mayo 2020 nº 54
55
CIA. LAS CIENCIAS DE LA FELICIDAD cial). La rápida institucionalización académica de esta corriente ha ido de la mano de estos intereses, de tal modo que cuestionar su cientificidad y neutralidad axiológica es criticar el entramado ideológico neoliberal. El libro refuta las tesis fundamentales de esta teoría que sostiene que la felicidad es un hecho objetivo, cuantificable y por tanto, perfectamente descriptible, explicable y predictible, mostrando las sinergias con la ideología neoliberal, de la que se ha convertido en una coartada científica: “El individuo feliz es, en realidad, el individuo ideal del ciudadano neoliberal” (p. 182-183). Toda una esfera pseudocientífica (autoayuda, coachs, desarrollo personal…) la acompañan. El negocio está en el paciente sano, pero infeliz. Esto rompe con la perspectiva tradicional de la Psicología, que ponía el foco en la enfermedad. Criticada por su dudosa metodología científica, su débil base experimental e incluso su discutible eficacia terapéutica, es su carácter de psicología popular pensada por y para el mercado la que le da su éxito, entroncando rápidamente con el sentido común y con las bases utilitaristas y hedonistas de nuestra cultura, que hallan en el consumismo su forma de expresión más apropiada. Desde la OCDE, midiendo
la felicidad de los países hasta la ONU, instituyendo el día mundial de la felicidad, pasando por CocaCola o Facebook, el interés social y político por la felicidad y su medición sigue aumentando, si bien se ha hecho notar la inconmensurabilidad de muchas de estas estadísticas lastradas por una base subjetiva, por diferencias culturales y por la simplificación misma del campo emocional. Por otra parte es importante hacer notar que los happytecnócratas se han esforzado en desmaterializar la felicidad, desvinculándola de nociones como desigualdad y redistribución, despreciando así la relación entre inversión económica y felicidad e insistiendo cínicamente en que la desigualdad económica no es ya fuente de resentimiento, sino al contrario, de esperanza. No, la felicidad está en nuestro interior. Seligman propone esta fórmula: Felicidad=rango fijo (50%, genético)+ voluntad (40%)+ circunstancias (10%). ¡Y Sólo lo segundo, la voluntad, es modificable! De tal modo que el empoderamiento consiste en realidad no en rebelarse ante una naturaleza o circunstancias sociales inquebrantables, sino en superar la frustración, la ansiedad y el sufrimiento replegándonos en nuestro interior y modificándolo mediante emociones positivas: “Debemos preguntarnos si esta concepción de la felicidad no forma, en realidad, más parte del problema que de la solución, contribuyendo a perpetuar las condiciones que generan ese mismo malestar para el que la felicidad promete remedio” (p. 72). Mientras en el capitalismo de posguerra, Maslow definió la felicidad como la cúspide de un proceso de satisfacción de necesidades de índole material, profesional y social, esta teoría sostiene
que para satisfacer nuestras necesidades y realizar nuestras expectativas, hay que ser previamente feliz. En el capitalismo salvaje del XXI “El éxito laboral ya no determina la felicidad del trabajador; más bien al contrario, es la felicidad del trabajador lo que determina el éxito en su vida profesional” (p. 100). Increíble inversión. El libro resitúa técnicas y conceptos como el mindfulness o la resiliencia, instrumentos del capitalismo emocional para modelar trabajadores dóciles que asumen acríticamente la explotación y la flexibilidad laboral. En el ámbito educativo, “estos programas fueron bien recibidos por una cultura educativa cada vez más interesada en las competencias emocionales, en las habilidades de gestión personal y en la promoción del espíritu emprendedor ´”. Los grupos de presión se han centrado en “persuadir a los que diseñan las políticas educativas para ejercer presión sobre los profesores y que adopten la educación en bienestar y emociones como principio educativo” (p. 84). Cuestiones como la exclusión social, el gasto en educación o la precariedad docente pasan a segundo plano. En fin, la felicidad es un proceso sin fin de mejora personal en el que hay seguir creciendo, es decir, consumiendo mercancías de felicidad para una marca personal que se autoafirma constante y obsesivamente (happycondríacos o hipocondríacos emocionales) “La narrativa que promete alcanzar la mejor versión de uno mismo es la misma que asume que esa mejor versión nunca se alcanzará. Así, lo que por un lado ofrece completitud y plena satisfacción personal, por el otro produce una recurrente sensación de vacío y una constante y obsesiva preocupación por subsanarlo” (p. 149). Al final, resulta que la normalización de esta obsesión es realmente una enfermedad social que precisa de un buen diagnóstico, como el que realiza este libro.