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Experiencias: PARA NO VERTE MAS
EXPERIENCIAS
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Manuel Cantón en su escritorio recompone una historia que alguien quizo olvidar. C
Para no verte más
Alguien las desecha, otro las hace propias. En primera persona, Manuel Cantón, cuenta sobre su tesoro: unas 50 fotografías en blanco y negro que rescató hace unos meses de la calle y que hablan de nuestra historia.
Texto MANUEL CANTÓN
L
Las fotos estaban dentro de una bolsa de consorcio, sobre la calle Arenales. Supuse que un cartonero la había sacado del container para revisarla a la luz, y que la había dejado en la vereda después dever que no contenía nada valioso. Eran cerca de las diez de la noche y, aunque la vereda estaba oscura, se notaba que eran fotos viejas, en blanco y negro. Me arrodillé para revisarlas. Recoleta es un barrio con buena basura. Los hallazgos se han hecho más difíciles desde que pusieron los containers, pero aún así siguen ocurriendo. Hace un tiempo recogí una colección de discos de fox-trot; no mucho antes, un pilón de
figuritas del Mundial 2002. Un vecino, que comparte mi pasión por los deshechos, dice: “La calidad de una persona se mide más por lo que tira que por lo que tiene, y este es un barrio de gente bien” Pero en la bolsa había algo mucho mejor que fotos viejas. Había fotos rotas. Quizás cincuenta fotos, en blanco y negro y en tamaño prensa, cuyos fragmentos repetían una y otra vez el uniforme inmaculado, blanco, casi brillante, de la Armada Argentina.
Yo romperé tus fotos Guardé un manojo en la mochila y lo llevé a casa. Mi familia me estaba esperando con la mesa puesta para cenar, pero yo entré y dije: “tengo fotos de militares”. Guardamos los platos.
Los fragmentos ocuparon todo el comedor. Rápidamente descubrimos que casi todas las fotos estaban rotas en cuatro pedazos: tenían un corte vertical y uno horizontal, bastante parejos, como si las hubieran partido de a varias a la vez. La excepción eran las que retrataban cenas formales –quizás varias tomas de un mismo evento– donde hombres de uniforme alternaban con mujeres y civiles. Esas habían sido cortadas de forma mucho más irregular, sin método, pero con mayor dedicación. Eran las más difíciles de armar. Pasamos cerca de una hora reconstruyendo las fotos. Algunas iban tomando forma, e incluso las más curiosas empezaban a tener nombre. “Me falta la parte de abajo de El Duce”, decía mi vieja, para
FEBRERO/MARZO 2019 CONTRASTES 7
De Niro. C
"Quizás cincuenta fotos, en blanco y negro y en tamaño prensa, cuyos fragmentos repetían una y otra vez el uniforme blanco, inmaculado, casi brillante, de la Armada Argentina"
referirse al almirante que discurseaba iracundo desde su púlpito; “creo que esta es la esquina de El Galán”, decía yo, para indicar que había encontrado el brazo con el que fumaba ese hombre que nos
recordaba a Goyeneche. Hubo más nombres: El beso (que después resultó ser un abrazo), Plan de vuelo, De Niro. Gran parte de las fotos mostraban multitudes, civiles rodeados de tanques participando de lo
que podía ser una manifestación o un enfrentamiento. Era evidente que faltaban pedazos. Entonces mi hermano y yo decidimos volver a la calle Arenales, donde descubrimos con sorpresa que la bolsa seguía ahí. Su contenido estaba desparramado por el suelo –alguien más la había revisado–, así que, esta vez me tomé el tiempo necesario para recogerlo todo. De vuelta en casa, juntamos las últimas piezas. Vi que, entre las cosas recién recuperadas, había también algunos papeles personales. Recortes de diario: una competencia de natación (1939); la partida de los graduados del Liceo Naval en la fragata La Argentina (1940); la designación de un ex agregado naval como director de una refinería en Bahía Blanca (1967).
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"(...) las más curiosas empezaban a tener nombre. 'Me falta la parte de abajo de El Duce', decía mi vieja, para referirse al almirante que discurseaba iracundo desde su púlpito"
Algunas fotos: una carpeta vacía que dice “Vacaciones en Paraguay, 1983”; una postal con destinatario en París, (1966); una foto de dos pilotos con una nota al dorso donde se lee “Escuela de Aviación, 1941”. Rescatamos también la única foto color de todo el conjunto. Retrata a un hombre de unos cincuenta años, rubio, con el torso desnudo. Recuerda un poco a Clint Eastwood, o quizás a Paul Newman; resolvimos llamarlo Clint Newman. Ese hombre, pensé, es nuestro hombre. Esos indicios fueron suficientes para identificar al dueño del archivo. No corresponde poner su nombre verdadero; más allá de la posible represalia legal, sospecho que su historia, si bien sancionable, no debe ser muy diferente a la de
muchos de sus contemporáneos. Revisar sus papeles me produjo una sensación no muy distinta a la que, un mes antes, me había generado ordenar el escritorio de mi abuelo recién fallecido, un viejo tambero con vocación de archivista. Se sentía como entrar en una versión privada de la historia. Un resumen de la vida de Clint Newman: nació alrededor de 1922; estudió en el Liceo Naval y en la Escuela de Aviación de la Armada; se casó; vivió en Bahía Blanca (como casi todos los miembros de la Marina) y participó del golpe del 55; fue agregado militar en París; tuvo hijos; volvió durante la Revolución Argentina; se retiró; tuvo nietos; murió en el 2012. Armadas las fotos, hice lo único que me
quedaba por hacer. Subí todo a mis redes sociales.
Un refusilo de maldad Tuve varias respuestas. Hubo quien fantaseó una historia turbia con la última dictadura; alguien habló de una amante despechada; un amigo me propuso hacer una película y citó a Vivian Maier. Una chica me contó que, cuando murió su abuelo militar, su abuela quemó sus fotos y sus papeles (“dirty mistresses”, aclaró). Todos coincidían en que había que hacer algo. Le mandé algunas fotos a mi viejo, Guillermo Cantón, fotógrafo, para ver si me daba alguna idea. Me remitió a Abel Alexander, un historiador que trabaja en la Fototeca Nacional. Arreglé una cita. Abel Alexander es exactamente aquello que su nombre aliterado y su oficio excéntrico hacen suponer: un personaje. Me recibió en la Fototeca vestido con un sombrero de paja y uno de esos chalecos que solo usan los pescadores y los fotógrafos, repletos de bolsillos para guardar lentes y anzuelos. Nos sentamos en un extremo de una larga mesa de madera. Luis, su colega, trabajaba en el otro. Cada tanto consultaba un libro de Barthes. Abel acomodó la pila de fotos, se puso los lentes, y empezó a revisarla. La primera era de El galán. “Este es Aramburu”, dijo. Repasó las cuarenta y nueve fotos. Pedro Eugenio Aramburu (presidente de facto
c El Duce.
c El Galán.
El retrato de Eva.C
"Repasó las cuarenta y nueve fotos. Pedro Eugenio Aramburu (presidente de facto luego del golpe de estado denominado Revolución Libertadora) aparecía en diez"
luego del golpe de Estado denominado Revolución Libertadora), aparecía en diez con su uniforme de General del Ejército. Abel exhibió todos los trucos de datación, trucos de su oficio. Una patente nos indicó que las fotos habían sido tomadas en la provincia de Buenos Aires; un poco de StreetView identificó la plaza central de Bahía Blanca. Por el tipo de impresión y por los ángulos de algunas tomas –desde lo alto, arriba de un auto quizás– parecía razonable concluir que habían sido sacadas por un fotoperiodista. Había que mirar el fondo, los detalles. Lo importante no era lo que el fotógrafo había querido retratar sino lo que no había podido dejar afuera. “Mirá esto”, dijo Abel. Y señaló una foto donde un grupo de militares rodeaba una mesa. La escena parecía imprevista o excepcional. En el fondo, se distinguía el inconfundible retrato de Evita. Confirmamos entonces que las fotos, por lo menos en gran parte, habían sido tomadas durante el Golpe del 55. Al rato, Abel preguntó a Luis si podía reconocer a alguno de los personajes. No, no podía. Ese era el paso siguiente: identificar las caras recurrentes, al gordo de lentes, al rubio (¿Clint Newman de joven?), al gallego, a De Niro. Me fui con el pedido de una foto para publicar en su columna de la revista Viva y con la instrucción de ordenar el material en una carpeta, armar un índice, seguir investigando.
Cuando las alas de tu avión A partir de entonces los avances fueron más lentos y engorrosos. Un día, con un amigo, pusimos “Revolución Libertadora” en Wikipedia y googleamos todos los nombres que aparecían asociados a la Armada. Resultó que El Duce era Jorge Perrén, director de Puerto Belgrano (su hijo sería director de la ESMA durante la última dictadura). De Niro era Samuel Toranzo Calderón, quien planeó los bombardeos a la Plaza de Mayo. Pensé en los bombardeos y me pregunté si
Clint Newman, aviador naval, no habría formado parte del atentado. Descubrimos también que Jorge Perrén había escrito un libro sobre la Revolución Libertadora; lo compré online. Como era de esperar, sus casi quinientas páginas incluían una crónica detallada del bombardeo y del alzamiento. Puedo descartar con alguna confianza la participación de Clint Newman en el atentado: los aviones de la Base Espora, la base de la aviación
naval en Bahía Blanca, nunca llegaron a Buenos Aires (en parte por eso falló el avance golpista de junio). Sin embargo, su nombre sí aparecía entre los conjurados. Parece que, como era de los pocos aviadores que vivía en la ciudad y no en los alrededores de la base, había sido el encargado de la comunicación con los civiles, un rol bastante secundario dentro de una organización militar. Quizás por eso tenía las fotos: una cortesía de los fotógrafos a su contacto en la Armada. El siguiente paso fue identificar a los personajes locales sin proyección nacional y que, por lo tanto, eran difíciles de encontrar en Google. Entonces, mi viejo tuvo la idea de contactarse con un conocido, Pablo Presti, del ex diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca (hoy vendido y convertido en La Nueva). Presti nos derivó a Norman Fernández, quien fue redactor del diario durante los sesenta. Él supo reconocer tanto a los lugares como a las personas: la foto de Evita estaba
"Pensé en los bombardeos y me pregunté si Clint Newman, aviador naval, no habría formado parte del atentado"
en el despacho municipal; el gallego es Guillermo Castellanos Solá, nombrado intendente en 1955; el de bigote es Emilio Bonnecarrere, interventor federal en la Provincia de Buenos Aires. Ahora el índice está completo.
Preguntarás qué te pasó No hay remate para esta historia. No hay una revelación fulgurante, el hallazgo de un crimen oculto, el testimonio de un
c Plan de Vuelo.
C Festejos en la Plaza.
pacto infame. Solo una carpeta con un par de viejos recortes de diario y cuarenta y nueve fotos: primero descartadas por un fotógrafo y atesoradas por un aviador, después destrozadas por una mano meticulosa y recompuestas por un estudiante. Algunas son buenas y otras no tanto; muchas tienen por único valor su antigüedad, porque las fotos son un producto que envejece bien. Es el archivo recuperado, casi usurpado, de un hombre de la edad de mi abuelo. Él
también guardaba fotos, cartas y recortes, y a veces hasta los convertía en libros, pero sobre todo los acumulaba, con la certeza de que vale la pena cierto orden en la memoria. Pienso en las mías, que solo existen en formato digital, subidas a las redes, en mis mails, whatsapps y tweets, y me pregunto qué clase de restos voy a dejar, y si es posible que alguna vez, en muchos años, un joven encuentre mi basura y la considere un tesoro. Por ahora, no puedo dejar de recordar algo
que mi abuelo decía en estas circunstancias, cuando se encontraba en un punto muerto y entendía que ya no dependía de él, que necesitaba una ayuda, de su interlocutor o del cosmos, quién sabe. A él le gustaban las citas encubiertas y presiento que esta es una de ellas, una frase prestada que repetía como un chiste personal y secreto. Mi abuelo decía: “¿Qué hacer?” Á