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Un sillón en el mundo Miles de viajeros hospedan y se hospedan, gratis, en cualquier punto del mapa. Te contamos todo sobre el fenómeno Couchsurfing, para que sepas cómo sumarte a esta movida.
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En la casa del argentino Marco Grimaldi, que vive en Costa Rica y recibe couchsurfers hace dos años. IZQUIERDA, DESDE ARRIBA: Jamie fue hospedada en Londres; cálido cartel de bienvenida; Emanuel Ocampo y un grupete de CS’s en una barcito de Bolivia.
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textos: constanza coll fotos: LUCAS ITURRIZA y comunidad couchsurfing
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DE IZQUIERDA A DERECHA: Travesía en 4x4 por la sabana africana; una argentina y su host pasean por los jardines ingleses; Kim-Sanh Chau paseando en bici junto a su anfitrión por París.
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En los 247 países se organizan megafiestas, road trips... la imaginación
no tiene límites cuando las cabezas piensan en distintos idiomas.
ay 3.006.604 personas que viajan por 81.635 ciudades del mundo durmiendo en casas de totales extraños. No hay condiciones ni plata de por medio, y podés vivir en la metrópolis más cosmopolita, en un pueblito de pescadores a orillas de un río perdido del Amazonas o en la más religiosa y mística de las comunidades hindúes, que si llega una señal de Internet, podés ser parte del fenómeno Couchsurfing.org. Claro que no hay garantías, de eso se trata: de hospedar y ser hospedado a cambio de nada, sin promesas ni compromisos, sin más datos que los publicados en un perfil estilo Facebook con nombre, edad, ocupación, intereses y, tal vez, algunas fotos. La gracia es dejarse sorprender y hacer de cada viaje, dos viajes: uno por los obligados y alternativos del destino elegido y otro por las costumbres y el día a día en las casas de quienes nos alojan. Dos viajes. Y eso cuando vamos de vacaciones, que nos tomamos un micro, avión o barco para conocer un rincón escondido de nuestro
en el “muro” de cada couchsurfer se puede leer referencias positivas, neutrales y negativas que dejaron personas que lo conocen, que se hospedaron en su casa o lo recibieron en la suya. De todas maneras, se puede empezar como Luciano Elizalde (31, guía de turismo chubutense), que al principio se ofrecía sólo para salir a tomar algo: “Es totalmente válido, CS se trata sobre conocer gente, no necesariamente hospedar o ser hospedado”. Lo cierto es que la falta de referencias es un problema a la hora de conseguir sofá, como dice Antonio Saracho (51, hace tejidos artesanales en Belén, sobre la Ruta 40), “en las vacaciones suelen aparecer muchos CS´s novatos, sin perfiles ni contactos, creo que antes de pedir el couch debería tener un mínimo historial de ofrecimientos”. Vamos a los números: en la página de inicio de Couchsurfing.org el conteo va por las 5.591.406 experiencias positivas, y de las 35 personas entrevistadas para escribir esta nota, ninguna recuerda haber pasado por una situación peligrosa, negativa, ni siquiera incómoda. Y si bien la mayoría titubeó en la primera vuelta, algunos
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país o del exterior. Pero los couchsurfers también viajamos desde casa, cuando abrimos las puertas de nuestra privacidad a desconocidos que cargan una mochila llena de ropa y experiencias para contar desde Francia, Grecia o Estados Unidos, KimSanh Chau, Dimitri de Micho y Jeffrey Martin respectivamente, para hablar de tres casos que pasaron en lo que va del año por el sillón de mi pequeño dos ambientes en Belgrano Bajo. Porque couchsurfing traducido al castellano significa algo así como “surfear en sillones”, aunque también valen colchones inflables, bolsas de dormir, almohadones y ni hablar de una habitación en suite. La comodidad no es prioritaria, aunque nunca se sabe, también te puede tocar un megacondominio en el barrio más exclusivo de Nueva York. Kim es mitad vietnamita y mitad parisina, tiene un master en Finanzas y colecciona vinilos desde que se acuerda. Dimitri es periodista deportivo, vive en Tesalónica y a los 35 años le preocupa un poco no haberse casado. Jeffrey creció en Florida, trabaja diseñando parques de diversiones y prefiere ir a pagar las cuentas o hacer las
compras de verdulería conmigo a dar un paseo por Caminito o Puerto Madero. Se cae otro mito sobre la gente que hace CS: No somos hippies roñosos, y los que piden couch argumentando falta de presupuesto, caducan en el intento. Es más bien al revés, para participar en la organización hay que saber hablar inglés y tener algún lugar extra para poder hospedar (¿cuántos eligen compartir por dos o tres días su micromonoambiente?). Los couchsurfers son humanos y como tales, como ustedes, al principio también tuvieron miedo, ni hablar de sus padres: ¿Y si se te instalan? ¿Y si te roban? ¡¿Ahora también les das una llave?! Inconciencia, tal vez un poco, pero sobre todo confianza en el otro, interés en lo diferente, verdadera hospitalidad. Cuando un viajero toca timbre, es tiempo de probar platos nuevos, charlar de política, moda o religión, coordinar salidas por la ciudad y planear nuevas escapadas al mundo: los pasaportes de los couchsurfers suelen coleccionar páginas y páginas de sellos migratorios, algunos muy codiciados. Algo más para contrarrestar la amenaza de lo desconocido:
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En primera persona por constanza coll No podés levantarte un día de mal humor y poner cara de nada en el desayuno. Es como hacer dedo: el que te levanta quiere charlar con vos, que le cuentes un chiste, algo que lo despierte y lo mantenga derechito en la ruta. Couchsurfing es igual: ofrecés tu sillón, colchón inflable o lo que sea que tengas a cambio de una buena compañía. Y aprendés mucho, de cada casa uno se va con listas de películas pendientes, libros de escritores locales recomendados, incorporaciones nuevas a la rutina personal, recetas regionales: con Danilo Heckel aprendí a cocinar tapiocas en Ilha do Mel y Kerem me trajo un café turco fuertísimo que sigue juntando polvo en la alacena, un tesorito. En general hago lo que me recomiendan hacer y los CS´s que llegan a Buenos Aires siguen atentamente mis consejos, ninguna guía de turismo sabe mejor que quien camina mucho por su propia ciudad. En mi caso, prefiero recibir y ser recibida en días de semana, entonces trabajo o trabajan y nos vemos a la vuelta para preparar la cena o salir a tomar cualquier cosa. En el medio, “hacé lo que quieras, esta llave abre abajo, esta otra arriba y volvé antes de que me vaya a dormir (las dos am está ok de lunes a viernes)” -no está bueno preocuparse por el bienestar de un extranjero perdido en la noche porteña-. Y también me pasaron algunos insólitos, como aquella vez en Angra dos Reis, cuando llamamos a Kelvin Medeiros, el couch con quien habíamos arreglado y resultó que estaba mirando un Boca - River en el Monumental, a pocas cuadras de casa. Ningún problema, una pareja amiga de este Kelvin nos buscó por la terminal y nos dejó en la casa del ausente con llaves, tele y DVD, notebook y la heladera llena. O como el loco de Carlos Folly Negreiros, que para poder usar las bicicletas públicas de Rio nos prestó su tarjeta de crédito y su pin (el mismo que habilita a sacar plata del cajero). Sí, es un mundo bastante naif, pero hasta hoy las malas experiencias se agotan en un francés bastante parco y en una neoyorquina muy, muy creída. El resto, una masa internacional de gente linda.
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DESDE ARRIBA, EN EL SENTIDO DEL RELOJ: Encuentro de Couchsurfing en la playa de Copacabana, Río de Janeiro; Eliezer y el gato Chicho en la casa de Ricardo Beretta, en Mendoza; Emanuel Ocampo en Córdoba Capital; David Navarro junto a dos CS’s amigos en el carnaval de Lima; un couchsurfer en el Salar de Uyuni, Bolivia; Harry Kikstra frente a un manjar en Manzanillo, México.
insisten en que surfear sillones puede llegar a ser, incluso, más seguro y productivo que otras formas de viajar. A Mariana Mercado (de 30 años, empleada de IBM) le costó animarse, la asustaba encontrarse con gente que creara perfiles falsos para engañarla, pero se sacudió los miedos y debutó en uno de los países con peor prensa de Latinoamérica: “Colombia tiene fama de ser un lugar peligroso, yo no lo sentí así, me tocó conocer a la familia más linda de un barrio de clase media en Santa Marta, estuve una semana entera con ellos. Lo bueno de couchsurfing es que las personas que viven en el lugar que visitas te pueden mostrar y enseñar mil cosas sobre la ciudad, la gente y sus costumbres, circuitos seguros y paraísos secretos que no están marcados en ningún mapita o guía turistica”. Es la gran diferencia con los hostels: el ambiente es muy divertido, siempre hay fiesta hasta la madrugada, buen clima, desayuno buffet y lockers, viajeros de todo el mundo para charlar, etc… en Londres, México D.F. o Hong Kong los hostels son más o menos lo mismo, como franquicias de una misma cadena de supermercados. En cambio, cada casa particular es un universo, con sus horarios, rutinas y heladeras. Ignacio Manfredi (31) tiene algo para decir en este punto: “Lo peor que me
ocurrió haciendo CS fue que dos chicas suizas me comieron todo un pote de dulce de leche y, en reemplazo, me compraran uno de marca más trucha”. Desastre total. Éstas son algunas de las cuestiones complejas con las que un couchsurfer tiene que aprender a lidiar.
Surfistas argentinos Al grupo “Argentina” -porque, como en otras redes sociales, hay grupos temáticos donde se postea novedades, consultas, propuestas- están suscriptas ni más ni menos que 45.823 personas, otras 29.097 al grupo “Buenos Aires”, y así con cada provincia y ciudad de los 247 países representados en Couchsurfing. A través de estos grupos, cada dos por cuatro se organiza fiestas multitudinarias, road trips con un integrante de cada pueblo, o nación, bicicleteadas masivas, noches de tragos exóticos, escaladas, trekkings y asados, entre muchos otros. La imaginación no tiene límites cuando las cabezas piensan en distintos idiomas. Enrique Wen es un experto en el tema Grupos. Este estudiante de Ingeniería Industrial, de familia taiwanesa y oriundo del barrio de Colegiales, hace tres años que surfea sofás, y ya participó de varios Septiembre 2011
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“Lo peor que me ocurrió fue que dos suizas me comieron un pote de dulce de leche y, en reemplazo, me compraron uno de otra marca”. ARRIBA: El asadito es un clásico en las casas de couchsurfers argentinos. ABAJO: Nora y Kai en la entrada, muy trabajada en madera, a un templo en Yogyakarta, Indonesia; Mejor probar platos y tragos exóticos que un local nos pueda recomendar.
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meetings: “El último fue el fin de semana largo de junio, una invasión a Montevideo que hicimos unas cincuenta personas de varias ciudades del mundo. Y otro encuentro que no me olvido es el que hicimos para año nuevo en la playa Copacabana de Río de Janeiro, un evento panamericano donde trescientos couchsurfers conseguimos romper la barrera virtual para conocernos las caras”. Los grupos también ayudan a perder el miedo. Freud habla de
masas irracionales y tal vez algo de eso se puede aplicar acá: si lo hace toda esta gente, ¿por qué yo no? Entonces muchos participan de estos eventos antes de alojar, para conocer bien de cerca qué clase de gente somos los que hacemos esto. Así, Mirta Palandrini llegó a viajar por un meeting de personas de más de 50 años en Stuttgart, Alemania: “Al verme apuntada en el evento, una persona que vivía cerca me ofreció su sillón, Gertrud, una mujer muy viajada y muy especial, con ella desayunábamos champaña y cenábamos a la luz de muchísimas velas, fue genial”. Sí, en Couchsurfing cabe gente de más de 50, 70, con hijos, perros y madres también. Hay familias enteras que reciben a couchsurfers y couchsurfers que reciben a familias enteras. En el profile de cada uno se puede tildar o destildar hombre o mujer, acceso para personas en sillas de rueda, mascotas, espacio libre de humo o cigarrillo friendly, máximo de couchsurfers por noche, entre otras preferencias a la hora de hospedar. Mariana Hirsch, por ejemplo, viajó junto a su marido a Mumbai, en la India, y se hospedaron con un matrimonio de 50, la abuela de 80 y sus hijos de entre 25 y 28 años. Lo mismo Beatriz Coria, que surfeó junto a su hija la casa de una familia de siete: “Éramos personas de entre 12 y 55 años, hombres y mujeres, tratándonos de LP entender en al menos tres idiomas”.