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Los 3 caminos a
Machu Picchu Fotos: corbis, photonomada.com, guido villaverde y perú rail.
Hacé trekking por la ruta más alternativa, dormí en carpa a 4.000 metros de altura o subite al tren más lujoso del mundo, pero no te quedes con las ganas de conocer la mítica ciudad inca.
Es una experiencia única contemplar el amanecer en una de las cimas de Machu Picchu.
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Escaleras al
Cielo
Por ana peré vignau
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puesto que los restos de la ciudad inca que descubrió en 1911 el estadounidense Hiram Bingham III (y el sargento Carrasco y el campesino Melchor Arteaga) no resultarían del todo la experiencia zen que son, a la vez íntima y cósmica, si antes de llegar y asomarse a ellos entre la bruma de las seis de la mañana, no hubiera hecho el Camino del Inca. Como si fuera la única ruta posible, decidí llegar a Machu Picchu a la manera inca. Cuatro días de andar por un camino de 42,5 kilómetros en medio de selvas, montañas, caminos rustiquísimos, empinados, a veces, y en franca bajada, otras tantas, con escaleras, o bordeados por acantilados, llenos de verde, flores y pájaros de colores, y que atraviesan desde punas áridas a bosques de neblinas. Desde el siglo XII ésa fue la ruta de acceso que crearon los incas para llegar a esa ciudadela imperial entre nubes. No es para cualquiera: hay que transpirar duro la camiseta, caminar a 3.000 ó 4.000 metros de altitud y sortear caminos de cornisa. Pero el Camino del Inca recompensa con atracciones secretas. Ruinas de antiguas fortalezas, restos de pequeños pueblos, terrazas donde se hacía los cultivos, todos yacimientos históricos visibles desde las alturas y abiertos para ser recorridos por los trekkineros. Primer consejo para quienes se decidan por esta gran aventura: aclimatarse en Cusco. Mínimo de tres días, si no querés caminar apunado. Con quién hacer la excursión es otro punto clave. Uno se encuentra con todas las alternativas, desde la que apunta al mochilero gasolero hasta el que busca algo más premium (hay empresas que llevan tanquecitos de oxígeno para contrarrestar el soroche de los turistas más platudos). Me anoto en el tour que tiene lo básico, más alguna mariconada extra como bolsas de dormir bien abrigadas y carpas iglú sólo para dos. Este ejército de borceguíes castiga a las ruinas, por eso el 44
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ARRIBA: Vista privilegiada del Nevado Verónica. Las subidas son un clásico del Camino del Inca. DERECHA: Sobre el final del trekking aparece la selva, con flores y pájaros de colores.
cupo es limitado y se pide reservar lugar para hacer el itinerario con por lo menos tres meses de anticipación.
Día 1 / A las 4 de la mañana me pasan a
buscar por el hotel de Cusco los guías John –un cusqueño buena gente con nombre gringo y espíritu de coach- y Lourdes –enfermera puro corazón, además de experta en historia peruana-. Desayuno en Ollantaytambo, uno de esos pueblos de tránsito que ganan encanto si uno los visita con tiempo. Lo anoto mentalmente para volver post-Machu Picchu y enfilo hacia el punto de partida. Mi grupo –somos unos
16 – está formado por australianos, norteamericanos, un israelí, irlandeses, una pareja de eslovenos y dos argentinos. Casi una ONU trekkinera. El punto de partida es en el kilómetro 82 de la estación de tren. Ahí empieza oficialmente el Camino del Inca. Ya tengo todo lo que necesito: bastón (que se puede comprar en la plaza de Ollantaytambo por US$ 1,5) y mochila con lo estrictamente necesario: bolsa de dormir, botella de agua y ropa para esos cuatro días, abrigo incluido. Listo. Nada de agregar cosas “por si acaso”. Nos esperan días de caminata, pero arrancamos como quien larga para los cien metros llanos. El entusiasmo dura poco. A los minutos, ya nos quedamos sin aire y el paso se vuelve suave, pero sin pausa. Valles verdes, el pico nevado del Verónica, cascadas de donde tomar agua fresca. Todo parece de cuento. A las horas, la pendiente y la altura ponen a prueba tu resistencia. La mía no es todo lo buena que se esperaba y al mediodía abandono la mochila, para no abandonarlo todo de una vez. Maldito soroche, ¡y yo que me creía tan fuerte! Termino por pagarle a un porteador –lujo que me cuesta unos 18 dólares por día- para que cargue parte de mis bultos. Los porteadores sí que tienen un entrenamiento único. Hacen carreras en el Camino del Inca y tienen sus propios récords: dicen que el ganador hizo en 4 y ½ horas lo que cualquier cristiano tarda cuatro exigidas jornadas. Pero lo cierto es que son los que se llevan la peor parte de la expedición: transportan carpas, mesas, sillas, huevos frescos, luces, y depende de la seriedad de la agencia que no carguen sobre sus espaldas más de los 20 kilos permitidos. Con el almuerzo se renuevan mis ganas de seguir. Me dan un poco de chicha de efecto sublime que levanta los sentidos adormecidos si se la combina con hojas de coca. Un poco de gusto a jarabe y color inverosímil, pero enseguida me vuelve el alma al cuerpo. ¡Pucha que son duras las subidas!, pero las sorpresas llegan pronto. Escondidas en medio del verde, aparecen las ruinas del pueblo Llaqtapata, con sus terrazas andinas con canales de riego, al margen del río Cusichaca. Y justo cuando planeo ponerle techo de paja a los restos de esas casitas tan encantadoras y quedarme a dormir ahí, el guía avisa que la caminata sigue. El paisaje es estimulante, cada vez más verde. Sigo. Algunas empresas acampan antes: te salvás el primer día pero el segundo te dan flor de paliza las pendientes eternas. Al campamento uno llega knock-out, a punto de tirar la toalla. Pero ahí está el team, que nos recibe con todas las carpas enanas ya armadas y un mate de coca
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ARRIBA: El Camino del Inca está entre los 3.000 y 4.000 msnm. ABAJO: Los porteadores transportan carpas, mesas, sillas, huevos frescos... depende de la seriedad de la agencia que no carguen más de 20 kilos. IZQ. Y DER. La excursión recompensa con atracciones secretas: terrazas donde se hacía los cultivos, visibles desde las alturas y abiertas para ser recorridas por los trekkineros.
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perú –le dicen así pero es un té- bien caliente. El lugar es inmejorable: Llulluchapampa, a 3.000 metros sobre el nivel del mar, con una vista hermosa, casi un balcón de tierra en las alturas, de cara a las montañas, el río y el verde. Un lugar con baños, carpa comedor y todo muy limpio para ser tan hippie style. Cada comida es una gloria, en eso no exageran las agencias: platos peruanos de primera, sopas revitalizantes, pastas con salsas de hongos o postres inverosímiles, ¡tantas cosas!.. Todo es rico, sano y abundante, pero nada pesado, para seguir funcionando. Proezas gourmet que sacan de la manga en medio de la nada, con los elementos contados. Después de una gran cena, esa vista inmejorable y una bolsa de dormir abrigada, recupero el espíritu de aventura. John me cuenta que el mes pasado hizo el camino un hombre de 50 con su hijo adolescente, felices los dos. “Tú puedes”, me digo antes de cerrar los ojos y quedarme dormida como un tronco.
esfuerzo del siguiente, con esas subidas y esos bajadones, el tercer día está planeado para el disfrute. Y yo sigo masticando coca, ese ritual de ruta que no pienso abandonar hasta llegar a Machu Picchu. Caminamos en medio de una selva espesa, brumosa y de precipicios profundos. Siempre en armonía con el agua que baja, suena y acompaña, hasta que una especie de ciudad perdida se abre ante nuestros ojos: Puyupatamarka, a 3.540 msnm. Es cierto que son ruinas pero están en medio de un jardín perfecto, lleno de canales de piedra y escalinatas que van de un lado al otro de esas aguas que caen por todos los rincones. A la noche llegamos al codiciado puesto Wiñaywayna (2.650). Todos los grupos quieren acampar ahí: es el punto más cercano a la entrada de Machu Picchu. Que
sonreír y no les molesta que les hable, pero tampoco les importa lo que digo. Tienen una sonrisa fabulosa: Machu Picchu está cerca.
Día 4 / Nos levantamos de noche. Me
acercan un té caliente y soy feliz. Caminamos cien metros con nuestros ponchos para la lluvia, todo el abrigo encima y una linterna. Nos frenamos en la puerta, que abre recién a las cinco de la mañana. Somos muchos los madrugadores. Cuanto más temprano, menos gente habrá en el camino a Machu Picchu y en la ciudadela. Pasamos esta suerte de entrada B y se produce una pequeña estampida. Hay ansiedad, corre la adrenalina. Avanzamos casi pisándonos los talones. Un grupo de orientales me esquivan al grito de “¡Go, go, go!”. No me prendo en la carrera, todavía es
Día 2 / Café con leche, banana y pancakes
con miel, y salimos a enfrentar una pendiente. Escaleras al cielo. Los porteadores me pasan como si fuera un poste. Voy en cámara lenta y mastico coca para evitar el soroche. Hoy me tengo fe. Llegamos a un lugar maravilloso: el Paso de la Mujer Muerta (Warmiwañusca), el punto más alto del camino (4.200 msnm). La primera gran subida termina ahí. Hay un sol delicioso y está muy bien esto de sentarse un rato a tomar aire rodeada de pastito y mirar las montañas con picos nevados y lo que nos espera: una superbajada en zigzag. El paisaje se vuelve fascinante y empiezan a aparecer unos muros incas circulares. Es un Tambo Inca (de nombre Runkaraqay) al aire libre. Antes de llegar al campamento en donde vamos a dormir –Chakicocha, a 3.870 msnm- hay unas ruinas –las de Sayacmarca-, que el guía nos presenta con la noble misión de dejarnos sentir la historia y recorrer a gusto sus laberintos, sin rellenarnos de datos que sólo agotarían más nuestras desgastadas neuronas. Puro placer visual. Esa noche festejamos el cumpleaños número 29 de Sean, uno de los alocados irlandeses. Los cocineros improvisan una torta de moras espectacular, que después de horas de dura subida tiene sabor a magia.
Día 3 / El camino de piedras está
totalmente patinoso porque llovizna esta mañana, pero el paisaje es alentador. Orquídeas salvajes, vegetación espesa, cuevas en la montaña, colibríes, túneles a través de troncos de árboles milenarios. Después de la paliza del primer día y del
Cholas con las ropas típicas usan a las fieles llamas para transportar sus cosas por los caminos de montaña.
no es la principal, sino como la puertita de atrás por donde pasan los trekkineros. Aquí hay otro lugar arqueológico fabuloso. Se trata de un hospital inca donde cultivaban plantas medicinales en prolijas terrazas. Muros perfectos de mil años atravesados por el verde. Wiñaywayna es un campamento lleno de privilegios. Tiene una ducha de agua caliente que nos empuja a ponernos limpios y perfumados para entrar a la gran ciudadela sagrada. Es el primer baño que nos podemos dar desde que arrancó el Camino del Inca. Y para rematar, también hay un bar. Con una cervecita delante me sentía feliz, eufórica y perfectamente enajenada. Me cruzo en el bar con los irlandeses y uno de los australianos, que están totalmente mamados. No paran de
de noche, el camino es de cornisa y resbala. Calma: hay premio final para todos. Ya me habían dicho que era otra cosa entrar a Machu Picchu por su puerta grande, Intipunku (la Puerta del Sol), y quería saber por qué. Cuando llegué empecé a entender. Ese lugar tiene una mística particular. Pero el clima no nos ayuda, y en lugar de la vista de Machu Picchu en miniatura nos asomamos a puras nubes. Al fin, llegamos a las ruinas, pero antes están el vértigo, la nubosidad sugestiva, la blancura del sol hinchándose del otro lado de la montaña y la sensación de ver cómo nace el día frente a Machu Picchu. Mientras hice la excursión caminé como nunca, sufrí y reí, vi panorámicas preciosas y comí como una reina. El camino me llevó por todas las esferas: por la de la espiritualidad, por la histórica, por la personal, por la sensorial y por la física. El Camino del Inca tiene ese poder. Julio 2010
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machu picchu Hay tres opciones de tren. La más lujosa es la del Hiram Bingham, con un sofisticado restaurante (abajo). Un intermedio es el Vistadome, con ventanas en el techo (arriba). Y también está el Backpackers, sin lujos pero confortable (der.).
A Bienvenidos al
tren
Por Julián Varsavsky
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ndar sobre rieles es como viajar a la antigua, casi un viaje lúdico con el romanticismo de los tiempos idos. De manera excepcional –ya que a los principales destinos turísticos del mundo se llega en auto o por avión-, a Machu Picchu solamente se puede llegar en tren o a pie. Y la comodidad del viaje en tren agrega un encanto más a la travesía, que comienza en las afueras de Cusco –estación Poroy- y termina tres horas después en el poblado de Aguas Calientes, luego de atravesar el Valle Sagrado de los Incas. Hay dos empresas que ofrecen el viaje en tren a Aguas Calientes: Inca Rail y Perú Rail. La primera comenzó a operar el año pasado y sólo tiene dos frecuencias diarias. La segunda es las más utilizada por los viajeros y ofrece tres opciones con diferentes costos.
La más cara y lujosa es la del Hiram Bingham, un tren donde los mozos visten de etiqueta, hay un sofisticado restaurante de alta cocina y los pasajeros son llevados directamente al Sanctuary Lodge, un alojamiento con vista a Machu Picchu. Opté por el Backpackers, un tren más económico, sin lujos pero confortable, limpio y espacioso. La tercera opción –intermedia entre las otras dos- es el Vistadome, un tren con servicio a bordo donde el énfasis está puesto en las vistas panorámicas: hay ventanas en los techos de cada vagón. De todas formas, las vistas desde el Backpackers son excelentes. En el Backpackers reinaba una algarabía como de viaje de egresados, con mochileros de todo el mundo acarreando su carga desbordada sobre las espaldas. El tren pasa por el costado de pueblos pequeños como
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Pucyura e Iscuchaca, y luego atraviesa la Quebrada de Pomatales. En la estación Pachar ya se ingresa en el legendario Valle Sagrado y las vías comienzan a seguir en paralelo el violento río Urubamba, que unos cuantos kilómetros más adelante desemboca en el Amazonas. Tras la ventanilla desfilan llamas en libertad y se ve andenes de cultivo construidos por los incas para aplanar las laderas. Al pasar por el pueblo de Ollantaytambo se ve desde el tren -en lo alto de una montaña- el Tambo de Ollanta, una impactante fortaleza inca que domina todo el valle. Un dato a tener en cuenta es que cada vez son más los viajeros que toman el tren hacia Aguas Calientes en Ollantaytambo, luego de recorrer en bus de línea o en excursión los principales pueblos del Valle Sagrado (Písac, Chincheros,
Urubamba). Esto permite ahorrar bastante tiempo, ya que al visitar el Valle Sagrado el mismo día que se viaja a Aguas Calientes se evita volver a Cusco desde Ollantaytambo. Al tomar el tren en Ollantaytambo al atardecer se llega a Aguas Calientes a la noche temprano, justo para irse a dormir y estar a las 6 A.M. en un Machu Picchu envuelto por la bruma del amanecer. En el tramo final del viaje aparece una cadena de picos nevados –Verónica, el más alto, alcanza los 5.750 metros-, y en la estación Chachabamba se bajan los aventureros que harán el Camino del Inca “abreviado” en sólo dos días. La vegetación muy verde pero escasa de las montañas andinas –húmedas pero con poco oxígeno- va quedando atrás y cede su reino a la exuberancia selvática emparentada con la Amazonia, con su profusión de
helechos, bromelias y orquídeas. La expectativa crece entre los pasajeros –se da la rara situación de que todos viajamos al mismo lugar, como cumpliendo un sueño peregrino que nos hermana- y, en cierto momento, el viaje ya es una fiesta, con botellas pasando de un asiento a otro, comida, acordes de guitarra y una decena de idiomas superpuestos por vagón. Pero al llegar a Aguas Calientes –estación Machu Picchu-, la fiesta se corta de repente con la sorpresa de atravesar con el tren un minúsculo pueblito –angosto y alargadoextendiéndose junto a las vías, que son algo así como la calle principal, con veredas y casas a cada costado. Aguas Calientes es, literalmente, un pueblito surgido alrededor del tren, en el que todo gira en torno a la llegada y la partida de ese transporte, y a donde solamente se puede llegar en él. Julio 2010
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El camino menos
explorado
Por constanza coll
M
achu Picchu era el clímax en la ruta de viaje. Hacía un mes que venía trepando desde Tucumán, elegía los destinos en las terminales. Sin agenda ni itinerario calculado, compré pasaje de ida Buenos Aires-San Miguel de Tucumán y salí de casa con la 50 litros llena de “por las dudas”: desde ropa de playa hasta campera de nieve, pasando por cacharros para hacer sopa en carpa y un vestidito con strass. No tenía idea de qué iba a hacer, salvo que llegaría a Cusco y Machu Picchu. Cómo no ir al ombligo del mundo. Después de la Isla del Sol, llegar a Cusco fue el principio de otro viaje. Todas esas catedrales, mercados y museos, las angostas y empinadísimas veredas de adoquín, los microcines en los cafés, la conquista española sobre las ruinas incas y la comida de todo el mundo cinco cuadras alrededor de la Plaza de Armas. Claro que no había reservado un “Camino del Inca all inclusive” desde Buenos Aires. Grave error. Para cuando me avivé y quise contratarlo en alguna de las tantas agencias de turismo de la ciudad, la lista de espera era de quince días y el chiste me costaba, regateando, ¡US$ 350! Por suerte para los improvisados, siempre hay un camino alternativo. Se trata de subir a Aguas Calientes por otro lado, un lado mucho más largo pero libre y gratuito. Es la llamada ruta no oficial Santa María. No dollars. Por Ollantaytambo, un pueblo de cuento a 60 kilómetros de Cusco, pasa un micro que te deja en Santa María por 15 soles, 10 si no hay más lugar y tenés que viajar en el piso. “Es más bien grandecito, azul con líneas rojas a los costados”, dice una chola que vende mote con quesillo en la plaza, y aclara que pasa recién a las dos de la tarde. Otra, que escucha con la cara fruncida, retruca con la misma seguridad que el colectivo no llega hasta mañana. En Perú no hay horarios, todo depende de la lluvia, los derrumbes, si el chofer para a descansar o pincha las cuatro cubiertas y la que lleva de repuesto. Lo que vuelve locos a los viajeros es esperar sin saber cuánto. Pero vale la pena hacer el viaje. En Santa María no hay oficina de turismo, 50
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ni siquiera terminal. Es un pueblo de paso, fuera de cualquier circuito. Calles de tierra, casas humildes y una comisaría que presta el baño. Hay que seguir viaje pero ya no es horario de colectivos. Un camión cobra 5 soles per cápita para ir hasta Santa Teresa sobre bolsas de cebolla y maíz, ningún problema. Decir que el camino es sinuoso no alcanza: te sacude, resbala, da náuseas y te hace rezar como nunca por llegar entero. Gracias al cielo, una lona no deja ver para afuera, para abajo. Cuando se apaga el motor, una hora y poco después, ya es noche cerrada y los borceguíes se hunden en un barro blando yendo a donde podría haber una habitación libre. La cama no tiene precio turista. A la mañana siguiente desayuno café con leche, panes dulces y una banana pensando en la caminata que se viene, mientras el dueño del bar me dibuja un mapita con los detalles de la ruta. Trabajó unos diez años como guardia de Machu Picchu y ahora
ARRIBA: En el pueblo de Aguas Calientes todo gira en torno al tren. DERECHA: Las aguas termales son la principal atracción. Gran recompensa después de la caminata. ABAJO: Los mercados y el color local también son parte del encanto del lugar.
ayuda a los mochileros con información. Muchos peruanos se quejan de lo que cobran por entrar al parque, por lo que sale el boleto de tren y del colectivo que te sube hasta la entrada, porque son empresas extranjeras que se llevan la plata afuera, porque el Valle Sagrado es patrimonio de la humanidad. Llueven esas gotitas de nada pero que mojan y se viene una prueba de fuego: cruzar el río Urubamba en una oroya made in casa: una canastita que cuelga a unos cinco metros de altura y se desplaza de una orilla a la otra a fuerza de tironear cuerdas. A medio camino empieza a verse nítido el otro lado y descubro, ¡para qué!, una serie de crucecitas llorando la muerte de algunos que no volvieron para escribirlo. Prueba superada. Del otro lado, otra vez, esperar a que un camión se llene de gente para que valga la pena la nafta hasta la hidroeléctrica, lugar donde empieza el trekking por las vías del “inca train”. Al rato se sube una comitiva de franceses totalmente equipados que, no entiendo cómo, hacen este “camino del punga” pero por 150 euros cada uno. Arrancamos. No sé cuánto dura el paseo porque me pierdo en las vistas: cascadas altísimas que explotan desde adentro de las montañas, verde, más verde, árboles y flores, bichos, horizontes para cualquier lado. Viajar en el tren es un desperdicio de paisajes. Llegó la hora de caminar, son tres o cuatro horas, según el ritmo de cada uno, y la cantidad de agua-chocolate-coca que lleve en la mochila, combo básico de supervivencia. Las vías son angostas, tanto, que cada vez que pasa el tren hay que saltar a la zanja y meterse entre los yuyos (es por demás recomendable saber la frecuencia, sobre todo para las curvas). A poco de llegar hay un puesto de control que registra quiénes y cuántos entran a la reserva. Al principio uno se asusta, piensa que no lo van a dejar pasar porque en Cusco le dijeron que no se puede llegar si no es pagando el tren o el Camino del Inca, pero todo eso es una cuestión marketinera y nada más. Se pasa rápido, y el camino es un paseo que para cuando te empieza a aburrir ya estás en Aguas Calientes.
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Alturas
DERECHA: Las casas coloniales de Cusco. ARRIBA: Los pobladores y el mercado de la ciudad.
de Machu Picchu
Recorrido por la ciudad sagrada de los incas, la cumbre arqueológica de América. Infaltable en la hoja de ruta de todo viajero de ley. por julián varsavsky
“Veía a América entera desde las alturas de Machu Picchu”. Pablo Neruda
A
medianoche, el centro histórico de la ciudad del Cusco mantiene parte de su bullicio diurno, con los taxis dando vueltas alrededor de la Plaza de Armas y algunos viajeros que observan la fachada renacentista de la catedral -levantada sobre el palacio del Inca Wiracocha- iluminada con reflectores. Desde un balconcito colonial del Bagdad Café miro cómo se extingue la actividad en la histórica plaza, que era el centro simbólico del Cusco, la gran capital del Imperio Inca.
Por esa misma plaza que se extiende a mis pies ingresaba hace siglos el Inca victorioso al frente de su ejército después de cada conquista, caminando sobre los cuerpos desnudos de los jefes militares atrapados en la batalla. Y basta con cerrar los ojos para imaginar al conquistador Francisco Pizarro tomando posesión de la ciudad para de inmediato comenzar a saquear los palacios incas y fundir en lingotes de oro las obras de talentosos orfebres. Años más tarde, a ese mismo espacio abierto –las plazas, imposibles de destruir, sobreviven a las conquistas – ingresaba Túpac Amaru II arrastrado por una mula cuando le cortaron la lengua, antes de descuartizarlo.
Pero el valor simbólico esencial de la plaza Huacaypata (“Plaza de la Alegría” en quechua) está en que era el punto de partida del Qhapaq Ñan, esa red de 23.000 km de caminos incas que se ramificaban a lo largo de la Cordillera de los Andes hasta la Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador y Colombia. De cada esquina de la plaza –allí donde hoy una pareja se da un beso largo, un conductor se detiene frente al semáforo, un policía cuida el orden y una japonesa planta un trípode sobre el pasto- nacían los cuatro caminos troncales que iban hacia los cuatro suyus o provincias del imperio, esos cuatro brazos por los que fluían el poder, la cultura y la sangre de un conglomerado Julio 2010
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Las ruinas de Machu Picchu son una sucesión de construcciones de piedra con terminación triangular, templos y plazas. Es la pieza más exquisita de la arquitectura inca.
político de 40 millones de súbditos. Increíblemente, todavía existen –en muchos casos ya asfaltados-: son transitados por los descendientes de aquellos incas; y también por nosotros, viajeros de todo el mundo rumbo a Machu Picchu, que tomamos por la calle Plateros –en la esquina donde nacía uno de los ejes troncales- con rumbo noroeste hacia lo que fue el Chinchaysuyu, por un camino aún hoy empedrado que se iba ramificando como vasos capilares en nuevas calzadas, ocho de las cuales llegaban a la ciudad sagrada de los incas. Unos gotones revientan esta madrugada contra los adoquines en la Calle del Medio y la poderosa luz amarilla de los farolitos se potencia con un gran resplandor en toda la Plaza de Armas. No se ve un alma, y la plaza parece arder bajo la lluvia. Del Bagdad Café también se fueron todos, y faltan apenas cuatro horas para la salida del tren hacia la legendaria ciudadela inca. Pero me sumerjo en la lectura y la expectativa me condena a una vigilia hasta que claree. La noche previa a una visita a Machu Picchu casi nadie duerme. Estuvo escondida por siglos. / La ciudad del silencio. / En cuatro siglos ningún indio habló. / Ni el Inca Garcilaso supo de esta ciudad. / Ha sido el secreto mejor guardado del mundo. Ernesto Cardenal
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En el pueblo de Aguas Calientes -112 km al este del Cusco- no hay mucho para hacer, salvo darse un baño de aguas calientes en unas termas que brotan de la montaña. Viajeros de todo el mundo pululan a la deriva y con gusto visitarían el Museo Arqueológico de Machu Picchu, pero queda lejos, muy lejos… ni en el Cusco ni en la bella Lima: en Yale, Estados Unidos, a donde Hiram Bingham –redescubridor estadounidense de Machu Picchu- se llevó 46.332 objetos incas que todavía están “para su estudio” en la Universidad de Yale, a pesar de los reclamos del Instituto Nacional de Cultura del Perú. Unos instantes previos al alba ya estamos subiendo en un bus por los caracoleos de la ruta selvática que lleva al portal de Machu Picchu. Sacamos la entrada, avanzamos por el sendero siguiendo la flechita, pero nada. Machu
“Ante nosotros revive una ciudadela intacta, simétrica, que parece haber estado habitada hasta el día anterior”.
Picchu sigue esquiva, oculta a nuestros ojos, soslayándonos como a tantos otros hombres blancos que pasaron a sus pies durante 300 años sin descubrirla (nunca estuvo perdida, sino camuflada por la selva; los lugareños supieron siempre que existía). Una irregular escalinata cincelada hace casi 600 años sube peldaño a peldaño una ladera hacia la ciudad mítica, mientras la ansiedad se vuelve insoportable. Por fin, al atravesar una galería, detrás de un muro de piedra sobre piedra con una abertura como para una puerta, el mito se hace realidad y aparece la legendaria Machu Picchu. Y desde lo alto la abarcamos completa de una sola mirada, con sus aires de fortaleza celestial. La ciudad sagrada se nos aparece como una sucesión de construcciones con terminación triangular, plazas con forma de rectángulo donde pastan llamitas dóciles, vanos trapezoidales, terrazas escalonadas, calles interiores, palacios, el Gran Templo del Inca, la Tumba de la Realeza y centenares de casas separadas en diferentes barrios por clase social. Todo englobado en un gran laberinto de granito conectado por escaleritas empinadas y calzadas que suben y bajan cruzándose por los niveles de la ciudadela. Y hacia la derecha una escalinata surge como una prolongación del complejo, justo sobre el filo de una montaña con 700 peldaños vertiginosos que llevan hasta el Templo de la Luna, en el cerro Huayna Picchu.
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A nuestro alrededor hay millones de piedras encastradas milimétricamente por la que fue -se nos antoja decir-, la mano invisible de unos dioses que se retiraron a los confines de la vecina Amazonia, dejando como prueba de su existencia estas prodigiosas ruinas casi levitando en el cielo. Es la Machu Picchu de la foto, envuelta en nubes, entre picos con forma de joroba acechados por la selva, apretujada entre dos precipicios de 500 metros y haciendo equilibro sobre un angosto “istmo” que une dos montañas a media altura. La suave luz de un amanecer gris nos concede un silencio unánime, con las ruinas aún vacías. Y, de repente, vemos el día entrar en la noche y el sol irrumpir con violencia entre los templos borroneados por la niebla. El primer destello solar da de lleno contra las rocas pulidas del Templo del Sol, y el terso reloj de piedra Intihuatana comienza a medir el tiempo sagrado del imperio. Los sonidos de la selva se encienden como resultado de una orden superior –abajo rugen los rápidos del río Urubamba- y desde la distancia parecen llegar los ecos de un murmullo fantasmal, como una letanía recitada por las Vírgenes del Sol. Ante nosotros revive una ciudadela intacta, simétrica, que parece haber estado habitada hasta el día anterior. Es la metáfora de imperio renaciendo, fugaz -en lo que dura un parpadeo-, con sus fastos, conquistas y
ocaso; el éxtasis de un instante. Desde las alturas de Machu Picchu me pregunto cómo habrá sido el panorama que observó el afortunado Bingham por primera vez, y si fue consciente de que se estaba topando con lo más cercano que hubo en nuestra América al fallido hallazgo de El Dorado, aquella mítica ciudad de calles pavimentadas con oro. Pero este El Dorado no fue de oro sino de granito labrado con barretas de bronce, una ciudad entera tragada por la selva que duró intacta en la cima de una montaña. Y no fueron los españoles quienes la encontraron, sino un norteamericano que dio con ella por error tres siglos después -en 1911-, mientras buscaba el refugio perdido de Manco Cápac, el último emperador inca. Bingham ingresó en Machu Picchu con dos científicos y de la mano del sargento Carrasco –su intérprete- y Pablito Álvarez, de 11 años, un agudo conocedor de la zona que se abría paso a machetazos. Y para su sorpresa, no sólo se topó con la sagrada ciudadela sino que la encontró habitada por dos familias aborígenes –los Recharte y los Álvarez-, quienes vivían allí como guardianes centenarios, cultivando en las terrazas incas y bebiendo el agua de las acequias de piedra talladas por sus antepasados. “La fascinación de encontrar aquí y allá, bajo lianas colgantes o prendidas a lo alto de peñascos, las ásperas construcciones de una raza desaparecida”, escribiría Bingham en su diario.
Con los años llegaron las interpretaciones del hallazgo y la más tentadora fue que Machu Picchu había sido un akllawasi (“casa de las escogidas”), es decir una ciudad consagrada a las dulces Vírgenes del Sol, algunas de ellas predestinadas al sacrificio. Pero los estudios arqueológicos de mayor rigor avanzaron en la hipótesis de que el lugar fue una de las paradisíacas residencias del primer emperador inca, Pachacútec (1438-1471), que de todas formas tenía sus Vírgenes del Sol y era un centro de poder administrativo. Por razones que se desconoce, Machu Picchu fue abandonada poco antes de la llegada de los españoles. Y como siempre, los misterios atraen a ufólogos apasionados y a cultores de la New Age con túnica blanca y vincha de plumas que abrazan piedras para cargarse del “espíritu inca”. Pero Machu Picchu es para tomársela muy en serio: una de las cumbres culturales de la humanidad; la pieza más exquisita de la arquitectura inca. Y, antes que un lugar para ir a buscar respuestas, allí lo que hay son preguntas inciertas que alimentan la poesía: ¿Qué les sucedió a sus constructores? / ¿Qué había sido de sus habitantes? / ¿Qué nos dejaron, excepto la dignidad de la piedra, para darnos noticias de su vida, de sus propósitos, de su desaparición? / Nos respondió un silencio sonoro. Pablo Neruda Julio 2010
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HACELO realidad
CUSCO Una ciudad cosmopolita, encantadora, antigua, hermosa para caminar sus callecitas de adoquines y salir todas las noches a un bar o boliche distinto. El Ombligo del Mundo es el mejor destino para preparar la travesía a Machu Picchu. datos clave Cómo llegar Hay vuelos desde Buenos Aires a Cusco de Lan (lan. com), Taca (taca.com) y Tam (tam.com.br), con una escala, desde US$ 520 (ida y vuelta). El aeropuerto está a pocos kilómetros del centro. Un taxi puede rondar los US$ 3. La ciudad se recorre a pie (sin prisa y con pausa). Hay colectivos para ir a las afueras (boleto: US$ 0,30). Clima Si la intención es conocer las ruinas incas de Machu Picchu, a sólo 120 kilómetros de Cusco, la mejor época para viajar es de junio a agosto porque no llueve. En verano son habituales los diluvios e inundaciones.
ILUSTRACIÓN: fernando san martín. FOTOS: gentileza perú rail.
Más información En la página web del Instituto Nacional de Cultura podés chequear el clima, agenda de espectáculos, tarifas, etc. (www.inc-cusco. gob.pe). Más datos en la séptima edición de la guía Lonely Planet de Perú.
ÚLTIMA PALABRA “Machu Picchu no defrauda, esas nubes grises, esos picachos de colores sobre los que resalta el claro de las ruinas grises, son uno de los espectáculos más maravillosos”. “Che” Guevara.
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Julio 2010
cómo llegar a machu picchu Tren
El precio del pasaje de ida desde Ollantaytambo a Aguas Calientes cuesta, según el horario, US$ 31 en el Backpackers y US$ 43 en el Vistadome. Saliendo desde Poroy, el Vistadome cuesta US$ 71 y el Backpackers US$ 48. Para los más exquisitos, el pasaje en el lujoso tren Hiram Bingham cuesta US$ 600, ida y vuelta, precio que incluye la entrada y visita guiada a Machu Picchu, transfer, un té por la tarde en el Sanctuary Lodge, brunch y una cena a bordo con pisco y vino peruano. dónde comprar. Los pasajes pueden conseguirse en la misma estación de San Pedro, en la ciudad de Cusco, o en la localidad de Ollantaytambo. También se pueden comprar a través de las páginas www.perurail.com y www.incarail.com
Camino del Inca El trekking dura 2 ó 4 días y, si bien es esforzado, puede hacerlo cualquier persona a cualquier edad. Es recomendable para gente con cierto buen estado físico, sin problemas respiratorios, circulatorios o cardíacos: ¡en la excursión se sube hasta 4.200 m de altitud! costos. El precio del camino va de US$ 350 a 600, según los servicios incluidos, como el derecho de uso de ruta, servicio de guiado, comidas, transporte, alquiler del equipo de camping y porteador. hacé tu reserva. Es importante reservar tu lugar con varios meses de anticipación (un mínimo de tres), sobre todo si viajás entre junio y octubre, temporada alta de turistas en Cusco. Para chequear que haya lugares disponibles y que la agencia de viajes que estás contratando esté autorizada por el Gobierno se puede entrar en la página del Instituto Nacional de Cultura (http://nahuidev. inc-cusco.gob.pe). qué llevar. Sólo lo indispensable: un buen par de botas, ropa para cambiarse, máquina de fotos, repelente de mosquitos y pantalla solar. Con una mochila de 30 litros alcanza, cada kilo extra es un desperdicio de energía.
La ruta no oficial Este camino empieza en Santa María, localidad a la que se llega en un micro con dirección Quillabamba en la terminal de Santiago (desde Cusco son 6 horas aproximadamente). Desde ahí hay que tomar otro colectivo que tarda unas 2 horas en llegar a Santa Teresa ¡Ojo, que la frecuencia es muy irregular! Una vez en Santa Teresa, se cruza el río Urubamba en oroya (una canasta que es una vía de transporte por cables) y hay que caminar de 5 a 6 horas hasta la Hidroeléctrica (a veces hay camionetas y combis que te acercan por pocos soles). En este punto arranca un trekking por las vías del tren (de 3 a 4 horas), o se puede tomar el “inca train” (los boletos se compran en la terminal de Santa Teresa). Para hacer este camino se debe contar con por lo menos 3 días.
Básicos en la mochila Como el sendero por las vías del tren es muy angosto y está rodeado de selva, lo más importante es llevar repelente para mosquitos y pantalla solar. También es recomendable llevar chocolate, hojas de coca y agua. Hay muchos bananeros que asaltar por el camino.
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FORMAS DE explorar cusco...
Loki es el hostel con más onda.
Eat out, alocadas Noches 1920s-style, en Mamá at Diner África.
Mochilero
Intermedio ¡GANGA!
Skeletons Un cinco estrellas and more enfor un sale monasterio. at Evolution
De lujo
dormir
Preferido por los mochileros, el hostel Loki es una casona inmensa de 450 años con la mejor onda de toda la ciudad: dos jardines con hamacas paraguayas, bar abierto las 24 hs., sillones comodísimos, frescos del siglo XVII y Wi Fi (las camas, entre US$ 8 y 38; lokihostel.com).
El mesón montjoy es un hotel en la calle San Blas, sencillo pero decorado con buen gusto. La casona es de 1642 y tiene muebles de todas las épocas. Un lugar para sentirse en casa (desde US$ 25; www. mesoncusco.com).
El Hotel Monasterio es el más lujoso de todo Cusco. En un claustro del siglo XVI convertido en cerca de 100 suites cinco estrellas que rodean un patio colonial con mucho verde (camas desde US$ 300; monasterio.orient-express. com).
comer
De paso: En juanitos preparan sanguchotes de cualquier cosa, desde cuatro quesos y vegetarianos hasta de lechón, pollo y con tamales. El lugar es chiquito y tiene pocas mesas, pero es el mejor para sacarse el hambre por poca plata (desde US$ 3; Carmen Alto 227, San Blas).
En el calzone hacen pizzas en horno de barro y leña a cualquier hora del día. El local es chico y discreto, y las porciones son ¡inmensas! El especial de la casa es el Calzone Carlo, que cuesta US$ 8 (Maruri 381).
Un restaurante muchas veces premiado, donde comer rico y tomar un buen vino es cicciolina. Huacatay rellena de cuy confitado y tortellini de betarraga con pesto y champiñones son dos de los principales más pedidos (cenas por US$ 26; Calle Triunfo 393).
de noche
ukuku´s pub es una disco con una gran barra. En la pista se mezclan lugareños con extranjeros que bailan los ritmos más variados, desde música alternativa y rock hasta reggaetón y salsa (Plateros 316, happy hour de 20 a 22.30 hs.).
mamá áfrica revienta de viajeros después de medianoche. Tiene un balcón con vista a la plaza, cabezas de animales en las paredes y gorilas tallados en las columnas (el precio promedio de los tragos es de US$ 7; www.mamaafricaclub. com).
le nomadé es un café de inspiración francesa donde algunas noches se presentan bandas en vivo. El chiste del lugar es que tiene varios narguiles para fumar distintos tabacos y un balcón al aire libre sobre una peatonal (Te. 438369, Choquechaca y Hatunrumiyoc).
compras
De camino a Machu Picchu se pasa por la enorme feria de PÍsaC, a 33 kilómetros de Cusco. Es la mejor opción a la hora de comprar souvenirs y regalos para la familia (todos los domingos desde muy temprano).
En mundohemp, el único coffee shop de Perú, se vende ropa, accesorios y comidas a base de marihuana (hemp, en inglés). Los sabores son muy diferentes pero ninguno “pega”. De hecho, en el lugar está prohibido fumar (www.mundohemp.com).
En werner & ana se consigue las mejores prendas de alpaca de la ciudad. Sweaters, bufandas y gorros tanto para hombres como para mujeres. Es posible que sea el local de ropa más caro de Cusco, pero la calidad es incuestionable (Te. 230176, Plaza San Francisco 295A).
visitar
Cualquier cosa puede pasar en La feria ANUAL de huancaro: desde la llama más grande del mundo hasta trucos de magia y un hombre que hierve papas con una especie de parabólica apuntando al sol. Esta exposición agropecuaria, agroindustrial y artesanal se realiza en el Campo Ferial Huancaro y la entrada general cuesta US$ 1 por persona).
Un dato muy poco conocido es que entre Ollantaytambo y Urubamba existe un planetario. Este modesto observatorio de astros fue construido en el jardín del hotel Casa Andina Private Collection y se lo puede recorrer todos los días a las 19.30 hs. (con guía en castellano). La entrada cuesta US$ 10 (más información en www.casaandina.com, Te. 9765501).
A bailar con uma. Un paseo totalmente fuera del circuito turístico es visitar el templo redondo de Uma, de unos 20 metros de diámetro, en Urubamba. Acá, ella practica meditación con danza todas las mañanas y te hace bailar como loco, como en trance, al ritmo de música sufí (www.chaskapunku. com).
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