Road trip por la Costa Brava en #Clase Ejecutiva, la revista de lifestyle del Cronista Comercial

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ROAD TRIP POR LA COSTA BRAVA DE BARCELONA

A

CARCASSONNE,

CRÓNICA DE UN VIAJE CON VISTA ININTERRUMPIDA AL

MEDITERRÁNEO,

COLGADOS DE LOS ACANTILADOS, FUERTES MEDIEVALES Y PLAYAS DE ENSUEÑO.

62 > CLASE

ENTRE PUEBLOS

Txt: Constanza Coll


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ntre Barcelona y el límite con Francia hay, apenas, 180 kilómetros. Al menos eso es lo que midió Google Maps antes de que arrancáramos este viaje en campervan por la Costa Brava. Todo está muy cerca en Europa. Y eso, con 7 días por delante, es una verdadera tentación para cualquier viajero en busca de nuevos horizontes. En menos de lo que uno llega desde Buenos Aires hasta Pinamar, con algún desvío estratégico acá y allá, visitamos ciudades amuralladas y fuertes medievales, siempre con el Mediterráneo azul al costado de la ruta, con los Pirineos nevados a lo lejos. Un poco más allá, cruzando la frontera, viñedos, baguettes, camembert y chansons... Salimos de Barcelona a los empujones: no es fácil manejar en una gran ciudad, ajena, con un campervan y en día laborable. Habíamos pasado varias jornadas recorriendo las casas, las iglesias y los parques diseñados por Antoni Gaudí, las tiendas con descuentos de media temporada, el mercado de La Boquería, el puerto y las ramblas. Todo esto, barajado entre cañas y tapas españolas, una constante que nos acompañará durante todo el camino hasta Francia. Y de vuelta también. Dejamos la ciudad por la carretera N-II, que nace en Madrid y viaja casi siempre junto al mar en el tramo

E

que va de Barcelona a la frontera con Francia. En cualquier fin de semana del año, pero especialmente si es verano, los catalanes se escapan a las playas que los esperan a un par de estaciones de tren o a media hora por la autopista. Entre las primeras, contando desde Barcelona hacia el norte, paramos una noche en Arenys de Mar, una ciudad balnearia cuyo puerto pesquero y deportivo está siempre repleto de yates y veleros. En la cabecera del casco antiguo, la Iglesia Santa María, construida en el siglo XVI, con un retablo barroco y dorado, tan floreciente como el pueblo por aquellos años. Corría nuestra primera noche en la Costa Brava y, con esa excusa, cenamos en el restaurante MOT, de Vila Arenys Hotel. Inaugurado recientemente, es un emprendimiento de Santiago Ponsarnau, quien se animó a dejar su zona de confort para lanzarse a ese proyecto familiar con sus hijas Marta y Laura. “Rescatamos los muros antiguos de la casa que contenían la riera, los calcáreos, y sobre eso montamos el diseño y la esencia de Vila”, nos contó Santiago. El maitre, Salvador, nos propuso el Menú Sorpresa, diseñado por el chef Toni Sánchez: “No se preocupen, que no tiene patas de chancho, palomas ni caracoles. Les aseguro que les va a encantar”. En este orden, probamos tapas con tomate, anchoas y jamón serrano;

carpaccio de pulpo; raviolones de bacalao con reducción de camarones del puerto de Arenys, corvina con almejas, filete de buey con salsa Café París y una ganache de chocolate con mousse de mango. Salvador: te agradecimos entonces, te agradecemos ahora.

RECALCULANDO Seguimos hacia el norte por la N-II, acompañando las vueltas de la carretera, entre las montañas y el mar. Hicimos escala en Tossa de Mar, que en época de romanos se llamaba Turissa; y en Calonge, adonde llegan muchos barceloneses en plan de descanso, especialmente en hoteles como el Spa Silken San Jorge, cuya terraza inmensa sobre el Mediterráneo es ideal para no hacer nada más que desayunar, leer, tomar sol. La libertad obliga. El hecho de viajar en campervan nos permitía parar para conocer cada pueblito que se nos antojaba, hacer un desvío si acaso nos tentaba un cartel, descansar al costado de la ruta o en un mirador trepado a un acantilado, cocinar a bordo con ingredientes locales o desplegar la mesa de camping y montar un picnic en alguna playa. Esto último, precisamente, es lo que hicimos en Cadaqués. Habíamos pasado el día anterior en Figueras, donde visitamos el Museo Dalí, un antiguo teatro que el artista transformó en el escenario perfecto


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donde montar sus pinturas, esculturas, sueños, locuras, colecciones personales, joyas con perlas y rubíes... Y, como siempre, una cosa lleva a la otra y nos vimos, otra vez, obligados por la cercanía y la curiosidad, a pasar por el pueblo donde nació y vivió Salvador junto a su amada Gala. Ese mediodía, desplegamos la mesa de camping para almorzar unos sánwiches de brie, cherries y jamón serrano porque, claro, seguíamos en España. En eso, vimos cómo un buzo, que andaba merodeando a pocos metros de la orilla, salió del mar con un arpón en una mano y un pulpo en la otra. “Es para la cena de esta noche, seguro lo preparo con arroz”, nos confió Jaume, antes de atravesar la playa y subir una cuadra hasta su casa, descalzo, con el traje de neoprén puesto y los tentáculos colgando de su mano. El de Roses fue, sin dudas, el mejor atardecer de este viaje. Cada día, el sol se pone sobre el mar y tiñe de rojo los barcos del puerto y todo el caserío que cuelga de las sierras que rodean la bahía. Entre otras cosas, este pueblo catalán supo alojar, en una de sus calas, a uno de los restaurantes más prestigiosos del mundo: elbulli, de Ferrán Adriá, en vías de convertirse en una fundación dedicada a la innovación gastronómica. Salimos a recorrer la sierra y el monasterio de Rodes, una trepada que nos compensa con vistas abiertas desde lo alto y esa sensación, un poco mística, de estar respirando el mismo aire que los romanos hace más de 2 mil años. A medida que pasaban los días, esos 180 kilómetros que planeábamos recorrer originalmente por la Costa Brava se multiplicaban. Seguimos avanzando, ahora por la ruta N-260 hasta la frontera, donde un cartel nos despidió de España y otro cartel nos dio la bienvenida a Francia. Fue el cambio de país menos burocrático de nuestras vidas. De hecho, aunque estuviéramos en suelo francés, continuábamos rodando por Cataluña del Norte, un territorio histórica, cultural y lingüísticamente catalán. La ruta cambió de nombre (D-914) y cubrimos unos 40 kilómetros más hasta la ciudad de Colliure. Ahí nos esperaba la casa donde vivió Antonio Machado y la feria del domingo, con un cuarteto de jazz a la gorra, puestos de verduras y frutas orgánicas, quesos de granjas de la zona, además de baguettes, quiches y crumbles recién horneados. Rodeamos los Pirineos que, finalmente, quedaron

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32 MIL KM2 Es la superficie de Cataluña, territorio estratégico de España que limita con Francia, Andorra, la Comunidad Valenciana y Aragón.

1,8 MILLÓN Es la cantidad de catalanes que votaron a favor de la independencia en la última consulta.

en el espejo retrovisor. No era parte de nuestra hoja de ruta original, pero con ese último tirón –apenas 100 kilómetros más–, pudimos conocer uno de los pueblos medievales mejor conservados de Francia: Carcassonne. Declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, la ciudadela tiene un castillo, una basílica y está rodeada por una muralla doble de 3 kilómetros de largo que se puede recorrer a pie. Como en toda la Costa Brava, no faltaron los ciclistas que, en grupo o en solitario, subían y bajaban las montañas a pedal. De regreso a Barcelona, desandamos todo el camino, pero deteniéndonos en otros pueblos. Resulta fascinante comprobar cómo, en tan cortas distancias, hay tanto por conocer, incluso lugares que en principio no aparecían atractivos y, de repente, revelaban murallas, castillos, callecitas empedradas de la Edad Media. Así, pasamos por Begur, con calas escondidas a cada vuelta de montaña (Sa Riera, Aiguafreda, Sa Tuna, Playa Fonda, Fornells, Aiguablava), y decidimos pasar la última noche de este road trip en Llafranc, en el municipio de Palafrugell. Ahí sí, supimos que existía una vida mejor: la playa perfecta; una camino de ronda que conectaba con los pueblos vecinos, todos hermosos; la cantidad de gente justa y amable; la cocina exquisita del gran Eneko Agote, entrenado en El Celler de Can Roca; una habitación de hotel con una terracita llena de sol que miraba al Mediterráneo y los veleros fondeados en una bahía bien protegida. De Llafranc a Barcelona fue un viaje corto, pero sin prisa.◆

Aéreos: Desde Buenos Aires hay vuelos sin escalas por Aerolíneas Argentinas. Los pasajes cuestan desde u$s 1.510 ida y vuelta (al cierre de esta edición). Alojamiento en Barcelona: Se recomienda el Hotel Majestic, un clásico de lujo, con un sky bar que ofrece las mejores vistas sobre el Paseo de Gracia (desde u$s 30). Por su parte, Casa Gracia tiene una propuesta joven, con un speakeasy en el sótano, habitaciones compartidas y cocina a disposición del huésped (desde u$s 40). Alojamiento en la Costa Brava: Se recomiendan los hoteles de la cadena Costa Brava Hotels y Petits Grans Hotels de Catalunya. En Calonge, Silken Park Hotel San Jorge es un 4 estrellas con servicios de spa; en Roses, el 1935 es una propiedad boutique con decoración contemporánea y desayuno casero; en Pals, Sa Punta es tan reconocido por sus amplias habitaciones con vista a las islas Medes como por su restaurante gourmet; en Llafranc, Llevant es un emprendimiento familiar, en la playa, con 26 habitaciones y una gran colección de arte y objetos curiosos; en Arenys de Mar, Vila Arenys es el más nuevo, con un gran desayuno servido en bandeja en el restaurante. Campervan: La empresa Cargoling ofrece estos vehículos equipados con anafes, heladera, bacha, camas matrimoniales, techo elevable con mosquitero y mesa interior. Se pueden sumar utensilios de cocina, blanquería y GPS. Se pueden alquilar desde 55 euros por día, en temporada baja. Web: www.spain.info


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