Restos Humanos. Diagonal Culturas 187 (2012)

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FILMOTECA

Un sí señor con las patas verdes BELÉN GOPEGUI

Se ha editado ‘The Films of Jay Rosenblatt vol. 1’, una mirada a la obra de este cineasta de la escena independiente estadounidense. JOSÉ RAMÓN OTERO ROKO La edición de la antología de películas de Jay Rosenblatt por Locomotion Films, la productora que firma la práctica totalidad de sus trabajos, y distribuida por el sello francés Re:Voir, es un pequeño hito en la carrera de este realizador estadounidense que se ha popularizado en los circuitos del cine alternativo por dos características fundamentales, su absoluta empatía con la infancia y una perfecta cirugía del lenguaje corporal de los mayores. Rosenblatt, que reúne seis de sus obras en este primer volumen (ya ha aparecido el segundo), es un personaje complejo que empezó a ser conocido en Europa con Human remains (Restos humanos, 1998), un mediometraje realizado con material de archivo que retrataba a cinco dictadores (Adolf Hitler, Benito Mussolini, Joseph Stalin, Francisco Franco y Mao Tse Tung) y de los que se extraían

gestos y miradas muy concretos que se convertían en trascendentes por su peso simbólico y una aguda fijación en los detalles, que explicaban sus gustos culinarios y sexuales. Ubicados en la postmodernidad celebramos ingenuamente un film como Human remains a finales del siglo XX, pero 15 años después ese totum revolutum, aunque nos sigue pareciendo justo individualmente (los cinco personajes son sin duda sanguinarios dictadores), nos sugiere una enmienda que se queda muy al inicio de una libertaria crítica al poder, o de una suerte de pedagogía antiautoritaria. Rosenblatt viene a decirnos que son producto de una intimidad banal, que es la infracción de un mandato divino, donde no existe ni la gula ni la lujuria, lo que explica su carácter. Vista hoy tiene un muy notable valor artístico, una certera sensibilidad hacia las formas exteriores del mal –inolvi-

la prácticamente muda, de corte experimental, como todas las de Rosenblatt, que sin embargo comunica el punto de vista del niño de manera ejemplar. Y The Smell of Burning Ants, que funciona como un epílogo de ésta, donde vemos sus consecuencias: cómo todo eso se transforma en una violencia sin más ideología que el ego, que va educando desde muy pequeños a los seres humanos en la droga del poder. De alguna manera es partir de la escena inicial de Grupo Salvaje (Sam Peckinpah, 1969) en la que un grupo de niños

Rosenblatt es un personaje complejo que empezó a ser conocido en Europa con ‘Human remains’ tortura a un escorpión y decir que, desprovisto el arácnido de los valores de la película de Peckinpah, sólo queda quemarlo en un círculo de fuego, no para defenderse de él, sino por el placer de verlo arder, tal y como abogan las tribus del “cuanto peor, mejor”. Pero el escorpión, como los gestores macroeconómicos, prefiere picarse a sí mismo y morir antes de su propio veneno que a manos de otro. Imagen que efectivamente muestra la película y que nos interpela a todos sobre cómo a veces hay quien no encuentra otro medio de defensa que destruirse a sí mismo. //

El sí de cada no

Restos humanos

dable la mirada de Hitler al despegarse de un grupo de entusiastas que le aclaman– pero su conclusión se ha quedado antigua, puesto que del piadoso “desconfiad de vuestros gobernantes porque pecan” se ha pasado al más democrático y más radical “desconfiad de vuestros gobernantes porque gobiernan”, un adelanto que viene a significar una sociedad más adulta y sana intelectualmente. La siguiente película de Jay Rosenblatt, King of the Jews (2000), incluida también en el volumen, parte del encontronazo que tuvo de niño con el dios de los cristianos, Jesús de Galilea, al descubrir que éste era de origen judío, como él. El film está dedicado a exculpar a la comunidad judía de la muerte de ese Jesús retratado en los evangelios, aceptando de entrada que dicho personaje tuviera una existencia real más allá de las fantasías populares. El Rosenblatt que dirige esta película es un hombre cargado de culpa, que para liberarse sentencia que Jesús murió en los campos de concentración nazis y que ni siquiera así encuentra paz en su conciencia. Y por último un apunte sobre las muy notables Short of Breath (1990) y The Smell of Burning Ants (1994). La primera habla de la transmisión de valores que se da entre padres e hijos, de cómo una familia que vive un conflicto profundo desorienta a los niños hasta el punto de reproducir los problemas de sus padres. Una pelícu-

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Cuentan que un novelista llegó al poder y dijo: a partir de ahora la palabra novelista designará tanto a los novelistas como a los poetas. Los poetas se quejaron pero, como no estaban organizados, se generalizó la costumbre. Todo era en aras de la economía del lenguaje, decir novelistas y poetas todo el tiempo cansaba mucho. ¿Y decir a veces novelistas y a veces poetas? Eso era arbitrario, les decían. ¿Y decir siempre poetas e incluir a los novelistas? ¿Además, qué pasaba con los queercuentistas? Los novelistas entonces se echaban a reír. Cuentan que en otro país los comunistas decidieron que el término comunista sería genérico e incluiría a los anarquistas. Eran tiempos de crisis y decir “comunistas y anarquistas” consumía mucha energía. Pero es que tiene consecuencias, decían los anarquistas, hasta lo más trivial acababa no siéndolo, por ejemplo: cuando los titulares de un periódico celebraban a los comunistas que lucharon contra el fascismo y daban nombres, casi nunca aparecían anarquistas, mientras que si el titular fuera: los comunistas y anarquistas que lucharon contra el fascismo, ese titular aguzaría la memoria de quien escribiese el artículo. Vale, quizá tengáis razón, pero sois unos pesados, dejad las cosas como están, al fin y al cabo también pasa con el género masculino y femenino y se acepta porque está en la estructura profunda de la lengua, tan profunda que nadie la puede tocar so pena de que se produzcan terribles accidentes; si se toca y después alguien se olvida una vez de decir alumnas y alumnos, habrá cataclismos sin número, le partirán rayos, rodarán cabezas. Entretanto, sin embargo, en esos países las niñas a veces decían niñas para hablar de niñas y niños, y a veces decían niños, y a veces los niños decían nosotras para hablar de toda su clase, y a veces decían personas, y a veces en vez de alumnos y alumnas decían el alumnado, y no se cansaban, y si alguna vez se les olvidaba decir niños y niñas, ningún rayo caía, y si alguna vez sí lo decían, su energía no se esfumaba. Porque la lengua les pertenecía, porque no era propiedad de ningún rey académico y a medida que quienes la usaban rechazaban la carga de las características asignadas a los sexos por el patriarcado, la lengua también se liberaba. //


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