencer a los enemigos son necesarias cinco circunstancias. I. Saber cuando es adecuado combatir y cuando conviene retirarse. II. Saber emplear lo poco y lo mucho según las circunstancias. III. Combinar hábilmente las filas. Mensius dice: "la estación apropiada no es tan importante como las ventajas del suelo: y todo esto no es tan importante como la armonía de las relaciones humanas IV. Quien se prepara con prudencia para enfrentar al enemigo que aún no existe, ese mismo será el victorioso. Poner como pretexto la propia rusticidad y no prever, es el más grande de los crímenes; estar presto fuera de toda contingencia es la mayor de las virtudes. V. Mantenerse al abrigo de las ingerencias del soberano en todo lo que se puede intentar para su servicio y la gloria de sus armas. En estas cinco materias se encuentra el camino de la victoria.


32 Conoce a tu enemigo y conรณcete a ti mismo: si tuvieras que librar cien guerras, serรกs cien veces victorioso. Si no conoces a tu enemigo y te conoces a ti mismo, tus posibilidades de perder y de ganar serรกn iguales. Si no conoces ni a tu enemigo ni a ti mismo, sรณlo contarรกs tus combates por tus derrotas.


Principio cuarto

La medida en la disposición de los medios

Sun Tse dijo: antiguamente quienes tenían experiencia en el arte de los combates procuraban hacerse invencibles, esperaban a que el enemigo fuera vulnerable y no emprendían jamás una guerra si no preveían que ésta debía terminar con ventaja para ellos. Antes de emprenderla, se aseguraban el éxito. Si la ocasión de marchar contra el enemigo no resultaba favorable, esperaban tiempos más felices. Tenían por principio el de que uno sólo podía ser vencido por su propia falta, y que nunca se lograba la victoria como no fuera por las faltas cometidas por los enemigos. Hacerse invencible depende de uno mismo, asegurarse de que el enemigo sea vulnerable, depende de él mismo. El hecho de que uno esté instruido en los medios que aseguran la victoria, no equivale a obtenerla. Así, los Generales hábiles sabían de entrada lo que tenían que temer o lo que podían esperar, y avanzaban y retrocedían en sus operaciones, libraban batalla o se atrincheraban, según lo que sus propias luces les indicaban tanto sobre el estado de sus tropas como de las tropas del enemigo. Si se creían más fuertes, no temían entrar en combate y ser los primeros


34 en atacar. Si, por el contrario, se veían más débiles, se atrincheraban y mantenían a la defensiva. La invencibilidad reside en la defensa, la posibilidad de victoria en el ataque. Quien se defiende muestra que su fuerza es inadecuada, quien ataca, que es abundante. El arte de mantenerse deliberadamente a la defensiva no es menos complejo que el de combatir con éxito. Los expertos en la defensa deben hundirse hasta el centro de la tierra. Aquellos que, por el contrario, desean brillar en el ataque deben elevarse hasta el noveno cielo. Para ponerse al abrigo del enemigo hay que ocultarse en el seno de la tierra, como esas venas de agua cuya fuente no se conoce y cuyos caminos sería imposible localizar. Así, ocultarás todos tus pasos y serás impenetrable. Quienes combaten deben elevarse hasta el noveno cielo, es decir, tienen que proceder de manera que el Universo entero resuene con el rumor de su gloria. La conservación de sí mismo es el fin principal que hay que proponerse en los dos casos. Saber el arte de vencer como quienes han honrado esta misma carrera, es precisamente lo que deberás tratar de hacer; querer superar a todos y tratar de ser demasiado sutil en las cosas militares equivale a correr el riesgo de no igualar a los grandes maestros, de exponerse incluso a quedar infinitamente por debajo de ellos; pues es en este aspecto donde lo que es superior a lo bueno no es a su vez bueno. Lograr victorias por medio de combates fue considerado en todas las épocas por el Universo entero como algo bueno; pero me atrevo a decirte que también en este caso lo que está por encima de lo bueno es a menudo peor que lo malo. Predecir una victoria que el hombre ordinario puede prever, y ser llamado umversalmente experto, no es el colmo de la habilidad guerrera. Pues cortar el vello de los conejos en otoño * no requiere gran fuerza; no hay que tener ojos muy * A l referirse al vello de los conejos en otoño Sun Tse alude

a la tenuidad del pelo de estos animales a comienzos de esa estación.


35 penetrantes para descubrir el sol y la luna; no es necesario tener oído muy delicado para percibir el trueno cuando brama con estrépito; nada más natural, nada más fácil, nada más simple que todo eso. Los guerreros hábiles no encuentran más dificultades en los combates; proceden de manera de vencer en la batalla luego de haber creado las condiciones adecuadas. Lo han previsto todo; se han preparado por su parte para todas las eventualidades. Conocen la situación de los enemigos, sus fuerzas, y no ignoran lo que pueden hacer y hasta dónde pueden ir; la victoria es una consecuencia natural de su saber. Por ello, las victorias obtenidas por un maestro en el arte de la guerra no le ganaban reputación de sabio ni mérito de hombre valeroso. Que una victoria se obtenga antes de que la situación esté cristalizada es algo que el común de la gente no comprende. Por ese motivo, el autor de la conquista no se reviste de ninguna reputación de sagacidad. Antes que la hoja de su espada se haya cubierto de sangre, el Estado enemigo ya está sometido. Si subyugas a tu enemigo sin librar combate, no te consideres hombre valeroso. Tales eran nuestros Antepasados: nada les era más fácil que vencer; por lo tanto, no creían que los vanos títulos de valientes, de héroes, de invencibles fueran un tributo de elogios que ellos hubieran merecido. Sólo atribuían su éxito al cuidado extremo que ponían en evitar hasta la más pequeña falta. Evitar hasta la más pequeña falta quiere decir que el comandante, haga lo que hiciere, asegura la victoria; conquista a un enemigo que ya ha sufrido la derrota; en sus planes nunca hay un desplazamiento inútil, en su estrategia jamás un paso en vano. El jefe hábil adopta una posición que no lo puede llevar a la derrota; no omite ninguna circunstancia susceptible de garantizarle el dominio sobre su enemigo. Un ejército victorioso lleva ventaja antes de haber entrado en batalla; un ejército destinado a la derrota combate con la esperanza de ganar. Quienes son minuciosos en el arte de la guerra cul-


36 tivan el Tao y preservan las reglamentaciones; son entonces capaces de formular políticas de victoria. Antes de llegar al combate trataban de humillar a sus enemigos, los mortificaban, los fatigaban de mil maneras. Sus propios campamentos eran lugares siempre al abrigo de todo ataque, siempre a cubierto de toda sorpresa, siempre impenetrables. Esos generales creían que para vencer era necesario que las tropas buscasen el combate con ardor; y estaban persuadidos de que cuando estas mismas tropas buscaban la victoria con entusiasmo, ocurría generalmente que eran vencidas. No quieren que las tropas abriguen una confianza demasiado ciega, que degenere en presunción. Las tropas que buscan la victoria están ablandadas por la pereza o son tímidas o presuntuosas. Las tropas que, por el contrario, buscan el combate sin pensar en la victoria, están endurecidas en el trabajo, son realmente aguerridas y vencerán siempre con seguridad. Es así como en tono seguro se atrevían a prever los triunfos o las derrotas, incluso antes de haber dado un paso para asegurar las primeras o preservarse de las segundas. Ahora, he aquí los cinco elementos del arte de la guerra : I. II. III. IV. V.

La medida del espacio; La estimación de las Cantidades; Las reglas de Cálculo; Las Comparaciones; Las chances de Victoria;

Las medidas del espacio derivan del terreno; las cantidades derivan de la medida; las cifras emanan de las cantidades; las comparaciones provienen de las cifras; y la victoria es el fruto de las comparaciones. Mediante la disposición de las fuerzas un General victorioso es capaz de llevar a su pueblo al combate, como las aguas contenidas que al ser repentinamente liberadas se precipitan en un abismo sin fondo. Vosotros, que estáis a la cabeza de los ejércitos, no


37 olvidéis pues nada de lo necesario para hacernos dignos del cargo que ejercéis. Atended a las medidas que contienen las cantidades, y a las que determinan las dimensiones: recordad las reglas de Cálculo; considerad los efectos de la balanza; la victoria sólo es fruto de una suputación exacta. Las consideraciones sobre las diferentes medidas os llevarán al conocimiento de lo que la tierra puede ofreceros de útil; sabréis lo que produce y aprovecharéis siempre sus dones; no ignoraréis las diferentes rutas que habrá que tomar para llegar con seguridad al término que os hayáis propuesto. Mediante el Cálculo, estimaréis si el enemigo puede ser atacado, y sólo después de esto debe movilizarse a la población y reclutar las tropas; aprended a distribuir siempre a propósito las municiones de guerra y de boca, y a no caer nunca en el exceso del demasiado o del demasiado poco. En fin, si recordáis en vuestro espíritu las victorias logradas en diferentes épocas y todas las circunstancias que las han acompañado, no ignoraréis los diversos usos que de ellas se han hecho, y sabréis cuáles son las ventajas que esas victorias han procurado o los perjuicios que causaron a los vencedores mismos. Un Y sobrepasa a un Tchu.* En los platillos de una balanza el Y pesa más que el Tchu. Debéis ser para vuestros enemigos lo que el Y es al Tchu. Después de una primera ventaja, no os durmáis queriendo dar a vuestras tropas un reposo fuera de oportunidad. Proseguid adelante con la misma rapidez que un torrente que se precipitara desde miles de toesas de altura. Que vuestro enemigo no tenga tiempo de reconocerse, y no penséis en recoger los frutos de vuestra victoria hasta que su completa derrota os haya puesto en condiciones de hacerlo con seguridad, ocio y tranquilidad.

* Un Y pesa alrededor de 700 gramos, y un Tchu no llega a pesar un gramo.


Principio quinto

La firmeza

Sun Tse dijo: en general el comandante de un gran número de soldados es igual que el que dirige un pequeño número; se trata sólo de una cuestión de organización. Controlar el número grande y el pequeño es una sola y misma cosa; no se trata más que de formación y de transmisión de las señales. Debes tener los nombres de todos los oficiales tanto generales como subalternos; inscríbelos en un catálogo aparte, con una observación sobre los talentos y capacidad de cada uno de ellos, a fin de poderlos emplear con ventaja cuando llegue la ocasión. Haz de manera que todos los que debes comandar estén persuadidos de que tu principal atención consiste en preservarlos de cualquier daño. Las tropas que harás avanzar contra el enemigo deben ser como piedras que lances contra huevos. Entre tú y el enemigo no debe haber otra diferencia que la que existe entre lo fuerte y lo débil, lo vacío y lo lleno. La certeza de que se aguantará el ataque del enemigo sin sufrir una derrota es función de la combinación entre la utilización directa e indirecta de las fuerzas.^ ' ; ' % * Directa: Fijar y distraer. Indirecta: Irrumpir por donde no se espera el golpe.


39 Utiliza generalmente fuerzas directas para iniciar la batalla y fuerzas indirectas para lograr que ésta se decida en tu favor. Los recursos de quienes son hábiles en la utilización de las fuerzas indirectas son tan infinitos como los de los Cielos y de la Tierra, y tan inagotables como el curso de los grandes ríos. Debes atacar al descubierto pero vencer en secreto. He aquí, en pocas palabras, en qué consiste la habilidad y toda la perfección misma del gobierno de las tropas. El pleno día y las tinieblas, lo visible y lo secreto; he ahí todo el arte. Quienes lo poseen son comparables al Cielo y a la Tierra, cuyos movimientos no carecen nunca de efecto; se parecen a los ríos y a los mares cuyas aguas no podrían agotarse. Si se hundieran en las tinieblas de la muerte, podrán volver a la vida; como el sol y la luna, tienen el tiempo en que hay que mostrarse y el tiempo en que hay que desaparecer; como las cuatro estaciones, tienen las variedades que les convienen; como los cinco tonos de la música, como los cinco colores, como los cinco gustos, pueden combinarse al infinito. En efecto, ¿quién ha llegado a oír alguna vez todos los aires que pueden resultar de la diferente combinación de los tonos? ¿Quién ha visto alguna vez todo lo que pueden presentar los colores distintamente matizados? ¿Quién ha saboreado alguna vez todo lo que los gustos mezclados en forma diferente pueden ofrecer de agradable o de picante? Sin embargo, sólo se han establecido cinco colores y cinco1 tipos de gustos. En el Arte Militar y en el buen gobierno de las tropas sólo hay por cierto dos clases de fuerzas; como sus combinaciones son ilimitadas, nadie puede abarcarlas todas. Estas fuerzas son mutuamente productivas y actúan entre sí. Se trataría en la práctica de una cadena de operaciones cuyo fin no se lograría percibir, como esos anillos múltiples y entremezclados que hay que juntar para formar un anular, de una rueda en movimiento que no tiene comienzo ni fin. En el Arte Militar cada operación particular tiene partes que requieren el pleno día y otras que exigen las tinieblas del secreto. Querer denominarlas es imposible; sólo las circunstancias pueden hacerlas conocer y determinarlas. Se oponen los más grandes blo-


40 ques de roca a las rápidas aguas cuyo cauce queremos estrechar; sólo se emplean redes tenues y finas para capturar a las aves pequeñas. Sin embargo, el río rompe a veces sus diques después de haberlos minado poco a poco y los pájaros logran quebrar las cadenas que los retienen, a fuerza de debatirse. El agua de los torrentes, con su impulso, choca contra las rocas; el halcón se ajusta a la medida de la distancia para desgarrar el cuerpo de su presa. Quienes poseen verdaderamente el arte de gobernar bien a las tropas son los que han sabido y saben hacer formidable el poderío de éstas, los que han adquirido una autoridad sin límites y no se dejan abatir por ningún acontecimiento, por molesto que sea; los que no hacen nada sin precipitación; los que se comportan, incluso cuando son sorprendidos, con la sangre fría que muestran ordinariamente en las acciones meditadas y en los casos previstos largo tiempo antes, y que actúan siempre en todo lo que hacen con esa prontitud que sólo es casi el fruto de la habilidad, unida a una larga experiencia. Así, el impulso de quien es hábil en el arte de la guerra resulta irresistible, y su ataque está regulado con precisión. El potencial de estos tipos de guerreros es como el de los grandes arcos tendidos a fondo, todo cede a sus golpes, todo se descalabra. Como un globo que presenta una igualdad perfecta en todos los puntos de su superficie, éstos son igualmente fuertes por todas partes; en todos los puntos su resistencia es la misma. En el momento álgido del encuentro y de un evidente desorden saben guardar un orden que nada puede interrumpir, hacen nacer la fuerza del seno mismo de la debilidad, hacen salir el coraje y el valor de en medio de la poltronería y de la pusilanimidad. Pero no se puede aprender a guardar un orden maravilloso en medio mismo del desorden sin haber reflexionado antes profundamente sobre todos los acontecimientos que pueden ocurrir. Sólo pueden hacer nacer la fuerza del seno mismo de la debilidad quienes tienen un poder absoluto y una autoridad ilimitada (con la palabra poder no quiero significar aquí la dominación sino la facultad que hace que se pueda traducir en actos todo lo que uno se


41 propone). Para hacer surgir el coraje y el valor de en medio de la poltronería y de la pusilanimidad uno mismo tiene que ser un héroe, más que un héroe, debe estar por encima de los más intrépidos. Un comandante hábil busca la victoria en la situación y no la exige de sus subordinados. Por más grande, por más maravilloso que parezca todo esto, exijo aún, sin embargo, algo más de quienes gobiernan las tropas, y es el arte de hacer mover a su voluntad a los enemigos. Quienes poseen este arte admirable disponen de la firmeza de su gente y del ejército que comandan, de manera que hacen acudir al enemigo siempre que lo juzgan a propósito; saben conceder liberalidades cuando conviene, y las hacen incluso a aquellos a los que quieren vencer; dan al enemigo y éste recibe, le abandonan algo y éste viene a tomarlo. Están preparados para todo; aprovechan de todas las circunstancias; siempre desconfiados, hacen vigilar a los subordinados a los que emplean y, como desconfían de sí mismos, no descuidan ningún medio que pueda serles útil. Consideran a los hombres contra los que deben combatir como piedras o trozos de madera que tuvieran que hacer rodar de lo alto a lo bajo. La piedra y la madera no tienen ningún movimiento que les sea natural; una vez que llegan a la situación de reposo no salen de ella por sí mismas sino que siguen el movimiento que se les imprime; si tienen forma cuadrada, se detienen en seguida; si son redondas ruedan hasta que encuentran una resistencia más fuerte que la fuerza que se les imprimió. Debes hacer de modo que el enemigo esté en tus manos como una piedra de figura redonda que tengas que hacer rodar de una montaña de mil toesas de altura; la fuerza que se le imprime es mínima; los resultados son enormes. En esto se reconocerá que tienes el poder y la autoridad.


Principio sexto

De lo lleno y de lo vacío

Sun Tse dijo: una de las cosas más esenciales que debes hacer antes del combate es elegir bien la ubicación de tu campamento. Para esto hay que ser diligente, no se debe permitir al enemigo que se anticipe, hay que acampar antes de que éste haya tenido tiempo de reconocerte, incluso antes de que se haya enterado de tu marcha. La menor negligencia en este aspecto puede serte de fatales consecuencias. En general, acampar después de los otros sólo es motivo de desventaja. Quien es capaz de hacer acudir al enemigo por su propia iniciativa lo logra ofreciéndole alguna ventaja; y el que desea impedírselo, lo hace hiriéndolo. Quien está a cargo de la conducción de un ejército no debe confiarse en otros para una elección de esta importancia; y todavía tiene que hacer algo más. Si es realmente hábil, podrá disponer a su voluntad del campamento mismo y de todos los movimientos de su enemigo. Un gran general no espera a que se le haga ir, sabe hacer venir al enemigo. Si procedes de modo que el enemigo trate de marchar por su propia voluntad hacia los lugares a los que quieres precisamente que vaya, trata también de allanarle todas las dificultades, de eliminar todos los obstáculos que pudiera encontrar, por temor de que alarmado ante las imposibili-


43 dades que calcula, o los inconvenientes demasiado visibles que descubre, renuncie a su designio. Perderías tu trabajo y tus esfuerzos, y quizás incluso algo más. La gran ciencia consiste en hacerle querer todo lo que deseas que haga, y proporcionarle, sin que se dé cuenta, todos los medios de secundar tus ambiciones. Después que hayas dispuesto del lugar de tu campamento y del que ocupará el enemigo mismo, espera tranquilamente que tu adversario dé los primeros pasos; pero mientras esperas trata de hambrearlo en medio de la abundancia, de procurarle conmociones en el seno del reposo y de suscitarle mil terrores en los momentos mismos en que está más seguro. Si después de haber esperado largo tiempo no ves que el enemigo se disponga a salir de su campo, saldrás tú del tuyo; mediante tu movimiento provocarás el suyo, dale frecuentes alarmas, hazle nacer la ocasión de cometer alguna imprudencia de la cual puedas sacar beneficio. Si se trata de vigilar, vigila con energía: no te adormezcas. Si se trata de ir hacia él, ve prontamente, ve con seguridad por caminos que sólo tú conozcas. Acude a los lugares a los que el enemigo no pueda sospechar que te propones ir. Sal de golpe por donde no te espera y cae sobre él cuando menos lo piense. Para estar seguro de que tomarás lo que atacas, tienes que lanzar el asalto por el lado en que el enemigo no se protege; para estar seguro de que conservarás lo que defiendes, tienes que defender un lugar que el enemigo no ataque. Si después de haber marchado durante bastante tiempo, si por tus marchas y contramarchas has recorrido el espacio de mil leguas sin haber sufrido aún daño alguno, incluso sin que te hayan detenido, llegarás a la conclusión de que el enemigo ignora tus designios o que te teme, o que no hace guardar los lugares que pueden ser de importancia para él. Evita caer en semejante falla. El gran arte de un general consiste en proceder de manera que el enemigo ignore siempre el lugar en que tendrá que combatir, y en ocultarle con cuidado el conocimiento de los sitios que uno hace vigilar. Si el general logra eso, y puede ocultar también hasta sus


44 más mínimos pasos, no es sólo un hábil general sino también un hombre extraordinario, un prodigio. Sin que lo vean, ve; oye sin que lo oigan; actúa sin ruido y dispone como le place de la suerte de sus enemigos. Además, si una vez desplegados los ejércitos no percibes que haya un cierto vacío que pueda favorecerte, no intentes arrollar a los batallones enemigos. Si cuando éstos se dan a la fuga, o vuelven sobre sus pasos, muestran una extremada diligencia y marchan en buen orden, no intentes perseguirlos; o si lo haces, que no sea nunca hasta muy lejos ni internándote en regiones desconocidas. Si cuando te propones librar batalla los enemigos permanecen en sus trincheras, no vayas a atacarlos allí, sobre todo si están bien atrincherados, si tienen largos fosos y elevadas murallas que los cubren. Si por el contrario, en la creencia de que no es conveniente librar combate deseas evitarlo, manténte en tus atrincheramientos y disponte a sostener el ataque y a hacer algunas útiles salidas. Deja que los enemigos se fatiguen, espera que estén en desorden o se sientan muy seguros; podrás salir entonces y caer sobre ellos con ventaja. Debes prestar constantemente una extrema atención para no separar nunca los diferentes cuerpos de tus ejércitos. Haz que puedan sostenerse siempre fácilmente unos a otros; en caso contrario, trata de hacer que el enemigo se divida lo más posible; si se distribuye en diez cuerpos, ataca a cada uno de ellos separadamente con tu ejército entero; éste es el verdadero medio de combatir siempre con ventaja. De esta manera, por pequeño que sea tu ejército, el gran número estará siempre de tu lado. Que el enemigo no sepa nunca de qué manera te propones combatirlo, ni el modo en que piensas atacarlo o defenderte. En efecto, si se prepara en la vanguardia, su retaguardia será débil, si se prepara en la retaguardia, su frente será frágil; si se prepara a su izquierda, su derecha será vulnerable; si se prepara a su derecha, su izquierda se debilitará, y si se prepara en todos los lugares su posición será en general defectuosa. Si lo ignora en absoluto, hará grandes preparativos, tratará de fortalecerse en todos los sectores, dividirá sus fuerzas, y esto lo llevará justamente a la ruina.


45 En lo que a ti respecta, no hagas lo mismo: que tus principales fuerzas estén todas del mismo lado; si quieres atacar de frente, elige un sector y pon a la cabeza de tus tropas lo mejor que tengas. Raramente se resiste a un primer esfuerzo, pero también es difícil recuperarse cuando se ha llevado al comienzo la peor parte. El ejemplo de los bravos basta para alentar a los más cobardes. Estos siguen sin esfuerzo el camino que se les muestra; pero no sabrían abrírselo por sí mismos. Si quieres combatir con el ala izquierda, vuelca tus preparativos hacia ese lado y pon en el ala derecha lo más débil que tengas; pero si quieres vencer con el ala derecha, que ésta la ocupen tus mejores tropas y reciba toda tu atención. Quien dispone de pocos hombres debe prepararse contra el enemigo, quien tiene muchos debe proceder de modo que el enemigo se prepare contra él. Esto no es todo; así como resulta esencial que conozcas a fondo el lugar en que debes combatir, no es menos importante que estés instruido acerca del día, la hora, el momento mismo del combate; es una cuestión de cálculo que no hay que descuidar. Si el enemigo está lejos de ti, debes saber, día por día, el camino que recorre, seguirle paso a paso, aunque permanezcas en apariencia inmóvil en tu campamento; tienes que ver todo lo que hace, aunque tus ojos no puedan llegar hasta él; escuchar todos sus discursos, aunque estés fuera de alcance para oírlo; ser testigo de toda su conducta, entrar incluso en el fondo de su corazón paar leer allí sus temores o sus esperanzas. Plenamente instruido de todos sus designios, de todas sus marchas, de todas sus acciones, lo harás llegar cada día exactamente al sitio al cual quieres que llegue. En ese caso lo obligarás a acampar de manera que el frente de su ejército no pueda recibir ayuda de quienes están al final, que el ala derecha no pueda ayudar al ala izquierda, y lo combatirás así en el lugai y momento que más te convengan. Antes del día determinado para el combate, no estés ni demasiado lejos ni demasiado cerca del enemigo. El espacio de unas pocas leguas es el límite más cercano al que debes llegar, y diez leguas enteras son el espacio más grande que debes dejar entre tu ejército y el suyo.


46 No trates de tener un ejército demasiado numeroso, pues la excesiva cantidad de personas es a menudo más dañina que útil. Un pequeño ejército bien disciplinado es invencible si lo manda un buen general. ¿De qué le servían al Rey de Yue las excelentes y numerosas cohortes de que disponía cuanto estaba en guerra contra el Rey de U? Este con pocas tropas, con un puñado de personas, lo venció, lo domó y sólo le dejó, de todos sus Estados, un recuerdo amargo y la vergüenza eterna de haberlos gobernado tan mal. Digo que la victoria puede crearse; aunque el enemigo sea numeroso, puedo impedirle trabar combate; pues si ignora mi situación militar, puedo hacer de suerte que se preocupe de su propia preparación: así le quito el ocio necesario para hacer planes con el fin de derrotarme. I. Determina los planes del enemigo y sabrás cuál estrategia será coronada por el éxito y cuál no lo será. II. Pertúrbalo y hazle revelar su orden de batalla. III. Determina sus disposiciones y hazle revelar su campo de batalla. IV. Ponlo a prueba y entérate dónde su fuerza es abundante y dónde es deficiente. V. La táctica suprema consiste en disponer las propias tropas de un modo evidente; entonces los espías más penetrantes no podrán huronear y los sabios no podrán establecer planes contra ti. VI. Yo elaboro planes para la victoria según las formas, pero la multitud no lo comprende. Aunque todos puedan ver los aspectos exteriores, nadie puede comprender la vía por la cual he creado la victoria. VII. Y cuando vencí en una batalla, no repito mi táctica, sino que respondo a las circunstancias siguiendo una variedad infinita de caminos. Sin embargo, si sólo tienes un pequeño ejército no trates de medirte en posición desventajosa con un ejército numeroso; debes tomar muchas precauciones antes de llegar a ello. Cuando se tienen los conocimientos a que me he referido anteriormente, se sabe que hay que


47 atacar o mantenerse simplemente a la defensiva; cuándo hay que permanecer tranquilo y si ha llegado el momento de ponerse en movimiento; y si es forzoso combatir, se sabe si uno será vencedor o vencido; al ver simplemente la actitud de los enemigos, se puede concluir acerca de su victoria o su derrota, su perdición o su salvación. Una vez más, si quieres ser el primero en atacar, no lo hagas antes de haber examinado si tienes todo lo necesario para lograr éxito. En el momento de desencadenar tu acción, debes leer en las primeras miradas de tus soldados; mantén atención a sus primeros movimientos; y por su ardor o dejadez, por su temor o intrepidez, podrás concluir acerca del éxito o la derrota. No es presagio engañoso el de la primera actitud de un ejército presto a librar combate. Hay algunos que lograron la más notable victoria pero habrían sido totalmente derrotados si la batalla hubiera ocurrido un día antes, o unas horas más tarde. Debe ocurrir con las tropas más o menos lo que ocurre con el agua corriente. Así como el agua que corre evita las alturas y se apresura hacia las zonas bajas, de la misma manera un ejército evita la fuerza y golpea sobre la debilidad. Si la fuente es elevada, el río o arroyo se desliza rápidamente; si la fuente está casi a nivel, es difícil percibir algún movimiento; si hay algún vacío el agua lo llena por sí misma cuando encuentra el más mínimo resquicio que la favorezca; si hay lugares demasiado llenos el agua trata naturalmente de descargarse hacia otros sectores. * En tu caso, si al recorrer las filas de tu ejército ves que hay vacío, hay que llenarlo; si encuentran algo que abunda en exceso, hay que reducirlo; si percibes algo demasiado alto, hay que rebajarlo; si algo es demasiado bajo, hay que elevarlo. El agua sigue en su curso la situación del terreno por el cual fluye; igualmente, tu ejército debe adaptarse al terreno en el que se mueve. El agua que no tiene pendiente no podría fluir; las tropas que no son bien conducidas no podrían vencer. El general hábil sacará partido aun de las circunstancias más peligrosas y críticas. Sabrá hacer tomar la forma que quiera no


48 sólo al ejército que comanda sino también al de los enemigos. Las tropas, como quiera que sean, no tienen cualidades constantes que las hagan invencibles; los peores soldados pueden cambiar para bien y transformarse en excelentes guerreros. Debes conducirte según este principio; no perder ninguna ocasión cuando te resulte favorable. Los cinco elementos no son en todos los aspectos ni siempre igualmente puros; las cuatro estaciones no se suceden de la misma manera cada año; la salida y la puesta del sol no ocurren siempre en el mismo punto del horizonte. Entre los días, unos son largos, otros cortos. La luna crece y decrece y no tiene siempre el mismo brillo. Un ejército bien guiado y disciplinado imita adecuadamente todas estas variedades.


Principio séptimo

El enfrentamiento directo e indirecto

Sun Tse dijo: después que el general haya recibido del soberano la orden de emprender la campaña, reunirá las tropas y movilizará al pueblo; hará del ejército un conjunto armonioso. Ahora debe prestar atención a procurarle campamentos ventajosos, pues de ello depende principalmente el éxito de sus proyectos y de todas sus empresas. Esta tarea no es de ejecución tan fácil como podría imaginarse; se tropieza a menudo en ella con dificultades innumerables, y de todas clases; no hay que olvidar nada para allanarlas y vencerlas. Una vez acampadas las tropas, hay que prestar atención a lo cercano y lo lejano, a las ventajas y las pérdidas, al trabajo y al reposo, a la diligencia y la lentitud; es decir, es necesario acercar lo que está lejos, sacar ventaja incluso de las pérdidas, substituir el vergonzoso reposo por el útil trabajo, convertir la lentitud en diligencia; es necesario estar cerca cuando el enemigo te cree lejos; que tengas una ventaja real cuando el enemigo cree haberte ocasionado algunas pérdidas; que estés ocupado en algún trabajo útil cuando él te crea hundido en el reposo, y que utilices toda clase de diligencia cuando el sólo cree percibir en ti lentitud: así, al engañarlo, lo adormecerás para poder atacarlo cuando menos lo espere y sin que tenga tiempo de orientarse.


50 El arte de aprovechar lo cercano y lo lejano consiste en tener al enemigo alejado del lugar que hayas elegido para instalar tu campamento y de todos los sitios que te parezcan de alguna importancia; en alejar al enemigo de todo lo que podría resultarle ventajoso y en acercar a ti todo aquello de lo que puedas sacar algún beneficio; consiste además en mantenerte continuamente en guardia para no ser sorprendido y en vigilar sin cesar espiando el momento de sorprender a tu adversario. Así, debes tomar una vía indirecta y distraer al enemigo presentándole el señuelo *; de esta manera podrás ponerte en camino después de él y llegar antes de él. Quien es capaz de hacer esto comprende el enfoque directo e indirecto. Además: no emprendas nunca pequeñas acciones si no estás seguro de que te resultarán ventajosas y además no lo hagas en absoluto si no te ves forzado a ello, pero sobre todo guárdate muy bien de emprender una acción general cuando no estés seguro de la completa victoria. Es muy peligroso proceder con precipitación en casos semejantes; una batalla librada inoportunamente puede perderte por completo; lo menos que te ocurrirá, si el acontecimiento es dudoso o sólo logras un éxito a medias, es verte frustrado en la mayor parte de tus esperanzas y no poder lograr tus fines. Antes de llegar a un combate definitivo es necesario que lo hayas previsto y estés preparado para él desde largo tiempo atrás; no cuentes nunca con el azar en todas las cosas de este género que lleves a cabo; después que hayas resuelto librar batalla y que ya estén hechos para ello los preparativos, deja en lugar seguro todo el bagaje inútil, haz despojar a tu gente de todo lo que podría resultarles embarazoso o constituir una carga excesiva; incluso de sus armas no les dejes llevar más que las que puedan transportar fácilmente. Vigila, cuando abandonas tu campamento con la esperanza de una ventaja probable, que ésta sea superior a los aprovisionamientos que dejas en lugar seguro. Si debes ir un poco lejos, marcha día y noche; haz * Señuelo: trozo de cuero rojo en forma de pájaro al que se ataba un cebo para hacer volver el halcón a la mano.


51 camino doble del común; que la parte escogida de tus tropas esté a la cabeza; pon al final a los más débiles. Debes preverlo todo, disponerlo todo y caer sobre el enemigo cuando éste te crea aún a cien leguas de distancia: en ese caso, te anuncio la victoria. Pero si al tener que recorrer cien leguas para poder alcanzarlo sólo haces por tu parte cincuenta, y el enemigo en su avance hace otras tantas, de diez partes hay cinco en que serás vencido; como de tres partes hay dos en que serás vencedor si el enemigo sólo se entera de que vas hacia él cuando no te quedan más de treinta leguas que recorrer para alcanzarlo, pues es difícil que en el poco tiempo que le resta pueda prever todo lo necesario y prepararse para recibirte. Con el pretexto de hacer reposar a tu gente, cuídate bien de no fallar en el ataque si llegas a él. Un enemigo sorprendido está ,a medias vencido; no ocurre lo mismo si le das tiempo para orientarse; pronto puede encontrar recursos para escapar de ti y quizás aun para causar tu pérdida. No descuides nada de lo que pueda contribuir al buen orden, a la salud, a la seguridad de tus gentes mientras estén bajo tu conducción; ten gran cuidado de que las armas de tus soldados se hallen siempre en buenas condiciones. Haz de manera que los víveres sean sanos y no les falten nunca; presta atención a que las provisiones sean abundantes y se las reúna a tiempo, pues si tus tropas están mal armadas, y hay escasez de víveres en el campamento, y si no tienes de antemano todas las provisiones necesarias, es difícil que logres éxito. No olvides mantener entendimientos secretos con los ministros extranjeros y manténte siempre instruido de los designios que pueden abrigar los príncipes aliados o tributarios, de las intenciones buenas o malas de quienes pueden influir sobre la conducta del señor al que sirves y provocar órdenes o prohibiciones susceptibles de entorpecer tus proyectos y hacer que por ello tus cuidados resulten inútiles. Tu prudencia y tu valor no podrían enfrentar largo tiempo sus cábalas o malos consejos. Para obviar este inconveniente consúltalos en ciertas ocasiones, como si tuvieras necesidad de sus luces: que todos sus ene-


52 migos lo sean también tuyos; no tengas nunca intereses en pugna con ellos, cédeles en las pequeñas cosas, en una palabra, mantén la unión más estrecha que puedas. Ten un conocimiento exacto y detallado de todo lo que te rodea; entérate de donde hay un bosque, un montecito, un río, un arroyo, un terreno árido y pedregoso, un lugar pantanoso y malsano, una montaña, una colina, una pequeña elevación, un valle, un precipicio, un desfiladero, un terreno abierto, en fin, todo lo que pueda servir o dañar a las tropas que comandas. Si ocurre que no estás en situación de instruirte por ti mismo acerca de la ventaja o desventaja del terreno, debes valerte de guías locales en los que puedas confiar plenamente. La fuerza militar está regida por su relación con la apariencia. Desplázate cuando estés en posición ventajosa y provoca cambios de situación dispersando y concentrando las fuerzas. En las ocasiones en que se trate de estar tranquilo, que reine en tu campamento una tranquilidad parecida a la que existe en medio de los bosques más espesos; cuando por el contrario se trate de hacer movimientos y ruido, debes imitar el bramido del trueno; si hay que .estar firme en un lugar, manténte inmóvil en él como una montaña; si hay que salir para practicar el pillaje, muéstrate activo como el fuego; si es necesario enceguecer al enemigo, sé un relámpago; si debes ocultar tus designios, hazte oscuro como las tinieblas. Guárdate sobre todo de hacer salida alguna en vano: cuando procedas a enviar algún destacamento, que sea siempre con la esperanza, o mejor dicho con la certidumbre, de una ventaja real; para evitar el descontento, practica siempre una exacta y justa repartición de todo lo que hayas arrebatado al enemigo. Quien conoce el arte de la aproximación directa e indirecta logrará la victoria. He aquí el arte del enfrentamiento. A todo lo que acabo de decir hay que agregar la manera en que debes dar tus órdenes y hacerlas ejecutar. Hay ocasiones y campamentos en que la mayor parte de tus soldados no podrían verte ni oírte; los tambores, los estandartes y las banderas pueden reemplazar


53 tu voz y tu presencia. Debes instruir a tus tropas para que conozcan todas las señales que puedes emplear. Si tienes que realizar evoluciones durante la noche, haz ejecutar tus ordenes al son de una gran cantidad de tambores; si por el contrario debes actuar de día, emplea las banderas y los estandartes para hacer conocer tu voluntad. El redoble de un gran número de tambores servirá durante la noche tanto para espantar a tus enemigos como para reanimar el coraje de tus soldados; el esplendor de un gran número de estandartes, la multitud de sus evoluciones, la diversidad de sus colores y el efecto extraño que producirá su concentración, al instruir a tus soldados, los tendrán siempre ansiosos durante el día, los ocuparán y regocijarán su corazón, creando a la vez perturbación y perplejidad en el de tus enemigos. Así, además de la ventaja que obtendrás haciendo conocer prontamente tu voluntad al ejército entero en el momento mismo, gozarás también de la consistente en cansar a tu enemigo, en hacerle prestar atención a todo lo que crea que deseas emprender, en provocarle dudas continuas acerca de la conducta que seguirás e inspirarle eternos pavores. Si algún valiente quiere salir solo de las filas para ir a provocar al enemigo, no se lo permitas; raramente ocurre que un hombre tal pueda volver. Perece comúnmente por la traición o abrumado por el gran número. Cuando veas a tus tropas bien dispuestas, no dejes de aprovechar su ardor; la habilidad del General es lo que provoca las ocasiones y distingue las que son favorables; pero éste no debe dejar por ello de consultar la opinión de los Oficiales Generales ni de aprovechar sus luces, sobre todo si éstas tienen por objeto el bien común. Se puede robar a un ejército su espíritu y quitarle su habilidad, así como privarlo del coraje de su comandante. De mañana temprano los espíritus son penetrantes; durante el día languidecen y al atardecer vuelven a su casa. Mei Yao-tchen dice que la mañana, el día y el atardecer representan las fases de una larga campaña. Por lo tanto, cuando quieras atacar al enemigo de-


54 bes elegir, para hacerlo con ventaja, el momento en que creas que sus soldados están débiles o fatigados. Tomarás de antemano tus precauciones, y tus tropas descansadas y frescas tendrán de su lado la ventaja de la fuerza y del vigor. Tal es el control del factor moral. Si ves que el orden reina en las filas enemigas, espera a que se interrumpa, y a que percibas algún desorden. Si su excesiva proximidad te ofusca o molesta, aléjate para ponerte en disposición más serena. Tal es el control del factor mental. Si ves que los enemigos muestran ardor, espera hasta que éste se aplaque y se vean abrumados bajo el peso del fastidio o de la fatiga. Tal es el control del factor físico. Si los enemigos han buscado refugio en lugares elevados, no los persigas hasta allí; si tú mismo te encuentras en lugares poco favorables, no dejes pasar mucho tiempo sin cambiar de posición. No emprendas el combate cuando el enemigo despliegue sus pendones bien ordenados y formaciones en rango impresionante; he ahí el control de los factores de cambio de las circunstancias. Si los enemigos, reducidos a la desesperación, vienen para vencer o morir, evita encontrarte con ellos. A un enemigo cercado debes dejarle una vía de salida. Si reducidos al extremo abandonan su campamento y quieren abrirse camino para ir a acampar en otro lugar, no los detengas. Si son ágiles y ligeros, no corras tras ellos; si carecen de todo, impide su desesperación. No te encarnices con un enemigo acorralado. He aquí lo que tenía que decirte sobre las diferentes ventajas que debes tratar de procurarte cuando estés a la cabeza de un ejército y tengas que medirte con enemigos quizás tan prudentes y valientes como tú, pero a los que no podrías vencer si no haces uso, por tu parte, de las pequeñas estratagemas de las que acabo de hablar.


Principio octavo

Los nueve cambios

Sun Tse dijo: comúnmente el empleo de los Ejércitos es tarea a cargo del Comandante en jefe, luego que el Soberano le ha dado orden de movilizar al pueblo y reunir las fuerzas. I. Si estás en lugares pantanosos, en sitios donde sean de temer las inundaciones, en regiones cubiertas de espesos bosques o de montañas escarpadas, en lugares desiertos y áridos, en sitios donde sólo haya ríos y arroyos, en lugares, en fin, de los que no puedas valerte con facilidad, y donde no tengas ninguna clase de ayuda, trata de salir de allí lo más pronto posible. Ve a buscar algún lugar espacioso y vasto en que tus tropas puedan desplegarse, de donde logren salir con facilidad y adonde tus aliados puedan llevarte sin fatiga la ayuda que necesites. II. Evita con extremada atención acampar en lugares aislados; o si la necesidad te fuerza a ello, quédate allí sólo el tiempo necesario para retirarte luego. Toma de inmediato medidas eficaces para hacerlo en seguridad y con buen orden.


56 III. Si te encuentras en lugares alejados de las fuentes, los arroyos y los pozos, y no localizas con facilidad víveres y forrajes, no tardes en abandonarlos. Antes de levantar campamento, fíjate si el lugar que eliges está al abrigo de alguna montaña en medio de la cual te halles a cubierto de las sorpresas del enemigo, si puedes salir de ese sitio fácilmente, y si dispones en él de las comodidades necesarias para procurarte los víveres y las demás provisiones; si es así, no vaciles en tomar posesión de él. IV. Si estás en un lugar de muerte, busca la ocasión de combatir. Llamo lugar de muerte a esas regiones en las que no hay ningún recurso, donde uno muere insensiblemente por la destemplanza del aire, donde las provisiones se consumen poco a poco sin esperanza de reponerlas; donde las enfermedades comienzan a difundirse por el ejército y tienen el aspecto de producir rápidamente grandes estragos. Si te encuentras en tales circunstancias, apresúrate a entablar algún combate. Te respondo de que tus tropas no omitirán nada para batirse bien. Morir a manos de los enemigos les parecerá algo muy dulce frente a todos los males que amenazan con abrumarlos. V. Si por azar o por falta tuya tu ejército se encontrara en lugares llenos de desfiladeros, donde fuera fácil tenderle emboscadas, de donde no fuera fácil huir para salvarse en caso de persecución, donde se corriera riesgo de ver cortados los víveres y los caminos, cuídate bien de atacar en tal caso al enemigo; pero si el enemigo te ataca mientras te encuentras en tal posición, debes combatir hasta la muerte. No te contentes con alguna ventaja pequeña o una victoria a medias; tal cosa podría ser un cebo destinado a descalabrarte por completo. Debes mantenerte en guardia incluso después que tengas todos los visos de una victoria completa. VI. Cuando sepas que una ciudad, por pequeña que fuere, está bien fortificada y abundantemente


57 provista de municiones de guerra y de boca, guárdate bien de sitiarla; y si sólo te enteras del estado en que se encuentra luego de haber comenzado el sitio, no te obstines en continuarlo, pues correrías el riesgo de fracasar con tus fuerzas contra este lugar y tener luego que abandonarlo vergonzosamente. VII. No descuides perseguir una pequeña ventaja cuando puedas procurártela con seguridad y sin pérdida alguna de tu parte. Varias de estas pequeñas ventajas, que sería fácil lograr y sin embargo se pasan por alto, provocan a menudo grandes pérdidas y daños irreparables. VIII. Antes de pensar en procurarte alguna ventaja, compárala con el trabajo, la pena, los gastos y las pérdidas de hombres y de municiones que pueda ocasionarte. Trata de establecer aproximadamente si puedes conservarla con facilidad; luego te determinarás a tomarla o dejarla, según las leyes de una sana prudencia. IX. En las ocasiones en que haya que tomar partido con rapidez, no esperes las órdenes del Príncipe. Si hay casos en que resulta necesario actuar contra las órdenes recibidas, no vaciles, actúa sin temor. La primera y principal intención de quien te pone a la cabeza de sus tropas es que venzas a los enemigos. Si él hubiera previsto la circunstancia en que te encuentras, te habría dictado él mismo la conducta que quieres seguir. He aquí lo que llamo los nueve cambios o las nueve circunstancias principales que deben hacerte cambiar la actitud o la posición de tu ejército, cambiar de situación, ir o volver, atacar o defenderte, actuar o mantenerse en reposo. Un buen General no debe decir nunca: Suceda lo que sucediere haré tal cosa. iré allá, atacaré al enemigo, sitiaré tal lugar. La circunstancia es lo único que debe determinarlo; no hay que atenerse a un sistema general ni a una manera única de dirigir. Cada día, cada ocasión, cada circunstancia requiere una aplicación particular de los mismos principios. Los


58 principios son buenos en sí mismos, pero la aplicación que de ellos se hace los torna a menudo malos. Un gran General debe conocer el arte de los cambios. Si se atiene a un conocimiento vago de ciertos principios, a una aplicación rutinaria de las reglas del arte; si sus métodos de comando carecen de flexibilidad, si examina las situaciones conforme a algunos esquemas, si toma sus resoluciones de una manera mecánica, no merece mandar. Un General es un hombre que por el rango que ocupa se encuentra por encima de una multitud de hombres; es por consiguiente necesario que sepa gobernar a los hombres; es necesario que sepa conducirlos; es necesario que esté realmente por encima de ellos, no sólo por su dignidad sino también por su espíritu, por su saber, por su capacidad, por su conducta, por su firmeza, por su coraje y sus virtudes. Es imprescindible que sepa distinguir las ventajas verdaderas de las falsas, las pérdidas verdaderas de las que sólo son aparentes; que sepa compensar lo uno con lo otro y sacar partido de todo. Es necesario que sepa emplear a propósito ciertos artificios para engañar al enemigo y que se mantenga sin cesar en guardia para no ser objeto de engaño. No debe ignorar ninguna de las trampas que se le pueden tender: debe penetrar todos los artificios del enemigo, de cualquier naturaleza que sean; pero no por ello tiene que querer adivinar. Manténte en guardia, míralo avanzar, aclara sus movimientos y toda su conducta, y saca las conclusiones. En caso contrario, correrás el riesgo de engañarte y ser la triste víctima de tus conjeturas precipitadas. Si no quieres verte nunca espantado por la multitud de tus trabajos y penas, ten siempre como expectativa lo más duro y penoso. Trabaja sin cesar para provocar penas al enemigo. Puedes hacerlo de más de una manera; pero he aquí lo esencial en este género. No olvides nada que pueda corromper lo que haya de mejor en su partido; ofertas, presentes, caricias, no omitas nada; engaña incluso si es necesario: compromete a las gentes honorables que tenga de su parte en la realización de acciones vergonzosas e indignas de su reputación, de actos de los que tengan que avergon-


59 zarse cuando se los conozca, y no dejes de hacerlo divulgar. Manten vinculaciones secretas con los elementos más viciosos del enemigo; sírvete de ellos para lograr tus fines, juntándolos con otros viciosos. Obstaculiza su gobierno, siembra la disensión entre sus Jefes, dales motivo de cólera a los unos contra los otros, hazles murmurar contra sus Oficiales, subleva a los Oficiales subalternos contra sus superiores, haz de manera que carezcan de víveres y de municiones, difunde entre ellos algunos aires de una música voluptuosa que les reblandezca el corazón, envíales mujeres para terminar de corromperlos, trata de que salgan cuando sea necesario que estén en su campamento, y que se mantengan tranquilos cuando sería necesario, que estuvieran en operaciones; provócales sin cesar falsas alarmas y transmíteles noticias falsas; compromete con tus intereses a los Gobernadores de sus Provincias: he aquí más o menos lo que debes hacer si deseas engañar mediante la habilidad y la astucia. Los Generales que brillaban entre nuestros Antepasados eran hombres sensatos, previsores, intrépidos y duros en el trabajo. Tenían siempre el sable ceñido a la cintura; no presumían nunca que el enemigo no vendría, estaban siempre prestos a cualquier acontecimiento: se hacían invencibles y si se encontraban con el enemigo no tenían necesidad de esperar ayuda para medirse con él. Las tropas que ellos comandaban estaban bien disciplinadas y siempre dispuestas a dar un golpe de mano a la primera señal que se les impartiera. Para estos Generales la lectura y el estudio precedía a la guerra y los preparaba para ella. Guardaban con cuidado sus fronteras y no dejaban de fortificar sólidamente sus ciudades. No marchaban contra el enemigo cuando estaban enterados de que éste había hecho todos sus preparativos para recibirlos en forma; lo atacaban por sus puntos débiles, y en el momento en que estaba inactivo y ocioso. Antes de terminar este Principio debo prevenirte contra cinco clases de peligros, tanto más temibles porque no lo parecen; escollos funestos contra los cuales


60 han naufragado más de una vez la prudencia y la valentía. I. El primero es un ardor demasiado grande que lleva a enfrentar la muerte; ardor temerario que se recubre a menudo con los hermosos nombres de coraje, intrepidez y valor, pero que en el fondo no merece apenas más que el de cobardía. Un General que se expone sin necesidad, como lo haría un simple soldado, que parece buscar los peligros y la muerte, que combate y hace combatir hasta el último extremo, es un hombre que merece morir. Es un hombre sin cabeza, que no sería capaz de encontrar ningún recurso para salir de un mal paso; es un cobarde que no podría soportar el mínimo revés sin sentirse consternado, y que se cree perdido si no tiene éxito en todo. II. El segundo es prestar una atención excesiva a la conservación de la propia vida. Uno se cree necesario para el ejército entero; sería riesgoso exponerse; por esta razón, uno no se atreve a proveerse de víveres tomándolos del enemigo; todo produce desconfianza, causa temor; se está siempre en suspenso sin decidirse a nada, se espera una ocasión más favorable, se pierde aquella de que se dispone, no se realiza ningún movimiento; pero el enemigo está siempre atento, saca provecho de todo, y hace perder pronto toda esperanza a un General tan prudente. Lo envolverá, le cortará los víveres y lo hará perecer por el excesivo amor que tuvo de conservar su vida. III. El tercero es una cólera precipitada. Un General que no sepa moderarse, que no sea dueño de sí mismo, que se deje arrastrar por los primeros movimiento de indignación o de cólera, no podría dejar de ser víctima de los enemigos. Estos le provocarán, le tenderán mil añagazas que su furor le impedirá reconocer y en las cuales caerá infaliblemente. IV. El cuarto es un pundonor mal entendido. Un General no debe ofenderse inoportunamente ni fue-


61 ra de razón; tiene que saber disimular; no debe desalentarse si le ha ido mal, ni creer que todo se ha perdido porque haya cometido algún error o le haya ocurrido algún revés. Por querer reparar su honor ligeramente herido, uno lo pierde a menudo sin remedio. V. El quinto, en fin, es la complacencia excesiva o la compasión demasiado tierna por el soldado. Un General que no se atreve a castigar, que cierra los ojos ante el desorden, que teme que los suyos estén siempre abrumados por el peso del trabajo, y que no se atrevería por tal motivo a imponérselo, es un General capaz de perderlo todo. Quienes pertenecen a un rango inferior deben padecer; hay que tener siempre alguna ocupación para darles; es necesario que tengan siempre alguna cosa que los haga sufrir. Si quieres sacar partido de su servicio, haz de manera que no estén jamás ociosos. Castiga con severidad pero sin excesivo rigor. Procura penas y trabajo, pero hasta un cierto punto. Un general debe precaverse contra todos sus peligros. Sin buscar excesivamente vivir o morir, debe conducirse con valor y prudencia, según las circunstancias lo exijan. Si tiene razones justificadas para encolerizarse, que lo haga, pero que no sea como un tigre que no conoce ningún freno. Si cree que su honor ha sido herido, y desea repararlo, que proceda siguiendo las reglas de la sensatez, y no por caprichos inspirados en una mala vergüenza. Que ame a sus soldados, que los escatime; pero que lo haga con discreción. Si emprende batallas, si hace movimientos en su campamento, si sitia ciudades, si realiza operaciones de reconocimiento, que una la astucia al valor, la sensatez a la fuerza de las armas; que repare tranquilamente sus faltas cuando haya tenido la desgracia de cometerlas; que aproveche todas las de su enemigo, y que lo ponga a menudo en situación de cometer otras nuevas.


Principio noveno

La distribución de los medios

Sun Tse dijo: Antes de hacer acampar a tus tropas, debes saber en qué posición están los enemigos, ponerte al tanto del terreno y elegir el que te sea más ventajoso. Estas diferentes situaciones se pueden reducir a cuatro puntos principales. I. Si te hallas en la vecindad de alguna montaña, guárdate bien de ocupar la parte que mira al norte; ocupa, por el contrario, la parte sur: esta ventaja no es insignificante en sus consecuencias. Desde la ladera de la montaña, puedes extenderte seguro hasta bien entrados los valles; encontrarás allí agua y forraje en abundancia; te alegrará la vista del sol, te calentarán sus rayos, y el aire que allí respirarás será saludable y totalmente distinto del que respirarías del otro lado. Si los enemigos vienen por detrás de la montaña con la intención de sorprenderte, instruido por los vigías que habrás colocado sobre la cima, te retirarás con tiempo, si no te crees en estado de hacerles frente; o los esperarás a pie firme para combatirlos, si juzgas que podrías vencerlos sin demasiado riesgo: entretanto, no combatas sobre las alturas si


63 la necesidad no te obliga a ello; sobre todo, no vayas jamás a buscar allí al enemigo. II. Si estás junto a algún río, aproxímate lo más que puedas a su fuente; trata de conocer todos los bajos fondos del río y todos los vados por donde se lo puede pasar. Si tienes que cruzarlo, no lo hagas nunca en presencia del enemigo; pero si los enemigos, más atrevidos o menos prudentes que tú, desean arriesgar el cruce, no los ataques hasta que la mitad de sus hombres estén del otro lado; combatirás entonces con toda la ventaja de dos contra uno. Cerca de los ríos también debes ocupar siempre las alturas, a fin de poder descubrir lo que ocurre a lo lejos; no esperes al enemigo cerca de la ribera, no te adelantes a él; manténte siempre en guardia, por temor de que al ser sorprendido no encuentres lugar para retirarte en caso de adversidad. III. Si estás en lugares resbaladizos, húmedos, pantanosos y malsanos, s^l de ellos lo más rápidamente que puedas; si te detienes allí te expondrás a los mayores inconvenientes; la escasez de víveres y las enfermedades vendrán pronto a ponerte sitio. Si te ves obligado a permanecer en esos lugares, trata de ocupar los bordes; cuídate de avanzar demasiado. Si hay bosques en los alrededores, déjalos detrás de ti. IV. Si estás en lugar llano, liso y seco, mantén siempre tu izquierda al descubierto; arréglate para tener detrás de ti alguna elevación desde la cual tu gente pueda ver a lo lejos. Cuando la parte que está delante de tu campamento sólo te presente objetos de muerte, ten cuidado de que los lugares ubicados por detrás te ofrezcan ayuda contra la extrema necesidad. Tales son las ventajas de los diferentes campamentos; ventajas preciosas, de las cuales depende la mayor parte de los éxitos militares. En particular porque dominaba a fondo el arte de los campamentos, el Emperador Amarillo triunfó sobre sus enemigos y sometió


64 a sus leyes a todos los Príncipes vecinos de sus Estados. De todo lo que acabo de decir hay que concluir que los lugares altos son, en general, más saludables para las tropas que los sitios bajos y profundos. Incluso en los lugares elevados hay una elección que hacer, y es la de acampar siempre del lado del sur, porque es allí donde se encuentra la abundancia y la fertilidad. Un campamento de esta naturaleza es un precursor de la victoria. El contento y la salud, que son consecuencia ordinaria de una buena nutrición tomada bajo un cielo puro, dan coraje y fuerza al soldado, mientras que la tristeza, el descontento y las enfermedades lo agotan, lo enervan, lo hacen pusilánime y lo descorazonan por completo. Hay que concluir también que los campamentos cercanos a los ríos tienen sus ventajas que no son de desdeñar, y sus inconvenientes que se deben evitar con gran cuidado. Nunca te lo repetiría bastante; ubícate en la parte alta del río, deja su corriente a los enemigos. Aparte de que los vados son mucho más frecuentes hacia la fuente, las aguas son más puras y salubres. Cuando las lluvias hayan formado algún torrente, o engrosado el caudal del río o curso de agua cuyos bordes hayas ocupado, espera un poco antes de ponerte en marcha; sobre todo, no te arriesgues a pasar del otro lado, espera para hacerlo a que las aguas hayan retomado la tranquilidad de su curso habitual. Tendrás pruebas ciertas de ello si ya no oyes un cierto ruido sordo, que se parece más al temblor que al murmullo, si ya no ves espuma que sobrenada y si el agua ya no trae consigo tierra o arena. En lo que se refiere a los desfiladeros y lugares entrecortados por precipicios y rocas, sitios pantanosos y resbaladizos, lugares estrechos y cubiertos, cuando la necesidad o el azar te hayan llevado a ellos, debes salir de allí lo más pronto que te sea posible, alejarte ni bien puedas. Si estás lejos de esos lugares, el enemigo estará cerca de ellos: si huyes, el enemigo te perseguirá y caerá quizás en los peligros que acabas de evitar. Debes mantenerte también muy en guardia contra otro tipo de terreno. Hay lugares cubiertos de maleza o de bosquecillos; hay otros que están llenos de alti-


65 bajos, donde uno se encuentra continuamente sobre colinas o en valles, y debes desconfiar de ellos; manten una atención continua. Los lugares de esta clase suelen estar llenos de emboscadas; el enemigo puede aparecer a cada instante, sorprenderte, caer sobre tí y despedazarte. Si estás lejos de ellos, no te acerques allí; si estás cerca, no te pongas en movimiento hasta que hayas reconocido todos los alrededores. Si el enemigo viene a atacarte allí, haz de modo que tenga de su parte toda la desventaja del terreno: en lo que respecta a ti, no lo ataques si no lo ves en terreno descubierto. En fin, cualquiera sea el lugar de tu campamento, bueno o malo, debes sacar partido de él; no estés en él jamás ocioso, ni sin hacer alguna tentativa; trata de conocer claramente todos los pasos de los enemigos; dispon espías de distancia en distancia, hasta el centro del campamento enemigo, hasta la tienda de su General. No desdeñes nada de lo que se te refiera, pon atención a todo. Si los hombres que has enviado a explorar te hacen decir que los árboles están en movimiento, aunque no haya brisa, debes concluir que el enemigo ha emprendido la marcha. Puede ocurrir que quiera venir hacia ti; dispon todas las cosas, prepárate a recibirlo bien, adelántate incluso a su encuentro. Si te refieren que los campos están cubiertos de hierba, y que estas hierbas son muy altas, manténte sin cesar en guardia; vela continuamente, por temor a alguna sorpresa. Si te dicen que han visto pájaros que vuelan en bandadas sin detenerse, desconfía; vienen a espiarte o a tenderte celadas; pero si aparte de los pájaros se ve además un gran número de cuadrúpedos que corren por el campo, como si no tuvieran albergue, ello es señal de que los enemigos están al acecho. Si te comunican que se perciben a los lejos remolinos de polvo que se elevan por el aire, debes concluir que los enemigos están en marcha. En los lugares donde el polvo sea bajo y espeso, se trata de infantes; en los lugares donde sea menos espeso y más elevado, será la Caballería y los carros. Si te advierten que los enemigos están dispersos y marchan sólo por pelotones, es señal de que han tenido


66 que atravesar algún bosque, que han cortado árboles y que están fatigados; tratan entonces de concentrarse. Si te enteras de que se perciben en los campos hombres ia pie y a caballo que van y vienen, dispersados aquí y allá en pequeñas bandas, no dudes de que los enemigos han acampado. Tales son los indicios generales de los que debes tratar de sacar provecho, tanto para conocer la posición de aquellos con los que tienes que medirte como para hacer abortar sus proyectos y ponerte a cubierto de toda sorpresa de su parte. He aquí algunos otros a los que debes prestar particular atención. Cuando los espías que has apostado cerca del campamento enemigo te hagan saber que allí se habla en voz baja y de una manera misteriosa, que esos enemigos son modestos en su manera de actuar y mesurados en todos sus discursos, debes concluir que piensan en una acción general y que ya están haciendo los preparativos para ella: dirígete hacia ellos sin pérdida de tiempo; quieren sorprenderte, sorpréndelos tú mismo. Si te enteras, por el contrario, de que son ruidosos, orgullosos y altaneros en sus discursos, ten la seguridad de que piensan retirarse y que no tienen el menor deseo de llegar a un enf remamiento. Cuando te hagan saber que se ha visto una cantidad de carros vacíos que preceden al ejército enemigo, prepárate para combatir, pues los enemigos vienen hacia ti en orden de batalla. Cuídate muy bien de prestar entonces oídos a las proposiciones de paz o de alianza que pudieran hacerte, pues sólo sería un artificio de su parte. Si los enemigos hacen marchas forzadas, es porque creen que corren hacia la victoria; si van y vienen, si avanzan en parte y en parte reculan, es porque quieren atraerte al combate; si la mayor parte del tiempo, en pie y sin hacer nada, se apoyan sobre sus armas como si fueran bastones, es porque están en el último extremo, casi mueren de hambre y piensan en procurarse de qué vivir; si al pasar cerca de algún río corren todos en desorden para saciar su sed, significa que la ,han sufrido; si al haberles presentado el atractivo de alguna cosa que les sería útil, no han sabido sin embargo o no han querido aprovecharla, es porque desconfían o


67 temen; si no tienen el coraje de avanzar, aunque estén en circunstancias en que sería necesario hacerlo, es porque se encuentran en dificultades, padecen inquietudes y preocupaciones. Aparte de lo que acabo de decir, aplícate en particular a conocer todos sus diferentes campamentos: podrás hacerlo por medio de los pájaros que verás agrupados en ciertos lugares; y si sus campamentos han sido frecuentes, podrás llegar a la conclusión de que tienen poca habilidad en el conocimiento de los lugares. El vuelo de los pájaros, o los sonidos que éstos emiten, pueden indicarte la presencia de emboscadas invisibles. Si te enteras de que en el campamento de los enemigos hay festines continuos, que se bebe y se come ruidosamente, puedes estar bien tranquilo; es prueba infalible de que sus Generales carecen de autoridad. Si sus estandartes cambian a menudo de lugar, eso demuestra que no saben cómo decidirse y que el desorden reina entre ellos. Si los soldados se agrupan continuamente y murmuran entre sí, quiere decir que el General ha perdido la confianza de su ejército. El exceso de recompensas y de castigos muestra que el Comando ha llegado al límite de sus recursos y. se encuentra en gran apuro; y si el ejército llega incluso al límite de hundir sus naves y romper sus marmitas, es prueba de que se encuentra en dificultades y de que se batirá hasta la muerte. Si sus Oficiales subalternos están inquietos, descontentos y se encolerizan por la más mínima cosa, esto demuestra que están fastidiados o abrumados bajo el peso de una fatiga inútil. Si en diferentes sectores de su campamento se mata furtivamente a los caballos y luego se permite comer su carne, eso prueba que las provisiones están por terminarse. Tales son las cosas a las que debes atender en lo que respecta a los pasos que puedan dar los enemigos. Tal minucia de detalles podrá parecerte superflua, pero mi designio consiste en prevenirlo todo y convencerte de que no es pequeño nada que pueda contribuir a tu triunfo. La experiencia me lo ha enseñado y tam-


68 bien te lo enseñará a ti; deseo que no sea a tus expensas. Una vez más, debes tratar de enterarte de todos los pasos del enemigo, cualesquiera que fueren; pero vigila también tus propias tropas; mantén los ojos abiertos a todo, sábelo todo; impide los robos y el bandidaje, la corrupción y la embriaguez, el descontento y las cábalas, la pereza y la ociosidad; sin que sea necesario que te lo digan, podrás conocer por ti mismo quienes se encuentran en tales casos; he aquí como: Si algunos de tus soldados, cuando cambian de lugar o sector, han dejado caer alguna cosa, aunque sea de pequeño valor, y no se tomaron la molestia de levantarla; si olvidaron algún utensilio en el lugar donde antes estaban apostados y no lo reclaman en seguida, puedes concluir que son ladrones y castigarlos como tales. Si en tu ejército hay conversaciones secretas, si se habla a menudo al oído o en voz baja, si hay cosas que los hombres sólo se atreven a decir con medias palabras, debes concluir que el miedo se ha difundido entre ellos, que luego sobrevendrá el descontento y que no tardarán en producirse intrigas; apresúrate a poner orden. Si tus tropas parecen pobres y les falta a veces un cierto mínimo necesario, aparte de la soldada ordinária hazles distribuir alguna suma de dinero: pero cuídate bien de ser demasiado liberal, pues la abundancia de dinero es a menudo más funesta que ventajosa, más perjudicial que útil; el abuso de ella es fuente de corrupción de los corazones y madre de todos los vicios. Si tus soldados, antes audaces, se vuelven tímidos y temerosos, si en ellos la debilidad ocupa el lugar de la fuerza y la bajeza el de la magnanimidad, puedes estar seguro de que su corazón se ha corrompido; busca la causa de su depravación y arráncala de raíz. Si con diversos pretextos algunos te piden la baja, es porque no tienen deseos de combatir, no la rehúses a todos; pero al concederla a varios, que sea en condiciones vergonzosas. Si vienen en conjunto a pedir justicia en un tono sedicioso y colérico, escucha sus razones; tenias en con-


69 sideración; pero al darles satisfacción por una parte, castígalos muy severamente por la otra. Si cuando has hecho llamar a alguien no obedece prontamente, si pasa largo tiempo antes de que se pongo a tus órdenes, y si después que hayas terminado de expresarle tu voluntad no se retira, desconfía, mantén te en guardia. En una palabra, la conducción de las tropas requiere la atención continua por parte de un General. Sin apartar la vista del ejército de los enemigos, debes explorar sin cesar el tuyo; tienes que saber cuándo aumenta el número de los enemigos, y estar informado de la muerte o de la deserción incluso del menos importante de tus soldados. Si el ejército enemigo es inferior al tuyo, y si por ese motivo no se atreve a medirse contigo, ve a atacarlo sin demora, no le des tiempo de reforzarse; una sola batalla resulta decisiva en tales ocasiones. Pero si, sin estar al tanto de la situación real de los enemigos, y sin haber puesto todo en orden, te propones acosarlos para obligarlos al combate, corres el riesgo de caer en sus trampas, de hacerte batir y de perderte sin remedio. Si no mantienes una disciplina exacta en tu ejército, si no aplicas el castigo en forma precisa hasta en caso de la más mínima falta, muy pronto te perderán el respeto, se debilitará incluso tu autoridad y los castigos que puedas emplear a continuación, lejos de contener las faltas, sólo servirán para aumentar el número de culpables. Ahora bien, si no eres temido ni respetado, si sólo tienes una autoridad débil y tal que no puedas servirte de ella sin peligro, ¿cómo podrías mantenerte con honor a la cabeza de un ejército? ¿Cómo podrías oponerte a los enemigos del Estado? Cuando tengas que castigar, hazlo pronto y a medida que las faltas lo exijan; cuando tengas que dar órdenes, no lo hagas hasta que estés seguro de ser exactamente obedecido; instruye a tus tropas, pero hazlo en forma oportuna; no las fastidies, no las fatigues sin necesidad; todo lo que éstas puedan hacer de bueno o de malo, de biqn o de mal, está en tus manos. En la guerra, no es sólo el gran número lo que confiere ventaja; no avances contando solamente con el


70 poderío militar; un ejército compuesto de los mismos hombres puede ser muy despreciable cuando lo comanda un determinado General, mientras que será invencible bajo la dirección de otro.


Principio décimo

La topología

Sun Tse dijo: Sobre la superficie de la tierra todos los lugares no son equivalentes; hay algunos que debes evitar y otros que tienes que buscar; todos deben serte conocidos. Entre los primeros hay que ubicar los que sólo ofrecen pasos estrechos que están bordeados de rocas o precipicios, que no tienen fácil acceso a los espacios libres de los cuales puedas esperar alguna ayuda. Si eres el primero en ocupar ese terreno, bloquea los pasajes y espera al enemigo; si el enemigo está en el lugar antes que tú, no lo sigas, a menos que haya cerrado completamente los desfiladeros. Ten un conocimiento exacto de éstos, para no comprometer en ellos inoportunamente a tu ejército. Busca, por el contrario, un lugar en el cual haya una montaña bastante alta como para defenderte de toda sorpresa, adonde se pueda llegar y de donde sea posible salir por varios caminos que tendrás que conocer perfectamente, donde haya abundancia de víveres y no falte agua, el aire sea salubre y el terreno no accidentado; tal lugar debe constituir el objeto de tus más ardientes búsquedas. Pero sea que quieras apoderarte de algún campamento ventajoso o que trates de evitar los lugares peligrosos o pocos cómodos, tendrás que


72 emplear una diligencia extremada, persuadido de que el enemigo tiene el mismo objetivo que tú. Si el lugar que te propones elegir está tanto al alcance de los enemigos como del tuyo, si éstos pueden llegar a él tan fácilmente como tú, se trata de ganarles de mano. Para ello debes hacer marchas durante la noches, pero deténte al salir el sol, y si es posible que sea siempre sobre alguna eminencia, a fin de poder otear a lo lejos; espera entonces a que lleguen tus provisiones y todo tu bagaje; si el enemigo viene hacia ti, aguardarás a pie firme y podrás combatir contra él con ventaja. No entres nunca en ese tipo de lugares adonde es fácil llegar pero de donde no se puede salir sin penoso esfuerzo y extremada dificultad; si el enemigo deja enteramente libre un campamento de esta clase, es porque trata de embaucarte; guárdate muy bien de avanzar pero engáñalo levantando tu campamento. Si es bastante imprudente como para seguirte, se verá obligado a atravesar ese terreno escabroso. Cuando haya comprometido la mitad de sus tropas, enfréntalo y no podrá escapar de ti, golpéalo en posición ventajosa y lo vencerás sin demasiado trabajo. Una vez que hayas acampado con todas las ventajas del terreno, espera tranquilamente a que el enemigo dé los primeros pasos y se ponga en movimiento. Si viene hacia ti en orden de batalla, no lo enfrentes hasta que hayas visto que le resultará difícil volver sobre sus pasos. Un enemigo bien preparado para el combate, y contra el cual ha fracasado tu ataque, resulta peligroso: no emprendas una segunda carga, retírate a tu campamento, si puedes hacerlo, y no salgas de él hasta que no veas claramente que te es posible hacerlo sin peligro. Es previsible que el enemigo se valga de muchos recursos para atraerte: debes hacer que resulten inútiles todos los artificios que él emplee. Si tu rival se ha anticipado a ti y ha fijado su campamento en el lugar en que tú debías haber establecido el tuyo, es decir, en el sitio más ventajoso, no te hagas la ilusión de que lo desalojarás de allí empleando las estratagemas comunes; tu trabajo resultaría inútil.


73 Si la distancia entre tú y él es bastante considerable y los dos ejércitos son más o menos iguales, el enemigo no caerá fácilmente en las trampas que le tiendas para atraerlo al combate: no pierdas tu tiempo inútilmente; te irá mejor por otro lado. Ten por principio que tu enemigo busca sus ventajas con tanto ahínco como tú puedes buscar las tuyas: emplea toda tu industria para engañarlo por ese lado; pero sobre todo no te dejes engañar. Para ello no olvides nunca que se puede engañar o ser engañado de "múltiples maneras. Sólo te recordaré las seis principales, porque son la fuente de donde derivan todas las otras. La primera consiste en la marcha de las tropas. La segunda, en sus diferentes ordenamientos. La tercera, en su posición en los lugares cenagosos. La cuarta, en su desorden. La quinta, en su debilitamiento. Y la sexta, en su fuga. Un general que sufriera algún fracaso por carecer de estos conocimientos se equivocaría al acusar al Cielo de su desdicha; debe atribuírsela toda entera a sí mismo. Si quien está a la cabeza del ejército descuida enterarse a fondo de todo lo que se refiere a las tropas que debe llevar al combate y a aquellas que debe combatir; si no conoce exactamente el terreno en el cual está en ese momento, el lugar al que debe llegar, aquel al que puede retirarse en caso de un revés, el sitio adonde puede fingir que va sin tener otro deseo que el de atraer allí al enemigo, y el paraje donde puede verse forzado a detenerse, cuando no haya motivo de esperarlo; si hace mover a su ejército fuera de oportunidad; si no está enterado de todos los movimientos del ejército enemigo y de los designios que éste puede tener en la conducta que manifiesta; si divide sus tropas sin necesidad o sin estar forzado a ello por la naturaleza del lugar en que se encuentra, o sin haber previsto todos los inconvenientes que podrían resultar de ello, o sin la certeza de que existe alguna ventaja real en esta dispersión; si tolera que el desorden se insinúe


74 poco a poco en su ejército, o si basado en indicios inciertos se persuade con excesiva facilidad de que el desorden reina en el ejército enemigo, y actúa en consecuencia; si su ejército se debilita insensiblemente sin que él se sienta obligado a remediar prontamente la situación; tal general sólo puede ser víctima de los enemigos, que lo engañarán mediante fugas estudiadas, marchas fingidas, y toda una conducta de la cual él resultará forzosamente víctima. Las máximas siguientes deben servirte de regla para todas tus acciones. Si tu ejército y el del enemigo son aproximadamente iguales en número y en fuerza, es necesario que de diez partes de las ventajas del terreno tengas nueve en tu favor; pon todo tu empeño, emplea todos tus esfuerzos y tu industria para procurarlos. Si los posees, tu enemigo se encontrará reducido a no atreverse a aparecer ante ti y a huir cuando tú apareces; o si es bastante imprudente como para presentarse a combatir, tú combatirás con una ventaja de diez contra uno. Ocurrirá lo contrario si por negligencia o falta de habilidad le has dejado tiempo y ocasiones de procurarse lo que tú no tienes. En cualquier posición que puedas estar, si mientras tus soldados son fuertes y están plenos de valor, tus Oficiales son débiles y cobardes, tu ejército no podría sino verse derrotado; si por el contrario, la fuerza y el valor se limitan únicamente a los Oficiales, mientras que la debilidad y la cobardía dominan el corazón de los soldados, tu ejército se verá bien pronto derrotado; pues los soldados plenos de coraje y de valor no querrán deshonrarse; sólo querrán cosas que Oficiales cobardes y tímidos no podrán concederles, así como Oficiales valientes e intrépidos serán seguramente mal obedecidos por soldados tímidos y poltrones. Si los Oficiales Generales se inflaman con facilidad, y no saben ni disimular ni poner freno a su cólera, cualquiera que sea el motivo de ésta, emprenderán por sí mismos acciones o pequeños combates de los que no saldrán con honor, porque los habrán comenzado con precipitación, y no habrán previsto los inconvenientes y todas las consecuencias; ocurrirá incluso que actuarán contra la intención expresa del General, ale-


75 gando diversos pretextos que tratarán de hacer plausibles; y de una acción particular comenzada en forma irreflexiva y contra todas las reglas, se llegará a un combate general en el que toda la ventaja estará de lado del enemigo. Vigila a tales Oficiales, no los alejes nunca de tu lado; por grande que sean las cualidades que puedan tener en otros respectos, te provocarán grandes perjuicios, quizás incluso la pérdida de todo tu ejército. Si un general es pusilánime, no tendrá los sentimientos de honor que convienen a una persona de su rango, carecerá del talento esencial de comunicar ardor a las tropas, atenuará el coraje de estas en el momento en que habría que reanimarlo, no sabrá ni instruirlas ni corregirlas adecuadamente, no creerá jamás que deba contar con las luces, el valor y la habilidad de los Oficiales que le están subordinados, y estos mismos no sabrán a qué atenerse; hará dar mil pasos en falso a sus tropas, que querrá disponer ya de una manera, ya de otra, sin seguir ningún sistema, sin ningún método; vacilará en todo, no se decidirá acerca de nada, sólo verá por todas partes motivos de temor; y entonces el desorden, y un desorden general, reinará en su ejército. Si un general ignora el punto fuerte y el débil del enemigo contra el cual tiene que combatir, si no está instruido a fondo, tanto acerca de los lugares que ocupa actualmente como de los que puede ocupar según los diferentes acontecimientos, le ocurrirá que llevará a oponer a los sectores más fuertes del ejército enemigo los más débiles del suyo, a enviar sus tropas débiles y aguerridas contra las tropas fuertes o contra las que el enemigo no tiene ninguna consideración, a no elegir tropas escogidas para formar su vanguardia, a hacer atacar donde no se debería, a dejar perecer, por falta de recursos, a aquellos de los suyos que no se encontraran en condiciones de resistir, a defenderse inoportunamente en un mal lugar, a ceder con ligereza un sitio de fatal importancia; en este tipo de ocasiones contará con alguna ventaja imaginaria que sólo será un efecto de la política del enemigo, o bien perderá el coraje después de un fracaso que en realidad no tiene ninguna importancia. Se verá perseguido


76 sin preverlo, se encontrará rodeado, será atacado con ardor; feliz entonces si puede encontrar su salvación en la fuga: por ello, para volver al tema que constituye la materia de este principio, un buen general debe conocer todos los lugares que son o que pueden ser el teatro de la guerra, tan claramente como conoce todos los rincones y recovecos de los patios y jardines de su propia casa. Agrego en este principio que un conocimiento exacto del terreno es lo más esencial entre los materiales que se pueden emplear en un edificio tan importante para la tranquilidad y la gloria del Estado. Así, un hombre al que el nacimiento o los acontecimientos parecen destinar a la dignidad de General, debe emplear todos sus cuidados y hacer todos sus esfuerzos para adquirir habilidad en esta parte del arte de los guerreros. Con un conocimiento exacto del terreno, un General puede salir del paso en las circunstancias más críticas; es capaz de procurarse el apoyo que necesite, podrá impedir que ese apoyo llegue al enemigo; avanzará, retrocederá y regulará todos sus movimientos según lo juzgue oportuno; dispondrá las marchas de su enemigo y logrará a su voluntad que éste avance o retroceda; podrá acosarlo sin temor de ser sorprendido; lo incomodará de mil maneras y hará revertir sobre él todos los daños que éste quisiera causarle; calcular las distancias y los grados de dificultad del terreno es controlar la victoria. Quien combate con pleno conocimiento de estos factores tiene la seguridad de triunfar; puede, por último, terminar o prolongar la campaña según lo juzgue más provechoso para su gloria o sus intereses. Puedes contar con una victoria cierta si conoces todos los giros y vueltas, todos los lugares altos y bajos, todos los caminos y puntos de acceso a todos los sitios que los dos ejércitos puedan ocupar, desde el más cercano hasta los que están más alejados, porque con este conocimiento sabrás qué forma será más conveniente dar a los diferentes cuerpos de tus tropas, sabrás con seguridad cuándo será oportuno combatir o cuándo habrá que diferir la batalla, sabrás interpretar la voluntad del Soberano según las circunstancias, cualesquiera puedan ser las órdenes que de él hayas recibido;


77 le servirás verdaderamente siguiendo tus luces presentes, no emprenderás ninguna tarea que pueda manchar tu reputación y no te expondrás a perecer ignominiosamente por haber obedecido. Un General desdichado es siempre un General culpable. Servir a tu Príncipe, producir ventajas para el Estado y felicidad para los pueblos, es lo que debes tener en vista; cumple este triple objetivo y habrás alcanzado tus propósitos. En cualquier especie de terreno que estés, debes considerar a tus tropas como niños que todo lo ignoran y que no podrían dar un paso; deben ser conducidos; tienes que considerarlas, digo, como tus propios hijos;, debes conducirlas tú mismo: así, si se trata de correr riesgos, que tus hombres no los corran solos, y que sólo los enfrenten luego que lo hagas tú; si se trata de morir, que mueran, pero muere tú con ellos. Digo que debes amar a todos los que están bajo tus órdenes como amarías a tus propios hijos: sin embargo, no debes convertirlos en niños mimados; serían tales si no los corrigieras cuando lo merecen, si pese a las atenciones, consideraciones y ternura que muestres hacia ellos no pudieras gobernarlos, ellos se mostrarán indómitos y poco dispuestos a responder a tus deseos. En cualquier clase de terreno que estés, si te hallas al tanto de todo lo que lo concierne, si sabes incluso por qué lugar hay que atacar al enemigo, pero si ignoras si éste está en ese momento en estado de defensa o no, si está dispuesto a recibirte en forma, y si ha hecho los preparativos necesarios para cualquier eventualidad, tus chances de victoria se reducen a la mitad. Aunque tengas pleno conocimiento de todos los lugares, incluso aunque sepas que los enemigos pueden ser atacados, y por dónde deben serlo, si no tienes indicios seguros de que tus propias tropas pueden atacar con ventaja, me atrevo a decírtelo, tus chances de victoria se reducen a la mitad. Si estás al tanto del estado actual de los dos ejércitos, si sabes, al mismo tiempo, que tus tropas se hallan en condiciones de atacar con ventaja, y que las del enemigo son inferiores en fuerza y número, pero


78 si no conoces todos los rincones y vueltas de los lugares circunvecinos, no sabrás si éste es invulnerable al ataque; te lo aseguro, tus chances de victoria se reducirán a la mitad. Quienes son en verdad hábiles en el arte militar hacen todas sus marchas sin desventaja, todos sus movimientos sin desorden, todos sus ataques con certeza, todas sus defensas sin sorpresa, sus campamentos con buen criterio, sus retiradas con sistema y método; conocen sus propias fuerzas, saben cuáles son las del enemigo, están instruidos en todo lo que concierne a los lugares. Te digo pues: conócete a ti mismo, conoce a tu enemigo, y tu victoria no estará jamás en peligro. Conoce el terreno, conoce tu tiempo, y tu victoria será entonces total.


Principio undécimo

Las nueve clases de terrenos

Sun «Tse dijo: Hay nueve clases de lugares que pueden ser ventajosos o dañinos para uno u otro ejército. 1? Lugares de división o de dispersión; 2? Lugares livianos; 3? Lugares que pueden ser disputados; 4° Lugares de reunión; Lugares plenos y sin obstáculos; 6? Lugares de varias salidas; 7? Lugares graves e importantes; 8? Lugares arruinados o destruidos; 9? Lugares de muerte. I. Llamo lugares de división o de dispersión a los que están cerca de las fronteras de nuestras posesiones. Las tropas que permanecen largo tiempo sin necesidad cerca de sus hogares se componen de hombres que tienen más deseos de perpetuar su raza que de exponerse a la muerte. A la primera noticia que se difunda de la proximidad de los enemigos, o de alguna batalla cercana, el general no sabrá qué partido tomar, ni cómo decidirse, cuando vea que este gran aparato militar se disipa y desvanece como una nube impulsada por el viento. II. Llamo lugares livianos o de liviandad a los que están cerca de las fronteras pero penetran por


80 una brecha en tierra de los enemigos. Este tipo de lugar no tiene nada a lo que sea posible fijarse. Se puede mirar sin cesar detrás de sí, y como el retorno es demasiado fácil, produce el deseo de emprenderlo a la primera ocasión: la inconstancia y el capricho encuentran infaliblemente en qué satisfacerse. III. Los lugares que benefician a los dos ejércitos, donde el enemigo puede encontrar su ventaja como nosotros encontramos la nuestra, donde se puede establecer un campamento cuya posición independientemente de su utilidad propia, pueda dañar a la parte opuesta y obstaculizar algunas de sus miras, los lugares de esa clase pueden ser disputados e incluso deben serlo. Se trata de terrenos clave. IV. Por lugares de reunión entiendo aquellos a los que casi no podemos dejar de ir y adonde tampoco podría dejar de ir el enemigo, y también aquellos en que el enemigo, tan al alcance de sus fronteras como tú lo estás de las tuyas, podría encontrar, como tú, un refugio en caso de sufrir un revés, o la oportunidad de continuar disfrutando de su buena suerte, si tuviera al principio éxito. Se trata de lugares que permiten entrar en comunicación con el ejército enemigo, así como de zonas de repliegue. V. Los lugares que llamo simplemente plenos y sin obstáculos son aquellos que por su configuración y dimensiones permiten su utilización por los dos ejércitos, pero al estar ubicados profundamente en territorio enemigo, no deben incitarte a librar batalla, a menos que la necesidad te obligue o que te veas forzado a ello por el enemigo, si éste no te deja ningún medio de evitarla. VL Los lugares de varias salidas, de los que quiero hablar aquí, son en particular los que permiten la unión entre los diferentes Estados que los


81 rodean. Estos lugares forman el nudo de diferentes ayudas que pueden aportar los Príncipes vecinos a aquella de las dos partes a la que les agrade favorecer. VIL Los lugares que denomino graves e importantes son aquellos que están ubicados en los Estados enemigos, presentan por todas partes ciudades, montañas, desfiladeros, fuentes de agua, puentes que pasar, campos áridos que atravesar o cualquier otra cosa de esta naturaleza. VIII. Los lugares en que todo se encuentre estrecho, donde una parte del ejército no pueda ver a la otra ni socorrerla, donde haya lagos, pantanos, torrentes o algún mal río, donde no se puede marchar sino con grandes fatigas y muchos obstáculos, y que sólo se podrían recorrer en pelotones, son los que llamo arruinados o desfruidos. IX. En fin, por lugares de muerte entiendo todos aquellos en que uno se encuentra de tal modo reducido que cualquiera sea el partido que tome corre siempre peligro; quiero decir lugares en los cuales, si se combate, se corre evidentemente el riesgo de derrota, y si uno se mantiene tranquilo, se ve a punto de perecer de hambre, de miseria o de enfermedad; sitios, en una palabra, en los que no se podría permanecer y donde es muy difícil sobrevivir, combatiendo con el coraje de la desesperación. Tales son los nueve tipos de terrenos de los que tenía que hablarte; aprende a conocerlos para desconfiar de ellos o sacarles algún partido. Cuando sólo estés todavía en lugares de división, debes contener bien a tus tropas; pero sobre todo no libres jamás batalla, por más favorables que te parezcan las circunstancias. La vista de su país y la facilidad del retorno provocarían muchos casos de cobardía: el campo estaría pronto cubierto de desertores. Si estás en lugares livianos, no establezcas en ellos


82 tu campamento; como tu ejército no se ha apoderado aún de ninguna ciudad, de ninguna fortaleza, de ningún puesto importante en las posiciones de los enemigos, y como no tiene detrás de sí ningún dique que pueda contenerlo, al ver las dificultades, sufrimientos y obstáculos con que tropieza para ir más adelante, no es dudoso que se vea tentado a preferir lo que le parece más fácil, frente a lo que aparece como difícil y lleno de peligros. Si te has dado cuenta de que estás ante lugares que te parecen disputados, comienza por apoderarte de ellos: no des al enemigo el tiempo de orientarse, emplea toda tu diligencia, que las formaciones no se separen, haz todos tus esfuerzos para lograr una entera posesión de tales sitios; pero no libres combate para desalojar de ellos al enemigo. Si éste se ha anticipado a ti, utiliza la sutileza para sacarlo de allí; pero si llegas a ubicarte tú en esos lugares, no permitas que te desalojen. En lo que respecta a los lugares de reunión, trata de llegar a ellos antes que el enemigo; haz de manera que tengas una comunicación libre por todas partes; que tus caballos, tus carros y todo tu bagaje puedan ir y venir sin peligro: no olvides nada de lo que esté a tu alcance con el fin de asegurarte de la buena voluntad de los pueblos vecinos, búscala, pídela, cómprala, tenia a cualquier precio que sea, pues te es necesaria; y es casi el único medio por el cual tu ejército podrá tener todo lo que necesite. Si todo abunda en tu sector, hay gran probabilidad de que la escasez reine en el del enemigo. En los lugares plenos y sin obstáculos puedes extenderte a tu gusto, ponerte cómodo, hacer atrincheramientos para estar a cubierto de toda sorpresa y esperar tranquilamente que el tiempo y las circunstancias te abran las vías para realizar alguna gran acción. Si estás cerca de esos tipos de lugares que tienen varias salidas, a los que se puede llegar por varios caminos, comienza por conocerlos bien; alíate con los Estados vecinos, que nada escape a tu búsqueda; apodérate de todos los caminos, no descuides ninguno por poco importante que te parezca, y guárdalo muy cuidadosamente.


83 Si te encuentras en lugares graves e importantes, hazte dueño de todo lo que te rodea, no dejes nada detrás de ti, debes apoderarte hasta del más pequeño lugar; sin esta precaución correrías el riesgo de que te faltaran los víveres necesarios para mantener tu ejército, o de ver al enemigo encima cuando menos lo pienses y ser atacado por varios sectores a la vez. Si estás en lugares arruinados o destruidos, no vayas más adelante, vuelve sobre tus pasos, huye lo más pronto posible. Si estás en lugares de muerte, no vaciles en combatir, ve derechamente al enemigo, cuanto más pronto mejor. Tal es la conducta que observaban nuestros antiguos Guerreros. Estos grandes hombres, hábiles y experimentados en su arte, tenían por principio que la manera de atacar y defenderse no debía ser invariablemente la misma, que se la debía establecer según la naturaleza del terreno que uno ocupaba y de la posición en que se encontraba: decían además que la cabeza y la cola de un ejército no debían ser comandadas de la misma manera, que había que combatir a la cabeza y arrollar la cola; que la multitud y el pequeño número no podían estar largo tiempo de acuerdo; que los fuertes y los débiles, cuando estaban juntos, no tardaban en desunirse; que los altos y los bajos no podían ser igualmente útiles; que las tropas estrechamente unidas podían con facilidad dividirse, pero que las que se habían dividido una vez sólo volvían a reunirse muy difícilmente: repetían sin cesar que un ejército no debía ponerse nunca en movimiento si no estaba seguro de lograr alguna ventaja real, y que cuando no había nada que ganar era necesario mantenerse tranquilo y vigilar el campamento. En resumen, te diré que toda tu conducta militar debe regirse según las circunstancias; que debes atacar o defenderte según que el teatro de la guerra esté de tu lado o del lado del enemigo. Si la guerra se hace en tu propio país, y si el enemigo, sin haberte dado tiempo de hacer todos tus preparativos, se apresta a atacarte, viene con un ejército bien ordenado a invadir o desmembrar tu país o a hacer estragos en él, reúne prontamente la mayor can-


84 tidad de tropas que puedas, envía a pedir socorro a los vecinos y aliados, apodérate de algunos lugares que el enemigo prefiera, y las cosas ocurrirán como lo deseas; ponlos en estado de defensa, aunque sólo sea para ganar tiempo; la rapidez es la savia de la guerra. Debes viajar por rutas en que el enemigo no te espere; pon una parte de tus cuidados en impedir que el ejército enemigo reciba víveres, bloquéale todos los caminos, o por lo menos haz que no pueda encontrar ninguno sin emboscadas, o sin que se vea obligado a tomarlo de viva fuerza. Los campesinos pueden serte para ello de gran ayuda y servirte mejor que tus propias tropas: hazles entender solamente que deben impedir que injustos usurpadores vengan a apoderarse de todas sus posesiones y a quitarles sus padres, madres, mujeres y niños. No te mantengas sólo a la defensiva, envía guerrilleros a saquear los convoyes, acosa, fatiga, ataca una vez por un lado y otra por otro; obliga a tu injusto agresor a arrepentirse de su temeridad; fuérzalo a volver sobre sus pasos llevándose por todo botín la vergüenza de haber fracasado. Si haces la guerra en país enemigo, no dividas tus tropas sino muy raramente, o mejor aun no las dividas nunca; que estén siempre reunidas y en condiciones de socorrerse mutuamente; ten cuidado de que se hallen siempre en lugares fértiles y abundantes. Si llegaran a sufrir hambre, la miseria y las enfermedades producirían pronto más estragos entre ellas que el que podría causar en varios años el hierro del enemigo. Procúrate pacíficamente todas las ayudas que necesites; no emplees la fuerza sino cuando las otras vías hayan resultado inútiles. Haz de manera que los habitantes de las aldeas y del campo puedan tener interés en venir por sí mismos a ofrecerte sus tributos; pero te lo repito, que sus tropas no se dividan nunca. Si todo el resto permanece igual, uno es la mitad más fuerte cuando combate en su propio país. Si combates en el del enemigo, ten en cuenta esta máxima, sobre todo si has avanzado un poco en sus Estados: lleva entonces tu ejército íntegro; realiza todas tus operaciones militares en el mayor secreto, quiero decir que hay que impedir que alguien pueda pe-


85 netrar tus designios: bastará que se sepa lo que quieres hacer cuando llegue el momento de ejecutarlo. Puede ocurrir que te veas reducido a veces a no saber adonde ir ni qué partido tomar; en ese caso no te precipites en nada, espéralo todo del tiempo y de las circunstancias, sé inquebrantable en el lugar en que estés. Puede suceder también que te encuentres comprometido en forma inoportuna; guárdate entonces muy bien de darte a la fuga, pues ello te perdería; es preferible que perezcas antes de retroceder, pues morirías por lo menos con gloria; entretanto, muestra una actitud firme. Tu ejército, acostumbrado a ignorar tus designios, ignorará igualmente el peligro que lo amenaza; creará que has tenido tus razones y combatirá con tanto orden y valor como si lo hubieras dispuesto desde largo tiempo atrás a la batalla. Si en este tipo de ocasiones logras el triunfo, tus soldados redoblarán su fuerza, coraje y valor; tu reputación acrecentará en la medida exacta del riesgo que hayas corrido. Tu ejército se creerá invencible bajo un jefe como tú. Por más críticas que puedan ser la situación y las circunstancias en que te encuentres, no desesperes de nada; justamente en las ocasiones en que hay que temerlo todo, no hay que temer nada; cuando uno está rodeado de todos los peligros no hay que temer ninguno; cuando se carece de todos los recursos hay que contar con todos; cuando a uno lo sorprenden hay que sorprender al enemigo mismo. Instruye de tal manera a tus tropas que puedan encontrarse prestas sin preparativos, que tengan grandes ventajas donde no han buscado ninguna, que sin orden particular alguno de tu parte improvisen las disposiciones a tomar, que sin prohibición expresa se prohiban ellas mismas todo lo que está contra la disciplina. Vigila, en particular, con una extrema atención que no se difundan falsos rumores, corta de raíz las quejas y las murmuraciones, no permitas que se interpreten como augurios siniestros todos los hechos extraordinarios que puedan suceder. Si los adivinos o los astrólogos del ejército han vati-


86 cinado la buena suerte, atente a su decisión; si hablan en forma oscura, interprétalo en buen sentido; si vacilan, o no dicen nada ventajoso, no los escuches, hazlos callar. Ama a tus tropas y procúrales toda la ayuda, todas las ventajas, todas las comodidades que puedan necesitar. Si sufren rudas fatigas, no es porque les guste; si soportan el hambre, no es porque no se preocupen de comer; si se exponen a la muerte, no lo hacen porque no amen la vida. Si mis oficiales no acrecientan sus riquezas, no es porque desdeñen los bienes de este mundo. Haz tú mismo serias reflexiones sobre todo esto. Cuando lo hayas dispuesto todo en tu ejército, y una vez dadas todas las órdenes, si ocurre que tus tropas adoptan actitudes negligentes y dan señales de tristeza, si llegan incluso a derramar lágrimas, hazlas salir prontamente de ese estado de abatimiento y letargo, dales fiestas, hazles oír el redoble del tambor y de otros instrumentos militares, ejercítalas, hazles hacer evoluciones, cambiar de lugar, llévalas incluso a sitios un poco difíciles donde tengan que trabajar y sufrir. Imita la conducta de Tchuan Tchu y de Tsao-Kuei, y cambiarás el corazón de tus soldados, los acostumbrarás al trabajo, se endurecerán, y luego nada les costará esfuerzo. Los cuadrúpedos cocean cuando se los carga demasiado, se vuelven inútiles cuando se los fuerza con exceso. Las aves, por el contrario, deben ser forzadas para que resulten útiles. Los hombres ocupan un lugar intermedio entre unas y otros, hay que cargarlos, pero no hasta abrumarlos; es necesario incluso forzarlos, pero con discernimiento y mesura. Si quieres sacar buen partido de tu ejército, si deseas que sea invencible, haz que se parezca al Chuai ^ Yen. El Chuai Yen es una especie de gran serpiente que se encuentra en la montaña de Tchang Chan. Si se golpea sobre la cabeza a esa serpiente su cola acude de inmediato en ayuda y se curva hasta alcanzar la cabeza; si se la golpea en la cola, la cabeza se presenta de inmediato para defenderla; si se la golpea en el medio o en cualquier otra parte de su cuerpo, se reúnen allí en seguida la cabeza y la cola. Pero dirá alguien:


87 ¿Puede hacer esto un ejército? Sí, puede, debe hacerlo, y es necesario que lo haga. Algunos soldados del Reino de U se encontraban un día atravesando un río al mismo tiempo que otros soldados del Reino de Yue; sopló un viento impetuoso, las embarcaciones se dieron vuelta y los hombres habrían perecido todos si no se hubieran ayudado mutuamente; no pensaron entonces que eran enemigos; se prestaron, por el contrario, toda la ayuda que se podía esperar de una amistad tierna y sincera, cooperaron como la mano derecha con la mano izquierda. Te recuerdo este episodio histórico para hacerte comprender que no sólo los diferentes cuerpos de tu ejército deben socorrerse mutuamente, sino también que es necesario que socorras a tus aliados, que presten incluso ayuda a los pueblos vecinos que tengan necesidad de ella; pues si están sometidos a ti, es porque no han podido hacer a menos; si su soberano te ha declarado la guerra, no es culpa de ellos. Préstales servicios, que ya tendrán ellos oportunidad de devolvértelos. En cualquier país que estés, cualquiera sea el lugar que ocupes, si en tu ejército hay extranjeros, o si entre los pueblos vencidos has elegido soldados para engrosar el número de tus tropas, no permitas nunca que en los cuerpos que integran sean los más fuertes o estén en mayoría. Cuando se atan varios caballos a una misma lanza, hay que tener mucho cuidado de no incluir los que son indómitos, o ponerlos a todos juntos o con otros en menor número que ellos, pues desordenarían el conjunto; pero cuando están domados siguen fácilmente a la multitud. En cualquier posición en que puedas estar, si tu ejército es inferior al de los enemigos, tu sola conducción, si es buena, puede hacerlo vencer. No basta contar con los caballos cojos o los carros atascados, pero ¿de qué te serviría la posición ventajosa si no supieras sacar partido de tu posición? ¿De qué sirve la bravura sin la prudencia, el valor sin la astucia? Un buen General saca partido de todo, y sólo está en condiciones de hacerlo porque realiza todas sus operaciones con el mayor secreto, sabe mantener la sangre fría y gobierna con rectitud, tratando sin embargo


88 de que su ejército tenga sin cesar los oídos engañados y los ojos fascinados: sabe siempre mejor que sus tropas lo que éstas deben hacer y lo que hay que mandarles. Si los acontecimientos cambian, él cambia de conducta; si sus ¡métodos, sus sistemas presentan inconvenientes, los corrige todas las veces que quiere y como quiere. Si sus propios hombres ignoran sus designios, ¿cómo podrían penetrarlos los enemigos? Un General hábil sabe de antemano todo lo que debe hacer; quien no sea él debe ignorarlo absolutamente. Tal era la práctica de aquellos de nuestros antiguos guerreros que más se distinguieron en el arte sublime del gobierno. Si querían tomar por asalto una ciudad, no hablaban de ello hasta que estaban al pie de los muros. Eran los primeros en subir y todo el mundo los seguía; y cuando habían llegado a ubicarse sobre la muralla, hacían romper todas las escaleras. Si se encontraban muy avanzados en tierras de aliados, redoblaban la atención y el secreto. Conducían por todas partes a sus ejércitos como un pastor guía a su rebaño; los hacían marchar por donde les parecía bien, volver sobre sus pasos, retroceder, y todo eso sin un murmullo, sin que un sólo hombre se resistiera. La principal ciencia de un General consiste en conocer bien las nueve clases de terreno, a fin de poder hacer en el momento oportuno los nueve cambios. Consiste en saber desplegar y replegar a sus tropas según los lugares y las circunstancias, en trabajar con eficacia para ocultar las propias intenciones y descubrir las del enemigo, en tener por máxima cierta que las tropas son muy unidas entre ellas cuando están muy internadas en territorio enemigo; que se dividen, por el contrario, y se dispersan muy fácilmente cuando sólo se mantienen en la frontera; que han logrado ya la mitad de la victoria cuando se apoderaron de todos los caminos y accesos, tanto del lugar en que deben acampar como de las inmediaciones del campamento enemigo; que es un comienzo de éxito haber podido acampar en un terreno vasto, espacioso y abierto por todas partes; pero que casi han vencido cuando en terreno enemigo se apoderaron de todos los pequeños lugares, de todos los caminos, de todas las aldeas que


89 se encuentran a lo lejos por los cuatro lados, y cuando por sus buenas maneras se han ganado el afecto de aquellos a los que quieren vencer, o a los que ya han vencido. Instruido por la experiencia y por mis propias reflexiones, he tratado cuando comandaba ejércitos de llevar a la práctica todo lo que aquí te indico. Cuando estaba en lugares de división, trabajaba por la unión de los corazones y la uniformidad de los sentimientos; cuando estaba en lugares livianos, reunía a mis hombres y los ocupaba en tareas útiles; si se trataba de lugares que pueden ser objeto de disputa, era el primero en apoderarme de ellos, cuando podía; si el enemigo se me había anticipado iba tras él y utilizaba artificios para desalojarlo de allí; cuando tenía que vérmelas con lugares de reunión, lo observaba todo con extrema diligencia y veía venir al enemigo; en un terreno pleno y sin obstáculos, me extendía a mi gusto e impedía que lo hiciera el enemigo; en lugares de varias salidas, cuando me era posible ocuparlas todas me mantenía en guardia, observaba de cerca al enemigo, no lo perdía de vista; en lugares graves e imporportantes, nutría bien a los soldados, los colmaba de caricias; en lugares arruinados o destruidos, trataba de salir del paso sea haciendo rodeos o llenando los vacíos; en fin, en los lugares de muerte hacía creer al enemigo que no podía sobrevivir. Las tropas bien disciplinadas resisten cuando están cercadas; redoblan sus esfuerzos en las situaciones extremas, enfrentan los peligros sin temor, se baten hasta la muerte cuando no hay alternativa, y obedecen implícitamente. Si las que tú comandas no son así, es culpa tuya; no mereces estar a su frente. Si ignoras los planes de los Estados vecinos no podrás preparar tus alianzas en el momento oportuno; si no conoces el número de los enemigos contra los cuales debes combatir ni sus puntos fuertes y débiles, nunca harás los preparativos ni tomarás las disposiciones necesarias para la conducción de tu ejército; no mereces comandarlo. Si ignoras dónde hay montañas y colinas, lugares secos o húmedos, escarpados o llenos de desfiladeros, pantanosos o peligrosos, no podrás dar las órdenes


90 convenientes ni sabrás conducir a tu ejército; eres indigno de comandarlo. Si no conoces todos los caminos, si no tienes cuidado de muñirte de guías seguros y fieles para guiarte en las rutas que ignoras, no llegarás al término que te propones, serás víctima de los enemigos; no mereces comandar. Cuando un Grande hegemónico ataca a un Estado poderoso hace de modo que el enemigo no pueda concentrarse. Lo intimida, impide a sus aliados que se le unan. Se sigue de ello que el Grande hegemónico no combate a combinaciones poderosas de Estados y no alimenta el poder de otros Estados. Para la realización de sus fines se apoya sobre su capacidad de intimidar a sus oponentes, y puede así tomar las ciudades enemigas y destruir al Estado del enemigo. Si no sabes combinar cuatro o cinco a la vez, tus tropas no podrían ir parejas con las de los vasallos y feudatarios. Cuando estos tenían que hacer la guerra contra algún Príncipe grande, se unían entre sí, trataban de perturbar a todo el Universo, agregaban a su bando a todas las personas que podían, buscaban sobre todo la amistad de sus vecinos, incluso la compraban a precios muy caro si era necesario; no daban al enemigo tiempo de orientarse, menos aun de recurrir a sus aliados y reunir todas sus fuerzas, lo atacaban cuando no estaba aún en estado de defensa; por eso, si asediaban a una ciudad era seguro que se apoderaban de ella. Si deseaban conquistar a una provincia lo conseguían; por más grandes que fueran las ventajas que obtenían al comienzo, no se adormecían, no dejaban nunca que su ejército se ablandara en la ociosidad o la corrupción, mantenían una disciplina exacta, castigaban con severidad cuando los casos lo exigían y recompensaban con liberalidad cuando las ocasiones lo demandaban. Aparte de las leyes ordinarias de la guerra, hacían otras particulares, según las circunstancias de los tiempos y los lugares. ¿Quieres tener éxito? Toma como modelo de tu conducta la que acabo de describirte; considera a tu ejército como un solo hombre que estás encargado de conducir, no le justifiques nunca tu manera de actuar; hazle saber exactamente todas las ventajas que ob-


91 tienen, pero ocúltale con gran cuidado hasta la más pequeña de tus pérdidas; debes dar todos tus pasos en el mayor secreto; pon a tus hombres en una situación peligrosa, y sobrevivirán; dispónlos sobre un terreno de muerte y vivirán, pues cuando el ejército se encuentra en tal situación, puede hacer surgir la victoria de los reveses. Acuerda recompensas sin preocuparte de los usos habituales, publica órdenes sin tener en cuenta los precedentes, y así podrás servirte del ejército entero como de un solo hombre. Escudriña todos los pasos del enemigo, no dejes de tomar las medidas más eficaces para asegurarte de la persona de su General; haz matar a su General, pues siempre combates contra rebeldes. El nudo de las operaciones militares depende de tu capacidad para dar la impresión de que te adaptas a los deseos de tu enemigo. No dividas jamás tus fuerzas; la concentración te permitirá matar a su General, aun a una distancia de mil lenguas; en esto reside la capacidad de alcanzar tu objetivo de una manera ingeniosa. Cuando el enemigo te ofrezca una oportunidad, aprovéchala rápidamente; anticípate a él haciéndote dueño de algo que le importe y avanza siguiendo un plan fijado en secreto. La doctrina de la guerra consiste en seguir la situación del enemigo a fin de decidir acerca de la batalla. Cuando tu ejército esté fuera de las fronteras haz cerrar los caminos, destruye las instrucciones que tienes entre tus manos y no permitas que se escriban ni reciban noticias; rompe tus relaciones con los enemigos, reúne tu consejo y exhórtalo a ejecutar el plan; después de esto, ve hacia el enemigo. Antes que haya comenzado la campaña, debes ser como una joven que no sale de su casa; se ocupa de los quehaceres domésticos, tiene cuidado de prepararlo todo, lo ve todo, lo oye todo, lo hace todo, pero en apariencia no interviene en nada. Una vez comenzada la campaña, debes tener también la ligereza de una liebre, que al verse perseguida por cazadores trataría dando mil vueltas de encontrar al fin su madriguera para refugiarse segura en ella.


Principio duodécimo

El arte de atacar por el

Sun Tse dijo: las diferentes maneras de combatir por el fuego se reducen a cinco. La primera consiste en quemar a los hombres; la segunda, en quemar las provisiones; la tercera, en quemar los bagajes; la cuarta, en quemar los arsenales y almacenes; y la quinta, en utilizar proyectiles incendiarios. Antes de emprender este tipo de combate hay que preverlo todo, es necesario examinar la posición de los enemigos, ponerse al tanto de todos los caminos por donde éstos podrían escapar o recibir ayuda, muñirse de las cosas necesarias para la ejecución del proyecto, y además deben ser favorables el tiempo y las circunstancias. Prepara en primer lugar todas las materias combustibles que quieras utilizar: cuando les hayas puesto fuego, atiende a la humareda. Hay el momento de ponerles fuego, hay el día de hacer estallar el incendio: no vayas a confundir estas dos cosas. El tiempo de encender el fuego es aquel en que todo está tranquilo bajo el cielo, en que la serenidad parece duradera. El día de hacer estallar el incendio es aquel en que la luna se encuentra en una de las cuatro constelaciones, Qui, Pi, Y, Tchen. Es raro que no sople entonces el viento, y ocurre muy a menudo que lo haga con fuerza.


93 Las cinco maneras de combatir por el fuego requieren de tu parte una conducta que varíe según las circunstancias: estas variaciones se reducen a cinco. Voy a indicártelas para que puedas emplearlas según las ocasiones. 1? Cuando hayas puesto fuego, si después de un tiempo no hay ningún rumor en el campamento de los enemigos, si todo está tranquilo entre ellos, quedate tú tranquilo y no emprendas nada; atacar de un modo imprudente equivale a tratar de ser derrotado. Sabes que el fuego ha tomado cuerpo, eso debe bastarte: mientras esperes, debes suponer que el fuego actúa sordamente; sus efectos serán por ello más funestos. Está dentro; espera que estalle y que veas chispas fuera, y podrás ir a recibir a los que sólo tratarán de salvarse. 2? Si algún tiempo después de haber puesto fuego ves que se eleva en remolinos, no des a los enemigos tiempo de extinguirlo, envía hombres para atizarlo, dispon prontamente todas las cosas y corre al combate. 3? Si pese a todas tus medidas y a todos los artificios que hayas podido emplear, tus hombres no lograron penetrar en el interior, y si te ves forzado a poner fuego sólo desde afuera, observa de qué lado viene el viento; de ese lado debe comenzar el incendio; por ese mismo lado debes atacar. En estas ocasiones, que no te ocurra nunca combatir bajo el viento.

4° Si durante el día el viento ha soplado continuamente, considera cosa segura que durante la noche habrá un rato en que cesará: toma entonces tus precauciones y disposiciones. 5°> Un General que para combatir a sus enemigos sabe emplear siempre el fuego a propósito, es un hombre realmente esclarecido; un General que sabe servirse de agua y de la inundación para el mismo fin, es un hombre excelente. Sin embargo, sólo hay que emplear el agua con discreción. Sírvete de ella, enhorabuena; pero que sólo sea para arruinar los caminos


94 por donde los enemigos podrían escapar o recibir ayuda. Las diferentes maneras de combatir por el fuego, que te acabo de indicar, van por lo común seguidas de una plena victoria cuyos frutos debes saber recoger. El más considerable de todos es aquel sin el cual habrías perdido tus preocupaciones y esfuerzos, y consiste en conocer el mérito de todos los que se hayan distinguido, de recompensarlos en proporción de lo que hayan hecho por el éxito de la empresa. Los hombres se guían comúnmente por el interés; si tus tropas sólo encuentran en el servicio penas y trabajo, no las podrás emplear dos veces con ventaja. La necesidad es lo único que debe hacer emprender una guerra. Los combates, cualquiera que sea su naturaleza, tienen siempre algo funesto para los vencedores mismos; no hay que librarlos sino cuando la guerra no se pueda hacer de otra manera. Cuando un Soberano está animado por la cólera o la venganza, no debe ocurrírsele nunca reclutar tropas; cuando un General encuentra que tiene en su corazón los mismos sentimientos, no debe librar jamás combates. Para el uno y para el otro los tiempos son nebulosos: que esperen días de serenidad para decidirse y actuar. Si puede obtenerse alguna ventaja poniéndose en movimiento, haz marchar a tu ejército; si no prevés ninguna ventaja, manténte en reposo: por más legítimos que sean los motivos de irritación que tengas, aunque te hayan provocado, incluso insultado, espera para tomar partido a que el fuego de la cólera se haya disipado y a que los sentimientos pacíficos se eleven en tropel en tu corazón: no olvides jamás que tu designio, al hacer la guerra, debe ser el de procurar al Estado la gloria, el esplendor y la paz, y no el de hacerlo caer en perturbaciones, desolación y confusión. Lo que defiendes son los intereses del país y no tus intereses personales. Tus virtudes y tus vicios, tus hermosas cualidades y tus defectos recaen igualmente sobre aquellos a los que tú representas. Tus menores faltas son incluso de importancia; las grandes resultan a menudo irreparables, y siempre muy funestas. Es difícil sostener un Reino al que hayas puesto en la


95 pendiente de su ruina; es imposible rehacerlo una vez destruido: no se resucita a un muerto. Así como un Príncipe sensato y esclarecido pone el máximo cuidado en gobernar bien, un General hábil no olvida nada de lo necesario para formar buenas tropas y emplearlas en salvaguardar el Estado y preservar el Ejército.


Principio decimotercero

La concordia y la discordia

Sun Tse dijo: si teniendo preparado un ejército de cien mil hombres debes conducirlo a la distancia de cien leguas, hay que tener en cuenta que tanto fuera como dentro todo estará en movimiento y producirá ruido. Las ciudades y aldeas de donde hayas tomado los hombres que componen tus tropas; los caseríos y los campos de donde hayas sacado tus provisiones y todo los arreos de quienes deben llevarlas; los caminos llenos de gentes que van y vienen, todo esto no ocurriría sin que muchas familias se hallen en la desolación, muchas tierras queden sin cultivar y el Estado realice cuantiosos gastos. Setecientas mil familias desprovistas de sus jefes o de su principal apoyo se encuentran de golpe impedidas de consagrarse a sus tareas ordinarias; las tierras privadas del mismo número de hombres que les daban valor, disminuyen, en proporción a los cuidados que se les niegan, tanto la cantidad como la calidad de sus producciones. La designación de tantos Oficiales, la paga diaria de tantos soldados y el mantenimiento de todos los hombres van vaciando poco a poco los graneros y los cofres del Príncipe, así como los del pueblo, y no dejarán de agotarlos a breve plazo.


97 Quien emplea muchos años en observar a sus enemigos o en hacer la guerra no ama a su pueblo, es el enemigo de su país; todos los gastos, todas las penas, todos los trabajos y fatigas de muchos años sólo llegan muy a menudo, para los vencedores mismos, a una jornada de triunfo y de gloria, aquella en que vencieron. Emplear sólo para vencer la vía de los sitios y las batallas, equivale igualmente a ignorar los deberes del soberano y los del General; es no saber gobernar; es no saber servir al Estado. Así, una vez formado el designio de hacer la guerra, cuando las tropas estén ya en pie de guerra y en estado de emprenderlo todo, no desdeñes emplear los artificios. Comienza por ponerte al tanto de todo lo que concierne a los enemigos; debes saber exactamente todas las relaciones que estos puedan tener, sus vinculaciones e intereses recíprocos; no ahorres las grandes sumas de dinero; no lamentes el que inviertas en país Extranjero, sea para procurarte gente fiel o para lograr conocimientos exactos, como tampoco el que emplees para pagar a quienes se enrolen bajo tus estandartes: cuanto más gastes más ganarás; es un dinero que inviertes para obtener de él un gran interés. Mantén espías en todas partes, entérate de todo, no descuides nada que puedas llegar a conocer; pero cuando te hayas enterado de algo, no lo confíes indiscretamente a todos los que se te aproximan. Cuando emplees algún artificio, no lograrás éxito con él invocando a los Espíritus ni previendo aproximadamente lo que debe o puede ocurrir; sólo lo conseguirás conociendo con seguridad, por informe fiel de las personas que te sirven, la disposición de los enemigos, tenida cuenta de lo que quieres que hagan. Cuando un General hábil se pone en movimiento el enemigo ya está vencido: cuando combate, debe hacer él sólo más que todo su ejército en conjunto; no sin embargo por la fuerza de su brazo, sino mediante la prudencia, su manera de comandar, y sobre todo la astucia. Es necesario que a la primera señal una parte del ejército enemigo se ponga de su lado para combatir bajo sus estandartes; es necesario que sea siempre el


98 árbitro que acuerda la paz y establece las condiciones que juzgue oportunas. El gran secreto del éxito en todo consiste en el arte de saber introducir divisiones en forma oportuna; división en las ciudades y las aldeas, división exterior, división entre los inferiores y los superiores, división de muerte, división de vida. Estos cinco tipos de divisiones son sólo ramas de un mismo tronco. Quien sabe utilizarlas es un hombre verdaderamente digno de comandar; es el tesoro de su Soberano y el sostén del Imperio. Llamo división en las ciudades y aldeas a aquella por la cual se encuentra la manera de separar del partido enemigo a los habitantes de las ciudades y aldeas que están bajo su dominio, y de ligarlos a la propia causa de manera de poder servirse de ellos con seguridad en caso necesario. Llamo división exterior a aquella por la cual se encuentra la manera de tener a su servicio a los Oficiales que sirven en ese momento en el ejército enemigo. Por división entre los superiores y los inferiores entiendo la que nos pone en condiciones de aprovechar de la desinteligencia que hayamos sabido sembrar entre los aliados, entre los diferentes cuerpos o entre los oficiales de diverso grado que componen el ejército contra el cual debemos combatir. La división de muerte es aquella por la cual, después de haber dado falsa información sobre el estado en que nos encontramos, hacemos correr rumores tendenciosos, los cuales hacemos llegar hasta la Corte de su Soberano que, creyéndolos verdaderos, se conduce en consecuencia respecto de sus Generales y de todos los Oficiales que están en ese momento a su servicio. La división de vida es aquella por la cual se distribuye dinero a manos llenas a todos los que abandonaron el servicio de su legítimo Señor y pasaron a tu lado, para combatir bajo tus estandartes o para prestarte otros servicios no menos esenciales. Si has sabido hacerte de personas que te sean fieles en las ciudades y aldeas de los enemigos, no pasará mucho tiempo antes de que dispongas de una cantidad de hombres cabalmente consagrados a tu servicio; sabrás por medio de ellos cuál es la disposición de la


99 mayoría de los suyos a tu respecto; te sugerirán la manera y los medios que debes emplear para ganarte la voluntad de aquellos de sus compatriotas que más te sean de temer; y cuando llegue el momento de sitiar las ciudades podrás realizar conquistas sin verte obligado a tomarlas por asalto, sin librar combate e incluso sin sacar la espada. Si los enemigos que están en ese momento ocupados en hacerte la guerra tienen a su servicio oficiales que no estén de acuerdo entre sí; si están divididos por mutuas sospechas, pequeños celos, intereses personales, encontrarás fácilmente los medios para apartar a algunos y atraértelos; pues por muy virtuosos que por lo demás sean, por muy dedicados que estén a su Soberano, el incentivo de la venganza, el de las riquezas o de los cargos eminentes que les prometes bastarán de sobra para ganarte su voluntad; y una vez que se enciendan esas pasiones en su corazón, no habrá nada que no intenten para satisfacerlas. Si los diferentes cuerpos que componen el ejército de los enemigos no se sostienen entre sí, si están ocupados en observarse mutuamente, si tratan de dañarse unos a otros, te será fácil alimentar su desinteligencia, fomentar sus divisiones; los destruirás poco a poco utilizando a unos contra otros, sin que haya necesidad de que alguno de ellos se declare abiertamente de tu parte; todos te servirán sin quererlo, incluso sin saberlo. Si has hecho correr rumores, tanto para persuadir respecto de lo que quieras que se crea acerca de ti, como sobre los falsos pasos que supondrás que han dado los Generales enemigos; si has hecho llegar falsas noticias hasta la Corte y al Consejo mismo del Príncipe contra cuyos intereses tienes que combatir; si has sabido hacer dudar de las buenas intenciones de aquellas mismas personas cuya fidelidad a su Príncipe te sea muy conocida, pronto verás que entre los enemigos las sospechas han ocupado el lugar de la confianza, que los castigos fueron sustituidos por las recompensas y éstas por aquellos, que los más leves indicios gozan de la calidad de pruebas muy convincentes para hacer perecer a cualquiera que caiga bajo sospecha. Entonces sus mejores Oficiales, sus Ministros más esclarecidos sentirán disgusto, su celo se atenuará, y


100 viéndose sin esperanza de una suerte mejor se refugiarán junto a ti para librarse de los justos temores que continuamente los agitaban y para poner sus días a cubierto. Sus parientes, sus aliados o sus amigos serán objeto de acusaciones, se los perseguirá o condenará a muerte. Se formarán conspiraciones, despertará la ambición, sólo habrá perfidias, crueles ejecuciones, desórdenes y revueltas por todos lados. ¿Qué te quedará por hacer para adueñarte de un país cuyos pueblos querrían verte ya en posesión de él? Si recompensas a quienes han pasado de tu lado para librarse de los justos temores que los acosaron continuamente y para poner sus días a cubierto; si les das empleo, sus parientes, sus aliados, sus amigos serán otros tantos subditos que adquirirás para tu Príncipe. Si distribuyes dinero a manos llenas, si tratas bien a todo el mundo, si impides que tus soldados cometan el más mínimo estrago en los lugares por donde pasen, si los pueblos vencidos no sufren ningún daño, ten por seguro que ya están ganados para ti, y que los buenos juicios que sobre ti emitan te atraerán más súbditos para tu Señor y más ciudades para su dominación, que las más brillantes victorias. Manténte vigilante e inquisitivo, pero muestra en tu exterior mucha seguridad, simplicidad y aun indiferencia; debes estar siempre en guardia, aunque parezcas no pensar en nada; desconfía de todo, aunque parezcas no desconfiar; mantén un extremo secreto, aunque parezca que todo lo haces al descubierto, pon espías por todas partes; en lugar de palabras, sírvete de señales; debes ver por la boca, hablar por los ojos; no es fácil sino muy difícil. A veces uno se engaña cuando cree engañar a los demás. Sólo un hombre de una prudencia consumada, extremadamente astuto, sabio de primer orden, podrá emplear a propósito y con éxito el artificio de las divisiones. Si no tienes esas cualidades, debes renunciar a él; el uso que de él hicieras redundaría en tu detrimento. Después de haber concebido algún proyecto, si te enteras de que tu secreto ha trascendido, haz morir sin remisión tanto a quienes lo hayan divulgado como a


101 aquellos a cuyo conocimiento haya llegado; éstos aún no son en verdad culpables, pero podrían llegar a serlo. Su muerte salvará la vida a algunos millares de hombres y asegurará la fidelidad de un número mayor aun. Castiga con severidad, recompensa con largueza; multiplica los espías, dispónlos por todas partes, en el propio Palacio del Príncipe enemigo, en la Mansión de sus Ministros, bajo las tiendas de sus Generales; ten una lista de los principales Oficiales que están a su servicio; debes saber sus nombres, sus sobrenombres, el número de sus hijos, de sus parientes, de sus amigos, de sus domésticos; que nada ocurra entre ellos sin que tú estés enterado. Tendrás espías por todos lados: debes suponer que el enemigo dispondrá también los suyos. Si llegas a descubrirlos, cuídate bien de condenarlos a muerte; sus días deben ser para ti infinitamente preciosos. Los espías de los enemigos te servirán con eficacia si mides de tal manera tus pasos, tus palabras y todas tus acciones, que sólo puedan dar siempre noticias falsas a aquellos que los han enviado. En fin, un buen General debe sacar partido de todo; no tiene que sorprenderse de nada, ocurra lo que ocurriere. Pero por sobre todo, y de preferencia a todo, debe poner en práctica estos cinco tipos de divisiones. Nada resulta imposible a quien sepa servirse de ellas. Defender los Estados de su Soberano, engrandecerlos, hacer cada día nuevas conquistas, exterminar a los enemigos, fundar incluso nuevas Dinastías, todo esto puede no ser más que el efecto de las disensiones empleadas a propósito. Tal fue la vía que permitió el advenimiento de las Dinastías Yin y Tcheu, cuando Servidores tránsfugas contribuyeron a su elevación. ¿Cuál de nuestros libros no hace el elogio de estos grandes ministros? ¿Les ha dado alguna vez la Historia el nombre de traidores a su Patria o de rebeldes a sus Soberanos? Sólo el Príncipe esclarecido y el digno General pueden ganar para su servicio a los espíritus más penetrantes y realizar vastas empresas. Un ejército sin agentes secretos es un hombre sin ojos ni oídos.


102 El período histórico: los Reinos Combatientes Del siglo v al iii a. C. los Reinos combatientes luchan para formar entidades políticas más vastas. Dos grandes Ligas se enfrentan para lograr la hegemonía en el curso de esta "guerra de trescientos años": A) La Liga del Norte alentada por el Estado Ts'in, reino establecido sobre un promontorio que domina el sistema hidráulico del río Amarillo y controla las vías de comunicación y el sistema defensivo de la Gran Muralla. Sun Tse parece haber estado vinculado con esta Liga, que llegó a someter a los Estados Tsin, Tchi, Tchao y Uei. B) La Liga del Sur dirigida por el Estado Tchu, reino situado en el centro del sistema de lagos y canales del río Azul, que redujo a los Estados Yue, Tshai, U y Tcheu. La Liga del Norte venció a la del Sur en la lucha por la preponderancia que terminó en la instauración del Imperio.

Algunas precisiones cronológicas referidas a Sun Tse a. C. 512 511 510 509-508 506

505

504-473

Sun Tse, nativo del Estado Tchi, a la cabeza de los ejércitos del Estado de U ataca al Reino de Tchu, pero no puede tomar la capital. Nueva campaña de Sun Tse. El Estado de U obtiene la victoria en su campaña contra Yue. Tchu invade U sin beneficiarse con ello. El Estado U, aliado al Reino de Tshai, se apodera de la capital de Tchu en el curso de una batalla decisiva. Ultima mención de Sun Tse en Las Memorias históricas de Se-ma Ts'ien. El Reino de Yue emprende una expedición contra el Reino de U, mientras el ejército de este último está ocupado en operaciones en Tchu. Simultáneamente el Estado Ts'in ataca al ejército U, que se obligado a evacuar Tchu y volver* a su país. Las numerosas campañas por U contra Yue terminan con su propia caída. Yue, vencedor pero agotado, es absorbido a su vez por la Liga del Sur.


Indice

Vida de Sun Tse (según Se-ma Ts'ien) I

7

La evaluación

17

La iniciación de las acciones

22

III

Proposiciones de la victoria y de la derrota

26

IV

La medida en la disposición de los medios

33

La firmeza

38

De lo lleno y de lo vacío

42

El enfrentamiento directo e indirecto

49

Los nueve cambios

55

La distribución de los medios

62

La topología

71

XI

Las nueve clases de terrenos

79

XII

El arte de atacar por el fuego

92

La concordia y la discordia

96

II

V VI VII VIII IX X

XIII

Cronología

102


SE ACABÓ DE IMPRIMIR EL DÍA 6 DE FEBRERO DE 1 9 7 3

EN LOS

TALLERES GRÁFICOS DIDOT, S. C. A. LUCA 2223, BUENOS AIRES


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