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2023 DE BARILOCHE A LANÚS Liturgia del desapego
Hace unos meses volví a Lanús a cerrar la casa de mi madre.
La ansiedad de mamá en esos días previos, atormentándome por teléfono, me llevó al enojo. No entendía su apuro.
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—Yo, acá no quiero vivir más, —repetía, —¡esta casa, por favor, esta casa!
(Es que a veces las casas pesan)
Llegué a Buenos Aires un día muy caluroso y por supuesto, cargado de humedad. Llevaba lo justo y necesario para manejarme en esa semana y además, una valija grande, vacía, pensando en cosas que quisiera traerme.
Cerrar la casa. Vaciarla. ¡Cómo se puede vaciar el lugar que guarda los más maravillosos momentos de la vida! La recorro como nunca. Aparecen recuerdos de los patines tejidos y hasta el olor a cera de parquet. La luz de la calle se filtra por la antigua persiana de madera. Recuerdo mi esfuerzo por no dormirme, creyendo que por allí vendrían los Reyes Magos. Voces que se entremezclan. Fiestas, reuniones, tangos, asados, pastas, vermú.
En la vieja mesita de luz encontré: siete rosarios de distintos colores y tamaños, catorce cadenitas con medallas de vírgenes del Socorro, una gomita alrededor de un mazo de setenta y cinco estampitas de todos los Santos y un crucifijo de madera. ¡Familia devota la mía! Miré sorprendida a mamá y nos reímos. Me había dado su permiso y aún así, con culpa y algún pensamiento de “Dios te castigará”, trascendí ese momento tan espiritual y armé una caja especial con todo, que le regalé a una vieja vecina.
Infaltable el cajón de las fotos. Fotos de ayer, de antes de ayer, de más allá de antes de ayer… y algunas de hoy.
En el fondo del placard, en un rincón estaba el viejo alhajero de cuero marrón, ovalado, con el cierre oxidado. Hacía muchos años que no lo veía. Mi abuela Rosa solía guardar allí sus joyas. Cuando lo abrí me encontré con un collar de perlas blancas que se ponía para salir de paseo a la capital. Algunos aros de perlas muy antiguos, sin su par y en el fondo mi viejo reloj Orient marroncito que mi papá me regaló cuando tomé mi primera comunión. ¡Mi papá! De una u otra manera también estaba allí, conmigo.
Después de acumular otras nueve bolsas de consorcio, encontré de casualidad un muñequito de plástico, jugador de fútbol del club de mis amores River Plate, un vestigio de mis épocas de coleccionista.
Cuando escuché la bocina del remise que avisaba que había llegado, sentí un temblor en el cuerpo. Esa bocina marcaba el final o el principio de lo nuevo.
Tomé mi pequeña valija y la otra, la grande y me di cuenta de que solo llevaba un alhajero con un collar de perlas, un viejo reloj pulsera y un mini muñeco de River Plate.
Demasiada valija. No me hacía falta nada más, el resto, estaba en mi corazón.
¡Esta casa, por favor, esta casa!
Toqué por última vez la pared de mi cuarto, como abrazándola. Agradecí y me limpié las lágrimas para que mamá no las viera.
Mama tiene 81 años y vive cerca de mí. Mi único hermano, menor que yo, también decidió vivir en Bariloche.