Contratiempo 01 - Mayo 2003

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Editorial Gil J. Stein La innecesaria destrucción de la herencia cultural de Irak José Ángel Navejas La media en tiempos de guerra Kathy Kelly El pianista de Bagdad: Música perdida entre las ruinas

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Margarita Saona Distopía Leda Schiavo Inmoderato cantabile León Leiva Buque de la medianoche; Me explico Jorge Hernández El guiso

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Ricardo Armijo

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Hoy he visto esto, desde la ventana del baño

Raúl Dorantes y Febronio Zatarain XIX Festival de Cine Latino de Chicago Jochy Herrera Conversación con Luis Eduardo Aute Julio Rangel No más simpatía por el diablo Diane Thodos Marco Raya: de lo histérico a lo lúcido Marco Escalante El jardín del tirano Nate Holdren Un caramelo de historia y humor John Barry Cruzar el mar con La Reina del Sur Francisco Piña Crossing Over: la otra odisea Armando Gómez Villalpando aeróbics verbales

Marcos Raya es pintor, ha exhibido en el Chicago Cultural Center. Gil J. Stein es director del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago. José Ángel Navejas cursa la maestría en literatura latinoamericana. Kathy Kelly es miembro del grupo Voices in the Wilderness. Margarita Saona es profesora de literatura de la Universidad de Illinois. Leda Schiavo es autora del poemario Con las debidas licencias. León Leiva es hondureño. Autor de Poemas a Marce. Jorge Hernández es escritor regiomontano. Vive en Chicago. Febronio Zatarian es profesor de literatura en St. Augustine College. Jochy Herrera es dominicano. Vive en chicago. Diane Thodos es crítica de arte y artista, vive en Evanston, Illinois. Marco Escalante es escritor peruano. Vive en Chicago. Nate Holdren es organizador sindical y estudiante de español. John Barry es profesor de literatura de la Universidad Roosevelt. Armando Gómez Villalpando es autor de Aerobics verbales.

Anúnciese en contratiempo: 312.529.4314

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Ricardo Armijo Raúl Dorantes Francisco Piña Julio Rangel contratiempo 312.529.4314 Chicago, Illinois revista@contratiempo.com portada: Marcos Raya, Blue Demon, técnica mixta, 2000

Esmeralda Cortez Escritora: Poesía Romántica Tel. (773) 889-1715


c o n t r a t i e m p o

Editorial La comunidad hispana de la zona metropolitana de Chicago se ha ido duplicando cada década durante los últimos cuarenta años. En 1960, había aproximadamente 100,000 hispanohablantes; en la actualidad, la cifra se acerca a los dos millones. En lo que respecta a los medios de comunicación, nuestra comunidad cuenta con dos canales televisivos locales y más de una docena de estaciones de radio. También contamos con dos semanarios que superan, cada uno, los cincuenta mil ejemplares por edición. En los medios electrónicos el aspecto cultural y formativo está prácticamente ausente; y aunque en ambas publicaciones se incluyen con regularidad páginas dedicadas a la vida cultural, pocas veces rebasan el aspecto informativo. Como comunidad, nos hemos olvidado que la crítica y la reflexión de nuestras acciones posibilitan un mayor conocimiento de nosotros mismos. Y la carencia de una opinión crítica se refleja en la forma en que participamos políticamente así como también en las diferentes manifestaciones artísticas y culturales. Por eso, a nadie sorprende que de los tres grupos étnicos mayoritarios el que cuenta con menos formación política y educativa es el hispano. Dos ejemplos relacionados con el aspecto cultural: acaba de culminar el XIX Festival de Cine Latino y las críticas más elaboradas no aparecieron en nuestros órganos informativos; por otra parte, el rock en español es entre los jóvenes latinos un fenómeno musical con fuerte presencia en los barrios, y quien mejor ha cubierto esta faceta fue el Chicago Reader. Ahora un ejemplo vinculado a lo político: en Cicero, suburbio mayoritariamente mexicano, se llevaron a cabo elecciones municipales hace un mes. Estas elecciones precisaban un análisis que fuese más allá de las declaraciones de los contrincantes. Como sabemos, allí se dieron alianzas políticas muy particulares y hasta ahora no queda claro la razón por la cual el congresista demócrata Luis Gutiérrez apoyó al candidato republicano Ramiro González. El grupo que hace posible la presente publicación es consciente de que aún no tiene la capacidad para cubrir analíticamente el fenómeno político y cultural que somos. Sin embargo, también somos conscientes que para alcanzar tal cobertura es primordial que promovamos revistas como ésta y programas alternativos en los medios de comunicación electrónica; es decir, que fundemos espacios donde se den a conocer las manifestaciones artísticas y donde tenga cabida la crítica de nuestros quehaceres culturales y políticos. La sociedad de consumo nos hace creer que dedicarse al arte y a la crítica, ya sea como creadores o como espectadores, es una pérdida de tiempo: un verdadero contratiempo. Para explicar mejor esta perspectiva, podríamos apelar al mayor evento histórico de nuestros días: la guerra en Irak. Al tomar control de aquel país, el gobierno de los Estados Unidos se preocupó por proteger las zonas petrolíferas y el Ministerio del Interior, y dejó a la deriva el Museo Arqueológico de Bagdad y la Biblioteca Nacional. Obviamente, el gabinete de la administración Bush ha de haber creído que era un contratiempo el proteger aquellas piezas y documentos que encierran no solamente la historia de Irak sino gran parte de los orígenes de la civilización. Al interior de los muros del Museo de Bagdad había elementos que ayudaban a nuestros arqueólogos e historiadores a determinar quiénes éramos hace cinco milenios, pues desde la primaria hemos aprendido que la cuna de la civilización (a la que tanto se apela recientemente) se halla entre los ríos Tigris y Éufrates. Como grupo latinoamericano que vive en los Estados Unidos, con frecuencia nos preguntamos qué hemos dejado de ser y qué es lo que ahora somos. Esta revista se propone contribuir, en la medida de sus posibilidades, a la construcción de una respuesta dialéctica. Tal es nuestro reto y nuestro objetivo.


Gil J. Stein

Imagínese una turba frenética en Washington DC, saqueando el Instituto Smithsoniano, luego dirigiéndose a los Archivos Nacionales para robar el original de la Constitución de los Estados Unidos, la Ley de Derechos y la Declaración de Independencia, mientras la policía del Distrito de Columbia mira pasivamente y se rehusa a intervenir. Por horrible que esta hipotética profanación de los objetos históricos más apreciados pueda parecer, palidece en comparación con el saqueo del Museo Arqueológico de Bagdad, ante el cual los soldados estadounidenses permanecieron pasivos y permitieron que sucediera. La magnitud de esta pérdida es difícil de exagerar. Durante dos días de saqueo masivo, unas 170,000 piezas fueron robadas de las vitrinas de exhibición y de sus cámaras de almacenamiento del Museo Nacional Iraquí, que es el gran depositario de los tesoros arqueológicos de la antigua Mesopotamia. La tierra entre el Tigris y el Éufrates vio el desarrollo de las primeras ciudades, estados e imperios del mundo, la primera evidencia del surgimiento de un reinado, los primeros códigos legales, y quizá lo más importante, la invención de la escritura que sucedió hace más de 5000 años. Las civilizaciones de Sumeria, Akkad, Babilonia y Asiria ejercieron una enorme influencia en el mundo de la Biblia y constituyeron la fundación de la civilización occidental. Las piezas, las inscripciones en tablillas de barro y las obras de arte que documentan el ascenso de la primera civilización en el mundo, son figurativa y literalmente invaluables. El saqueo del Museo Nacional Iraquí es un crimen contra la cultura mundial, equiparable al saqueo de los Cruzados a Constantinopla. La demolición de los Budas de Bamiyan por los talibanes en Afganistán fue un acto de barbarie que estremeció al mundo. Sin embargo, el saqueo del Museo Nacional Iraquí es incomparablemente peor, porque representa la destrucción del patrimonio cultural de una nación entera y también de la civilización occidental. Esta pérdida se vuelve más trágica porque se pudo haber evitado. Cuando quedó claro que la segunda guerra del Golfo era inminente, un pequeño grupo de investigadores estadounidenses especializados en la arqueología de Irak hicieron extraordinarios esfuerzos por proteger las antigüedades de ese país. Encabezados por McGuire Gibson, del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago, estos investigadores proporcionaron al Pentágono y a funcionarios del Departamento de Estado una lista detallada de los 5000 sitios arqueológicos más importantes en Irak (se ha calculado que el país tiene un millón de piezas arqueológicas antiguas, que han 4

Cabeza, técnica mixta, 1997

ido acumulando en sus más de 10,000 años de historia) junto con mapas y coordenadas detalladas, de manera que los estrategas militares pudieran evitar hacer blanco en estas locaciones culturalmente significativas. Al comienzo de la lista estaba el Museo Nacional en Bagdad, pues es considerado el recurso arqueológico más importante de Irak. Los arqueólogos advirtieron específicamente al Pentágono y a los funcionarios del Departamento de Estado de la posibilidad de saqueos una vez que el ejército iraquí se colapsara. Para prevenir esto, los arqueólogos urgieron al ejército a que desplegara equipos de Fuerzas Especiales para asegurar el museo en la ocupación inicial de Bagdad. Funcionarios del Pentágono aseguraron a Gibson y a sus colegas que se harían todos los esfuerzos para proteger las antigüedades iraquíes. Este esfuerzo fue parcialmente exitoso. Irónicamente, el Museo sobrevivió la campaña de bombardeo shock and awe ya que quedó casi enteramente intacto, sólo para sucumbir a una orgía de dos días de saqueo DESPUÉS de la ocupación inicial de la ciudad por fuerzas estadounidenses. El cuerpo de

curadores del museo trató desesperadamente de proteger tanto el edificio como las colecciones, pero simplemente fueron avasallados. Las turbas iraquíes cargaron con el botín, pero fueron las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos quienes permitieron que este crimen sucediera. Las tropas de los Estados Unidos ignoraron las advertencias explícitas del riesgo de saqueo. Pues los funcionarios del museo rogaron sin éxito muchas veces en el curso de los dos días a las tropas americanas que pararan el vandalismo. A los saqueadores se les permitió pasar por los puestos de control con carretillas repletas de antigüedades robadas. Una funcionaria del Museo amargamente dijo a los reporteros que con sólo un tanque estadounidense y un puñado de soldados se pudo haber evitado el saqueo. Ella estaba literalmente en lo cierto. En el único esfuerzo de los Estados Unidos por detener el pillaje, un tanque se apostó frente al museo y los soldados dispararon al aire. La muchedumbre de saqueadores inmediatamente se dispersó. Pero las tropas se rehusaron a establecer una posición permanente en los terrenos del Museo


y abandonaron el área después de media hora. No hace falta decirlo, los saqueadores volvieron inmediatamente a terminar su labor de devastación. Este hecho es altamente significativo y además un triste reflejo de las prioridades estadounidenses; hasta el momento en que esto se escribe, las ÚNICAS instalaciones del gobierno iraquí continuamente protegidas por las tropas de los Estados Unidos han sido las del Ministerio del Petróleo. Proteger a los soldados estadounidenses de riesgos innecesarios es extremadamente importante, pero la protección del Museo implicaba un peligro mínimo para nuestras tropas. Es también importante dejar claro que salvaguardar el Museo Nacional no es sólo cuestión de proteger unas cuantas estatuas viejas. Es de extraordinaria significación política para la misión del gobierno de Estados Unidos liberar a Irak de la tiranía de Saddam así como construir un estado democrático integrado. El pueblo de Irak es muy culto y tiene un profundo entendimiento de la herencia arqueológica de su país. Esta conciencia histórica es uno de los factores más importantes en la definición de una identidad nacional que une las diferentes religiones y grupos étnicos de Irak. Esta identidad nacional, basada en una tradición cultural compartida, es uno de los más fuertes contrapesos al doble peligro del fundamentalismo religioso y la balcanización étnica. Incluso Saddam entendió estos sentimientos y trató de definirse en su propaganda política como un gran dirigente en la tradición de Hammurabi y Nabucodonosor (es por eso que dio estos nombres a las divisiones de la Guardia Republicana). Las antigüedades de Irak constituyen, entonces, no sólo la evidencia de una gran civilización antigua, sino también los estatutos simbólicos del futuro de Irak como un Estado-nación. Al permitir que el Museo Nacional fuera saqueado y devastado, hemos innecesariamente destruido uno de los más valiosos emblemas de la unidad iraquí. Al hacerlo, corremos un riesgo muy real de que los iraquíes vean este acto como un intento calculado de socavar su nacionalidad. Esta tragedia es, y merece ser, una fuente mayúscula de vergüenza y deshonra para el gobierno de los Estados Unidos y las Fuerzas Armadas que comanda. El mundo entero se ha empobrecido con esta pérdida. El daño está hecho, pero si los Estados Unidos actúa inmediatamente, podríamos rescatar al menos una parte de las piezas saqueadas del Museo Nacional. Hay varias cosas que podemos y debemos hacer:

la Internet, de manera que puedan ser inmediatamente identificadas tan pronto aparezcan en los mercados internacionales de arte. Los arqueólogos estadounidenses, en coordinación con la UNESCO, han comenzado ya a circular estas fotos digitalizadas. d) La UNESCO y los Estados Unidos deben enviar equipos de arqueólogos y conservacionistas para inventariar el museo y determinar qué ha sido tomado y qué permanece allí. Un esfuerzo de conservación internacional debe implementarse a fin de reparar el daño a las piezas que hayan sido dañadas durante los dos días de saqueo.

Marcos Raya

a) Debemos trabajar junto con el Departamento de Antigüedades de Irak para recuperar hasta donde sea posible las piezas saqueadas. Las autoridades civiles y militares deberían ofrecer una amnistía y recompensas o de hecho comprar los tesoros robados sin hacer preguntas. Esto no se contradice con la antigua política del Departamento de Antigüedades de Irak, que consistía en adquirir a cambio de una recompensa las piezas encontradas por campesinos y otras personas. Esta era una manera de prevenir que las piezas arqueológicas salieran ilegalmente del país y fueran vendidas en los mercados internacionales de arte. b) El ejército debe sellar las fronteras de Irak y hacer todo lo posible por aprehender a cualquiera que trate de contrabandear las antigüedades. Los arqueólogos ya han comenzado a proporcionar guías ilustradas a los guardias fronterizos y a otros soldados de la coalición para que puedan reconocer las piezas y evitar así el contrabando. c) Las fotografías de las antigüedades saqueadas deben ser colocadas en

e) Debemos reforzar vigorosamente las leyes y acuerdos nacionales e internacionales existentes que impiden la importación de antigüedades sin documentación a los Estados Unidos. Es perturbador e inconcebible que los traficantes de arte estadounidenses, a través de organizaciones encubiertas bajo nombres inocuos, hayan comenzado ya a presionar a la Casa Blanca para flexibilizar estas leyes. El Congreso DEBE actuar no sólo para mantener sino también para reforzar estas leyes a fin de prevenir que un flujo de antigüedades iraquíes robadas entren al mercado de arte de los Estados Unidos. Y lo más importante, el gobierno de los Estados Unidos debe imponer un inmediato veto a la exportación de antigüedades de Irak. f) Finalmente, los Estados Unidos y la comunidad internacional deben estar dispuestos a proveer una rápida infusión de fondos suficientes para permitir la readquisición de las antigüedades robadas así como la restauración del Museo y de sus pertenencias que hayan resultado dañadas. La inacción y, posiblemente, la pobre comunicación al interior del ejército de los Estados Unidos permitió que esta tragedia cultural sin precedentes ocurriera. No es sólo nuestra obligación moral como nación el hacer todo lo que podamos para reparar el daño; está también en nuestro interés y en el interés de la paz regional el hacerlo. Traducción de Julio Rangel

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José Ángel Navejas

La cobertura en Estados Unidos de la guerra contra Irak –si puede llamársele así a este atropello desmedido– podrá, algún día, contarse fácilmente entre los casos más viles de manipulación de la mente pública. Desde el principio de las hostilidades, la explotación de la imagen pirotécnica adquirió prioridad sobre la información. Las primeras imágenes de la guerra que el público de Chicago presenció fueron aquellas de una noche desértica bañada en una lluvia de luces mortíferas. Al día siguiente, los diarios de mayor circulación, el Sun-Times y el Tribune, vertían encabezados pomposos dirigidos a compensar su vacío analítico: War! y U.S. Strikes Irak leían respectivamente. Enumerar la nota principal de los diarios y noticieros de mayor difusión en Estados Unidos es una tarea más bien tediosa. No obstante, baste señalar que, lejos de ser la excepción, la posición de los medios chicagoenses es la regla de sus homólogos del país entero. Uno de los supuestos de mayor peso en la media a lo largo del conflicto fue el de la infalibilidad moral de la investidura presidencial. Cuando Bush informa en las primeras horas del bombardeo que el ejército estadounidense ha iniciado el proceso de liberación del pueblo iraquí, la prensa no sólo difunde dicha declaración, sino que la promueve. Se organizan paneles con líderes religiosos y generales jubilados que, por un lado, convalidan las declaraciones vacías de Bush y, por el otro, reafirman la superioridad militar norteamericana. Así, el discurso bélico se transporta a otro plano: el conflicto cuyo propósito inicial era el desarme del régimen de Hussein adquiere un aire benévolo que gana de golpe –si damos crédito a las encuestas que los mismos medios conducen– no sólo la voluntad sino también la aprobación y el respaldo de una gran porción de la población. Las conclusiones que se derivan de tal escenario son obvias: el criterio del pueblo norteamericano está nutrido esencialmente de la información que recibe de su prensa, y ésta, he señalado, difunde, favorece y fomenta la posición de la Casa Blanca. Por tanto, lo que tenemos no es una presentación objetiva de los eventos, sino una complicidad desvergonzada, un complot abierto de los medios no sólo contra el régimen de Hussein sino contra el criterio del mismo público al que pretenden servir. En efecto, las proposiciones oficiales adquieren tal veracidad en los reportajes de la prensa que los desafortunados jóvenes llamados a servir a su 6

nación se precipitan a su muerte en las arenas de un lejano desierto, convencidos de que una causa noble justifica la pérdida de sus vidas. A pesar de lo descabellado de semejante idea, hubo quienes la asumieron como un deber no sólo con su nación, sino con la misma humanidad de un pueblo al que, paradójicamente, se apresuraban a invadir. Durante los primeros días del conflicto, un reportero de National Public Radio le preguntó a un soldado norteamericano qué pensaba sobre las innumerables voces que se manifestaban en contra de la guerra. A lo que respondió que "esos 'idiotas' no saben lo que hacen. Estamos aquí para liberar a un pueblo oprimido". Así, la influencia de la media en la población no puede ser subestimada. Tampoco puede ignorarse. Su alcance permea todos los aspectos de la vida contemporánea, desde la decisión de la ropa que la gente decide vestir por la mañana hasta su estado de ánimo. Ante semejante escenario, una obligación primordial de todo ciudadano con un mínimo de conciencia es la

de preguntarse lo siguiente: ¿Hasta qué punto es la prensa estadounidense responsable por la invasión y el genocidio contra el pueblo de Irak? Preocupados más por el rating de sus noticieros que por el monto total de la tragedia humana, los empresarios de las principales cadenas se proclaman editores de sus medios, y optan por la explotación de la imagen, del espectáculo de luces. En un reportaje publicado el 7 de abril en The New York Times, David D. Kirkpatrick exponía bien esta idea. Según él, Mr. Rupert Murdoch, dueño de un monopolio de prensa que incluye Fox News y The Times, es bien conocido por manejar a su manera el contenido editorial de su imperio. Kirkpatrick sugiere que la responsabilidad principal de Mr. Murdoch está con los accionistas: “If you have an editor who wants to be a great hero and go against the public will and lose all the readers, the shareholders are going to blame the chief executive”. Razón que le resulta a Mr. Murdoch más que suficiente para aliarse a los dictámenes de la Casa Blanca y promover


su benigna causa: “Bush is acting very morally, very correctly”. Perdido en la suma de sus ganancias y deslindado de todo contacto con la realidad humana, Mr. Murdoch afirma: “We can't back down now, where you hand over the whole of the Middle East to Saddam”, asumiendo, con una distintiva prepotencia estadounidense, el destino manifiesto de adueñarse y controlar el mundo. “I think that all our papers are certainly supportive of the armed forces. But that is not me calling the editors”. La complicidad de ambos imperios no puede ser más clara. Otro caso de conspicua desvergüenza es el del profesor de periodismo, Robert Jensen, de la Universidad de Texas. En un artículo publicado en el Boston Globe el 7 de abril, se pregunta de manera retórica: “If the Operation Iraqi Freedom runs into trouble, will the Pentagon make it easy for the reporters to cover the ugly side of the war?”, como si la guerra estuviera en sus primeros días, como si el monto de las muertes entre los iraquíes no fuera ya tan significativa tanto en la población civil como entre las tropas, como si los soldados estadounidenses no hubieran rociado de plomo un carro lleno de mujeres y niños, como si las bombas estadounidenses no hubieran caído ya un par de veces en los mercados de Bagdad causando la muerte de más de 70 personas. Aparentemente, estos sucesos no tienen, para el profesor Jensen, nada de ugly. La actitud indiferente del profesor Jensen no es un caso aislado.

La versión oficial estadounidense negó su responsabilidad en los bombardeos de Bagdad, sugiriendo que los mercados pudieron haber sido alcanzados por misiles del régimen iraquí, noticia que se difundió cada media hora en todos los noticieros. Con todo, el profesor Jensen advierte a los periodistas que acompañan a las tropas contra el riesgo de "perder su independencia", como si al partir de Estados Unidos fueran un ejemplo óptimo de objetividad. La prepotencia y el morbo son sólo algunos de los factores que los medios utilizan para hormar la mente pública del pueblo estadounidense. Mientras el Le Monde informa el 3 de abril sobre las imágenes contradictorias de la guerra, The New York Times, ese mismo día, anuncia War News Gets Better, aludiendo al fin de la tormenta de arena que había azotado a las tropas y, en especial, al rescate de la prisionera de guerra Jessica Lynch, quien de inmediato pasa a ocupar los encabezados de todos los diarios y las revistas. De hecho, la semana posterior a su rescate, la revista Newsweek desplegó su fotografía en la portada. Así, mientras a los soldados norteamericanos muertos en batalla se les entierra con honores, mientras que el propio presidente telefonea a las devastadas familias de los jóvenes víctimas de su propio gobierno y mientras sus funerales se difunden minuto a minuto, las noticias sobre las muertes de las familias iraquíes, de los 2 ó 3 mil soldados iraquíes muertos en un

solo día corre por dos segundos en la cápsula informativa de CNN en la parte inferior de la pantalla y nunca más se menciona.

¿Hasta qué punto es la prensa estadounidense responsable por la invasión y el genocidio contra el pueblo de Irak? Pero, pasando de la media anglosajona a la media hispana en Estados Unidos, ¡qué vergüenza es el ser hispano en estos momentos! ¡Qué vergüenza compartir el mismo idioma de los conductores de noticias tanto de Univisión como de Telemundo! ¡Qué vergüenza ver su servilismo, su conformismo, su amnesia histórica! ¡Qué vergüenza ver mi idioma prostituido tanto en los labios de Enrique Gratas como en los de Jorge Ramos! ¡Qué vergüenza! En lo que a la prensa escrita de Chicago concierne, cabe señalar una contradicción interna. Por jugar al “balance” periodístico, los dos principales semanarios hispanos de la ciudad, La Raza y ¡Exito!, sepultaron su postura contra la guerra bajo el espectáculo de las imágenes y artículos tanto pro como contra la

guerra. De hecho, en la primera edición que se ocupó de la guerra, la página principal de La Raza leía: “¡Guerra!”, emulando el encabezado escandaloso que el Sun-Times había desplegado el día posterior al inicio del conflicto bélico. Éstas y otras razones que son demasiadas para mencionar aquí bastan para contestar la pregunta que se formuló antes: ¿Qué responsabilidad moral y ética recae sobre los medios de comunicación a raíz de la invasión y el genocidio contra el pueblo de Irak? Por ahora su complicidad y culpabilidad sigue aún oculta, pero en el futuro, cuando el pueblo norteamericano haya despertado al fin de su prolongado ensimismamiento y las mentiras de esta administración comiencen a brotar, se verá con claridad la culpabilidad compartida de los causantes y los impulsores de esta injusta guerra. Una vez que comprenda la gravedad de la mentira a la que ha sido expuesto, quizá el pueblo estadounidense sea capaz de mostrarle al mundo los verdaderos colores de su democracia, llevando a juicio a los dos bandos cómplices de este complot, acusándolos de crímenes de lesa humanidad tanto por condenar a todo un pueblo a la muerte por su insaciable sed de petróleo como por arrancarle a otro pueblo su intrínseco derecho a la verdad.

Cataclismo, acrílico sobre tela, 1997

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Kathy Kelly

(La autora es parte del contingente pacifista enviado por Voices in the Wilderness a la ciudad de Bagdad desde antes de la guerra. Kathy Kelly ha llevado un diario, y el siguiente texto corresponde a lo que escribió el pasado 17 de abril.)

En el caos de la ciudad de Bagdad, un director de orquesta y un pianista iraquíes lucharon por preservar su escuela de música. Después del saqueo, lo único que ha quedado es una canción a la paz. Pues esta mañana –mientras las enfermeras cavaban fosas enfrente del hospital Al Mansour y la Universidad de Bagdad permanecía en ruinas y la Cruz Roja Internacional nos advertía que el sistema de salud de la ciudad estaba a punto de colapsarse– dos músicos se acercaron a nuestro cuarto de hotel. Majid Al-Ghazali y Hisham Sharaf tenían la esperanza de establecer comunicación con sus familiares fuera de Irak usando nuestro teléfono celular. La casa de Hisham había sido dañada seriamente durante los bombardeos: “Hace un mes, yo era director de la Orquesta Sinfónica de Bagdad; y ahora quién soy”. Al tiempo que Hisham trata de arreglarle las baterías al teléfono, le decimos con sarcasmo que fácil podría llegar a ser el director de una empresa telefónica. Luego le comenté a Majid que acá teníamos una guitarra y un cuaderno pautado por si quería escribir algunas notas. “¿Notas? ¿Qué son notas? –preguntó–, ya ni siquiera nos acordamos”. A Majid en particular le había Marcos Raya ido muy mal. Durante la primera semana de bombardeos, un vecino suyo llamó a la policía secreta y lo denunció por andar visitando extranjeros. Y por eso al día siguiente fue arrestado. Después de la “caída” de Bagdad, el mismo vecino aseguró que Majid era parte de la policía secreta. “Creo que mis vecinos quieren mi casa –dice–, pero ningún lugar es seguro”. Conocí a Hisham Sharaf en la Escuela de Ballet y Música Folclórica de Bagdad durante una de las visitas que realizamos el año pasado algunos miembros de Voices in the Wilderness, visita que tenía como objetivo exigir el fin de las sanciones económicas y a la vez detener otra agresión armada contra el pueblo de Irak. Tanto Hisham como Majid enseñaban en esa escuela por las mañanas y ensayaban con la orquesta sinfónica por las noches. Recuerdo que cuando ya se vislumbraba la guerra, le llegué a comentar a Hisham lo significativa que había sido la canción O Finlandia para muchas familias que habían perdido seres queridos durante los ataques del 11 de septiembre. Por lo menos ciento cincuenta familias la tomaron como un 8

himno a la paz durante los actos hechos a la memoria de las víctimas. El compositor Sibelius escribió la melodía a finales del siglo XIX y una vez terminada la Primera Guerra Mundial se escribió la letra enfatizando las aspiraciones y los sueños compartidos por toda la humanidad. Hisham entonces soltó la carcajada, pues no pudo resistir la ironía de que una estadounidense sugiriera la enseñanza de una canción pacifista. Finalmente aceptó pero con ciertas reservas. “Por qué no me la cantas…” Dos días después sus estudiantes estaban ensayando una versión en árabe de O Finlandia. Hoy, después de que ambos músicos se despidieran rendidos ante la imposibilidad de llamar a sus familiares, me quedé pensando si los versos de O Finlandia podrían despertarles, tarde o temprano, amargura en vez de esperanza. Ya en la tarde regresaron conmocionados porque se habían acercado a varios soldados norteamericanos para pedirles que les ayudaran a proteger lo que quedaba de la escuela. Los soldados les repondieron que no era parte de sus funciones hacerlo y les ordenaron que se retiraran. Y no les quedó otra que dirigirse a su escuela para salvaguardarla ellos mismos. Al poco rato llegaron cinco hombres armados. Tanto Majid y Hisham como el hermano de Hisham le suplicaron a los recién llegados que no saquearan más la escuela. “Somos gente humilde, gente pobre –dijeron los hombres armados–, y

sabemos que muy pronto no habrá comida ni dinero ni trabajo para nosotros. Ustedes porque son gente rica...” “Por favor –respondió Majid–, les daremos los instrumentos y los muebles pero no destruyan las partituras ni los discos.” “No –respondieron los hombres–, Bagdad ha muerto”, y de inmediato comenzaron a saquear el edificio. Rompieron muchos instrumentos y quemaron las partituras y los discos. ¿Qué orilla a la gente desesperada a cometer actos tan deplorables? No lo sé. Lo que sí sé es que durante estas décadas de sanciones y de guerras, las élites de Irak y los gobiernos de los Estados Unidos y la Gran Bretaña han ignorado por completo al pueblo de Irak, pueblo que de veras ha sido golpeado. ”Mira –me dijo Hisham–, escucha esto; es todo lo que quedó”, y me pasó los audífonos que le había pedido prestados a un corresponsal de la televisión noruega. La orquesta estaba tocando O Finlandia. Al escuchar a los niños, yo me puse a tararear: “This is my song, O God of all the nations. A song of peace for lands afar and mine. This is my home, the country where my heart is. Here are my dreams, my hopes, my holy shrine. But other hearts in other lands are beating, with hopes and dreams as deep and true as mine.” Pero dejé de cantar porque Hisham se había puesto a llorar.

Traducción de Raúl Dorantes


El oficio de escritor, para quienes echamos nuevas raíces en estos lares, es siempre un oficio que se ejerce en el tiempo que nos sobra; lo cual resulta paradójico, puesto que se trata de nuestro oficio primordial, el que nos acerca a nosotros mismos liberándonos de la alienación a que nos condena el trabajo diario y rutinario con que nos ganamos la vida. Bien puede decirse que en este trabajo realizado a deshoras, caemos libre y voluntariamente en un espacio de creatividad y reflexión. Las páginas literarias, que constituyen una suerte de isla al interior de esta revista, representan la materialización de ese espacio. Esperamos que los lectores consideren estas páginas como suyas, puesto que están abiertas para todos. En los tiempos en que el ocio es innoble, es justo y necesario inaugurar deshoras con un grupo de escritores que sea representativo de Chicago. En los últimos años, León Leiva, Jorge Hernández, Margarita Saona y Leda Schiavo, han dejado sus letras regadas en la Décima Musa, Calles y Sueños, la Universidad de Illinois y demás lugares donde se han abierto espacios para la literatura en español. A pesar de que son escritores tan disímiles, nos parece que el simple hecho de que hayan recorrido las mismas calles es criterio suficiente para presentarlos juntos.


deshoras

Distopía Margarita Saona Levantamos ciudades enormes, hermosas, que se recortan imponentes contra el horizonte. Dibujamos paisajes de acero y concreto en el cielo y las nubes se reflejan en los cristales de los grandes rascacielos. Pero surgió un problema. Nuestros paraísos urbanos se llenaron de palomas. Al principio los niños y los viejos les echaban maíz en las plazas, pero con el tiempo se convirtieron en una presencia amenazante. Grises, gordas como gallinas, anidaron en las ventanas de nuestros rascacielos. Sus arrullos nos despertaban al amanecer, distraían a las secretarias en las oficinas e interrumpían sesiones de directorio en las empresas. Las lavanderías no se daban abasto con la demanda de lavado en seco de trajes manchados de excremento. Se habló de soluciones civilizadas: matarlas a tiros implicaba el riesgo de balas perdidas, envenenarlas, el de intoxicar junto con ellas a nuestros niños. De pronto alguien ideó la solución perfecta, ecológicamente correcta: importar halcones, aves nobles e imponentes, para que dieran cuenta de las pestíferas palomas. Los halcones anidaron en las torres más altas. Desde mi oficina puedo ver a uno de ellos planeando con elegancia. Entre nuestros altos edificios ahora caminamos entre despojos de palomas, pedazos de cuerpos sanguinolentos, un ala, una cabeza, una pata, sobras del desayuno de los halcones. Hay que pisar con cuidado para no embarrarse los zapatos o resbalarse, y acostumbrarse a sentir el crujido de los restos de palomas bajo nuestros pies.

Black Shadow y sus amigos, técnica mixta, mixta, 2002

Inmoderato cantabile Leda Schiavo A Sonia Otamendi, en su cumpleaños

Cómo no quererte si rompés tantas cosas físicas y metafísicas. Te conocí rompiendo sillas y platos, como un delicado rechazo a la costumbre aquella casa, aquel jardín, aquellos niños, aquella amiga que se devoró a sí misma y nos dejó un mensaje que no quisimos recibir aunque nos sigamos devorando con estilo propio un desafío a la razón un no sé qué de coincidencia en los bordes un éxtasis en los límites con el Río de la Plata de fondo, ese gran transgresor esa masa gris que nos invade e hipnotiza los residuos, los desechos, huesos de caballos muertos, hierros oxidados el tiempo que se agazapa en las orillas de Quilmes, en los basurales, en los cafés del bajo, en tu mirada y en el desasosiego que nos une y nos separa. También nos une el ansia de una casa que no supimos crear o conservar con un patio ajedrezado en blanco y negro lleno de arcadas color ocre a lo de Chirico una balaustrada gris en la terraza y esa lasitud larga de la siesta. Quizás debamos fletar una gran barcaza río adentro y esperar el diluvio con los amigos, todos juntos una nueva nave de los locos que bajo la cruz del sur se entregue al mate amargo y al regodeo lacrimógeno de los tangos de Gardel. 10


deshoras

León Leiva

Buque de la medianoche hay un buque negro que muge en la bahía hay un buque inmenso que amenaza mi orilla en el malecón hay una sombra ocre que me espanta en el aluvión contra el viento su proa me devora ha rebalsado la marea hasta mi calle la quilla una V que parte el filo del mar es más alta que mi casa buque de la medianoche severo aplome y pendenciero déjame ser capitán ser marinero estibador de mi cargo una noche más

Me explico Me explico constantemente como si fuera un sintagma el reducto y quedan disgregadas mis huellas en el misterio de las cosas mis cosas dicen más de mí que mis promesas ah si mi nombre fuera también impronunciable prohibido desterrado si yo fuera un ahorcado pendiente del vértice del cielo si yo fuera la mano que tapara el cráneo partido

Marcos Raya

si yo fuera la boca que le soplara sílfides a los enamorados o el suelo que buscan los hombres solitarios de este mundo qué dichoso sería ¿Me explico?

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deshoras

Jorge Hernández Uno, dos y tres por todos mis amigos

Fue en 1992 ó 93, cuando Lorenzo Nepomuceno llegó a Chicago, acababa de pasar la crisis de los maricones, o sea acababan de agarrar a Jeffrey Dahmer, el que se iba a las cantinas gay de la calle Clark a buscar incautos, les ofrecía dinero para que se dejaran tomar fotos en pelotas, se los llevaba a Milwaukee y allí los drogaba, descuartizaba y devoraba. Cuando la policía agarró a Dahmer le descubrieron varios cadáveres en el sótano, y en el refrigerador, vísceras y brazos y piernas y cabezas de varios infortunados. Lorenzo Nepomuceno ya sabía esto cuando llegó aquí. Luego luego encontró trabajo lavando platos en un restaurante yuppie del área de Wrigley Field. En las tardes libres, y en las noches después del trabajo, Lorenzo recorría los mismos bares que Dahmer había recorrido en los días de su apogeo. Primero se fue al Berlín, donde gays, lesbianas, curiosos y probados le ponen duro y macizo al faje. De allí agarró señas para irse a todos los demás antros, cantinas, bares, discos y centros nocturnos gay desde la North hasta la Pratt. Claro, la primera vez que visitaba un antro los clientes lo confundían y le decían que les limpiara la mesa o que les trajera beberajes, o de plano que se hiciera a la chingada porque estorbaba en la barra. Obvio, Lorenzo los ignoraba y los otros se encabronaban, varias veces estuvieron a punto de ponerle una chinga y dos veces lo dejaron pa’l arrastre entre varios maricones encabronados. Pero Lorenzo siempre volvía. Fue una tarde de junio y casi por compromiso se encendieron los faroles y Lorenzo entró a otra cantina, y parecía que lo iba persiguiendo la suerte o la sed, porque pidió su cerveza sin darse cuenta de nada más. Cuando el mesero le llevó la cerveza, Lorenzo lo vio bien, como para reconocerlo y le dijo: –Quiubo, mano. El mesero le contestó: –Quiubo, one fifty.

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Pagó la cerveza, el mesero se fue y Lorenzo lo siguió y le dijo: –Quiubo, mano. El otro le contestó: –¿Qué chingados quieres? –Tú ya sabes lo que quiero, manito, tú ya sabes –le contestó Lorenzo. –Vete a la verga o te voy a partir la madre, te lo alvierto. –Si ya sabes lo que quiero, manito, pa qué te haces, tú ya sabes –le contestó Lorenzo. –Chinga tu madre –Pa qué te haces si al final me lo vas a dar porque sabes que no hay de otra. Allí voy a estar, pa esperarte hasta que salgas. –Chinga tu madre Y allí se estuvo Lorenzo, hasta las cuatro de la mañana, bateando cervezas que los maricones le mandaban. Cuando Juan Gamiños, alias la Nalgona, salió del bar, Lorenzo lo siguió, lo alcanzó y le dijo: –Ora sí mano, ya perdiste, si no es a mí, se lo vas a tener que dar a otro, es como tú quieras, como tú quieras... La Nalgona no dijo nada y siguió caminando rápido, como si fuera solo. Así llegaron al departamento de Juan. Apenas entrando, Lorenzo dijo: –Pos vámole dimos dando, a lo que te truje. –Pérate, ahorita vuelvo –contestó la Nalgona y se fue a lo que, por el olor, parecía ser la cocina. Regresó con algo en la mano, parecido a un chorizo, envuelto en papel periódico, y se lo dio a Lorenzo. Lencho abrió el paquete, lo revisó y dio su aprobación con la cabeza. –¿Quieres un taco? –Bueno, ya hace hambre. La Nalgona Gamiños se volvió a ir a la cocina. Mientras le llegaba el sonido característico de los microwaves, cuando los prenden, trabajan y terminan, Lencho se dedicó a mirar el paquete, un rollo de hojas viejas, grises casi podridas, donde aparecían monitos de ésos que dicen que escribían los chichimecas de antes. Gamiños regresó con un plato de algo que parecía cochinita pibil y una bolsa plástica con tortillas recién salidas del micro. –Órale, éntrale.

Cuando Lorenzo, Lencho para los cuates, le dio la mordida al primer taco que se había hecho, comenzó a sentir un cosquilleo raro, como hormigas de miel en la lengua; a la segunda mordida recordó las tortillas de su abuela, con pedazos todavía de elote, y el queso en salsa de chile ancho; a la tercera mordida le empezó a fluir un arroyo de agua de rosas y los huachinangos saltaban sobre la superficie del agua, tatemados, listos, entre tunas y cabuches y flores de calabaza y leche de cabra mitad nata y mitad jocoque y frijoles negros y guacamole y atrás, un campo todo sembrado de maíz y al lado extensiones interminables de tunas y mezquites y todavía más a un lado la famosa milpa de las ochenta mujeres caderonas, donde uno va y arranca la que uno quiera con tal de que siembre un hueso de aguacate para que nazca otra diosa a la madrugada siguiente y nunca rompa uno el número sagrado y fue y arrancó a una que le cubrió de miel el cuerpo hasta dejarlo como recién nacido y luego se lo lamió hasta dejarlo como recién nacido y lo llevó a un temazcalli y lo cubrió con sávila y lo tuvo allí hasta dejarlo como recién nacido y luego lo sacó y lo llevó en una chalupa hasta el centro del lago y lo cubrió de cenizas y allí, en el centro del agua lo fue queriendo hasta dejarlo como recién nacido, llorando, llorando como recién nacido abrazado a la diosa. –Creí que ibas a aguantar más –dijo Juan Gamiños. –No tienes madre, ¿qué me diste? ¿Qué me hiciste? –Nada. ¿No te dijeron qué te tenía que dar? ¿No te dijeron a qué venías? –No, me dijeron que eras un hijo de tu chingada madre y que me tenías que dar lo que te habías robado y que me cuidara de ti y que te dijera que no te les ibas a pelar, que ni fueras a pensar que te iban a dejar en paz hasta que les regresaras el libro y que ni se te ocurriera darme otro que no fuera el bueno, porque entonces sí te hacían caca. Me dijeron que no les interesa vengarse, que al fin y al cabo eres un maricón que no vale madres. –Son cabrones los viejitos. –Son cabrones.

–¿Y sabes de qué se trata el libro? ¿Te dijeron? –Sí, es un libro que no se debe leer porque es para los dioses nada más, lo que dice te hace sentir triste y alegre al mismo tiempo y terminas volviéndote loco, por eso lo guardaban los viejitos y sólo ellos lo pueden leer. –Ay, eres un pendejo, sí es un libro para los dioses, pero también para uno, porque si sabes usarlo, si sabes leerlo, te haces dios tú también. Se te acaba el dolor y el miedo y los males, baboso. Si sabes leerlo nada te hace daño, nada te importa, porque el mundo es tuyo y si se acaba el mundo tampoco importa porque ya eres dios. ¿Qué sentiste con lo que te di de comer? ¿Qué crees que era? –Parecía cochinita pibil al principio, pero después ya no supe... –Pendejo, era lomo, en salsa de garambuyos, o blúberris como les dicen aquí, y chile pasilla y miel. Este libro es un libro de comida, pero tienes que aprender a leerlo para ver cuáles son las recetas, para saber cuándo las debes comer, cómo. Y no cualquiera sabe, porque a los viejitos no les conviene, o no quieren que se sepa o quieren comer ellos solos lo que viene aquí. –No chingues, nadie me va a mandar desde México por un libro de comida. –Los viejitos no le enseñan a nadie cómo leerlo, pero a mí me enseñó mi abuelo, a lo mejor oíste hablar de él, le decían el Señor de los Cielos. A mí me enseñó mi abuelo, cuando le iba a ayudar a la milpa, de niño, y en el campo comenzaba él a comer de cosas raras y luego terminaba metiéndome mano, y luego me comenzó a enseñar a poquitos cosas que ya nadie sabe y luego, una vez, me dijo que lo ayudara, que le echara aguas mientras venadeaba a un cristiano y lo destazaba y lo iba revisando para ver qué servía, esa vez fue la primera vez que comí quesadillas de sesos de hombre y pulmones como los hacía mi abuelo, envueltos en hojas de mazorca, con huitlacoche y flores de calabaza. Lencho, se había ido poniendo rojo y verde y cenizo y sentía que las tripas se le alargaban y encogían y


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sentía ratas que le corrían desde la garganta hasta el culo, sentía que la boca se le llenaba de cucarachas y terminó vomitándose y cagándose al mismo tiempo cuando Juan le dijo: –Lo que te comiste era un guiso viejo, recalentado, la carne ya no estaba tan buena, pero te gustó, ¿verdad? Te hizo sentir, ¿verdad? ¿Sabes de qué era la carne? Cuando Lencho despertó tuvo que volver a pensar en lo que había pasado, porque ya no estaba en el piso, vomitándose y cagándose, estaba en la cama con sábanas limpias. No podía, no quería o no sabía cómo levantarse y se estuvo acostado hasta que, horas después, oyó el ruido de la puerta del depa y Gamiños entró y le dijo: –Quiubo, pendejo. Siempre pasa lo mismo, la primera vez que comes estos guisos la panza responde porque no está acostumbrada a la comida de los dioses. Lo bueno fue que no desperdiciaste un plato chingón. Lo que comiste eran sobras de hará unas tres o cuatro semanas. La Nalgona ayudó al Lencho a reponerse y le fue contando cómo se robó el libro y se vino a Chicago y conoció al Dahmer en un antro de maricones y, a pesar de los problemas con el inglés, lo convenció de ir a su casa y le preparó uno de los guisos, con puerco porque entonces todavía no se animaba a matar a nadie aquí, y lo vio llorar mientras comía. Le contó cómo Dahmer, o la Muñeca según le decía Gamiños, lloró de alegría con el guiso y dijo que no había nada mejor en el mundo. Gamiños le dijo que sí, que sí había pero que costaba trabajo hacerlo porque la carne era difícil de conseguir. La muñeca le dijo que no importaba lo que costara que él iba a conseguirla como fuera. Y lo hizo, le llevó la primera víctima y al probar el mismo guiso, de chile pasilla y miel, pero con carne de hombre, se puso a llorar y la verga se le paró y de pronto se le manchó el pantalón de semen y se quedó dormido tres días. La Nalgona lo había convencido de matar al primer descuidado, la Muñeca había hecho todo el trabajo, pero el primer maricón muerto era coco y a Gamiños no le gustaba eso, en el libro decía que los vicios se pasaban

a la carne y lo mismo sucedía con los miedos, por esto era bueno emborrachar al animal antes de matarlo, para que el miedo de la muerte no le amargara la carne. Así que terminó dándole todo el primer hombre a la Muñeca. Hicieron un trato: si el susodicho era adicto a la coca, la heroína, el crack o una de esa drogas fuertes, toda la carne era para Dahmer; si sólo le gustaba el alcohol o la mariguana, era de la Nalgona. Después se pelearon porque Dahmer se había querido pasar de lanza y sólo agarraba drogos y algunas veces él mismo los drogaba para no darle nada de carne a Gamiños. Se mandaron a la verga, cada quien agarró su camino y el resto de la historia de Dahmer lo puede leer en cualquier periódico. La Nalgona se rió: –El cabrón nunca aprendió que hay que tener buena mano para la cocina, al final andaba desesperado, mate y mate para encontrar el sabor que yo le daba a los guisos. Pero es difícil, son muchos los pasos para hacer una buena comida, son horas y a veces hasta días para preparar el animal, para hacer el corte que uno quiere, orear o no la carne, cortar las verduras y los chiles como se deben cortar, dejar reposar todo, cocerlo como se debe, o tatemarlo o hervirlo. Lo único que le respeto es que nunca se rajó con la policía, sino a mí también me hubieran metido a la cárcel, bueno si me hubieran encontrado. Pos ay tú dices lo que quieres hacer. Si quieres regresarles el libro a los viejitos o si quieres probarla tú también la buena comida, tú dices. –A mí me mandaron con el encargo de regresarles el libro fuera como fuera, así que me lo llevo, chinga tu madre. –¿Estás seguro? ¿A poco no te gustó lo que te di de comer? –Chinga tu madre. –Y eran sobras. Ponte a pensar en que puedes comer como los dioses, ser como los dioses, sin pensar en nada más, sin acordarte de nada, sin que nada te importe, es como no morir nunca. Bueno, pos ay piénsalo, de todos modos no te puedes ir todavía, tienes que descansar unos dos o tres días, para que el cuerpo se aliviane. –Hazle copias, pendejo, si tanto

te interesa el libro hazle copias, pa que te dejen en paz los viejitos. –¿Y tú me vas a dejar en paz? ¿Me vas a dejar vivo? Lencho no dijo nada y cuando Gamiños le trajo una sopa de elote y un vaso de agua de nopal, un poco fermentada, tampoco dijo esta boca es mía, y cuando se terminó la sopa y el agua no necesitó decir nada tampoco porque Gamiños le llevó guajolote con chile pasilla y pitayas y más agua de nopal y Lencho se volvió a quedar callado. Y así pasaron dos o tres días, sin que Lencho se levantara de la cama y sin que dijera nada y no es que le faltara qué decir, es que no sabía cómo preguntar lo que quería saber, cómo pedir lo que al principio sólo adivinaba que quería y dijo: –¿Y ya no vas a preparar ningún guiso del libro? –¿Te gustó verdad? Uno siempre dice que no al principio pero termina buscándolo. Un día de estos te voy a hacer uno de esos guisos especiales. En el libro hay de cinco tipos, según el corte o la parte del cuerpo, la forma del fuego, las verduras y chiles que lleva, la intención y la preparación. Te voy a hacer uno de los difíciles. Vas a ver que después de ese guiso ya no le importa a uno morirse ni vivir ni nada. Vas a ver. Pasaron otros cuatro o cinco días, en que Gamiños le llevó la misma sopa de elote y la misma agua de nopal fermentada, y cada vez Lencho se comió la sopa y se bebió el agua sin decir nada, pero el cuerpo ya le pedía el manjar divino y le reclamó a gritos a la Nalgona que quería, que necesitaba probar uno de los guisos de los dioses. Gamiños le dijo que había conseguido ya la presa, que la había estado preparando y que al día siguiente la iban a probar. –Para apaciguarte tómate esto, yo mientras voy a preparar las cosas que se necesitan. Le dio una bebida fuerte de cacao y maíz, casi un atole, y al primer trago Lencho sintió que la tranquilidad le había llegado, siguió bebiendo hasta que se acabó el líquido y dijo: –Dame más, por favor. La Nalgona le llevó una jarra del atole y se la dejó cerca. Después se puso a moler chile pasilla, y a tostar

cacao y a hervir jitomates y a cocer elotes. Recogió unas hojitas de mariguana de la maceta que estaba junto a la ventana, y las juntó a la damiana, la rosa de castilla y otras yerbas que tenía hirviendo en jugo de sávila, y así estuvo, en la cocina toda la tarde y toda la noche y toda la madrugada (porque no fue a trabajar, o porque lo habían corrido o quién sabe por qué, pero allí estuvo). A la mañana siguiente, muy temprano, despertó a Lencho y le dijo: –Hoy es hoy, vete alistando para tu comida, para la comida que me pedías. Y le dio un vasote de un atole parecido al del día anterior, pero como más fermentado, como con más cosas. Lencho lo tomó y oyó que su mamá lo llamaba, que le decía: Lenchito, vete a ver la vaca de don Cayetano, que se le fue a la cañada y se vio caminando entre los arbustos y ordeñando la vaca para beber la leche a lo pelón, de la ubre, y cortando elotes y tatemándolos para comérselos con sal y mordidas de chile verde y se vio con su abuela que lo había llevado a comerse unos tacos de chicharrón y una Pepsi en una calzada muy amplia y muy brillante con luz de mediodía y llena de todos los olores bonitos del mundo y abrió los ojos cuando sintió que el olor crecía, que se acercaba y vio que Gamiños le sonreía y le ponía frente a la cara una olla llena de algo que parecía un guiso. Por puro impulso metió el dedo índice a la olla, y cuando lo probó sintió que el estómago se le llenaba de alegría y sintió el semen corriéndole entre las ingles. Después sintió que Gamiños le agarraba la mano y la volvía a meter en el guiso. Abrió los ojos cuando sintió el tronido y vio que la sangre le choreaba por la mano y se mezclaba con la salsa, y se acercó la mano para ver lo que Gamiños había hecho, pero eso no lo detuvo, y ahora fue él mismo, solo, quien metió la mano a la olla y fue él quien esta vez mordió sin asombro y sin dolor y todavía alcanzó a ver como Gamiños le sonreía cuando comenzó a cortarle las tripas, que hacía rato tenía tatemando en el anafre que le había puesto sobre las piernas y que él apenas descubría.

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m i r a d a cómplice

Hoy he visto esto, desde la ventana del baño Los dibujos de César Romero Ricardo Armijo Como si estuviera bajo observación constante, para huir de la voz, César Romero se convierte en un topo y se interna en sí mismo. Si en este principio de milenio el alma se ha vuelto sinónima del cuerpo, para César Romero el alma pulsa en lo más hondo de ese cuerpo, a mil besos de profundidad, allá donde no existe la luz según la conocemos en este lado y donde células, fisuras geológicas, retoños de plantas y seres biomórficos viven sus vidas más allá de nuestras vicisitudes. El mundo celular de César Romero está poblado de mitocondrias y manías, alergias y furores, todos parte de un micromundo que es reflejo, primero de él mismo y luego del mundo más grande, el que nos rodea. Las paredes de ese mundo son de pluma fuente negra y café, alumbradas de vez en cuando por algún destello del plumón resaltador. La firma no existe porque ese cosmos pertenece a quien esté dispuesto a adentrarse en él. Está lleno de frases incidentales, incoherentes, que anclan el momento en que los dibujos se hacen y posteriormente se sueltan como guías mudas para quien desee aventurarse en ese universo microcóspico tan sorprendentemente literal. Por ejemplo, Cita de las 5:15 p.m. es el encuentro de una mujer y un hombre: forma fálica (hueca, corpus cavernosum, otra forma fálica dentro de ella) con excrecencias vegetales que toca una forma protoplasmática, flotante, quizás la hembra de la especie, sobre un fondo árido. Hay un testigo, una forma vegetal con raíces y tallo pero sin hojas, que rezuma unas gotas de cuarzo café, como si mostrara ganas pero fuese impotente de participar en el encuentro. Esta extraña cita es el eco, la esencia, a nivel celular, de un encuentro que pudo haberse dado cualquier tarde entre dos hambrientos de amor. Los dibujos de Romero son presencia y ausencia: ausencia de lo que queda y presencia de lo que fue. 14


Romero dibuja en el lugar donde trabaja. Sus dibujos son espontáneos; nacen y mueren a la hora del almuerzo o mientras el dibujante espera que la computadora termine el rendering de un video. Son los momentos en que se adentra en sí mismo para esconderse del ruido ensordecedor de la voz. Vistos en secuencia, los dibujos delinean la progresión del pensamiento emocional de Romero. Cada uno es un momento congelado, y todos son tan autónomos entre sí como cualquier otro momento de la vida que puede o no guardar consecuencias para el futuro. Son fotos polaroid, snapshots que testifican la incursión del dibujante al centro de su cuerpo, donde vibran las cuerdas más graves de su histología personal. Durante la hora de cualquier almuerzo ese cuerpo puede ser un fondo oscuro y húmedo amarillo alucinante. Un corte transversal de la piel y el lente del microscopio se concentra en unos animalejos sospechosamente prehistóricos que trepan por entre glándulas sebáceas y rompen corneocitos y huyen en un vuelo intraducible, mitad diente de león, mitad pescadito de plata. Al día siguiente, o dos meses después, puede convertirse en una barrera de fitocélulas que, más que separar, permiten la comunicación, la comunión –pero sólo en cierto lugar, en las partes bajas– entre las dos mitades del dibujo: ¿hombre y mujer, como en la cita de las 5 y pico? ¿O es un simple puente citoplasmático entre dos partes de algún misterioso órgano, presentado al espectador como en un portaobjetos o un plato de Petri? El título, un cielo colmado de caricias, remite a otra cosa, a un recuerdo de algo que sucedió o pudo haber sucedido. Y entonces se acaba la hora del almuerzo y el dibujante sube a la superficie, regresa a su escritorio, el libro de dibujos se cierra y la voz, todopoderosa, omnipresente, vuelve a regir. No importa, porque la delincuencia de amar no tiene límites hasta apagar el fuego de la hoguera. Y tenemos una especie de autorretrato con los puntos neurálgicos bien identificados, que se alza frente a un fondo que es pantalla y luna, líneas longitudinales, la fisura negra que se abre ante cada paso que damos. Entonces, al caer la tarde, el dibujante apaga la computadora y se va a casa y vive su vida como la vivimos todos. Y cuando se acuesta a dormir, sueña que todo esto lo ha visto desde la ventana del baño.

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El documental y sus sorpresas XIX Festival de Cine Latino de Chicago Raúl Dorantes y Febronio Zatarain A pesar de que hace ya un par de semanas que finalizó, creemos pertinente hacer un recuento de la XIX edición del Festival de Cine Latino a partir de las películas que hemos tenido oportunidad de ver. Pertinente porque este festival ha llegado a ser el mejor en su género a lo largo del continente y, desde nuestro punto vista, el evento cultural de mayor relevancia en la comunidad latina de Chicago.

La novedad En el prisma de películas exhibidas por el Festival de Cine durante los anteriores dieciocho años, han sobresalido los largometrajes de ficción. Sin embargo, en la presente XIX edición repuntaron los documentales. De la docena de documentales proyectados quisiéramos resaltar, por ahora, dos: Estadio Nacional, de Carmen Luz Parot, y Balseros, de Carles Bosh y Joseph M. Domenech. Estadio Nacional y Balseros trascienden el suceso político concreto (el golpe de estado en Chile y la salida de los balseros cubanos en 1994) y nos van mostrando, sin maniqueísmos, una variedad de aspectos humanos complejos. En los dos documentales sobresale sin duda la entrega al objeto de estudio. En Balseros, los directores siguen durante 16

dos años la vida de siete cubanos; tiempo que va desde la construcción de la balsa hasta su establecimiento en alguna ciudad de los Estados Unidos. Cinco años más tarde, volvemos a ver las circunstancias vivenciales da cada uno; y nos damos cuenta que dejar atrás el país de origen es prácticamente imposible. La nostalgia se impone sobre el llamado Sueño Americano, idependientemente de que dicho sueño se haya logrado o no. Balseros parece decirnos que, del mapa de la inmigración latinoamericana, es en los cubanos donde la nostalgía es más patente por la imposibilidad del retorno. El rigor en el caso de Estadio Nacional se da tanto en la recopilación de material fílmico como en el excelente manejo de las entrevistas. El espectador va encontrando una diversidad de pequeñas historias cotidianas e íntimas que revelan la complejidad de los hechos suscitados inmediatamente después del 11 de septiembre de 1973. Por ejemplo, el caso de una madre que tiene a un hijo prisionero y a otro que está cumpliendo con su servicio militar precisamente en el regimiento que se encarga de vigilar y torturar a los detenidos en el estadio; o también el caso de un soldado y una prisionera que se enamoran en los ires y venires de esa prisión improvisada por la reciente dictadura. Este par de documentales vistos como un díptico nos avisa que toda dictadura, sea cual sea su nominación, atenta contra la dignidad humana. Uno puede condenar lo mismo a la pasada dictadura de Pinochet como a la actual dictadura de Fidel Castro.

La identidad está en el cine En artículos anteriores, hemos señalado que en los años sesenta y setenta, la búsqueda de la identidad latinoamericana tomó como principal cauce la literatura;

en concreto, la narrativa conocida como el Boom. Pero ese cauce se ha ido diluyendo en las últimas dos décadas. Y hoy, por lo que hemos visto en este festival, seguimos afirmando que en América Latina dicha búsqueda se está dando fundamentalmente a través del cine. No es casual que casi un tercio de los filmes sean documentales o híbridos que se mueven entre el documental y la ficción. (Y aquí no hay que olvidar que las salas latinoamericanas todavía siguen atiborradas del cine de Hollywood; y como los productores de Hollywood se han encargado de distanciar el cine de la realidad, muchos de los cineastas latinoamericanos –para recuperar precisamente esa realidad– han optado por el documental. Y los cineastas independientes del cine estadounidense no se quedan atrás; basta recordar la pasada entrega de los Óscares donde lo más palpable, lo más real, lo que sigue resonando, han sido las palabras de un cineasta independiente: el documentalista Michael Moore.) El año pasado los organizadores del festival programaron con acierto una serie dedicada a la migración; problemática que además de ser una de las más palpables de nuestro tiempo es la más cercana a la mayoría de los que asistimos al festival. Esta vez, aunque no de manera explícita, la migración fue de nuevo una de las constantes. Cabe mencionar cuatro películas de ficción: Dirt, de Nancy Savoca; Vladimir en Buenos Aires, de Diego Gachassin; El traje, de Alberto Rodríguez; No Turning Back, de Jesús Nebot y Julia Montejo; y por supuesto el documental Problemas personales. Problemas personales, de Manolo Sarmiento, trata sobre la vida diaria de los inmigrantes ecuatorianos en Madrid. Tomando como eje la experiencia de tres inmigrantes, el director nos muestra sus problemáticas sociales que bien pueden aplicarse a cualquier grupo migratorio que reside en cualquier ciudad del “primer

mundo”: la vulnerabilidad ante las autoridades y los empleadores, el hacinamiento, el racismo y, en contraparte, la toma de espacios recreativos propios. Sarmiento también nos muestra las problemáticas internas que enfrentan los inmigrantes desde el momento en que abandonan su lugar de origen: el que se regresa a los pocos días porque se siente completamente ajeno e imposibilitado, el que había venido sólo por tres años y al retornar a su patria “todo” le parece feo y el que ya ha aceptado su condición de inmigrante eterno.

Somos como peones del jueguito aquel De los documentales dedicados a la música, vale la pena detenerse en Resistencia: Hip-Hop en Colombia, de Tom Feiling, director de origen británico y gran observador de esa nación andina. A través de entrevistas realizadas a jóvenes de Cali, Medellín y Bogotá, nos vamos dando cuenta de cómo el Hip-hop sudamericanizado ha sido el mayor medio de expresión no solamente artístico sino también político ante la crisis de las ideologías. Los raperos colombianos, verdaderos juglares del mundo urbano, coinciden en que su sociedad civil ha estado acorralada por las pugnas entre la guerrilla, los paramilitares y el Estado. El Hip-hop, con sus cuatro componentes (rap, grafitti, breakdance y DJs), se ha vuelto entonces una opción para el joven de barrio.

Ficción en crescendo Pero si la gran novedad de esta edición fueron los documentales, el cine de ficción no se quedó atrás; prueba de ello es que la película premiada por el público fue La balsa de piedra, de George Sluizer, y no un documental. De nuestra parte, resaltamos, además de las ya mencionadas, Un día de suerte, de Sandra Gugliotta, y Paraíso B., de Nicolás Acuña, obras que retoman una constante del cine latinoamericano: la violencia en las grandes urbes. En ambos filmes, volvemos a ver que los jóvenes, en este caso chilenos y argentinos, sólo tienen como opción de vida el emigrar al extranjero o el ingresar a la delincuencia organizada.


La inauguración La película que recibe más promoción y que por tanto despierta más interés es la que abre el festival. Por eso esperamos que la seleccionada para la noche de inauguración debe de ser de buena factura y que además garantice un rato de entretenimiento. Sin embargo, Bolivar soy yo, filme con el que se abrió esta XIX edición, ni entreteniene ni es de buena factura. Se le va de las manos al director Jorge Alí Triana desde los primeros minutos y no vuelve a retomarlo. No es una película sobre el caos político o histórico de la Gran Colombia soñada por Simón Bolívar, sino una película completamente caótica. Es saludable que cada año se le dé el turno a la película de un país diferente en esa noche de apertura, pero a la par de este criterio debería pensarse en las dos horas que el espectador va a estar frente a la pantalla. Porque es factible que algunos de los que asistieron a la inauguración, no hayan vuelto a las salas festival. Estas personas sin lugar a dudas se llevaron una falsa impresión.

Una paradoja Resulta irónico que la ciudad que realiza el mejor festival de cine latino del continente haya tenido como representación una de las películas menos logradas. Nos referimos a Urban Poet. Sin embargo, a pesar de la mala factura es importante proyectarla, mas no porque sea de nuestra ciudad o del país en que vivimos debemos quedarnos callados. Urban poet es técnicamente pobre, pues hay ausencia de dirección, de guión y de cámara, y por estas causas nos da una visión no creíble de lo que podría ser un poeta urbano. Caso muy diferente es el de Dirt, de Nancy Savoca, que a pesar de sus altibajos (sobre todo en el manejo de los dos idiomas), es un filme en el que se nota la preocupación por narrar cinematográficamente: de principio a fin seguimos la vida de Dolores como trabajadora doméstica en Nueva York, luego su breve retorno a El Salvador y finalmente su establecimiento definitivo en Nueva York. Por último, no nos queda más que congratularnos por el avance del cine iberoamericano y por este gran festival que hace posible que a los que de un modo u otro nos ha tocado ampliar nuestro territorio cultural, lo disfrutemos.

La pluma es al plomo lo que el ala a la bala Conversación con Luis Eduardo Aute Jochy Herrera Demasiado cuerpo hay, ay, pidiendo guerra. Habrá que cargar el alma de calma y balas de belleza.

Más de tres décadas de poemas desgarradoramente hermosos... Canciones de delicada angustia que consagran cotidianos desafíos: el amor y el desamor, eros, el espíritu y la muerte, Freud, Nietzsche... Autor que los comerciales y hit-parades ignoran… Filipino por nacimiento, autodidacta, sin “militancia política” pero con una trayectoria contestataria que lo ha situado tempranamente en aquella nueva canción española, Luis Eduardo Aute es un Simbad armado de poesía. Luego de una inicial etapa de componer para intérpretes, dos trabajos pioneros de Aute se convierten en himnos que sellarán su trayectoria y su relación con el público: Rosas en el mar que está simbólicamente conectada a Blowing in the Wind y Al alba. Esta última es, por cierto, una canción de amor y despedida a las víctimas del franquismo: “…miles de buitres callados van extendiendo sus alas / no te destroza amor mío esta silenciosa danza / maldito baile de muertos, pólvora de la mañana…” Con un lenguaje poético de incuestionable estilo propio, Aute va incorporando la temática amorosa, unas veces íntima y sensible, otras rebelde e insatisfecha. Con el paso de los años, consolida una postura política de vanguardia enriquecida por el incesante cuestionamiento existencial; una especie de disección del alma humana: su origen y propósito. Es un detective de los misterios humanos que hurga entre el dolor, la soledad y el universo: “...cómo has podido tú, ánima pura, crear al animal humano a tu imagen y semejanza y permitir que se transfigure en esa bestia que me mira en el espejo cada mañana. Di Dios. Anímate, levanta el ánimo, animal, que la bestia te quiere asesinar y, de puro bestia, no sabe que el alma que te anima, animal del alma, es amortal…” Preocupado por la globalización y el mercado en el que se esconde el tirano en turno, Aute profetiza al hombre posmoderno: NASDAQ y Windows son logotipos universales donde la cultura no recuerde ni su nombre, divisas convertidas en “biblias y coranes”, audiencias que dictan la

Luis Eduardo Aute

única moral mientras se fabrican almas de probeta. Aute también redefine a la pareja tradicional con un llamado a derrumbar lo que Octavio Paz considera como elementos constitutivos de la concepción occidental del amor: la transgresión, el castigo y la redención. Y propone un nuevo lenguaje amoroso: transfiguración de la mujer, el sexo y la existencia dispuestos a enfrentar el mundo con los cuerpos: “En vista de que se trata de que el pez gordo se coma al pez escuálido, y de que el Edén lo pueda devorar unidamente el rostro pálido, quítate el vestido, quítate el desnudo y muéstrame al animal…” Sus letras, al igual que sus pinturas, se refugian en imágenes corporales de profundo contenido erótico, lienzos donde la figura humana es marco de expresión. Magritte, Kazan o Casablanca son metáforas que penetran el texto como una cámara que cuenta historias. Otras veces Aute se refugia en Quevedo y nos condena a ser polvo, “mas polvo enamorado”; es decir, una derrota en la desesperada carrera que todo amor pretende vencer: huella, trascendencia, clímax, posteridad… Esta poesía plurisensorial donde el sexo, el erotismo y el ser representan un todo abarcador es poco conocida en la cantautoría hispanohablante. También es a mi parecer el más importante legado del texto auteano como imagen expresiva. Paul Elouard nos contaba historias de “sexo líquido, universo de licor…”, palabras que sustentan Mojándolo todo, que es desde mi punto de vista la más hermosa canción erótica contemporánea: “…tendida / con los muslos como alas abiertas / dispuestas al vuelo… me incitas, me invitas a viajar por lácteas vías / y negros agujeros levemente desvelados por tu mano que juega / por pudores y sudores enjugando entre pétalos de carne, el estigma de tu flor más desnuda / mojándolo todo…volando por universos de licor…” En su único disco bilingüe, titulado Aire / invisible, logra un magistral uso del poema en inglés. Leonard Cohen aceptaría que

esos textos nos arrastran desde la desolación existencial: “…but I am sure these empty nights will end as soon as I begin to realize that freedom is a bird that flies. Alone, alone…all alone in my loneliness, alone in distress, alone in unhappiness, alone alone, alone and lonely, so lonely…” Luego de más de cinco años ocupado en la realización de su primer largometraje, Un perro llamado dolor, Aute acaba de entregarnos el disco Alas y Balas; se trata de un festín de 14 canciones de guerra, niños y curas pederastas. Son historias de sueños y desamor en las que los girasoles se convierten en giraeclipses que persiguen lunas. Una vez más, Aute es el cosmonauta de nuestras dudas y pesares. Los instrumentos y la voz apelan al viento, al agua, a la luz y al fuego para explorar la anatomía: “Tu silueta es una llama / desnuda contra la ventana, la sed de fuego que te mana / enturbia el sol a tus espaldas …desnuda luz / contra luz, luz contra luz, es tu cuerpo, luz contra luz…” Cual descarga de metralleta o catarsis de los elementos, el disco se inicia con una granizada que termina en un canto de grillos prometiendo amaneceres. Éste, su trabajo número 25, muestra a un Aute tierno, rebelde, angustiado y más que nada, lleno de la urgente necesidad de contarnos historias donde triunfa el amor sobre la muerte. Los textos se muestran empapados de un profundo simbolismo filosófico que yuxtapone el reto existencial: el desafío o el compromiso de búsqueda insaciable de respuestas (las alas) y las heridas del camino, los tropiezos y obstáculos (las balas). Con más de 400 canciones al hombro, Aute sigue refugiado en una mujer de ayer o de hoy como la luz de un faro abraza la noche. También sigue inquietándonos el corazón, oscuro objeto del deseo que osamos ignorar. Luis Eduardo Aute es un Maqroll: el mismo rostro del marino que lo ha visto todo pero que aún tiene espacio para el sobresalto y que no parece querer renunciar a su incurable desvarío de besos y quimeras… 17


los artistas e intelectuales ante la guerra. ¿Qué puede hacer una canción en medio de las bombas? Una canción sólo sirve para que no nos sintamos tan solos. Nada puede hacer una canción frente a un cañón. Pequeño tratado de “tanatología”, la canción Alas y Balas nos cuenta la forma en que vivir y morir son alas de un mismo vuelo. ¿Te persigue acaso la inmortalidad? En todo caso me persigue la “inmoralidad” de un mundo dominado por embusteros mercaderes genocidas.

Escuchemos: ¿Qué te sigue motivando a crear ? La verdad no lo sé. Tal vez un estado de ánimo cercano a la soledad, o a la rabia, o a la melancolía, o vaya usted a saber qué. Simplemente siento la necesidad de hablar con alguien que no existe, o que no está, para contarle sentimientos, reflexiones, etc. Desde una perspectiva estética y filosófica, ¿cómo relacionas la poesía, la música y lo pictórico? Tal vez la poesía, o lo “poético”, sea el nexo entre música y pintura, que muy poco tienen que ver entre sí. Allá donde acaba la música, empieza la pintura y viceversa. Y todo ello debe ser transgresoramente poético. Sin la magia de “lo poético” ni pintura ni música alcanzan la categoría de obra de arte. Décadas atrás, los artistas de tu generación eran prisioneros de la censura. Ahora el mercado les acosa. ¿Cómo le haces para mantener tu independencia artística y ganarte el pan? Pelear sin tregua, amigo mío. Y pasar momentos muy difíciles. Y aguantar. Y ser muy terco. ¿Crees todavía que la pasión es flor de un día, que la sed se va apagando y es más breve al tiempo que pasan los años? Lamentablemente sí. Eres enemigo de la guerra y su reverso la medalla... Tu último disco pasó de llamarse Giraluna al nombre Alas y Balas. Ante esta bélica danza de alta tecnología, ¿cómo ves el mundo? Siempre se iba a llamar Alas y Balas. Solamente que, en algún momento, pensé en llamarlo Giraluna porque esta canción es un poco síntesis del resto de las canciones. Tiré una moneda al aire y me salió Alas y Balas. Por algo sería. Seguramente por estos tiempos de guerras artificiales y terriblemente brutales, por la gran mentira que les sirvió a los “liberadores” gringos para adueñarse del petróleo de los países árabes. Una gran y terrible mentira. Pobre mundo, totalmente sometido a los dictados del imperio más salvaje que ha conocido la historia de la infamia. Saramago ha hablado sobre la actitud de 18

Hijas de Eva, el más reciente trabajo de Pedro Guerra, muestra la cara de la mujer del siglo XXI en su globalidad social, económica, filosófica… Tú, que has desnudado el alma femenina en tus canciones y que la llevas al lado de tus reclamos, ¿cómo la ves a Ella? La veo fuerte, inteligente, segura, cada vez más. Y eternamente femenina. Has dicho que ya no hay utopías sino posibilismo. Entonces, ¿qué nos queda de optimismo? Tal vez los niños con su urgente necesidad de ternura. O tal vez intentar no matar al niño que todos llevamos dentro. Ni tampoco al animal... A la bestia, sí.

No más simpatía por el diablo Julio Rangel Cuando Gustavo Aguilar termina de hacer la limpieza en el piso que le han asignado en la Universidad Northwestern, campus Chicago, son las seis y media de la mañana. Sale a las despejadas calles del centro y se encamina a la catedral, a escuchar la misa de siete. Después, un autobús lo lleva hasta La Villita, donde renta una habitación en un sótano cerca de la calle 26. Normalmente, la jornada de ocho horas lo deja exhausto y se tiende a dormir. Pero si no tiene sueño, se pone su túnica, toma la cruz de madera barnizada que compró en el pueblo mexicano de Chalma, se suelta el pelo y sale a la calle convertido en la imagen de Jesús. Ya investido de tal manera se deja ver por el centro a la hora en que los oficinistas y yuppies salen a almorzar. Su imagen es tan notoria que si el lector lo ha visto seguramente lo recuerda: barba y pelo largo, túnica blanca o púrpura, literalmente cargando su cruz entre el tráfico. A veces anda así hasta las tres, pero por muy tarde

a las cuatro ya tiene que estar dormido para estar listo en el trabajo a las diez. Claro que el fin de semana se despreocupa del tiempo y puede andar en la calle hasta las tres o cuatro de la mañana, hablando con gente que sale de los bares y las discos. Es también muy común verlo en conciertos de rock. Mucha gente se impacta a simple vista y le pregunta cuál es su rollo. Otras personas lo evitan porque ven venir un sermón. A veces paga su boleto y entra; a veces sólo se queda en la puerta, ante la mirada recelosa de los agentes de seguridad que lo ven prender varas de incienso. En una ocasión fue a un concierto de Alejandra Guzmán en el Aragon. Gustavo empezó a rezar y a regar agua bendita en el local mientras Alejandra se contoneaba en el escenario. Esa noche soñó que los asistentes al concierto se estaban confesando en el cielo, con unas monjitas, y al despertar pensó que esa era una buena recompensa por su trabajo. En ocasiones, para friqueo de los asistentes, empieza a formar cruces de sal en el suelo. Ése es, dice, su ataque y su armadura contra el demonio, que es quien a fin de cuentas está detrás de estos eventos. ¿Por qué de sal? “Porque eso le da miedo a Satanás. Dicen que el hombre es la sal de la tierra. Y lo leí en un libro también, que es para ahuyentar al enemigo. Supongo que eso le duele mucho a Satanás porque pierde almas ¿no?”. v Como muchos mexicanos urbanos nacidos en mitad de los sesenta, Gustavo pasó su adolescencia añorando ver en vivo a sus ídolos: Rolling Stones, Led Zeppelin, Pink Floyd. Las décadas de 1970 y 1980 fueron áridas en cuanto a conciertos internacionales en México, mayormente por la negativa del gobierno a ceder permisos, toda vez que el sangriento fantasma de las protestas estudiantiles del 68 aparecía detrás de cada reunión juvenil multitudinaria. En 1981, con 17 años, Gustavo abandonó su natal Ciudad de México y viajó a Chicago. No vino en plan de trabajo ni en plan de estudio, como la mayoría de sus paisanos, sino con un solo propósito: ver a los Rolling Stones. Su tía lo hospedó un tiempo y recién llegado comenzó a trabajar en una fábrica, donde renunció a los ocho días. No estaba hecho al trabajo obrero, que resultó más duro de lo que esperaba. Aunque pensó en regresarse al DF, Chica-

go le fue gustando y empezó a trabajar de lavaplatos en un restaurante. En 1986 se benefició de la amnistía a los indocumentados y pudo viajar con tranquilidad a México, a visitar a su madre, y sus dos hermanas. De su padre sabe muy poco. “Lo vi hace años, como en los ochenta, pero él, parece que... pues fue un noviazgo de mi mamá. No supe qué onda”. En una ocasión, de regreso a Estados Unidos, decidió irse a la pizca de tomate en Florida. Allá, estaba un día fumando mariguana en la casa de un amigo, escuchando El lado oscuro de la luna, de Pink Floyd en el patio. De pronto, vio cómo desfilaba ante sus ojos la Muerte. El esqueleto iba cargando su guadaña y arrastrando una carreta y un caballo, un cuadro medieval redivivo. Acto seguido vio una serpiente negra. La interpretación de Gustavo fue instantánea. “Está diciendo que me va a llevar”. Su amigo pensó que estaba alucinando y no le dio importancia. El impacto de la visión lo llevó a cambiar la dirección de su vida. A los pocos días tomó un autobús de regreso a México. En el Greyhound se encontró con unos rockeros gringos con los que empezó a platicar. En una parada del autobús, los jóvenes lo invitaron a bajar a fumarse un joint. De regreso al asiento se puso a escuchar su walkman. Uno de los jóvenes le tendió un caset de Black Sabbath, “órale, es una de mis bandas favoritas” contestó. A poco de eso, en pleno éxtasis guitarrero, Gustavo escuchó la voz “de Satanás” que le decía que tenía que pagar por todo lo que había hecho y que si no lo creía, él podía destruir el autobús en el que viajaban. Gustavo se angustió pensando en la tragedia en la que iba a involucrar al resto de los pasajeros. Su ofrecimiento fue inmediato: “¿sabes qué diosito? ya no vuelvo a fumar mariguana”. Su reencuentro familiar fue dramático: reconciliaciones, abrazos y lágrimas. Lógicamente, quemó sus discos y camisetas de rock. ¿El siguiente paso? Un exorcismo. Un grupo de oración católico emprendió la lucha para expulsar al demonio. “Me dieron una imagen de la Virgen de Guadalupe y la imagen de Jesús del Divino Rostro y me empezaron a hacer el exorcismo. Es decir que empiezan a atacar a Satanás, porque él se había metido en mí y no quería salir. Lo teníamos que sacar, pero yo también tenía que hacer un esfuerzo y empezaron a rezar y rezar y empecé a irme


en otra onda. De repente, dentro de mi mente vi a Jesús corriendo con una túnica blanca. Llegó y me abrazó. Fue cuando yo quedé libre. Posteriormente, ante un nuevo ataque de pánico, hubo que hacerle un exorcismo de urgencia, in situ, porque, le dijo su primo “yo creo que ya no llegas”. La lucha, dicen, fue agotadora, y esa noche se fue a dormir con varios crucifijos. De regreso en Chicago, tuvo un sueño recurrente en el que veía una túnica morada y su interpretación fue literal: “Dios ha de querer que me vista así”. Era 1993. El primer lugar donde se dejó ver vestido de Jesús fue en la esquina de la 26 y Kedzie. Al principio la gente lo insultaba. Algunos se bajaban del auto y le decían que no estaba bien lo que él hacía. Los sacerdotes lo consideraban ofensivo. Sin embargo la gente lo fue aceptando y, pasada la sorpresa en el barrio, se aventuró al centro de la ciudad, donde algunos le tiraban buena onda (“Jesus, do you live in Chicago?”), otros le decían groserías. Algunos le dijeron indignados que Cristo no era mexicano, sino judío. En una ocasión, un gringo lo escupió en la esquina de Belmont y Clark. Claro, Gustavo fue coherente con su investidura y sólo pidió a Jesús por el iracundo caucásico. v En su pequeña habitación destaca la “disciplina” colgada en una pared. Explica su propósito: “Cuando me siento muy atacado por la tentación, ahí tengo esa soga y esa disciplina. La soga es de un pueblo que se llama Atotonilco, de la Casa Santa. Entonces eso te lo pone el padre allá, en un retiro espiritual en Semana Santa. En ese momento nos pegamos. Hay muchos que se sacan la sangre, ¿verdad? Yo al principio me pegaba fuerte, pero nunca me llegué a sacar la sangre. Pero ahora son golpes suaves, nada más es como un castigo, para que tu carne no te lleve a caer en un pecado.” ¿Qué pasa por tu mente cuando estás haciendo eso? “Después de que me he pegado me siento tranquilo, como que le gané al diablo”. ¿Pero logró Gustavo finalmente ver a los Stones? Lo hizo apenas en la gira del 2002 porque, aunque ya sólo escucha rock con mensaje cristiano, se dijo que era el colmo no haberlo hecho, si a eso vino. “En aquellos años hubiera dicho ‘¡huy, los Rolling Stones!’ como unos dioses para mí. Ahora los vi, y nomás dije ‘ah, pues los Rolling Stones’”. Al concierto se fue, por supuesto, vestido de Jesús. Aunque ya no sale tanto por el exceso de trabajo, su imagen se ha hecho familiar en las calles de Chicago. “Hay mucha gente que me llama Jesús, Yisus, pero mi nombre es Gustavo”.

La angustia del ser, acrílico sobre tela

Marcos Raya: de lo histérico a lo lúcido Diane Thodos Luego de seguir la obra de Marcos Raya en diversas exhibiciones a lo largo de una década, he llegado a notar que el carácter emocional de sus cuadros tiene el poder de perdurar. Porque la visión de Raya se encuentra inmersa en un submundo intenso donde convergen las máquinas, la sexualidad, la muerte y diversos elementos de la cultura mexicana. Gran cantidad de los mitos, los símbolos y los íconos de la cultura popular que ha plasmado, están cargados de experiencias emocionales muy propias del artista. En la pintura circular de grandes dimensiones llamada La angustia del ser, Raya nos muestra una máscara prístina con la forma interior de una calavera que a través de las cuencas de los ojos refleja al universo lleno de estrellas. Y en la instalación El fetichismo del dolor monta un altar propio del Día de los Muertos valiéndose de fotografías, instrumentos quirúrgicos y una calavera minuciosamente decorada con tinta negra. Los artículos corresponden al kitsch religioso, pero Raya los transforma en moda camp. Son artículos en los que se revela cierto sentido de extrañeza e hipocresía; por ejemplo, coloca unos lentes de sol en una estatuilla de Jesús, o sobrepone la cabeza de la Virgen María a la escultura precolombina de un perro. Asimismo, le da un toque humorístico muy

personal, cargado de ironía, a las obras en las que sobresalen los símbolos religiosos, pues estos símbolos parecen hallarse lejos del verdadero sufrimiento humano. En el collage Nuestra señora del milenio, Raya transforma a la Virgen de Guadalupe en una dominatrix mecánica que viste ropa de ejecutiva. Las figuras femeninas de Marcos Raya poseen un perfil relacionado con lo que las mujeres han simbolizado para los artistas surrealistas y dadaístas. En la versión de Raya, la modelo idealizada y fetichizada se convierte en una autómata muy similar a las robots que aparecen en la película Metrópolis de Fritz Lang. Por otra parte, los maniquíes vendados, pintarrajeados y mutilados son su interpretación de las consortes vistas como objetos que se confunden con las máquinas; representan el lado reprimido de nuestra libido así como los deseos manufacturados. El erotismo, la muerte y la tecnología son una potente mezcla que se halla en el interior del paisaje psíquico de Raya. El artista logra combinar su conocimiento de la antigua cultura azteca con una visión futurista de la tecnología. Y este encuentro alucinante del pasado antiguo con el futuro mediato da a su obra un extrañeza que se mueve entre un tiempo muy abarcador, que va de lo precolombino a lo que todavía no hemos vivido; o bien nos remite a la ausencia del tiempo. Todo esto parece ser el resultado del sobresalto generado por el shock cultural. Las experiencias de su mundo mexicano y de su mundo estadounidense se sincretizan: la conciencia histórica es abruptamente llevada a un espacio contemporáneo cargado de estrés. A la vez que muestra el dolor producido por este sincretismo, la obra de

Raya busca despertar tanto nuestra sensibilidad como nuestro intelecto, aspectos amenazados hoy en día por la indiferencia y el entumecimiento cultural. Su arte es un tipo de antídoto existencial a la máxima de Andy Warhol que reza: “Soy una máquina”. Y para lograr ese propósito, la visión dolorosa de Marcos Raya nos lleva de lo “histérico” a lo “lúcido”. Traducción de Raúl Dorantes

Nuestra señora del milenio, técnica mixta, 2000

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El jardín del tirano Marco Escalante Tan famosa como la flor de Coleridge, debiera ser, a mi modesto entender, el jardín de Giacommo Leopardi. En su magnífico libro Zibaldone, el poeta lo describe con tristeza. Sí, es un jardín hermoso con flores de múltiples colores, pasadizos bloqueados de vez en vez por cristalinas fuentes, glorietas que invitan a la relajada contemplación de los alrededores, árboles frondosos sobre cuyas hojas despliegan sus alas polícromas las mariposas, etc; mas debajo de esta realidad fastuosa, de esta belleza indescriptible, qué hay sino muerte. Todo este mundo colorido esconde una turbia realidad de tallos rotos, flores marchitas, insectos muertos, légamo abonado con estiércol. Toda esta belleza es una estafa, un engaño, una ilusión que la realidad y la razón destruyen con zaña. La visión desesperanzada de Leopardi... ¿será un velado clamor por la honestidad del mundo silvestre? ¿Será acaso la nostalgia que todo hombre civilizado siente por la jungla? El jardín es ciertamente la negación de la selva. En su centro todo es orden, plan, simetría. La jungla, en cambio, es dispersión, caos, espontaneidad pura. El hombre, que ha abandonado la selva, se ha convertido primero en animal de huertos y luego en animal de jardines. El jardín es la expresión más sofisticada del huerto. El huerto es todavía fruto de la necesidad de domesticar plantas alimenticias, de organizar la naturaleza para la supervivencia; el huerto es todavía agricultura. El jardín ya no responde a una necesidad orgánica y primaria, sino a una necesidad estética. El jardín es ornamento inútil, adorno placentero para el ocio; es la naturaleza digerible, simplificada, abstraída, arquetípica. El río, ese animal gris, hosco e intratable del que habla Eliot, sale tranquilo por la boca de un león de mármol y va a dar a una fuente de piedra; los árboles que quieren crecer en todas direcciones para entregarse con placer al viento fresco, solitarios resisten la sistemática poda de sus ramas; las flores, queriendo vivir en la diversidad natural, de pronto tienen que adaptarse a una disposición cromática que satisface solamente al ojo humano; la hierba al destierro, las flores humildes segregadas, los insectos aniquilados: el jardín es la jungla en período de aseo. Vemos pues, hasta ahora, cómo el hombre, que constantemente plantea que la misión de la filosofía es develar lo que hay detrás de las apariencias, es precisamente el animal que crea más apariencias, sofisticadas caretas que intencionalmente ocultan la realidad agreste, irregular, propia de

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nuestro mundo. Alberto Caeiro cuestiona como nadie esta ancestral debilidad humana: ¿por qué la naturaleza habría de ocultar su real naturaleza, por qué tiene que haber un mundo oculto debajo del que habitamos, por qué encontrarle una ley a la libertad absoluta? Lo que vemos de las cosas son las cosas. No existe la esencia de un árbol, porque el árbol tal cual lo vemos ya es la esencia. Si no nos empeñamos en crear apariencias, si dejamos de crear bellos jardines que nos obnubilen, la naturaleza se nos ofrece al desnudo, limpia, sin secretos. Entonces es más fácil comprender el rol que cada ser juega en el laberinto del cosmos. Ahora, esta tendencia humana de crear jardines reales y simbólicos, tiene una dimensión claramente política. Todas las utopías, las doctrinas que pretenden convertir al mundo en un lugar apacible, son espléndidos jardines de ideas, de conceptos que la realidad, en la mayoría de los casos, simplemente no avala. La República de Platón, la Icaria de Cabet, los falansterios de Fourier, la ciudad del sol de Campanella, la aldea comunista de Karl Marx...? qué son sino jardines de conceptos grandiosos, que expresan en diverso grado el optimismo histórico del ser humano? No está mal crearle un arquetipo a la realidad, ver detrás de este mundo imperfecto la posibilidad de mejorarlo; pero siempre con la certeza de que la perfección es imposible, de que el arquetipo es solamente un punto de referencia, de que podemos tender a él, pero jamás alcanzarlo. De otra manera un jardín simbólico puede transformarse en pesadilla. Es mejor saber a tiempo de los tallos quebrados, de los animales muertos, de las flores marchitas, del légamo y del barro; es mejor, en otras palabras, una cátedra convincente de escepticismo. A este respecto, tan poderosa como la metáfora de Leopardi, es la historia que refiere Marco Polo en su libro de viajes. Cuenta que en lejano reino de Manji, había un viejo rey que tenía su palacio en las montañas. Desde ese punto elevado, cual dios humano, quería regular la vida de sus súbditos de manera tal que no se diesen revueltas ni conspiraciones. Construyó con este objetivo un magnífico jardín, lleno de flores hermosas, arroyuelos y fuentes de las que manaban leche, miel y agua, pasadizos por donde caminaban mujeres que podían ser confundidas con náyades y músicos expertos en la ejecución de los más variados instrumentos, entre otras asombrosas amenidades. Concluido su proyecto, cada cierto tiempo mandaba a traer hasta su corte a jóvenes de diversas aldeas; primero les hacía fumar opio, luego los llevaba al jardín por un pasaje secreto, los abandonaba a todos los placeres imaginables por un breve lapso de tiempo y después los mandaba sacar para que narraran su experiencia. Los jóvenes manifestaban de inmediato que habían visitado el paraíso y que el viejo rey era un intermediario de la divinidad, que solamente él podía transportar a sus favoritos al cielo. Fue así

como el viejo rey se ganó el fervor incondicional de estos jóvenes súbditos que, sin temor a poner en riesgo sus vidas, bajaban de la montaña a los pueblos con el fin exclusivo de matar a opositores, conspiradores, príncipes enemigos, etc. Con su espléndido jardín, el viejo rey formó una corte de asesinos, de fanáticos. El paralelismo está claro. En el siglo XX los ideólogos marxistas crearon una suerte de jardín paradisíaco. Y todos aquellos jóvenes que nos vimos envueltos en los avatares de las múltiples revoluciones, eramos como aquellos muchachos que el viejo rey de la montaña de Manji había adoctrinado en el seno de su jardín misterioso: el jardín del tirano.

Un caramelo de historia y humor

Sin embargo Caramelo se distingue y supera a Mango Street como novela. Mango Street es una colección de muchos cuentos que se leen independientemente, todos ellos narrados con fuerza y de modo cálido. En Caramelo también leemos muchas historias, pero todas ellas están tan entretejidas que es imposible separar a una de las otras; cada historia te lleva a la siguiente, como los pétalos de una rosa que se van abriendo para tan sólo revelarnos otros más. En una lectura que realizó el año pasado en Chicago, Sandra Cisneros señaló que se había propuesto contar una historia a partir de la vida de su padre, pero también dijo que no lo podría haber logrado sin contar al mismo tiempo la historia de su madre y la de su abuela. Por ejemplo, para acercarnos a la historia de la “abuela desalmada”, le es necesario contarnos primero la historia del “pobrecito abuelo”. Cisneros finalmente reconstruye la vida de una familia méxico-americana creando un tapete colorido que integra cuadros, o fragmentos, que van de la ciudad de México a Chicago pasando por Sevilla y San Antonio. Las migraciones y los viajes de cada miembro de la familia tienen como telón de fondo las historias de México y de los Estados Unidos de fines del siglo XIX y del siglo XX. Todos estos fragmentos parecen estar integrados con el fin de contarnos la historia cultural de la narradora principal, Celaya, Como ya dijimos, Celaya se va introduciendo a la vida mientras va tejiendo más y más historias. Ante este despliegue narrativo, Caramelo pudo haberse convertido fácilmente en un transcurrir demasiado abstracto y sin personalidad, es decir, sin el elemento humano vital en aras de mantener fidelidad histórica; afortunadamente no sucede así. De principio a fin, los personajes están en control de la trama. Los logros y fracasos de cada personaje iluminan el panorama histórico. Para concluir, uno de los grandes méritos de Caramelo es que alcanza profundidad sin olvidarse nunca del humor.

Nate Holdren Sandra Cisneros, Caramelo, Alfred A. Knopf, New York, 2002, 439 pp. Desde la primera línea (“Cuéntame algo, aunque sea una mentira…”) hasta la última de los agradecimientos (“May these stories honor you all.”), Caramelo es una saga familiar que tiene que ver con la práctica de contar historias y con la importancia de armar vidas creíbles. Como en The house on Mango Street, la nueva novela de Sandra Cisneros narra la historia de una niña méxico-americana, de primera generación, que vive en la ciudad de Chicago. En ambas novelas, el despertar a la vida madura de la narradora se refleja en las historias que va hallando a su alrededor.

Marcos Raya, Mica, mi secretaria, técnica mixta, 2000


Cruzar el mar con La Reina del Sur John Barry Arturo Pérez-Reverte, La Reina del Sur, Alfaguara, México, 2002, 439 pp. La literatura, al igual que la música, suele trascender fronteras políticas y culturales para arraigarse en cualquier tierra fértil que encuentre. La onda de música afrocubana en los Estados Unidos nos ofrece un buen ejemplo de este fenómeno, porque superó las barreras de la censura. Hoy se escucha no sólo en las residencias estudiantiles de la universidades y en los Jettas de los yuppies sino también en espacios públicos como Starbucks y Borders Books; falta poco para que la voz de Ibrahim Ferrer se escuche en los ascensores de los hospitales. Por su parte, la nueva narrativa latinoamericana saltó confines ideológicos y políticos, y actualmente hay pocas librerías de peso en los Estados Unidos que no tengan una sección de literatura de América Latina. Asimismo, la literatura latinoamericana del boom y del post boom ha causado un tremendo impacto en España tanto en la venta de libros como en el plano de la creación. Esta influencia permanece y para confirmarla basta con dar un vistazo a los premios literarios ortogados en España en los últimos años: el colombiano Alvaro Mutis recibió el Premio Cervantes en el 2001, Jorge Edwards (Chile) en 1999 y Guillermo Cabrera Infante (Cuba) en 1997; en el 2002 la editorial Planeta ortogó su premio literario al peruano Alfredo Bryce Echenique y la editorial Alfaguara al argentino Tomás Eloy Martínez. Aquí en las Américas los narradores y poetas de Latinoamérica se han nutrido de la literatura española en diferentes formas a lo

largo de los siglos, pero no ha sido habitual que una novela española impacte el mercado literario latinoamericano. Por eso es notable que La Reina del Sur figure en las listas de los libros más vendidos en países tan diversos como Paraguay, Colombia, Uruguay y México. El éxito comercial de este libro ha sido extraordinario: veinte días después de su publicación (5 de junio del 2002) se agotaron 215,000 ejemplares que estaban a la venta en el mundo hispanohablante. Autor de quince novelas traducidas a más de veinte idiomas y corresponsal de guerra en España durante veinte años (Líbano, Angola y Bosnia, entre otros lugares) no hacían de Arturo PérezReverte un desconocido entre los lectores de Latinoamérica, pero el éxito comercial de La Reina del Sur es extraordinario: no existe ninguna otra novela española que haya tenido tanto impacto editorial en este lado del Atlántico en las últimas décadas. ¿Cómo explicar esta atracción y hasta fascinación sin precedentes? Esta última novela de Pérez-Reverte no es muy distinta de sus anteriores: sus lectores asiduos reconocerán en La Reina del Sur la misma sólida estructura narrativa de La carta esférica o de La piel del tambor, el mismo tipo de personajes intrigantes, la misma base interesante de datos e información (“la novela es una forma de aprender como cualquier otra”, dijo Pérez-Reverte en una entrevista el pasado junio), las mismas buenas descripciones de ambientes, el mismo lenguaje pulcro e inteligente. Entonces su éxito extraordinario no puede tratarse de otra cosa que del asunto narrado: el mundillo del narcotráfico y los grandes carteles de México representados mediante una protagonista que sabe manejarse en un ámbito de violencia, corrupción y machismo. Tal vez la curiosidad sea otro factor que haya contribuido al fenómeno. ¿Cómo sabrá representar el autor español las realidades americanas –su cultura, su lenguaje, sus modos de ser? Como periodista, ¿de qué se habrá enterado en los dos años y medio que le costó investigar y construir su novela? Arturo Pérez-Reverte ha dicho que la idea para escribir La Reina del Sur surgió cuando escuchaba los narcocorridos norteños en una taberna de Sinaloa durante una de sus muchas temporadas en México. Le impresionó su capacidad de síntesis y de crear una épica en miniatura del narcotráfico como las que se encuentran en las canciones de los de Los Tigres del Norte o Los Alegres de Terán. Un día oyó un corrido que contaba la historia de una traficante llamada Camelia La Tejana, una canción que “era la verdadera épica, ya que cuenta una historia maravillosa, con una extraordinaria narrativa, llena de aventura y muerte, en tan sólo tres minutos. ¡Ojalá yo tuviera ese talento! El caso es que me quedé con esa historia

de fronteras en la cabeza. Como yo no tenía esa capacidad musical para hacer un narcocorrido en tres minutos decidí escribir una novela de 500 páginas” (Aula de la Cultura Virtual, 13 de junio, 2002). Entonces realizó una investigación en Culiacán y sus alrededores, hablando con la gente, absorbiendo la cultura local (a veces literalmente a base de tequilazos y unas Pacífico bien frías), recogiendo algunos giros del lenguaje y zambuyéndose en la cultura del narcotráfico. Después de dos años y medio publicó un libro de diecisiete capítulos, que empieza en Sinaloa y termina en el Mediterráneo occidental, en Melilla, Algeciras y Gibraltar. Cuenta doce años de la vida de Teresa Mendoza, una joven sinaloense casi analfabeta. Teresa es la insignificante novia de un piloto de avionetas que trabaja para los narcotraficantes. Al chico lo matan en un lugar de Sinaloa, donde “morir de muerte violenta es morir de muerte natural”, como observa el narrador, que resulta ser (oh sorpresa) un periodista que anda investigando la vida de esa mujer para escribir una novela. Lo normal en esos casos es que los familiares y amigos del asesinado corran una suerte similar. Teresa se ve obligada a huir de México y se refugia en el sur de España, donde comienza a desenvolverse en el mundo del tráfico de hachís en Algeciras, Ceuta, Melilla así como en diferentes ciudades de Marruecos. Teresa pasa una temporada en la cárcel y allí “conoce a gente que le cambia la vida y descubre el placer de leer”. Su primer libro fue El conde de Montecristo y a partir de su lectura se transforma en “una lectora voraz”; uno de sus libros predilectos resulta ser Pedro Páramo, aunque ella no puede explicarse por qué. Poco a poco se convierte en la reina del narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar. Al fin de la narración, una mujer muy diferente a la que salió huyendo de Sinaloa, vuelve a su tierra “a ajustar cuentas con su pasado”. La protagonista es una persona con suerte y, aunque le pasan cosas terribles, cada desgracia que le sucede, en vez de hundirla, la lleva a un peldaño superior. La Reina del Sur no es una gran novela, no está al nivel de las obras maestras de García Márquez, de las primeras novelas de Carlos Fuentes o de las clásicas de Carpentier, Rulfo o Cortázar. Tampoco ofrece grandes reve-

laciones sobre lo que es ser mujer en un mundo cuyas reglas han sido escritas por los hombres. En varias entrevistas, Pérez-Reverte ha dicho que tuvo que “pensar como una mujer” para escribir la novela, aunque él mismo ha observado que esto es muy difícil para un hombre. No creo que lo haya logrado; en muchos sentidos Teresa se parece a otros de sus protagonistas hombres. No obstante, La Reina del Sur logra entretener al lector con una serie de episodios de la vida de Teresa Mendoza. En los episodios hay descripciones de sexo, violencia, suspenso y ambientes exóticos que se mezclan con reflexiones tan diversas como la relevancia de la literatura, el amor, el machismo, el mar, la lealtad y la venganza. Es más o menos la fórmula de Pérez-Reverte, y si el lector acepta las reglas del juego entonces disfruta hasta la última página. En fin, si el lector no espera una obra maestra, ni grandes descubrimientos sobre la cultura de México o sus lenguajes, y si acepta la fórmula de Pérez-Reverte, La Reina del Sur le va a complacer. Al igual que su narrador, el escritor español es un buen investigador, escribe bien y sabe estructurar una novela, destrezas tal vez no suficientemente valoradas hoy en día.

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Joseph Rodríguez

Crossing Over: la otra odisea

chubasco y entre torrentes de agua y lodo un enjambre de abejas le impidieron seguir caminando. Meses después creyó que fue una premonición; sin embargo al cerrar la noche nada le quitó el sueño. Se dice que serían las cinco de la mañana cuando el conductor (que era el coyote) de la Chevrolet azulita descubrió la migra por el espejo retrovisor. Lo seguían con las sirenas dormidas. Aceleró. La reacción en el cargo de la camioneta no se hizo esperar. Los pasajeros asustados en el camper, comenzaron a arrojar botellas, latas, mochilas e inclusive un neumático para que la patrulla disminuyera la velocidad. El alcohol, los pericazos y posiblemente el temor al tambo le daban valor al coyote para que se la jugara el todo por el todo. Pero ni uno ni otro aflojó el acelerador. Cuando el conductor divisó la curva que desemboca en la calle Capistrano ya era demasiado tarde para frenar. En la camioneta viajaban veintisiete personas, dos en la cabina y veinticinco apretujados en la caja. Todos eran indocumentados mexicanos. Siete murieron en la volcadura y otro, en el hospital. El resto sobrevivió tan sólo para ser deportado. Tres de los ocho difuntos eran hermanos y apenas un par de días atrás habían dejado Cherán, su pueblo natal. Era la temporada de la cosecha en el valle de Watsonville y hacia allá habrían de dirigirse. Año con año habían recorrido el mismo camino rumbo a la pizca de la fresa. Pero este viaje fue diferente. Una vez que llegaron a Tijuana, Florentino, uno de los mayores, se adelantó. A diferencia de sus

hermanos, cruzó la garita con papeles en regla. Fernando, quinto de los hermanos, no se había sentido bien y, con todo y su pesar, no tuvo más remedio que quedarse a reposar y esperar unos días hasta que se sintiera mejor para migrar. Y sí lo hizo, pero esperó a que pasara el duelo familiar. Entonces sí, finalmente decidió jalar para el norte y sacar de la necesidad a su familia. La miseria se había acentuado con la tragedia y a los buitres prestamistas –que habían financiado el viaje de los hermanos– ya se les veía merodeando la morada de los Chávez. Tiempo después, Rubén Martínez regresó al lugar del accidente y alcanzó a recoger un trozo de malla del camper, una pasta de dientes con los ingredientes listados en español y, entre otros hallazgos, retomó el hilo para ir tejiendo esta historia, que sucedió el sábado 6 de abril de 1996 en el valle aguacatero de Temecula, California. El periodista se aventuró a seguir los pasos que Benjamín, Jaime y Salvador Chávez habían dado. Llegó a Cherán semanas más tarde del entierro y después de rondar lo

Francisco Piña Rubén Martínez, Crossing Over, Picador USA, New York, 2001, 330 pp. Como ya sabemos, antes del lamentable ataque terrorista del 11 de septiembre, los presidentes Vicente Fox y George W. Bush estuvieron a punto de lograr un acuerdo migratorio. Sin embargo, dicho convenio se vino abajo ante el giro que dieron las prioridades en la agenda del mandatario estadounidense. Durante los meses previos a la tragedia se les toleraba a los inmigrantes no solamente porque cosechaban los productos agrícolas sino también porque los cocinaban y luego levantaban la mesa. La situación ha cambiado: los inmigrantes continúan desempeñando los trabajos peor pagados y además se han vuelto un “peligro para la seguridad nacional”. La antipatía hacia el inmigrante se ha propagado y los multimillonarios esfuerzos por cerrar la frontera sur sólo han provocado más muertes de inocentes. Tan sólo en la última década, han muerto cerca de seis mil inmigrantes al intentar llegar a los Estados Unidos. Al militarizar la frontera sur, los azores que presiden la actual administración han puesto en evidencia sus prejuicios pues no manejan los mismos criterios en la frontera norte aun cuando dos de los terroristas se filtraron por territorio canadiense. 22

En 2001 y bajo este ambiente hostil hacia los inmigrantes, empezó a circular en inglés el último libro de Rubén Martínez: Crossing Over acompañado de fotografías de Joseph Rodríguez. Anteriormente, este periodista angelino ya había publicado The Other Side: Notes from the New L.A. y East Side Stories: Gang Life in East L.A. Mientras que sus dos primeros libros ya manifestaban su interés por la vida en la frontera y las implicaciones en ambos lados, ahora en el tercero se aventura a seguir el peregrinaje de una familia michoacana hacia los Estados Unidos. El viaje de Martínez empieza cuando decide irse a vivir a México. Ya en el país de sus antepasados, se entera de la tragedia ocurrida en una carretera del estado de California: Florentino había soñado con el valle de Cherán la noche previa al accidente. Apenas unas horas antes de irse a descansar, había llegado y alquilado un departamento modesto cerca de los huertos freseros en Watsonville. Ya entrada la noche se retiró a dormir con la esperanza de recibir, en cualquier momento, noticias de sus hermanos. En el sueño lo cogió un

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suficiente para recabar información se hizo al Norte, como muchos cheranenses lo han hecho ya por varias décadas. Crossing Over es la saga de la familia Chávez y encarna la metáfora de un pueblo en movimiento que anda con un pie en la tradición y otro en la modernidad. El viaje que Rubén hizo a Cherán y luego de regreso a los Estados Unidos fue periodístico, pero no terminó ahí. De tanto buscar las pulsiones que laten y delatan nuestro tiempo, terminó planteándose una búsqueda propia que es la misma que hacen muchos hijos de inmigrantes. Su incisiva exploración periodística ya se encuentra en sus primeras crónicas que publicó en The Other Side. Si este trabajo no refleja la madurez plena del escritor, ya comparte el desasosiego por la vitalidad de la frontera. Crossing Over no es un mamotreto de cifras ni de anécdotas costumbristas sobre el cruce fronterizo: es el rostro humano de la migración que está transformando tanto a los Estados Unidos como a México. Fiel a la tradición documentalista que iniciara James Agee en Let Us Now Praise Famous Men, Martínez pasó cuatro años documentándose y documentando la peregrinación de los cheranenses al norte del río Bravo. Ya de este lado, nos lleva a los rincones más apartados y olvidados por el boom económico de los años noventa y ahí encontramos inmigrantes de Cherán trabajando en las empacadoras de carne o en un supermercado al costado de la autopista. Mas la presencia de estos

aer0bics verbales Armando Gómez Villalpando Achis Achis

Dioses gemelos tepiteños del escepticismo

acozoo sexual

Bestialismo persecutorio

bambalinas

Bailarinas de Bamba

bandolerolero

Ladrón que se burla de sus víctimas

cachethada

Hada que, antes de conceder un deseo, abofetea al agraciado

califatuos

Territorios gobernados por califas creídos y vanos

dálmatas

Habitantes de Dalmacia que se distinguen por estar llenos de lunares

Damas o Pérez Prado

Disyuntiva: o nenas o mambo

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inmigrantes en el Estados Unidos rural, ya no es invisible. De igual manera que los jóvenes purépechas crecen bailando banda y cantando al rapero Tupac, las mujeres sureñas del Bible Belt bailan al ritmo de los Tigres del Norte y cantan Cajun & Zydeco. Con este libro, Martínez entra de lleno al debate público sobre la globalización y toma partido con su objeto de estudio –los inmigrantes–, pero su visión no es paternalista, como suele ser la de muchos académicos. Él mismo, siendo hijo de madre salvadoreña y padre mexicano, busca de un modo “natural” comprender al otro, al recién llegado. Los nuevos inmigrantes son y no son como él. Bien sabe que sus padres llegaron una o dos generaciones antes que los Chávez y los Vargas. Si los políticos y las políticas actuales se oponen a medidas más abiertas a la migración, en Crossig Over podemos constatar que las fronteras ya están abiertas culturalmente. Y a pesar de la militarización de los estados fronterizos, la gente sigue viniendo y está dispuesta a seguir pagando, incluso con su vida, su porción del llamado sueño americano.

educación confesional Educación tan mala que, quienes la perpetran, se tienen que confesar El Cerro de Lascivia

Nombre para un prostíbulo regiomontano

faborrecido

Consentido odiado

faramaya

Parafernalia yucateca

gato de Angola

Nombre que se le da en China al gato de Angora

generosa

Razón hereditaria del afeminamiento

habitaculo

Oxiuro

Ha Ching Hao

Científico chino que hizo muchos descubrimientos por chiripada

iconoplasta

Cuadro religioso al óleo malhecho

ida y vuelta

Mujer que regresa de una psicosis

Dios japonés del desdén

jalhada

Hada delirante

Joseph Rodríguez

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los invita a la lectura de cuentos y poemas para presentar el primer número de la revista Escritores invitados:

Robert Pasenko

Leda Schiavo Jorge Hernández Margarita Saona León Leiva

retratista 773.575.7275

Miércoles 7 de mayo 8 p.m. 2123 S. Ashland 312.942.0095

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El Programa de Estudios Latinoamericanos y Latinos de la Universidad de Illiois en Chicago a través de sus Presentaciones en la Comunidad

Juéves 22 de Mayo, 2003 Gloria Velázquez Autora de la serie de libros Rosevelt High School para jovenes lectores Presentación de poesía y canciones Kelly High School

4136 S. California Ave.

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9:30 a 10:40 a.m.

Juéves 29 de Mayo, 2003 Marixsa Alicea, Profesora de DePaul University “Encuentro de un Pueblo: Puertorriqueños Cuentan su Historia en Chicago” Hispanic Housing 1402 N. Kedzie - 2nd Flr. Meeting Room

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Viernes, 27 de Junio, 2003* Elba Rodriguez y Fito Favela “Noche Bohemia” Guill Hall

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6:00 p.m.

*Este evento es parte de la Semana Cultural Michoacana del 15 al 28 de junio de 2003 y se pedirá una donación para la admisión.

Para más información sobre estas presentaciones o para colaborar o co-auspiciar nuestras Presentaciones en la Comunidad favor de llamar a Marta Ayala o Frances Aparicio al 312.996.2445. Todos los eventos son gratis y están abiertos al público en general. Estas presentaciones son auspiciadas parcialmente por la Fundación Joyce.

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