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El señor libera a los Israelitas

Moisés y su hermano Aarón les dijeron a los israelitas:

—El Señor ha visto su sufrimiento. Él les conducirá a la tierra que prometió a Abrahán, Isaac y Jacob.

Moisés y Aarón fueron a ver al faraón. Le dijeron:

—El Señor Dios quiere que dejes marchar a su pueblo.

El faraón dijo:

—¡No conozco a este Dios! ¿Por qué debería obedecerle? No dejaré marchar a los Israelitas.

Aarón arrojó su vara al suelo y esta se convirtió en serpiente. Los magos del faraón también podían convertir varas en serpientes, pero la vara de Aarón se tragó sus serpientes. Aun así, el faraón pensó que los dioses de Egipto eran más fuertes que el Señor.

El Señor le dijo a Moisés:

—Le mostraré al faraón que yo soy el Señor.

Entonces el Señor envió diez plagas a Egipto.

Primero, el agua del río Nilo se convirtió en sangre. Los peces del río murieron. La gente no podía beber el agua.

Luego, el Señor envió una plaga de ranas a Egipto. Las ranas estaban por todas partes, incluso en las camas, hornos y tazones de la gente.

El Señor envió una plaga de mosquitos y luego una plaga de moscas. Todos los animales de los egipcios enfermaron y murieron.

A continuación, los egipcios y sus animales sufrieron dolorosas llagas en el cuerpo. La siguiente plaga fue la peor tormenta de granizo que jamás haya caído sobre Egipto. Las cosechas, los árboles y las plantas fueron destruidos. Después aparecieron las langostas y se comieron todas las plantas que habían quedado después del granizo. La novena plaga fueron tres días de oscuridad en Egipto. Nadie podía ver nada.

Cada vez que Dios enviaba una plaga, el faraón le pedía a Moisés que la quitara. Prometió dejar marchar al pueblo. Luego, tan pronto como la plaga desaparecía, el faraón cambiaba de opinión y se negaba a dejarlos ir.

Solo el pueblo egipcio y sus animales fueron afectados por las plagas. El Señor protegió a los israelitas y los mantuvo a salvo a ellos y a sus animales.

Entonces llegó el momento de la décima plaga, la peor de todas. El Señor dio a los israelitas instrucciones especiales para mantenerlos a salvo. Tenían que sacrificar un cordero sin defectos y untar con su sangre los marcos de sus puertas. Luego debían cocer el cordero al fuego y comérselo. Cuando el Señor viera la sangre en los marcos de las puertas, los habitantes de la casa estarían a salvo. Esa noche murieron todos los primogénitos y los animales de Egipto. Entonces el faraón le dijo a Moisés:

—¡Fuera! ¡Márchate!

El faraón admitió que el Señor era realmente el Dios todopoderoso. Los israelitas eran libres de marcharse.

Éxodo 4 a 12

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