Al principio fue el perro - Pedro Teruel

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Para quien creyรณ que quiso


EN EL BAR, POR LA TARDE

ME hablaba de mis ojos. Tienes el mar en la mirada, me decĂ­a.

Yo le daba la razĂłn en silencio, amagando sonrisa.

Ella hablaba del azul. Yo de lo ingobernable.


AGUACERO

ESTÁN las cornisas de los tejados proyectando su habitual sombra en la que me sobrevivo de vuelta a casa.

Como no llueve en semanas finjo el empape y me encojo de hombros para evitar los imaginarios trozos de cristal líquido.

Mi cara mojada de nada tuerce el gesto al encontrarse con el periódico de por la mañana:

Una nueva ola de calor azota la Península.

Decido refugiarme en un portal.


PATAS DE GALLO

LAS arrugas de mis ojos son, en realidad, cicatrices. Las arrugas que ofrecen mis ojos son viejas heridas, arañazos, si quieres. Son los indicios indelebles de un mirar a lo lejos —como el viajero fatigado en busca de civilización en lo alto de una montaña. Son las arrugas de mis ojos la prueba categórica de mi tan querer verte, tan soñarte de cerca, tan divisarte allá, amor, a lo lejos.


EL HUEVO O LA GALLINA

ANTES de que los hombres se arrojaran por los acantilados y antes de las casas y las naranjas.

Antes del agapē y los dioses y los ídolos y sus pozos, mucho, mucho antes.

Antes de las primeras veces, —la primera herida, por ejemplo—; antes de las pedradas al otoño

y antes de la montaña que habitamos, mucho, mucho antes del comienzo, antes del perro, del gato o de los libros;

antes, cuando aún tú no habías aparecido, mucho, mucho antes, a mí, todavía, no me habían inventado.


TAREAS

HAGO tareas como si vivieras aquí, esto es, voy a la compra y pienso en lo que comerías hoy y lleno la cesta de productos de ti. Tu crema de manos, pan de centeno, zanahorias, canónigos y chocolate al ochenta y cinco por ciento —no vayas a equivocarte, Pedro. Hago tareas haciendo creer que habitas esta casa y pido pizza los sábados y comento a viva voz los gritos infames de los vecinos. Soy consciente, entonces, de la réplica de silencio y del eco del no. Hago las tareas que haría


si estuvieras aquí. Nunca dejar esa canción que tanto te irrita o colocar nórdico y cojines en armoniosa simetría. Soy consciente, entonces, del hueco canalla en sofás y cama y manejo los tiempos como quien compra un reloj nuevo. Ensayo torpes bienvenidas para un martes por la tarde y, al terminar cada comida, siempre quedan las mismas palabras: no te preocupes, te digo, no te preocupes, insisto, yo mismo quitaré la mesa.


CASA «En mi jardín, allí reunidos, estaban todos los que importan» IVÁN FERREIRO ACUÉRDATE de casa cuando marches y dejes tras de ti esta puerta nuestra, puerta de los dos; cuando te vayas y mi imagen en ti se vaya diluyendo y acabe siendo un aquél en aquella vez; cuando los charcos nazcan y las cordoneras sean de tripas acuérdate de lo que se queda; acuérdate de casa.

Se quedan aquí los dramas y reproches aún no verbalizados, un lamer de heridas muy manido; un loco del sexo con amor.

Se queda aquí este cuerpo arañado, esta tristeza de un vivir a medias, un doler por todo y llorar porque sí;


un niño de barbas, miope y cansado siempre.

Acuérdate de casa y del miedo, amor, del horror rojo y fétido que siempre me dieron las despedidas.

Acuérdate, por favor, que tras un adiós y las palabras siempre bien seleccionadas, hay uno que se marcha y otro

que se termina.


LOS ODIOSOS OCHO

«Nada de manta» MAYOR MARQUIS WARREN

«NO quiero que te vayas». Son ésas las palabras que quise haber utilizado.

En lugar de eso, tiré de mi malogrado cinismo y nos despedí para siempre.

Allí, en la nieve, desnudo y de rodillas

y sin una manta.


DESIERTO «Ha muerto mi madre. Nada crece»

DIANA FORTE LA madre de mi amiga ha muerto. Tengo que hacer un embarazoso esfuerzo y pensar durante algunos minutos para recordar su nombre. Es mi amiga la que me duele.

Cuelga su tristeza de mi espalda. Una mochila de espinas y raíces. Carbón. Es la sangre que derrama mi amiga lo que me duele.

Ha muerto la madre de mi amiga como murió la mía tiempo atrás y son de desierto sus armarios. La ropa de los muertos no habla. No porta más mensaje en sí que el silencio de la arena.

Querer que no conocieras este dolor


querrĂ­a, amiga mĂ­a. El dolor de la ropa de los muertos, ropa callada, piedra y asfalto de tela.

La arena del desierto va viajando de sus armarios a nuestros corazones. Es tu dolor lo que me duele.

Nuestras madres muertas; su madre, mi madre otra vez: nada. Nada crece en este desierto.


VALHALLA «¡Siempre tiene consecuencias matar a un dios!» KRATOS EN este enorme salón aguardo con paciencia a que llegue el frío de tu Ragnarök. El invierno tras el invierno; tras otro invierno más dan paso a la batalla.

Veo un corazón roto en el rostro de Odín: un dios que es capaz de renunciar a uno de sus ojos por saber todo lo que desconoce, tiene que haber saboreado el vacuo peso del amor, como mínimo, una vez en su vida.


EL POETA BUSCA EL AMOR EN TINDER

EL radio de búsqueda a 120 km a la redonda (no sabes si el amor de tu vida puede estar viviendo en Villar de la Chinchilla).

Escribes una presentación con cuidado y decoro (que se note el oficio) y alardeas de dar recitales en bares pero nunca dices ante cuantas personas.

No tarda en llegar el primer match, la primera cita justo a tiempo para percibir que no tienes oxidados los engranajes del cortejo (aún sigues en forma, Pedro).

Sin saber cómo, te encuentras en un local indeterminado en la mejor compañía —de una desconocida, eso sí—


que recuerdas en meses y de la que te separan dos cervezas.

Le hablas de poesía —claro, de qué vas a hablarle. Le comentas el esfuerzo en la imagen y la metáfora, la huida de la rima, lo jodido que es que te tomen en serio.

Ella te habla de sus hijos —porque los tiene, aunque nunca antes lo hubiera mencionado—; libros, septiembre, colegios, educación, casa, ropa, trabajo…

Suena mi teléfono y finjo urgencia e inquietud.

Le pido disculpas por lo abrupto de la situación y le hago saber que tengo que marcharme a toda prisa. Con la elegancia de alguien


con más educación que yo acepta de buena gana el embuste y nos despedimos cordialmente en la puerta del garito.

En mi avance hacia el coche alivio mi conciencia convenciéndome de que esa llamada simulada la estábamos esperando los dos.


CENTENARIA

NO han pasado ni treinta días y su piel —que vive de dentro afuera— es un jarrón que, sin agua ni luz, florece la casa. Menos de treinta días en esta casa de olvidos. Mujer centenaria y terca, madera de nogal. Qué luz entraba por las grietas de esta casa cuando los quejidos y lamentos de su boca rajaban paredes y ventanas. Toda una casa en ruinas sólo con sus labios y dientes. Yo, planeando el beso en la cocina, gozando —como el primer día— de su bola de demolición.


LOS PERROS

MI perra me mira como quien mira a alguien que ha acabado el partido antes de tiempo. Esto se debe a que, en años perrunos, está cerca de cumplir los setenta y cuatro años. Mi perra viaja al futuro todos los días. Es por eso la urgencia de sus ladridos cuando regreso a casa con el corazón roto o con el alma etílica. Son ladridos de aviso, de advertencia. La vida ocurre breve, imbécil, me dice.

Como breve está siendo su existencia para un hombre que mide el tiempo tan lento. Hoy quisiera sus setenta y cuatro años perrunos. Porque ya habrían pasado cincuenta desde la muerte de mi madre o cuarenta desde que la última mujer que amé se marchó en estampida.


De mi perra quisiera también su amor sádico e indulgente —todo, todo me lo ha perdonado. Pero, por encima de esto, querría lo apresurado de su tiempo. Alcanzar la sapiente vejez con la mirada altiva de quien ha aprendido todo lo necesario para ladrar sobre corazones que se rompen, sobre olvidos a tiempo, sobre marchas en estampida. Sería —qué duda cabe— más sencillo existirme así; más sencillo habitarme así.



Esta plaquette con poemas de Pedro Teruel se reparte de forma gratuita en el ciclo de recitales poéticos y musicales “Mursiya Poética” durante los meses de mayo y junio de 2019 en el Huertolab de Santa Eulalia, Murcia.


Pedro Teruel (1989) nace en Murcia de la unión de Pedro y Conchi. Hijo no esperado pero aceptado -qué remedio- y querido por una familia que siempre tuvo a bien satisfacer sus necesidades básicas -si hubiera nacido en Esparta, otro gallo cantaría-. En 2017 publicó su primer poemario Se me hace tarde (Ed. Autografía) y en 2019 participó en el número 19 del Manifiesto Azul. Como antologado, aparece en Incendios, de la editorial madrileña L’ECUME


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