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Una nueva realidad
Ana Paulina Nova Aceves, 16 años Municipio: Hermosillo, Centro de Bachillerato Tecnológico Industrial y de Servicios No. 37
Había una vez, un niño que vivía en las montañas de Paritos, que estaba muy lejos de la ciudad. Se llamaba Dante, él siempre se la pasaba corriendo y jugando entre el bosque cerca de la choza donde vivía, escalando la montaña acompañado de su perro “El Pancho”. Dante no tenía amigos de su edad, no conocía a muchas personas, por lo mismo de que vivía en un lugar sin tanta gente. Sin embargo, él y su mamá iban cada fin de semana a la ciudad, en una de las plazas vendían ropa que su abuela Agustina y su tía María hacían, también vendían queso de cabra y dulce de leche.
A pesar de esto, el pequeño Dante vivía feliz, con su amiga la naturaleza, el Pancho y su imaginación. Nunca le faltó nada, sabía leer, contar y escribir. Le gustaba aprender cosas nuevas. Por las noches, antes de dormir se acostaba con su mamá y le leía “Rimas” de Bécquer hasta que se quedaban dormidos.
Dos días antes de cumplir 8 años, su tía María se fue de la casa, no dijo por qué y tampoco se despidió. Desapareció de su vida. Su abuela se entristeció mucho, estuvo muchos días llorando, desganada. Mientras que su mamá, Sofía, no parecía triste, pero tampoco estaba feliz. Era como si no sintiera nada.
—Mami, ¿Por qué la abuela ya no sale a ver las montañas?, le dijo Dante preocupado —Porque se siente mal. —¿Qué tiene?
—Está triste, su madre le servía molletes de cajeta calentitos y una taza de atole.
Mi Mundo en tieMpos de Covid: una perspeCtiva desde la Mirada de niñas, niños y jóvenes de sonora
—¿Es porque mi tía María se fue? —Mjm, respondió seca. —¿Y por qué tú no estás triste?
Sofía se quedó helada, no supo qué responderle a su hijo. Y nunca respondió, Dante quedó con esa duda por mucho tiempo, haciéndose preguntas y sacando conclusiones. El nombre de su querida tía no volvió a ser mencionado en la casa por un tiempo.
Los meses pasaron como un cometa, abuela Agus había enfermado, ya no se levantaba de la cama. Sofía ahora se encargaba de hacer todo lo que vendían, tejía, ordeñaba a las cabras, hacía el dulce y de vez en cuando tamales, Dante le ayudaba mucho con todo eso. Únicamente ella salía a vender, mientras Dante se quedaba a cuidar a su abuela. Lamentablemente hubo un día, en el que la abuela Agus durmió mucho, tanto que se convirtió en una estrella, una que brilla cada noche, para iluminar a su pequeño Dante cuando leyera antes de dormir. Su tía María por fin había regresado, aunque no fue para llorarle a la abuela Agus o ayudarle a Sofía. La madre de Dante enfermó como la abuela Agus, de la noche a la mañana, María fue a cuidarla. Ya no seguirían vendiendo hasta que Sofía se recuperara. Así pasaron dos semanas y media: Dante salía a jugar con El Pancho desde que amanecía hasta que el sol se escondía.
Así como una mañana, cuando el sol estaba bien calientito y el aire helado, salió a jugar con El Pancho, ese día no se sintió muy animado, casi ni jugó, había pasado más tiempo acostado entre las flores, pensando e imaginando que escribía un libro. Fue cuando le vino una idea a la cabeza y corrió rápidamente a su casa. Antes de llegar tomó una flor para dársela a su mamá antes de decirle lo que quería: Sería la primera vez que Dante le pediría una libreta y una pluma para escribir. Estaba muy emocionado. Cuando llegó, se encontró con muchas gentes de blanco, vestían cosas muy raras. Parecían astronautas. Su tía María estaba llorando, cuando lo miró corrió a abrazarlo, lloró mucho tiempo en su hombro diciendo lo mismo: “hay mijito”.
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María le dijo que su mamá era una estrella, como su abuela Agustina. Dante no supo qué decir. Se sentía triste, pero no podía llorar. A su tía y a él les hicieron una prueba para una enfermedad. Los mandaron a la casa de María a tomar “cuarentena” preventiva; algo así había dicho el que les hizo la prueba. —¿Nos podemos llevar a El Pancho?, Dante se sentía inseguro sin él, pues lo había acompañado por mucho tiempo. —El Pancho se queda, a mi esposo no le gustan los perros. —¿Cómo que se queda? Entonces yo también me quedo. —Nos vamos, no podemos seguir aquí. —¡No, es con El Pancho o si no, no voy!, Dante corrió hacia donde El Pancho estaba sentado, lo abrazó y se quedó plantado en la tierra.
Dante estuvo ahí por dos horas, hasta que se sintió cansado y se quedó dormido. María aprovechó y así dormidito lo subió al carro y se fueron. El Pancho se quedó muy triste y solo, ya no tendría con quien jugar o explorar las montañas.
Ya no eran Dante y El Pancho, ahora eran Dante, El pancho. Separados.
Cuando Dante despertó a medio camino, se quedó calladito, sin decir nada, porque nada bueno podía salir de su boca. Pero al llegar a la casa de su tía lloró mucho, espantó a sus primas y al esposo de María. A Dante no le gustaba lo que estaba pasando, se sentía como pez fuera del agua, como si fueran todos unos extraños.
Los días le pasaban lentos, aburridos y sin chiste, la tristeza inundaba su corazón, porque pensaba en su madre y su abuela, que sólo salían de noche, y que El Pancho estaba solo, sin nadie que lo cuide de las ramas venenosas que a veces se comía por accidente. Dante extrañaba su casa, extrañaba todo eso que una enfermedad le había quitado de un día a otro y sin previo aviso. El pequeño de ojos grandes y cafés no salía de la habitación
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que María le había dado, había noches en las que escuchaba a el esposo de María discutir con ella, él no quería a Dante en la casa, decía que el dinero no les alcanzaba porque su trabajo no daba para más, alimentar otra boca estaba fuera de su presupuesto.
Absolutamente todo era triste y aburrido. No hablaba con nadie, no había libros para leer, sus primas no lo querían, su tío tampoco, María casi no le ponía atención. ¿Cómo podría sobrellevar su nueva vida donde el mundo exterior era peligroso, donde las personas ya no podían demostrarse el cariño que se tienen, donde las familias se tenían que distanciar, donde muchas personas se quedaban sin trabajo, sin hogar, sin nada, como él?
Luna, su prima más pequeña, llegó por la noche a su cuarto y tocó la puerta. —No voy a salir, Dante habló casi como un suspiro, inaudible. —Dante, dice mi mamá que te gustan mucho los libros, así que te traje uno.
El niño se sorprendió de las palabras de Luna, ni ella ni sus dos hermanas se habían atrevido a hablarle de hace una semana, cuando llegó.
Dante se decidió a abrirle, aunque seguía un poco inseguro. —Ten, es un libro muy bonito, mi mamá me lo leía, pero lo dejó a la mitad.
Luna le brindó el libro y se dio la vuelta para regresar a su cuarto. —¿Quieres que te lo termine de leer?, ofreció el niño de buena fe.
Luna aceptó y ambos fueron a la sala, donde Dante leyó unas cuantas páginas hasta que se quedó dormido junto a su prima. Al día siguiente, se convenció de pasar más tiempo con sus primas, y poco a poco, mediante juegos y libros, entendió que la comunicación era algo necesario para solucionar problemas.
María solucionó algunas cosas con Carlos, su esposo, para poder traer a El Pancho con ellos. Fue una sorpresa enorme para Dante, se sintió querido e importante en su nueva
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familia. Cada día que pasaban en cuarentena, era un día más donde su relación se fortalecía con cada miembro de la familia. Con Luna, jugando a que eran piratas en busca de un tesoro. Con Karla, su prima mayor, que ambos platicaban mucho por las tardes. Con Carlos y María, ayudándoles con el jardín.
Dante se adaptó más rápido de lo que pensó a su familia, y se dio cuenta de que eran una familia llena de valores, siempre recalcaban el valor de la solidaridad y la importancia de cuidar del medio ambiente, lo que le agradaba mucho. Durante la cuarentena, hicieron un reto en su comunidad, con los vecinos, sobre plantar árboles en sus jardines y reciclar plásticos. Fue una competencia sana y cada quien, en casa, cuidándose como debía ser. Dante y su familia vivieron su cuarentena con altibajos, pero siempre encontraron nuevas maneras de vivir durante la pandemia, aprendiendo cosas nuevas, cuidando su salud y el medio ambiente, alimentando valores y aprendiendo nuevos, con la esperanza de pronto volver a la normalidad.
Brenda Paola Ramos García
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Neyde Alejandra Pedraza Navarro