Manifiesto Azul 8

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MANIFIESTO AZUL Otoño 2009

número 8

© Cristina Franco Roda

fanzine de literatura e inquietudes varias

Depósito legal: MU-3094-2008


Poesía

Editorial

… es difícil olvidar esta palabra en estos tiempos. Ya vivas en el centro de MaCrisis, drid o en la Patagonia; estés en el paro o tengas el mejor trabajo del mundo; Cr , seas un optimista irredento o un pesimista, parece que alguien quiere obligarnos a pensar en tantos por cientos e hipotecar nuestras vidas. Por eso, y por tantos otros motivos, desde Colectivo Iletrados queremos traeros este remanso azul para que olvidéis los agüeros de tanto periódico de papel naranja y de televisiones con información bursátil en su parte inferior. Te ofrecemos unos minutos de nuestra creatividad para que te relajes y disfrutes de esta nueva edición de Manifiesto Azul. Otra vez son 52 las páginas y otra vez son nueve las secciones de este número; todo lo demás es nuevo. En esta ocasión encontrarás desde recomendaciones de uno de nuestros autores de cabecera, como Roberto Bolaño, hasta la traducción de dos poemas de un poeta israelí poco conocido fuera de su país, en la sección “Transiciones”. Entre las colaboraciones que nos han llegado y que a lo largo de estas 52 páginas te invitamos a conocer, podrás encontrar desde poemas de jóvenes que comienzan en la Literatura, hasta los microrrelatos inéditos de un clásico del género: el argentino David Lagmanovich. Mantenemos nuestra apuesta por la poesía callejera de “Escrito en la calle” e incluimos, por primera vez, una breve obra teatral. Si la lectura de MA no te es suficiente para alejar la funesta palabra, prueba con la música de Alondra Bentley, a la que entrevistamos en este número, o a ver una película, por ejemplo uno de los westerns sobre los que escribe Ana Aitana Fernández. Todos estos textos los podrás disfrutar acompañados por las ilustraciones de Raúl Estal y de Cristina Franco Roda, que nos ha diseñado una portada especial para nuestro fanzine. Desde sólo nos queda agradecerte que hayas elegido ser un miembro más de Manifiesto Azul, el más importante, y recordarte que puedes encontrarnos las 24 horas del día en colectivoiletrados.blogspot.com. Te esperamos.

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Crisis

No ser lo que se era (es decir, ser finalmente lo que se es) es ponerse frente a un espejo que no nos Para la noche suave de tu habitación, refleja. para pegarte un viaje. Un corazón que late con silenciador Pero descubrirlo de repente, al conectar los cables... por un latigazo de luz infringido Suave es la noche –Quique Gonzálezen el alma, es desconcertante, porque no queda herida ni marca Sería bueno tener memoria de pez sobre la piel en ocasiones, pero su sabor se mezcla con la para que el dolor o el remordimiento sangre no nos pudieran robar ni un ápice sin dejar de girar. de lo que nuestros ojos tristes han visto. Sería bueno tener memoria de elefante No se lo digas a nadie (yo prometo en ocasiones, no hacerlo) pero todo el mundo para que la belleza nos asaltara tiene un precio al que está dispuesto a punta vender el alma para convertir las de pistola y nos demandara, cuentas de forma discreta, pendientes que se fueron adquiriendo los labios o la vida. en cuentas corrientes del día a día. AJUSTE DE CUENTAS

Y eso me asusta. Me asusta que ya no exista el siempre o el jamás para mí, yo que puse mi mano en el fuego cientos de veces y no me quemé. Me asusta poder descubrir mi precio y que sea de mercadillo, de marca blanca, de falsificación que vendí como auténtica.

PASOS DE CEBRA Nunca volverás a caminar dos veces por el mismo paso de cebra, no al menos al son de la misma melodía y el mismo cielo. Podrás cruzar hacia la otra orilla


del tiempo cuantas veces quieras pero nunca dejando sobre el asfalto las mismas huellas. La contingencia de nuestra vida queda marcada en la geometría de sus líneas, en ese pentagrama urbano donde interpretamos parte de lo que fuimos y seremos con la huella caduca de nuestro caminar. Y es precioso que así sea. Que la música escrita por nuestro devenir sea siempre distinta en cada esquina, como una obra constantemente escrita por anónimos pasos. Sólo los edificios que desde lo alto nos ven como notas dispersas cruzarlos, serán testigo de esta breve sinfonía, de ese arte efímero que representa la vida del hombre.

SIETE TRISTEZAS Y TÚ Apretar los labios. Sentir cómo el aire no me arranca las ganas de ti. En la iglesia no espera más que el sueño de un perro gigante, blanco. QUÉ TRISTE es pensar ahora en todo este tiempo pensándote. Vamos a alcanzar el final del paseo sin que nadie nos mire. Ayer alguien preguntó con tu voz cosas que yo pensaba, y no me dejó contestar. QUÉ TRISTE es pensar ahora en ese muro. Los tres días, dos llamitas, un beso que no ha llegado. Tiendo la ropa mojada, la mancho de tiza, de palabras. QUÉ TRISTE es pensar ahora en esa foto, y nosotros allí. Último trago, casi vacía, huyamos. No dije nunca “quédate”, tú no sabías espiarme cuando todo era grave.

QUÉ TRISTE es pensar ahora en el principio, desde el final. Aquella tímida y primera luz pasó sobre nuestras cabezas. Alberto Caride Brocal Si me partiesen ahora por la mitad, partirían tu nombre.

QUÉ TRISTE es pensar ahora en tu espalda de repente, desnuda. En mitad del pasillo, la verdad ha puesto una silla. Me pasé toda la tarde corriendo detrás de ti, los dos disimulamos bien. QUÉ TRISTE es pensar ahora que te quise como seguramente se quieran nuestros padres, como se quisieron nuestros abuelos. Estás despeinado, fuera de aquí. Me coloqué ante el amor, te vi.

(pueril jeroglífico que me salva y me aniquila) les hablaré hasta que duela la luz y se apaguen, y callen hasta poder hablar. Los miraré tanto... Los miraré tanto... que pestañear será como el reflujo de un mar vetusto y cansado de oleaje débil que aún cree ondular enérgico.

Y los miraré tanto... los amaré tanto... que creeré ver, QUÉ TRISTE es pensarlo ahora. abandonando la ceguera del inexorable yo que me hace sujeto LANA de mi oscuridad, de tu inexistencia. LOS MIRARÉ TANTO... En el descompensado e intranquilo equilibrio pondré tus noches a remojo, deshojaré las horas tras los despojos de madrugadas náufragas de apasionados rojos amarillentos verdes y versos cojos. Siguiendo el orden lógico de un palpitar acróstico someteré a tus ojos a mil preguntas

Tama Imrani Ruiz

ABRE LA VENTANA Y ENTRA Todo comenzó Cuando el grillo Ladró al perro: Deja en el pasillo Las cosas Que no quiero.


Desafía al arco iris con un cenicero. Viola a la diosa Isis Vestido de jilguero Ábrete la cabeza Chocando contra un beso. Ok… perfecto, El mundo no está loco, Pero simplemente yo no lo acepto. Y subes la escalera enroscada al cuello de mi cremallera. Y los peldaños Son la vereda de los años Que me quedan. Y no te preocupó Que viniera cualquiera Y nos viera. Arrancarle las uñas a la tormenta, sentarnos a las afueras de una estrella, o provocar al viento diciendo: te espero fuera. Ok… lo entiendo, Los sueños sólo son sueños Pero simplemente Yo sí me los creo.

IN MEMORIAM Batalla diaria contra el olvido, me esfuerzo en recordar cada momento de la última noche que he pasado contigo. La oscuridad nos fue envolviendo, como una pesada manta de invierno o una canción de Serrat que me vino a la memoria mientras la ciudad, ebria, iba poco a poco esfumándose con la música. Nos tambaleamos hasta tu cama, negra. Baja las persianas, que no sepan nuestros cuerpos que ya se hizo de día. Acurruquémonos, así, desnudos, parece que nos hicieron a medida para encajar el uno junto al otro. Juguemos al cíclope, juntar los ojos, Besarnos hasta sentir que perdemos el conocimiento Rozar cada parte del cuerpo Abrazar Y luego, Vuelta a empezar.

Así lo haré cada noche, te prometí, como si todas las noches Fran García Pujante se fundiesen en una única noche:

aquella noche que me visita cada día con nocturnidad y alevosía.

romperse como un cristal, quemarse en una vela, lucirse en la oscuridad, pelearse con el acero, Entre el dolor y el olvido relacionarse con la obviedad, elegí el dolor. escribir siendo coherente, bailarse la sordera, agarrarle un pie a un coyote, y derrotarse en la violencia. Pascual Pérez Navarro La vida es una condena. EXILIO de “Pisadas sin huella”

CUANDO TODO SUCEDA

Cuando todo suceda algunos dirán que sí, que siempre se puede. Otros dirán que no, que ya es tarde. Otros pasearemos desnudos al amanecer. Otros permanecerán sentados esperando la vuelta de las aves migratorias. Cuando todo suceda, Adrián Ballester Cerezo sólo algunos perderán sus certezas viajeras.

El exilio debe ser frío, rugoso y cortante. Algo así como el lugar que surge en mi cama- pese a sus limitadas dimensiones- cuando te enojas y giras tu cuerpo y me condenas al abandono de tu espalda.

DE ARRIBA A ABAJO Mecerse en una sirena, dispararse con un reloj, desplegarse en el humo, correr debajo de un grifo, malearse en un papel, quedarse cuadrado en la mesa,

Alfonso Torre


KIRK DOUGLAS

nuevos, Si puede ser, Préstame un gramo de tu droga Provista de poemas nuevos Y yo te daré un kilo de mi dignidad. Que están por escribir. No necesito correr para estar cansa- Necesitamos certezas sin corteza do Y esperanzas limpias, creíbles, Tu necesitas estar cansado Necesitamos más futuro. Para correr Precisamos de más vidas, para vivirY correr te hace perseguir las y desvivirlas, Paranoias de infinito, Y amar y ser amadas, Fantasías de televisor, Leer hasta dormidas, Que hace más ricos Rincones de soledad para seguir A los más ricos. leyendo Y quedadas iletradas con cerveza y Que se muera el comunismo humo, Que se muera el fascismo Que también salvan. Que se muera el anarquismo Que se mueran los ocupas “Para salvarme, para salvarnos, Y los hippys y los punkis O nos salvamos las dos, No sois nada O no existe tal salvación”. No valéis para nada (Lana) No estáis salvando el mundo Solo estáis dentro de él.

EME Tomás Mula PARA SALVARME Para salvarme, para salvarnos, Hace falta mucha voluntad, Y alguien que nos eche un capote. Necesitamos, por lo pronto, Una escoba nueva con poderes

METAMORFOSIS

Esquinas que corren despavoridas sin rumbo Han decidido morder las atmósfera y afilarla hasta hacer con ella, una dama de hierro, El hormigueo entumece los extremos

y las puntas de los dedos se resienten, los pasos se invierten e inconscientemente borran sus huellas, pensando en los rastros, los síntomas, los indicios, que hay en el suelo, en mi cuello y en mi cabeza. Algo ha vetado el paso al edificio, lo ha puesto en cuarentena, Sin precinto que valga, ni guardas, ni fronteras. Pero yo sí que noto esa aduana, ese cobro de un tributo de sudor e hipocondría, esa picazón que me coloniza. Ante la puerta de una habitación cerrada a los espías, donde sólo estoy yo y un aleteo sordo y alarmante, una espalda se revuelve hasta que irrumpe la insolente luz del día. DOS MÁS DOS Regalaste un libro de poemas, que ahora sirve como escudo a un espadachín inquieto y barbudo al que le va quedando poco pelo en la sesera. Alguna vez has creído, como yo, que me iba a perder en los entresijos del recuerdo, Pero creo que precisamente es allí donde todos volvemos, de vez en cuando,

donde podemos encontrarnos juntos y levantar los ojos sollozando. Tenemos la razón y la discordia ya va quedado infectada. El filtro de los años nos drena las penurias, aunque también se nos escapen por el agujero todas las riquezas. Pero al final todo es un escudo, hecho de maleza, así, a lo natural, pero también, incluso siendo vástago de nuestra carne, tiende hacia el bronce, forjando un nuevo paracaídas astuto e incrédulo, fuerte en su debilidad, casto en sus devaneos. Puede que pienses que estoy ciego, si no me ves, Puede que como hipótesis valió lo que perdimos. Suerte es la del que sabe hacerse daño inoculándose una extemporánea inyección de intemperie. Desafortunado aquel que no sufra en el éxtasis de tanta insolación; pobre de aquel que no se quede a oscuras y desnudo, para comprender que dos más dos nunca serán uno, y que uno más uno, nunca fueron dos.

Juan Manuel Sánchez Meroño


Transiciones CORAZÓN. Esta palabra vale para toda clase de movimientos y de deseos, pero lo que es constante es que el corazón se constituya en objeto de donación -aunque sea mal apreciado o rechazado. (Roland Barthes, Fragmentos de un discurso amoroso)

Desnudez

El ser humano es un animal cubierto de ropa. Surge, a veces, en la chica, la necesidad de quitársela. Vivir, dijo Luis, es plegar banderas. Por qué no también doblar toda tela y dejarla a un lado. No puede, la chica, por mucho que quiera, desvelar su piel. Busca quien la desentrañe como quien busca una canción que cure. Quiere revelarse como papel fotográfico y al final descansar con la sensación de haber conseguido algo sin adjetivo. Entregarse es lo contrario a una rendición. Desnudos los cuerpos, comprenderemos que todos guardan un mismo rasgo. Y después la siguiente pregunta, qué es íntimo. El lenguaje funciona como un escaparate lleno de cosas brillantes. Entre ellas y tú, el cristal. Pero mis palabras -piensa la chica- ojalá fueran un martillo. Escribe, la chica, como quien se baja la cremallera del vestido, cada oración es un tirante que se desliza, camisetas tiradas en el suelo, las botas solas en una esquina de la habitación y los pies volando al otro lado de la ventana. Quién eres tú para desnudarte, se duda a sí misma, esas cosas no se hacen. Y sin embargo, no puede evitar seguir confiando en que se debe a la desnudez. (Y, algún día, mostrar el lunar que nadie tiene y que nadie ha visto.)

Reme Perni


UN DÍA CUALQUIERA (X está de pie en mitad de la calle. Lleva un libro en la mano. Y aparece por un lateral). Y: ¿Está usted esperando? X: Sí (Larga pausa). Y: ¿Y qué espera? X: El autobús. (Pausa). Y: ¿Le importa que espere con usted? (X se encoge de hombros, señal inequívoca de que no le importa. Se sienta en un banco y lee). Y: Pensé que se me hacía tarde. ¡Qué vergüenza, imagínese! Llevo toda la semana pensando en lo mismo, y cuando llega el momento casi se me olvida. Siempre me decían que un día perdería la cabeza. (Ríe). Pero eso debe ser difícil, ¿no? Vamos, digo yo. Así, pegada al cuello, no creo que sea muy fácil que se pierda. X(irónico): No está usted molestando… Y(no se da por aludido): Usted parece una persona muy ordenada. Seguro que guarda todos los calcetines bien dobladitos en los cajones, y las camisas perfectamente planchadas. ¿Está usted casado? X(le mira casi de reojo, sin inmutarse): No. Y(visiblemente sorprendido) ¿No? ¿Seguro que no? (X asiente con la cabeza). Pues qué raro, tiene usted la pinta del perfecto casado. (Lo disec-

ciona con la mirada desde muy cerca). Ah, seguro que sí está casado pero no se acuerda. Claro, a ver si es verdad que a veces perdemos la cabeza. (X vuelve a su lectura.) Pues hace muy mal de no casarse, el hombre tiene que estar acompañado. Un hombre sin mujer es como un ajedrez sin piezas blancas. No se puede ir por la vida así, solo, como un animal. Te conviertes en una bestia sin sentimientos. La degradación del ser humano empieza por la soledad. Estamos solos y todo está permitido. Es asqueroso; un día empiezas porque no te afeitas, al siguiente repites ropa interior, después la casa sin limpiar, comes de las sobras, te tiras pedos en el salón sin ninguna vergüenza, además que los hueles, te da gusto olerlos. ¡Y todo por dejadez, no por otra cosa! Luego pasan los días y uno no se lava, y se tira más pedos, hoy no me ducho que tengo prisa, y venga más pedos y al final crea una nebulosa alrededor que es como un campo de fuerza, inmune para el que lo lleva encima, pero destructivo a todo aquel que se acerca. No, si sólo hay que verlo a usted, tiene la pinta del perfecto soltero. X(que conforme iba escuchando ha ido prestando atención): ¿Está usted casado? Y: ¡No! (ofendido por la pregunta). Vaya insinuación, ¿por quién me ha tomado? ¿Qué pasa, que hay que seguir el patrón de lo establecido? No sé en qué mundo vive usted, pero hoy existe una cosa llamada “libertad”. ¿Qué pasa, que no se entera? Las personas ya no necesitamos tener a alguien a nuestro lado para reafirmarnos como seres perfectamente equilibrados. Esa época ya pasó. Ah, claro, pero para usted no. Usted es de la vieja escuela, de los que les gusta tener a la mujer como una esclava. Y si se le da un cachete a tiempo, mucho mejor, ¿verdad? X: Oiga, pero si yo no… Y: Ya entiendo, usted aplica la ley del rey de la selva. Deja la señora en casa y se va como una bestia buscando hembras en celo para aparearse. Se le ve en cara que es un depravado. X: ¿Pero qué está… Y: ¿Y además me interrumpe? ¿Qué pasa, que no ha hablado ya bastante?


Compadezco a su mujer, a la pobre le ha tocado cargar con un despojo como usted. X: ¡Pero si no estoy casado! Y: Sí, sí, tiene usted la pinta del perfecto gilipollas. (Ambos se giran cabreados. X con un signo de incredulidad y casi con ganas de pelea, pero se domina. Y bastante indignado. Pausa). Y ¿No le parece curioso? X(a regañadientes): ¿El qué? Y: Que estemos aquí, hoy, los dos. No es casualidad, las casualidades no existen. (X sigue a lo suyo, pero Y se gira hacia él y se acerca). Los dos estamos solos, y usted lee un libro, no puede ser que tanto parecido sea casualidad. Además, los dos nos hemos hecho las mismas preguntas. X: No entiendo… Y(señalando al suelo donde no hay nada): ¿Nunca se ha preguntado quién puso esa piedra ahí? ¿Precisamente ahí? X: ¿Qué piedra? Ahí no hay nada. Y: La piedra no es la cuestión, es el concepto. Es posible que sea usted demasiado estúpido para comprender estas cosas, pero por favor, haga un esfuerzo. ¿O por qué las hojas de los árboles son verdes, pero cambia de estación y cambian de color? X(incrédulo): Yo, la verdad… Y: ¿Nunca se ha preguntado hasta dónde se lava la cara un calvo? X: Creo que debería irme. © Raúl Estal

Y: ¿Y por qué estamos hoy aquí?


X: Estoy esperando un autobús. Y: Esta mañana me he levantado y he puesto la tele. Mientras cambiaba de canal para evitar la mierda que ponen a diario, una cosa me ha llamado la atención. Esta madrugada han detenido a un hombre. ¿Sabe por qué lo han detenido? (X se encoge de hombros). Porque había secuestrado a una niña y la ha retenido durante diez años en su casa. Estaba encadenada a la pata de una cama en un sótano oscuro y pequeño donde se colaba la humedad. Se pasaba el día sola, sin ver ninguna cara, ni escuchar voces, sin una ventana por donde entrara la luz. Sólo tenía la compañía de este hombre al anochecer, cuando entraba allí para darle comida, maltratarla o violarla. Han podido rescatarla y la niña, que ahora tiene diecinueve años, estaba en un estado lamentable. Cuando iba a entrar en la ambulancia, le han preguntado qué quería hacer, y ha contestado que lo único que desea es vivir con ese hombre, necesita volver al sótano donde estaba. Se ha convertido en su vida y dice que no puede vivir sin él. ¿No le parece grotesco? Querer revivir la pesadilla una y otra vez. ¿Cree que hablarían entre ellos cuando la visitaba? ¿Acaso puede existir amor entre un preso y su carcelero? No lo sé, lo único que tengo claro es que la dependencia te va consumiendo poco a poco hasta hacerte débil, y esa debilidad mezclada con la violencia te vuelve dócil como un perro, y al final ya sabemos qué sienten los perros por sus dueños. El amo puede ejercer su poder de cualquier modo, como y donde quiera, sin que se le pueda exigir ninguna responsabilidad. ¿Qué nos mueve a cometer esas barbaridades? Aún más, ¿qué puede mover a una persona a sentir devoción por quién lo trata así? Si tuviera que ser uno de los dos, ¿en qué lado le gustaría estar? ¿Ser víctima o verdugo? A primera vista, nadie querría vivir un calvario así. Rechazaríamos esa posibilidad, pero ¿sería capaz de cometer esas atrocidades con alguien? La libertad la ponemos nosotros, hoy todo vale. El único argumento que existe es el de la sinrazón, porque si no nos mostramos fuertes pensamos que los demás nos pisotearán. ¡Y puede que sea cierto! No he conocido a nadie que se cambiara por otro que estuviera peor que él. ¿Cómo llamaría eso, síndrome de salvar el culo? (X se ha girado y lee su libro). Muy típico, usted es de esos, un hipócrita que aparta la cara del mundo porque lo único que le preocupa es coger un puto autobús que le lleve a ninguna parte. Sí, con su cara seria y su libro pretende aparentar que la gente no le preocupa, que tiene bastante con lo suyo, pero en el fondo es una escoria. Mira a la

gente como si fueran peces en el acuario, con admiración pero con pena. ¿Cree que no me he dado cuenta? Odia lo diferente, lo que se aleja de usted. Piensa que las cosas pasan y no se pueden evitar, ¿verdad? Lo que le ha pasado a esa niña era algo irremediable. Incluso se lo merecía, ¿no es cierto? X: ¡Usted no me conoce! Y: ¿Se hubiera cambiado por ella? ¿Desearía haber estado en su lugar mientras la niña estaba a salvo? Sólo hay un modo de saberlo. (Y saca un cuchillo de su ropa). Ahora veremos hasta donde llega su decencia. Le voy a proponer un juego: usted coge este cuchillo y me mata, o yo lo mato a usted, elija. (X permanece en pie, aterrado, pero sin moverse). Vamos, no es tan difícil, es un simple ejercicio de supervivencia. Sólo tiene que clavármelo. (Se acerca a él y trata de dárselo, pero X retrocede). X: ¡No, déjeme, está usted loco! Y: ¡No sea idiota! ¿Es preferible morir a vivir con la conciencia manchada de sangre? Piénselo bien, si usted no lo evita, voy a hundir este cuchillo en su pecho, muy lentamente, y una vez que lo haya hecho, lo retorceré para asegurarme que sus tripas se esparcen por todos lados. Después, mientras usted nota como un hilo de sangre le sale por la boca, pasaré la hoja del cuchillo por su cuello, pero no será un corte brusco, no, lo haré de tal manera que siga viviendo, que pueda sentir cómo se le nubla la vista, el corazón va fallando y nota un sudor frío que le recorre la espalda. Y tendrá conciencia de que se muere cuando me vea clavarle el cuchillo por distintas partes de su cuerpo, pero ni siquiera lo note. Y oirá, ya desde muy lejos, mi voz recordándole que pudo haberlo evitado. Me escuchará cómo le insulto por ser tan estúpido, por elegir el camino equivocado cuando tuvo elección. ¿No lo entiende? Le estoy dando una oportunidad, ¡aprovéchela! La niña no pudo elegir, usted sí. Vamos, sálvese, coja el cuchillo y máteme. No pudo salvar a esa niña pero si me mata, podrá salvar a muchas o tras. ¡Tiene que hacerlo, tiene que ayudar a todas esas niñas! ¡Vamos, acabe con este monstruo! (FIN)

Óscar Gallego


EL AMOR A LOS SEIS AÑOS

Uno, a los seis años, cree saberlo todo sobre el amor. Y realmente lo sabe todo. A esa edad los mecanismos de cortejo aún no se han convertido en un laberinto de miradas, sms, Meetics y borracheras de garrafón. A los seis años, si a uno le gusta un ser del sexo opuesto (si es del mismo, es otra historia), se lo dice, sin ambages, y si ella acepta empiezan a salir. Ese fue el camino (¿acaso existía otro?) que seguí con Estela: mi primera novia. Era el invierno de 1988, invierno de jerseys de lana y dos canales de televisión, y Estela y yo comenzamos una relación que se prolongó durante varios meses. Elegí a Estela por una razón muy simple: era la niña más guapa del mundo. Hoy con los años, que no con la experiencia, creo que me fijé en Estela por su exotismo. Estela tenía los ojos achinados y un pelo negrísimo y lacio que le enmarcaba la frente en forma de flequillo rectangular. Estela era española, pero su rostro era lo más parecido a una niña extranjera que yo jamás había visto. En mi pueblo (en el extrarradio de una ciudad del extrarradio del país) apenas había extranjeros, eso vino después. Por aquel entonces, tan sólo había un chaval en todo el colegio que no había nacido aquí. Era negro y jugaba de maravilla al fútbol, por lo que, como era lógico, todos le llamábamos Pelé. Por eso me fijé en Estela, porque, aparte de Pelé, ella era el único vestigio que había en mi vida de que los rostros que veía por televisión (declive de regímenes comunistas, Plaza de Tiananmen) existían de verdad. Mi relación con Estela siguió también el recorrido ha-

bitual (¿acaso existía otro?) de toda historia de amor de mi colegio. Salíamos a caminar de la mano por el patio del recreo, compartíamos el almuerzo, nos dábamos besos en las mejillas y realizábamos otras prácticas más escabrosas que aún hoy me niego a detallar (soy un caballero). Incluso dimos el paso que en nuestra sociedad escolar significaba la oficialización de una relación: nos sentamos juntos en el autobús que nos llevaba de excursión. Yo creía (sabía) que Estela era el amor de mi vida, y que nunca nos separaríamos. Sabía también que este sentimiento operaba, como es lógico, cambios en mi estado de salud. Un día, mi madre me llevó al médico por no se qué motivo (¿anginas?). Cuando el doctor me auscultó, se dio cuenta de que tenía una frecuencia cardiaca mayor de lo habitual. Mi madre le echó la culpa a la fiebre, pero yo, con toda la sabiduría de los seis años, concluí para mis adentros que la causa era el amor. Y con una felicidad que ni la inyección del practicante pudo mitigar, me mantuve todo el día en una nube. Como habrá adivinado el avieso lector, mi historia de amor con Estela terminó pronto. Pero la causa de su fin no fue, como suele ocurrir en las películas infantiles, un cambio de lugar de trabajo del padre de Estela. La causa fue el verano. En aquella época nuestra existencia, la que podíamos recordar, se circunscribía a apenas unos tres años, por lo que tras dos meses de separación, en Septiembre todo había cambiado. Estela ya no quería ser mi novia, y yo estaba más preocupado por el fútbol que por las niñas de mi clase, con las que en adelante, y hasta la llegada de la adolescencia, nos comunicamos a base de pedradas. Hoy ya no vivo en aquel pueblo, pero cuando vuelvo y me encuentro a Estela, apenas un saludo, con sus piercings, sus kilos de más y su flequillo, recuerdo que un día fue la niña más guapa del mundo.

©Irma Gruenholz

Narrativa y Relato

Basilio Pujante Cascales


AUNQUE NO PUEDAS VER Es duro no poder ver lo que pinta tu pareja, más aún cuando a tu alrededor no paran de llamarlo para que muestre los cuadros, dé conferencias, o envíe fotografías. Hubo un tiempo en el que quise operarme, pero me dijeron que tendría que dejarlo todo durante diez años: que iría de quirófano en quirófano, y que no había garantías de que al final pudiera distinguir formas o colores con claridad. Lo pensé y decidí seguir con mi profesión y mi vida, aunque no pudiera ver las cosas a las que él estaba dedicando la suya. —¿Qué haces, amor? —Estoy pintando. —¿Y... cómo vas? ¿consigues avanzar? —No acabo de conseguir lo que quiero conseguir. Pero sé que si lo sigo intentando, llegará un punto en el que o lo habré conseguido, o sabré que es imposible para mí. —¿Y el último cuadro que hiciste? ¿Sabes ya algo de la galería que te gusta? —Lo tienen allí parado ya seis meses, y siguen haciéndome esperar. Si no lo quieren allí tengo pensada otra, pero claro, no es igual. La gente irá a verlo si saben que está allí, los que me conocen y los que no. Pero sabes que la gente asocia el nivel de la galería con el del cuadro. Cuanto peor sea la galería, y menos céntrica esté, menos interés tendrá la gente en darse el viaje para ir a verlo. Y mientras no me lo devuelvan, no puedo hacer nada. —¿Pero lo subiste a la web, no? La gente sabe que existe. —Sí, pero no se ve igual, no se entiende igual. Además no hablarán tanto de él hasta que haya una exposición. —¿Se ha secado el último que hiciste? Puedo ayudarte con el marco. —Sí, bueno... lo he enmarcado yo, al final. Pero si quieres darle un repaso a las juntas, estaría bien. —Cada día lo haces mejor tú solo. Sabes que yo sólo lo hago porque me hace ilusión participar en algo. —Lo sé. —Ojalá pudiera ver tus cuadros. —No importa. —Sí, sí que importa. Vamos a esas fiestas y todo el mundo habla de pintura

todo el rato. La gente te admira mucho y quiere hablar conmigo de lo mucho que les gustan tus cuadros. Yo sólo puedo decir que sí, que parece que a la gente le gustan. Que a los pintores buenos les pareces prometedor. Que trabajas muy duro y que te importa de verdad. Que he pasado la mano por la pintura, y que a veces las líneas son suaves, y a veces son rugosas. Que hay cuadros con los que has sufrido durante meses, y otros pequeños que son el fruto de una noche en vela. De cuando me acuesto y estás pintando, y me despierto y sigues en el mismo lugar. De cuando vamos en el coche, y estás callado, y sé que piensas en tu cuadro. —A mí no me importa que no puedas ver. Hay cosas en el mundo que no son pintura. —Sí, pero no te importan tanto. —Tú me importas más que todos los cuadros. —¡Pero no podemos hablar de ellos! No puedo decirte lo que pienso, no puedo ayudarte. —Sí que me ayudas. Pones música, y te encargas de que el ordenador siga funcionando. —Eres un desastre con la informática. No te interesa nada. —Sólo me interesa lo que me ayuda a trabajar. Lo demás no. —Podrías poner interés y aprender miles de cosas. —Sé que si sale algo útil, te enterarás por mí. Como con la web que me hiciste con las estadísticas de visitantes. O cuando me instalaste el correo en el móvil, o lo de los blogs. —Ya. —Por cierto, me han invitado a otra cosa. —¿A otra? ¿dónde? ¿cuándo? —Es algo conmemorativo en Brasilia. Entre Seúl en noviembre y Fortaleza en mayo. —Puf. ¿Y vas a ir? —No lo sé aún. —¿No es mucho con lo de la India el verano que viene? —A lo mejor sí. Es mucho trote. —Yo no sé a cuántas cosas puedo ir, paseando por salas donde no veo lo que hay colgado en las paredes, escuchando conferencias en las que no sé de qué hablan. —Está claro, lo entiendo. —A las tuyas voy porque me gusta oír el entusiasmo con el que cuentas


qué has aprendido, y escuchar lo que murmura la gente. —Je, je, eso es divertido. —Me acuerdo de aquel chico se puso a hablarme como si pudiera ver. Fue horrible. —Horrible, ¿por qué? —En cuanto le dije que yo no podía ver, se quedó callado, como si yo ya no estuviera allí. —El pobre, ya no sabría qué tema sacarte. Pasan mucho tiempo con otros pintores ¿sabes? Quizá no se le ocurría de qué te podría hablar. —Supongo. —No te lo tomes a mal. —No, después en la fiesta me sacó a bailar salsa. —Es buena gente, pero le cuesta salir de su tema. —¡Tuvo que pedirle a otro que me lo preguntara! —¿Ves? Y el otro sí estaba hablando contigo. —Es verdad. Él y ese otro señor mayor tan majo que me dijo que eras muy creativo. —Te apuesto lo que quieras a que no ha dedicado diez minutos a un cuadro mío en la vida. —Qué exagerado eres. Ése sí era majete. No me habló de pintura ni un solo minuto. —Pues qué suerte, porque no tiene fama de eso. —¿No? —Pues no. —Qué cosas. En fin, ya sabes que yo sólo voy por viajar contigo, probar la comida de todos esos sitios, pasear por otras playas, sentir otras brisas del mar... oír otras olas... —¡Y esos los bufés de desayuno! ¡Qué buenos! ¿A que sí? —Sí, pero de vez en cuando estaría bien ir a un sitio en el que no hubiera ninguna exposición, y te tuviera para mí sola.

—Sabes que cuando salgo tengo compromisos, que es por lo que me pagan el viaje. —... y si no fuera por ello no podríamos pagarlo. __Ya. __Tus padres sí que lo disfrutan. Como también son artistas, tienes suerte. —Sí, bueno, hacen cosas parecidas, pero no son de pintura exactamente. —Otros sólo sabrían que sales en la radio. —Calla, calla, qué vergüenza. Y qué difícil es hablar con periodistas. Explicar lo que hago... para gente que no lo está viendo... —Supongo que por eso me gustan tus entrevistas. Porque haces ese esfuerzo para otros, y yo lo entiendo un poco mejor. —Me cuesta mucho. —Pero a tus padres sí que se lo puedes explicar más o menos. Además sus compañeros sí que lo aprecian, y les dan la enhorabuena por lo que haces. Es una suerte que comprendan a qué te dedicas, y estén orgullosos. Otros no lo entenderían. —Es que soy un chico con suerte. —¿Aunque yo no pueda ver? —Aunque no puedas ver.

Dedicado a los que me preguntan cómo es estar casada con un matemático, sin ser matemática. Es más o menos así.

Begoña Martínez Pagán (blog.bmartinez.com)


Microrrelato

HIJAS DE LA MUERTE Salgo a la calle húmeda, una pegajosa letanía seduce al crepúsculo y me recuerda que ésta es la hora de los muertos. Una bohemia y trágica secuencia se repite caminando, las veredas desprendidas, el crujir de las hojas secas, mirar por las ventanas abiertas, una sensación de soledad y de hastío que atrapa a toda una ciudad. La plaza está vacía por el frío, ya han huido los niños, sin ellos las farolas parecen piquetas de una cancha de batalla, feos graffitis se insultan y se declaran. La tarde se acuesta sobre el asfalto que tan poco delicado se va helando, la luna casi llena, aún en creciente, parece más helada todavía. De un colectivo emergen dos chicas góticas, pálidas y frías (descubro que el negro es un color que se ha comido todos los brillos) bajan los escalones como si un cadalso las esperara en la calzada, se mueven sobre un velo de sensación y parece que nunca se preguntaron a dónde van. El frío de julio abruma y la neblina es una de las tantas metáforas del fuego. Nada pega a esta hora como ese porro picante que se quema en los labios de los chicos de la otra esquina. Se me cruzan los estallidos huérfanos de una risa colectiva, se retuercen en la joven noche detenida detrás de la oscuridad. El sábado tiene su enigma bien guardado como el deseo exquisito de un genio loco. Los focos ambarinos de este vértice del mundo son de un amarillo viejo, parecido al de algunos sueños. Sumergidas por un extraño efecto las cáscaras de las paredes lucen menos corroídas, sin embargo están ahí, latentes y agonizan. Camino mirando el piso, las baldosas se pierden en el paisaje y desaparecen detrás de mí. Finalmente las chicas de negro y fucsia se eclipsan en un portal que abre y cierra en un pestañeo, lo hacen sin vergüenza, lo hacen sin sentido y lo hacen como si sólo ellas fueran las únicas hijas de la muerte que descreen de todo a esta hora y en esta ciudad.

Don Cósimo

LA TRADUCCIÓN

Aterrado, soñaba con bérquidos, con moltunes, con fastenados. No conseguía librarse de las persilviguas, aunque recibía algún alivio de las brumiscas y mordigeras que encontraba a su paso. Cuando le pudo contar sus sueños al analista, éste le sugirió que intentase una traducción.

REGRESAR

Le costaba mucho regresar a la vigilia. Allá, en el sueño del soñar, se sentía bien. Era un exilio gozosamente aceptado. Pero cuando por fuerza quedó del otro lado, descubrió dentro de sí un sentimiento distinto: la nostalgia por lo que había dejado atrás.

CONQUISTADOR

Su ambición era simple: conquistar el mundo, según la estrategia que elaboraba cada noche. En un sueño agitado surgió el plan que juzgó perfecto. Al día siguiente lo expuso en el consejo vecinal de su aldea, pero ninguno de sus colegas lo entendió.

DÍA DEL PADRE

Éramos una multitud y celebrábamos el Día del Padre. Todos éramos hijos e hijas, pero no había padre alguno: los habíamos exterminado mucho antes. Fue una hermosa fiesta.

David Lagmanovich


LA AMENAZA Enciendo el computador, un cigarrillo, acomodo mi café e inicio la rutina de revisar lo que he escrito la noche anterior. Luz, me digo, necesito luz y descorro la cortina de la ventana que da al patio. Busco un archivo y de pronto siento una presencia tras la ventana. Levanto la vista y lo veo: su mano derecha sostiene una lanza que se pierde en lo alto; en su testa, un casco con una visera movible que protege sus ojos, las mandíbulas, la nuca y que remata en un penacho con una cola que onde al viento; un peto de cuero dibuja sus músculos del tórax; un manto de piel de cabra cae desde sus hombros; un escudo en el brazo izquierdo; una espada al cinto; un arco y un carcaj terciados a su espalda. El centinela barre con su mirada el infinito, más allá de los muros. Desde la explanada Aquiles, desnudo, como loco, le hace gestos exhibiendo sus testículos. No le hace caso, el soldado está acostumbrado a estas obscenidades después que Aquiles perdió a Patroclo en la última batalla. Una barba de días cubre el rostro ceñudo del centinela. Adivino que observa a los Aqueos que acampan en lontananza en este largo asedio que se prolonga por diez años. ¡Mierda!, murmuro, aprieto la tecla “Suprimir” y el Troyano desaparece.

Pedro Guillermo Jara

EL SENTIDO DE LA VIDA Aturdido aún por el lento despertar y la oscuridad del salón miró hacia la televisión, el portátil, la fotografía de boda. Pero no consiguió ver nada. Ningún objeto le servía de guía.

Se preguntó a sí mismo quien habría apagado la luz de la sala y bajado todas las persianas sin avisar. A tientas logró llegar hasta el interruptor que, recordaba, estaba junto al espejo. Sólo cuando estuvo delante del cristal fue capaz de darse cuenta de que se había quedado ciego.

CRISIS Agobiado por tanta deuda y con una familia a la que sacar adelante, a sus 55 años estaba decidido a hacerlo. Sería doloroso y el recuerdo que esa acción podría dejar entre los que lo conocían quizá fuera imborrable. Después de mucho pensarlo la decisión estaba tomada: Mañana mismo comenzaría a buscar su primer trabajo.

Álvaro Pintado González

SABIDURÍAS Cuando vayas caminando y se te aparezca un pájaro y te vuele muy cerca, trata que te escuche decir “Ave María purísima”. Cuando vayas volando y alguien te camine muy cerca, tanto que escuchés decirle “Ave María purísima”, andate. Los consejos que le da una madre a un hijo, un maestro a un aprendiz, deben ser escuchados, porque como dice el dicho, más sabe el diablo por viejo que por diablo. y puede llegar a ser cierto, ya que muchas veces lo es. Pero además vale recordar que el Diablo, además de tener sapiencias, tiene creencias, y no siempre son correspondientes entre sí y con la realidad. El Diablo sabe por viejo, sabe por diablo, sabe por dualidades, y si él sabe que existe él, entonces seguro que existe también otra cosa. Pero además sabe que tiene oídos: y dicen “que siempre le gana al Diablo”. Pero nadie, ni el mismo Diablo, lo ha visto jamás y saber (o acordarse) de cuándo le ganó, ni hablar. Pero de tanto escucharlo de tan viejo ya lo cree. Pero no se lo digan nunca: no todo tiene opuestos.

Inés Eguaburo


EL OJO Y LAS NARICES

Para el ojo humano que señala y asiente, la parte visible del iceberg, esa montaña blanca de cristal helado, es la porción hermosa del evento, por más conocida. Sin embargo, los marinos desconfían de la proporción volumétrica oculta. Ellos saben que el bello espectáculo no les causará daño alguno; es el misterio, el enigma escondido bajo las aguas, lo que romperá sus narices.

CONFESIÓN DEL SUICIDA

Un balazo de cuando en cuando constituye una práctica muy saludable. Inmuniza, o al menos cura, contra cualquier pretensión de inmortalidad.

APORÍA

Sabes muy bien que todo lo mío es tuyo. Pero si me privas de ello, dejará inmediatamente de ser mío y por tanto, de la misma manera, también dejará de ser tuyo.

DESHACER EL AMOR

Y como ella seguía sin quererme después de incontables abordajes, primeramente hicimos un preámbulo de diatribas, denuestos, porfías, odios comunes, mordacidades, sarcasmos, imprecaciones a voz en cuello, críticas ácidas, rencores no solucionados, y más tarde nos hicimos el desamor más cáustico, en camas separadas, por supuesto.

LITERATURA

Desde aquel día fueron felices. Luego el príncipe se casó con la princesa ante todos los súbditos y comenzó verdaderamente el cuento.

Saturnino Rodríguez Riverón

FUEGO CRUZADO

_ ¡Fuego!_ solicitó la dama con un cigarrillo entre sus dedos. _ ¡Fuego!_ gritó el hombre al ver cómo se incendiaba su casa. _ ¡Fuego!_ ordenó el capitán al pelotón de fusilamiento. Sucedió que la dama murió acribillada a balazos en su suite privada, el hombre miró estupefacto como le acercaban un encendedor frente a las cenizas de su casa y un baldazo de agua empapó al capitán ante las carcajadas de sus soldados. Resulta que la amada del escritor de este cuento se marchó para siempre, y fue en ese estado de absoluta perturbación cuando aparecieron los finales de estas historias.

COLABORADORES

… y en esta extensa pradera descansan los valientes que le permitieron a Guillermo Tell adquirir la experiencia suficiente para poder presentar su espectáculo en público.

DRAMA ESCOLAR

La niña lloraba sin consuelo en el patio de la escuela. Había entendido que fue víctima de una broma cruel, nada de cierto había en las cartas de amor que había encontrado en su mochila, nada real en ese encuentro tan anhelado al lado del árbol durante el recreo. Pobrecita, ¿cómo podía imaginarse que otros ojos también lloraban desde el aula de sexto grado, en el primer piso, que lloraban y no se animaban a bajar?

NO EXISTE BELLEZA QUE RESISTA UN BOSTEZO

El joven la miraba encantado mientras ella hablaba. Lo que ignoraba es que ella no había pasado bien la noche anterior. “Qué hermosa es”, ni cuando el mozo trajo la cena le quitó los ojos de encima. “Qué ojos, qué labios, qué naricita. Es sencillamente perfecta”. De repente, un cansancio profundo venido desde muy adentro la hizo boquear, antes de que pudiera cubrirse con la mano, el joven observó cómo se le arrugaba, se le comprimía, se le afeaba la cara. Qué grotesca esa boca tan abierta, esa garganta… No quiso ver más, simplemente se levantó y se fue.

Diego Kochmann


ABORDAJE

No crean, para mí tampoco fue fácil eso. Verla tan bonita y llorando, como suplicándome un minuto más. Al menos un abrazo más. Se iba a España y sabrá Dios si algún día vuelva. Tal vez nunca la vea de nuevo. Sollozaba, como si no hubiera remedio posible, y, yo, claro, yo que no soy de palo, pues me quebré. Porque tal vez muchos crean que soy un insensible, pero no, soy un hombre de carne y hueso. Nadie sabe lo que sufro yo en momentos como esos. “Siga, señorita”, fue lo último que le dije mientras le devolvía el pasaporte para atender al siguiente pasajero.

Escrito en la calle

TIEMPO

© by Basi

—¿Qué haces aquí?—preguntó la muerte. —Me cansé de esperarte—replicó el anciano—. Vengo por ti.

SECRETO

Cerré la puerta sin hacer ruido y fui a acostar a los niños. Por ningún motivo podía dejar que se enteraran de qué había en el sótano. Siempre esperaba a que estuvieran lejos, sacaba el plato de lentejas y lo bajaba sigilosamente. Me aseguraba de que no entraran cerrando con doble llave y colgándome las llaves como un collar. En todo caso, a pesar de las precauciones que tomé, un día les ganó la curiosidad y me siguieron. Cuando descubrieron lo que pasaba, no tuve más remedio que dejarlos ahí con su padre.

Calle Jacques Couseteau. Murcia

HÉROE

Cansado de injusticias, ideó una revolución. Pero al querer desenvainar su espada, el mármol que lo cubría de pies a cabeza lo detuvo en seco.

Esteban Dublín

© by Álvaro

REAL

Enfurecido, el oso arremetió contra la muchacha tirándola de la cama y haciéndola caer contra el suelo. Abrió su boca gigante con un grito que retumbó por la habitación y le mostró sus dientes dándole a entender que su carne pronto sería de él. El animal se acercó a la muchacha y la empujó ferozmente con su garra contra la pared. Llena de pánico, por fin lo comprendió. Ricitos no estaba en un cuento.

„¿Soportar este mundo de miseria o prenderle fuego? KEMA TU PARTE“ Calle Simón García. Murcia


„Yo participo, tú participas, él participa, nosotros participamos, vosotros participáis, ellos se aprovechan“

© by Pablo “el Largo”

© by Pablo “el Largo”

Club Atalaya. Cieza

„Soy la mujer de mi vida“ Un descampado. Molina de Segura

Recomendaziones

ROBERTO BOLAÑO: Putas asesinas. Anagrama. 2001. Barcelona No es la primera vez que, desde Manifiesto Azul, recomendamos alguna de las obras de Roberto Bolaño. Mucho se está hablando en los últimos años de este autor, quizás una de las voces literarias más importantes de finales del siglo XX y quizás uno de los pocos que han sabido entender el cambio que la literatura en español necesitaba, bebiendo de autores como Ernesto Sábato, para trazar una nueva línea en las formas narrativas de la novela y el cuento. El mismo Bolaño afirmó que no se podría volver a escribir una historia de amor de la misma forma que se hacía antes de la publicación de Sobre héroes y tumbas y esta afirmación es la máxima de sus obras. El universo literario de Bolaño se desarrolla a medio camino entre la narrativa de autoficción, el ensayo literario y la reflexión sobre el ser humano movido por sus más bajos instintos: en tal camino se sitúan sus dos grandes novelas (Los detectives salvajes y 2666) así como sus libros de relatos (Llamadas telefónicas, El gaucho insufrible y Putas asesinas). En esta última obra, Putas asesinas, se centra la recomendación de este MA8: libro de cuentos publicado en 2001, contiene trece narraciones de calidad desigual pero en los que se recogen todos los temas habituales del autor: la cruda realidad de la barbarie en Latinoamérica (“El Ojo Silva”); las relaciones entre exiliados chilenos (“Días de 1978”); el periplo de un


ninguna situación que no haya desarrollado la historia de la literatura, sólo la traduce a su propio lenguaje y a su peculiar estilo narrativo. Así, los temas y las acciones aparecen subordinados a la voz de los personajes y a la descripción de un universo de soledad, marginalidad y desorientación, sin dejar de lado la necesidad que todo relato tiene del factor sorpresa y de la intriga. Porque, después de Bolaño, ninguna historia puede ser contada como tradicionalmente se ha hecho.

Mari Cruz Gallego Ruiz

© Loredano

personaje desorientado (Vagabundo en Francia y Bélgica); o las reflexiones literarias del poeta marginal Arturo Belano (Fotos). Posiblemente sea este último uno de los relatos de menor calidad de la colección, pero resulta interesante por cuanto se pone de manifiesto que la obra de Bolaño es un universo no cerrado al que se retorna una y otra vez (recordemos que Belano, trasunto ficcional del autor, es el protagonista de Los detectives salvajes). De entre la piezas que componen la obra, merece la pena destacar tres: “Últimos atardeceres en la tierra”; “Putas asesinas” y “El retorno”. La primera de las citadas, “Últimos atardeceres en la tierra”, relata la historia de dos personajes, padre e hijo, nombrados por sus iniciales, cuyo destino les lleva a emprender unas vacaciones que acabarán convirtiéndose en un paseo por los suburbios de Acapulco mientras se distancian cada vez más. Se trata de un relato abierto, que viene a terminar justo cuando debería empezar la acción, haciendo de la introducción la trama narrativa central. Habitualmente, en Bolaño, interesan más las relaciones entre los personajes, la perspectiva de los acontecimientos y la voz narrativa y estos tres elementos son los que destacan en este cuento con trasfondo de thriller. El segundo de los relatos, que da título al libro, “Putas asesinas”, se relaciona con el anterior por cuanto la voz de los personajes prima sobre lo que podría ser simplemente la historia de un crimen: encontramos a la protagonista refiriéndose a un tú que sólo con el avance del relato adivinamos que se trata de su propia víctima. “Putas asesinas” es el lamento de una obsesión y la recreación de un género, la narrativa de intriga, donde la voz principal la tiene la propia asesina y es ella la que va descubriendo a la víctima y, paulatinamente, también al lector, sus propias intenciones. Finalmente, merece la pena destacar El retorno, peculiar variación de los relatos de fantasmas: como en el anterior, la voz narrativa es cedida al personaje menos habitual, en este caso al propio fantasma, que nos cuenta cómo fue su traslado al mundo de los muertos y cómo, a través de la relación de un necrófilo con su cuerpo, encuentra al compañero ideal. “El retorno” es un relato que habla, fundamentalmente, de la soledad del ser humano, rasgo que subyace en el retrato de la mayoría de los personajes de Bolaño. Putas asesinas es, por lo tanto, una continuación de los grandes temas, formas y motivos de la obra de Roberto Bolaño, en la que no se inventa


LOS CAMINOS DE LA LITERATURA HARUKI MURAKAMI: What I Talk About When I Talk About Running,(trad. Philip Gabriel) Londres: Harvill Secker, 2008.

Un extendido cliché, en gran medida alimentado por la estética romántica y decadentista, asocia la actividad intelectual y del arte con la degradación física. No obstante, un vistazo rápido por el anecdotario de la historia del pensamiento sugiere que los hombres de letras han practicado a su modo la divisa de “mens sana in corpore sano”. Desde las clases ambulantes de Aristóteles, que terminarían por bautizar a la suya como la escuela peripatética (o escuela itinerante), hasta las caminatas diarias de Kant, regladas por una exactitud tal que los habitantes de Königsberg ajustaban sus relojes al ver pasar al filósofo a paso firme bajo los tilos que bordeaban el camino a la universidad, los intelectuales han practicado el ejercicio físico con diversa elegancia, efectividad o éxito. En su libro “De qué hablo cuando hablo de correr”, el escritor japonés Haruki Murakami agrega un testimonio más a nuestro catálogo, pero apretando el tranco y pasando de la apacible caminata al trote a secas. En sus nueve capítulos, estructurados a la manera de un diario personal, el autor nos informa de su plan de entrenamiento para participar en

el Maratón de Nueva York y se jacta de una rutina atlética estricta que puede resumirse en dos hechos: corre todas las mañanas desde hace más de veinte años y participa por lo menos en un maratón cada temporada. Semejante palmarés no podía estar desprovisto de memorables recuerdos, como lo prueban las páginas imperdibles de su crónica de una carrera espontánea, recorrida sobre el arcén recalentado por el sol del verano helénico en la carretera que une Atenas con la ciudad de Maratón, con ocasión de un viaje motivado por el encargo de una revista japonesa; o, menos pintoresca en su organización pero no menos fascinante en sus resultados, la narración del traumático ultramaratón (con aristas lindantes con el misticismo fisiológico), una carrera de 100 kilómetros en el lago Saroma, en Hokkaido, cuya participación lo marcó tan profundamente que tras ella nunca volvió a disfrutar de correr como antes, autodiagnosticándose víctima de la melancolía del corredor (runner’s blues). Si el libro se limitara a una enumeración de planes dietarios, tablas de tiempos y técnicas psicológicas de motivación, “De qué hablo cuando hablo de correr” no dejaría de ser uno de esos intrascendentes volúmenes consagrados a revelar una faceta desconocida de la vida de una persona más o menos famosa (género típico en el que celebridades hacen públicas aficiones o pasatiempos insospechados, pregonando, en su proselitismo, el alcance universal de los beneficios de los que ellos disfrutaron practicándolos). Éste sería sin dudas el destino del libro, más allá de que Murakami narre las anécdotas de su vida como atleta con un ostensible oficio para la comicidad y la self-deprecation. Sin embargo, el libro escapa a ese veredicto, y lo hace a través de su funcionamiento metafórico, de su modo de


hablar de algo, hablando de otra cosa. ¿De qué habla Murakami cuando habla de correr? Está claro que habla de correr; es decir, de su vida como atleta amateur: de sus lesiones, de su equipamiento para correr triatlones (merece una mención especial la descripción de su bicicleta Panasonic de titanio, que lleva inscripta en su cuadrante la leyenda “18 Till I Die”, el título de un hit de Bryan Adams), de su régimen alimentario, de la envidia que le genera el vigor muscular y aeróbico que exuda el trote juvenil de las estudiantes de la Universidad de Harvard. Pero sobre todo, o mejor, por debajo, subrepticiamente, habla siempre de otra cosa: de su vida como escritor, o, en menos palabras, de literatura. Cuando habla de correr, Murakami afirma que el novelista necesita de rigurosidad, constancia y resistencia, es decir, las virtudes del maratonista; cuenta que tras descubrir sus dedos teñidos por la nicotina, resolvió que deseaba escribir muchas novelas, y para ello necesitaba llevar una vida sana y disciplinada; señala que fantasea con entrenarse duro para carreras extremas, como las Ironman, pero que aquello le quitaría tiempo a su escritura, que es finalmente lo único que importa en verdad. ¿De qué habla entonces el autor? De la carrera literaria, del maratón de la escritura. Su meta, su punto de llegada es siempre la literatura. Tanto es así que el goce estilístico con el que el autor describe los distintos sufrimientos del ejercicio aeróbico invita a esa lectura malhonnête convencida de que Murakami se somete a esa ascesis —o nos dice que se somete a ella; distinción que, en última instancia (la instancia de la ficción), no tiene ningún interés— sólo para poder contarla, para poder transformar ese ejercicio físico en ejercicio literario. El volumen (bellamente encuadernado en rojo y tapas duras para la edición británica de Harvill Secker) está compuesto por apenas 180 páginas, y se recorre con soltura hasta el final, lo cual lo hace compatible con una lectura itinerante e intermitente. Esto que puede parecer a primera vista un modo de devaluar la empresa del libro, por el contrario, delata un rasgo no siempre evidente del acto literario: si la literatura es un camino, ese camino tiene dos vías. Por una de ellas, entre sacudones en la butaca

de un autobús, en el tumulto de un café o al abrigo de las sábanas antes de dormir, avanza el lector, pasando páginas, como quien franquea obstáculos con el corazón puesto en la meta. Por la otra, sujeto a la postración del escritorio, del cuaderno o del teclado, avanza el escritor, cuesta arriba, sumando páginas al manuscrito, con la esperanza incierta de una meta cuya distancia es siempre difícil de calcular. En ese cruce que reúne a esa operación aditiva, productiva, que es la escritura, con el apetito sustractivo, consumidor característico de la lectura, se constituye el acto literario que denominamos libro. En uno de los episodios dedicados a las sesiones diarias de entrenamiento, Murakami evoca una época en la que solía cruzarse con un importante equipo de atletismo japonés: “Por aquel entonces tenía la costumbre de trotar antes de las siete de la mañana —cuando el tránsito no es tan pesado, cuando no hay tantos peatones y cuando el aire está relativamente limpio— y los miembros del equipo S&B y yo solíamos cruzarnos y saludarnos inclinando la cabeza. En días lluviosos, intercambiábamos una sonrisa, esa sonrisa que dice qué mal que la estamos pasando”. Ya sea en el trote ligero de un pasaje plácido o en el ascenso pesado de una prosa ardua, el camino literario siempre está compuesto por dos vías: la del escritor y la del lector, que se saludan con la visera o una sonrisa irónica según el paso que puedan llevar. Es esa metáfora de la literatura como camino, entre lo zen y el pop, lo más estimulante en esta obra del escritor–atleta que demuestra ser nuestro autor; obra feliz que, con mucho oficio, combina profundidad y frescura, y que prueba que, por más que se queje de los achaques de la vejez a la hora de enfrentar el recorrido de 42 kilómetros del maratón, el Murakami escritor se mantiene en buena forma.

Bruno Ampel


Hugh Thomas: Barreiros. El motor de España, editorial Planeta, 2007, Barcelona. “Algo que elude a las palabras como el agua del arroyo elude a la piedra, porque las palabras sólo están hechas para decirse a sí mismas, para decir lo decible, es decir, todo lo que nos gobierna o hace vivir […]” Javier Cercas: Soldados de Salamina.

Afirmó muy sentenciosamente Eduardo Barreriros, en el ensayo-carta que envió a Fidel castro, que la historia de la humanidad es una historia de lucha. Pero no se refiere aquí Barreiros a la historia de los hombres ilustres que aparecen en los manuales o que todos, en mayor o menor medida, recuerdan como un vago eco, sino que, por el contrario, se refiere a la historia sí ejemplar que cada uno de nosotros realiza diariamente para surcar y quebrar los escollos que el destino nos va imponiendo. Acudan y visiten la vida de este hombre que, con menos de 12 años, montó la primera carrocería a un autobús, siendo todavía un jovenzuelo logró transformar, “dieselizar”, motores de gasolina en diesel, creó una factoría en Villaverde con dos millones de metros cuadrados y empleo directo para más de veinte mil personas, por motivos empresariales se vio relegado a la ganadería experimental en un finca de Ciudad Real y finalmente volvió a la mecánica, en Cuba, don-

de construyó los motores Taino hasta que allí hizo justicia a los versos de Sánchez Rosillo: “muchos son los caminos que recorre / un hombre hasta encontrar el lugar de su muerte.” Ya en la introducción, Hugh Thomas denuncia la ausencia de bibliografías en España, teniendo en cuenta el sustrato material que hay para tal fin. Me quedé un tanto perplejo cuando leí la biografía que Ian Gibson hizo sobre Machado, porque, mientras duró la lectura, me sentí como Dios: es como si hubiese tenido ante mí el mapa de la vida de Antonio Machado, como si supiese, por una serie de casuística lógico matemática, donde iban a dar los pasos de este poeta y entendí las citas de versos y prosa como un mecanismo especular de juego intertextual para explicar la vida de un creador de textos literarios. No obstante, esta vez me resultó todavía más extraño encontrar esos textos literarios, no ya para explicar la vida de un hacedor literario, sino para construir el contexto referencial mediante descripciones y paratextos de Pardo Bazán, junto con Dionisio Ridruejo, Azorín, Martín Gaite, Rosalia de Castro, Torrente Ballester…, recreando el paisaje para dibujar el cronotopo, para en definitiva contar la vida de un genio, pero al fin y al cabo un empresario. Esa consulta de fuentes propicia la construcción de un personaje que, aunque histórico parece novelesco y ejemplar, al ser contada su historia como el periplo de un héroe trágico – cuanto más trató de evitar su destino más se aproximaba a él- que lucho innumerables batallas para construir una serie de máquinas que por las características que su autor imprimió en ellas han sobrevivido a su creador. La misma operatividad textual tiene el conocimiento plasmado de la historia de la lengua. Hugh Thomas se muestra en este libro como un brillante conocedor de la gramática histórica de nuestra lengua y de las cooficiales así como sus dialectos. Esto le permite abordar cuestiones tan actuales como la política lingüística y entender el presente del problema desde el pasado que lo explica, por ejemplo: Eduardo Barreiros hablaba Gallego debido a la zona geográfica donde se crió, y no aprendió Español hasta la edad de


doce años en la que su familia se vio obligada a viajar en busca de ese futuro más prometedor. H. Thomas utiliza este conocimiento con el fin de caracterizar –a la vez que crea- el entorno más próximo, el familiar, de ese genio que llegaría a ser E. Barreiros. Al tratarse de un libro creado por un historiador, el panorama literario y cultural, la etnografía, la sociología, la arquitectura, la demografía, la teología… se convierten en elementos y herramientas subsidiarios de la historia. Uno de los mecanismos que acertadamente emplea Hugh Thomas con el fin de ambientar o, mejor dicho, con el fin de crear ambiente es el contraste para explicar la evolución de una personalidad. Un cambio exterior repercute directamente en la forma de ser de la persona, ya que ésta ha de adaptarse a su circunstancia. El problema que yo encuentro, siguiendo los parámetros de La poética de Aristóteles, es que la recreación del contexto en todas su dimensiones (visual, plástica, desde el ámbito de las sensaciones…) parten de textos literarios escritos por autores que dejaron impresa su subjetividad en ellos y que, por tanto, la historia en este caso no deja de ser literatura, porque cuenta las cosas como podrían haber sido, pero nunca exactamente como fueron, aunque en este caso, a excepción de un par de capítulos que se hacen pesados por el acopio de datos, es un libro que merece la pena ser leído.

Miguel Ángel Rubio Sánchez

Cuando era pequeña los veranos los pasaba en la casa de campo que tenían mis abuelos a unos kilómetros de la ciudad junto a mis padres, tíos y abuelos. Lo que más me gustaba de todo era que entre mis primos y mi hermano yo era la única niñita de la casa, lo que suponía más de un privilegio. Lo que menos las películas de vaqueros que mi tío ponía religiosamente cada día después de comer. Con ellas aprendí que los indios eran los malos y que con el technicolor todos parecían seres de colores brillantes e intensos, increíblemente sobrenaturales. Evidentemente, aprendí también a dudar de la calidad y veracidad de sus historias, pues todas acababan de la misma forma. Fui creciendo, mis tíos dejaron de veranear en la casita y cesó el suplicio de ver a la caballería defender el fuerte contra el ataque de los malditos pieles rojas. Comenzaron entonces la imposiciones de mi hermano mayor, entre las que se encontraban los “espaguetti western”. Con ellos descubrí que el Oeste americano era, en realidad, Almería y, por supuesto, que el impertérrito que se escondía tras un sombrero, un poncho y una barba de tres días era Clint Eastwood. Evidentemente, Sergio Leone tampo-


co me convirtió en devota del género y acabé desterrando de mis preferencias todo aquello que oliera a pistolas, sheriff o a vaqueros de “saloon” junto a alegres señoritas con enaguas. Con los años y tras abrazar la cinefilia como única religión reconocible, alguien me invitó a ver una de esas historias del Oeste de las que tanto había renegado. El director, John Ford, en la primera colaboración – trabajaron juntos en más de diez ocasiones- con uno de sus actores fetiche, el otro John, de peculiares andares e impávida actitud, el duro Wayne. La película, Stagecoach (La diligencia, 1939). Una historia en blanco y negro, filmada al más puro estilo clásico. Habría que ser muy tonto para no ver más allá de estereotipos. La historia narra el arriesgado viaje entre dos ciudades, cerca de la frontera con México, asediadas por el indio Gerónimo y sus apaches, de un grupo de personas para alcanzar sus destinos, cada uno por diferentes causas más o menos morales (eso no lo juzgo yo, ya lo hace Ford por todos nosotros). Un abanico de personas, nueve en total, reflejo de la sociedad americana de la época, de las disputas entre norte y sur, de las diferencias de clase y, sobre todo, un retrato perfecto del antihéroe. Lo mejor de la película no es que su director sea uno de los mayores genios del séptimo arte, ni que sea una joya del género, ni la calidad de sus actores, no. Lo mejor de la película, sin duda, es que podría tratarse de cualquier lugar del mundo, en una época cualquiera y todos y cada uno de los ojos que disfrutaran de sus imágenes entenderían el mensaje que transmite. No creo que yo pueda aportar más de lo que ya hay escrito sobre esta obra maestra, un millón de textos en diferentes idiomas lo certifican. En cualquier caso, no

fue así como descubrí el western. Repasando esta historia en mi cabeza pienso en lo irónico que resulta que fuera el protagonista de The Good, the Bad and the Ugly (El bueno, el feo y el malo, 1966, Sergio Leone) quien recuperara la grandilocuencia del plano americano, como la consiguió con Ford, gracias a Unforgiven (Sin perdón, 1992). Una gran obra que se mira en otra más grande todavía, The searchers (Centauros del desierto, 1956, John Ford). Decidí, entonces, que había llegado el momento de rendirse a la evidencia y me agencié con esos buscadores. Una vez más el director irlandés recurría al verdadero “duke” del celuloide, encarnando a Ethan. Ese héroe antisocial ávido de venganza que busca sin descanso a su sobrina, la actriz Natalie Wood, raptada por los mismos comanches que han asesinado cruelmente a su familia. Y fue en ese preciso momento, desde el primer plano de esa épica historia, cuando sucumbí plenamente a la gloria de ese cine de acción. Nunca más volvería a mencionar un “jamás” ante la propuesta de degustar uno de los títulos que engrosan sus filas. Ésta es la historia de cómo descubrí el legendario western.

Ana Aitana Fernández


Perversiones Hezy Leskly Nació en 1952 en la ciudad provincial de Rehovot, Israel, y era hijo único de padres de ascendencia checa. Dejó la escuela secundaria sin graduarse, para estudiar fotografía y baile. A los 14 años comenzó a escribir poesía, y unos años después sus primeros poemas fueron publicados. Cuando tenía 22 años se instaló en Amsterdam, donde estudió en la Open Academy of Art. En 1980 volvió a Israel, donde trabajó como crítico de baile en un periódico local. Ha creado varias obras coreográficas. En una entrevista que dio a un periódico en los años 80 dijo: “volví al país, y ya no era un adolescente turbulento, (…) y me quedé con muy poco, es decir, con mucho: con la poesía, que comprendí que ella podía estar sin mí, pero que yo no puedo estar sin ella, y con el baile, que es cómo me gano la vida. Del baile sé que es una cosa sin la cual podría seguir, aunque mi vida se hiciera mucho menos soportable, pero la poesía me es realmente indispensable.” Leskly murió de SIDA en la ciudad de Tel Aviv en 1994. Su último libro fue publicado póstumamente. En 1996 se estrenó Yakantalisa, un documental sobre su vida dirigido por Yair Lev. Entre sus obras de poesía destacan: El dedo (1986), Los ratones y Leah Goldberg (1992) y Queridos pervertidos (1994). TRADUCCIÓN E INTRODUCCIÓN DE Or Hasson

‫הָרּומְּגַה הָחְכִּשַה תַעְש‬ ‫הָרּובְק הָצְלֻחַה‬ ‫ןֹורָאָּב‬. ‫ףּוּגַה תֶא הָחְכָש‬. ‫ּהָיְפָי תֶא ּומֲחָּתֶש םיִּלִּמַה תֶא הָחְכָש‬. ‫ּוכְשָנֶש םִיַּנִּשַה תֶא הָחְכָש‬ ‫ָהיֶרֹוּתְפַּכ תֶא ּושְׁלָתְו‬. ‫עַרֶּזַה לֶש ֹותּוליִסְּכ תֶא הָחְכָש‬ ‫ּהָכֹותְל גַּפְסִנֶש‬. ‫םֶתֶּכ לָּכ הָחְכָש‬, ‫טַחַמ תַריִקְּד לָּכ‬. ‫ּהָל ּוקיִצֵהֶש םִיַדָּיַה תֶא הָחְכָש‬, ‫ּהָתֹוא ּופְּטִל‬, ‫ּהָתָרּוצ תֶא ּותְּוִע‬, ‫ּהָתֹוא ּורְבָק‬. ‫רָשְפֶא תאז םִעְו לּכַה הָחְכָש‬ ‫ּוּלִאְּכ בּושָׁו בּושׁ ּהָתֹוא שּׁבְלִל‬ ‫ֹומְצַע ןֹורָּכִּזַה הָתְיָה‬.

La hora del olvido definitivo La camisa está enterrada en el armario. Olvidó el cuerpo. Olvidó las palabras que demarcaban su belleza. Olvidó los dientes que mordieron y arrancaron sus botones. Olvidó la insensatez del semen que se había absorbido en ella. Olvidó cada mancha, cada picadura de aguja. Olvidó las manos que la maltrataron, que la acariciaron, la deformaron, la enterraron. Olvidó todo y sin embargo se puede ponerla una y otra vez como si fuera el recuerdo mismo. ( de Los ratones y Lea Goldberg: Poemas 1987-1989)

‫תֹוּבִס שׁלָש‬ ‫הָריִש אֵנֹושׂ יִנֲא‬ ‫שׁלָש ְךָכְל שֵׁיְו‬ ‫תֹוּבִס‬. ‫הָנֹושׁאִרָה‬: ‫יִשאר תֶא ַחיִּנַהְל לֹוכָי יִניֵא‬ ‫הָריִּשַה לֶש ָהיֶפֵתְּכ לַע‬. ‫הָּיִנְּשַה‬: ‫תֶא ַחיִּנַהְל הָלֹוכְי ּהָניֵא הָריִּשַה‬ ‫יִפֵתְּכ לַע הָשאר‬. ‫תיִשיִלְּשַה‬: ‫ֹוא שׁאר ןיֵא הָריִּשַל‬ ‫םִיַפֵתְּכ‬. ‫תיִעיִבְר הָּבִס םַּג ּהָנְשֶיְו‬.

Tres razones Odio la poesía y eso por tres razones. La primera: no puedo poner la cabeza sobre los hombros de la poesía. La segunda: la poesía no puede poner su cabeza sobre mi hombro. La tercera: la poesía no tiene ni cabeza ni hombros. Y hay también una cuarta razón. ( de Queridos Pervertidos: Poemas 1990-1992)


La despensa melódica

la magia de la sencillez

Alondra llega a nuestra cita en el Foro Artístico cargada con su guitarra; su mejor amiga, pienso mientras nos saludamos. Inmediatamente busco en ella un lunar, un trazo moreno, unos ojos marrones oscuros, palabras como un “acho” o un “pijo” que se cuelen en la conversación y denoten su identidad murciana; pero no encuentro nada. Alondra Bentley, británica de nacimiento, lleva en Murcia desde los 4 años. Quizá mucho antes empezó a mamar la música. Dice que su padre (murciano) y su madre (inglesa) escuchan canciones a todas horas. Nina Simone, Jolie Holland o Nick Drake se colaron en sus oídos casi al mismo tiempo que la presión del vuelo aéreo que la trajo desde Lancaster hasta Murcia. “’Ashfield Avenue’ [título de su primer disco] es el nombre de la calle en la que nací, pero si vamos más allá y lo traducimos al español significa la avenida del prado de cenizas, que es un nombre bastante poético”, me cuenta Alondra mientras apura un té helado que una camarera (amiga y fan) le ha preparado.

GRAN ENCUENTRO. Nuestro Manifiesto Azul se posó en las manos de Alonda Bentley, que le dedicó una intensa ojeada en el sosegado ambiente del Foro Artístico.

“Es un disco más personal de lo que quisiera, aunque tampoco un diván en el que me siento y cuento lo que me pasa. Más bien parece algo así como un mapa de los clímax de la vida. “ [...]Y no sólo es un disco de folk, tiene bastantes estilos gracias también a que me he rodeado de muchos colaboradores.”Alondra habla de Joaquín Pascual, Xel Pereda, Cristina Plaza y algunos músicos más que se sumaron al disco, grabado en los estudios de Paco Loco y editado por el sello independiente ‘Absolute Beginners’.Un disco debut que, para algunos, ha tardado un poco más de lo esperado en ver la luz. Ya en 2005 cuando esta "songwriter"


gana el Creajoven comienza a hablarse de su inmediata llegada al mercado. Sin embargo, Alondra decide esperar: “por aquel entonces ya había discográficas interesadas, pero me ofrecían publicar algo básico más parecido a una maqueta que a un disco y yo buscaba un trabajo ambicioso, cuidado al detalle”. Por eso decidió no ponerse tan rápido el cartel de ‘se vende’ y esperar hasta este 2009 para dar el salto definitivo. Un impulso al que también ha ayudado de forma indirecta el éxito de Russian Red o Annie B. Sweet. Las tres han sabido abrirse hueco gracias al trabajo, su voz, una guitarra y también el movimiento myspace, un espacio clave para llegar a miles de oídos. De hecho, Alondra me confiesa que la mayoría de contactos y promotores de conciertos los ha conseguido a través de la red. Precisamente allí, en su espacio, podemos escuchar el disco íntegro. Un disco tranquilo, reposado y en el que su voz emerge rodeada de un sonido cálido en el que, por encima de los arreglos, destaca la melodía de su guitarra. Un tono que apenas abandona en ‘Giants are windmills’, una canción muy cabaretera o en ‘I feel alive’, con la que ha sacado su primer videoclip y en el que se puede ver a una Alondra risueña, de colores y rodeada de pequeños amiguitos de cartón piedra... En definitiva un disco para recrearse en su escucha mientras se lee un buen libro o se disfruta de dulce compañía. Un trabajo que Alondra defiende desde hace semanas por los escenarios de toda España, también en Murcia donde podremos verla el próximo 27 de noviembre en el Centro Cultural Infanta Elena de Alcantarilla. Algunos ya contamos los días que quedan para poder volver a verla en directo.

Álvaro Pintado González

www.myspace.com/alondrabentley

Ilustrados

por RAÚL ESTAL


colectivoiletrados.blogspot.com


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