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Siempre
había grandes multitudes en torno a Jesús. Le seguían a todas partes. Querían escuchar sus enseñanzas. También le llevaban enfermos para que los curara. Jesús solía pasar todo el día contándoles historias sobre el reino de Dios y curando a los enfermos.
Esto a menudo le causaba mucho cansancio. Una vez, estando Jesús cansado, les dijo a sus discípulos:
—Vayamos al otro lado del lago.
Subieron a una barca y zarparon. Algunos de los discípulos eran pescadores. A menudo salían al lago en sus barcas, y conocían muy bien el lago. Jesús pronto se quedó dormido.
Entonces se desató una fuerte tempestad. Los discípulos ya habían estado en el lago durante los temporales. Sabían cómo mantener la barca a salvo. Pero esta tempestad era muy fuerte. Las olas se estrellaban sobre la barca, que se llenaba rápidamente de agua.
La barca se iba a hundir, y los discípulos estaban muy asustados. Creían que iban a morir. Así que hicieron lo único que podían hacer. Se dirigieron a Jesús y le despertaron.
—¡Señor! ¡Sálvanos! Nos vamos a ahogar— gritaron. Jesús se levantó inmediatamente. Miró la tempestad. Luego le habló. Le dijo:
—¡Cállate! Quédate en silencio.
El viento se calmó.
Las olas se calmaron. Todo estaba tranquilo.
Entonces Jesús dijo a sus discípulos:
—¿Por qué tienen tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?
Los discípulos miraron las aguas tranquilas del lago. Escucharon la tranquilidad.
Sabían que Jesús era un hombre como ellos. Se cansaba después de un largo día de trabajo y necesitaba descansar.
Pero también era todopoderoso.
Cuando le habló al viento y a las olas, éstas le obedecieron. Sabían que no era una persona corriente como ellos. Los discípulos estaban asombrados y asustados. No entendían que era el Hijo de Dios.
Pero sí sabían que estaba con ellos cuando tenían miedo, y que podía ayudarles cuando estaban en peligro.
Mateo 8:23–27
Marcos 4:35–41 Lucas 8:22–25