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Paralelismo

En invierno siempre me cuesta más salir a buscar mis kilómetros, es como si quisiera invernar y quedarme acobijada.

Mientras corro pienso en los contrastes. La quietud, el silencio, el calor de mi casa versus el viento helado, movimiento y ruido de la calle.

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A la vez puedo conectarme con esa sensación de paz, cobijo y calor, sabiendo que eso solo depende de mí.

Cuando termina mi entrenamiento siento ganas de pasar por una capilla y de sentarme ahí unos minutos. Es también para mí una manera de encontrarme.

Tengo 15 años, atiendo el teléfono en casa, parada frente a un espejo. Una voz dice que papá tuvo un accidente, que está internado. Pide hablar con mamá. Le paso el teléfono a mamá en cámara lenta, mientras le comunico como puedo lo que acabo de escuchar. Se me va la fuerza del cuerpo.

Nuestra imagen reflejada en el espejo queda estática. El tiempo se detiene. Agudizo la mirada para leer la expresión de mamá, veo y percibo más de lo que ella puede imaginar.

El humo de su cigarrillo se interpone entre nuestras miradas que se encuentran en el reflejo. Ella perfora el espejo con los ojos, sin pestañear. El aire del lugar no alcanza, es como si estuviéramos en una pecera mirando hacia afuera. La vida continúa pero nosotras estamos inmóviles, atrapadas en tiempo y espacio.

Atropellaron a Papá y está en coma 4. Las noches son largas, la cama es fría, me acurruco buscando calor. Lloro tanto que mojo la almohada.

Quiero detener el tiempo, pero la noche se escabulle sin que pueda dormir y entran los rayos del amanecer. Me invade el miedo de que llegue la peor noticia, quiero que la noche sea eterna. La incertidumbre es total.

Como si todo esto fuera poco hace tan solo cinco días me cambié de colegio y no conozco a nadie.

La idea del cambio surgió a raiz de una conversación que tuve con un compañero de mi colegio anterior. Él me contó todo lo que había aprendido sobre el sentido de la vida en un colegio al que había ido. Llegué a casa y le pedí a mamá cambiarme a ese colegio. Era tanta mi convicción que obtuve un sí como respuesta. Tenía mucha urgencia por hacer ese cambio. Le dije a mamá que quería formarme como persona y que si no lo hacía ahora no lo haría nunca más.

Tiempo después uní los puntos y entendí el porqué. El formarme como persona para mi significó el saberme sostenida, el poder darle la mano a Dios para caminar.

Si bien otra vez tengo que adaptarme rápidamente a un contexto nuevo, esta vez ya manejo el idioma castellano perfectamente. De todas maneras, esta curva es más cerrada y la doy, aunque sin aferrarme del todo al suelo.

Todas las mañanas, me acerco a la capilla del colegio buscando alguna respuesta. El padre Juan siempre está ahí para escucharme sin juzgar.

Para mí es como dejar allí una de las mochilas con las que llego. No comparto con nadie esta situación. Subo a la clase e intento amalgamarme y pasar desapercibida. El dolor es tan grande que a veces siento que me paraliza. Miro por la ventana, y pienso qué pasará al llegar a casa, y si habrá alguna novedad… me imagino a alguna profesora tocando la puerta de la clase para venir a buscarme. Estar sumergida en una clase con el corazón detenido en otro lugar, es como estar mirando una película de la que no sos parte.

Esta vez no hay una nube de tiza volando por el aire que no me deja ver con claridad. Hay una realidad detenida en el tiempo que me hace ver la vida en dos planos paralelos.

La capilla del colegio funciona para mí como otra ventana, que me da la esperanza de mirar más allá, sentirme abrazada y sostenida.

Hermanos

Es un día soleado, antes de correr quiero caminar un poco, entrar en contexto para luego sumergirme de lleno en la experiencia.

Me siento feliz por estar acá, por el día de hoy, por ver la belleza del mundo que me rodea. Por la libertad que siento en mi interior, que me lleva a mirar el cielo y a sentirme sostenida y profundamente amada.

Me invade una gran sensación de paz, agradezco mi vida y lo transitado.

Me dispongo a correr.

Me gusta cómo se siente cerrar por momentos breves los ojos, la sensación de avanzar sin ver, que sentí otras veces en la vida.

Al cruzar la calle escucho un bocinazo. Veo el auto de mi hermano, él baja el vidrio y me grita palabras de aliento para que siga corriendo.

Papá no está en casa y la relación con mis hermanos se hace cada día más fuerte. Nos cuidamos y nos protegemos mucho. Nos tornamos inseparables.

A mi hermano mayor le surge una oportunidad laboral en Londres, y decide irse. Esto es para mí un quiebre interno, de cinco que éramos ahora quedamos tres.

El día que viaja lloro mucho y falto al colegio.

Una amiga cae de sorpresa a casa, en horario escolar. Ella sabe lo que significa para mí esta partida. Ese gesto quedará como un recuerdo imborrable para siempre.

Mi hermano me invita a ir a Londres en las vacaciones de invierno. Pasamos unos días increíbles, es verano en Inglaterra y el sol nos acompaña siempre. Hacemos picnics, vemos obras de teatro improvisadas en los parques y vamos al recital de U2 en Wimbledon.

Haber crecido juntos, la mudanza de país y el accidente de papá, hacen que nuestro vínculo fraterno se vuelva muy fuerte.

Somos tres hermanos, yo soy la del medio y nos llevamos siete años cada uno. El más grande es el que hace honor a su título de hermano mayor. Nos cuida y nos protege. El menor es el que trae la liviandad a la casa, él tiene tan solo ocho años cuando papá tiene el accidente.

Por mi parte, acompaño a mamá para que no se sienta sola, le escribo cartas a papá y las envío por fax, con la ilusión de que pueda leerlas en algún momento.

Las piezas del rompecabezas, aunque falte una, se van acomodando. La fuerza y la unión de las piezas que quedan es tan fuerte que genera otro rompecabezas con más matices y con la capacidad de encastrarse de más de una manera para contar juntos otra historia. Creo que en algún punto todos nos volvemos menos rígidos con nosotros mismos y con los demás. Palpar lo efímero de la existencia y lo cambiante de lo que creemos permanente, nos modifica.

El viaje a Inglaterra queda grabado en mi memoria como una muestra de una inmensa generosidad por el tiempo compartido, porque el tiempo no vuelve nunca más, y nadie sabe qué pasará mañana.

Aprendo que los lindos recuerdos son los salvavidas para las tormentas.

El día que vuelvo a Argentina, mi hermano me acompaña a tomar el subte para ir al aeropuerto. Estamos parados en el andén. Cuando llega el subte me abraza y me subo, él se queda parado ahí afuera. Las puertas se cierran con un golpe y el subte arranca de un tirón que me hace explotar en llanto. Estoy agradecida por todos los lindos momentos vividos y por saber que pase lo que pase los hermanos siempre vamos a estar juntos, pero sé que estoy volviendo a casa y que va a faltar otra pieza más del rompecabezas.

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