Revistahispnoamericananº32

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Fundación Hispanoamericana Santiago de Cali • No. 32

ISSN 0121-0173

Reinventar la ciudad William Ospina

“Cine colombiano: Momento definitivo” Juan Carlos Romero Cortés

El papel y la muralla Julio César Londoño

La ética en las humanidades contemporáneas Germán Ayala Osorio

El aporte de Mutis al conocimiento de la flora colombiana José Luis Fernández Alonso

Con Quevedo en el Chat Ethan Frank Tejeda

1968 - 2008 ¡40 años!

Lisandro Penagos Cortés

Los tres avisos deOMayolo L scar

osada


C o n t e n i d o

2 Editorial

Opinión

3 El papel y la muralla

Crónica

5 Mutis y Caldas: El espacio y su tiempo

Artículo

8 El aporte de Mutis al conocimiento de la flora colombiana

Españoles en Colombia

12 Entrevista a José Luis Fernández Alonso

Reportaje

16 Por el mercado de las desesperanzas

Opinión

20 El valiente cazador de gazapos

Cuento

21 El asesino del cazador de gazapos

Frases célebres

22 Píldoras para concebir

Artículo

23 Reinventar la ciudad

Opinión

35 1968 - 2008 ¡40 años!

Opinión

37 Soy feminista y me gustan los piropos

Ensayo

40 La ética en las humanidades contemporáneas: Un asunto del lenguaje y de la comunicación

Artículo de ficción

44 Con Quevedo en el Chat

Opinión

46 Y la carne se hizo verbo... ¡Y no paró de hablar!

Libros/Pretextos

47 ¿Un gordo que nos dejó de gol?

Libros/Pretextos

49 Una historia del sexo

Cine/A la entrada nos vemos

51 “Cine colombiano: Momento definitivo”

Cine/A la entrada nos vemos

55 Los tres avisos de Mayolo

Reseña

57 La revista del Colegio Hispanoamericano: Educación y Pensamiento

Actividades

59 Cali 2008 en la cultura

Actividades

62 Eventos

Edición No. 32 Octubre de 2008 - ISSN 0121-0173 Editor: Fundación Hispanoamericana Santiago de Cali • Dirección: Comisión Cultural Fundación Hispanoamericana Santiago de Cali • Catalina Bravo de Roca, Directora Cultural •Coordinación Editorial: Lisandro Penagos Cortés • Diagramación, Preprensa digital e Impresión: Impresora Feriva S.A. • Correspondencia: Fundación Hispanoamericana Santiago de Cali. Avenida 3CN No. 35N-55, A.A. 4108. Cali-Colombia. Tels.: 661 3399 – 661 3073 Ext. 106. e-mail: culturalhispano@hotmail.com. www.fundahispano.org.co Las opiniones expresadas en esta publicación son responsabilidad de quien las firma y no comprometen a la Fundación Hispanoamericana Santiago de Cali.

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Editorial

Presentamos a nuestros lectores un nuevo número de la Revista Hispanoamericana; nuevo no sólo por su reciente edición, sino por su carácter. Hemos querido llevar a nuestros lectores una nueva visión del acontecer cultural de una forma más ágil, fresca, moderna y periodística. La decisión de retomar nuestra publicación –cuyo último número había sido dedicado exclusivamente a la conmemoración de los cincuenta años de la Fundación–, y hacerlo con un mayor énfasis regional, obedeció en gran parte a la necesidad de impulsar un medio

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cultural escrito, ya que las publicaciones de este tipo están en vía de extinción, no sólo en Cali sino en todo el país. El suplemento cultural “Gaceta”, del periódico El País, desapareció después de estar en manos de los caleños por cerca de dieciocho años todos los domingos, dejando un enorme vacío. La misma suerte han corrido muchos de estos suplementos, simplemente porque no se ajustaban a los objetivos económicos de sus casas editoriales. Pues bien, esperamos continuar con nuestro objetivo de difusión cultural, y creemos que dar realce a la actividad que se desarrolla en la región, sin dejar de lado la relación con España, es una manera de agradecer y hacer un aporte a la ciudad de Cali, que ha acogido por muchos años nuestra labor educativa y cultural. Hoy la Fundación Hispanoamericana es considerada como una de las instituciones culturales de mayor prestigio en la ciudad, y creemos que la Revista Hispanoamericana logrará posicionarse como un importante medio cultural escrito. A eso le apuntamos y esperamos contar con el respaldo de todos aquellos que consideran que la cultura es el terreno donde puede lograrse el desarrollo de una región. Los diversos matices del lenguaje, sus manifestaciones sociales tan dinámicas como la sociedad misma y las formas de expresión que cambian de manera constante han sido los ejes temáticos de los escritos que contiene esta edición. De otra parte, el segundo centenario en el 2008 de la muerte de José Celestino Mutis, padre de la Expedición Botánica, y 1968 como un año determinante en el siglo xx, nos ofrecen otras líneas temáticas de gran interés. Agradecemos la colaboración de todos los que han hecho parte de este número, tanto consagrados como jóvenes promesas de las letras. Catalina Bravo de Roca


Opinión

El papel y la muralla

Julio César Londoño* En materia de publicaciones culturales el país está bien. Pasaré revista sólo a algunas de las más importantes. El ramo lo lideran Número y El Malpensante, dos revistas editadas en Bogotá que profesan credos exactamente opuestos: Número tiene un tinte izquierdoso, es vanguardista en su diseño y ortodoxa en sus contenidos: uno no encuentra allí humor, palabrotas ni concesiones a la frivolité. El Malpensante es todo lo contrario. Su diseño es clásico, nada de títulos oblicuos, ni manchas ni demás rebeldías tipográficas; ensaya, con poca fortuna, el humor; políticamente, es una revista de centro-derecha; su redacción es menos rígida que la de Número y le va ganando el pulso gracias a su cómodo formato, a una buena combinación de firmas colombianas y extranjeras, y al abandono del odioso papel esmaltado

en sus páginas interiores. Es una revista simpática. La Palabra, el periódico cultural de Univalle, tiene dos defectos: su diseño, que nos hace recordar los tiempos de las hojas tamaño oficio impresas en mimeógrafo, y el estilo de sus contenidos: en cada línea se nota la clásica pesadez del docente universitario. Estoy seguro de que si los profesores no les indicaran a sus estudiantes cómo escribirlo, el periódico saldría mucho mejor. Arcadia está mejor cada vez. Aunque su buenísima directora, Marianne Pons-

* Escritor y periodista. Ganador del Premio Juan Rulfo, ha escrito varios libros, es columnista de El Espectador y El País; además, colaborador eventual de revistas como El Malpensante.

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Opinión

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Mientras el grueso de la población no tenga una información siquiera aproximada sobre estos temas, las grandes decisiones seguirán tomándose a puerta cerrada y dependerán sólo de la ambición del industrial, de la vanidad del científico y de los cálculos del político.

ford, asegura que ella sólo quiere hacer un periodismo cultural, algo meramente informativo, y que no tiene la pretensión de hacer una publicación de ensayos literarios, como Número y El Malpensante, lo cierto es que está imprimiendo un producto mejor que estas revistas. Los contenidos de Arcadia son más ágiles, más sintéticos y de más actualidad que los de sus rivales. Creo que la tónica de hacer algo “apenas periodístico” es la clave. Así se evita que los colaboradores se pongan demasiado trascendentales, que le den muchas vueltas al asunto y pongan etimologías griegas y todas esas pedancias que los ensayistas acostumbran. Cuando uno lee Soho entiende el epigrama de Fernando Vallejo: “Los intelectuales sólo sirven para darles respetabilidad a los culos de las revistas”. No es un magazín malo, por el contrario, es el mejor en su género, pero podría ser mejor si les hiciera menos concesiones a los malos lectores. Sus editores deben pensar que el lector promedio de Soho no tolera un artículo medianamente profundo. La clave me gustó desde el primer número, cuando su editorial dejó en claro que sólo publicarían buena poesía, entendiendo por ello los poemas que les gustaran a sus editores. Con el tiempo este caprichoso criterio ha resultado ser sólido. También han demostrado que, cuando hay buen gusto, se pueden hacer ediciones bellas en rústica. Su diagramación es un acierto en todas sus líneas. Por ejemplo,

cuando deben usar algo tan feo como las mayúsculas fijas, ponen versales, una versión más esbelta, más pequeña, menos “gritona” que las mayúsculas ordinarias. El clavo se afianza en cada número como uno de los mejores magazines universitarios del país. En su redacción han conseguido un delicado equilibrio entre el decoro que debe guardar una publicación que aspira a tener una audiencia amplia y las libertades del lenguaje de los jóvenes. También llaman la atención el buen manejo de la prosa y la calidad de los papeles en que se imprime. Por desgracia, todas estas publicaciones padecen afugias económicas. Es algo muy lamentable porque la salud del arte de una nación depende en buena medida de la salud de las publicaciones culturales, que son las encargadas de la promoción y la crítica de los productos artísticos. Revistas científicas hay muchas en el país, y de gran calidad, como Politeia de la Universidad Nacional, Historia crítica de la U. de los Andes o El hombre y la máquina de la U. Autónoma de Cali, pero su circulación es francamente subterránea. La única revista de divulgación científica que circula en Colombia es Muy interesante. Esto es fatal porque la divulgación es clave para la vitalidad de los mecanismos de participación democrática, para la formación de la masa crítica que requieren los grandes debates sobre el cultivo y consumo de los transgénicos, la legalización de la droga, los tratados de libre comercio, la parapolítica, la crisis alimentaria, los experimentos con embriones humanos, etc. Mientras el grueso de la población no tenga una información siquiera aproximada sobre estos temas, las grandes decisiones seguirán tomándose a puerta cerrada y dependerán sólo de la ambición del industrial, de la vanidad del científico y de los cálculos del político.


Crónica

Mutis y Caldas: El espacio y su tiempo Lisandro Penagos Cortés.*

José Celestino Mutis -insigne antepasado de Álvaro, de Álvaro Mutis, el escritor, claro está- esperó veintitrés años que desde Bogotá o Madrid le respondieran a su solicitud de licencia para adelantar la Expedición Botánica. Casi un cuarto de siglo (para alguien que vivió setenta y seis años, un tercio de su vida). El sabio Francisco José de Caldas, entretanto –hay que decirlo, uno de los pocos sabios que ha

producido la patria–, se presentó ante el botánico, matemático, médico y sacerdote Mutis con la idea de ingresar a la academia primero y luego, participar en la aventura expedicionaria. Su hoja de vida era de peso: resultante de sus propios estudios (Nada que hoy no quepa en una USB, en la milésima parte de un microchip o en la esquinita de la memoria de un computador). Y digo nada, nada entre paréntesis,

* Comunicador Social – Periodista de la Universidad Autónoma de Occidente, docente de las universidades Santiago de Cali y Autónoma de Occidente. En su trayectoria cuenta con varios premios de periodismo, es director del programa “Amaneciendo” de Telepacífico.

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Crónica

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para el trabajo de un hombre cuya patria rinde homenajes simples a sus próceres: su imagen en un billete o el apellido para un departamento. De plazas y parques ni hablar. Estatuas y bustos condenados al baño diario con caca de paloma; y los pedestales, con cloruro de sodio y ácido úrico: es decir con orines. No se trata aquí de reivindicar o sostener el argumento nostálgico y fatalista de que todo tiempo pasado fue mejor. No. Al contrario, si algo se sostiene con la evidencia es que el ser humano ha logrado a través de la ciencia y la tecnología luchar contra dos de sus más grandes demonios: el tiempo y la velocidad para vencerlo. En términos tecnológicos la humanidad se ha desarrollado más en los últimos doscientos años que en toda su historia. Vivimos en plena era de las

comunicaciones y tal vez nunca habíamos estado tan incomunicados. En la oficina el outlook, en la sociedad el celular y en la vida unos medios masivos de comunicación y una red nos convirtieron en recipientes de datos. Paradójicamente, nunca la incomunicación había sido tan evidente. El tiempo es inexorable y sólo el hombre –valga decir, único ser vivo consciente de su paso– ha intentado manejarlo y, quién lo creyera, vencerlo. Mutis, Caldas, usted o yo. Sólo es posible aprovecharlo. Lo cierto del caso no es que el tiempo pase, sino que nosotros pasemos por el tiempo como si nada, y aquí los veintitrés años de espera y las ocho mulas con dieciséis cargas de material de estudio ameritan una reflexión: “La edad no es un crimen, pero la vergüenza de una vida deliberadamente desperdiciada entre tantas vidas deliberadamente desperdiciadas, sí lo es”, escribió Charles Bukowski. Para cuando Mutis recibió la autorización de arrancar con la Expedición Botánica (1783) un viaje España – Nueva Granada tomaba cinco meses, eso sí, sin contratiempos (José Celestino Mutis salió de Cádiz, rumbo a América, el 7 de septiembre de 1760, y llegó a Santafé de Bogotá el 24 de febrero de 1761). Ningún otro sabio europeo permaneció tanto tiempo en una colonia española y decidió morir en ella. Tal vez no eran tan sabios como Mutis, que alguna vez dijo: “¡Que viajen las cartas!” Sostenía correspondencia con los grandes naturalistas de Europa, y sus estudios eran

conocidos en Madrid y París. Contaba el historiador Germán Arciniegas (casi contemporáneo de Mutis, de Mutis Álvaro, claro, el escritor) que el barón Alexander von Humboldt viajó a Bogotá para conocerlo, para cerciorarse de que José Celestino Bruno Mutis y Bosio era de carne y hueso y no un mito. Hoy resultaría imposible conocer y reconocer la cara dueña de cada correo electrónico o de cualquiera otra de las formas impersonales de comunicación virtual. El 29 de abril de 1783 el Arzobispo Virrey, Caballero y Góngora, aprobó la licencia, y tan sólo en junio de ese año lograron reunirse los primeros involucrados en la empresa expedicionaria que habría de tomar como eje al río Magdalena, la red de comunicaciones más rápida de la época. El correo era humano. Mutis llamó a gentes de El Socorro, de Popayán, de Quito, de Guaduas, de Mariquita, de Ibagué, lugar este último donde recibió la buena nueva de la aprobación. Han pasado doscientos años. Hoy muy pocos envían cartas o esperan respuestas tantos años. Ya casi nadie emprende tareas que duren veinticinco años, tiempo que duró la Expedición Botánica, más que un examen y registro de nuestra flora y fauna, el primer intento serio por crear un plan de estudios que permitiera diseñar el futuro de la Nueva Granada. Resulta difícil establecer si hoy Colombia diseña planes y programas a largo plazo para proyectar el futuro de la nación, y también precisar si el teléfono o el Internet son instrumentos para vencer el espacio, para acortar las distancias y superar los obstáculos, o simplemente juguetes de la incomunicación. El cambio subyace en las nuevas tecnologías, en las nuevas formas que toma el lenguaje, que son otras o acaso nuevas formas de comunicación. Una comunicación que es información y que no da tregua. No se digiere lo consumido cuando se ingiere más y por


Crónica cantidades alarmantes. Esa indisposición, ese malestar es el que hoy nos tiene tan lejos de los sabios. Hace doscientos años Francisco José de Caldas y Tenorio, tras un curioso noviazgo por carta, contrajo matrimonio por poder con María Manuela Barahona, joven payanesa escogida por sus amigos ya que la pasión e intensidad con que éste se entregaba a sus estudios y ocupaciones no le dejaban tiempo para dichos menesteres. Ocho mulas, ¡son ocho mulas! En la ceremonia religiosa, el sabio estuvo representado por su amigo Antonio Arboleda y Arrachea (No faltará el que al segundo apellido cambie la segunda vocal por una e, anteponga una ere a la vocal final y ponga en tela de juicio la reputación de Manuela y la confianza e inteligencia del científico, militar, geógrafo, botánico, astrónomo, naturalista, periodista, prócer, mártir e ingenuo payanés). Amén de la inquebrantable fe en su mujer, confiaba en el género humano. Actuaba con enorme nobleza y generosidad. Cuando le ofrecieron ayuda para escapar a Quito –tras haber sido capturado por hacer parte de la gesta independentista– la rehusó por no haber sido extendida la oferta a sus otros compañeros de celda con quienes sería ejecutado el 28 de octubre de 1816 en la plazuela de San Francisco (hoy Parque de Santander) de Bogotá. Hoy nadie confía en nadie. El teléfono celular se ha convertido en la presencia perenne, en la coordenada de ubicación, en el GPS humano, en el grillete del siglo xxi, en la marcación milimétrica, en el espía escandaloso, en la prolongación de la pareja, sin más rodeos, en la maldición del paraíso. A Caldas lo fusilaron por la espalda. Cuando bajaba las escalinatas de la Universidad del Rosario, en camino hacia el patíbulo, dibujó en una pared la letra griega θ, enigma que tradicionalmente se ha interpretado como ¡Oh, larga y negra partida! Hoy cualquiera de los 33,5 millones de colombianos

afiliados a la telefonía celular tiene a su disposición una plantilla de mensajes que le evitará escribir y le permitirá ganar tiempo y perder originalidad: Como llego?, Donde estas?, Estoy en camino, estoy ocupado, gracias, llamame, llego en 15 min, si, no, party, te llamo mas tarde. Sí, así, sin tildes, sin signos al comienzo y al final, con palabras incompletas, con esa realidad resumida que hace pensar en discos duros y memorias llenas. Son los mensajes de texto, que detesto. Truncar la vida de un hombre tan polifacético como Caldas en plena cúspide de su producción intelectual supuso un duro golpe a las investigaciones científicas en Colombia. Nada que no se haya dicho de tantos muertos nacionales cuya desaparición ha retrasado nuestro desarrollo. Hoy valdría la pena revisar los trabajos de Caldas y dictar en colegios y universidades una cátedra ya no sobre sus estudios, en su momento interesantes y novedosos y hoy superados, sino sobre su invaluable condición de investigador y autodidacta pleno. Tan paciente como inteligente, tan adelantado a su tiempo, como el miembro del Ejército Nacional que otorgó su nombre al Batallón de Ingenieros. Toda una proeza. Ante la vertiginosa carrera de la humanidad hacia la rapidez y la estupidez, pocos se han detenido a pensar que si seguimos haciendo lo que estamos haciendo seguiremos consiguiendo lo que estamos consiguiendo: incomunicación. Ya nada será como antes, es cierto, pero no lo es menos que cada día se pierde tiempo, dinero y recursos de diversa índole por cuenta de las nuevas formas de comunicación. Para citar sólo un caso: los spam o correos basura del Internet representan –según la empresa Sophos, consultora estadounidense en seguridad– el 92,3% de los mensajes que circulan cada día en la red. No importa si es la cara de Jesús o las tetas de Paris

Hilton, cualquier gancho es válido para captar correos y engrosar bases de datos. La orden es: reenvía. Es la ley del ciberespacio, ese lugar intangible cada vez más grande, más rápido y más etéreo, y donde también reposan Mutis y Caldas, el escritor y el botánico, el departamento y el prócer, el parque y el sabio y todo cuanto San Google pueda encontrar bajo estas dos referencias. Es la naturaleza contradictoria de todas las relaciones: son al tiempo, ahora y nunca, antes y después, todo y nada, riqueza y basura. Un programa de computador hace lo que usted le ordena que haga, no lo que usted quiere que haga. Como las armas, el periodismo o la política, la tecnología al servicio de la comunicación puede utilizarse para hacer el bien o el mal, para informar o desinformar, para educar o mal enseñar, para proponer o corregir, para agilizar o retrasar, para vender o comprar, para enamorar o pervertir, para casi todo. El problema es que no se sabe qué se puede saber y se hace lo que no se debe hacer. Es el camino de la incertidumbre que por lo regular culmina en la plaza de la desesperanza. No hay rumbo ni objetivos. Hoy es del común el chiste citadino “Voy tarde, no sé para dónde, pero voy tarde”. La verdad sea dicha, no importa qué razones lleven a alguien a comprar un computador, un celular, un ipod, una agenda electrónica, lo primero que hará una vez adquiera estos aparatos será perder tiempo al intentar descubrir todas sus posibilidades, lo que le ha aportado al lenguaje un nuevo verbo: “cacharrear”; luego jugará con él y casi de manera imperceptible comenzará a perder tiempo de manera sistemática, casi tanto, que no le quedará nada para aprender y no podrá ganarse un espacio en este mundo, lo único que hasta ahora garantiza perdurar en el tiempo. Mutis y Caldas lo entendieron.

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Artículo

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El aporte de Mutis

al conocimiento de la flora colombiana José Luis Fernández Alonso.* La figura de José Celestino Mutis como botánico y su gran proyecto de la Expedición Botánica en la Nueva Granada han sido para mí un tema muy cercano desde hace ya más de veinte años, una ocupación que se vuelve apasionante con el paso del tiempo y a medida que uno va entendiendo más al personaje y su contexto.

* Licenciado en Ciencias Biológicas de la Universidad de Salamanca, Doctorado de la misma institución, profesor asociado de la Universidad Nacional de Colombia e investigador del Instituto de Ciencias Naturales.


Artículo Para Mutis, como para cualquier naturalista del siglo xviii, el estudio de la flora en un país del trópico húmedo americano representaba un reto enorme y difícil de abarcar si se tienen en cuenta la complejidad biológica de estos bosques y los escasísimos puntos de referencia escrita que sobre flora tropical americana existían en la época. En nada podía compararse la expedición emprendida por el famoso Carlos Linneo (punto de referencia de Mutis en botánica) a la tierra de los lapones con la empresa que Mutis acababa de abordar por las mismas fechas en el otro lado del mundo. Mutis mantuvo correspondencia con Carlos Linneo, quien ejerció una fuerte influencia en su trabajo, y remitió importantes especímenes de historia natural al sabio sueco. Transcribimos un aparte de la carta de respuesta de Linneo a Mutis, en 1774, después de recibir uno de estos valiosos envíos de especímenes. “…Recibí a su tiempo en estos días –dice– su carta dada el día 6 de Junio de 1773, y nunca con mayor gusto en toda mi vida, siendo tanta la riqueza de plantas raras, aves y otros objetos, que me dejaron completamente atónito. Te felicito por tu nombre inmortal que jamás borrará edad alguna. Día y noche, durante ocho días, todo lo he vuelto y revuelto; salté de alegría y siempre me comparecían plantas nunca vistas. Llamaré Mutisia a la planta número veintiuno. En ninguna parte vi una planta que exceda en lo singular: su yerba de clemátide…” A la par que resolvía otras actividades oficiales en relación con la docencia de la física y las matemáticas, el ejercicio de la medicina y la minería, fue adelantando interesantes observaciones sobre la flora y en menor medida sobre la fauna de la región, acompañado en los primeros años por un solo pintor, Antonio García. Mutis trató durante muchos años de formalizar su proyecto de llevar a cabo un ambicioso estudio botánico en esta región de América sin conseguirlo, el cual se vería materializado solo veintitrés años después de su llegada, en 1783. La

experiencia acumulada y la influencia de que gozaba permitieron a Mutis contar con el apoyo oficial de la Corona a partir de 1783 para adelantar su anhelada Expedición Botánica. Las plantas del herbario de la expedición suman más de veinte mil pliegos, de los cuales la gran mayoría se encuentran depositados en la sección histórica del herbario del Real Jardín Botánico de Madrid, otras series importantes en el Herbario Smithsoniano en Washington y en el Herbario Nacional Colombiano en Bogotá. La expedición logró reunir una colección iconográfica única por su calidad y tamaño de cinco mil trescientos noventa y tres láminas, ochocientas láminas de anatomías y algunos diseños de Caldas. Con respecto a la calidad y fidelidad de estas láminas hay que tener en cuenta el planteamiento de Mutis (archivo epistolar de 1789): “Puedo prometerme que la lámina que saliere de mis manos no necesitará nuevos retoques de mis sucesores, y que cualquier botánico en Europa hallará representados los finísimos caracteres de la fructificación, que es el abecedario de las ciencias, sin necesidad de venir a reconocerlas en su suelo nativo”.

Las plantas del herbario de la expedición suman más de veinte mil pliegos, de los cuales la gran mayoría se encuentran depositados en la sección histórica del herbario del Real Jardín Botánico de Madrid, otras series importantes en el Herbario Smithsoniano en Washington y en el Herbario Nacional Colombiano en Bogotá.

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Artículo

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Su fino ojo de botánico, sus numerosísimas observaciones y muchas descripciones aisladas se han conservado en su archivo, en sus diarios y en su correspondencia publicada.

Mutis era renuente a publicar adelantos y trataba de hacer una obra magna, que nunca concluyó. Su fino ojo de botánico, sus numerosísimas observaciones y muchas descripciones aisladas se han conservado en su archivo, en sus diarios y en su correspondencia publicada. Era perfeccionista cuando dirigía la elaboración de las ilustraciones y especialmente cuando describía las nuevas plantas, descripciones a veces completísimas que nunca daba por acabadas. Por otra parte, Mutis se encontraba ciertamente alejado de los centros de excelencia de la botánica de la época como Suecia, París y Londres, y mantenía ciertas reservas a remitir sus avances parciales al Real Jardín Botánico en la metrópoli. Sin

embargo, mostró una gran generosidad y grandeza de espíritu para con Linneo y Humboldt, y es así como remitió a Linneo en calidad de obsequio numerosas descripciones, láminas y pliegos que reflejaban sus descubrimientos más notables. De igual manera donó de forma desinteresada abundantes colecciones e información a Humboldt a su paso por Santafé de Bogotá, como se refleja en la correspondencia de éste al referirse a Mutis, en 1804: “Nos comunicó sin reservas todas sus riquezas en materia botánica, zoológica y física; comparó sus plantas con las nuestras y en fin, nos permitió tomar todas las notas que quisimos obtener sobre los géneros nuevos de Santafé de Bogotá. Me ha regalado cerca de cien magníficos dibujos en folio mayor que representan nuevos géneros y nuevas especies de su Flora de Bogotá manuscrita”. A pesar de que la producción impresa de la Expedición Botánica fue escasa si la cotejamos con el tiempo y el trabajo invertidos cabe, no obstante, considerar que bajo las circunstancias en que se ejecutó tuvo una enorme repercusión en el desarrollo y la orientación de los estudios botánicos en Colombia, al margen del valor intrínseco de las láminas y los herbarios, que han resultado ser una fuente inagotable de información para el avance del conocimiento de la flora neotropical. Hay que resaltar también que durante la publicación de los volúmenes de la nueva Flora de Mutis eran numerosos los casos de especies de la Expedición que aún no contaban con nombre publicado, y otros aun más interesantes de especies conocidas sólo por los pliegos y láminas de la Expedición que son consideradas hoy como especies extintas al no haberse relocalizado después de doscientos años. En la actualidad el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia, como depositario de los herbarios y planes de la Expedición, continúa laborando con su planta de botánicos en el gran proyecto de inventario y descripción


Artículo de la riquísima flora nacional iniciado en la Expedición Botánica. En este sentido, uno de los proyectos prioritarios en la actualidad es la publicación de la Flora de Mutis basada en los documentos botánicos de esta expedición (manuscritos, láminas y pliegos del herbario). Algunas consideraciones sobre el trabajo de Mutis 1. Mutis fue un personaje influyente e incansable en el Virreinato de

Nueva Granada, que repartió su tiempo entre la botánica y otras muchas actividades y ocupaciones, a veces ineludibles dada su posición. Por otra parte, su carácter perfeccionista y su inseguridad en el vasto campo de la flora tropical hicieron que nunca diera por acabadas sus obras (láminas y manuscritos) ni por resueltas sus dudas en materia de clasificación.

2. Pendiente siempre de adquirir y escudriñar las obras de los botánicos contemporáneos que, en palabras de Mutis, incursionaban en el trópico o “en la zona tórrida del sistema” pospuso la publicación de los impresionantes descubrimientos que desde hacia veinte, treinta o cuarenta años ya tenía entre sus manos. 3. La autoría de muchos de los nuevos géneros de la Flora de Bogotá quedó asociada únicamente a los botánicos que publicaron estos documentos (Linneo, Kunth, Humboldt y Bonpland), que no conocieron las plantas en el campo (caso de Linneo) o que hicieron una rápida visita por la sabana de Bogotá en 1801 (caso de Humboldt y Bonpland), y no a Mutis y a los miembros de la Expedición, que ilustraron y documentaron estas plantas a lo largo de veinticinco años y que hubieran ameritado cuando menos una coautoría asociada a los nombres y descripciones de géneros y especies nuevas. En botánica el real descubrimiento se asocia invariablemente al lugar y el momento de la publicación de los nombres. 4. El desarrollo de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada en el territorio colombiano, desde 1783 a 1816, estableció un lazo imperecedero entre la botánica y el desarrollo cultural de la nueva República de Colombia. 5. El proyecto de publicación de los resultados de la Expedición Botánica (Flora de Mutis), aprobado e iniciado en la década de 1950 por los gobiernos de España y Colombia, aunque ya ha mostrado importantes resultados (35 tomos publicados de los 55 que constituyen la obra), quizás siguiendo esa “tradición mutisina”, empieza también a parecerse más a un proyecto de vida que a un clásico proyecto editorial finito.

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Españoles en Colombia

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Entrevista a

José Luis Fernández Alonso La Revista Hispanoamericana dedica en esta ocasión su sección Españoles en Colombia al profesor José Luis Fernández Alonso, nacido en Valladolid, licenciado en Ciencias Biológicas en la Universidad de Salamanca y hoy investigador y docente asociado de la Universidad Nacional en Bogotá. El profesor José Luis Fernández ha publicado numerosos trabajos originales de investigación, artículos, libros, ponencias y monografías sobre temas

de biología, especialmente, y llevado a cabo importantes proyectos para entidades como el Instituto de Cooperación Iberoamericana, la Agencia Española de Cooperación Técnica Internacional, el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, el ICETEX, Colciencias, etc. Agradecemos su aporte a nuestra publicación y la invaluable labor que realiza en su trabajo de investigación.


Españoles en Colombia RH: ¿Qué lo motivó a venir a Colombia?

JLFA: El interés por la observación y el estudio de la naturaleza, en mi caso fue una inclinación muy temprana, sin duda propiciada por el entorno agreste de los años de la niñez en mi pueblo de Castilla, rodeado de olmos, álamos, almendros y encinas. La misma curiosidad que sentía cuando buscaba grillos y saltamontes por los prados de Encinas de Esgueva antes de ir a la escuela aún la experimento en cada nueva expedición o salida al campo aquí en Colombia. El inagotable libro de la naturaleza siempre nos tiene reservada alguna nueva sorpresa. Cuando estudiaba la carrera de biología en la Universidad de Salamanca, recuerdo haber leído por casualidad en una revista de divulgación (Periplo, sobre naturaleza y viajes) una página informativa que hablaba de un proyecto que parecía increíble: nada más y nada menos que la publicación de una flora en cincuenta volúmenes, que incluía más de tres mil láminas de plantas tropicales, láminas que habían sido elaboradas hacía ya doscientos años en el actual territorio de Colombia. No podía explicarme dónde había estado escondido un tesoro de tales características todo ese tiempo sin ser publicado por los botánicos. Doscientos años nos separaban ya del gran proyecto abanderado por Mutis (La Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, 1783-1816), desarrollado en una de las zonas más fragosas y exuberantes del planeta. RH: ¿Cómo comienza esta relación tan estrecha con la botánica de este lado del mundo y a qué institución llega cuando decide venir Colombia?

JLFA: Mi primer contacto con la flora tropical fue en 1985 en el Real Jardín Botánico de Madrid, a través de los herbarios históricos de Mutis, Ruiz y Pavón e Isern (de Colombia, Perú, Chile y Ecuador).

Preparaba viaje a Colombia para trabajar en el Programa Flora de Mutis, en el tomo correspondiente a la familia de las escrofulariáceas –la de los carrielitos, guargüerones y digitales–. En 1986, como becario del Jardín Botánico de Madrid y con el apoyo del Instituto de Cooperación Iberoamericana, viajé a Colombia y fui recibido en el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de Colombia. Esta institución, homóloga del Jardín Botánico de Madrid, me brindó todo su apoyo y me permitió que diera rienda suelta a mis inquietudes botánicas. La institución desde entonces se convertiría, casi sin darme cuenta, en mi nueva casa. RH: ¿Cómo podría definir su experiencia profesional?

JLFA: Mi interés por la taxonomía, la sistemática vegetal y la florística surgió en los años de la licenciatura en la Universidad de Salamanca, de la mano de los profesores Bartolomé Casaseca, Enrique Rico y Paco Amich y se afianzó después en el Real Jardín Botánico de Madrid, con el apoyo incondicional de Santiago Castroviejo, quien fue mi maestro y director de tesis de grado (una Flórula de mi tierra natal, en el noroccidente de la provincia de Valladolid, concluida en 1985) y de la tesis de doctorado (Monografía del género neotropical Aragoa - Scrophulariaceae, concluida en 1993). Aunque mi curiosidad de biólogo rebasó el campo de la botánica y me permitió incursionar a veces en la entomología o en la paleontología, mis inquietudes de investigación giraron y giran invariablemente alrededor del extenso mundo de las angiospermas, en lo que tiene que ver con su taxonomía, sistemática y biogeografía. No obstante mi real inquietud como botánico llegado del Viejo Continente fue ir familiarizándome poco a poco con la flora colombiana, mis intereses se fueron decantando por algunas familias como

la de la menta (labiadas) y la de la ceiba (bombacáceas), entre otras. RH: ¿Y su vida aquí con respecto a su labor profesional?

JLFA: Empero, en el cotidiano trabajo exploratorio y en el aún incompleto inventario de la flora nacional surgen cada día nuevas lagunas en el conocimiento taxonómico, que es necesario ir llenando. Esto hizo que fuera inevitable el embarcarse con otros colegas en la revisión para Colombia de algunos géneros o grupos concretos de otras muchas familias

El inagotable libro de la naturaleza siempre nos tiene reservada alguna nueva sorpresa.

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Espa単oles en Colombia

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Españoles en Colombia botánicas. Por otra parte, nunca pude desligarme de mi antiguo trabajo en Flora ibérica, que aquí se tradujo o redujo al gusto por recolectar e identificar especies adventicias provenientes de Eurasia, que tanto abundan en los ambientes alterados de los altiplanos de Colombia y de las que piensa publicarse un catálogo. El trabajo como profesor e investigador de la U. Nacional con un grupo de colegas tan importantes como el que encontré en el Instituto de Ciencias, que no dudo en calificar como el equipo más completo de expertos en historia natural colombiana, ha sido una andadura muy agradable y enriquecedora para mí. A lo largo de estos más de veinte años de proyectos prácticas de campo y otras expediciones hubo muchas vivencias y escenarios naturales irrepetibles que no cambiaría por nada. RH: ¿De qué región de España es originario y cómo está conformada su familia?

JLFA: Toda mi familia procede del Valle del Esgueva, en Valladolid, donde mi padre siempre tuvo una explotación agropecuaria familiar, en la que también participé yo en los años del bachillerato y de la Universidad ayudando en lo que se podía en las vacaciones en los trabajos del campo. En la región se producen cereales, remolacha azucarera y muy buenos vinos y corderos. Me casé en Colombia poco después de mi vinculación a la Universidad Nacional de Colombia (en 1991) por concurso-oposición. Actualmente vivo con mi esposa (colombiana) e hijos en Bogotá. Soy el único miembro de la familia que se alejó de su tierra chica, ya que mi madre y hermanos siguen viviendo en España. Mi padre, que ya padecía una enfermedad terminal en el no fácil momento de viajar a Colombia, falleció apenas un año después.

RH: ¿En este momento cómo desarrolla su

RH: Desde su experiencia, ¿cuál es su opinión

práctica profesional, a qué área le dedica sus

frente a la investigación científica en Colombia?

mayores esfuerzos?

JLFA: Colombia cuenta en la actualidad con una comunidad científica consolidada y crítica, que es cada vez más visible en el contexto internacional y en el latinoamericano, en particular, por el creciente número de publicaciones científicas en revistas internacionales, por los programas académicos de postgrado en las universidades y por otros variados logros en campos aplicados, principalmente en las áreas de medio ambiente y salud. A ello han contribuido en gran medida los planes nacionales de apoyo a programas de ciencia y tecnología liderados por Colciencias. En el campo de la botánica, en particular, la trayectoria de Colombia en el ámbito latinoamericano es privilegiada, pues cuenta con una gran cantera de profesionales y una gran escuela, en la que sin duda algo ha tenido que ver la tradición botánica emanada de la Expedición de Mutis. Los proyectos en ejecución son numerosos, liderados en su gran mayoría por profesionales nacionales, a diferencia de lo que ocurre en países vecinos.

JLFA: En la actualidad mi tiempo se reparte entre la docencia y la investigación. En el primer aspecto tengo un firme compromiso con la capacitación de nuestros nuevos biólogos en el área de la taxonomía vegetal y de la flora colombiana, aspecto de importancia capital en nuestro medio y en un país megadiverso como Colombia. Una parte inseparable e ineludible del trabajo en taxonomía vegetal son las expediciones de recolección y la interacción curatorial con los herbarios. Puedo manifestar, sin reparos, que he trabajado en ambos aspectos con asiduidad en los últimos veinticinco años. He sentido una gran satisfacción al ver que de algún modo contribuía a enriquecer tanto la colección general de referencia como la organización del Herbario Nacional Colombiano –del que fui Curador General en el periodo 1996-2000– y la de otros herbarios de universidades regionales, donde han sido depositadas muchas de mis colecciones duplicadas.

RH: ¿Resulta innegable la participación histórica y el aporte de los españoles en la investigación botánica de Colombia?

Una parte inseparable e ineludible del trabajo en taxonomía vegetal son las expediciones de recolección y la interacción curatorial con los herbarios.

JLFA: No podría hablar de la botánica en Colombia en tiempos recientes sin hacer remembranza de don José Cuatrecasas, el botánico español que más contribuyó al conocimiento de la flora tropical desde los tiempos de Cavanilles, Hipólito Ruiz y José Pavón. Cuatrecasas, catalán, era ya un botánico reconocido en España cuando decidió trasladarse a Colombia, en 1939, en tiempos de la guerra civil. Pasó casi una década en Colombia, la mayor parte del tiempo en el departamento del Valle, donde adelantó un magnífico trabajo botánico exploratorio y descriptivo y donde contribuyó a la fundación y organización de la Escuela de Agricultura Tropical en Palmira.

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Reportaje

Por el mercado de las desesperanzas José Antonio Minotta*

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El segmento de los bajos ingresos, como dirían los iluminados del mercadeo y las finanzas, el del bajo turmequé, ala, como dirían las señoronas bogotanas entre vaporosas tazas de té, o popular como harían los académicos de manera cosmética, es el tipo de consumidores potenciales para los dos diarios que se disputan el control absoluto en Cali: el Q´hubo y El Caleño. Inicialmente el diario El Caleño, con una tradición de más de treinta años, se edificó como un diario independiente poseedor del báculo sagrado en los sectores populares por su estilo crudo y descarnado de ver la violencia. Sus escritos contienen un lenguaje muy popular, o como diría un taxista, “chancletero”, que se complementa con un conjunto de fotos impactantes, titulares con letras grandes coloreadas de rojo, blanco, negro y amarillo, y la foto de la mujer o el travesti * Estudiante de Comunicación Social de la Universidad Santiago de Cali

más despampanante que despierte los sentimientos más lascivos y procaces de cualquier morboloco. Uno de sus grandes méritos es mantener su independencia ante los grandes engranajes que manejan la información en el país debido a que no es un diario con pretensiones de reina de belleza ni ínfulas de grandeza y magnanimidad, más bien es como dice el dicho: es mejor ser cabeza de ratón que cola de león. Esto denota que no buscan el mercado de los grandes clientes ni los potentados patriarcas comerciales ni se prostituyen en sus prebendas; buscan el mercado popular y a todos aquellos que están saturados de la información dietética y cosmética de los grandes diarios. Sin embargo, hace menos de dos años se creó el diario Q´hubo (o quiubo, como es popularmente pregonado), hijo del poderoso monarca informativo local,


Reportaje el periódico El País. A diferencia del rudimentario diseño y la falta de estética en la presentación de la información que caracteriza a El caleño, el Q´hubo cuenta con un manejo estético del diseño, lógica en el uso de colores en relación con los textos, concepción de proporciones y espacios y otro tipo de elementos, que han generado una buena aceptación entre el público, y en especial parte de los que eran fieles a El Caleño. Otra de las fortalezas del Q´hubo es la financiera, debido al manejo de la pauta publicitaria, los canales de distribución, los convenios estratégicos con empresas y, claro, el apoyo directo del diario El País. A simple vista la competencia entre El Caleño y Q´hubo, como dirían las abuelas, es pelea de tigre con burro amarrado por las diferencias económicas entre ambos. Sin embargo, dichas diferencias no son las mismas cuando se habla de lectores. Si bien el Q´hubo es más barato, se vende en los semáforos, puestos de revistas, llega a más público, realiza más promociones y cuenta con un amplio portafolio de servicios, El Caleño es el único diario en Cali que se financia con las ventas directas y cuenta con una clientela regular que le permite mantenerse, de modo que si se sacan cincuenta mil ejemplares en un día todos se venden.

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Preferencias Muchos son los factores de preferencias del público de ambos diarios. No obstante, es preciso tener en cuenta el consumo por fidelidad y el casual, dadas sus implicaciones en las variaciones de las ventas. Dos de los factores determinantes en las preferencias de un diario están en el precio y la parte visual: diseño y estética, con el fin de tener una lectura más agradable y fácil de hacer a un bajo costo. “La gente prefiere el Q´hubo porque es más bonito, mucho más barato, trae más páginas, temas variaditos y se vende en

todo lado”, afirmó el joven encargado de la revistería de la calle conocida como la Chimisexta, contigua al puesto de salud del barrio Los Chiminangos. Otro factor está en el tradicionalismo de los seguidores de un diario que lleva bastante tiempo en la ciudad con las mismas dinámicas de ventas. “El Caleño no trae tantas ediciones como antes, pero apenas llegan se venden en un momentico, tanto que a las ocho de la mañana ya no hay ni uno”, finalizó el joven vendedor.


Reportaje

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Algunos consumidores conocedores de la trayectoria de ambos diarios no ignoran los procesos de desarrollo de cada uno, pero se inclinan más por la facilidad de adquisición y precio. “Eso es el mismo periódico El País, solo que lo hicieron para quitarle la clientela a El Caleño, pero igual es muy bueno”, afirmó un motorista de Coomoepal –ruta 12– mientras compraba El Caleño y le daba un par de monedas a un calibrador por decirle quién lo llevaba enganchao o bicicletiao, en el semáforo de la carrera 1D con calle 62. La poca circulación de El Caleño hace que muchos de sus lectores tengan que hacer ciertos sacrificios para conseguirlo. “El Caleño toca comprarlo temprano, pues el puesto que queda cerca al paradero es de los pocos lugares donde lo venden y si

no alcanzo no voy a tener nada qué leer en el trabajo y mis amigos tampoco (risas)”, afirmó Julián Palacios, pasajero del bus de servicio público Ermita - ruta 4. El precio y las facilidades de adquisición son algunas de las características más comunes para determinar preferencias. “El Q´hubo es más barato, chévere, y fácil de conseguir, mientras que El Caleño es más caro y, pues, tiene muy poco”, señaló Flovert Solarte, estudiante de ciencias del deporte. Algunos se inclinan por el lenguaje llamativo antes que por su precio. “El Q´hubo es más bacano para leer y baratico, pero los titulares de El Caleño son los mejores y los más agresivos, ¡ufff!”, afirmó Julián Palacios. No obstante, conviene tener en cuenta el tipo de lectores de titulares, que no compran, sino que solo leen los titulares de acuerdo con el impacto e interés que les generen. El público es el que elige y determina ser fiel a un diario o buscar alternativas de lectura que contribuyan a su visión de contexto y entorno de manera complementaria con la calidad e impacto inicial de sus contenidos, porque a partir de ellos el lector define qué leer sin importar el nombre del diario. El Caleño presenta en su interior un estilo clásico en cuanto a diseño y distribución espacial y una ausencia a gran escala de color. Además no tiene pauta publicitaria. El Q´hubo, por su parte, maneja una amplia variedad de secciones, y en ellas una estructura y sentido del color, mayor número de páginas por sección y cuenta con pauta publicitaria.

Lenguaje “Fue por lana y salió mutilado”, “En sus marcas, listos, ¡mueran!”, “Vendía tetas chimbas”, “Cascaron al Indio”, “Se mataron por un plato de fríjoles”, “Sicario le dio piso”,


Reportaje son algunos de los titulares habituales del Q´hubo y El Caleño que causan impacto y familiarización con el tipo de lenguaje. El titular, junto con el tamaño de la fuente y el color de la escritura, complementado con la fotografía, incide de manera directa en el impacto positivo o negativo que pueda tener en la gente. “Usan palabras que uno escucha en la calle, pero a veces se pasan con la patanería”, afirmó Julián Palacios. Este tipo de lenguaje y mundo de tribulaciones hacen parte de la cultura popular que ambos periódicos exponen constantemente y venden y se reflejan de manera primaria en sus puestos de ventas y canales de distribución. El Q´hubo se vende ante las sinfonías del tráfico en los semáforos, en las revuelterías ante las verduras y entre el lagrimoso olor de las carnes colgadas asediadas por las moscas, en todas las revisterías y en todo tipo de ambientes de la clase “popular”. El Caleño, por su parte, también se ve en ciertas revisterías y en esos lugares “populares”, pero además muchos vendedores aún pregonan y vociferan, como a la vieja usanza, algunos de sus excéntricos titulares que garantizan buena parte de sus ventas. Es el lenguaje tanto visual como escrito el elemento principal que atrapa, impacta, enamora e incita al público al consumo en este mercado de las desesperanzas.

El mercado de las desesperanzas Hombres, mujeres, niños y niñas sumergidos en un mundo de miseria, hambre, desempleo folclórico–cultural y una violencia espectacular donde el cuerpo humano es similar a una plastilina que se deforma y despedaza en múltiples cantidades para crear enfermos, lacerados,

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mutilados, quemados, etc. Un mundo de tragedias, de pasiones, de situaciones curiosas, de goles, de mujeres sensuales y lascivas. Así es el mundo desde los ojos tanto de El Caleño como del Q´hubo. Un mundo que estos periódicos exponen como óleo sobre el lienzo al estilo de una galería de arte en los lugares de venta. “Solo sangre, muertos, tetas y culos se ve en esos periódicos”, fueron las palabras de Álvaro Barba, director de una agencia de modelos, mientras observa con desdén el puesto de revistas del parque de Avianca frente al Centro Administrativo Municipal (CAM). Los diarios de carácter amarillista dependen en gran parte de los hechos violentos e impactantes y de las deses-

peranzas que abundan en una sociedad como la caleña que hace que todo lo anterior sea una forma común de vida. “Uno se entretiene viendo esa cara de las noticias que casi no se ve. Es hasta interesante”, continuó Barba. Sin lugar a dudas, no existe un mayor espectáculo que aglutine masas que ver a una persona recién asesinada. Todas las personas quieren verla de cerca, tocarla, mirar por dónde le entró la bala o la puñalada, cómo sangra, si tiene los ojos volteados, etc. Ese espectáculo que produce una atractiva sensación de horror y morbosidad es el elemento que diarios como El Caleño y el Q´hubo explotan como estrategia de ventas acompañado de un lenguaje impactante y persuasivo.


Opinión

El valiente Cazador de Gazapos Ethan Frank Tejada*

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Somos tendientes a fabular lo que nos desborda, por eso siempre fue urgente imaginar al corrector de estilo como a un gigante de armadura y espada filosa, y la norma como su escudero, no uno bonachón, piernicorto y de manos pequeñas. Visualícenlo con rictus de monumento, boca en bronce que luce inalterable ante una disculpa y portando su hoz para segar a quien tiene mucho por decir y cree que no sabe cómo hacerlo. ¿Que quién me da la licencia de un nosotros? ¿Qué no haga de mis traumas un coro? Para evitar la tarea tortuosa de recomenzar el párrafo en primera persona extiendo una invitación a hacer propia una pesadilla ajena: “ Estampa de bienestar, el maestro de los bigotes que nos recuerda la importancia de no tildar la palabra mamarracho porta un libro de ortografía. Bailan los signos sobre los hombros de los estudiantes, entonan rondas: Coma, coma, punto, punto, punto y coma, la claridad ya asoma; suspensivos, seguidos y aparte, las reglas hacen viva tu idea en cualquier parte; coma y punto, punto, punto, coma y coma, son tremendas pillas, encierran las citas y se llaman comillas; punto y coma, coma, coma, punto y punto, dos puntos, son maromeros, por no tener colas como las comas, a todas partes van juntos y son la puerta abierta a todos los asuntos; dos puntos, punto y coma, aparte, seguidos y suspensivos, no se puede acabar la canción, escúchese bien la exclamación: ¡¿ Sin los signos de admiración e interrogación?!” Aplauso cerrado, corifeo de imberbes: “Castellano, te amamos”. Reversa de la acción, lo

que estaba en plano general se construye de detalles, en los labios de los pequeños el verdadero sentido: Cascarrabias, te tememos. Vuelvo a la persona reprochada. Nos impusieron la norma antes de enseñarnos las delicias del equívoco, nos cazaron las faltas sin considerar nuestras posibilidades como relato. El Valiente Cazador de Gazapos enarboló las pieles, silenciando pulsiones narrativas. Dirá exhibiendo sus trofeos: ¡Nemotecnia! Lo tuvieron todo para aprender. Didáctica sin contenido; resulta peor que el antiguo testamento de la pedagogía: La letra con sangre entra. Son extraños seres los que se apasionan por la prohibición y el castigo, sin entender que no sólo se trata de plantear el juego, pues la maestría radica en saberlo significar. ¿Cómo? ¿Y qué sé…? Hablando del origen de las cosas, encontrando ahí la justificación de las convenciones, qué fácil resultaría aprender la c, la s, la z y sus diferencias; cabalgando sobre sus historias, sus vínculos íntimos con los acentos y sus valores para comprender la relación del abecedario español con su sistema fonológico; regando con luz la duda, que por no resuelta parece accesoria; y ubicando la geografía en relación directa con la lengua para comprender la dispersión del uso y la importancia de la grafía como certeza. “Desde 1803 contamos con veintinueve letras, eso lo debes saber si al español lo respetas; es padre exigente como ninguno. Desde 1803, lo podemos decir al derecho o al revés, 3081, juego del espejo, lo sabían Pedro de Alarcón, Cervantes y Miguel de Unamuno, lo sabía el señor de los

laberintos y el loco del reflejo: ¡el castellano en su grandeza puede dejarte perplejo! ¿Cuántas letras? Veintinueve, infinitas posibilidades de combinación. Esto no es ni ronda ni canción. El idioma al mundo mueve, es la lengua tu verdadera nación, habla, escrita y pasión, es madre que espera la trates con consideración”. Quisiera terminar de decir un: ¿Qué sé yo?, pero le temo a la espada. Por eso sólo me atrevo a disgregar: “Era posible sembrarnos de inquietudes, pero lo hicieron de sanción. Ahora cosechan silencio”. El Valiente Cazador de Gazapos se multiplica. Lo hace entre miles que cuelgan del equívoco la pretensión de ignorancia, seguidor tras los hombros de quien se atreve, remeditos de correctos incapaces de liar dos frases, pues no les corresponde la propuesta, sino el detrimento; errados del saber, lectores de forma que olvidaron sus fondos. Recuerdo una anécdota de la temprana infancia: “Entre todas era Ella y aun éramos Nosotros. Ella aprendió a ver a uno de Nosotros entre los renglones de su cuaderno de notas. Ella garabateó sus ansias, Nosotros develamos las impertinencias. El elegido leyó en voz alta la carta de Ella, señaló los equívocos con especial acento, Nosotros reímos a cielo abierto. Ella con el tiempo aprendió la manera precisa de escribir sus sentimientos, Nosotros seguimos hundidos en la burla. Hoy los verdaderos ignorantes de la historia quedan nuevamente al descubierto”. No pretendo el olvido de la norma, nada más lejano a mis intenciones, sólo llamo a encontrar un nuevo proceder ante el equívoco, pues la lapidación llena el aprender de bostezos y es débil lo que se asume sin seducción. Liar la lengua al cansancio y la molestia habrá de culminar en invasión, será el abordaje violento sobre nuestra expresión, pues el habla es un territorio de conquista; perderá sus ribetes El Valiente Cazador cuando flameen las banderas ajenas que sí contaron con los recursos para vestirse de placer o aventura. Urgente resulta no hacerse sordo ante las pulsiones de lo propio. En el error, la lección; en las orejas de los gazapos, no la oportunidad para halarlas, sino el placer de seguir siendo.

* Comunicador Social de la Universidad del Valle, docente de la Universidad Autónoma de Occidente, ha publicado cuatro libros y es director del programa “Agropacífico” de Telepacífico.


Cuento

Narrador off: La escena era grotesca. El cazador de gazapos yacía boca arriba en el piso de la biblioteca. Su rostro pálido contrastaba con el rojo sanguinolento de sus ojos desorbitados. Una lengua seca y resquebrajada salía vulgarmente de sus fauces, coronando una mueca macabra que sólo podría haber sido originada por el miedo absoluto. Sobre su abdomen la cabeza de una coma blanca asomaba embadurnada de una sangre más negra que roja. El resto de ella, la cola, se encontraba clavada en sus entrañas, como buscando los puntos, tildes y comillas que tantas veces él había encontrado mal ubicados. No era el final que habíamos imaginado para tan sofisticado personaje. Durante años había estado tras la pista de ese asesino, y finalmente el cazador terminó siendo cazado. No había ninguna nota. Ningún recorte de prensa que orgullosamente mostrara su obra, como en ocasiones anteriores. Era la primera vez que utilizaba una coma. Había recurrido a todo el alfabeto, todos los signos de puntuación y en unas tres ocasiones utilizó subrayados. Siempre nos preguntamos por qué razón no utilizaba la coma. Ahora lo sabemos: la estaba guardando para una ocasión especial. Asesino off: Fue una cuestión de suerte. Para ser un viejo era muy hábil. Siempre con su gabardina negra y el sombrero cubriéndole medio rostro. Parecía sacado de una película de Bogart. No fumaba. Tampoco chupaba un bombón para calmar la ansiedad. Era frío. Estoico. Calculador. Encontraba mi rastro siempre fresco. Me pisaba los talones. Me respiraba en la nuca. En cambio yo… nunca podía encontrarlo solo. Lo más cerca que lograba estar de él era en la escena del crimen. Rodeado de correctores de estilo, literatos y profesores de español. Era imposible acercarme. Comencé a dejarle pistas falsas en colegios, cartas de amor, periódicos y, especialmente, en los mensajes de texto transmitidos por teléfonos móviles o correos electrónicos. Siempre lo veía de lejos. No lograba escuchar su voz. Deseaba saber cuáles eran sus preguntas sobre mí. No se me había presentado la oportunidad. Hasta hoy. Narrador off: No era un desconocido para nosotros. Su ola de crímenes comenzó a mediados de los años noventa, aprovechando los escenarios creados por las nuevas tecnologías de la información. Era una tentación muy grande para él. Al principio prefería llamarse “H”. Era silencioso. Astuto. Modesto. Poco a

El asesino del Cazador de Gazapos

poco empezó a ganar confianza y refinó sus métodos. De la simple omisión de la “H” pasó a crímenes mucho más complejos como el cambio de la “C” por la “S”, el uso de la “G” como “J”, ocultar las tildes o fingir diptongos y diéresis. El cazador de gazapos ya lo tenía bien perfilado. Debía de ser joven, con una inteligencia superior al promedio y algún tipo de malformación mayúscula o minúscula. A pesar de las pistas falsas, el cazador sabía que las víctimas preferidas del ahora autodenominado “La H” eran los universitarios, profesores, gerentes de pequeñas empresas y profesionales de poca reputación. En menor medida se dedicaba a las amas de casa y niños de primaria. Su ritual pasó por el estrangulamiento de jóvenes vírgenes con largos signos de exclamación ; el uso de puntos suspensivos como proyectiles; accidentes fatales causados por subguiones atravesados en escaleras empinadas y finalmente la técnica de enterrar una “Y”, “W” o “Z” en los cuerpos de sus víctimas. Durante mucho tiempo el cazador de gazapos lo mantuvo dentro de un margen. Cercado. Controlado. Ahora… no sabemos qué pasará. No tenemos su experiencia. Es posible que en su ausencia los crímenes aumenten. Que la situación empeore. Estaremos desprotegidos. A merced de un criminal. Asesino off: En gran parte lo asesiné por la decepción. Cuando me acerqué a él aún estaba rodeado de gente. ¡Que si habían escuchado algo sobre los correctores automáticos de ortografía!, ¡que si nadie sabía lo que era un manual de estilo!, ¡que si aún utilizaban el signo de interrogación inicial en una frase! Preguntas sin sentido, acompañadas de una desesperante voz aguda que no tenía nada que ver con la grave que me imaginaba. Ese fue el

Sandro Buitrago*

detonante. De ahí en adelante todo sucedió rápida y fortuitamente. Creyó que era joven. Error número uno. Por ello no se percató de mi presencia. Me hice pasar por una víctima. Un estudiante de universidad que no sabía escribir, disfrazado con lentes oscuros y gorra. Se lo creyó. Me ofreció su ayuda. Le pedí que fuéramos los dos solos a la biblioteca. Aceptó. Error número dos. Estando allí sentó cátedra sobre los hiatos, el uso de las esdrújulas y la manera en que debía usarse la coma para enumerar objetos o personas. Error final. En medio de la conversación logré agarrar una de las comas que había escupido su boca. La apreté fuertemente con las dos manos y la empujé en su pecho. Cayó al piso. En ese momento me retiré las gafas y la gorra. Al ver mi rostro al desnudo descubrió la verdadera cara del horror. Su máximo temor se había hecho realidad: había sido vencido por “LA H”.

Reflexión final de “La H” Ahora me encuentro en un dilema. La ausencia de mi enemigo deja un gran vacío. Su presencia generaba en mí el deseo de continuar cometiendo crímenes. Tenía idealizada su perspicacia. Su capacidad. Sin embargo, no sé… es una condición. Es algo que está más allá de mí y no puedo manejar. Es el deseo incontrolable de aplastar, degollar, torturar, maltratar, atropellar o destrozar el idioma. Sé que aunque ahora no lo quiera, dentro de poko tienpo mé hestaré regodeamdo em hel simple plaser de acerloz eskirbir komo llo kiera.

* Comunicador Social de la Universidad del Valle y docente de las Universidades Santiago de Cali y Autónoma de Occidente.

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Frases célebres

Píldoras para concebir “El esfuerzo de utilizar las máquinas para emular el pensamiento humano siempre me ha parecido bastante estúpido. Preferiría usarlas para emular algo mejor”. Edsger Dijkstra

“El error es humano. Para estropearlo todo de verdad, nada mejor que una computadora”. Anónimo

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“Todos los libros del mundo no contienen más información que la que se emite como vídeo a una gran ciudad americana en un año. No todos los bits tienen igual valor”. Carl Sagan

“Todo lo que puede ser inventado ha sido inventado”. Charles H. Duell

Comisario de la Oficina de Patentes de EEUU, 1899

“¿A quién demonios le interesa escuchar a los actores hablar?” H.M. Warner, Warner Brothers, 1927

“Vivimos en una sociedad que depende de la ciencia y la tecnología. Prácticamente nadie sabe de ciencia y tecnología en esta sociedad”.

K.E. Iverson

(sobre la torre inclinada de Pisa)

Ken Olson

Presidente y fundador de Digital Equipment Corp., 1977

“Una máquina puede hacer el trabajo de cincuenta hombres corrientes. No hay máquina que pueda hacer el trabajo de un hombre extraordinario”. Elbert Hubbard

Carl Sagan

“Sólo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana”.

“Los ordenadores son como los dioses del Antiguo Testamento, repletos de reglas y faltos de piedad”.

Albert Einstein

Joseph Campell

“Tardó trescientos años en construirse, y cuando iba por el 10% ya se sabía que iba a ser un desastre, pero para entonces la inversión había sido tan grande que se sintieron obligados a seguir. Desde que se terminó ha costado una fortuna mantenerla y todavía está en peligro de caerse. No hay ningún plan para sustituirla porque nunca ha sido necesaria. Supongo que toda instalación de software tiene programas análogos a lo anterior”.

“No hay razón por la que alguien pueda querer un ordenador en casa”.

“La programación es una carrera entre ingenieros de software luchando para construir programas cada vez más grandes, mejores y a prueba de idiotas, y el universo intentando producir cada vez más grandes y mejores idiotas. Por ahora, gana el universo”. Rich Cook


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Reinventar la ciudad William Ospina*

Alguna vez leí que Cali fue fundada donde hoy se encuentra porque los fundadores consideraron que estaba en un lugar privilegiado, por su cercanía a Quito y a Panamá. Hoy (¡cuánto nos hace retroceder el progreso!) nadie en Cali piensa que Quito y Panamá estén cerca.

ticamente inaccesibles para el común de los mortales, y en ese entonces a la gente le bastaba sus dos pies, un buen caballo o una buena embarcación para recorrer esas distancias. Cali fue en otro tiempo no sé si la ciudad más hermosa, pero la ciudad más

Pero claro, es que ahora hay aviones, prác-

amable de Colombia, y todavía estaría en

* Escritor, traductor y ensayista.


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condiciones de serlo; Cali fue uno de los más gratos sitios para vivir que pudieran nombrarse. Yo tuve el privilegio de llegar aquí, huyendo con mi familia de la violencia del centro del país, a comienzos de los años sesenta. En ese entonces no nos llamaban desplazados, pero ciertamente lo éramos. Veníamos de otras bellezas geográficas, aunque más melancólicas, de los abismos de Letras y sus paisajes desdibujados por la bruma, de la tristeza de las campanas entre los pinos de tierra fría y la música campesina de unos cafés a donde entraban los hombres a caballo. Fue para mí desembarcar en la otra cara

de la luna llegar a esta ciudad de ceibas y samanes, de palmeras y sol incansable, de atardeceres largos y rojos en los que a cierta hora la brisa empezaba a cerrar sonoramente las puertas, donde había muchachos negros de grandes sonrisas vendiendo mangos y chontaduros en las esquinas, donde abundaba la belleza humana, una belleza complacida consigo misma, que no ocultaba su cuerpo, donde todos los seres tenían ritmo y donde el baile ponía en acción el cuerpo entero desde bien temprano. Para alguien que venía de la montaña y de la violencia, Cali era un mundo lleno de colores; aquí se sentía la diversidad de las razas y de las tradiciones. Para mí fue también pasar de la vida casi rural a la vida urbana, donde la radio efundía fabulosos terrores, llegar a la espaciosa y golosa penumbra de los cines matinales, ver desde las terrazas de Guayaquil, cerca de mi colegio de franciscanos, la progresión de los barrios hacia el horizonte de la llanura, sentir los desmesurados basurales de la galería, vivir los largos recorridos en bus por los barrios que nunca terminan y los paseos de domingo que congregaban a centenares de personas a orillas de los ríos más frescos del mundo, bajo árboles enormes, oyendo en la lejanía casetas llenas de mambos y pachangas, de los merengues traviesos de Pacho Galán y de la emoción contagiosa de Lucho Bermúdez. Desde los humildes negocios de barrio donde mi hermano y yo devoramos toda la mitología de las historietas de los años sesenta hasta los largos campos de fútbol a donde iban en excursión los colegios a celebrar sus campeonatos, desde las piscinas de baldosas ardientes hasta las ventas de hojuelas y de algodón rosado en las ferias de diciembre, Cali estaba infinitamente viva, y un laberinto de ruedas de Chicago, circos pobres y túneles del terror nos marcaron la vida para siempre. Por eso en cuanto pude volví a


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Cali a acabar de educar el corazón en las fiestas de la amistad y en los banquetes de la inteligencia de los años setenta. Ustedes estarán por decirme “Caballero, no lo invitamos a que nos hable de sus emociones sino del papel de la ciudadanía en la reinvención de la ciudad.” Pero yo pienso responderles que si bien de este tema es posible y necesario hablar en términos técnicos y políticos, en primer lugar hay que hablar en términos humanos, porque una ciudad puede ser asunto de leyes y de presupuestos, de normas y de inversiones, de planeación y de fiscalización, pero es en primer lugar un asunto de vida y de convivencia, de felicidad y de belleza. Lo primero que he venido a decir es que nunca he conocido una ciudad tan propicia para la vida y para la amistad, para la creación y para la celebración, para

las pasiones personales y para los sueños colectivos, y que tiene que haber sido un gran extravío lo que hizo que Cali perdiera por un tiempo su norte y su espíritu, y se convirtiera en una ciudad peligrosa y sórdida, maltratada y desesperanzada. Los dos momentos magníficos de la ciudad que me fue dado vivir correspondieron a dos esfuerzos conscientes y enormes de la dirigencia y de la ciudadanía. La Cali de 1962, que llenó mis sueños de infancia, acababa de salir de la pesadilla de la catástrofe de los años cincuenta, que arrasó con una parte considerable de su estructura urbana. Recuerdo que yo llegué a vivir sin saberlo precisamente cerca de la zona que había sido destruida por la explosión seis años atrás. En la Calle 26 con 18, en el barrio Saavedra Galindo, nació mi vida caleña, cerca a las paralelas


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del ferrocarril. Cali había sorteado la tragedia con tenacidad y con alegría, y yo no recuerdo haber sentido ni un solo día la huella de aquella calamidad tan reciente. Había pobreza, por supuesto, pero la única violencia que me fue dado vivir fue la vaga leyenda del “Monstruo de los Mangones”, que por entonces era no sólo un rastro de cadáveres exangües de niños abandonados en los pastizales sino también un recurso de los padres para controlar mejor a sus hijos. Mi segunda llegada a Cali fue diez años después, en 1972, y la ciudad acababa de vivir su rediseño con motivo de los Juegos Panamericanos del setenta y uno. Se habían estrenado parques y vías, y el espíritu de la época lo llenaba todo: hippies floridos vendiendo artesanías por la Sexta, la salsa y el rock apoderados de la noche, la oratoria insurgente agitando los pasillos y los auditorios de las universidades, y todavía la Carrera Octava llena de cantinas donde lloraban en sus discos los tangos viejos; las últimas flores del nadaísmo abriéndose en las tabernas estudiantiles, las peñas llorando a los muertos de Chile, el teatro nutrido de política, Gardeazábal discutiendo con Charlie Pineda de Chipichape a la Cam-

piña, los círculos de estudio de El Capital, Estanislao Zuleta prodigando su sabiduría en las noches de Menga, las pausas salseras de los socialistas en el Habana Club, los paseos por el apacible recodo de cauchos del Museo La Tertulia, Fernando Garavito dirigiendo el suplemento cultural Estravagario, las noches grandes rayadas de trompetas del Séptimo Cielo y del Honka Monka, la rumba hasta el amanecer en Agapito, viendo morir las últimas estrellas sobre el río Cauca, y las intrigas palaciegas de la corte del Rey Charlie, y Óscar Muñoz dibujando sus casas frescas y sombrías donde unas damas silenciosas veían las novelas en el transistor, y Ever Astudillo dibujando siluetas de hombres solitarios en la penumbra de los cines, y Andrés Caicedo hablando con la muerte en medio del estruendo, y el Café de los Turcos de cada día, y tantos adolescentes leyendo a Lawrence Durrell y a Sábato, a Cortázar y a Henry Miller, a Thomas Mann y a Sigmund Freud, yendo de Viento Seco a Los ríos profundos, de Residencia en la tierra a Temblor bajo los ángeles, de La Cabra de Nubia a Templanza Lasprilla, una generación apasionada e insolente sintiendo que la historia universal estaba a punto de comenzar. Las mejores ciudades del mundo son aquellas por las que se puede caminar. Caminar las ciudades es condición indispensable para amarlas, para cantarlas, para que se conviertan en sitios de encuentro y en sitios de verdadera convivencia. Las ciudades pierden su rumbo cuando se convierten en tierra de nadie, cuando se diseñan más para los carros que para la gente, más para el poder que para el disfrute, más para la competencia que para la convivencia. Ciudades como París, como Nueva York, como Madrid, han logrado que las tiranías de la modernidad no priven a sus peatones de espacio para la vida, para andar y para conversar, para compartir y para celebrar. Cali fue


Artículo espléndida en aquellos tiempos porque era caminable: era posible recorrer sin sobresaltos las orillas del río desde la Clínica de los Remedios hasta Santa Rita, era posible caminar por la Avenida Sexta desde el Paseo Bolívar hasta el Drive-in de la Campiña, era posible caminar por el parque del Acueducto y por el Cerro de Los Cristales, era balsámico caminar por Juanambú y por Santa Mónica, entre el aroma de las camias, por San Antonio y por San Fernando, por Alameda y por la Calle Quinta, por Junín y por Santa Elena. Y yo siento que una visión absurda cambió después la prioridad de los peatones por la de los vehículos, y el paseo por las orillas del río y muchos otros recorridos posibles se convirtieron casi en pesadillas. El puente de la Quinta sobre el

río, por ejemplo, cortó uno de los espacios más humanos de la ciudad, y yo, que no sé nada de técnicas de urbanismo, me pregunto si no habría sido mejor hacer pasar la avenida por debajo del río. Si han podido pasar el Metro por debajo del río Sena en París, por la zona de Notre Dame, siendo ese un río muchísimo más grande y profundo, no creo que fuera indispensable alzar esa muralla que borró buena parte de los esfuerzos de la ciudad por salvar su pequeño río y convertirlo en un bello escenario para la vida en comunidad. Pocas ciudades como Cali hicieron siempre de su río un espacio integrado armoniosamente al tejido urbano. Medellín, con un río mucho más grande y caudaloso, creció lejos del río, sin habitar ni hermosear sus orillas, y es muy reciente el esfuerzo de la

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ciudad por tener algún contacto con esa elemental fuente de vida. Es una lástima que Cali haya olvidado por un momento uno de sus mayores logros, y que la fascinación por el cemento y por los puentes haya malogrado el espacio desde donde debió partir un rediseño urbano orientado por la convivencia y el disfrute del paisaje natural. Algo grave también ocurrió en la Avenida Sexta. No sé a qué administración se le ocurrió entorpecer de tubos y de parterres inútiles una avenida en la que si algo faltaba eran buenos y espaciosos andenes para la circulación de peatones. Una avenida que fue en sus tiempos una gracia de vegetación y de movimiento se cambió en un espacio de dificultad y de estruendo, y perdió casi todo su encanto. Si algo hizo a Cali tan grata en otros tiempos fue la conciencia de sus dirigentes del escenario privilegiado que la ciudad ocupaba. Ello exigió de los urbanistas de entonces, como lo exige de los de ahora, conocimiento de la ciudad, de su topografía, de su clima, de sus especies vegetales, de su historia, de su composición humana, de sus tradiciones. Hay que entender la ciudad como escenario económico y como lugar de servicios, pero también hay que entenderla como morada, como sitio de encuentros, como leyenda y como mitología. A diferencia de las otras criaturas, los humanos no vivimos en la naturaleza sino en el lenguaje, en la memoria, en ese conjunto de tradiciones y de símbolos que hemos dado en llamar la cultura. Europa convirtió sus ciudades, sus plazas, sus calles, en redes de la memoria, sitios para evocar el pasado y para meditar sobre él. Una galería de nombres ilustres, de héroes, de pensadores, de artistas, que bautiza las calles y las plazas ha humanizado el paisaje urbano y ha llenado de temas la literatura y el arte. Otras regiones del mundo prefirieron, como los Estados Unidos, dar a sus calles nombres de árboles (Maple, Oak, Willow Street) o de otros


Artículo elementos de la naturaleza. Recuerdo una colonia de Ciudad de México donde las calles se llaman Agua y Fuego, Piedra o Luna. Esas ciudades llenan así su espacio físico de referencias y leyendas, de evocaciones y de sueños que pueblan su vida de resonancias y de símbolos. Esas cosas, por supuesto, no se hacen por decreto; tienen que nacer de la imaginación popular, pero para ello se requiere que las administraciones y los gobernantes tengan los oídos atentos al creativo rumor popular. La gente sólo deja de inventar cuando no se siente autorizada a ello, y creo que nuestras ciudades de mil modos distintos han acallado la creatividad de su gente, ya que nadie ignora que aquí imperaron por mucho tiempo unos patrones mentales que partían del supuesto escandaloso no de que los pobres estén equivocados sino de que los seres humildes son un error. Creo que es una pobreza de nuestro vivir el que todas las calles sean números, y lo que ganamos en supuesto sentido práctico lo perdemos en riqueza mitológica, en fuerza de la imaginación, en sentido literario y estético. No son hechos insignificantes: es mucho más memorable haberse enamorado en la calle Fuego que en la calle 47. Creo que una condición para que los ciudadanos amen su ciudad es hacer un esfuerzo por que sea bella, por que sea grato recorrerla y habitarla, pero sobre todo es necesario que los ciudadanos se sientan pertenecer a ella. Amamos a una ciudad porque hemos sido felices en ella, pero sobre todo la amamos porque nos hemos sentido parte de ella, porque sabemos que ella nos acoge y nos permite ser nosotros mismos. Mientras que en Colombia hay muchas ciudades a las que nunca se les ha hecho una canción, hace algunos años a Cali se le componían con frecuencia canciones nuevas y hermosas. Y ello significa algo. Muchos de los que le cantaron a París no siempre eran felices en

esa ciudad, pero sí se sentían entrañablemente parte de ella. Verlaine incluso dice cosas siniestras de su ciudad, pero las dice con amor y de un modo hermoso: “Arrastra, triste Sena, tus olas indolentes, con un hedor malsano pasan bajo tus puentes muchos cuerpos sin vida bajo la niebla gris, a cuyas almas tristes hizo morir París”. Hace algunos años, después de un viaje por ciudades alemanas, bellas pero tensas y hostiles con el visitante, volví a París, donde había vivido años atrás, y tuve de pronto una inesperada sensación de libertad. París puede ser una ciudad tan hostil y mezquina como cualquier otra en términos materiales, pero cuando uno se suelta a andar por sus espacios siente que todo le pertenece: las calles y los parques, las magníficas estatuas y las fachadas de los palacios; cada puerta, cada esquina, tiene un adorno gratuito que está allí para todo el que quiera mirarlo y disfrutarlo; aquí hay una fuente, allí hay una vitrina bien pensada y bien diseñada, allá hay una venta de libros viejos, más allá una mujer

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junto a un burrito vendiendo pequeñas bolsas de seda llenas de flores de lavanda para guardar en los armarios, hay un hombre cantando viejas canciones francesas en un parquecito, y las personas se detienen y se balancean al ritmo de la música; allí hay un puesto de frutas cuidadosamente dispuestas, allí exhiben palomas enormes y blancas, liebres desmesuradas, faisanes de vivos colores, grandes huevos de ganso. Hay bancas disponibles en los parques. Todo está hecho para ser disfrutado, y la persona más pobre de la ciudad disfruta tanto o más que los ricos el escarceo de los potros de piedra del puente Alejandro III, la cúpula dorada de los Inválidos, la estatua desbordante de Balzac hecha por Rodin, las verjas negro y oro que bordean los parques, el grupo escultórico de Carlomagno, el anciano que pone migas de

pan en los dedos de las muchachas para que vengan a picotearlas en nube los gorriones, el muchacho vestido de negro que toca el violín junto a la avenida de estatuas. Dejando de lado las grandes construcciones, los palacios, las grandes obras de ingeniería –muchas de esas cosas son posibles en cualquier parte, no son una cuestión de riqueza sino una cuestión de actitud y de buen gusto– yo siento que Cali siempre tuvo esa capacidad de brindarse, de no hacer sentir ajenos a los paseantes. Recuerdo que cuando llegué, a los diecisiete años, solía recorrer la ciudad con avidez y con deleite, y nunca nada ni nadie le obstaculizó a ese muchacho provinciano el disfrute de las calles ardientes del centro, de las lluvias de guayacanes de la Avenida Sexta, del bullicio de las

chicharras por Santa Mónica, de la fresca sombra de las ramas del caucho junto al Museo La Tertulia, de los prados sombreados de bambúes por la orilla del río, de las frescuras del río en Santa Rita, de las cáscaras de cigarras todavía adheridas a los árboles en el parque del Acueducto, de la gran ceiba deshojada subiendo a los Cristales, que ciertos días del año se llena de pomos de miel que muerden los murciélagos y arroja en algodón al viento sus semillas; de la Torre Mudéjar, de la colina pensativa de San Antonio, de la ceiba madre de la 44, de las piedras y los espejos de agua de Pance. Estoy seguro de que eso no correspondía a la política de nadie, a las intenciones de nadie, sino al espíritu espontáneo de la ciudad, y yo pude apropiarme de esos espacios y amarlos como una po-


Artículo sesión personal que me daba alegría y sosiego. Desde entonces sé que la ciudad debe dejarse poseer por sus habitantes y por sus visitantes, que de esa generosa hospitalidad nacen todos los bienes, la paz y las canciones, la convivencia y la prosperidad, y que en cambio cuando las ciudades se enajenan al espíritu de lucro y de mezquindad, cuando los espacios públicos se entorpecen o se privatizan, empezamos a vivir la ciudad como sin derecho a ella, sin derecho a recorrerla ni amarla, empezamos, los visitantes y también los habitantes, a sentirla como algo ajeno, como algo hostil, y de allí sólo faltan unos pasos para llegar al peligro, a la amenaza, a lo inhóspito. Por eso un mismo escenario privilegiado por la naturaleza, por el clima, por la calidez humana, puede cambiarse de una década a otra en lugar de asechanzas y recelos, en espacio

de fragmentación y de aislamiento, en reino de la neurosis y de la soledad. Qué bello es volar sobre el Valle del Cauca. Qué espléndida la llanura, qué verde de los sembrados de caña, de los macizos de guaduales entre las siembras, cómo serpentean las cañadas, cómo se ven las ceibas diminutas y los samanes mínimos allá abajo nevados por las garzas. El mundo es tan paradójico y extraño que hasta los incendios son bellos. Pero de pronto el avión se acerca a las orillas de la ciudad, y uno ve cómo, separados por un río terroso y magnífico, a un lado está todo el esplendor de la naturaleza y al otro está toda la tragedia de la humanidad. De este lado, cuánta tierra sin gente; de ese otro lado, cuánta gente sin tierra. Gentes hacinadas en madrigueras sin servicios, la vida en las barriadas polvorientas, muchedumbres despojadas

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32 de presente y de futuro en una región de asechanzas, de competencia y de peligro, justo al oeste del paraíso. Qué bueno sería que la gente pobre accediera al umbral de la dignidad desde donde es ya posible emprender la lucha por la superación; que escapara del estadio paralizador donde nada es posible; qué bueno sería que también la gente rica accediera a ese otro umbral de la dignidad que es el sentido de responsabilidad social, que llegaran a sentirse parte del mundo del que derivan su riqueza y su bienestar. Depende de todos nosotros, pero en primer lugar de quienes más se benefician del esplendor de nuestro mundo, y de quienes han asumido la responsabilidad política de administrarlo, superar este dramático contraste entre el todo y la nada, entre la opulencia y la postración, entre el hartazgo de los satisfechos y la

penuria de los que ven amanecer con angustia y con miedo. Colombia lleva demasiado tiempo comprobando que de este crecimiento caótico, no dirigido por ninguna intención civilizatoria, sólo brota un mundo primitivo y violento donde todo tiene que resolverse por la vía de la arbitrariedad, de la arrogancia o del resentimiento. La construcción de un mundo humano no se puede dejar a la inercia de los egoísmos particulares: exige voluntad, disciplina, generosidad, ética, sana filosofía y sana política. La economía no se puede dejar en manos de la ciega competencia, ni del mercado irreflexivo, ni de la violencia sin escrúpulos: requiere inteligencia, planeación, diálogo, considerar las necesidades reales de los seres reales, proteger los recursos, dignificar a las comunidades, invertir en convivencia, en cultura y en dignidad.


Artículo Es bueno oír la enunciación de los grandes principios que deben regir a las comunidades urbanas: solidaridad, autonomía, equidad, transparencia, solución pacífica de los conflictos, democracia participativa y compromiso colectivo, pero es necesario pasar rápidamente de la enunciación abstracta de esos principios a llenarlos de contenido práctico. Para que haya solidaridad es necesario que los ciudadanos se identifiquen unos con otros, y ello requiere memoria compartida, juegos urbanos que nos aproximen y nos hagan perder la desconfianza, tareas comunes, espacios de encuentro, educación ética, fiestas que enseñen y ennoblezcan. Para que una comunidad pueda ser autónoma se requiere carácter e información, conocimiento de la región y del país, claridad de los intercambios, conciencia e iniciativa ciudadana. Para que haya equidad es importante que las personas se sientan valoradas y escuchadas, no sólo que la ley los trate como iguales sino que ellos mismos, en la soledad de su conciencia, se sepan iguales en dignidad, en derechos y en responsabilidades. Y ninguna necesidad es más urgente en Colombia que la conquista de un sentido del orgullo individual unido a una conciencia de lo necesario para todos, un sentido de responsabilidad insobornable. Para que haya transparencia se necesitan por igual la ética de los funcionarios y los eficientes mecanismos de control social; no basta que las paredes del Estado sean de cristal, también es necesario que los ojos que miran al Estado sepan distinguir entre las prácticas decentes y las prácticas corruptas. Existe la colaboración indeseable de unos funcionarios que violan la ley a ojos de todos y una ciudadanía que se alza de hombros por negligencia o por impotencia. Cada uno de esos principios, pues, requiere reflexión y desarrollo. Así aprenderemos a hablar no sólo del derecho a la vida, del derecho a la

Qué bueno sería que la gente pobre accediera al umbral de la dignidad desde donde es ya posible emprender la lucha por la superación.

salud, de la dignidad de cada quien, sino del derecho a la ciudad, del derecho a la recreación, del derecho a la belleza. Porque no sólo hay que escapar del reino de la necesidad al reino de la libertad, sino que cada día debemos dar algún paso en ese sentido. Las administraciones deben tener proyectos a corto y a largo plazo, compartirlos con la comunidad y convertirlos en procesos y en dinámicas. Hoy, cuando se habla de una ciudad visionaria, es aun más necesario tener conciencia de todo lo que la ciudad ha sido, despertar la memoria, situarse en el territorio, valorar todo lo que aquí se ha creado y permitirse soñar con libertad lo que la ciudad puede llegar a ser. Sin descuidar las responsabilidades del presente hay que tener sueños, sueños arquitectónicos, sueños urbanísticos, sueños comunitarios, sueños culturales. Cuando los sueños son pertinentes, tarde o temprano aparecen los recursos. Hoy, cuando se habla tanto de seguridad, hay que recordar que la mayor seguridad es poder confiar en los vecinos, es sentirnos rodeados de personas que tienen lo indispensable, de personas que han sido tenidas en cuenta en el diseño de la ciudad; nada es más peligroso que lo que dejan por fuera los mil torpes mecanismos de la exclusión. Y es apenas justo que todo lo que excluimos se vuelva peligroso. Bien

dicen los sabios que el destino castiga más duramente la negligencia que la maldad. La ciudad no sólo está en la ciudad; vivir en el espacio urbano exige conciencia del mundo. Y ahora más que nunca. ¿Cuántas personas en Cali saben que la provisión y la pureza del agua que sale de sus grifos depende, por ejemplo, de la protección de los Farallones, del control a la tala de bosques y a la contaminación en la cuenca del río Pichindé y en Felidia, de darles una correcta solución a los invasores de esas cuencas, arrojados allí por la necesidad o por otras razones? ¿Cuántas personas saben de dónde viene el agua que beben, los alimentos que consumen? ¿Cuántas personas saben a dónde van después las aguas que desechamos, ya cargadas de detergentes, de aceites, de metales y de plásticos? No puede haber una mejor ciudadanía sin una adecuada información ambiental y sin una educación que vaya más allá de la información, que sensibilice, que nos haga sentir parte de la región, parte del planeta. Para esa educación las aulas son las calles y los parques, las casas y los medios de comunicación, el diálogo familiar y el diálogo callejero. Establecer una relación correcta entre los derechos humanos, sobre los que hay que insistir sin tregua, y los deberes humanos, que se olvidan todavía más, es uno de nuestros mayores desafíos. Finalmente, hay que hablar de la leyenda de la ciudad. Como decía antes, los humanos no vivimos en la naturaleza sino en el lenguaje, o dicho de otro modo vivimos en la naturaleza a través del lenguaje, que sitúa y explica, que ordena y establece las prioridades, que establece toda valoración y todo disfrute. Por eso es fundamental la cultura. A través de ella habla el sentido profundo de la comunidad: en las músicas y las danzas, en la gastronomía y en la artesanía, en las fiestas populares y en la memoria verbal, en lo colectivo y en lo individual, en las

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artes y en las letras la conciencia profunda de la especie y la intuición de la humanidad se abren camino, se hacen visibles y perceptibles. Por eso la ciudad, más allá de su tejido urbano, de su sistema de fábricas y comercios, de circulación y drenaje, de su tejido residencial y recreativo, de sus sistemas de transporte y de comunicación, es también un organismo invisible hecho de memoria y leyendas, de mitos y de imaginaciones, de símbolos y de música. Y esa mitología de la ciudad a veces llega a ser más importante para el mundo que la ciudad física sobre la que esos símbolos reposan. Y hay ciudades de las artes, como Florencia; ciudades del pensamiento, como la Atenas clásica; ciudades fantásticas como Venecia; ciudades de la fiesta de las razas, como Río de Janeiro; ciudades globales, como Nueva York; ciudades que han querido ser el mundo, como Londres. Cali es una ciudad donde se fusionan muchas realidades: hay que permitir que dialoguen a través de todos los lenguajes. Cali es un diálogo de negros y blancos, de inmigrantes de todo el país, de la llanura con la montaña, de los Andes con la cuenca del Pacífico, de

la agricultura con la industria. Cali sólo puede ser un diálogo de culturas, y ya lo era desde los tiempos de la María de Jorge Isaacs, uno de cuyos capítulos rastrea los orígenes de las mayorías negras que le dan a la ciudad buena parte de su alegría, su sabor y su ritmo. Hay que dejar florecer nuestros mitos, hay que escuchar la voz profunda de las comunidades, hay que desatar procesos, porque nuestras comunidades están llenas de iniciativas a las que no se les puede trazar todo su derrotero, que deben evolucionar por sí mismas, guiadas, como siempre en el arte, más por la intuición que por la razón. Las políticas pueden equivocarse, pero las costumbres civilizadas, los sitios de encuentro, los relatos, la gastronomía, las canciones, las músicas, las artes verdaderas, sólo nacen cuando son necesarias, y tal vez por eso nunca se equivocan. Muchas gracias.

(Texto leído en el marco del Segundo Foro de Cultura Ciudadana y Políticas Públicas, realizado en el Centro Cultural de Cali el 22 de noviembre de 2007). Fotografías: Catalina de Roca


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¡40 años! Lisandro Penagos Cortés.*

A María Claudia, por los años maravillosos

1968 fue bisiesto y bisiesto terminado en ocho, como este 2008 que ya se comió la mitad del bizcocho. Y ese año, justo a mediados de ese año, nació quien escribe; lo que no le importa sino a mi mamá, a dos o tres familiares muy cercanos y a una que otra desdichada mujer que ha padecido el infortunio de mi compañía. Sin embargo, es para algunos –sobretodo para los nostálgicos sesentones– el más agitado e inquietante año del siglo xx. Para mí fue por muchos años sólo el año en que llegué a este mundo. Nací sietemesino, el 27 de junio, tal vez producto del galopante trote de mi primeriza madre que no sabía entonces –ni sabe ahora– que el reposo y la quietud también son cualidades en la actividad. Arrullado en sus brazos y envuelto por kilos de ropa y mantas que doblaban mi peso físico asistí a dos milagros cuando no había vivido dos meses: un hombre que no era mi papá le juró amor a mi mamá y a su vástago; y un pueblecito del Tolima, perdido en las estribaciones de la cordillera Oriental, seguía con devoción y cierta incredulidad la transmisión por televisión de la visita del Papa Pablo VI a Bogotá, la primera de un Santo Padre a suelo

americano. Por supuesto, no recuerdo ninguno de los episodios, pero puedo contarles que en ese pueblito había cinco televisores, que el hombre aquel cumplió y que debieron pasar dieciocho años para que otro Sumo Pontífice visitara el país. Se había invertido el sesenta y ocho y con el pelo largo, un bozo incipiente y la contraseña de la cédula en el bolsillo, vi a Juan Pablo II en 1986. En 1968 el presidente de Colombia era Carlos Lleras Restrepo. Tercero del congelador político llamado Frente Nacional, le decían “el chiquito Lleras” y fue grande sin ser alto. Había vaticinado a sus compatriotas que ese sería un año de grandes cambios. Organizó el treinta y nueve Congreso Eucarístico Internacional y creó el Pacto Andino. Presentó renuncia ante el Congreso. No se la aceptaron. Presionó. Modernizó instituciones. Su gestión económica fue admirable: baja inflación e independencia frente a las imposiciones del Fondo Monetario Internacional. Hoy se cita como su frase más célebre una de las menos importantes: Son las ocho de la noche. A las nueve de la noche no debe haber gentes en las calles. Su grandeza aún sostiene a su descendencia:

* Comunicador Social – Periodista de la Universidad Autónoma de Occidente, docente de las universidades Santiago de Cali y Autónoma de Occidente. En su trayectoria cuenta con varios premios de periodismo, es director del programa “Amaneciendo” de Telepacífico.

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En el mundo pasaron muchas cosas en 1968, tantas como hechos ocurren todos los años, aunque en ese hubo más que hechos, sucesos.

Lleras de la Fuente y Vargas Lleras. Estirpe y ralea, creo. Por estos lados abolengo y linaje ya hacían de las suyas. En 1968 la Gobernación de Valle del Cauca estuvo en manos de Libardo Lozano Guerrero (agosto 20 de 1966 a septiembre 15 de 1968) y Rodrigo Lloreda Caicedo (septiembre 16 de 1968 a agosto 18 de 1970); y la Alcaldía de Cali la compartieron ese año Luis E. Sardi Garcés (septiembre de 1966 a septiembre de 1968) y Marino Rengifo Salcedo (septiembre de 1968 a agosto de 1970). ¡Cuánto ha cambiado todo! Igual, a mi pueblo no se le ha podido quitar aún el diminutivo. Produce café, ganado y mucha lástima. San Antonio Abad del Páramo de Nuestra Señora de los Dolores (Dolores, Tolima, en el mapa de Colombia) es un uno de los 684 municipios del país donde la guerrilla y los paramilitares han hecho metástasis. Llegó del todo la televisión, en cobertura, hay muchos televisores pero no ha entrado de lleno el progreso. En el mundo pasaron muchas cosas en 1968, tantas como hechos ocurren todos los años, aunque en ese hubo más que hechos, sucesos. Trascendentes y determinantes, casi todos asociados con la muerte que invariable arrastra consigo la esperanza. El 1 de febrero la ejecución de un guerrillero vietcong a manos del jefe de la policía de Vietnam del Sur le dio la vuelta al mundo, un mundo que siguió la transmisión en directo de la primera guerra que perdía Estados Unidos. No sirvieron 110.000 toneladas de bombas. El 4 de abril –cuatro años después de recibir el Nobel de Paz– fue asesinado Martin Luther King Jr., estandarte de la no discriminación y la no violencia; en mayo estalló París, ocho estudiantes de la Universidad de Nanterre con banderas rojinegras y un puñado de frases se inscribieron en la historia. “Prohibido prohibir”. Un millón de manifestantes y un muerto. El 5 de junio fue ultima-

do el que vivió siempre con la idea de ultimar a Fidel Castro, Robert Francis Kennedy. El 21 de agosto cerca de cinco mil tanques y un ejército soviético de doscientos mil hombres invadieron las calles de Praga y aplastaron las flores de la primavera que pedían libertad. El 2 de octubre el ejército mejicano abrió fuego sobre una multitud de quince mil estudiantes y otros tantos trabajadores que armados con claveles rojos en sus solapas protestaba contra la represión. Nunca se pudo establecer el número de muertos, (la cifra podría ser cualquiera entre 300 y 500). Ese año –reitero– pasaron muchas cosas, y tal vez la más significativa sea que muchas personas en el mundo comenzaron a sospechar que esa manada que descendió del altar del amor al atrio del sexo, esos mechudos que se fumaron Woodstock y otras hierbas –cuya realidad era tan vaporosa como el humo de su ambiente acompasado con el rock–, esos harapientos que impusieron la chucha como aroma de la libertad y el bluyín como símbolo de juventud, tenían razón: era mejor hacer el amor que la guerra. En el sesenta y ocho la mujer que amo tenía cinco años. Para vergüenza de la humanidad se confirmó ese año que siempre parecieran dar más los que tienen menos y que los grandes cambios son desencadenados por acontecimientos concretos producto de hechos aparentemente aislados aprovechados por líderes coyunturales. ¡Qué gran año fue 1968!, pero no para nacer, sino para haber tenido veinte años; pero no soy sesentón, tengo sólo cuarenta. ¡Cuarenta años! Si no fuera por la virgulilla, ese trazo ondeante encima de la ene, no existirían ni los sueños, ni los dueños, ni los niños, ni los daños, ni los rasguños, ni las mañas, ni las uñas, ni los cañones, ni el cariño, ni los años que serían entonces… meses, sólo meses. Todo gracias a ese gran diminutivo de vírgula.


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Soy feminista y me gustan los piropos Sofía Carvajal*

Desde que tengo uso de razón he rechazado todo tipo de dominación del hombre sobre la mujer, he creído ciegamente en la autonomía de ésta y en la lucha del feminismo como movimiento que reivindica nuestros derechos, sin caer al extremo de pensar que debemos hacer todo lo que los hombres hacen, y me uno a la postura de la periodista Leila Guerrero en su artículo “Me gusta ser mujer y odio a las histéricas”: “Me niego a agregar mi firma al pie de tanta revista femenina que define a las mujeres como esos seres a los que la depilación les duele, la menstruación les molesta y no encuentran placer más grande que reunirse entre ellas para hablar de cosas de chicas”. Como buena soñadora pongo cuidado a las cosas más simples de la cotidianidad; una de esas terminó siendo, después de muchos incidentes, enlatados y sonrisas, el piropo. Y es que me declaro defensora fiel de todo acto de coquetería y seducción, de las sensaciones que nos despierta un movimiento de ojos o de caderas, la sonrisa precisa y la cercanía necesaria. El

piropo hace parte de este gran combo coqueto, por eso para mí es importante como expresión humana de cortejo y admiración. He distinguido varias modalidades del piropo: • El piropo como cortejo • El piropo como cumplido • El piropo callejero Aquí solo me referiré al piropo callejero, pues es el que me desvela y en el que entro en abierta contradicción con mis amigas feministas. El piropo como cortejo y como cumplido no tiende a presentar la dualidad de interpretaciones y usos que sí adquiere el callejero. El piropo en la calle tiene dos condiciones que lo convierten en ese habitante continuo de nuestra ciudad al que no le ponemos cuidado: primero, sucede entre desconocidos, por lo que muchos dicen que no tiene repercusiones; puede ir de un insulto a un elogio. El segundo pasa tan frecuentemente que se nos volvió pan de cada día, sobre el que poco reflexionamos.

* Estudiante de Comunicación Social de la Universidad Santiago de Cali. Sus primeras experiencias en el campo de las letras recorren el camino que marcó con el ejemplo su padre, el escritor Lizardo Carvajal.

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Los piropos callejeros pueden tener un efecto dual en las mujeres: el de hacernos sentir halagadas o el de asustarnos y agredirnos, y es que no rechazo la posibilidad de que nos digan algo en la calle: ¡Qué bonita estás!, ¡Cómo te queda de bien ese color!, frases que a lo sumo nos pueden producir un pequeño rubor en las mejillas y máximo nos harían contonear un poco más las caderas. Ahora, lo que sí no admito es la agresión y el insulto. Para mí cualquier frase callejera que bajo el disfraz de piropo ataque la dignidad debe estar condenada. ¡Piropos sí, insultos no! Esa es mi bandera de defensa cuando salgo a recorrer las calles de la ciudad y no sé con qué me voy a encontrar. El piropo como práctica cultural tiene su presencia en esa latinidad que nos caracteriza a los nacidos en esta parte del planeta, hace parte de ese sabor que causa la música, la comida, las fiestas, la alegría, nuestra forma de vivir y subsistir; expresión que en ciudades con las condiciones del clima, el ambiente musical, las tradiciones sociales y la cultura como Cali tiene una representación mayor que en otros espacios de nuestra geografía. Cali –como alguna vez se lo escuché en una conferencia al escritor William Ospina– produce esa sensación de libertad que alberga el valle geográfico en el que se encuentra, en donde no hay más límite que su extensión, acompañada de la misma soltura que produce la ropa ligera que se lleva y el viento que corre desenfrenadamente por las calles. Igual pasa con las palabras: transitan libres por la calle, pero nos tocan con la fuerza de quien las pronuncia o la delicadeza de quien las piensa y las pone a circular. Esa libertad que se debe garantizar no sólo en la expresión sino en la conservación de nuestras prácticas culturales es lo que me lleva a pensar en el piropo como un bien a conservar. Entonces que me perdonen mis amigas feministas que

ven el piropo como práctica netamente machista que se debe rechazar; yo, soy feminista, y me gustan los piropos. Léase bien: los piropos, no los insultos; esos son a los que me opongo: aquellos que agreden y casi tocan de manera burda y brusca la feminidad. Por respeto a todas las mujeres, a los hombres galantes pero educados, pero sobretodo a quienes dedicaron algo de su tiempo a leer estas reflexiones no citaré ejemplos vulgares, llenos de palabras soeces y vocablos denigrantes. Pero a quién ofende un Adiós, princesa cósmica llena de luz. Mi defensa es por esos piropos que nos hacen sentir bien, lindas, por esas frases que respetuosamente nos halagan, y mi rechazo es por esas otras cosas que nos dañan el día, que nos cohíben de ser como somos y de transitar por cualquier lugar de la urbe. Disto mucho de posiciones feministas extremas que piensan que el piropo siempre será una expresión del macho dominante que sentencia en público quién es bonita y quién no lo es, una visión estéril de nuestro contexto cultural que corre el riesgo de hacernos caer en una conquista más de la cultura europea sobre la nuestra, en la que los piropos nunca hacen parte de la vida cotidiana, y si lo hicieran, los autores podrían verse implicados en procesos judiciales. ¿Pero qué sería de las calles de nuestra ciudad sin los piropos? Monólogos mentales eternos sin interrupción alguna que no nos dejarían sentir que somos humanos, que estamos vivos y que admiramos lo que nos parece bello o lo que nos cautiva con su presencia. ¿Y qué sería de la calle sin los insultos disfrazados de piropos? Un escenario de respeto donde la dignidad de las mujeres esté por encima de cualquier expresión en público. La expresión cultural de los piropos es un derecho y la abolición de los insultos una obligación. Las palabras sirven para comunicar, pero también lastiman, tocan,


Opinión generan agresión; además la libertad de expresión no puede trascender los límites de la intimidad del otro. Podrá sonar tercermundista y hasta lo podrán calificar de machista, pero me gusta que de vez en cuando me digan algo hermoso en la calle y me encantaría que pudiera caminar por mi ciudad, bajo su sol incandescente, moviendo mis caderas al ritmo de mi andar, en ese monólogo personal que coexiste con el transitar por la urbe, con la tranquilidad de no recibir comentarios agresivos y con la incertidumbre de que quizá se me atraviese una frase bonita que me haga sonreír. Comparto plenamente con William Ospina esa apreciación de que el piropo se debe conservar bajo tres principios: originalidad, estética y dignidad. A mí me gusta que me piropeen, no que me maltraten, no que me insulten, no que me hieran. Como mujer exijo que me respeten en las calles, y una vez más digo: soy mujer, feminista y me gustan los piropos.

Bien rica, ¿oyó, mami? Ese miércoles se me olvidó que iba para el centro y me puse el vestido café. Sí, ese cuyo corte está un poquito más arriba de las rodillas, que es medio escotado en el pecho. Sí, ese que medio se mueve en la parte de abajo con un poquito de viento, pero que me encanta usar. Caminé muchísimo, monté en bus como de costumbre, hice todo lo que tenía que hacer y se llegaron las cinco y media de la tarde. La brisa empezó a correr y yo seguí caminando con más ganas. Tranquila, pero rápido, concentrada en ese monólogo interno que suele hacerse cuando se transita por una calle. Tomé el puente sobre la Avenida Colombia. Iba para el conservatorio a un concierto de la Banda Departamental. Empecé a caminar mas rápido. Me acordé de mi vestido, de las recomendaciones de

El piropo como práctica cultural tiene su presencia en esa latinidad que nos caracteriza a los nacidos en esta parte del planeta, hace parte de ese sabor que causa la música, la comida, las fiestas, la alegría, nuestra forma de vivir y subsistir.

mi mamá: que cuidado con los puentes, que no hable con extraños, que esa zona es muy peligrosa, que deje de caminar tanto que para eso le doy para el transporte; pero seguí. Solo pensé: ¿Y es que no puedo caminar sobre mi ciudad, o qué? El viento no favorecía mucho la quietud de los boleritos de abajo. El camino del puente se me hacía eterno. En contravía circulaba una fila de hombres, en bicicleta, caminando, de corbata, con jeans, viejos, jóvenes. Me acercaba más a la baranda para alejarme de cualquier proximidad indebida. Estaba a punto de coronar. Intacta. Libre. De pronto, cerca a mi oído, escuché: ¡Mami rica, linda, ¿no?! La frase venía acompañada de ese casi susurro morboso con jadeo incluido antes del “mami”, más conocido como ¡psss! ¡psss!, con esa voz sedienta y el apretón de dientes característico de un deseo sexual

amañado por conductas aprendidas –me imagino– de alguna película porno; además de una cercanía estremecedora a mi hombro izquierdo que me hizo ladear, encoger los hombros, apretar la cartera, mirar muy mal al tipo y caminar más rápido. Ofuscada. Agredida. Con ganas de devolverme y decirle que se jodiera, que quién se creía, que respetara, que me dejara caminar tranquila, que era un tonto reprimido, que casi me mata del susto, que ese policía que cuida el puente también es un pendejo que sólo se rió y me miró con ganas. Pensé que me podía hasta tocar… Sentí los cachetes rojos de la ira; el estómago, vacío del miedo; las manos, sudorosas de la impotencia. Estaba tan concentrada en ese collage de pensamientos y de sensaciones que se me olvidó por dónde iba caminando. De repente oí una voz dulce que me dijo: “¿Para dónde va tan bonita y enojada?” De inmediato volví a la realidad; la rabia se me había pasado y el rostro parecía componerse, la brisa propia de la tarde me refrescó. Ofrecí una sonrisa de media luna y miré hacia el lado. Era un viejo profesor el autor de esa frase que me hizo sentir bien. Recordé para dónde iba. Lo saludé desde lejos y sentí su cercanía. Todo empezó a marchar bien: ya iba a llegar, nada de arrepentimiento con mi vestido, ningún temor de pasar por el puente y menos dejar de caminar para tomar y pagar un taxi. Llegué a la Sala Beethoven y el concierto ya iba a empezar. Me encontré a un amigo, tomé un buen lugar en la sala y me emocioné cuando apagaron las luces. Solo tuve tiempo de pensar que la próxima vez igual usaría mi vestido, ese u otro, que yo por qué iba a tener que hacerle el juego a los “machos de la calle”. Salieron el director y la banda. El concierto empezó y yo confirmé mi monólogo interior: soy feminista y me gustan los piropos, que incluso ya tienen su espacio en la red.

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Ensayo

La ética en las humanidades (1) contemporáneas : Un asunto del lenguaje y de la comunicación Germán Ayala Osorio*

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El asunto de la ética y de lo ético involucra, sin duda, las vicisitudes y el propio devenir del hombre en el mundo de la vida; de ahí que la ética y lo ético conlleven, inexorablemente, un asunto comunicativo en el que sobresale el poder de la lengua y del lenguaje en su tarea de significar, de nombrar, reconocer, pero también de invisibilizar, minimizar y de desconocer la existencia del ‘Otro’; he allí entonces un asunto definitivo para las humanidades contemporáneas: la eticidad discursiva. Consciente del poder que tienen el lenguaje y la lengua, en este texto se expone como tesis el siguiente enunciado: la acción discursiva en el mundo contemporáneo expone un asunto ético

en tanto involucra el mundo de la vida de quienes se comunican, deciden sostener o se deben enfrentar a una relación, necesariamente horizontal, de intercambio de sentidos a través de diferentes formas textuales. Sin duda, hay un mundo de la vida que necesariamente define y caracteriza al hombre como un ser histórico, político, ético y discursivamente reconocible y criticable de acuerdo con las improntas ganadas en tiempo y espacio y en momentos históricos definidos por circunstancias propias del devenir humano en sociedad, pero especialmente por las huellas dejadas por la acción lingüística en los encuentros intersubjetivos. En cada encuentro comunicativo la ética y lo ético entran en

* Comunicador Social y periodista de la Universidad Autónoma de Occidente, allí ejerció la docencia y la investigación. Magíster en Estudios Políticos de la Universidad Javeriana. Ha publicado varios libros sobre periodismo. Es el jefe del Programa Editorial de la UAO. 1. Lo contemporáneo se entiende desde la perspectiva de la superación, o por lo menos desde la idea de crisis del estadio de la modernidad y de todo lo que significó para las Humanidades los desarrollos teóricos, culturales y filosóficos propios del discurso de la modernidad. La discusión acerca de lo contemporáneo se dio al interior de la Especialización en Humanidades Contemporáneas, bajo la dirección de la doctora Claudia Villa Uribe. A propósito de la autora, señala que “las humanidades deben aprender a generar nuevas esferas de sentido, deben adoptar los universos tecnológicos como estructuras fundantes de lo humano. En medio de los retos que le imponen las técnicas, las humanidades apuestan hoy por la realización de fuerzas integradoras capaces de realizar la simbiosis entre la tradición y la vanguardia; la tradición significa un elemento de conservación necesario para la dinámica de creación de sentido propio de las humanidades, mientras que la vanguardia constituye el campo de acción de las sociedades contemporáneas, fundando un devenir, un movimiento entre las nuevas relaciones ciencia- humanidades y humanidades- tecnologías…” (VILLA URIBE, Claudia. Las humanidades en la formación universitaria. Cali: CUAO, 2001. p. 13).


Ensayo conflicto, en un juego intersubjetivo en el que nos desnudamos con la palabra, frente al mundo y frente al Otro. En esa línea, Guillermo Hoyos Vásquez sostiene que “en un primer momento, la comunicación implica el reconocimiento del otro como diferente, es decir, como interlocutor válido. Sólo quien reconoce esto sigue interesado en la comunicación con los demás, dado que considera que puede aprender de ellos. Este es el punto de partida de toda ética: el reconocimiento del ‘otro como diferente’…”2 Toda acción lingüística, acto de habla o discurso, configura un escenario comunicativo en el que se manifiestan un poder hacer (hablar, decir), un poder interpretar, un poder cultural (limitaciones y posibilidades de acuerdo con los propios desarrollos de determinada cultura) y un poder influir, en tanto que en dicho escenario haya lugar a la acción interpretativa de un agente o actor social y político que lee, interpreta, crea, recrea (enunciador) y construye un tejido de ideas (texto); y haya lugar también a una acción reconstructivainterpretativa de otro agente social (enunciatario) competente para descifrar los códigos y el sentido que ofrece el texto recibido. De igual forma, que haya lugar a que los desarrollos culturales modifiquen, confronten y afecten los modelos mentales de quienes intervienen en los procesos comunicativos.

lingüísticos, sino de un ser humano que discursiva, psicológica e históricamente ofrece de manera natural una mirada, una postura o un qué decir casi único sobre aquello que pueda ser nombrado, es decir, que exista o tenga sentido. Un ser humano que también de manera natural merece ser reconocido, esto es, éticamente configurado desde la mirada del Otro (enunciador) y de las suyas propias en tanto enunciatario y cultivador de su propia existencia. Es que el ser humano, discursivo e histórico, está en el mundo y pasa por él con actitud ética generando una forma de estar en el mundo y proceder en él. Al decir de Claudia Villa, “la ética como la sensatez necesaria para crear maneras de proceder o de orientarnos individualmente, en medio de los acontecimientos históricos que nos atraviesan…”3 El mundo se presenta a través de asuntos complejos que, enunciados, es decir, expresados desde lenguas (usos individuales) y lenguajes, le van dando al ser humano elementos para comprender en dónde está y quiénes lo rodean; y le van exigiendo el desarrollo de una actitud ética- comunicativa, que con el tiempo y la esperada acción formativa de la cultura- ambiente, le permita construir relaciones intersubjetivas respetuosas desde lo identitario.

Involucra, sin duda, las vicisitudes y el propio devenir del hombre en el mundo de la vida; de ahí que la ética y lo ético conlleven, inexorablemente, un asunto comunicativo en el que sobresale el poder de la lengua y del lenguaje en su tarea de significar, de nombrar, reconocer.

Desde la comunicación y para la comunicación, la ética resulta ser un asunto complejo en la medida en que expone los alcances del texto dicho o expresado, es decir, conlleva una acción de comprensión y de reconocimiento no sólo de un estado de cosas, situación o fenómeno, expresadas a través de ideas y códigos

2. Hoyos Vásquez, Guillermo. Las ciencias de la discusión en la teoría del actuar comunicativo. EN: Reflexiones sobre la investigación en ciencias sociales y estudios políticos, memorias seminario octubre 2002. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, p. 118. 3. VILLA URIBE, Claudia. Las humanidades en la formación universitaria. Cali: UAO, 2002. p. 71.

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Ensayo

Al poder comunicativo de la lengua se agregan, como factores definitorios, las investiduras, estatus, realizaciones 42

y pretensiones de aquellos que participan del escenario comunicacional.

La ética y lo ético, por tanto, son un asunto comunicativo y un hecho cultural en la medida en que a través del lenguaje y de la lengua germinan valores, formas de ver y sentir; discurre la vida social, esto es, se cultiva la vida. Por este camino, las expresiones culturales proponen y hacen parte de un escenario comunicativo concebido con toda la carga simbólica, emotiva y el background de quienes participan del escenario bien como enunciadores – enunciatarios (intérpretes in situ) o como intérpretes exógenos al escenario cultural-comunicativo original. Las expresiones culturales son ya interpretaciones de agentes que deciden hacer público un sentir o un disentir de la vida humana en sociedad. Dichas interpretaciones suponen, de manera natural, la existencia de un modo de vivir individual, pero que se construye intersubjetivamente. Al poder comunicativo de la lengua se agregan, como factores definitorios, las investiduras, estatus, realizaciones y pretensiones de aquellos que participan del escenario comunicacional en el que las interpretaciones, esto es, las mutuas y cruzadas acciones interpretativas, resultan ser un juego ideológico, argumentativo y ético en el que si bien no hay vencidos ni vencedores, sí hay reconocidos y no reconocidos, y por supuesto, interpretaciones ajustadas y posibles, así como desajustadas e imposibles en un escenario en el que se supone la aceptación de unos mínimos que hagan posible la comunicación. Finalmente, la comunicación descubre y propone relaciones de poder4

en donde la función de éste, al decir de Luhmann, “consiste en regular la contingencia. Como con cualquier otro código de medios, el código del poder se relaciona con una discrepancia posible –no necesariamente real– entre las selecciones de alter y ego: acaba con las discrepancias”.5 Aunque existan unos necesarios consensos mínimos que permitan en forma primaria la comunicación o se inaugure el escenario comunicativo, ello no quiere decir que en adelante la labor de los sujetos comunicativos se circunscriba a la búsqueda de consensos alrededor de los encuentros entre los textos (las textualidades). Digamos que hay otros asuntos que se suman –y que nacen– a los encuentros intersubjetivos. Cuando Habermas propone el concepto de racionalidad comunicativa acepta que sus “connotaciones se remontan a la experiencia central de la capacidad de aunar sin coacciones y de generar consenso que tiene un habla argumentativa en que diversos participantes superan la subjetividad inicial de sus respectivos puntos de vista y merced a una comunidad de convicciones racionalmente motivada se aseguran a la vez de la unidad del mundo objetivo y de la intersubjetividad del contexto en que desarrollan sus vidas”.6 Lo anterior supone ya una obligación ética de quienes intentan comunicarse, dado que cada uno expone su propia singularidad a través del lenguaje, de su capacidad de explicar y de argumentar, entre otros. Los hechos, los discursos de

4. Para Niklas Luhmann “el poder se distingue de otros medios de comunicación (no se trata de los medios de comunicación como empresas informativas) en que su código supone que existen personas en ambos lados de la relación de Comunicación, que reducen la complejidad a través de la acción, y no sólo a través de la experiencia.” ( Poder. España: Universidad Iberoamericana- Antrhropos, 1995. página 27). Véase también a Jorge Galindo, La política como sistema, reflexiones en toro a la sociología política de Niklas Luhmann. Texto sin referencia). 5. Ibid. LUHMANN, Niklas. p. 18. 6. HABERMAS, tomo 1. España: Taurus y Santillana, 1999. página 27. El propio Habermas reconoce que “…la racionalidad tiene menos que ver con el conocimiento o con la adquisición de de conocimiento que con la forma en que los sujetos capaces de lenguaje y de acción hacen uso del conocimiento.”(Página 24). Ser capaces de lenguaje, como lo dice Habermas, no advierte las circunstancias físicas o motoras ‘naturales’ para hacerlo, pero sí pone en evidencia el asunto de las competencias, asociado a la formación de los sujetos, el ambiente sociocultural en el cual se logró el proceso civilizatorio e incluso, en la actitud ética de quien es capaz de reconocer que con el lenguaje nos desnudamos ante los otros.


Ensayo la cultura, las manifestaciones culturales,7 así como la labor de los críticos, de los artistas y de los consumidores, entre otros, no están para generar consensos a partir de la exposición de argumentos y razones tal como lo indica Habermas; la disposición de los discursos, de las textualidades y de la propia cultura hecha texto en un determinado momento histórico, representación, fenómeno o evento, nace de unas intencionalidades que no pasan por la generación de consensos. El asunto de los consensos en los discursos culturales es un problema hermenéutico de las formas comunicativas. El habla argumentativa de la que hace referencia Habermas como facultad general se invalida cuando en el escenario comunicativo aparecen enunciadores y enunciatarios con disímiles competencias discursivas e interpretativas y con evidentes asimetrías en los tipos de habla que cada uno puede exponer y desarrollar en un momento determinado. Reconocer estas diferencias expone una actitud ética de quien reconociendo su ventaja discursiva no pasa por encima del otro. Explicable resulta, entonces, la accidentalidad de la comunicación y la posibilidad de fracaso de la misma, así como de la expresión ética de nuestra vida, de nuestra singularidad. “De ahí la necesidad de distinguir… el carácter esencial de la comunicación, que remite a la acción de poner en común, la acción de compartir: la interacción por la cual los actores participan en la construcción de un ‘consaber’ que establece una relación comunicativa”.8

Volvamos. Aceptemos que el talante mismo de las humanidades es la comprensión de los otros, comprensión de lo otro, del acontecer y autocomprensión.9 Ello supone, entonces, un punto de partida: el lenguaje y la eticidad que él expresa desde la propia experiencia del sujeto hablante.10 Igualmente, aceptemos que las humanidades deben aprender a generar nuevas esferas de sentido, deben adoptar los universos tecnológicos como estructuras fundantes de lo humano.11 ¿Cómo se generan esas nuevas esferas de sentido? Sin duda, a través del lenguaje. Y sin duda, las formas como le demos sentido a otros mundos, a otras prácticas, a otros mundos de la vida, indican ya una forma singular de exponer una ética que se alimenta y que se expone lingüísticamente, pero que se pone a prueba en escenarios públicos, políticos, de especial complejidad. En dichos escenarios aparecen distintas eticidades que entran en conflicto casi de forma natural dado que se exponen y se crean desde el lenguaje y de las experiencias de singulares mundos de la vida. Por ello, al estudio, comprensión, enseñabilidad y definición de las humanidades contemporáneas hay que sumarle la comunicación como un campo disciplinar en el que se exponen singulares mundos de la vida y lenguas y lenguajes con los cuales es posible construir relaciones intersubjetivas éticamente viables, respetuosas y capaces de generar mínimos consensos que permitan, en doble vía, solucionar conflictos sin intentar que

Lo anterior supone ya una obligación ética de quienes intentan comunicarse dado que cada uno expone su propia singularidad a través del lenguaje

éstos desaparezcan. La ética, lo ético y las eticidades definen coyunturas que deben abordarse desde un asunto originario: el lenguaje.12

Bibliografía Habermas, tomo 1. España: Taurus y Santillana, 1999. Luhmann, Niklas. Poder. España: Universidad Iberoamericana- Antrhropos, 1995. Rodríguez Quintero, Ricardo. Sobre el concepto de comunicación, una epistemología de la comunicación. Documento de trabajo Misión Comunicación Colombia Nodo Sur occidente, octubre de 2005. Villa Uribe, Claudia. Las humanidades en la formación universitaria. Cali: CUAO, 2001.

Artículo tomado del texto: “Disquisiciones en miscelánea acerca de asuntos contemporáneos”. Cali: UAO, 2008. Germán Ayala Osorio, profesor asociado de la Universidad Autónoma de Occidente.

7. De ahí que los eventos culturales sean naturalmente conflictivos en tanto son una acción liberadora, exorcizante e interpretativa de quienes agencian, producen y construyen discursos y textualidades. 8. Rodríguez Quintero, Ricardo. Sobre el concepto de comunicación, una epistemología de la comunicación. Documento de trabajo Misión Comunicación Colombia Nodo Sur occidente, octubre de 2005. 9. Op cit. Villa Uribe p. 7. 10. El profesor Andrés Botero Bernal considera que en esta parte del documento se exponen elementos propios de la filosofía de la intersubjetividad, también conocida como la filosofía humanista. 11. Ibid. Villa Uribe, p. 13. 12. El profesor Botero Bernal reflexiona y se pregunta: “¿Qué pasaría o qué debe decirse cuando fracasa la comunicación? 2) Estas teorías tienden a minimizar el componente ideológico subjetivo y grupal que determinan en buena parte todo acto comunicativo. 3). Hay una nueva utopía: la comunicación como base de la ética.” Véase Botero Bernal, Andrés. Aproximación al pensar filosófico de Habermas. En: Revista Holística Jurídica: Facultad de Derecho USB. No. 2 (2003).

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Articulo de ficción

Con Quevedo en el Chat Ethan Frank Tejeda*

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Sintaxis y teclas, foros de conversación; al otro lado una que se pretende eslava y de mis intenciones anuncia el deseo de ser esclava. Sospecho que se trata de uno de bigotes, vejete o de edad media, que aprovecha el anonimato para convertirlo en vejaciones; sospecho, pues su arenga femenina me parece falseada en jadeos, tienen demasiadas espinas las rosas de sus galanteos y su apodo, “Fantasía”, huele al alcanfor de las baladas de Goethe y los arreglos de Stokowski. Ahora un infante se pretende de la Marina, coquetea a raudales con aventuras dignas de un Simbad que nada ha escuchado de las Aseguradoras de Riesgos Profesionales, mástil erecto de cuerdas, pecho al viento, invicto en avanzadas, no sabe que su discurso poco tiene de seducción, pues entre virtuales no se desmontan los temores venéreos. Miro a Miró, pienso

que si alguna, en lugar de caritas felices, me enviase una luciérnaga, felicidad del sorprendido, crearía un mundo donde mis juicios a primeras tomarían el camino de los retretes. Uno que se hace llamar “Amante Latino” intenta contactarme. Le digo: “¿Cómo estás, letrino?”. Va al grano; ofrece fotografías de un tataranieto del Hombre de Vitrubio, aclarando que el placer mora en sus extraordinarias desproporciones. Agradezco y le informo que lejano está a mis intenciones. Me contesta que él tiene material para todas las finalidades; ofrece un catálogo por la suma módica de cinco euros. “¿Y trae fotos de tu madre?”, es la pregunta que pone fin al contacto. Bostezo, cocoa, cocoa, bostezo. Salta al tinglado un nombre construido de ambiciones y condenas: Francisco de Quevedo. Peco al ir a la ofensiva en un pulso entre ingeniosos donde mi anular habrá de tumbar la cabeza de su hermano meñique: “¿Qué? ¿Hoy amanecimos más miopes que misóginos o más misóginos que miopes?”. La respuesta hubo de retumbar en todas las réplicas de la Torre de Juan Abad: “Soy un Fue y un Será y un Es cansado”. Pienso que nuestros fantasmas andan de ronda en todos los lugares donde la escritura sea, lo tomo a más e intento congraciarme

* Comunicador Social de la Universidad del Valle, docente de la Universidad Autónoma de Occidente, ha publicado cuatro libros y es Director del programa “Agropacífico” de Telepacífico.


Artículo de ficción por la vía del lamento: “Es una lástima que vuestra gracia no pertenezca a estos tiempos, pues sería un placer leer de manos maestras El sueño de la oficina”. En la respuesta, contenida la sarta de merecimientos ante la imprudencia, solicitud expresa: “¡Cada uno debe hablar en su jerga! Pues un ex secretario del rey vivencia las impostaciones desde el hastío: ‘La gracia pertenece a todos los tiempos, viste de orlas, cuelga de las fundas mediocres o habita entre jirones y trapos; es potestad de faisanes, unicornios y sapos; pues el ingenio bien sabe de ternos, se mueve a placer tanto en capas prístinas como en recientes harapos. En tanto al infierno y sus escenarios diversos, inundadas están sus utilerías de versos. No me colguéis con la obligación de relatarlos, no me pretendáis de nuevo subalterno, pues a Olivares hace mucho no tengo el enfado de verlo’”. Me anima el ánima, ¿el ánima me anima?, ya ni sé dónde van las tildes. Quisiera tener algo que ofrecer a cambio de un favor, quizá el secreto de mi éxito con las mujeres, pero no existe ni secreto ni éxito, por eso descarno mis deseos de sacar partido: “¿Sería mucho pedir que me enseñe a escribir epigramas?”. Es justa la espera prolongada ante quien no debe ver muy bien las teclas o tal vez haga uso de un escriba que se cansó de penar en la corte de Sicilia: “No es posible. No por falta de voluntad; se trata de un problema de la edad. No la que posees, sino la que moras, desprovista de lo que se requiere, cundida de lo que sobra, donde al adjetivo mal se quiere y el artículo exagerado protagonismo cobra”. La excitación por la respuesta hace la contra veloz. Nada tiene que ver la precocidad con la procacidad: “Sin embargo, tenemos abogados y médicos de sobra”. Confesar no es fácil, esperaba una respuesta que confirmara la función social de la carcajada. Desubicado me toma el aprender que de nada sirve la intención sin un tema: “Sangrías, efluvios, placebos, gesto y malabar, era de médicos urgente la costumbre de robar;

“Fantasía”, huele al alcanfor de las baladas de Goethe y los arreglos de Stokowski.

nigromantes, perpetradores y elegantes, ¿no serán los de hoy lo mismo que los de antes? Seriedad en la mirada, fórmula y fortuna, recetas ilegibles, designios de farsantes”. Sujetos y gestos, me regaló el espacio de los objetos y los usos, cada momento está enfermo de sus practicidades: “Ibuprofeno y Diclofenaco, ¿puedo hacerles una composición? Una que verse sobre defectos y defectillos”. El espíritu no parece estar en la otra orilla del Aqueronte, Cerbero ha sido burlado gracias a la fibra óptica: “Diclofenaco e Ibuprofeno, su uso no condeno, pero la medicina mal empleada torna en veneno. Diclofenaco, puñal en el bajo vientre; Ibuprofeno, impacto sin orifico de salida; Diclofenaco, fisgón defenestrado; Ibuprofeno, descalabro y contusión múltiple; Diclofenaco, tragedia encajada, sirve hasta para que el pudor aprenda Baco. Pastillas rojas, curas ovaladas, no parecen salidas de un laboratorio, sino del gabinete de un hada. La caja de Pandora ha sido abierta: E.P.S y medicina prepagada. Tranquilos, la cura a todos los males del arca ha sido robada: Diclofenaco e Ibuprofeno, sempiterna dosis en fórmula combinada”. Se espera el aplauso, pero el pasado habla con el don del reproche: “La métrica es irregular, no es libre el verso de todo mal. Es un arte matemático saber rimar; además habéis olvidado la mayúscula versal”. Si algo hemos aprendido es el arte de justificarnos, con-

fundirnos en nuestros errores, suspirar los hedores y evadirnos de mil amores: “Disculpe, don Francisco, en mis días lo conmensurable no tiene medida”. No sé qué me da la licencia de responder con artificios dignos del incauto. Se pierde el contacto. Varios me esperan para conversar: Ruso Negro, Ligueros ardientes, Madre Teresa, Stephanía la Mujer telefonía, El rey Hidropónico Primero… Persigo a Quevedo por foros diversos, se esconde tras los apodos de sus palimpsestos: El buscón, El chitón de las tarabillas, Marco Bruto, El caballero de la tenaza… En cada cuarto le hago una pregunta: “¿Es la maldición de la comedia la temporalidad?”, no responde; “¿Cuál es la importancia real del mecenas para El sátiro?”, silencio; “¿Epístolas o sonetos?”, mutismo. Una última inquietud detiene la marcha: “¿Ha muerto el adjetivo?”. Cinco minutos se demora la respuesta; se trata de un emoticón de despedida. Y a manera de despedida también, este soneto enviado por Quevedo desde su torre de Juan Abad, a don José de Salas: Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos, pero doctos, libros juntos, vivo en conversación con los difuntos y escucho con mis ojos a los muertos. Si no siempre entendidos, siempre abiertos, o enmiendan o secundan mis asuntos, y en músicos callados contrapuntos al sueño de la vida hablan despiertos. Las grandes almas que la muerte ausenta, de injurias de los años vengadora, libra, oh, gran don Joseph, docta la imprenta. En fuga irrevocable huye la hora; pero aquélla el mejor cálculo cuenta, que en la lección y estudio nos mejora. No en vano Jorge Luis Borges sentenció: “Las mejores piezas de Quevedo existen más allá de la emoción que las engendró y de las comunes ideas que las informan”.

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Opinión

Y la carne se hizo verbo... ¡Y no paró de hablar!

Mario Alejandro Desiderio*

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Mario Alejandro Desiderio*

Dice Montaigne en su ensayo número nueve titulado De los embusteros: “Difícil cosa es cortar o detener un discurso

tomática y la técnica de asociación libre empleada por el doctor Sigmund Freud en el análisis de sus pacientes conocemos

cuando empieza, y por cierto que en nada se conoce tanto la fuerza de un caballo como en su capacidad de detenerse en seco. Incluso entre los no impertinentes, veo que quieren y no pueden desembarazarse de la carrera tomada, y cuando pretenden amenguar el paso andan renqueando y a rastras, como hombres desfallecientes de debilidad”. La pintura de esta bestia que sabe refrenarse justo en el momento en que mayor velocidad alcanza debería colgar en las paredes de los despachos presidenciales. La metáfora en que la imagen de un caballo desbocado incapaz de hacer alto es sustituida por la de un individuo cuyo lenguaje es incapaz de moderar, subraya la impresión animal que nos deja un ser así. Contenerse en el preciso instante en que el verbo amenaza con dominar a quien lo emite es un arte. Denota la sapiencia del emisor. Prueba su lucidez y conocimiento de los asuntos humanos. No otorga el que calla, como inversamente se cree. El silencio puede ser a veces el más contundente de los argumentos. Bien harían ciertos líderes en vociferar menos y pensar más. En cuanto a lo segundo, esos hombres que, como reza el proverbio, “untada la mano

la enorme variedad de palabras que, emancipadas de las trabas de la conciencia, se propagan sin orden y mesura. Sin embargo, existe un elemento desencadenante en esta incontinencia y es la aceptación previa de no silenciar ninguna idea por desagradable, arbitraria o agresiva que parezca. Esta salvedad no aplica a lo dicho por Montaigne: esos individuos que sin mediar razón alguna se apropian del discurso, incapaces de poner freno a su hablar. Una imagen auditiva llama a otra y un argumento busca en su par la verificación que habrá de subrayarle el siguiente. Una vez salidas de madre las palabras adquieren un comportamiento anárquico y van de una representación a otra valiéndose de singulares asociaciones. Se imponen a quien las pronuncia, dominándolo y convirtiéndolo en su lacayo. Suprimen a su interlocutor no obstante los bostezos, los ojos cerrados o las indirectas lanzadas. Conozco a un individuo así. Cuando anuncia visita, sé que debo prepararme para escuchar un extenso monólogo que ha de durar toda la noche. Convoco entonces a mi mujer y a mi madre, que son diestras en el arte de prestar atención y dormir a la vez.

untado el brazo entero”, habría que ponerles de presente que la prolongación de la extremidad no es la extremidad y que si durante el reconocimiento del trayecto hallan lo nocivo que representa su emprendimiento, esto no obliga a birlar las advertencias y continuar dando palos de ciego sobre la ruta. La contención es rara cualidad en quienes ejercen el poder, cuando debería ser lo opuesto: su mayor convicción. El mínimo conocimiento de un evento u objeto sumado a la ignorancia que sobre el mismo objeto y evento tengan los otros, es motivo suficiente para desbocarse en palabras. La superioridad concedida por estas circunstancias choca con los juicios que alguien informado de la cuestión a tratar se haga de este incontinente verbal. Por el movimiento surrealista que introdujo el método de la escritura au-

* Estudios de Psicoanálisis y Salud Ocupacional en la Universidad Javeriana de Cal. Su afición por las letras le ha merecido varios reconocimientos.


Libros / pretextos

¿Un gordo que nos dejó de gol? Ethan Frank Tejeda Q.*

“Osvaldo no ha muerto, anda de cartero de su hijo” Eduardo Galeano

Osvaldo Soriano

De un Gato que escribe sobre aquel que ya está en el redondel de la luna

Soriano es de aquellos autores que hace posible el maridaje de dos que supuestamente, ante la godorria que mastica el pan y desconfía del circo, habitan universos distantes: el fútbol y la literatura. No es el único, pero su voz en cuanto al tema sí aguanta el calificativo. Haciendo uso de un trucaje claro en grafías (la memoria lejana, la voz de las promesas incumplidas, la anécdota desde el fracaso, el lunfardo que pira) este hincha de San Lorenzo se convirtió en uno de los inaplazables para aquellos que gustan de la pasión en sus distintas presentaciones. En los últimos días, pitando un cáncer, dijo: “Acá en París nos acostamos muy temprano, y ahora que se acerca el invierno lo único que puedo hacer es mirar viejas películas, leer viejos libros y evocar viejos partidos. No tengan piedad de mí. La memoria, si veraz y violenta, es una materia exquisita”. Reseñar a alguien sobreexpuesto puede resultar un acto inútil,

por eso asumo el deseo no resuelto de otro escritor argentino, Rodrigo Fresan: ¡Hacerle un cuento homenaje al Gordo! Bordarlo sin gambetas ni alargues, para que more cómodo en una contratapa o perdido en la página final de alguna revista deportiva. Opero escogiendo uno de sus gestos: la sobredimensión de la anécdota. Con la galera boca arriba, tiemblo ante el Gato que tuvo consideración por los ratones que hinchamos desde las bibliotecas. “El joven camina los anaqueles. Ha abierto un libro cuyo título resulta incendiario, peligro tangible, pues el polvo es combustible: El Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce. En la página de la dedicatoria, mal escrita por afanes, se topa con las últimas palabras de alguien que justifica el suicidio en una decepción amorosa: “Carlos, tuyo por nunca”. Bajo la firma el rastro de dos gotas; no resulta fácil establecer si son de sangre. Las piernas

* Comunicador Social de la Universidad del Valle, docente de la Universidad Autónoma de Occidente, ha publicado cuatro libros y es Director del programa “Agropacífico” de Telepacífico.

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Libros / pretextos

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tiemblan y la mandíbula se desencaja al leer la fecha que signa la despedida: 2402-76. El día coincide con el nacimiento del comprador de segundas. El libro no se apresura en su caída, no pierde la contratapa, no levanta polvareda. La página donde habita la palabra irreversible deja escapar una foto raída. Facha, enferma de amarillos, de un pequeño que apaga las velas de su primer pastel de cumpleaños. ¿Cualquiera? Los sonrientes que rodean al celebrado permiten su identificación. ¡Convulsión! El temor a las explicaciones posibles devuelve el libro al estante. La foto se niega a marcharse. Atorada bajo Benito Cereno y El Pequeño Fantasma lucha para mantener a su testigo por unos cuantos segundos. No muchos, los suficientes para que la impresión no se convierta en carne de escéptico. El ellos nos habita, susurro: “Dios adelante, Dios atrás, Dios a la derecha, Dios a la izquierda, no dejes que en una encrucijada me pierda, por si la elección es equivocada a la cintura y al tronco de un sauce llorón he de asir una cuerda”. Receta de abuela, oración e invocación en un

solo cuerpo. Cuando actúa la primera se respira y olvida, al accionarse la segunda el colector de caídos se manifiesta. Pasos tras el estante, la fila de los expulsados de bibliotecas familiares reciente la respiración de la bestia. La premura se obliga, el rostro del diablo la paga con una cicatriz, doce gotas escarlata caen sobre el dibujo de Julio Tócker en la carátula de Mi Fútbol. Estampida. Se suma a la colección de cosas pérdidas la escarapela que identifica al espantado: “Programa Los Dueños del Balón. Antena Dos R.C.N. Ethan Frank Tejeda. Remotista”. La sonrisa del bebé en el retrato parece celebrar a un nuevo compañero de juegos, las comisuras de los labios en la foto de documento viajan de lo obligado al rictus de los lastimeros. La mirada en las dos estampas es la misma. Las diferencia la distancia al pozo de la candidez. Los Santos Inocentes, Marianela y El avaro han rodado por el suelo. Shakespeare acusa de plagio a un Pacho que nada vale en la historia de lo amado, mientras el fantasma del perro de un pescador de estrellas aulla desde la portada de la revista del América. Delata a un Paragua que sembró de veneno su comida. La dependiente del sótano se limita a ubicar su mirada por encima de las gafas; por costumbre, se encoge de hombros ante el relato de la maravilla desvencijada. Liebre y tortuga, la vieja, sin expresión alguna, entrega un libro al que huye. En el rostro del antónimo, fugitivo y prendado, no cabe una sonrisa de agradecimiento. Sudor de manos, que bien sabe de justificaciones, amenaza las letras de un título: Memorias del míster peregrino Fernández y otros relatos de fútbol. Uñas, bailando al ritmo de los sucesos que no soportan olvido, han de lacerar el nombre del último refugio del nacionalismo. En boca de quien ha dispuesto las utilerías, la mujer tras la caja de la librería, voz y sonrisa, encuentran el equilibrio sobre el burrito: Feliz cumpleaños, mijito”.


Una historia

Libros / pretextos

del sexo

Julio César Londoño* Aunque escrito hace veintitrés años, La mujer de tu prójimo de Gay Talese sigue siendo una fuente inagotable de revelaciones sobre la sexualidad en el mundo anglosajón. En sus páginas uno se entera, por ejemplo, de que en 1864 el gobierno inglés promulgó una ley que obligaba a las portadoras de enfermedades venéreas a usar calzones amarillos como medida terapéutica, y a someterse a tratamiento en salas aisladas de los hospitales, conocidas como “salas de canarios”. Que los padres de los muchachos de esos victorianos tiempos los obligaban a dormir con manillas con cascabeles para prevenir la masturbación nocturna (quizá de ahí venga la expresión “escuchar campanitas” para designar el momento exacto en que uno siente el llamado del amor). Que aun en los años cincuenta el sexo oral entre marido y mujer era considerado un delito contra la moral (ignoro si la prohibición se extendía a los amantes y vecinos). Que el vello púbico hizo su debut en el cine ayer nomás, en 1966, en Blow-up de Michelangelo Antonioni. En pintura, el vello púbico había sido develado por Goya a finales del siglo xviii en su Maja desnuda. Aunque ya en el Renacimiento las modelos posaban

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Gay Talese

* Escritor y periodista. Ganador del Premio Juan Rulfo, ha escrito varios libros, es columnista de El Espectador y El País; además, colaborador eventual de revistas como El Malpensante.


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completamente desnudas, esos bucles no quedaron registrados en los lienzos por la sencilla razón de que los pintores los rasuraban previamente, quizá para acentuar la desnudez (las esculturas de la época sí registran el vello masculino) Después de varios siglos de silvestre pilosidad, la cuchilla renacentista ha regresado. Hoy, una pelvis femenina muy poblada se considera casi tan de mal gusto como una axila femenina frondosa, y la zona depilada ha venido creciendo al mismo ritmo del dramático encogimiento del vestido de baño. Por razones que nadie puede explicar con claridad, las nalgas lograron burlar la censura y se pasean orondas en playas y piscinas en ese cínico adminículo, el ‘hilo dental’. Los senos se exhiben altivos en calles y cocteles, pero los pezones siguen siendo un punto tabú por razones no menos oscuras que las que han permitido airear las nalgas. No hace mucho una reina del Valle, Adriana Riascos, fue descalificada en Cartagena por desafiar este tabú en una pasarela luciendo un déshabillé muy revelador. ¿Por qué razón se publica tanto esa presa del demonio, las nalgas, y se ocultan aquellos puntos inofensivos? Nadie lo sabe. Es uno de los secretos mejor guardados del inconsciente y es probable que el misterio perdure más allá del descubrimiento de la naturaleza de la fuerza gravitacional. En la página 176 me entero de que el psicólogo Wilhelm Reich murió en una cárcel de Pensilvania en 1957 por aconsejar la masturbación, por mano propia o ajena, amorosa o mercenaria, como terapia eficaz en el tratamiento de las disfunciones sexuales. No contento con tamaña herejía, afirmó que el sexo era saludable y que las fijaciones místicas disminuían en las personas que vivían sexualmente satisfechas. Pero su muerte no fue en vano. En los años sesenta el peliagudo tema se abordaba con tranquilidad en las clases de

sexualidad de la mayoría de las escuelas norteamericanas, y la masturbación dejó de ser algo patológico. A principios de los años setenta las salas de masajes, que llevaban unos quince años funcionando en la clandestinidad, empezaron a ofrecer sus manualidades de manera pública y hasta orgullosa. Cuenta Galese que había una revista pornográfica, Screw, que combinaba sexo y política con buen pulso. También traía una especie de ‘boletín del consumidor’, una sección donde se denunciaba a los charlatanes que ofrecían aparatos para elongar el falo, bálsamos para aumentar la potencia, etc. En su plantilla de redacción había un crítico temible, una especie de gourmet severo que visitaba las salas de masaje, anotaba todos los detalles –el aseo, la atención, la presentación de las masajistas, sus habilidades– y publicaba un parco dictamen: tres, dos, una o cero estrellas. Muchos negocios alcanzaron así el estrellato; muchos, también, conocieron así la quiebra. La página 368 define la pornografía como “toda publicación de índole sexual que sea, simultáneamente, lasciva, ofensiva, carente de valor social y de méritos artísticos o científicos serios” (Ley del 21 de junio de 1973). A esta sensata fórmula se había llegado luego de que los censores se estrellaron durante varios decenios contra los méritos artísticos de las obras de El Bosco, Goya, Pablo Picasso, Walt Withman, Henry Miller, Lawrence Durell, John Updike y Norman Mailer, entre otros sátiros notables. La página 389 simplifica: “Pornográfico es todo aquello que provoque erecciones al juez”. La mujer de tu prójimo es un clásico del periodismo por su estilo y por la rigurosa investigación que lo precedió. Por su valor pedagógico debería ser un texto de consulta en las escuelas y colegios. Cinco estrellas.


Cine / A la entrada nos vemos

“Cine colombiano: Momento definitivo” Juan Carlos Romero Cortés*

Hablar del despertar del cine colombiano es volver a decir lo

cine?, ¿cómo pretende la ley del cine integrar y promover la actividad creadora y

que ya antes se ha dicho, en unos casos a manera de augurio y en otros de romántica utopía: el cine en Colombia se ha pensado y hecho con los ojos de la pasión y de la insistencia. Lejos de ser una actividad rentable o profesional, el sector de las imágenes en movimiento en Colombia es el reflejo de lo que el país piensa de la cultura: ella es tan importante como un satélite colombiano en la órbita lunar; algo estrambótico y de cierta manera necesario. A pesar de tener este panorama tan contradictorio, gracias a la terquedad y la obstinación de un sector que se niega a la resignarse el cine en Colombia palpita, la fuerza de estos signos la alienta la ley del cine (ley 814 del 2003). Colombia goza hoy de los beneficios de una ley que jalonó de manera definitiva la actividad industrial del cine en Colombia. Pero la ley soluciona solo ciertos problemas; aún no hay respuestas a asuntos cruciales, como: ¿cuál es la relación entre el Estado y el

artística de la expresión cinematográfica de la misma manera que promueve la parte de producción industrial del filme? Finalmente, ¿cómo espera el nuevo cine colombiano cautivar y formar públicos críticos y sensibles frente a la expresión cinematográfica nacional y extranjera (por aquello de la rentabilidad de la ley: cuantos más espectadores asistan a las salas más dinero ingresa al sector)? Afortunadamente siempre hay preguntas por hacer. De lo que no hay duda es de lo vigoroso de la producción colombiana, que año tras año incrementa sus estrenos. Tomemos como referencia el año 2000 y veamos su constante incremento de títulos; ese año se estrenaron: Soplo de vida (L. Ospina), Diástole y sístole (H. Trompetero), La toma de la embajada (C. Durán) y la coproducción colombo europea La virgen de los sicarios (B. Schroeder). En el año 2001 se estrenaron Terminal (J. Echeverry), Kalibre 35 (R. García), La pena máxima (J. Echeverry), Bogotá 2016 (tríptico dirigido por los jóvenes cineastas Jorge Mora ¿Quien paga el pato?, Jaime Sán-

* Docente Universidad Autónoma de Occidente / Instituto Departamental de Bellas Artes / Consejero Nacional de Cinematografía.

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chez y Ricardo Guerra La Venus Virtual, y Alessandro Basile, Zapping), y Los niños invisibles (L. Duque). En el 2002: After party (Guillermo Rincón / Julio César Luna), Bolívar soy yo (J. A Triana), Como el gato y el ratón (R Triana), Te busco (R. Coral). En el año 2003 vieron la luz de las pantallas: Hábitos sucios (C. Palau), La primera noche (J.A. Restrepo), La desazón suprema (documental, L. Ospina), El carro (R. Coral), y Bolívar, el héroe (animación, G. Rincón). En el 2004 y ya con el apoyo del Fondo de Desarrollo Cinematográfico (FDC) a través del mecanismo de convocatorias abiertas de carácter nacional, se estrenaron: María, llena eres de gracia (co-producción, J. Marston), Malamor (J. Echeverry), El Rey (A. Dorado), Colombianos, un acto de fe (C. Fernández de Soto), Los archivos privados de Pablo Escobar (M. de Beaufort), Del palenque de San Basilio (E. Goggel), Esmeraldero (E. Hayata) y La Esquina (R. García). El 2005 presentó al gran público: Perder es cuestión de método (S. Cabrera), La sombra del caminante (C. Guerra), Rosario Tijeras (E. Maillé), Sin Amparo (J. Osorio), Sumas y restas (V. Gaviria), La historia del

baúl rosado (L.S. Gómez), Mi abuelo, mi papá y yo ( D. García y J. C. Vásquez). Para el 2006, con varias nominaciones y premios a cuestas, el cine nacional estrenó los siguientes títulos: Soñar no cuesta nada (R. Triana), El trato (F. Norden), Karma (O. Pardo), El colombian dream (F. Aljure), Cuando rompen las olas (R. Gabrielli), Las cartas del gordo (D. García y J. C. Vásquez), Dios los junta y ellos se separan (H. Trompetero) y Al final del espectro (J. F. Orozco). En 2007: Violeta de mil colores (H. Trompetero), Bluff (F. Martínez) Satanás (A. Baiz) Apocalipsur (J. Mejía), El cielo (A. Basile), Helena (J.C. Espinosa), Gringo wedding (T. Salini) Y en 2008 la lista no sólo se aumentó sino que se enriqueció con películas de todo tipo: Algo huele mal (J. A. Triana), El sueño del paraíso (C. Palau), Perro come perro (C. Moreno), Dr. Alemán (T. Schreiber), Yo soy otro (O. Campo) estrenada recientemente. Todas –excepto la primera de este breve listado– hechas en Cali. Si se tiene buena memoria y si se es un cinéfilo fervoroso por el cine nacional –no se sorprendan que sí los hay– encontrarán que este resumen trae imágenes, personajes, historias y recuerdos de varias temáticas y muchas maneras de narrar las diferentes fábulas que se han contado en Colombia a través de las imágenes en movimiento. Puedo concluir, viendo pasar títulos y directores, que si se quiere clasificar y distinguir la evolución del séptimo arte se deberá proponer tres líneas sobre las cuales ha girado el cine en Colombia. Esas líneas son: la expresión comercial, la expresión del autor y finalmente la expresión experimental.

Expresión comercial Inicialmente una sentencia: El cine colombiano ha superado las trampas técnicas que siempre lo condenaron ante su público.


Cine / A la entrada nos vemos cinematografía. No es fácil; hay que conocer la historia del cine, saber interpretar la tradición dramatúrgica, encontrar la esencia de las historias colombianas desde lo dramático. Es un reto por descubrir e interpretar en el cine. Los intentos por definir el cine como negocio va de la mano de la calificación del público. Películas como La primera noche, Bolívar soy yo, La virgen de los sicarios, Como el gato y el ratón, Rosario Tijeras, Soñar no cuesta nada, e incluso la muy mencionada y premiada María, llena eres de gracia, son películas que apostándole a lo comercial han ofrecido un valor agregado al gran público: lo han puesto a pensar de una manera diferente sobre fenómenos socioculturales complejos de nuestro tiempo como el narcotráfico, el conflicto armado, la ciudad y sus lugares, las noticias del día a día y las historias anónimas que hay detrás de los hechos. El cine ha acercado al pueblo a sus dramas íntimos. La idea es que la expresión cinematográfica es ese espacio reservado para las catarsis colectivas, para soñar y suspirar en plural a la luz de una sombra colectiva. Anteriormente el cine en Colombia ni se oía ni se veía (constate esto preguntando a alguien mayor de cincuenta años si tiene recuerdos significativos del cine nacional de los últimos veinte años); la factura técnica era aterradora; la definición de la imagen era pobre; los colores eran lavados en su mayoría; y los diálogos, la música y los efectos eran expresiones reservadas solo al cine de Hollywood, gracias a revoluciones como la digital. Problemas antes insalvables hoy son solo una anécdota. El cine colombiano se ha superado en términos de imagen y sonido una enormidad; hay películas que por su calidad técnica hacen creer a quien las ve que está ante un cine extranjero. Piensen, por ejemplo, en una película como Al final del espectro, película de atmósferas, con un tono de tensión y de misterio propio del cine de

otras latitudes presentes en el filme. Su música, sus efectos su resolución no dejan nada que desear. El cine para ser una industria debe contar con variedad de géneros. Ninguna industria se consolida solo haciendo un tipo de películas; eso lo ha entendido la cinematografía colombiana. Fenómenos como el de Dago y sus comedias decembrinas son el intento persistente de alguien que trata de articular una conexión entre su obra y el público masivo, quizás por su procedencia del mundo televisivo. Fenómenos como el de su cine a menudo son mirados con desdén. Para que haya industria es necesario atender a todos los públicos, sin excepción. Eso no valida lo decadente y mediocre: en eso hay que estar claro. La exploración de los géneros cinematográficos es el paso siguiente de nuestra

Expresión del autor Hablar de autores es hablar de directores. Especulando un poco se puede asegurar que todo el cine latinoamericano es cine de autor, si nos atenemos a que el autor, como lo pensaron sus iniciadores franceses, es aquel que atraviesa todos los momentos de creación y construcción de un filme. En nuestro medio, más por necesidad que por convicción, esta es la regla con la que se trabaja. En la actualidad hay tres grandes grupos en los que se puede concentrar la dirección de cine en Colombia: un sector al que he denominado los consagrados, en el que están directores que tiene una obra sólida y madura, en cierto sentido son pioneros del sector, algunos formados en cine y otros, autodidactas de mucha trayectoria

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y con mucha película quemada a lo largo y ancho de nuestra geografía. A este grupo pertenecen, entre otros, Luis Ospina y su particular obra que incluye ficción y documental; Lisandro Duque y su mirada periférica, desde la provincia, de los problemas nacionales; Jorge Alí Triana y su búsqueda de la obra total; Sergio Cabrera, a quien aún se le espera un nuevo clásico del cine colombiano; Víctor Gaviria, persistiendo en su estética de lo natural y visceral de su pueblo antioqueño. En un grupo más reducido está la generación intermedia, un grupo de realizadores que esta a la espera de cuajar su gran obra, la obra que les permita de manera definitiva su incursión en el grupo de los consagrados. Pertenecen a este sector: Carlos Palau, a la espera de su más reciente trabajo El sueño del paraíso, película a la que el vallecaucano le ha dedicado gran parte de su vida; Jorge Echeverry, con un cine muy personal, su dedicación y purismo visual han estado alejados del gran público. Terminal y Malamor serán películas de culto, pero no en la época en que fueron realizadas. Felipe Aljure mantiene una coherencia temática y visual sólida. A pesar de la división de su Colombian Dream a Aljure no se le pude negar su apuesta por lo riesgoso. En un negocio tan prevenido frente a lo nuevo, Aljure es terco y propositivo: esa es su fuerza. Rodrigo Triana sigue apostándole a un cine conectado con el gran público. No está mal; lo complicado es cuando empiezan a ser predecibles sus historias y sus personajes. El público siempre es implacable. Finalmente llegamos a la nueva generación: cineastas que crecieron viendo cine de todo el mundo, educados en cine de manera profesional dentro y fuera del país. Cinéfilos antes que cineastas, a esta nueva generación de realizadores

colombianos se les debe responsabilizar de buscar narrativas contemporáneas pero amparadas en el traje de lo conocido. Ciro Guerra y su poética metáfora de la violencia colombiana que logra La sombra del caminante es prueba de ello. Lo mismo ocurre con Andrés Baiz y su opera prima Satanás, adaptación literaria que se narra en clave de triller psicológico de estupenda factura y nivel de interpretación. Incluso el cine de época ha sido propuesto por estos jóvenes entusiastas del cine. La historia del baúl rosado, de Libia Stella Gómez, es un intento afortunado. Se reconstruye la Bogotá de los años cuarenta. Obra meritoria el debut de una joven egresada de la Universidad Nacional. Ricardo Gabrielli propone una road movie en las carreteras colombianas. Cuando rompen las olas posee una preciosa propuesta visual; lastimosamente esta película pasó fugazmente por las pantallas colombianas, pero es testimonio innegable de un prometedor realizador. El caso de Luis Fernando Orozco no debe dejar de nombrarse. Al final del espectro superó todas las expectativas que se tenían, no solo por ser una película clásica de suspenso sino por el destino que este filme tendrá en un futuro al ser vendidos sus derechos a Hollywood, toda una proeza del cine nacional. Finalmente, directores como Javier Mejía, quien lleva más de tres años luchando por exhibir su primer largometraje, Apocalipsur, son el reflejo de que a pesar de todo aún no se han resuelto todos los problemas. Esta es una intensa y prometedora película que vale la pena ser vista.

Expresión experimental En el año 2004 en la lejana Alemania se presentó un cortometraje colombiano en el mítico festival de cine experimental de Oberhaussen. La película se llama Od

El Camino, dirigida por Martín Mejía y realizada como parte de su trabajo de grado en la Universidad Nacional, ganó el primer premio. No está por demás decir que en este mismo festival se proyectaron por vez primera los trabajos de leyendas como David Lynch, Martín Scorsese y Werner Herzog. En Colombia muy pocos han visto Od El Camino, y es apenas lógico que esto pase: no hay en nuestro país un circuito cinematográfico que exhiba películas de tipo experimental o de ensayo. Hay producción, hay público, lo que ha fallado es el último eslabón: la exhibición. El universo cinematográfico no se reduce solo a la ficción y a los largometrajes; existen una cantidad de expresiones que están pendientes de ser proyectadas con el mismo ahínco y con la misma difusión que el cine tradicional. Hay documentales de primer orden, por ejemplo, El Corazón, de Diego García Moreno, o La ruta del chontaduro, de Alexander González, que deben ser vistos. Existen proyectos de animación en 2D ó 3D de excelente calidad. Vivienda multifamiliar, de los hermanos Carrillo, es un ejemplo de un cortometraje animado de excelente calidad, animación colombiana por si las dudas. Este trabajo se premió en el festival de Cartagena versión 2006. Hay autores y obras que esperan ser difundidos. Los cineclubes, que son los laboratorios naturales en los que se forman los futuros realizadores, son una pieza clave de este engranaje. Se requieren políticas públicas que acerquen a estos actores, los cineclubes, acosados permanentemente por la sombra de la ilegalidad; en la misma medida se necesitan más medios de difusión para este tipo de películas que sin ser masivas sí son necesarias. En el cine no hay minorías relegadas sino públicos especializados; ese es el encanto del cine: siempre existirán películas para todos los gustos.


Cine / A la entrada nos vemos

Los tres avisos de Mayolo Oscar Losada*.

De Mayolo supe que existía por allá a comienzos de los años ochenta, en la época del estreno de Carne de tu carne. Y no precisamente porque haya visto la película (en Palmira, un pueblo con ínfulas de señorío, no era usual que una película colombiana llegara en esa época), sino porque leí una entrevista con él en el Magazín de El Espectador, de la que recuerdo dos cosas: una, que el director de arte, Miguel González, le había dicho que estaban filmando una ópera; y la otra, que todos teníamos un tío anacoreta, un privilegio del cual yo me sentía único poseedor. Años después supe que ese personaje era el arquetipo del mayolismo: “Ese soy yo de viejo”, dijo Mayolo. En 1999 a Telepacífico se le ocurrió hacerle caso: se hizo un taller de formación para realizar dramatizados con la gente de acá, con la condición de que no hubiera que traer ni un filtro ni un trípode de Bogotá. Además de capacitarnos, era una manera de evaluar qué tanto teníamos de infraestructura para realizar un seriado de televisión. Creo que ninguno de nosotros

se imaginaba lo que iba a pasar durante el taller y menos después de él. El primer aviso sonó en las sesiones de casting: no miento si digo que ninguno de nosotros había visto antes semejantes lecciones de dirección de actores como las de aquellas jornadas en los estudios del canal y de la Universidad del Valle. El juego de “la verdad y la mentira” fue una revelación para los asistentes de dirección –éramos como cinco–, que tragábamos agua siguiendo el torrentoso caudal de Mayolo en acción. Pero si el casting fue revelador, el rodaje fue una “batalla de locos”, para usar una expresión suya. Un barco en alta mar del que nadie se puede bajar, como se lo dijo a uno de los integrantes del equipo que tiró la toalla después de uno de los inevitables malentendidos de toda grabación que se respete. La pelea fue por el anca de un caballo: Mayolo decía que la sacaran y el ponchador (director de cámaras) entendía que la metieran. Finalmente, a éste le tocó recoger la toalla y volver a ponchar. Segundo aviso.

“No existen caminos verdaderos para los hombres sobrios sino pasillos iluminados que conducen a un féretro corriente.” Guillermo Fadanelli

* Comunicador Social de la Universidad del Valle. Realizador de televisión y documentalista. Tiene a su haber varios premios como director de programas de televisión.

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Cine / A la entrada nos vemos No sé qué tan consciente era Mayolo de

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Antes de acabar el rodaje –después de que Gerardo de Francisco había terminado su actuación y de haberle dicho que había estado muy bien, igualito que en Azúcar– Mayolo estaba feliz y con ganas de seguir. Nos propuso que dañáramos algún cable, cualquier cosa, para alargar la grabación. Fue una de las pocas veces que no le hicimos caso. Tras grabar el último plano sonó el tercer aviso y nos fuimos a celebrar: estocada perfecta en el primer intento, oreja y vuelta al ruedo. “Los Miniserios” se convirtieron en el impulso que trajo de regreso a Mayolo a

Cali. A partir de ese momento iniciamos una suerte de postgrado off the record, teniendo como alma máter el Hotel Aristi, y como compañera de aventura a Beatriz, su mujer y correligionaria. Vinieron otros proyectos con Telepacífico y más talleres con la Universidad Autónoma. La única condición era tener el oído listo y el entendimiento alerta: “Los actores son unos mentirosos, siempre lo andan engañando a uno -decía-. No les comás cuento”. O su celebérrima orden capaz de destrozar cualquier asomo de cartesianismo: “No piense, actúe”.

su papel de maestro. Lo cierto es que todo el tiempo andaba tirando datos, recitando frases de poemas, desenterrando dichos y expresiones vallunas y revelando trucos. Hablaba, por ejemplo, de las pantallas de tul usadas en Carne para lograr su estilizada fotografía; enseñaba cómo se traza con tiza un círculo alrededor del trípode para poner al actor a caminar sin perderle el foco, la postura del camarógrafo para seguir la acción cámara en mano, o cómo sembrar la conjetura y la picardía en un guión. Todo como si nada, con la generosidad más despreocupada que he conocido. En últimas, el abuso de esa generosidad era lo más molesto cuando los especialistas de la paja en el ojo ajeno afilaban su arsenal para escupir que Mayolo estaba acabado. Sospecho que hablaban con el deseo. Les costaba entender que el cine le había quedado chiquito y por eso había decidido volver su vida una obra de arte, a la manera de Maikovsky o León de Greiff, los poetas a los que siempre volvía y citaba incesantemente: “Es mejor morir de vodka que de aburrimiento”. Era un suicida, claro, porque vivir sin tregua no es más que una manera de autodestruirse. En estos tiempos que corren, en los que los cobardes de la vida buscan mesías y ungen sátrapas, Mayolo escogió el desafuero, la arbitrariedad y, sobre todo, la libertad para jugársela a muerte por la vida,, para gambetear el aburrimiento y para compartir sus descubrimientos. Si no lo hubiera logrado la lista de sus deudos no sería lo que es. Como dice Perfecto –su personaje en Pura sangre– luego del reproche que le hace Florina Lemaitre por sodomizar un muerto: “Nadie es perfecto”.

(Texto leído en el conversatorio organizado y realizado por la Casa Proartes en homenaje que se le rindió a Carlos Mayolo al cumplirse un año de su fallecimiento).


Reseña

La revista del Colegio Hispanoamericano:

Mario Gil*

Decía Henry Ford, un señor que popularizó el automóvil y de paso se hizo millonario, que pensar es el trabajo más arduo que existe, lo que explica que haya tan pocas personas que se dediquen a ello. Y el vehículo en el que se transporta ese pensamiento es la palabra, primero hablada y luego escrita. En tiempos de la Internet se le ha vaticinado la muerte a los impresos, pero ellos permanecen anclados al corazón de quienes escogieron el camino de la transmisión del conocimiento. En el Colegio Hispanoamericano un grupo de docentes decidió, en diciembre de 1993, apostarle a la creación de un medio impreso que sirviera como motor del pensamiento y cuyo objetivo primordial era, y es, dar a conocer al público en general la producción intelectual de sus profesores, así como de estudiosos invitados de otras instituciones, interesados por temas afines a la educación, la pedagogía y el pensamiento en general.

* Coordinador del área Artística del Colegio Hispanoamericano

La revista nace inicialmente bajo el título de Revista de Educación del Colegio Hispanoamericano. Con la anterior nominación, aparecieron cuatro números; su distribución fue local, entre padres y público en general, y a un costo simbólico. Hasta el momento se han publicado quince números de forma ininterrumpida y podría afirmarse sin ambages que su desarrollo y madurez se demuestran con la evidencia. Los trabajos publicados en ella dan cuenta de una rigurosidad académica propia de quienes la coordinan, mezclada con la calidez que supone la enseñanza. Han pasado por sus páginas docentes universitarios de amplio reconocimiento tanto en la región como en el país y en el ámbito internacional, al igual que invitados extranjeros. La revista, en este proceso de maduración, cambia su nombre al de Revista de Educación y Pensamiento del Colegio Hispanoamericano para dar cabida a otras

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Reseña

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expresiones del pensamiento. Comienza su distribución local y nacional a las más importantes facultades de educación de la ciudad y del país; de igual manera en las más importantes bibliotecas de la ciudad y de la nación y se la hace llegar al agregado cultural de la embajada de España. Tímidamente se envían algunos números al exterior como España, Suiza, México y Argentina. Igualmente se mantiene un canje con la Universidad Javeriana y la Universidad San Buenaventura, de Santiago de Cali; la Universidad Pedagógica, de Bogotá; y la Universidad de Antioquia, en Medellín, entre otras instituciones educativas. En la actualidad la revista atraviesa un periodo de rigurosidad académica y de proyección al exterior, para el que se ha establecido una hoja de ruta propia de quienes trazan un camino para recorrerlo, o como lo escribió Machado y lo cantó Serrat: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”: • Rigurosidad en los trabajos académicos. • Destacar las experiencias de proyectos pedagógicos de importancia en la institución. • Mantener la colaboración de articulistas nacionales y contar con la colaboración de articulistas extranjeros. • Circulación de la revista en el panorama internacional. • Sostener canje con las universidades y ampliarlo a otras instituciones educativas extranjeras. • Difusión en el portal El educador, de Editorial Norma, y la página Web de la Fundación Hispanoamericana Santiago de Cali. Finalmente, la revista está registrada desde el año 2006 en Publindex, medio de indexación de las revistas científicas

de Colciencias. Lo dijo hace siglos el padre de la historia, Herodoto: de todos los infortunios que afligen a la humanidad, el más amargo es que hemos de tener conciencia de mucho y control de nada. Pues bien, quienes adelantan este proyecto desvirtúan lo anterior, y con una meticulosidad y precisión propias del hombre visionario diseñan el vehículo que habrá de llevarlos por los senderos del conocimiento, la educación y el pensamiento.


Cali 2008 en la cultura

Actividades

Mucho hecho y mucho por hacer 59

Catalina Bravo de Roca*

Cali es un sueño atravesado por un río, sentenció el poeta Eduardo Carranza y repetía hace algunos años el periodista José Pardo Llada en su habitual programa “Mirador en el aire” de la una de la tarde.

tenible de motos y ventas ambulantes que como enjambre de abejas nos envuelve en cada semáforo, son aquellos momentos de esparcimiento que por fortuna nos ofrecen las instituciones culturales de la

Hoy queremos creer que ese sueño, al que poco le faltó para volverse pesadilla, se está reconstruyendo desde la cultura y que nuestra ciudad puede retomar su rumbo y dejar de ser conocida como la capital de la salsa y el narcotráfico. Lo único que nos hace olvidar los terribles atascos de tráfico, los malos ratos que pasamos por los huecos de las calles, los conductores al ataque y la plaga incon-

ciudad. Música, danza, teatro, ballet, cine, fotografía, poesía y muchas actividades más se han desarrollado en 2008 en eventos de gran categoría con representación internacional, y esto ha permitido mirar a Cali con otros ojos. Hoy nos sentimos orgullosos de estar participando de esos compromisos de ciudad que han hecho posible reunir a los caleños en torno a

* Comunicadora Social de la Universidad del Valle y Directora Cultural de la Fundación Hispanoamericana Santiago de Cali.


Actividades

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Caliendanza, PhotoCali, II Festival de Blues Ajazzgo, seguros de que ese camino de cooperación institucional es la mejor opción para eventos de calidad. Juan Pablo López, director del área cultural de la Alianza Francesa en Cali, comenta cómo “desde hace unos años el movimiento cultural en Cali ha generado la creación de nuevos proyectos interinstitucionales que han fortalecido positivamente los lazos de cooperación entre las entidades del sector; exposiciones como Fernell Franco: otro documento, y Ever Astudillo: de la memoria urbana, demostraron que la unión institucional ayuda positivamente al desarrollo cultural de la ciudad y conecta y fortalece no sólo presupuestos, sino también equipos de trabajo. Por eso, la actual movida cultural en Cali me parece sana y en crecimiento, con gente creativa y responsable y con proyectos nuevos como el Festival Caliendanza, el naciente Festival de Hip Hop y el Festival de Performance, entre otros eventos que resumen una nueva y honesta visión de la ciudad y que indudablemente a mediano plazo asegurarán que Cali sea nuevamente una de las principales capitales culturales de Colombia”. No se trata de enumerar todo lo que hemos visto y oído este año; pero, además de estas realizaciones conjuntas, Cali ha podido disfrutar, por ejemplo, del extraordinario concierto de Valeriano Lanchas, uno de los más grandes cantantes que ha dado nuestro país. En la Sala Beethoven, Valeriano, con la Orquesta Filarmónica del Valle, bajo la batuta en esa ocasión del extraordinario director inglés Hilary Griffiths, deslumbró a los caleños no sólo por su brillante interpretación musical, sino por su calidez y simpatía. Nuestra Orquesta Filarmónica merece un punto aparte en este acontecer cultural de la ciudad. A cargo de Proartes y con la dirección del carismático y controvertido Paul Dury, la orquesta ha


Actividades

Caliendanza

tenido en estos últimos años un logro indiscutible: se ha acercado a los caleños, no solamente al selecto grupo de los amantes de la música clásica, sino a todos. Además de los conciertos clásicos, con solistas internacionales de gran trayectoria, Cali ha bailado salsa con la orquesta, se ha derretido con los valses de Strauss, ha aplaudido la música colombiana, ha disfrutado con su presencia en festivales como el del parque El Peñón y ha aprendido con sus conciertos didácticos. Es necesario que no sólo la empresa privada, sino muy especialmente las dependencias oficiales encargadas de la cultura en Cali y el Valle tomen conciencia real y asignen presupuestos suficientes para que la Orquesta Filarmónica siga metida en el corazón de los caleños. Así mismo estamos presenciando un importante movimiento en el cine con un creciente número de producciones. Creemos que hay mucha creatividad, y con el posicionamiento de la Ley de cine los empresarios están comenzando a aportar los recursos para su desarrollo. El proyecto de realizar el Festival Internacional de Cine del Pacífico en Cali abrirá nuevos espacios y será una inigualable manera de vender al mundo la nueva imagen cultural de la ciudad.

Valeriano Lanchas

En Cali se dice que hay gente para todo y la verdad es que igual llenamos la Plaza de Toros Cañaveralejo para oír a Miguel Bosé que el Teatro Municipal en el Festival Internacional de Ballet, el Teatrino de La Tertulia con el Festival de Blues Suburbia 2008, la Loma de la Cruz con la música andina en el Solsticio de Verano, la Sala Beethoven con la Orquesta Filarmónica, el Estadio Olímpico Pascual Guerrero con diversos conciertos, etc. Es preciso encauzar ese caudal hacia la creación de una identidad y una verdadera cultura ciudadana. Como institución educativa y cultural, la Fundación Hispanoamericana Santiago de Cali lleva ya muchos años con su aporte a la ciudad. Junto con la Alianza Francesa, el Colombo Americano, Comfandi, C o m fe n a l c o , l a Secretaría de Cultura, el Museo La

Merced, la Sociedad Dante Alighieri, el Instituto Departamental de Bellas Artes, la Universidad del Valle, etc., se han llevado a cabo importantes proyectos culturales. La promoción de nuevos talentos es preocupación de la Fundación y hemos abierto nuestra sala a aquellos que se destacan en sus instituciones, como un estímulo para sus carreras. Además dentro de su labor de difusión de los valores hispanoamericanos se ha constituido en un rincón de España donde tienen cabida el cine español, el arte colonial, las festividades regionales, los conciertos y las exposiciones que se ofrecen al público de Cali en forma gratuita. Estamos seguros de que este camino que estamos recorriendo al lado de las distintas entidades culturales tendrá cada vez más seguidores. Hemos hecho bastante, pero hay mucho por hacer.

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“Instants de ciutat” Sacha Tafur


Actividades

Eventos Sandra Liliana Lozada*

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La Fundación Hispanoamericana Santiago de Cali, a través de su Comisión Cultural, continúa en su misión de ofrecer un variado programa de actividades culturales de óptima calidad donde las artes plásticas, la música y el cine establecen un diálogo fluido y permanente con el público de nuestra región. El cine foro en el que cada jueves ofrecemos lo más selecto y exclusivo de las realizaciones mundiales, en especial, de Europa y Latinoamérica, ha presentado una serie de filmes que ratifican nuestro compromiso con el séptimo arte.

Recital de violín y piano de Lelio Olarte y Claudia Fuenmayor

Febrero: El Violín; Machuca; Bombón, el perro; Carandiru en un ciclo denominado Cine Latinoamericano Contemporáneo, a través del cual ofrecemos una mirada distinta de nuestra realidad bajo la óptica de un cine comprometido y genial.

Día del País Vasco, hacienda Arroyohondo * Comunicadora Social de la Universidad Autónoma de Occidente y Coordinadora de Cultura de la Fundación Hispanoamericana Santiago de Cali.


Actividades Marzo: Estuvo dedicado a Cannes y a su ya legendario Festival de Cine. Contamos para ello con obras de probada calidad y belleza tales como Bailarina en la oscuridad, Elefante y El viento que acaricia el prado. Abril: Da paso a otro acento expresivo –el Ciclo de Oriente–, otras historias con móviles semejantes al cine clásico, pero narradas desde otra perspectiva, otra mirada, otro tiempo; en una suerte de experiencia sensorial y mística con títulos como Deseando amar, Muñecas, Balzac y la pequeña costurera china y de contera Las estaciones de la vida. Este diálogo artístico se complementó con el Recital de Violín y Piano, a cargo de Lelio Olarte y Claudia Fuenmayor, quienes el 2 de abril nos deleitaron con obras de Mozart, Schumann, Franck, Tchaikovski y Sarasate. El 18 de este mismo mes inauguramos la exposición Barcelona:

Día de Nuestra Señora de Montserrat, Patrona de Cataluña.

Instants de ciutat, de Sacha Tafur. Una muestra fotográfica que recopila instantes de Barcelona.

Mayo: En convenio con el Centro Cultural Colombo Americano participamos durante la semana del 27 al 31 de mayo en el II Festival Internacional de Blues Suburbia 2008 y contamos además con la presencia el miércoles 28 en nuestro Auditorio del grupo Blind Charlie King & Germán Pinilla. También nuestro cine foro complementó esta programación con su ciclo Jazz & Blues, en el que proyectamos el documental The Blues y películas como Ray Charles, Soñadoras y El color púrpura, inspiradas en la realidad que recrean estas maravillosas técnicas musicales. Junio: Participamos en la primera semana de este mes junto con otras importantes entidades culturales (Comfandi, Alianza Francesa de Cali, Secretaría de Cultura, Museo La Tertulia, entre otras) en la toma cultural de la ciudad de Cali a cargo del sorprendente movimiento de danza contemporánea Caliendanza 2008. Se presentaron la compañía mexicana Apoc Apoc, grupos de Bogotá como Danza Común, Carlos Ramírez & Cía., Nathalia Orozco, Meghan Flanigan y la cuota local, a cargo de Jazmín Londoño. Sumado a estas presentaciones se realizaron documentales, encuentros y talleres con el fin de fortalecer el desarrollo de la danza contemporánea en la ciudad. En la Hacienda Arroyohondo realizamos junto a la Alianza Francesa de Cali, el 13 de junio, el Cabaret Literario “Cocteau y la poesía”, que este año renovó sus ámbitos y sus aires tomando como eje central la figura del gran Jean Cocteau. En nuestro ciclo de cine le dimos también un vistazo al Cine colombiano del siglo xxi con las producciones: La sombra del caminante, Bolívar soy yo, La

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Coro de la Fundación Hispanoamericana

Noche de boleros, grupo D’Gesta en la hacienda Arroyohondo


Actividades primera noche, y Pena máxima. También en asocio con la Sociedad Dante Alighieri se realizó el taller El sonido de la voz, Voces que hacen historia, con Arturo Orozco y la gala lírica a cargo de los alumnos del Conservatorio Antonio María Valencia.

Día de Santiago Apóstol – Galicia

Agosto: El ciclo fílmico que propusimos como programación para agosto nos permitió aproximarnos al arte de la actuación y de los veinticuatro fotogramas por segundo que transmiten tanto y ahondar en esa capacidad maravillosa de representar historias que tienen sus protagonistas. Dos ejemplos: Taxi driver y La doble vida de Verónica. Obras donde se configuran personajes que recrean la realidad a través de la ficción y que son encarnados por actores brillantes que los dotan de personalidad y carácter. Septiembre: En este mes, en convenio con la Alianza Francesa de Cali y el Centro Cultural Comfandi, en el marco de inauguración del Festival Ajazzgo 2008 presentamos al músico serbio, Bojan Z y programamos el ciclo Mejor Película extranjera.

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Festival de Blues

Con el auspicio de la Embajada de España, la Agencia de Cooperación Iberoamericana y el Instituto Ramón Llull de Barcelona, se presentó en el auditorio de la Fundación Hispanoamérica un recital a cargo de la pianista española María Jesús Crespo, con obras de destacados compositores de España. Octubre: Cruzaremos a la península ibérica con el Ciclo de cine español, y en asocio con la Universidad del Valle participaremos en el Segundo concurso de música iberoamericana para piano Luis Carlos Figueroa.

María Jesús Crespo, pianista.

Feria de Sevilla

Noviembre: Haremos parte del catálogo de Photocali 2008. Proyectaremos todos los miércoles de este mes Zarzuela en video y cerraremos nuestro ciclo de cine en este año con Directores contemporáneos colombianos. Como ya es una tradición en nuestra Institución finalizaremos la actividad cultural con el concierto de Navidad. No sobra reiterar que el ingreso a estos espacios llenos de lúdica, arte y cultura es totalmente gratuito, esa es nuestra principal razón de ser. Cada día y junto a otras entidades, aunamos esfuerzos para divulgar cada una de las diferentes expresiones culturales en una labor continuada y paciente en el marco de un contexto incluyente y responsable dirigido a la sociedad y en el cual se puede reconocer sin ambages que nos importan la gente y la cultura.


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