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Martín Luis Guzmán (1887-1976) La intimidad de la Revolución ació en Chihuahua, Chih., el 6 de octubre de 1887. Editó en el puerto de Veracruz el Quincenario Juventud (1899-1903). Se trasladó a la capital del país e ingresó a trabajar en la redacción de El Imparcial (1908). Al año siguiente interrumpió sus estudios de derecho al ser designado canciller del consulado de Phoenix, Arizona. En 1911 regresó a México. Formó parte de El Ateneo de la Juventud y asistió a la convención del Partido Constitucional Progresista como delegado por Chihuahua. Durante el gobierno de Madero, trabajó como bibliotecario en la Escuela Nacional de Altos Estudios y fue profesor en la Escuela Superior de Comercio. Su obra literaria es, sin embargo, la que abrió para él un lugar privilegiado en la historia. Pues como era su mundo de letras, así quedaron grabados para siempre hechos y ecos, producto sin duda de las vivencias del autor en la Revolución. Tan pronto como aparecieron dentro de su visual, Fierro los saludó con extraña frase —frase a un tiempo cariñosa y cruel, de ironía y de esperanza: —¡Ándenles, hijos: que nomás yo tiro y soy mal tirador! En 1913 obtuvo el título de abogado en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Cuando ocurrió el cuartelazo huertista, renunció a un cargo que tenía en Obras Públicas y fundó El Honor Nacional, periódico de oposición. En noviembre del mismo año se unió a los carrancistas y luego pasó a formar parte de las fuerzas de Villa, de quien fue asesor político y, en 1914, representante ante Carranza, quien lo hizo detener y ordenó su destierro. Liberado por los convencionalistas, recibió el grado de coronel y fue nombrado secretario de la Universidad y director de la Biblioteca Nacional. A la derrota de la Convención se exilió en España, donde publicó La querella de México (1915) y colaboró en periódicos de ese país. Viajó luego a Estados Unidos. Ahí escribió su segundo libro, A orillas del Hudson (1920); fue profesor de literatura en la Universidad de Minnesota y dirigió El Gráfico, periódico de Nueva York que se editaba en español. Regresó a México en 1920 y se encargó de la sección editorial de El Heraldo de México; fue secretario particular de Alberto J. Pani, titular de la Secretaría de Relaciones Exteriores, y fundó el vespertino El Mundo (1922). De 1922 a 1924 fue diputado federal por el Partido Cooperatista Nacional. Opositor de Álvaro Obregón, debió exiliarse nuevamente en 1922. Vivió de 1925 a 1936 en España, donde publicó El águila y la serpiente (1928), La sombra del caudillo (1929),
Aventuras democráticas (1931), Javier Mina, héroe de España y de México (1932), Filadelfia, paraíso de conspiradores y otras historias noveladas y Piratas y corsarios. Un fragmento de El águila y la serpiente nos dejará entrever quién fue Martín Luis Guzmán tras de la pluma:
Martín Luis Guzmán
Atento a cuanto se decía de Villa y el villismo, y a cuanto veía a mi alrededor, a menudo me preguntaba yo en Ciudad Juárez qué hazañas serían las que pintaban más a fondo la División del Norte: si las que se suponían estrictamente históricas, o las que se calificaban de legendarias; si las que se contaban como algo visto dentro de la más escueta realidad, o las que traían ya tangibles, con el toque de la exaltación poética, las revelaciones esenciales. Y siempre eran las proezas de este segundo orden las que se me antojaban más verídicas, las que, a mi juicio, eran más dignas de hacer Historia. Durante la Segunda República adoptó la nacionalidad española, fue uno de los secretarios de Manuel Azaña y ocupó la dirección de los diarios El Sol y La Voz. Volvió a México en 1936, año en que apareció su libro Memorias de Pancho Villa. Asociado con Rafael Jiménez Siles, en 1939 fundó la empresa editora Ediapsa. En 1940 ingresó en la Academia Mexicana de la Lengua y en 1942 fundó la revista Tiempo, de la que, diez años después, fueron expulsados los principales redactores cuando el director, ante la represión contra comunistas y henriquistas del primero de mayo, se negó a publicar una versión distinta de la gubernamental. El presidente Miguel Alemán le dio un cargo diplomático. En 1959 fue nombrado presidente de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, cargo que ejerció de manera vitalicia. Además, fue senador de la República (1970-1976). También es autor de Febrero de 1913 (crónica de la muerte de Madero), Islas Marías, novela y drama (1959), Necesidad de cumplir las Leyes de Reforma (1963) y Crónicas de mi destierro (1964). Doctor Honoris causa por las universidades de Chihuahua y el Estado de México. Premio Nacional de Literatura (1958). Falleció en México, D.F., el 22 de diciembre de 1976.
Que el libro sea un puente hospitalario
México D.F. Otoño de 2007. Año 6 Número 21
N
Héctor Aguilar Camín Atención a clientes: 01 800 001 5337 / www.clublectores.com
E
l doctor Héctor Aguilar Camín, con gran afabilidad, nos recibió en su despacho y, al ojear la revista de Club de Lectores, nos manifestó su gran interés en el proyecto que hemos desarrollado durante los últimos cuatro años. –El público, ¿a través de esta revista pide los libros? ¿Y yo los puedo pedir también? ¿Cualquiera de los que están aquí? ¿Aquí está la explicación? ¡Está bueno! ¿Eh? Fueron las primeras frases que reflejaban el profundo interés del doctor Héctor Aguilar Camín de saber cómo funciona el proyecto de Club de lectores. –A mí me gusta mucho la idea de comprar libros por correo, pero los compro en Estados Unidos porque aquí no he podido. He tratado, pero no he podido. ¡Ah! ¿También tienen una página de Internet? ¿Y ahí me dan más información sobre los libros? Escrutando detenidamente la revista del Club, nos pedía más datos. –¿Y en cada ejemplar hay una oferta distinta de libros? –Sí –le confirmamos– y, además de la entrevista, en la que siempre nos acercamos a la figura de un escritor mexicano, en la contraportada presentamos la biografía de alguno de los grandes autores de las letras nacionales. Entonces, el doctor Aguilar Camín nos comentó su admiración por la obra de Martín Luis Guzmán. –¡Ah, sí! Periodista como usted e historiador como usted. –Un cronista extraordinario, y un gran novelista! Creo que no hay mejor novela de la Revolución que “La sombra del caudillo”… –Y usted, ¿se formó primero como periodista y después se doctoró en historia? –He tenido muchos trabajos “alimenticios”. El periodismo ha sido uno de ellos; la historia fue otro. Para poder vivir he trabajado en cosas distintas a mi obsesión fundamental, que fue dese muy joven la literatura. Pero no podía vivir de lo que escribía. No he tenido la suerte o el talento suficientes para vivir de mis libros. Tuve que hacer otras cosas para poder escribir. He sido mi propio mecenas toda la vida. Todos los trabajos que tuve fueron instrumentales. Eran para para escribir literatura, pero también fueron pasiones adquiridas importantes para mí. La historia, el periodismo, la edición. Eran todos trabajos afines a la vocación de escritor, los trabajos con los que yo pagaba la tarea menos rentable de escribir literatura. –¿Entonces su obsesión fundamental siempre fue la literatura?
–Desde muy joven tenía muy claro que quería escribir, pero no tenía claro “qué”. Comencé a los dieciséis o diecisiete años a escribir novelas, cosas que yo creía que iban a ser inevitablemente novelas. Debo haber comenzado unas… quince o veinte novelas, entre los diecisiete y los veinticinco años. De todo eso quedaron algunos capítulos que publique en un libro de cuentos, ahora fuera de circulación, llamado La decadencia del dragón. Los cuentos de ese libro son el saldo de todos los intentos juveniles de escribir una novela. Nunca pasé de la escritura del primer o segundo capítulo. Y nunca con la posibilidad de darles unidad narrativa. Aprendí más tarde lo que es escribir un libro, en el sentido de planearlo y construirlo de principio a fin, como se construye una casa… Es una buena metáfora la construcción de una casa para hablar de còmo se escribe un libro. Uno debe escoger un terreno, después el tipo de casa y luego tiene que hacerla. Se puede acertar en la elección del terreno y en el diseño de la casa, pero si está mal la construcción probablemente no sirve. Si están mal los acabados probablemente la casa tampoco sirve. Un libro tiene que estar bien hecho en todas sus fases, como una casa. Puede uno construir un edificio, un castillo, una choza, una cabaña minimalista, pero hay que ser fiel al diseño elegido y eficaz en todas las fases de la construcciòn, de la obra negra a los terminados. Yo aprendí cómo se construía un libro en el sentido amplio de la palabra: escoger un tema, investigar sus materiales, ordenarlos, escribiendo un libro de historia, la única obra de historia que he escrito: La frontera nómada. Es el primer libro que hice con toda premeditación y en el que entendí de qué se trataban el diseño y la construcción de un libro. Luego volví a la literatura y escribí una primera novela, Morir en el Golfo, con todo ese aprendizaje acumulado sobre la ingeniería y el diseño de un libro. En Morir en el Golfo reuní el impulso literario, con mi otra gran experiencia alimenticia, que fue el periodismo. –Y, ¿continuó usted haciendo investigación histórica?
Héctor Aguilar Camín
MORIR EN EL GOLFO La lucha interna en el sindicato petrolero fue el pretexto que el autor eligió para crear esta cautivante trama de pasiones, intrigas, violencia y muerte que se ha convertido en una de las obras más destacadas de las letras en México. 245 págs.
Nº 371009 165 PESOS/PUNTOS Héctor Aguilar Camín
LA PROVINCIA PERDIDA “Escribo una novela de guerra, amor, aventura y fantasía. Yo digo que se trata de un salvaje cuento de hadas.” Así describió el propio autor la novela que se presenta aquí, una historia en la que combaten por igual los ejércitos y los espíritus. 317 págs.
Nº 231077 199 PESOS/PUNTOS Héctor Aguilar Camin
LA CONSPIRACIÓN DE LA FORTUNA La esencia políica y los símbolos de esta novela, cargados de sentidos, nos cuentan la historia de un genio que se equivocó en la elección de su destino. 262 págs.
Nº 231052 189 PESOS/PUNTOS
Héctor Aguilar Camín
Tras la huella del Cid
Que el libro sea un puente hospitalario
TRAS LA HUELLA DEL CID / CAJA CON 5 LIBROS Y 1 CD NNº 101189 499 PESOS/PUNTOS
por Susana Garduño –Dejé de hacer historia, porque no era mi afán principal y porque es un oficio más exigente que la ficción. Uno no puede inventar la historia. Uno tiene que construir lo que salga de los retazos o pequeñas piezas que va encontrando en los archivos. Los archivos son muy generosos y muy avaros al mismo tiempo. Dan muchas cosas, pero no todas. Hay que trabajar con muchas lagunas. Eso es muy frustrante para alguien como yo, que lo que quiere es contar una historia completa con todos sus detalles. ”Hay algo en la materia misma de los archivos que los hace fascinantes: se van descubriendo interminablemente historias que no están documentadas. El archivo puede ser un gran remolino en donde uno se pierde para siempre, se llena las alforjas de toda clase de riquezas, pero no hay cómo ponerlas juntas para volverlas un relato coherente. Padecí mucho eso, sentí mucha frustración de no poder continuar con libertad grandes historias que recogía en los archivos estudiando la Revolución mexicana en Sonora y a los jefes sonorenses de la Revolución. Algunos acontecimientos que no pude terminar de armar para narrarlos en la obra histórica los completé ejerciendo mi libertad de imaginar en la literatura y en la novela. “Por ejemplo, encontré en un telegrama de 1912, en Sonora, la última mención de un vaquero llamado Rosario García, un insurrecto. Era del distrito de Sahuaripa. Había ido y venido. Había sido primero maderista y luego se había rebelado contra Madero. Terminó siendo un forajido.Nunca supe en qué había terminado la vida de Rosario García, un personaje que me interesaba mucho, porque aparecía
continuamente, yendo y viniendo a caballo por distintas partidas, con distintas causas. Yo tenía la certidumbre de que a él lo que le gustaba, no eran la Revolución o las causas, sino andar… ¡levantado en armas! Nunca encontré el final de la historia de Rosario García. ¡Pero lo inventé! En una digresión de La Guerra de Galio, aparece un personaje muy parecido a Rosario García, que después de haberse levantado contra todas las causas y a favor de todas las causas , llega un día a un pueblo semidesierto del distrito de Sahuaripa, montado en un burro, lleno de andrajos y dándole órdenes de marcha a un ejército imaginario. –Verónica Ortiz nos dijo que, a su parecer, debemos novelar la historia para mantenerla viva y hacerla llegar a más gente. ¿Cree usted que deba usarse la literatura para divulgar o mantener viva a la historia? –Creo que no hay gran historia donde no hay un gran escritor. Pero me parece que los instrumentos del historiador son cualitativamente distintos de los del novelista. El historiador ofrece una recuperación de cosas que han sucedido a personas intangibles, porque ya no están ante nosotros, pero reales, porque han dejado vestigios específicos de su paso por este mundo. La ética que debe de regir al historiador es la de la fidelidad a los hechos que ha podido investigar. El novelista construye mundos imaginarios que compiten en verosimilitud con la realidad. Como son construcciones imaginarias, pueden tocar con libertad zonas a las que el historiador difícilmente va a llegar. Un novelista puede –y debe, cuando es bueno– mostrar, con una claridad que nunca existe en la vida real, qué siente un personaje, qué piensa, qué lo mueve. Un historiador está siempre enfrentado a la opacidad fundamental de la intimidad de los personajes que retrata. ”Entonces, la historia y la novela, son dos cosas distintas. Y hay esta paradoja: digo que la literatura es más libre porque está regida por la imaginación y la historia más
Valentina Cantón Arjona
Cipriano Olmos
Francisco Rincón
EL CID: UN PRETEXTO PEDAGÓGICO
DIDÁCTICA SOBRE LA VIDA COTIDIANA EN EL CANTAR DE MÍO CID
ESTILO, VERSIFICACIÓN Y DIDÁCTICA EN EL CANTAR DE MÍO CID
La obra del Cantar de Mío Cid vista desde una perspectiva pedagógica. Tapa dura.
Estudio del contexto histórico en el que se desenvolvió el personaje histórico de Don Rodrigo Díaz de Vivar, mejor conocido como Mío Cid. Tapa dura. 80 págs.
Análisis de los aspectos gramaticales relevantes para la didáctica de la lengua española que pueden hallarse en el Cantar de Mío Cid. Tapa dura. 80 págs.
Raymundo Martínez Fernández / Ilustraciones de Álvaro Pemper
EL CID : EL PERSONAJE Y LA LEYENDA EN LA HISTORIA HISPÁNICA
Emiliano Valdeolivas
Anónimo
EL CANTAR DE MÍO CID VERSIÓN MUSICALIZADA
CANTAR DE MÍO CID
La versión musicalizada de El Cantar de Mío Cid en una propuesta que se plantea recrear el estilo musical de la época. El CD se acompaña con un libro que contiene las coplas en español antiguo. 36 págs.
El Cantar de Mío Cid, en español antiguo y moderno, permite apreciar el estilo y los aspectos significativos de esta obra que señala el paso del mester de juglaría a la literatura escrita en lengua española. Tapa dura. 290 págs.
Estudio sobre Rodrigo Díaz de Vivar, conocido como el Cid Campeador, más allá de la leyenda. Describe la figura rica, compleja y brillante de un personaje único. Guerrero invicto, combinó la rudeza propia de la época con cualidades de lealtad y generosidad nada comunes entonces. Obra magníficamente ilustrada con un estilo que semeja la estética de su época. Tapa dura. 244 págs.
prudente, porque está regida por los hechos. Pero la verdad es que la historia es una señora mucho más loca y más fantasiosa que ninguna literatura. La increíble variedad de personajes de que ha sido capaz la historia es, en el fondo, inaceptable en una obra literaria. Porque la obra literaria tiene que responder a criterios de credibilidad, de verosimilitud. Y eso implica un manejo muy cuidadoso del lenguaje y de la imaginación. El novelista tiene que hacer creer al que lee que su mundo es cierto, que expresa una realidad humana profunda, compartible. El historiador no necesita convencer al lector de que eso que le está diciendo es verdad. Le basta investigar bien el más descabellado de los hechos, para que este hecho sea aceptable para el lector. Ningún novelista podría hacer verosímiles a algunos de los grandes personajes de la historia universal. Nadie podría creerle a un novelista la historia de Cristo, o de Napoleón, o de Stalin. Son locuras de la historia que están mucho más allá de la verosimilitud que es posible incorporar en una novela.” –Entonces… ¿será más feliz el escritor de ficción que el historiador? –El escritor de ficción es más libre en términos de la elección de sus materiales, pero es más esclavo en términos del rigor de su arte. Un historiador puede construir un libro fascinante haciendo el suficiente trabajo de recuperación de la realidad. Casi cualquier realidad, vista en detalle, es fascinante. Por ejemplo, Francisco Villa es un hombre que, en febrero de 1913 entra en Chihuahua, viniendo del otro lado, de El Paso, con 50 jinetes mal armados… En junio del mismo año, tiene tras de sí 5 mil hombres. ¿Cómo se hace eso? La narración de eso es un épica. Si alguien puede reconstruir cómo hizo Francisco Villa para lograr eso, no necesita más. Una vez que tienes los hechos reconstruidos e investigados, el trabajo de escribirlos es muy importante, pero estás descansando en un piso muy sólido de acontecimientos. No importa mucho si los hechos son desmesurados, increíbles, inverosímiles. No importa, : son. Y su ser consiste en ser verdad, en que no los estás inventando. ”En cambio, si quieres escribir una novela, debes tener mucho cuidado con la elección de los ingredientes que van a estar ahí, de los personajes, de cómo se combinan unos con otros y cuál es el efecto final que esa fabricación imaginaria hace en el lector. Porque si el lector no siente eso como un pedazo de la verdad del mundo, como algo verosímil, como algo que puede compartir y en lo que puede creer, a sabiendas de que es ficción, entonces, el lector no va a ir muy lejos en su lectura..” –Y, ¿qué sucede en Morir en el Golfo y La conspiración de la fortuna? ¿Tienen algo de historia en el fondo? –No en el sentido de una investigación histórica.
Sí en el sentido de que quieren ser escenarios en donde se reflejan algunas cuestiones esenciales de la vida pública y de la vida íntima de la vida pública del país. Busqué la verosimilitud realista de esas novelas de manera que el lector pudiera sentir cierta familiaridad con el mundo que les rodeaba en el momento de leer la novela. Abría ventanas realistas para poder construir mi casa imaginaria. La verdad es que estas “ventanas” que abría, confundieron bastante a los lectores. Los hizo leer esos libros –sobre todo Morir en el Golfo y La guerra de Galio– de un modo un tanto simple. Andaban tratando de adivinar quién era quién, a qué personajes reales correspondìan los personajes de la novela. La verdad es que no hay una correspondencia efectiva. ”Quizás ahora, cuando ya nadie recuerda los supuestos personajes de la vida polìtica o periodística de la época que estaban entonces vigentes, puedan leerse esas novelas con un poco más de claridad respecto de la coherencia interna de esos personajes y su sentido como representantes de un mundo que es y no es el que estaba en los periódicos hace veinte años, cuando escribí Morir en el Golfo, o hace quince, cuando escribì La guerra de Galio. Ahora que voy a editar otra vez esas obras, las estoy releyendo para corregir errores tipográficos que tienen siempre las novelas. Yo mismo me
sorprendí de lo poco que recordaba de las historias que están puestas ahí, lo poco que me decían de entorno de vida pública a que aluden y en el que habían nacido. Creo que entre más tiempo pasa y más lejano es el entorno que parece haber en esas novelas, se dejan leer mejor, con menos estorbos.” –¿Le incomoda a usted que esté sucediendo algo semejante con La conspiración de la fortuna”? –No, de ninguna manera, yo no me quejo. Lo único que digo es que se establece una lectura equivocada, en la cual el lector quiere encontrar en la novela una cosa que realmente no está en la novela, sino en los periódicos Voy a poner el ejemplo de Morir en el Golfo. Mucha gente me ha dicho a lo largo de los años que es un extraordinario retrato del mundo sindical petrolero. Bueno, eso es imposible. Porque yo… no conozco el sindicato petrolero, nunca he tenido con él una cercanía mínima, no he tratado a ninguno de sus líderes, no he acudido a ninguna sede sindical, no he estado en ninguna asamblea, no sé absolutamente nada del mundo sindical petrolero. Lo que hice fue tomar las crónicas de amigos míos que habían ido a ese mundo y habían escrito muy buenas crónicas. Con eso y con lo que había visto en campañas políticas presidenciales, armé un ambiente de clientelismo y de vida sindical-corporativa, en busca de verosimilitud, pero con absoluta libertad imaginativa. Traté de ser persuasivo, no
documental. Cada vez que alguien me dice que en el libro hay una gran descripción del sindicalismo petrolero, dentro de mí, digo: “Otro que no sabe nada de ese mundo y le parece que digo la verdad”. Los que conocen ese mundo, saben perfectamente que eso ahí retratado, tiene muy poco que ver con la realidad’. ”Tengo una anécdota buena al respecto, con una cocinera de un hombre al que quise mucho, un senador en la época de Adolfo López Mateos: Manuel Moreno Sánchez, hombre muy respetable y muy sabio. Hacía comidas en su rancho Los barandales. Y un día, cuando acababa de salir la novela, me dijo que su cocinera, llamada Fidelia o Fidencia, quería hablar conmigo porque había leído el libro y tenía unos comentarios que hacerme. Me sorprendió, pero fui a la cocina y me encontré ahí a esta mujer que era de Chicontepec, un lugar central en la trama de Morir en el golfo, que yo describo con lujo de detalles: el río, los barrios indígenas, la plaza de armas. Me dice: –Oiga, usted no es de Chicontepec, ¿verdá? –No, no, para nada –Y creo que nunca ha estado por allá, ¿no? –No, efectivamente, nunca he estado. –¡Ah! –me dice–, porque a mí me sorprendió esto de que usté dice que el río Calabozo pasa ahí junto a Chicón… ¡y pasa lejísimos! Y usté dice que por ahí está una ciénaga y no, por ahí no está eso. Y usté describe un pueblo de Chicontepec en donde hay unos barrios indígenas… y ahí no hay barrios indígenas. ‘Tonces, pues yo no sabía de dónde se lo había sacado usté, pero ya que me dice que no ‘stuvo ahí pus ya se me quita la tentación, ¿eh? Porque la verdá no importa mucho, no importa nada de eso, que no existan esos barrios y eso.... la verdá es que la historia está muy entretenida. ”Ésa era una mujer qué sí sabía lo que estaba diciendo.” –Y digamos… ¿ésa es la misión que se pone ante sí cuando usted comienza un libro? ¿Divertir, entretener? –Quiero que los lectores se metan en el libro y puedan, aunque sea por un momento, por unas pocas horas, por el tiempo que sea, compartir eso que yo inventé. Ojalá, también, que conserven una memoria de ese espacio al que han entrado; ojalá, además, que su lectura hiciera un impacto profundo en su ánimo, hasta volverse una experiencia personal tan intensa como la que se obtiene de la realidad. Y ojalá, finalmente, que les cambiara la vida, que les hiciera sentir de otra manera las cosas o por lo menos, sentirse de otra manera mientras leen. Yo quisiera que el libro fuera un puente hospitalario para que alguien pudiera compartir el mundo inventado por otro y enriqueciera con eso , indeleblemente, su propio mundo. Todo lector que se haya abismado en una novela alguna vez, sabe lo que estoy diciendo.
EDITORIAL
Por los libros Hace poco más de un mes, cuando uando me disponía a dar por terminada la jornada de trabajo, escuché tres golpes discretos scretos en la puerta de mi oficina. Pasaban de las nueve de la noche y prácticamente todo odo el personal se había marchado, por lo que la visita misteriosa, pensé, no podía traer nada bueno. Como sucede a menudo, estaba equivocado. Al abrir la puerta me encontré con la sorpresa de que un buen amigo había decidido visitarme de improviso. “¿Cómo es que te dejaron entrar?”, pregunté extrañado, pues a esa hora los policías de la entrada se tornan en verdad celosos de su deber. “Ah, pues fue muy fácil: le dije al poli que venía a pagarte una deuda y que si no me dejaba entrar me ibas a mandar unos golpeadores. Se apiadó y aquí estoy”, respondió cerrando el comentario con una risotada. Cito este diálogo porque es buen ejemplo del carácter francamente único de mi amigo, un hombre siempre alegre, bienhumorado, dicharachero, conversador excepcional y erudito como pocos, así que me dispuse a pasar un buen rato en su compañía, dejando de lado los asuntos de trabajo y el portafolios que ya cargaba para irme a casa. No es raro que este tipo de personas den la impresión no sólo de estar bien todos los días, sino que, inconscientemente, su afabilidad perpetua provoca que uno dé por hecho que así han vivido siempre. Y tal era el caso hasta esa noche. La conversación fue rica y miscelánea, salpimentada por filosofía, geometría, política, chismes menudos y demás sabrosuras, hasta llegar quién sabe cómo al tema de la fractura moral. Yo sostenía, más por afán retórico que por convicción, que Fitzgerald había dado en el clavo al afirmar en uno de sus ensayos que hay experiencias, instantes que pueden quebrar para siempre el andamiaje moral de ciertos hombres, y que, una vez sufrida la fisura, no hay remedio posible. Callé en espera de un contrargumento, pero mi interlocutor guardó silencio y clavó la mirada en una de las tres pilas de libros que poblaban mi mesa de trabajo. Unos segundos después, me miró muy serio y dijo: “Vicente: yo conozco bien ese momento. Lo he vivido.” “¿Tú?”, pregunté incrédulo. “Sip”. Noté que fruncía el ceño y revolvía su café innecesaria e insistentemente. “Lo viví con mi abuelo paterno. Se quebró el día en que mató a su hijo recién nacido porque era feo. Y algo similar le pasó después a mi padre.” Mi amigo ya no dudaba. Relató enseguida una infancia de maltrato escalofriante a manos de su padre y su abuelo paterno. Por respeto a su desventura omito los detalles, pero baste a ustedes con saber que hoy, a sus 54 años, aún tiene la columna desviada, el tabique roto y cerca de 25 cicatrices en todo el cuerpo. Conmovido hasta lo más hondo y francamente desconcertado, pregunté: “¿Y cómo pudiste ser quien eres, cuando lo lógico era que tú también te fracturaras moralmente?” “¡Pues por los libros!”, exclamó como si ésta fuera una respuesta obvia,
la única posible. “Los libros me demostraron que la vida no tenía por qué ser así, que las cosas podían cambiar. Y gracias a los libros resistí y fui distinto.” Se retiró media hora más tarde. A solas, miré las tres pilas de libros que descansaban sobre la mesa. Algo había cambiado; no parecían los mismos de antes. Yo tampoco lo era. Cuánto poder tienen los libros. Cuántos poderes tienen los libros. Lo sé. Lo sabemos todos los que asistimos a esta trigésimo quinta edición de la Convención Nacional del Libro. Ustedes, editores, impresores, distribuidores, profesionales de la industria papelera, autoridades, libreros, autores, mujeres y hombres de libros, prácticamente todos los aquí presentes, creemos ser conscientes del tremendo impacto que el libro tiene en la vida de los hombres. Digo que “creemos” ser conscientes de su importancia porque, así como podemos considerarnos privilegiados por la extrema cercanía que existe entre nuestra vida y los libros, así, igualmente, corremos un gran peligro derivado de la sobrexposición: la paulatina insensibilización que el roce cotidiano implica. Me explico. Con pocas excepciones, quienes hoy nos reunimos en este bellísimo destino turístico dedicamos la mayor parte de nuestra vida diaria a comprar, imprimir, vender, distribuir, escribir, corregir, promocionar y amar los libros. Los libros nos han formado, nos han dado comodidades, han sido nuestro sustento, nuestro amor, nuestra pasión durante, supongo, la mayor parte de nuestra vida. Gracias a los libros estoy aquí, en su compañía. Gracias a los libros gozo hoy de esta convivencia privilegiada. Gracias a los libros he podido construirme, valorarme, proyectarme, compararme y mejorar. Mis hijos han comido, comen y, muy probablemente comerán, directa o indirectamente, gracias a los libros. Gracias a los libros asisten a una buena escuela. Cada vestido, cada pantalón, nuestros zapatos, el reloj de pulsera, el colorido barniz de uñas hasta los humildes calcetines, todo en fin debemos en muy buena parte a los libros. Hasta aquí, me parece, tendremos consenso. Pero, ¿qué pasa? ¿Por qué me sorprendió tanto la respuesta de mi amigo al señalar que los libros lo habían salvado de algo tan grave como la fractura moral, que los libros le habían permitido superar la humillación, el dolor, desde una edad temprana? Al meditar este punto me percaté de que la proximidad me había cegado parcialmente. La vida, al igual que los cuerpos en reposo o movimiento, genera inercia, entendiendo ésta como la tendencia de las cosas a ser como han sido. Conforme pasan los años, el libro que vela nuestro sueño desde la mesilla de noche, el que nos acompaña en una aburrida sala de espera o el que espera en los anaqueles, se nos convierte en parte del escenario cotidiano. Los años en su compañía nos han habituado a su presencia, a su proximidad y, desgraciadamente, somos muchos los que sin darnos cuenta hemos extraviado, en alguna página quizás, la genuina capacidad de
Club de Lectores Revista trimestral Año 6 Núm. 21, Septiembre 2007 Director Ignacio Uribe Ferrari
Bienvenido a Club de Lectores Club de Lectores constituye un sistema para la consecución de fines culturales donde se anima a descubrir y compartir el gusto por la lectura, facilitando la adquisición de buenos libros con la intención de formar e incrementar el acervo de las bibliotecas familiares. Club de Lectores trata de acercarse, particularmente, a personas o comunidades que en razón de su situación social, física o cultural no pueden acudir a otras instancias. En Club de Lectores trabajamos para procurarle una gran variedad de libros cuyas características —así como nuestras promociones— se dan a conocer en nuestra revista trimestral y en nuestra página web www.clublectores.com Una vez que seleccione los libros de su agrado comuníquese al 01 800 001 5337 o ingrese a www.clublectores.com y utilice sus pesos/puntos para adquirirlos y recibirlos en el siguiente envío mensual. Al solicitar el canje, le sugerimos confirmar la equivalencia en pesos/puntos y la existencia de los libros elegidos, ya que éstas pueden variar sin previo aviso debido a cambios de políticas en las distintas editoriales que proveen a Club de Lectores. Asimismo, la presentación de los libros que usted reciba puede ser diferente de la que se muestra en esta revista, debido al frecuente lanzamiento de nuevas ediciones. Todo lo ofrecido en esta revista será válido únicamente del 1 de septiembre de 2007 al 30 de noviembre de 2007. Para cualquier aclaración, o para realizar su canje de pesos/puntos, también puede recurrir a la sección "Use sus pesos/ puntos" en www.clublectores.com Agradecemos su confianza y esperamos que disfrute de las excepcionales facilidades que Club de Lectores ofrece para hacer de la lectura una actividad de deleite familiar. 2
OTOÑO 2007
Información y textos Susana Garduño Soto Diseño y formación Pedro Zúñiga Montes
Director Administrativo Miguel Echenique
Fotos Héctor Aguilar Camín y fotografía digital César Herrera Vergara
Coordinación del fondo editorial Virginia Krasniansky
Editor responsable Nelson Uribe de Barros
Corrección de estilo Sara Giambruno
El contenido de las colaboraciones es responsabilidad exclusiva de sus autores.
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EDITORIAL
asombro que una anécdota como la de mi amigo revive de inmediato. Sí señoras. Sí, señores. Los libros salvan vidas, los libros tienen capacidades que a veces olvidamos enceguecidos por la pasión, por la entrega misma. El lunes pasado, en la consulta ciudadana sobre el plan nacional de cultura 2007-2012, uno de los ponentes trajo a cuento la siguiente frase de Rosario Castellanos: “Me daría vergüenza dar un poema a alguien que pide limosna.” A mí también me daría vergüenza, pensé. No obstante, ese poema, por absurdo que nos parezca, puede resultar eficaz para combatir incluso la pobreza que todo lo corroe por la misma razón que ayudó a mi amigo: los libros demuestran que las cosas pueden cambiar y, en muchas ocasiones, este el único requisito para iniciar el cambio sustantivo. De hecho, este cambio radical tiene lugar siempre, aunque no nos demos cuenta. Los aquí presentes, sin excepción, los acaudalados, los no tanto, los morenos, los rubios, los gordos, los flacos, los mexicanos por nacimiento, los españoles, vaya, cualquiera de los que ahora estamos en este recinto, fuimos tocados por un acto en apariencia nimio: la simple llegada del primer libro a nuestra vida. Ahora les pido que hagan memoria: traten de recordar el momento justo en que tuvieron, por primera vez, un libro entre las manos. Seguramente muchos no tenemos ya memoria del evento. Otros lo recordarán entre brumas, medio adivinando o apoyándose en las leyendas familiares. El caso es que ese segundo milagroso transcurrido quizás hace 60, 50 ó 15 años es el responsable directo de que estemos hoy aquí, en Ixtapa, celebrando al libro. Sin ese momentum, nada. Las leyes de la causalidad demuestran en esta instancia todo su poder. Se ha repetido hasta el cansancio que el aleteo de una mariposa bien puede derivar en un huracán al otro lado del mundo. Igualmente, ese libro primero produjo de cierto el huracán que nos tiene aquí. Los libros, señoras, señores, pueden mucho, mucho más. Los libros no sólo demuestran que las cosas pueden cambiar; los libros, aunque más de uno levante las cejas en desaprobación, conforman al mundo. Hace unos días, al comentar a mis hijos que visitaría León para asistir a su feria del libro, el mayor de mis pequeños preguntó: “Oye pa, ¿por qué son tan importantes las ferias del libro?” Antes de que pudiera responder, la menor de sus hermanas exclamó: “Ay, pues porque en los libros está todo y en esas ferias están todos los libros.” Tardé algunos segundos en desentrañar la hondura de ese aparente galimatías. Y sí, la niña tuvo razón al definir sin ambigüedades el alcance, el poder del libro porque a fin de cuentas en los libros está contenido todo aquello que hace hombre al hombre, los sucesos, las ideas, las obsesiones, las preocupaciones y recurrencias que lo distinguen, pero además y principalmente, los libros son el vehículo primordial de la palabra y el lenguaje. “La verdadera revolución lingüística del siglo XX”, escribió Misia Landau, antropóloga de la Universidad de Boston “es el reconocimiento de que el lenguaje no es sólo un medio para comunicar ideas relativas al mundo, sino que más bien y en primer lugar es una herramienta para dar existencia al mundo. La realidad no se ‘experimenta’ o ‘refleja’ en el lenguaje, sino que es producida por el lenguaje”. En el mismo sentido, el psiconauta y aventurero Terence McKenna resume la cosmovisión de un chamán amazónico con quien conversó a mediados de la década de los setenta: “Para el chamán, el mundo es un cuento que se hace real conforme lo cuentan y cuando se cuenta a sí mismo […] Por esto afirmo que el chamán es el más remoto antecesor del poeta y el artista”. Hasta aquí la cita de McKenna. Quedémonos en este momento con la bellísima noción que, involuntariamente, unifica la visión de un chamán amazónico y una
antropóloga de Boston: el lenguaje como generador del mundo y la experiencia. Desde esta perspectiva, el libro se convierte en mucho más que un portador de ideas o en receptáculo y memoria del quehacer humano. El libro, contenedor del lenguaje por excelencia, es el hombre, y cuando celebramos al libro como sucede esta mañana celebramos al ser humano todo, sus ambiciones, esperanzas, milagros, tragedias, mitos, errores, aciertos, ideas, fracasos, éxitos, su pobreza, su riqueza, su fuerza y sus debilidades. Vaya, que el lenguaje y el libro son la condición humana en el mismo sentido que los mapas y la astrofotografía son nuestra visión del mundo y sus contornos. Y estoy hablando en sentido literal al 100%. El físico Stephen Hawking suele insistir en que el verdadero milagro de la creación sucedió quién sabe cómo, cuándo o por qué, en el instante en que algún homínido habló. Entonces se libero por completo el poder de la imaginación y henos aquí. Pocos discutirán que el homo sapiens sapiens surge cuando se autodenomina, cuando de la nada o por toque divino ese animal parecido a otros tantos dijo: “Yo”. Nada volvió a ser igual. Ese término de únicamente dos letras originó el resto de la conciencia, la noción del otro, de lo otro, nos obligó a denominar para salvar ese obstáculo magno: la imposibilidad de ser el otro. La reacción en cadena no se hizo esperar. El descubrimiento del yo origina necesariamente la conciencia de muerte: si él, aunque distinto, es parecido a mí sin ser yo, y ese otro muere, yo también puedo morir. La noción de muerte es, por así decirlo, la primera causa no causada de la concepción temporal. Moriré, por lo tanto existe un futuro irrevocable. Y al existir un futuro irrevocable, existe necesariamente un tiempo precedente. Pasado, presente y futuro, la esperanza, la memoria, la experiencia etc., derivan así del simple término “yo”, de la palabra. Y los libros son custodios de la palabra. Cuántas cosas son los libros. A decir verdad, los libros pueden serlo todo cual dioses de bolsillo. Los libros son pasiones; los libros nos inflaman, nos derrotan, nos golpean, nos seducen, no obligan, nos recuerdan, nos enloquecen, nos vuelven a la cordura, nos enseñan o nos pierden; los libros construyen o deconstruyen, enseñan a matar o a conservar la vida, nos enseñan a educar y nos educan. Aunque suene a lugar común de los sesenta y sus flower power, no podemos negar que los libros son amor. Más de un ser humano ha conocido el amor sólo por las páginas. Muchos se han enamorado por los libros. El amor, decía Filiberto de Naxos, es un invento de los poetas. En lo personal, puedo afirmar que la noción más pura del amor me viene de una joya de la literatura checa: Trenes rigurosamente vigilados. En el pasaje más hermoso de esta novela, Bohumil Hrabal describe cómo, en los años sesenta, un hombre y una mujer reciben el encargo de pintar la malla ciclónica que delimita a una fábrica. No se conocen. El hombre pinta desde la parte interna del perímetro y la mujer pinta la parte externa. Diariamente, a lo largo de seis meses si no mal recuerdo, la pareja trabaja frente a frente sin cruzar palabra y separados irremediablemente por la malla ciclónica. Así, llega el día en que el trabajo ha terminado. Entonces los protagonistas se miran a los ojos y, sin romper el silencio ni mediar sonido, se besan con la malla de por medio. Él y ella se separan para siempre con un rombo pintado alrededor de la boca. Desde entonces, no tengo la menor duda, sé que el amor puede muy bien ser un rombo de pintura fresca alrededor de los labios. Nada lo impide. Y ya que hablamos del Eros, me resulta imposible pasar de largo sin mencionar una carta (no olvidemos que las cartas son, lo juro, gemelas de los libros) en que dos amigos se dan consejos memorables. Uno de ellos, el gran escri-
tor rumano Panait Istrati (hoy casi olvidado), escribe a su amigo, hoy más famoso que entonces, Nikos Kazantzakis que se ha separado de su mujer porque ella lo engañó, etc., etc. En respuesta, Nikos responde con una sabiduría de esas que dan envidia y sólo proveen los dioses: “Ay, querido Panaitaki, no seas tan duro con tu ex mujer, porque al serlo lo estás siendo con todas las mujeres y no olvidemos que ellas, en ocasiones, buenamente nos dejan acariciarles los senos.” Esquilo, el gran Esquilo, quien en mi opinión es el escritor que mejor ha comprendido a los hombres y sus motivos, escribió en Los persas, la primera tragedia que de él conocemos, que es la puerta la que elige y no el hombre que la abre. Lo mismo sucede con los libros. Seguro que entre ustedes habrá muchos a quienes les llegó el libro justo en el momento justo, el tipo de situación en la que no se puede aducir simple casualidad. ¿Será que en verdad es la obra la que nos elige y no a la inversa? Nada lo impide. En un video, el cantautor y poeta Leonard Cohen narra una anécdota memorable: Una mañana en que no tenía nada que hacer, Cohen pasó por una librería de segunda mano y decidió matar el tiempo en la sección de poesía. De pronto, cuenta, tomo sin saber por qué un libro de lomo verde, abrió una página al azar y leyó: “Quiero atravesar los arcos de Elvira”. ¡Vaya! Después de meditar la hondura y la sutileza de ese verso erótico, miró la portada para enterarse de quién era el autor: “Ese poeta arruinó mi vida; su nombre era Federico García Lorca”. Quién diría que una de las canciones más famosas y perdurables del señor Cohen sería una traducción libre del pequeño vals vienés, de García Lorca. Qué casualidad. Sigo en el rubro de las pasiones y ciertas emociones análogas. Me referiré enseguida a un pasaje excepcional de la novela El caballero Destouches, del escritor decimonónico Barbey de Aurevilly. El caballero Destouches, escondido detrás de un árbol, mira desde la calle el balcón de su amada. Entonces se percata de que un policía se acerca por la izquierda mientras su amor, por descuido, aparece a contraluz en la ventana mientras se desviste. ¿Cómo permitir que el policía ese, el intruso, vea el cuerpo desnudo de su dama? Por supuesto que no. Antes de permitirlo, el Caballero Destouches opta por armar barullo hasta hacerse arrestar. Vaya. Qué alivio, piensa el Caballero cuando el policía lo somete. Su dama ya no exhibe la desnudez en la ventana. Y el caballero marcha gustoso a la cárcel, con la dignidad de su buen amor intacta. Son ya las 6:51 de la mañana. Faltan escasas dos horas para leerles este texto que, por un malentendido, no pude preparar con mayor cuidado y extensión. La madrugada se me ha ido de las manos como las páginas de un libro excepcional y tengo la sensación de que apenas empiezo. Claro está: el libro puede serlo todo, ya hemos visto algunos ejemplos… decía que el libro lo puede todo menos una cosa: ningún volumen contendrá jamás todo lo que es un libro. “Puras obviedades”, pensarán algunos de ustedes. “Mira que venir hasta acá para decirnos a nosotros precisamente lo que es un libro”. Tienen razón. Lo que he dicho hoy ustedes, por ser mujeres y hombres de libros, ya lo sabían. En todo caso, espero haberles ayudado a recordar lo mucho que son los libros. Porque los libros son el hombre, tal es su magnitud y tal es su límite. Y por eso nos reunimos hoy para celebrar en esta convención no al libro, sino al hombre todo. Enhorabuena y muchas gracias. Vicente Herrasti Director de publicaciones de CONACULTA*
* Texto leído el 25 de mayo de 2007, en Ixtapa, Zihuatanejo, en el marco de la XXXV Convención Nacional del Libro. CLUB DE LECTORES 21
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