MANIFIESTO AZUL fanzine de literatura e inquietudes varias
numero 16
Efímera superioridad
TANIA ÁVILA VILLALBA ©
invierno 2016
depósito legal: MU-3094-2008
editorial
Tienes delante de tus ojos un mapa. Las páginas de MANIFIESTO AZUL 16 son la cartografía de un mundo imaginado entre todos los autores que han querido acompañarnos en su construcción. Tú sólo tienes que buscar tu mejor sofá y seguir la ruta que te proponemos al pasar la página. El primer país que aparece en este mapa azul es el de la poesía. En él podrás encontrar los campos de violetas de Marina Alcolea, los retos de la vida de Antonio Neruda, la Murcia nocturna de Paula Mas o las tierras incógnitas de Ulises Varsovia. Bajo la luz de una farola, como la que nos describe Álvaro Bellido, encontrarás a Antígona, sufrirás un examen sorpresa o la lluvia del mediodía. Nuestro MApa te llevará a continuación a los territorios de la narrativa, con historias sobre mujeres escarabajo, personas que pierden su empleo o que descubren los entresijos del sexo. Cruzarás después ese hemisferio que forma el río Penobscot, que conocerás de la mano de las fotos y textos de Rubén Ángel Arias Rueda. Tras pasearte por unas calles llenas de frases memorables entrarás, de la mano de Toni Rivas, en los siete reinos en los que discurre la serie Juego de Tronos. Descubrirás también la Hungría de István Örkény o los laberintos de la poesía de Amalia Bautista. Este es un mapa diferente, un mapa azul en el que escucharás, gracias a Víctor Martínez, las canciones de Alondra Bentley o podrás visitar una Cuenca hecha de letras, en la ilustración de Fátima Zohra. Todo ello sin salir de este Manifiesto Azul 16 que tienes delante de tus ojos.
MÍRALA BIEN
Camina despacio, como si no fuese consciente de que acelera todos mis sentidos Tiene una inseguridad a juego con sus ojeras, y unos ojos verdes donde quedarse a vivir. Responde al nombre de locura y no a llamadas de ex que dicen quererla, de corazones rotos que dicen entenderla cuando ni ella misma se ha descifrado. El número de la lotería es el de su casa y el techo uno de sus platos favoritos. Si la ves algún día paseando a su desastre no la mires mucho, mírala bien que las obras de arte hay que disfrutarlas.
AIDA IMRANI RUIZ
poesía
poesía
SOÑÉ CON UN CAMPO DE VIOLETAS He leído un poema que brillaba. Y sé que brillaba porque los ojos se me han llenado de lágrimas y la calle parecía un bosque nocturno iluminado por la luz de estrellas de neón. ¿Vendrás a besar mi cuerpo cuando descanse sobre un campo de violetas? Dime, ¿pondrás tu mano sobre mi pecho para sentir el latido? Dime, ¿me mirarás a los ojos cuando digas "nunca" ? Dime, ¿me creerás cuando escriba "siempre" ? He leído un poema que brillaba. Y sé que brillaba porque los pies se me han separado del suelo y los edificios parecían árboles gigantes con nidos de pájaros que aguardan antes de volar a otros lugares. ¿Vendrás para contarme tus historias cuando descanse sobre un campo de violetas? Dime, ¿pondrás mi mano sobre tu pecho para permitirme sentir el latido? Dime, ¿cerrarás los ojos para ver a través de la memoria? Dime, ¿sonreirás cuando te pida que bailes conmigo entre las flores? He leído un poema que brillaba. Y sé que brillaba porque mi boca ha dicho en voz alta tu nombre y sé que es amor porque no sé explicarlo.
MARINA ALCOLEA LÓPEZ
EL RETO DE MÍ MISMO Me reta la vida, me reta su sudor ennegrecido. Lucha que no cesa sin cesar en mí. Albergando esperanza iluminada, luchando cruelmente oprimido, resistiendo infinitamente vivo me observo y acierto a verte cuando te veo. Sudamos juntos sin descanso aparente, luchamos juntos sin destino aparente, resistimos aparentemente vivos. Dialogando raros argumentos, socios en una sociedad, hermanos de una misma humanidad. De la resbaladiza mano, temblorosa y tímida, hacia la inevitable compañía de un yo insuficiente, de un tú imaginado. Tú y yo somos todos, uno mismo en todos difuminado.
ANTONIO NERUDA
MURCIA, 3 A.M. La ciudad es un espectro de rostro impasible. Me asusta mirarlo. Me enloquece mirarlo. Me fascina mirarlo. Las fauces del deseo nos devoran se hacen eco de nuestros pasos sabedores de que nuestro fin es cuestión de tiempo. Retornaré al abismo que encierran tus tinieblas y de la rosa exigua de tu aliento surgirán mil batallas batallas, que, bien sabes, aún nos quedan por librar. Retornar de lo vivo a lo lejano de la angustia del cuerpo a la marcha fúnebre de tus pasos. A la cadencia de tu pecho que hoy ha dejado de exigirme. La ciudad sigue siendo ese espectro de rostro impasible. Me precipito hacia su oscuridad. No la temo, la deseo.
PAULA MAS
SIEMPRE GANAN LAS BRUJAS Las luces y la música hicieron vibrar y brillar mi oxidada armadura de hojalata, lo suficiente como para engañar a unos ojos inmensos que junto al movimiento de sus caderas mandaron a paseo a mi corazón y mi cerebro, espantando a los pájaros que giraban hambrientos a su alrededor. Me sorprendí hablándole, despejando en cada frase el camino de baldosas amarillas con sabor a ginebra que llevaba hasta su cama. Pero desarmado, como un león sin colmillos ni valor, dejé que, aburrida, al ritmo sensual de la música, golpeara los talones rojos para fundirse en un mundo real de farolas, barrenderos, vendedores de kebabs y sábanas de cartón.
CARLOS EGIO
poesía
Y allí me quedé, a merced de las brujas sin escrúpulos, colgado como un mono que nunca aprendió a volar.
poesía
EXAMEN SORPRESA Como si de repente me diera cuenta de que era hoy el día de un examen que había olvidado. Así me levanto todas las mañanas. Despertarme es caer dentro de ese paso en falso, dentro de ese vértigo de saber, de golpe, que no soy lo que debería haber sido y sin saber tampoco qué es lo que yo creía que tendría que ser, o haber sido. Hay un profesor dentro de mí que me está siempre suspendiendo, y hay dentro mí un alumno que solamente sabe que suspende. Y luego estoy yo, desayunando esta tostada triste, viendo cómo suspendo y me suspenden, como si mi nombre amaneciera siempre escrito en tinta roja. Luego salgo a la calle y está llena de personas y todas son hermosas y saben lo que hacen, viven alegres, y visten bien, y van a sitios a los que no voy yo, y tienen en el bolsillo las preguntas del examen. Cuando alguno de ellos me mira, imagino que soy otra persona, que en sus ojos soy también hermoso y voy a sitios con nombre, donde me esperan. Cuando alguno de ellos me mira, sostengo la mirada y abro las branquias, para ser ahí dentro, un rato más, ese que ellos han creído.
Todas las personas que finjo ser son mejores que yo, cuando las pienso. Y luego no soy nada, porque cuando habría de ser algo, estaba ya aquí dentro, pensando en quién sería luego. Tengo envidia de ese que quiero ser. Veo, como si estuviera al otro lado de la acera, cómo sería yo mañana. Y mañana sería tan fuerte y tan claro, tan en el centro de la vida, como sintiendo la tierra sin zapatos, como si supiera, esta vez sí, las respuestas del examen. La envidia de ser yo se parece a la nostalgia de un país lejano, visto en el suplemento de viajes de la revista del domingo. Y cuando he sido algo, siempre me he equivocado. He tenido vergüenza de todos los que he sido. Todavía a veces salta, en mitad de la calle, hablando sola, la vergüenza. Como si recordara de repente que me dejé las llaves puestas, y todo el mundo pudiera abrir la puerta, y verme por dentro, desnudo, vacío y culpable como yo me veo. Miro en los escaparates mi imagen de ayer o de anteayer y, sin llorar, lloro de vergüenza, y del fracaso inverso del que ni siquiera lo ha intentado. Habito la mañana entre la gente con la sensación de estar frente a un semáforo en rojo que tarda demasiado en dejar paso; impaciente, y también con la certeza de saber que, si se pusiera verde, no sabría si cruzar o seguir parado, o adónde habría que ir si tuviera libre el paso.
Antes de entrar al trabajo, la ecuación perfecta de que he perdido el tiempo se resuelve a sí misma dentro de mi estómago. Y así paso la mañana, sabiendo que el tiempo nunca se podría haber ganado, pero con el cuerpo hecho este nudo de haberlo perdido con certeza. DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR
COMO REGRESANDO Como regresando de nunca haber estado, de tierras incógnitas sitas en ninguna parte, viejo de permanencias, enjuto de travesías. Desde ninguna estadía, de ningún lugar borrado de los mapas y la memoria, trémula la mano sobre el báculo gastado. Trasponer el umbral, penetral al salón, mirar a través del cristal, sentir retumbar el mar, el mar con sus deidades. Y cerrar allí los ojos, apagarme en un rapto de olas precipitándose contra mi corazón.
poesía
ULISES VARSOVIA
poesía
SERENO Tú no lo sabes pero tus ojos estaban cerrados y me preguntaste, te dije que tenía sueño pero no me dormí, establecí las yemas en tu brazo y en ese cañizal de venas por donde fluyen todas tus sangres noté tu cuerpo apaciguarse en un ronroneo de músculos. Quedé a tu lado, quieto, con el miedo de aquellos que miran al cielo en busca de cometas sin saber si los perderán en un pestañeo, así aguardaba el tranquilo latido tuyo. Y llegó, para cerrarme los ojos. EWAL CARRIÓN
ANTÍGONA Uno de estos días seré valiente como Antígona. Me dejaré sepultar bajo los escombros de mi propia noche sin estrellas. Estiraré el brazo hasta que las venas se deshagan en hilos infinitos, asciendan hacia arriba como un géiser y el agua me levante esta pena. El estallido de la piel levantará una brisa. Volverá el escalofrío que sentí a orillas de una playa, aún húmeda, cuando pensé: ojalá todo acabara hoy. Me rodearán azulejos blancos, me sostendrá una camilla de flores y aún así mi espalda habrá ardido escucharé el graznido cansado de las gaviotas y mamá, seguro, estará cosiendo cerrando las rasgaduras que yo me abro voluntariamente, y creerá que estoy estudiando cuando la voz de la Historia sigue dormida. Uno de estos días diré la verdad haré lo que todos me mandan: reconocerla. Reconozco que no soy tan buena en lo que respecta al abecedario. Reconozco que aún tengo remedio en cosas como la universidad o la gente.] Reconozco que olvidé amar en cuanto fui consciente de mi existencia.
Pero sobre todo reconozco mi total incompetencia en las cuestiones de la vida y en la misma vida. Tanto que hay momentos en los que bailan todos los objetos punzantes y avivan en mí apetito más ebrio que hacia el animal mutilado. Tanto que si pienso en futuro puedo verme con cincuenta años. Soy capaz de contar mis arrugas los huesos que se van batiendo en retirada las veces que mi marido me miente antes de salir por la puerta. Pero, si pienso en el mañana, más fácil; incluso en esta noche, solo sé que mis manos reposarán bajo la almohada y que el hueco entre mis pechos seguirá helado. Calma ELENA MIRA ©
ANNIE COSTELLO
LLUVIA DE MEDIODÍA La lluvia fresca que inunda el cielo en grises es mi silencio.
POSTAL DE LOS SENTIDOS - I
VICENTE VELASCO
poesía
Ese tímido canto del pájaro bajo la lluvia de otoño y la ciudad acariciada por un viento de hojas caídas.
Vestigio ELENA MIRA ©
poesía
UNA FAROLA DE LUZ INTERMITENTE Parpadea en un gesto nervioso, -terrorífico, podría decirseque oculta la realidad al igual que la enseña sin pudor a intervalos fugaces. Tiene la bombilla floja, quizá a punto de fundirse. Es como tú, cuando me cansé de verte iluminada a intervalos fugaces y tu luz se volvió inquietante -terrorífica, podría decirse-. Tú también tenías algo flojo. O suelto. Y todo acabó por fundirse a negro. ÁLVARO BELLIDO
Atardecer ELENA MIRA ©
QUÉ SABRÁ NADIE Qué sabría Freud si nunca te miró a los ojos. Si nunca supo esconderse en tus muecas, ni despreciar al presente por volver a tu recuerdo. Qué maquiavélica neurona sinaptará con la idea de no besarte, cómo la psicótica idea de ser yo y saberlo me traerá la calma estéril de tu centro. Y aún así seguiremos a kilómetros de cercanía y tan lejos. Tan lejos. Como dos bocas coetáneas que no se tocan. Qué sabría Freud si no agarró tu mano. Cómo, sin conocer tus brazos habló de subconsciente. Sin tenerte delante, cómo descifró la mente, si tus ojos son el embrión científico del mundo.
TAMA IMRANI
ACTA EST FABULA Soy un castillo de naipes. He aquí mi azar. Mi vida depende del pulso o del viento.
ANA SOTO
NO TENGO OTRA QUE REGAÑARTE
poesía
A ver Maite, tienes que tener más cuidado. Te has dejado otra vez el suelo del salón todo perdido de elefantes de purpurina y ahora, los elefantes están asustados. Van asustados, rayando la tarima nueva con sus grandes colmillos y mueven la pecera despertando a los delfines, que juegan y saltan salpicándolo todo. Y es que te dejas siempre los sueños en cualquier parte. Ayer mismo, por ejemplo, cuando despertaste de la siesta había en tu cuarto una fiesta de marionetas y, claro, al entrar me tropecé con los hilos. O lo de la ducha el otro día: una tormenta, navegándola, terribles mosquitos piratas. Todo el baño mojado y además el peligro de que te secuestren o te roben la cartera. Yo, que me considero un padre liberal, me veo obligado a reñirte. Pero es que me enfada tener que esperar para entrar en el baño. Con todo, reconozco mi parte de culpa: Si te cuento el Mago de Oz, luego no puedo quejarme de que resuene el baile de tus chapines sobre las baldosas amarillas de la cocina. O si te cuento Blancanieves, no puedo quejarme de que venga gente rara a traerte manzanas.
poesía
Por eso temo tanto hablarte de Alicia, o se acabaron mis partidas de póquer de los miércoles. Y hablando de gente rara, ¡mejor no hablar de esos que invitas últimamente a la hora del té! Tenemos que empezar a hablar de con quién te juntas. Ayer todas las razas de duendes danzaban por los rincones de la casa y sabes que soy tímido y luego me los encuentro por el pasillo y es incómodo no saber de qué hablarles. Yo, que soy más de ver las cosas grises, que me duele el roce del paso del tiempo sobre la piel que sigo enamorado como el primer día de cada una de los momentos que he besado que me duele la vida como un dardo de roca. Yo, que cuando sangro poesía veo cómo te acercas, gateando torpe, tu boca toda sonrisa, con el bote de Betadine y las tiritas de cenicienta, y sólo puedo reñirte por obligarme a quererte tanto.
TOMÁS GARCÍA PURRIÑOS
DECÍA CELAYA Decía Celaya: "Maldigo la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales". Yo maldigo la poesía escrita como excusa para no mirarte a los ojos. La poesía no está pensada, aún no está escrita, yo maldigo la poesía meditada. No creo que existan versos más hermosos que el silencio, ni una palabra que describa tu mirada. Decía Celaya: "Nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno". Yo tampoco busco adornos, prefiero la crudeza de tus manos; el instinto de las palabras que inesperadamente siempre acaban en tu boca. No puedo vivir siempre enterrado, lamiéndome con tu recuerdo; en la certeza apabullante de la melancolía. "Son lo más necesario, lo que no tiene nombre". Sí, eso también lo decía Celaya.
Estoy aquí, por tanto, en este instante certero como un segundo, en este acto necesario. La poesía es tu recuerdo y mi mano sangrando de escribir que aquí no, pero que sin embargo te espero. La poesía es pensarte, poder acariciar las sombras de tu alma. Terminaba el poeta: "Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos". Gritos en el cielo... cada una de tus lágrimas, cada uno de mis versos.
PABLO NAZIM LÓPEZ
A VECES LLORO
A veces lloro, Porque el mundo ( me ) pesa tanto Que me hace llorar sin consuelo. A veces lloro Y nadie se da cuenta, Y me seco las lágrimas Y me pican los ojos, Y me bombean las sienes Queriendo liberar la angustia De las tardes de agobio, Cuando la única salida Es la puerta de entrada. Pero llorar también me cura, Es el antídoto perfecto, La mejor de las medicinas siempre a mano y efectiva, En esta vida de mierda Que me hace llorar Casi todos los días. MARTA DELGADO
poesía
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POEMA PRÓLOGO
Soy consecuencia de la doble articulación de los cuerpos, del fundamento estructural que explica por qué la vida carece de límites explícitos sobre lo que se puede expresar en ella. Tengo también dos caras porque soy un signo lingüístico y mi significante y significado serán constituyentes algún día de secuencias nuevas dotadas de sentido, generadas a partir de mi descomposición en unidades mínimas. Soy el fruto de un instante y la diferencia de dos cuerpos entregados a la fascinación, lo que quedó tras vaciarse uno en el otro y todo el aire que salió de sus pechos en el delirio. También soy la unión de sus venas en venas nuevas, el peso de sus fracasos en un fracaso nuevo, la otra mejilla de su virtud puesta constantemente en el tiempo, el remanso de sus almas vertidas en un nuevo cuerpo.
Soy la sucesión de una estirpe de árboles caducos, de un linaje de mujeres que cabalgaron sobre el rayo hasta volverlo dócil montura, la humedad de las lágrimas no lloradas impresa en sus almas al abandonar el cuerpo, el fruto de una hoja amarilla caída en tierra que echó raíces y creció buscando la luz. Soy la sucesión de una pregunta retórica constantemente respondida en el silencio.
ALBERTO CARIDE
narrativas
DE LAS DESAGRADABLES CONSECUENCIAS DE PERDER UN EMPLEO. (relato para estos tiempos de crisis)
Aquella mañana de julio quise adelantarme a la anual práctica de mi Jefe y decidí despedirme. – "¿Has pensado en las posibles consecuencias?" Me lo dijeron en un tono amigable, pero, quizás fuera el acento, a mí me sonaba amenazante. ¡Si yo sólo quería dejar un trabajo! ¿Tan raro era? La verdad es que hacía tiempo que intuía que no había más que hacer en aquel lugar, la misma rutina tediosa, los tiempos, los ritmos, exasperantes. Sin embargo, por algún motivo, todos insistían en que debía quedarme. Del otro lado había al parecer un abismo insondable que todos llamaban "el paro". Harto de sus delirios, aproveché un descuido del guarda y me escabullí por una ventana entreabierta, pero debí entrar en una especie de nave industrial y yo no había previsto mascarilla para los gases. Resolví que quizás habría otra forma de llegar a Él. Volví a mirar por la ventana: el guarda seguía allí, mirando de izquierda a derecha, preguntándose cómo había desaparecido. Busqué otro camino, más largo y quizás menos seguro, aunque más practicable, dados mis problemas respiratorios. A pesar de la prohibición tomé el ascensor y recorrí el pasillo de las oficinas. Administrativos semidesnudas silbaban a mi paso y me dirigían piropos que harían sonrojar a
más de un albañil. Yo me excusaba, no sin devolver de vez en cuando los elogios. El pasillo concluía en la enorme puerta de roble del despacho del Jefe. Sentí vergüenza, iba a plantarme allí envuelto en aquella ridícula bata de franela a cuadros rojos y negros. Afortunadamente, aún llevaba puesto mi casco amarillo, de operario, lo cual me daba un cierto aspecto profesional. Golpeé la puerta en dos ocasiones. No hubo respuesta. Algunas de las mujeres habían salido al pasillo y mordían mis piernas y brazos. Podía sentir sus dientes diminutos clavándose en la carne. Yo me desembaracé como pude de algunas de ellas y penetré en la estancia, cerrando la puerta con cuidado de no pellizcarles ningún dedo. Miré a mi alrededor, deslumbrado por la luz del enorme ventanal, sin reconocer al Jefe hasta tiempo después. El viejo era alto, delgado, impresionaba. Se lo solté sin más. Lo encajó con entereza, sin parpadear, y esbozó una mueca mecánica. Desde donde estaba no supe si había sonreído, pero segundos después corrió hacia la ventana y saltó. No tuve tiempo de pensar bien lo que hacía, me aferré a su espalda en el último instante, con la mala fortuna de que caímos los dos desde lo alto. Aterrado, lamenté lo estúpido que había sido al decidir dejar el empleo tan bruscamente y, entonces, sólo se me ocurrió una cosa que podría salvarnos: pedí a mi Jefe un ascenso y él, complaciente y todopoderoso, desplegó dos enormes alas blancas y remontó el vuelo.
JESÚS MONTOYA
HACIA LA LUZ, SIEMPRE HACIA LA LUZ Caminaba Etgar. Solo. No había querido contar con nadie. Implicar a nadie. Arriesgar a nadie. Caminaba y silbaba. Silbar le atenuaba el miedo, aunque su silbido era interior y no salía sonido alguno de su boca. Etgar caminaba, silbaba, y sentía un pánico tan profundo que le helaba hasta los huesos. A lo lejos ladraban los perros. Los mismos perros, tal vez, que ladraban en todas sus pesadillas. El frío era mucho. La noche infinitamente oscura. El ambiente húmedo y lúgubre. Y Etgar caminaba como alma en pena, errático, débil, inseguro, pero de alguna manera sabía que no le quedaba otra opción. Todo estaba oscuro, frío, húmedo, pero esa luz, pese a estar en algún lugar muy lejano, era la única luz y, por tanto, representaba la única esperanza de continuar con vida. Su vida se helaba bajo la ropa. Las pulgas que sentía pulular por sus axilas, más que un problema, ahora le hacían compañía. La oscuridad de la noche le cegaba la razón, pero era su aliada. Su única aliada. El miedo ya hacía tiempo que formaba parte de él. Habitaba en él. La luz, esa mínima luz de esperanza, era todo lo que le mantenía en pie. Pero, en esa desesperada marcha sin retorno, ya no sentía los pies. Sus pies habían abandonado su condición de extremidades para convertirse en elementos insensibles, deformes, e inertes. Como recordaba los zancos de madera que llevaba su primo Amos, que de niño sufrió parálisis infantil. El lujo de estar vivo le estaba pasando factura. En ocasiones, la luz era tenue e intermitente. La intermitencia, con una cadencia indefinida, se alargaba de tal manera que Etgar perdía el rumbo. Un búho ululó varias veces advirtiendo de su presencia. Retomar el camino era casi para él una misión imposible. Sin fuerzas, su vista se nublaba. Y, de repente, se sintió caer. La ladera estaba helada, recubierta de una fina capa de hielo aguado, que le empapaba su viejo y roído abrigo de prisionero. El hielo derretido salpicaba en su rostro mezclado con barro. La caída libre continuaba hacia la libertad, o hacia la muerte. Eso era lo de menos. Sus piernas por delante, sus brazos hacia atrás. Chillaba. Chillaba como cuando matan a un cerdo por San
narrativas
Martín. Chillaba y se orinaba en la caída. Se golpeó contra una roca. Su rodilla, destrozada, comenzó a sangrar. Lo supo porque sentía el cálido líquido cayendo por su espinilla, hasta empapar el calcetín e inundar su bota, si a aquello se le podía llamar bota. La caída continuó con un rotundo y peligroso cambio de postura. Ahora caía de espaldas, ladera abajo, en una caída hacía el fin de sus días. Hasta el fin de todo. Ya no había luz, ni norte, ni sur, ni futuro, ni gueto, ni nazis, ni nada. Pensó que nada había merecido la pena. Caía a la espera del golpe final, como tantas otras veces había esperado. Una rama le AUTORRETRATO EN DOS COLORES, 1904 atravesó una nalga como Edvard Munch una lanza atravesó el costado de Jesucristo en el monte Calvario. Pero él no se permitió el lujo de gritar. Tal vez ya no le quedaban gritos. O fue un grito congelado y mudo como en el cuadro de Edvard Munch. El desgarro le hizo variar de posición y ahora caía de lado, dando volteretas, hasta que su cuerpo se sumergió en el agua más fría del planeta. Pensó, por un instante, que ese agua congelada era en realidad la muerte. La muerte -pensó-, es un río congelado que arrastra a los cuerpos hasta los confines del universo. Hacia la gran catarata que se tragaba a los barcos al pasar por Finisterre. Pero, pesé a todo, río abajo, flotaba y respiraba. Estaba vivo. Con
narrativas
el culo desgarrado. Su rodilla destrozada. Todo el cuerpo magullado. Delgado como un cadáver. Comido de piojos. Pero vivo. Río abajo, el caudal lo arrastraba por el centro del cauce y él se dejaba llevar como un tronco camino del aserradero. Por un instante, volvió a ver la luz. La luz se encontraba cada vez más cerca. Y más cerca. Y más cerca. Hasta que sintió como algo se enganchaba a su viejo y destrozado abrigo. Y luego sintió otro enganchón. Y otro. Y un señor gritaba desesperado desde la orilla del río, palabras incomprensibles pero cargadas de rabia. Las cañas de pescar habían salido disparadas, excepto una. El pescador tiraba fuerte, para no perderla. Se aferraba a su caña como si hubiera enganchado al gran pez que todo pescador sueña, como en El viejo y el Mar, de Hemingway. El trofeo de su vida se batía en duelo, con una potera que le había enganchado de la manga del abrigo, y que se había convertido, inesperadamente, en la conexión con su salvación. La luz, esa luz tras la que andaba durante horas, era la que emanaba de la vieja y oxidada lámpara de gas del pescador. En un ultimo intento, tal vez con el último resuello que Etgar albergaba en su pecho, se impulsó hacia el tiro del anzuelo que lo arrastraba, y por lo tanto hacia la orilla. Sus pies notaron el cieno del fondo. La orilla estaba tan cerca como la luz. Notó pasos en el agua. Escuchó palabras en un idioma que le resultó familiar. Le estaban hablando en polaco, un idioma, que a sus oídos de judío checo huido de Auswiztch, le planteó muchas dudas. El anzuelo se había enganchado de la estrella amarilla que engalanaba su brazo. El pescador polaco, rápidamente se dio cuenta de todo y lo arrastró, con todas sus fuerzas, hacia afuera del agua. Etgar le habló en inglés, y nada. Le habló en checo, y tampoco. Le habló en ladino, y aún menos. El polaco, poniendo el dedo en vertical sobre sus labios, y emitiendo un shh muy prolongado y cómplice, le mando callar. Y mirándolo fijamente a los ojos, apagó la luz.
JOSÉ FERNÁNDEZ BELMONTE
Mirar al futuro con ojos ciegos
La mujer escarabajo frotó sus antenitas contra sus costados rechonchos. Un chirrido de cristales se elevó sobre la mancha gris que era la tarde. Acarició con sus manos intermedias su enorme barriga y ovocitó al interior del cadáver. Meses atrás, una gitana de feria tomó su mano y le dijo que percibía en ella una secuencia de tímidas pataditas. Nunca imaginó que aquello fuera un mal augurio.
JOSÉ MANUEL ORTIZ SOTO
FOLLAR, VERBO TRANSITIVO En los últimos años de nuestra infancia “follar” eran sólo cinco letras; un bisílabo que pronunciaban nuestros hermanos mayores y que sonaba a secreto. La adolescencia nos lo presentó como verbo pronominal, que conjugábamos sólo en primera persona: yo me “follo” a mí mismo conmigo. La obsesión por su semántica fue creciendo en los últimos años del instituto y se convirtió en un verbo intransitivo cuya denotación no conseguíamos descifrar. Sólo con la llegada de los años universitarios conseguimos convertirlo en transitivo y que Marta, Cristina, Elena o María fueran el objeto directo de nuestro deseo. En el mejor de los casos, transformábamos la acción en pasiva y ellas se convertían en los sujetos pacientes de nuestra acción amatoria y nosotros en los orgullos complementos agentes en sucios descampados o en los pisos de otros. Fueron los años de las perífrasis verbales; de los afortunados que “solían follar”, de los fanfarrones que “llevaban follando años” o de los obsesivos que “tenían que follar”. Alguno de nuestros amigos, con la virginidad aún intacta bien entrada la veintena, nos preguntaba con amargura e impaciencia “¿follaré?” con una interrogativa nada indirecta. Nosotros, hacíamos acopio de optimismo y convertíamos el futuro en desiderativa: EUGENIO GB ©
“¡Claro que follarás!”.
BASILIO PUJANTE
narrativas
El final de la veintena fue una época plurilingüe y aprendimos a hacerlo con las rudas británicas, “to fuck”, con las elegantes francesas, “faire la amour”, o con las enigmáticas orientales, con las que nos las deseábamos para escribir sobre sus cuerpos de pergamino blanco aquel incomprensible ideograma. Llegó el matrimonio y “follar” se convirtió en el sinónimo absoluto del verbo “amar”, porque habíamos encontrado el complemento directo perfecto hasta el fin de nuestros días. Pero los años, los niños y la pereza nos hizo perder la pasión y forzar los momentos para enunciarlo. Eran días en los que, al contrario de lo que afirma la Gramática, el imperativo se conjugaba en primera persona del plural y con angustia y obligación nos gritábamos “follemos”. Los años pasaron y comenzamos a follar sólo en pasado y a mirar chicas que podrían ser nuestras hijas mientras las hacíamos merecedoras de un condicional perfecto que ni la viagra podría convertir en presente de indicativo. Ahora, en los últimos recodos de nuestra vida, la demencia toma como presas a nuestra mente y cuerpo y follar se ha convertido para siempre en una palabra de una lengua muerta que jamás volveremos a conjugar.
narrativas
Realismo Con tal de construir a sus personajes a la usanza de los escritores realistas, echaba mano del asesinato. Pasaba meses enteros interesándose por seres mundanos, mendigos que suelen no faltar, pero que si faltan tampoco nadie se da cuenta. Los estudiaba y llenaba cuadernos describiéndolos. Cuando concluía sus interminables anotaciones entonces planeaba el homicidio. Sustancias decimonónicas en grandes cantidades corroían las vísceras de inocentes que, enterrados en el jardín del escritor, despertaban en talamos de sedas y satines orientales, con servidumbres victorianas y espaciosas habitaciones, despertaban en medio de tramas de novelas a las que les faltaban cientos de páginas para terminar.
ALEJANDRO ESPINOSA
Todo lo que queda
Llevamos más de una hora caminando en la oscuridad, guiándonos por los sonidos del otro, cuando Lucía me hace la pregunta. Otra vez. - ¿Hemos llegado? Vuelvo la vista hacia atrás, por primera vez desde que empezamos el viaje. Unas pocas luces pálidas despuntan a lo lejos. Se trata de la barriada de la que venimos. Los extrarradios que nadie conoce ni ningún turista visitará jamás. Aspiro con la nariz un par de veces antes de estar seguro. -Sí.-le contesto, sin saber donde está exactamente Lucía, sin saber dónde mirar.- Es aquí. Y es cierto. Al cabo de un rato caminando una oscuridad despierta y se mueve frente a nosotros. Arriba y abajo. Distinguimos la espuma blanca, remolinos, cascadas que se estrellan una y otra vez contra la costa. Las luces de las farolas permanecen apagadas. También han cerrado las terrazas de los restaurantes, descubro. Mira, me señala Lucia, haciéndome mirar más allá de los contenedores derrumbados en las aceras. Y yo lo veo. Se trata de la autovía. Está llena de luces naranjas y rojas y también azules. Permanecemos callados un buen rato, contemplando cómo las luces de los coches se alejan tierra adentro. Los últimos atascos que veremos en muchos meses. -¿Y si no vuelven?-me pregunta Lucía con un gemido roto. -Volverán.- le respondo casi al instante. – Volverán como todos los años. Para entonces habrán limpiado la arena y arreglado las calles. Pintarán las verjas oxidadas de los viejos parques. Todo estará como nuevo para ellos, como siempre.
-¿Y mientras tanto? ¿Qué pasa con nosotros? La oscuridad ruge. Descendemos la mirada como un acto reflejo: bajo nuestros pies las gaviotas sobrevuelan la playa en busca de provisiones. No, es algo más. Seguimos mirando hasta que los por fin los vemos: animales grandes y pequeños revolcándose los unos contra los otros, luchando por la basura hundida bajo la arena exánime. Lucía se estremece al verlos, y yo también. Nuestros ojos se encuentran en la oscuridad y de repente lo entendemos. Recordamos por qué estamos aquí. Agarrados de la mano iniciamos el descenso a la playa, cargados con bolsas todavía vacías. No hay tiempo que perder. Mañana es septiembre.
JOSÉ MANUEL SALA
LOS OJOS DE CLARICE
El doctor paseó la mirada por la estancia y la detuvo, una vez más, en los ojos de Clarice. Sí... esos ojos. Había sido una espléndida cena, y ahora le esperaba una velada tranquila. Se recostó en el sillón, frente a la chimenea, y, por un momento, se puso a recordar. Y recordó que fueron esos ojos lo primero que llamó su atención: asustados, pero sagaces. Ésa era la mirada de alguien que podría llegar a comprenderle, pensó entonces. Desde siempre, desde el principio, le pareció que ella le miraba de otra forma. Luego, a lo largo de los años, habían sido alternativamente aliados y adversarios. En algún momento llegaron a tener diferencias muy importantes, pero siempre prevaleció la sincera admiración que sentían el uno por el otro. Él nunca la subestimó, y ella jamás le miró como el monstruo que todos decían que era. Sus ojos… sí. Ahora, al cabo de tantos años, habían perdido el brillo, la chispa, la lucidez de aquella mirada inteligente. Claro... ¿qué esperabas, doctor? No es lo mismo cruzar miradas de inteligencia con la atractiva agente Sterling, que observar cómo flotan sus ojos dentro de un frasco, sobre la repisa de la chimenea. «Definitivamente», se convenció el doctor Lecter, «es una tontería conservarlos. Tendré que comérmelos, como todo lo demás».
narrativas
LEANDRO LLAMAS
poesía
2069: Coge el veneno y corre
Ahora que todo ha pasado y que es de dominio público que el remedio para el amor es el tiempo o el olvido. Ahora que con un bote de pastillas puedes neutralizar la pasión. Ahora que nos vacunan para sobrevivir a los dramas cotidianos, a los pesares, a los sueños. Ahora que la tristeza y el dolor se controlan. Ahora que la alegría y el júbilo se controlan… No queremos más antídotos. Buscamos el cianuro. Ahora queremos lo que envenena.
ANA SOTO
PENOBSCOT 44/68
Vitoria-Gasteiz, diciembre de 2015 http://treneshaciaelpenobscot.blogspot.com.es/
transiciones
por RUBÉN ÁNGEL ARIAS RUEDA
transiciones
El Penobscot es uno de los ríos que nacen en la cordillera de los Apalaches y cruzan de Norte a Sur el estado de Maine (EE.UU.). Fueron los indios Penobscot quienes llamaron Penobscot al río. Los exploradores que, procedentes de Francia, llegaron allí a comienzos del siglo XVII cuentan que los indios señalaban al río y decían Panawanskek o Panamske o Panouske o Piimnaouamske, y así hasta las más de cincuenta variantes con que el oído de los franceses traducía o alucinaba la música verbal de los algonquinos. Cuatro siglos más tarde, el 31 de diciembre de 2013, un día después de haber salido de Gasteiz y unos minutos antes de que los habitantes de Maine entrasen en el Año Nuevo, mi compañera y yo aterrizamos en el aeropuerto de Bangor. A unos diez kilómetros río arriba desde allí, se encontraba –y se encuentra– la universidad estatal donde ejercería de profesor de lengua y literatura españolas durante el semestre denominado de primavera. Lo que no podíamos imaginar entonces es que el invierno duraría hasta mediados de abril, con temperaturas mínimas de treinta grados bajo cero y nevadas casi constantes. A pesar de ello –a pesar del modo en que el frío contrae y simplifica la existencia– la singularidad del entorno en que habitábamos no tardaría en imponerse y en exigirnos nuevas formas de atención, nuevas formas de pensarnos y pensar. Salir de paseo, hacer unas fotos, volver a casa. Este fue el ritual con el que inauguré la estación del deshielo. Muy pronto, las imágenes que obtenía en unas caminatas escrupulosa y cómicamente circulares se ordenaron en torno a una serie de motivos recurrentes: fachadas ciegas, zonas de frontera entre las viviendas y los bosques, el Penobscot –tan omnipresente como sus ramales–, vehículos y más vehículos, árboles caídos, árboles en pie y una cantidad extraordinaria de montones de tierra y grava que la nieve iba dejando a la manera de recordatorio o advertencia. La repetición se debía, sin duda, a la monotonía del lugar, a su lentitud y su aislamiento. Nada de ello, sin embargo, impedía que volviera a salir en busca de las mismas fachadas, los mismos árboles, coches y montones, una y otra vez.
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El paisaje opera sobre nosotros, moldea la percepción y –de una forma difícil de precisar– determina nuestras respuestas anímicas a las proporciones del espacio. Esta influencia es lo que se conoce como marca del paisaje. Las imágenes que acompañan a los diarios deberían considerarse, antes que nada, eso: marcas del paisaje, mi experiencia en Maine reducida a algunos de sus escenarios elementales. Doblemente reducida, pues todas las fotografías seleccionadas las hice en los alrededores del Penobscot a su paso por Orono, en la zona más septentrional del cuadrante formado por las coordenadas 44° Norte / 68° Oeste.
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Viernes, 3 de enero de 2014. Nadie sabe cómo hemos venido a parar aquí. Cuando digo que soy el nuevo profesor de literatura española me miran con sorpresa. Yo también me miro con sorpresa. No sé qué les sorprende más: si lo de profesor, lo de literatura o la mezcla incomprensible de ambas. Eso, o que nunca se habían imaginado a alguien con un inglés tan elemental. «Un inglés aeroportuario», digo y pido disculpas treinta veces al día. Porque Estados Unidos es el país con el mayor número de cabezas nucleares a sus espaldas y es mejor pedir disculpas y estar a buenas con el idioma. ¿Cómo hemos llegado aquí, entonces? Se lo pregunto a Aurelia y Aurelia tampoco lo sabe. Vinimos a orillas del Penobscot porque nos dijeron que era este el lugar, el lugar de las oportunidades y de la industria maderera. Por eso vinimos. Lunes, 6 de enero de 2014. Estos días he tenido que explicarlo varias veces. Vengo de Sansomendi, un barrio obrero de inmigrantes extremeños y castellanos, yo mismo soy uno de ellos. Un barrio excéntrico de Vitoria. De allí vengo, del barrio con más literatura del planeta. Los habitantes de Sansomendi saben perfectamente que la literatura no necesita ni ha necesitado ni va a necesitar de libros, escritores o escritura para estar y ser y perpetuarse. La literatura no va a necesitarme a mí tampoco, ni va a necesitar mis clases en la Universidad de Maine. En Orono, por cierto, hay tanta literatura como en Sansomendi y, en ocasiones, hay más, porque hay un río. Aurelia ha llegado aquí desde otro norte, del País Vasco más vizcaíno, euskaldún y fanfarrón. Es la mujer más intrépida que conozco y he perdido la cuenta de los idiomas que habla o de los idiomas que no habla pero que es capaz de hablar, de repente. Miércoles, 8 de enero de 2014. El más sorprendido de nuestra llegada es Oskar (sin tilde y con antepasados austriacos), el marido de Eliane, nuestros vecinos. Oskar es carpintero y le calculamos la juventud allá por los setenta. Llegamos a Orono justo el día del cumpleaños de Eliane. Nos prepararon leña y nos dejaron mantas, dos sillas de camping, una mesa, varios cuencos y cubiertos y un calentador de rejilla. El calentador de rejilla nos ha salvado la vida, que es como decir que Oskar y Eliane nos han salvado la vida. Es imprescindible aprovechar las horas de luz porque a las cuatro anochece y
la temperatura desciende unos diez grados con respecto al día y la vida también desciende o se aparta o se rinde. Y está bien. Miércoles, 22 de enero de 2014. El Penobscost es un río navegable, pero no con los menos treinta grados que hemos llegado a tener. A esa temperatura hay muy pocas cosas navegables. Sábado, 8 de febrero de 2014. Desconfío de la literatura. No me fío ni un ápice. Conviene ser cauto. Pero también es cierto que solo confío en la literatura y que solo de la literatura puedo fiarme. No hay ni pizca de contradicción en ello. Ni pizca. Sea lo que sea eso que enseño en la Universidad de Maine lo hago con los poemas de José Daniel Espejo, de Vilches Brown y de Cristina Morano, con los poemas de Manuel Vilas, Karmelo C. Iribarren y Jorge Riechmann, con las canciones de Los Señora y con Los perros románticos. No hay un español que se entienda mejor que ese. Enseño también lo que escriben Belén Gopegui y Rafael Reig, Alberto Olmos e Isabel Blare, Andrés Trapiello y Enrique Vila-Matas. A mis alumnos les cuento que es importante mirar las frases por dentro y que en la cadencia está el sentido y que sin cadencia no hay literatura, ni canción, ni baile posible. Que para pensar hace falta una sintaxis. Y que la sintaxis es la inteligencia del idioma.
Sábado, 15 de marzo de 2014. Maine va de habitar donde no, de plantarse donde tampoco y de esperar a que llegue el día en que puedas comprobar por ti mismo si detrás de la blancura está la realidad o se la han llevado. Es algo que se aprende. Que el invierno es un ritual de la espera es algo que se va sabiendo de a pocos. Jueves, 27 de marzo de 2014. Ayer, al fin, pudimos salir a pasear sin tener que volver a casa con síntomas claros de congelación. La nieve había desaparecido, como por ensalmo.
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También les digo que cualquier poema puede volverse ridículo y que el ridículo es el único enemigo de lo literario. Que el riesgo de la literatura reside ahí, en eso; que los abismos de la literatura son tres: la cursilería, la solemnidad y el lugar común.
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Viernes, 25 de abril de 2014. Thoreau pasó por delante de nuestra casa en, al menos, cuatro ocasiones. Una de ellas fue a finales del verano de 1846. Thoreau dejó en sus diarios constancia de una noticia leída en el periódico local: un tal John Delantee, de 26 años, había muerto ahogado mientras conducía unos troncos río abajo; sus compañeros encontraron el cadáver, lo envolvieron en corteza de árbol y lo enterraron en el bosque. La nota dice expresamente: en el bosque solemne. Hoy hemos sabido que ayer apareció una bala en la cabeza de una estudiante de psicología. La bala apareció dentro de la cabeza y la cabeza, con todo lo demás, apareció en una de las dos orillas del Penobscot. O sea, que a la cabeza le encontraron una bala como quien encuentra un tumor o un quiste velocísimo. La estudiante había decidido poner la bala allí, irse con ella. El cadáver
había caído sobre el río abriendo un boquete en el hielo. La corriente, que bajo la superficie congelada apenas pierde fuerza, lo arrastró unas cuatro millas hacia el sur, donde el deshielo está muy avanzado. Encontrar un cadáver en la orilla de un río es como encontrar una orilla dentro de otra. La muerte hace bucles, forma pliegues en cuyo interior algo que es muy poca cosa –y cuya ausencia no altera nunca el orden del mundo– ya no se repone. En los que algo, algo insignificante, queda tocado para siempre. Lunes, 12 de mayo de 2014. Ayer soñé con el cadáver de la estudiante de psicología. Yo lo veía avanzar bajo una capa de unos veinte centímetros de hielo y lo seguía bajo el agua y bajo el hielo, aunque quizá sería más preciso decir que lo acompañaba. El caso es que los dos éramos arrastrados por la corriente hasta un lugar en que la luz cambiaba de un blanco a otro blanco y yo entendía que ese cambio solo podía deberse a que el hielo había desaparecido de la superficie. Entonces el cadáver comenzaba a ascender mientras el agua seguía empujándome mucho más allá, mucho más lejos. De vez en cuando me daba la vuelta y veía el cadáver cada vez más arriba, cada vez más alto.
Martes, 20 de mayo de 2014. Ayer cenamos con el profesor al que sustituyo en su año sabático. En un momento de la conversación insinuó o dijo o reconoció que Maine era un lugar privilegiado para leer a Heidegger y que,
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Lunes, 19 de mayo de 2014. En la calle no vemos a nadie porque nunca hay nadie en las calles de Orono, están todos en sus coches. Lo que sí hemos visto son bandadas de cormoranes. Nuestros vecinos dicen que es extraordinario que hayan llegado hasta aquí. Al atardecer se posan sobre las ramas más altas y allí permanecen hasta que se dejan caer como frutos extraños o como aún más extraños paracaidistas. Las ramas más altas son las más débiles y las que más se balancean. Esto, claro, no lo eligen ellos pero hace que la escena resulte más cómica y más frágil. Durante toda la noche los hemos oído pasar. De hecho, los hemos oído pasar toda la noche varias noches seguidas. Esta mañana, durante el desayuno, le he propuesto a Aurelia que interpretemos. Que hagamos de la presencia de los cormoranes un indicio. Y los dos hemos estado de acuerdo. Si están aquí es porque, a la postre, el verano vencerá. Llegará el verano y lo sabremos. Será el desorden de la luz, sobre las ramas más altas.
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de hecho, el paisaje, el clima y las horas de Maine suponen el contexto idóneo para entender al filósofo alemán. Por mi parte –y con un ánimo que intuí que se disiparía en cuanto abandonáramos su casa– le dije que haría el esfuerzo, que sacaría de la biblioteca alguna de las obras de Heidegger y la leería en el jardín. Miércoles, 21 de mayo de 2014. Leído en Heidegger: «Lo sencillo encierra el enigma de lo que permanece y es grande. Entra de improviso en el paseante pero requiere una larga maduración». Jueves, 22 de mayo de 2014. Leído en Heidegger: «La callada fuerza de lo repetitivo, el aliento de lo mismo, de lo casi idéntico, de lo que resiste a su exhibición como espectáculo». Viernes, 23 de mayo de 2014. Contra todo pronóstico, he estado leyendo a Heidegger estos días, lo cual no significa que haya llegado a comprenderlo, sin embargo, me siento muy capaz de imitar sus comienzos de párrafo, de frase, de idea. Además, encuentro un placer inmenso en hacerlo. Así, he escrito: «La vastedad de todo lo que crece y habita en las márgenes del río». El problema viene después, el
problema es continuar. A Aurelia le he leído algunos pasajes de Camino de campo, los suficientes para que me diga que no soporta a Heidegger pero que, ella también, podría imitarlo con facilidad. Esta tarde, junto al Penobscot, me ha dicho: «nos tumbamos junto al río como quien se tumba junto a un largo origen». Enseguida se ha dado cuenta de que la frase era o sonaba solemne, era o sonaba profunda, y se ha reído como sacudiéndose el hechizo, como quien decide que por nada del mundo va a dejarse hipnotizar.
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dímelo en la calle
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fragmento del capítulo primero, RAYUELA Calle Francesc Martínez. Benimaclet.Valencia
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“Tourist you are the terrorist” Paraje de la Fuente del Marqués. Caravaca de la Cruz.
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“Rocky no es dios” Carrer Maior, Tarragona.
“sólo me quieres porque no fumo” Calle de Salitre.Madrid
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dímelo en la callle
“liberation is love” Lavapiés. Madrid BASI ©
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“Cuanto más te alejas, más fácil es alejarse. hors du temps” Calle Polo de Medina. Murcia
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El juego de Juego de Tronos por
TONI RIVAS
Muy pocos han podido resistir el embrujo de la saga televisiva emanada del genio (y de los libros) de George R.R. Martin. El éxito puede medirse en los descomunales números que supone su producción (que pese a todo sigue siendo rentable) o en el júbilo con el que acogen el rodaje las ciudades escogidas para ese efecto, acontecimiento que asegura una oleada masiva de turistas por unos pocos años. Las dimensiones de la audiencia y el rodaje son proporcionales al tamaño de la creación del escritor norteamericano; la popularidad y espectacularidad de la saga crece al tiempo que las tramas se bifurcan (o se cercenan –literalmente- de un tajo) y el mapa de Westeros y demás se expande o se concretiza en reinos, poblaciones y accidentes geográficos.
SONIA MS ©
Es evidente que no se hubiera llegado a todo ello sin la adaptación inteligente de los volúmenes que componen Canción de hielo y fuego y los múltiples aciertos que en ellos se encuentran. El abandono, o la superación, de El señor de los anillos ayuda a entender el encanto de esta macrohistoria, donde una multiplicidad de tramas se entrecruza con la vuelta del mítico tiempo de los dragones. Ello coincide a su vez con una guerra de sucesión de sabor muy medieval en la cual la heroicidad queda siempre opacada por la traición, la crueldad y otras bajas pasiones demasiado humanas. De este modo, se conserva la dimensión mítica del relato, en la que la resurrección, protagonizada por Danaerys como figura mesiánica y símbolo de la vuelta de esa edad de oro, coincide temporalmente con la llegada del apocalipsis, en forma de glaciales zombies. Por otra parte, y al contrario de lo que sucede en el clásico tolkeniano, las demarcaciones del bien y del mal se desdibujan, quizá como resultado de una excesiva humanidad de los personajes, como en el caso de la propia Danaerys, presa de su determinación, su poder, su grandeza moral pero también de sus vacilaciones, su dogmatismo o su tiranía, en una suerte de juego pendular que oscila entre la vulnerabilidad y la invulnerabilidad del personaje. Las ambigüedades morales se avienen con la ausencia de un maniqueísmo cosmogónico, de manera que la abstracción del mapa y sus bien delimitados muros pierden nitidez en el paso que va desde la mirada panorámica de los créditos hasta el primer plano de los personajes y de sus historias. Sumergido en el campamento de los salvajes y en su trasiego hasta el supuestamente insalvable muro, se desdibuja el límite entre bandos (y para el espectador, empatías), como bien sabe –y sufre- el bastardo Jon Nieve.
A este propósito, observo un paralelismo entre la infinita bifurcación de senderos (que otros llamarían desparramamiento) que son las historias y sus avatares individuales, y las posibilidades irreductibles de una geografía siempre en continua expansión. Así pues, por mucho que se señale la extinción de una saga, se avizore un apocalipsis, o se anuncie el retorno del mito fundacional, las posibilidades del demiurgo son tantas como las que tiene el territorio de traicionar el mapa.
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No nos olvidemos que las series son tan buen cine como producto y, a este respecto, esperemos que las posibilidades geográficas, narrativas, míticas de Juego de tronos, que han servido para superar el esquema tolkeniano, no deriven en una infinita (e inane) dilatación de la trama, compuesta, cada vez más, de viajes y reencuentros cual novela bizantina (o de folletín) sometiendo la promesa de un universo y de su historia a la mecánica efectista, resultona y no menos rentable de la industria y su juego.
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István Örkény
“Cuentos de un minuto” por DÓRA
BAKUCZ
El nombre de István Örkény (1912-1979), autor que en el llamado Bloque de Europa del Este vivió todas las vicisitudes de la época, desde el trabajo forzado y la prisión de guerra, desde la ocupación alemana hasta la prohibición de la publicación de sus escritos durante el régimen comunista de la posguerra, se asocia en la literatura húngara con la visión grotesca y con la creación del género cuento de un minuto. Un humor especial, la visión que degrada e invierte la realidad de un modo caricaturesco, cómico-satírico, o sea, lo grotesco, es la calidad estética que impregna tanto la obra dramática como la narrativa de Örkény. En la narrativa de la época la visión grotesca aparece en una serie de autores del mismo bloque, en escritores como Hrabal, Havel, Mrozek, etc., pero es en la narrativa breve de Örkény que elimina la mayoría de los detalles de la narración, donde se le da un énfasis especial Los textos que vienen a continuación son cuentos de un minuto que muestran algún aspecto característico de los microrrelatos del autor húngaro y que no se han publicado en la antología mencionada, excepto uno, “Surtido”, que sí está en el libro de la Editorial Thule, sin embargo aquí aparece en una nueva traducción.
Ötvenes évek (Örkény, István. “Ötvenes évek.” In: Egyperces novella. Budapest: Palatinus, 2008. p.113) -Elhiszed, apu, hogy tudom a legeslegszebbik nevet a világon? -Melyik az? -Vladimir Iljics Lenin. -Honnan tudod? -A tanító néni mondta. Miért, nem szép? -De szép. -Na, látod. Mehetek misére? -Mehetsz. -Szervusz. -Szervusz.
Años cincuenta -Papá, ¿a que no sabes cuál es el nombre más bonito del mundo? -¿Cuál? -Vladímir Ilich Lenin. -Y, ¿cómo lo sabes? -Lo ha dicho la maestra en el cole. ¿Por qué? ¿No te gusta? -Claro que me gusta. -Menos mal. ¿Puedo ir a misa? -Puedes. -Hasta luego. -Hasta luego.
Francia szemmel (Örkény, István. “Francia szemmel.” In: Egyperces novella. Budapest: Palatinus, 2008. p. 112) -Bocsánat, hogy így, ismeretlenül, átszólok az asztalon, és megzavarom a -beszélgetésüket... Önök, ugyebár, törökök? -Nem, kérem. Mi magyarok vagyunk. -Magyarok? Nahát, milyen a véletlen! Nekem is van egy magyar ismerõsöm, -akivel épp ebben a bisztróban idõnkint lejátszok egy parti sakkot... De talán -ismerik is! A neve Jan Szlavomir Sztrhács. -Sajnos, nem ismerjük. De a neve után ítélve nem is magyar. -Hát melyik országban élnek a magyarok? -Magyaroszágon. -Aminek fõvárosa Bukarest? -Nem, nem. Magyarország fõvárosa Budapest. -Hát persze! És elnézést kérek a zavarásért. Most már mindent értek.
Con los ojos de un francés
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-Perdona por molestar e interrumpir la conversación así sin más, ya sé que no nos conocemos, pero... Ustedes son turcos, ¿verdad? -No, no somos turcos, somos húngaros. -¿Húngaros? ¿De verdad? Qué casualidad, yo también conozco a un húngaro, de hecho normalmente quedamos justo aquí, en este bar, para jugar al ajedrez... Igual hasta lo conocen, se llama Jan Slavomir Strajach. -No, lamentablemente no lo conocemos. Pero tampoco el nombre suena húngaro. -¿Ah, no? Pues, ¿en qué país viven los húngaros? -En Hungría. -Ya, y la capital es Bucarest. -No, no, la capital de Hungría es Budapest. -Ah, claro. Perdonen la molestia. Ahora ya ha quedado todo claro.
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Választék (Örkény, István. “Választék.” In: Egyperces novella. Budapest: Palatinus, 2008. p. 364)
- Jó napot, asszonyom. - Mit kíván a kedves vevő? - Egy barna kalapot szeretnék venni. - Milyen legyen? Sportos? Szolidabb? Széles karimás? - Maga mit ajánl, asszonyom? - Próbáljuk meg ezt... Könnyű, nem túl sötét, nem is túl világos. Ott a tükör, kérem. - Azt hiszem, nem áll rosszul. - Mintha a kedves vevőre tervezték volna. - Mégis, ha nem fárasztom, mutasson egy másik fazont. - Készséggel. Például ezt is nagyon merem ajánlani. - Valóban, jól áll. Nem is tudom, melyiket válasszam. - Talán egy harmadikat. Ezt nagyon sok vevőnk dicséri, és éppoly jól áll, mint az első kettő. - Igaza van. Mi az árkülönbség a három kalap közt? - Az áruk egyforma. - És a minőségük? - Merem állítani, egyik sem rosszabb a másiknál. - Hát akkor mi a különbség a három felpróbált kalap közt? - Semmi, uram. Nekem nincs is három barna férfikalapom. - Hanem hány? - Csak ez az egy. - Amit egymás után háromszor fölpróbáltam? - Igen, kérem. Ha szabad kérdeznem, melyiket választja? - Magam se tudom. Talán a legelsőt. - Azt hiszem, az a legelőnyösebb, bár a másik kettő sem lebecsülendő. - Nem, nem... De most már kitartok a legelső kalap mellett. - Ahogy parancsolja, uram. Jó napot.
Surtido -Buenos días, señora. -Buenos días, ¿qué desea? -Quiero comprar un sombrero marrón. -Y, ¿cómo lo quiere? ¿Deportivo? ¿O algo más discreto? ¿Con la ala ancha? -¿Usted, qué me recomienda? -Vamos a ver, por ejemplo, este… Es ligero, el color no es demasiado oscuro, pero tampoco muy claro. Ahí tiene el espejo… -Me parece que no me queda mal. -Como si lo hubieran hecho expresamente para Usted. -Sin embargo, si no es una molestia, ¿podría enseñarme otro modelo? -Claro que sí. Este por ejemplo, este también le quedaría bien, estoy segura. -Tiene razón, me queda bien. Ahora no sé cuál elegir de los dos. -Quizá tendría que ver uno tercero. Este suele gustar mucho, y le va a quedar tan bien como los dos primeros. -Es verdad, tiene razón. ¿Cuál es la diferencia de precio entre los tres? -Tienen el mismo precio. -¿Y entre la calidad de los tres? -Puedo asegurarle que ninguno es peor que los otros dos. -Pero, entonces ¿en qué consiste la diferencia entre los tres sombreros que acabo de probarme? -En nada, señor. En realidad no tengo tres sombreros marrones para hombres. -Sino, ¿cuántos tiene? -Este es el único. -Y, ¿es el que yo me he probado tres veces seguidas? -Así fue. ¿Con cuál se queda entonces? -No sé cuál elegir. Quizá el primero. -Creo que ha sido buena decisión, aunque los otros dos tampoco estaban mal. -Sí, sí, es verdad, pero ahora ya me quedo con el primero. -Como quiera, señor. Hasta luego.
Ballada Budapest bombázásáról (Örkény, István. “Ballada Budapest bombázásáról.” In: Egyperces novella. Budapest: Palatinus, 2008. p. 172.) -Képzelje csak, betettem a kofferemet a pályaudvaron a megõrzõbe, és mire -visszamentem, nem volt meg a koffer. -Az semmi. Én is betettem a kofferemet a pályaudvaron a megõrzõbe, és mire -visszamentem, nem volt meg a pályaudvar. (Korabeli vicc)
Balada sobre el bombardeo de Budapest -Imagínese, puse la maleta en la consigna de la estación de tren y cuando volví, ya no estaba. -Ah, pues yo también puse la maleta en la consigna de la estación, y cuando fui a buscarla, la estación no estaba. (Chiste de la época)
Alondra se muestra decidida a cambiar de tercio, a ir un paso más allá en este magnífico ‘Resolutions’ (Gran Derby, 2015). Por eso se fue a Richmond (Virginia, EEUU) para grabar a las órdenes de Matthew E. White y con el resto del colectivo Spacebomb a su servicio. De ahí han salido los trabajos del propio Matthew y los de otros artistas: Howard Ivans, Grandma Sparrow, Natalie Prass… La línea de célebres discográficas como Stax o Motown es el ejemplo a seguir.
despensa melódica
por VÍCTOR MARTÍNEZ
despensa melódica
Olvídense pues de esa imagen que teníamos de Mrs. Bentley pegada a su guitarra. Sí, la de aquella chica que aparecía en la portada de ‘Ashfield Avenue’ (Absolute Beginners, 2009), su debut discográfico. Eso ya es historia. Atrás queda la bandera folk (de profundas raíces anglosajonas), que la acompañaría hasta ‘The Garden Room” (Gran Derby, 2012). Ahora toca otra cosa. El piano juega un papel fundamental y entran en juego sintetizadores, loops… algo insólito hasta la fecha. Como prueba, nada mejor que los ecos ochenteros de “What Will You Dream”, canción inspirada en C.G. Jung que se mostró como avance del disco en su momento. Kate Bush nunca estuvo tan cerca. Como tampoco lo estuvieron, por ejemplo, Nina Simone o Minnie Riperton en “When I Get Back Home” y Billy Joel o Elton John en “Remedy”. Las guitarras prácticamente desaparecen (salvo en “Our Word” y “Mid September”, la mejor canción del álbum, probablemente) y lo que puede recordar a tiempos pasados se encuentra en “Sweet Susie” (canción en memoria de su madre Susan), “The News” y “Water”, aunque desde una óptica mucho más experimental. Un viraje sorprendente, pero muy natural, hacia el pop (soul pop, mejor dicho). Un trabajo que suena a los 70, a los 80, y moderno a la vez. Súmale una voz majestuosa y un carisma arrebatador. Obra maestra.
Alondra Bentley Resolutions (Gran Derby, 2015)
nunca feliz del todo BAUTISTA, Amalia (2013). Falsa pimienta, Sevilla: Renacimiento, col. Calle del Aire. por FLORA JORDÁN
recomendaziones
Falsa pimienta, el último libro de Amalia Bautista es un canto al amor desde una perspectiva esencialmente femenina. Cualquier mujer puede sentirse identificada en cada uno de los poemas, pues la autora se hace niña en «He soñado la casa de mi infancia», ofrece una imagen de la adolescente que fue en el poema «Plaza de arriba España» y se recrea en poemas más maduros en el resto del libro como en «Compañeros de viaje». Todas las etapas vitales de una mujer quedan reflejadas en este poemario que funciona como un ciclo y que termina de una forma abierta, con el poema «Duda». Sin embargo, no por ello, nos encontramos ante una poesía feminista puesto que no hay reivindicación o lucha en este poemario, sino más bien una revolución interna, una trayectoria llena de laberintos y muros que conforman el sujeto lírico femenino. En este sentido, es muy significativo que varios títulos de los poemas lleven implícita esa femineidad: «Gacela», «La reina Mab», «Emperatriz», «Ella», «Sucia», «Desalmada». En efecto, desde el principio la autora nos sitúa en el ámbito lunar, en la sensualidad, en lo tradicional doméstico pero siempre buscando un horizonte y una puerta giratoria. Amalia Bautista arroja una original mirada sobre lo cotidiano y lo engrandece. Es capaz de hacer una poesía íntima y al mismo tiempo universal, una poesía que parte del detalle pero lo trasciende de forma magistral.
recomendaziones
Falsa pimienta está dividido en tres partes: «Doméstica sede», «Fuera de casa» y «La pertenencia». Como estima Juan Carlos Abril, el poemario “va ganando a lo largo de sus secciones y composiciones, gradualmente, en emoción y relación con el lector, envolviéndolo en un diálogo con la cotidianidad que nos circunda”. Efectivamente, así es y poco a poco el receptor de la obra se sumerge en un microcosmos plagado de sentimientos que a veces son contrarios a la lógica y a lo racional. El punto de partida es la ciudad de Madrid. Una ciudad que a ojos de la autora es inhumana y poco propicia para el amor u otras pasiones. Describe una ciudad negra, sucia, donde el ser humano está aprisionado y no es capaz de ver más allá, como lo demuestra su poema «Altos muros» (p.23-24): «Altos muros. Siempre esos altos muros, / tan ásperos y duros como el odio, / cortándome el camino al horizonte. » La ciudad ya no simboliza el progreso, ni el avance, ni el desarrollo como en los poetas del 50. La gran ciudad es una jungla donde el yo se disipa entre la multitud y su voz se mutila día a día. La comunicación real no existe en la gran ciudad donde la mayoría de la gente va en el metro o en cualquier transporte público mirando la pantalla de su móvil o de su Tablet. Frente a ese mundo exterior y hostil, Amalia Bautista retoma la tradición de la casa y el hogar como eje central de la primera sección del poemario. También aquí, podemos hacer una lectura paralela sobre la conexión entre Falsa Pimienta y el universo femenino. Por un lado, porque la mujer ha estado tradicionalmente ligada al mundo doméstico y por otro, porque esa primera “doméstica sede” puede ser el útero materno.
La maternidad también está presente de forma explícita, así pues aparecen las hijas de la autora en varios poemas, como en «He soñado la casa de mi infancia» (p. 13) en «Punto Limpio» (p.33) y en «Sin ti», (p. 55). Este detalle también apoya la idea de una escritura esencialmente femenina. Más allá de estas anotaciones, la autora evoca con maestría la nostalgia de un pasado remoto, como en «Flores Áster»: «Por esa misma acera, muchas veces, / llegaba la alegría a visitarme» (p. 15) y al mismo tiempo sabe encarnar el CARPE DIEM en un poema solar, alegre y esperanzador, como es «Brindis» (p. 79). Además, el fantástico poema «Punto limpio» de la primera sección, merece un análisis detenido. Se mezcla aquí el materialismo de nuestros tiempos, la idea de pertenencia y posesión de las cosas y a la vez, la necesidad de ir dejando atrás todos los recuerdos que conforman nuestra vida. Es un poema del reciclaje físico pero también humano. Estamos demasiado atados a lo material porque quizá las cosas, los objetos también explican nuestro
paso por la vida y nuestro camino. Pero, ¿es fácil desprenderse de esas cajas que encierran vidas? Algunas religiones orientales proponen que la felicidad se basa en la desposesión de lo material y en la no dependencia, pero aquí la autora reivindica el poder tener esas pertenencias porque es el mundo la que la obliga a “limpiar su existencia”. Lo que hace este poema tan especial, además de todo lo arriba mencionado, es el arranque de esa pregunta metalingüística de «¿Cómo pueden llamarlo punto limpio?/ con tantas lágrimas y tanto insomnio, /tanto terror, tanto desvalimiento?» (p.33). Al cuestionar el propio término, tan usado, tan de moda, tan ecológico, de repente el lector se da cuenta de la certeza que hay en las palabras de la poeta. Lo que llamamos “punto limpio” que normalmente conectamos con el léxico de lo positivo, lo ecológico y lo verde, de repente aparece con unas implicaciones oscuras y tétricas y nos instalamos en el campo semántico de la negatividad (“lágrima”, “insomnio”, “terror”, “desvalimiento”) que el lector reconoce desde el primer verso. Otro poema que encandila al lector por su aparente sencillez es «Sin ti», último poema de la segunda sección, «Fuera de casa». La anáfora o repetición sistemática de las palabras «sin ti», dan una idea de agobio y de frustración pues el sujeto enamorado busca en todas partes al ser querido. La estructura es acumulativa y encontramos una toponimia muy variada que va de lo general (“el mar”, “los bosques”, “las calles”, “los caminos”) a lo concreto (“Piazza Navona”, “la Gran Vía”, “la National Gallery”, “la Alham-
bra”). Lo sorprendente es el giro del final donde la autora reconoce que la felicidad no reside únicamente en estar acompañada y la unión con el amado. El verso final cae como un telón que cierra el acto: «sola o acompañada, nunca feliz del todo» (p.56). Finalmente a modo de conclusión, podemos constatar que Amalia Bautista hace un recorrido personal lírico muy rico en ideas y matices. Su poesía llana, sincera, sin artificios, conecta con el público general. Como resaltaba al principio es una poesía femenina pero no feminista, es una poesía que parte de lo femenino pero lo trasciende, lo cual la hace partícipe de una identidad propia pero al mismo tiempo integrada en una concepción más amplia. Esta poesía supera las concepciones maniqueas de género y nos enfrenta a una situación de la mujer real y diaria, de carne y hueso, que podemos relacionar con nuestra vida cotidiana.
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FÁTIMA ZOHRA©
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