Editorial Carlos Monsiváis Medios de comunicación, violencia y terrorismo Jorge Mújica ¿Televisión latina o televisión en español? Luis F. Soto Arbustos en la ventana: Jorge Ramos en los medios Julio Rangel “Por salud mental dejé de escuchar radio en español” Raúl Dorantes y Febronio Zatarain La prensa hispana: Entre la publicidad y el periodismo Jochy Herrera Prensa hispana en Nueva York: Entrevista con Miriam Ventura
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René Ariza Soneto Rolando Morelli Los palestinos Reinaldo García Ramos Señor de la piedra Andrés Reynaldo El problema de Ulises, IV Jesús J. Barquet Buenos días, Vietnam; Paraíso Reinaldo Arenas Lo cubano en la literatura
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Juan Villoro
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Éxodos
José Castro Urioste Balance del Festival de Teatro Latino Bruno Hernández-Piché Adiós al detective salvaje Delia Negro Aires del Sur en la Galería Aldo Castillo Febronio Zatarain El voto de los mexicanos en el extranjero: Un desgaste inútil José Díaz Música de Meza en los Cazos Humberto Uribe El zoológico
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Jochy Herrera Extrasístoles José Angel Navejas Aforismos Marco Antonio Escalante El adiós
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Miguel Cortez Artista méxico-americano. Es director de la Galería Polvo. Carlos Monsiváis Periodista y ensayista mexicano. Entre sus libros, destacan Amor perdido y Días de guardar. Jorge Mújica Periodista. Radica en Chicago desde 1989. Es también fundador de la Coalición Internacional de Mexicanos en el Exterior.
Luis F. Soto Originario de Santiago Papasquiaro, Durango. Vive en Chicago. Jochy Herrera Escritor de origen dominicano. Vive en Chicago. René Ariza La Habana, 1940 – San Francisco, 1994. Salió de Cuba en 1979. Publicó La vuelta a la manzana y en forma póstuma se publicó Cuentos breves y brevísimos. Ronaldo Morelli Horsens, Dinamarca, 1953. Desde los seis años vivió en Cuba. Salió por el Mariel y vive en Filadefia. Juan Villoro Narrador mexicano. Es autor de El disparo de Argón y La noche navegable, ente otros títulos. Reinaldo García Ramos Cienfuegos, 1944. Salió de Cuba por Mariel y vive en Miami Beach. Andrés Reynaldo Calabazar de Sagua, 1953. Llegó a los Estados Unidos con el Mariel. Ganó el premio Letras de oro en 1987. Dirige en Miami la revista Viernes. Jesús J. Barquet La Habana, 1953. Salió de Cuba por Mariel. Es profesor de la Universidad Estatal de Nuevo México. Autor de Sagradas herejías.
Reinaldo Arenas Holguín, 1943. Nueva York, 1990.
Autor de Celestino antes del alba, Necesidad de libertad y Antes que
anochezca.
José Castro Urioste Dramaturgo peruano residente en Chicago. Delia Negro Uruguaya. Actualmente es profesora de español del Instituto Cervantes de Chicago. José Díaz Nació en la Ciudad de México en 1978. Abandonó la UNAM para venir a Chicago en el 2000. Humberto Uribe Patiño Colombiano. Es profesor de matemáticas en Saint Augustine College de Chicago. Marco Antonio Escalante Escritor peruano. Vive en Chicago.
Ricardo Armijo Raúl Dorantes José Angel Navejas Francisco Piña Julio Rangel Febronio Zatarain contratiempo 773.728.3218 1434 West Thorndale Avenue Chicago, Illinois, 60660 revista@contratiempo.com
Ilustraciones: Miguel Cortez Portada: The discussion, acrílico sobre lienzo, 2003.
Diseño de portada: Giovanni Matallana
En las últimas dos semanas, tres noticias ocuparon los titulares de los medios de comunicación en general; dos relacionadas con la guerra en Irak: el supuesto suicidio del informante David Kelly y la muerte de los hijos de Saddam Hussein, y otra cultural: el fallecimiento de la guarachera cubana Celia Cruz. Nuestros medios, acertadamente, le dedicaron el tiempo y las páginas que merecía el deceso de quien ha sido el icono musical que mejor reúne las simpatías de los latinoamericanos radicados en los Estados Unidos. Respecto a los hechos que tienen que ver con Irak, los medios hispanos de Chicago siguen quedándose cortos no sólo en el análisis informativo sino en la divulgación de las noticias mismas. Un lector de ¡Exito! o La Raza, un televidente de Univisión o Telemundo, o un radioescucha de La Ley o La qué buena, difícilmente conectará el nombre de David Kelly con las armas de destrucción masiva y la decisión apresurada de ir a la guerra. No dudamos de que muchos de estos medios cuentan con las herramientas intelectuales y periodísticas para hacerlo. En el caso de La Raza, por ejemplo, el director Elbio Rodríguez Barilari escribe una buena columna en la que logra atar los cabos de lo que la guerra de Irak ha generado en términos de noticia durante el mes de julio; el problema en este caso es que dicha columna la encontramos de sorpresa en la página 32; muy lejos de dos notas relacionadas con algunos aspectos que la columna toca. Pero de cualquier manera, al lector le continúan faltando algunos cabos porque este semanario no informa sobre la muerte y el historial de David Kelly. A pesar de que la columna de Rodríguez Barilari es lo más oportuno para el momento político global que estamos viviendo, consideramos que un tema así no puede reducirse a un artículo perdido en la página 32. La guerra en Irak y todas sus implicaciones merecen la misma cobertura y seriedad que la muerte de Celia Cruz. Esto es importante porque los lectores, los radioescuchas y los espectadores de estos medios viven en el país que representa uno de los polos del conflicto. El eje del mundo de nuestros días es el que va de los Estados Unidos a Irak: la muerte de Kelly, el recrudecimiento del conflicto en Medio Oriente (a pesar de la Hoja de Ruta), las repercusiones económicas por el distanciamiento entre la Casa Blanca y los gobiernos que se opusieron a la guerra, además de la muerte por goteo de iraquíes y de soldados estadounidenses. Este suceso de carácter global tiene sus implicaciones inmediatas en una gran cantidad de los lectores, radioescuchas
y televidentes de Chicago; no hay que olvidar que muchos jóvenes anglos y afroamericanos que viven en la zona metropolitana de Chicago así como decenas de latinos que tienen su hogar en Cicero, en Pilsen, en Humboldt Park, en Aurora… pueden ser una víctima más de este conflicto bélico. Tampoco hay que olvidar que la guerra en Irak costará alrededor de 54,000 millones de dólares, sangría que se reflejará necesariamente en los recortes presupuestarios de los programas sociales y educativos. Estamos en un punto histórico crucial en el que cualquier medio de comunicación tiene una gran responsabilidad ante su público primero y, en un espectro más amplio, ante la humanidad misma. Por eso, ningún medio, sea radial, televisivo o impreso, debe reducirse a reproducir los informes de prensa del Pentágono o de la Casa Blanca, mucho menos ahora que sabemos que el Secretario de Estado Collin Powell alteró información para tratar de convencer al Consejo de Seguridad de la ONU de que Irak poseía armas de destrucción masiva, y de que el presidente George W. Bush se basó en datos hasta ahora no confirmados sobre la compra de uranio por parte de Irak para elaborar su discurso anual ante el Congreso en febrero pasado. En la situación actual, al espectador atento le queda la impresión de que oscuras conexiones políticas e intereses de los propios consorcios mediáticos le escatiman la amplitud y complejidad del escenario mundial. A los que integramos contratiempo, se nos podrá objetar que por qué demandamos información que tampoco nosotros ofrecemos, como es el caso David Kelly, por ejemplo. Nuestra revista más que de información es de reflexión sobre asuntos culturales y políticos. Insistimos, sin embargo, que los semanarios y los noticieros radiales y televisivos hispanos sí tienen la infraestructura para informar y reflexionar sobre los hechos que nos atañen como latinos que residimos en los Estados Unidos. Con los ataques del 11 de septiembre de 2001, se inicia una etapa cruenta del terrorismo internacional; por desgracia, el derrumbe de la Torres Gemelas de Nueva York ha dado pie a que se abra un capítulo igual de cruento en los ámbitos del terrorismo de Estado. Esta doble circunstancia pone a los medios informativos del mundo entero en un dilema: o se hace un periodismo responsable y objetivo o nos unimos al terrorismo mediático.
Medios de comunicación, violencia y terrorismo Que se lleven sus matanzas a otra parte, que no me dejan ver la telenovela Carlos Monsiváis
El terrorismo y los medios El terrorismo, una de las manifestaciones más trágicas de la irracionalidad, expresa el odio radicado en las causas secuestradas por el fanatismo o por la ebriedad de poder. Un terrorista es un convencido: su libertad exige el derramamiento de sangre. Una bomba en un café, en un supermercado, en un edificio de gobierno, en un complejo habitacional. Mía es la venganza, dijo el Señor. El terrorista, con o sin estas palabras pero con esta actitud, se siente un oficiante ultraterreno. Ofrenda su vida, que retornará como relámpago al triunfo de los suyos, acepta la fusión de sus miembros destrozados con los de sus enemigos. No duda, porque el adoctrinamiento encauza lo ya asumido: la pertenencia a la estirpe vencida, la condición de cadáver social, y la certeza implacable: lo único que reanima la existencia es el terror de los enemigos. A la monstruosidad moral del terrorista la explican su dolor político y su agravio metafísico: me han despojado de sentido, humillan a mi pueblo y a mis reivindicaciones sociales, es apenas justo que despoje a los que pueda de la posibilidad de burlarse de mi desgracia y la de los míos. Los terroristas de Estado se ciñen a una lógica opuesta y complementaria. Tampoco creen en las leyes, ni les corresponde hacerlo si desprecian las legislaciones lentas y mezquinas, tan necesitadas de legajos. Quieren extirpar la cizaña y en su idioma visceral el florecimiento del trigo ampara el asesinato selectivo, compartido no sólo por el enemigo sino con frecuencia por sus familiares, amigos, los vecinos. Unos y otros terroristas coinciden en un credo: no se matan seres humanos sino enemigos de la causa, los derechos humanos son para los humanos, no para las ratas (tomo prestado una brillante consigna de Arturo Montiel, gobernador del Estado de México). Sin humanidad adjudicable, las víctimas de los terroristas o de los terroristas de Estado pagan la conversión psicológica del crimen en autoindulgencia. El modelo clásico de terrorista (clásico porque domina el imaginario occidental hasta la Segunda Guerra Mundial) o es el radical desolado que asesina a los personajes que reprimen y le cierran el paso a las ideas liberadoras, o es el grupo de conspiradores de Los demonios o Los poseídos de Dostoeivsky. En Los demonios, el angustiado Stefan Trofimovich se permite la ilusión extrema: sus palabras serán profecías, y de allí el discurso agónico donde exalta su ideario, al margen de los daños y los males que arrastre: La ley general de la existencia humana se reduce a que el hombre pueda siempre venerar lo inmensamente grande. Si privamos a los hombres de lo infinitamente grande, se truncará su vida, y morirán sumidos en la desesperación. Lo inmenso y lo infinito le son tan indispensables al hombre como el minúsculo planeta en que habita. Amigos míos, amigos todos: ¡Viva la Magna Idea! ¡La eterna e inmensa Idea! Todo hombre, sea cual
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fuere, necesita inclinarse ante lo que representa la Magna Idea. Hasta el más necio de los seres humanos precisa de algo grande, Petrushka... ¡Oh, de qué buena gana volvería a verlos a todos! ¡Ellos ignoran, ignoran, que también en ellos se encierra la misma Idea Magna y Eterna!
Shatov, Kirilov, Stovroguin, personajes iluminados por su indistinción entre el bien y el mal, adoptan los métodos cruentos de los hacendados y policías zaristas, convencidos de que a los tibios Dios los arrojará de su boca. A los “puros”, a los Justos en el sentido que le otorga al término Albert Camus, todo se les perdona por su condición de portadores de la Idea Magna y Eterna, no intuida siquiera por los necios y los ignorantes. Los terroristas adaptan el sentido mesiánico de los caudillos, bestial casi por necesidad, y lo convierten en el goce de la destrucción que es el ejercicio del mando a su alcance. En Bajo las miradas de Occidente (Under Western Eyes), de Joseph Conrad, el terrorista, Haldin, interviene en el atentado a un ministro y lanza una bomba: Este segundo proyectil hirió al ministro presidente en la espalda mientras estaba inclinado sobre su moribundo criado, y cayendo luego entre los pies de aquel, reventó con terrífica violencia, derribándolo muerto, rematando al herido y reduciendo a menudas astillas el trineo, todo ello en un abrir y cerrar de ojos. Con un clamoreo de horror la multitud se dispersó huyendo en todas direcciones, excepto los que cayeron muertos o moribundos muy cerca del ministro, y algunos otros que heridos de muerte se desplomaron a corta distancia.
Haldin se presenta en la casa del estudiante Razumov, el antihéroe de la novela, y le confía su credo:
Usted me supone un terrorista, un destructor de lo existente... Yo y los míos hemos hecho el sacrificio de nuestras vidas; pero, así y todo, necesito escapar, si es posible. No es mi vida la que me importa salvar, sino el poder seguir trabajando por el triunfo de nuestros ideales. No quiero vivir ocioso. ¡Oh!, no. Desengáñese usted, Razumov. Los hombres de mi temple son raros...
El terrorista literario suele ser articulado y febril, y desborda tesis que exhortan a los seres humanos a despertar del sueño de iniquidad. En 1914, en Sarajevo, Gavrilo Princip asesina al archiduque y precipita la Gran Guerra. Desde ese momento viene a menos el terrorista de las pesadillas tremolantes y aparece en la literatura y la realidad el desesperado por antonomasia, el que ajusta a su causa (rápidamente deformada y vuelta oficio de guerra) el significado de su vida. Pero este terrorismo queda en las sombras o halla explicaciones o justificaciones al surgir los terrorismos de Estado, los de Hitler y Stalin en primer lugar, que masifican el desprecio a la vida humana, y hacen de los campos de concentración los reinos del calcinamiento de la especie. Y los dictadores por así decirlo menores, refrendan dentro de sus posibilidades las lecciones del exterminio. Recuérdese al generalísimo Trujillo en República Dominicana, los Somoza en Nicaragua, el Khmer Rouge en Camboya, el genocidio en Indonesia, el exterminio de las minorías en Asia y África, Idi Amin que colecciona en el refrigerador las cabezas de sus enemigos, Pinochet. Esto para no hablar del terrorismo económico y los millones de asesinados por el hambre. Del sótano del desprecio a la vida humana, emergen las criaturas de la teratología del poder a cualquier precio, en primer término del poder para extirpar vidas humanas. El cine ennoblece a unos cuantos confiriéndoles una
psicología inteligible. Recuérdese Odd Man Out, la obra maestra de Carol Reed, con James Mason en el rol del terrorista irlandés acosado, o más recientemente Juego de lágrimas (The Crying Game), de Neil Jordan. Pero los hechos son siempre menos literarios y más ominosos que sus recreaciones artísticas, y El día del chacal o cualquiera de las numerosas novelas y películas sobre el terrorismo son, en su falsificación de los hechos, su torpeza y desmesura, más exactas que los intentos de acentuar la complejidad de los caracteres. ¿A qué trasfondo profético responde Carlos o Illich Ramírez, el multiasesino venezolano que aún se da el lujo de proclamarse revolucionario? Sólo es producto del ansia homicida recubierta de frases dogmáticas. El terrorismo, sea de Estado, de grupo o de particulares, no admite y ya ni siquiera pretende justificación alguna.
Terrorismo de secta y terrorismo de Estado En América Latina la demostración más abyecta de terrorismo a nombre de la justicia social ha sido Sendero Luminoso en Perú. El Presidente Gonzalo o Abimael Guzmán, criminal que se declaró “la cuarta espada del marxismo”, ordenó el asesinato de campesinos, de líderes sociales, de médicos, de todo el que se interpusiera en su ruta de “pureza”. Para explicarlo, se habla de la crueldad y el racismo de los terratenientes peruanos y la insania del ejército. Esto, muy cierto, no justifica en lo mínimo una sola acción de Sendero Luminoso, como nada le concede la razón a otro ejemplo demoledor, ETA en el País Vasco. A lo largo del siglo XX lo más frecuente en América Latina es el terrorismo de Estado: desapariciones, campañas de amedrentamiento, asesinatos sin investigaciones mínimas, golpizas, bombas, destrucción de maquinarias, ametrallamiento de edificios, presos políticos, mutilaciones de presos, cárceles clandestinas... En Perú, Colombia (nación sometida al horror múltiple del narcotráfico, la guerrilla, los paramilitares y el ejército), Argentina, Uruguay, Cuba, República Dominicana, Haití, Centroamérica (Guatemala y El Salvador especialmente), Bolivia, México, el terrorismo de Estado ha querido en diversas etapas representar al poder con torturas y asesinatos, ha pretendido inhibir el mínimo desarrollo democrático. Terrorismo es todo rechazo salvaje de la aplicación de las leyes. La irracionalidad monstruosa se atiende apenas en los medios. En cada país por las “razones de la seguridad nacional” y por el “respeto al espectador”, se omiten o se quieren omitir las informaciones esenciales, los cadáveres mutilados, los heridos graves, la consternación del vecindario afectado. En los noticieros no se buscan explicaciones. No hay tiempo o el espectador ya está al tanto o un acto terrorista es una entidad autosuficiente, que tiene que ver con el mal casi en abstracto. Como tema de suspenso, de intriga, de difusión de atmósferas de la tecnología de punta, el terrorismo es una veta inagotable. Si se quiere ser preciso, podría hablarse más que del género del terrorismo de la teoría de la conspiración. Cientos de filmes y de series de televisión se apegan al mismo esquema: en la conjura contra el mundo libre, el bien se extravía y está a punto de ser derrotado pero en el minuto final vence en medio de una serie de revelaciones estrepitosas. Esta teoría de la conjura, sin embargo, antes del 11 de septiembre culpaba indistintamente a los árabes, los radicales de ultraizquierda o de ultraderecha, la CIA, el FBI, la Casa Blanca misma. Esto se modifica a raíz de las tesis sobre el “Eje del mal”.
¿Quiénes integran el “nosotros” de Virginia Woolf?, se pregunta Sontag. En el caso de las imágenes de Irak los afligidos y alarmados por lo que son y por lo que simbolizan (en ese orden), conocemos muy bien nuestros límites: las protestas y las movilizaciones no perturban el sueño de Rumsfeld, Condoleeza Rice, Bush, Colin Powell, Richard Perle; no modifican un solo discurso de Blair o Liberate, serie de 25 cajas y acrílico, collage y soldados de juguete, 2003 de Aznar; no alteran el Nuevo Orden Mundial. El centro del tratamiento del terrorismo en la indusPero existen y no dan señas de desvanecerse, y al vertria del espectáculo ha sido la teoría de la conjura, susterse en comentarios, reflexiones, actitudes y movilizatentada en la visión idolátrica de la tecnología. Se nececiones convierten en la prioridad internacional a la desitó el sacudimiento de Irak para desazolvar la comprenfensa de los derechos humanos, causa que ya incluye los sión del terrorismo, ya no más el misterio que está al derechos económicos y la igualdad ante la ley. Ante esto final de las intrigas y que se traslada de la industria a los ¿a quién persuaden los teóricos que pretenden encapsuespectadores. (En el género, el motivo último de los atenlar los acontecimientos en el reality show donde el fin de tados parece ser el goce de la conspiración.) Ahora ya la historia no dispone del rating suficiente como para ser resulta imposible o muy patético sujetar las visiones del incluido en el horario Triple A? terrorismo a criterios mercadológicos, pero han sido déSer la vanguardia de la hiperrealidad a través de cadas de posponer las explicaciones de un fenómeno interpretaciones delirantes al servicio de la religión del límite. Y por eso los mensajes de los gobernantes estaespectáculo tiene un costo: el ridículo. Los bombardeos dounidenses parecen siempre extraídos de una película de Bagdad no obtuvieron el hechizo mediático profetizasólo requerida de Tom Cruise. Véase la reciente declado por videntes como Jean Baudrillard. La invasión de ración del presidente George Bush: “Sólo es cuestión de Irak no fue el show de los medios coronado por las mutiempo para que las fuerzas militares encabezadas por chedumbres jubilosas que aplaudían la liberación (inWashington encuentren en Irak armas prohibidas de cluso se necesitó montar el derrumbe de la estatua de destrucción masiva. Las encontraremos. No les quepa Sadam Husein), y el diluvio de luces sobre Bagdad no la menor duda”. Sí, en el siguiente capítulo de Los excondujo a la repetición de la guerra mediática de 1991. pedientes X. El determinismo ante la televisión se quebranta ante la emergencia de la ciudadanía global, en gran medida La guerra y la destrucción de las reglas todavía un proyecto, sujeta a los vaivenes de las frustraciones y resignaciones, pero ya provista del gran espacio En su nuevo libro, Recording the pain of others, Susan de contienda de Internet, y de la posibilidad crecienteSontag pregunta: “¿Cuál es la evidencia de que ha dismente aprovechada de ir construyendo en cadena los minuido el impacto de las fotografías, y de que nuestra blogs, las movilizaciones en pos de firmas que son las cultura neutraliza la fuerza moral de las imágenes de manifestaciones por acumulación, las versiones distintas atrocidades?” En mi respuesta de lector, evoco lo visto de lo que ocurre, de interpretación sustentada en los y escuchado profusamente desde el inicio de la invasión de Irak. Ha sido genuina la reacción ante las imágenes de alcances de la resistencia ética y moral. El centro de las manipulaciones del autoritarismo y las víctimas civiles, en especial las de los niños muertos el totalitarismo es llevar a las personas a no distinguir o mutilados. Las tomas televisivas (más numerosas de entre la realidad y la ficción. Lo que se dice, se promete lo que supone el control estadounidense) y el número y se vive resultan lo mismo porque la falta de alternatiamplísimo de fotos comprometen a la ciudadanía global. vas borra los matices y los distingos, y genera un campo El padre aferrado a su hija sin pies estremece y cancela unificado en donde la impotencia es la gran sensación al instante cualquier técnica de distanciamiento. igualadora. Todo da lo mismo o parece dar lo mismo, Un diario de México publicó una de estas fotos en mientras no afecte lo personal y lo familiar. Pero el fataprimera plana. Un sector se sintió agraviado y lamentó lismo existe hasta que las alternativas no se producen, los ultrajes a su “buen gusto”. El periódico recibió muy en buena medida el crecimiento desmesurado del chas cartas de protesta: “¿Cómo se atrevían a perturbar público, la ciudadanía global y su defensa de los derela paz hogareña, tan armada sobre la reticencia y la suchos humanos y la ecología, y las posibilidades de Interpresión de lo molesto?” Al examinar Three Guineas, el ensayo de Virgina Woolf net atenúan drásticamente los poderes del determinismo. El zapping fue el primer signo de la independencia litesobre los testimonios gráficos de la Guerra Civil Españoralmente a mano, y hoy ante los medios electrónicos, la la, Sontag se acerca a la creencia de Woolf: la respuesta diversidad es la primera profana de resistencia activa. conmovida a esas fotos unirá inevitablemente a los hombres de buena voluntad. ________________________________________________ No afligirse por estas imágenes, no retroceder alarmado ante ellas, no esforzarse por abolir lo que provoca esta Éste es un fragmento de la ponencia presentada por Carlos Monsiváis durante la Conferencia Internacional sobre Medios destrucción, serían para Woolf las reacciones de un monde Comunicación: Guerra, Terrorismo y Violencia, organizada struo moral. Y, lo que también está diciendo, no somos por el Departamento de Comunicación de la UIA. monstruos, somos miembros de la clase educada. Fracasó nuestra imaginación, nuestra empatía: fracasamos al no sostener esta realidad en nuestra mente.
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¿Televisión latina o televisión en español? Jorge Mújica
Somos un ciclo de mierda, detalle, técnica mixta sobre lienzo, 2003
ace apenas unas semanas la FCC (Comisión Federal de Comunicaciones) decidió aprobar la compra de Hispanic Broadcasting Corporation por parte de Univisión. Algunos líderes latinos pusieron el grito en el cielo, argumentando que tal compra “hará menos democrático y más difícil el equilibrio de la información. Un menor número de personas tendrá un mayor control en los medios de comunicación”. (Frank de Ávila, Nuevo Siglo #346) Bueno, Frank: ¡bienvenido al capitalismo!
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Telemundo fue una compañía independiente hace muchos años, surgida en Puerto Rico. Se incorporó nacionalmente y la compró otra compañía, la japonesa SONY, productora de televisiones y aparatos electrodomésticos. Decían los trabajadores de Telemundo en aquel tiempo que la compra tenía sentido: si haces televisiones, compra una cadena de televisoras para que la gente compre tus productos. Capitalismo con lógica, pues. Hace un año SONY le vendió Telemundo a la NBC, National Broadcasting Corporation, que a su vez pertenece a Viacom, el gigante de la industria del entretenimiento, ligada a Showtime y otras, todas las cuales pertenecen a su vez a otro gigante: General Electric. GE hace desde televisiones hasta refrigeradores, pasando por bombillas eléctricas, armamento y equipo militar. Univisión tiene una historia distinta. Nació y sigue como compañía privada. El dueño de la mayoría de las acciones es Jerrold Perenchio, “Jerry” pa’ los cuates, uno de los hombres más ricos de los Estados Unidos y, para el caso, del mundo. En algún momento de la vida de Univisión, un alto porcentaje perteneció a Televisa, otra industria privada en manos de un reducido “número de personas”, como diría Frank de Ávila. Univisión era también dueño de algunas acciones de Televisa. Por cierto, durante esas épocas, se especuló que Perenchio usaba la compañía en favor de Emilio Azcárraga, dueño de Televisa, porque una disposición legal mexicana permite una forma de monopolio siempre y cuando la licencia operativa pertenezca a un estadounidense. Esto le permitió a Azcárraga ser dueño de un monopolio porque Perenchio lo operaba. Perenchio también es un capitalista con lógica. Su fortuna personal asciende a unos 2,600 millones de dólares (Univisión vale $31,000 millones), y los sabe usar convenientemente. La exfuncionaria republicana Linda Chávez lo acusó de ponerle un millón y medio de dólares a la campaña contra la Proposición 227 de California. La 227 proponía reemplazar la educación bilingüe en el estado por programas de inglés intensivo. Además de los billetes, Univisión armó toda una campaña con Anuncios de Servicio Público diciendo que “los sueños de millones de hispanos estaban siendo destruidos” y que la Proposición 227 “amenazaba la educación de nuestros niños”. Para los apoyadores de la Proposición 227 y aliados de Linda Chávez, el problema de Perenchio era realmente de ratings y público. Según la compañía Nielson Media Research, Univisión perdió el 26% de su audiencia joven porque los jóvenes latinos que aprendieron inglés se pusieron a ver los canales que transmitían en ese idioma. Es decir, menos educación bilingüe implicaba menos billete para Univisión. Capitalismo lógico, pues. Perenchio también donó $625,000 dólares a la campaña de Gray Davis para gobernador de California.
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HBC (Hispanic Broadcasting Corporation) también es estadounidense y dueña de HBCCi (Sales Integration), el Hispanic Marketing Group y www.Netmio.com. Tienen 62 estaciones de radio en 15 comunidades latinas pero parece que no tienen muchos ejecutivos. McHenry T. Tichenor Jr. es Chairman, President y Chief Executive; David P. Gerow es Vice President y Secretary; Gary B. Stone es Senior Vice President y Chief Operating Officer, y Jeffrey T. Hinson es Senior Vice President, Chief Financial Officer y Treasurer. Diez puestos entre cuatro estadounidenses. Claramente, las empresas televisivas no son latinas. Son gringas en español. Y también es básicamente un negocio. Esto explica el porqué las noticias y la programación son lo que son. Univisión tiene clarito que los mexicanos constituyen el 70% del público que los mira. Para Telemundo esto no es claro. Quién sabe con qué color del cristal miren la realidad. Ambas cadenas son administradas por cubanos de Miami. Emilio y Gloria Estefan parecen dueños de Univisión. Aquí en Chicago, el Gerente General también es cubano. Eso explica por qué defienden la invasión contra Irak y no ponen en pantalla a quienes se oponen a la nominación de Miguel Estrada como juez de la Suprema Corte. A Univisión le ayuda la progra-
mación de Televisa, pero Telemundo, “Canal de la Hispanidad”, considera que los refugiados guatemaltecos, que los hondureños asilados por el huracán Mitch y que los mexicanos que cruzan el desierto de Arizona, son iguales que los cubanos de Miami. La verdad es que para los noticieros de ambas cadenas todos somos iguales: tenemos que soplarnos el asalto, el incendio y el accidente que forman la nota principal de cada día. Y fuera del noticiero también hay que soplarse la telenovela venezolana, colombiana o brasileña. Las noticias no están dictadas por el interés del público sino del mercado. Capitalismo ultralógico. Es más barato cubrir un incendio que hacer una investigación. Ninguno de los noticieros de Univisión o de Telemundo tienen reporteros especializados, excepto en el área de entretenimiento. No hay nadie especializado en asuntos del gobierno municipal o nacional, pero sí hay alguien especializado en Vicente Fernández y Gloria Trevi. La compra de HBC por parte de Univisión no va, como algunos temen, a limitar el espectro de opiniones en la televisión en español. El espectro no sólo ha estado limitado sino cerrado desde que nació, y no se ve manera de abrirlo.
Arbustos en la ventana: Jorge Ramos en los medios Luis F. Soto i el presidente de los Estados Unidos se llama George Ramos, entonces el presentador de Univisión podría llamarse Jorge Bush.
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Tal ironía obedece a la anécdota que cuenta Jorge Ramos de cuando conoció a George W. Bush, siendo éste todavía gobernador de Texas y candidato a la presidencia. En ese entonces el presentador le hizo saber que eran tocayos de nombre y apellido, ya que el nombre de George era Jorge en español y Bush se traducía como Ramos. –Entonces me llamo Jorge Ramos –le expresó Bush. –Sí señor gobernador. Es el estilo del periodista Ramos. Al igual que algunos de sus compañeros presentadores, también es autor de libros (seis) en los que recoge y comparte experiencias y anécdotas como ésta. Recientemente sacó al mercado su biografía Atravesando Fronteras. La televisión es cuestión de imagen. Atrae más rating que la radio, se cotizan bien los anuncios publicitarios y se generan ganancias multimillonarias. Y en aras de la “buena imagen” es común ver a mujeres atractivas como presentadoras de noticias, o bien presentadores convertidos en celebridades del canal o la cadena televisiva; tal es el caso de Cristina Saralegui, Don Francisco y Jorge Ramos, quienes tienen en común –además de la conducción de los programas en español de más audiencia– la publicación de sus autobiografías. A diferencia de los otros dos –que tienen espacios de entretenimiento–, Ramos cubre un espacio de mucha más responsabilidad social y de carácter más vital. Pues está relacionado con uno de los derechos más relevantes para el hispanohablante de los Estados Unidos: el derecho a la información. De la información que ofrece Ramos dependen muchas familias latinas que viven aquí y no hablan inglés. Incluso para las que lo hablan y quieren estar al tanto de lo que pasa en sus países de origen, él es de algún modo la ventana. Lo que Ramos olvida es que Bush también quiere decir “arbusto”. Y olvida también que sacar a relucir este tipo de anécdotas –más que todo jactanciosas– promueve su personalidad pero a la vez pone en la cuerda floja su credibilidad como informador. No es de mucha seriedad que la ventana a Washington de los latinos ande presumiendo como “anécdota rica” que se llama igual que el mandatario. A lo largo de 17 años como conductor titular del Noticiero Univisón a nivel nacional, Ramos ha ido construyendo una trayectoria bastante sólida. Por el peso de su posición ha logrado que se le invite a colaborar regularmente en la cadena radiofónica hispana más extensa del país: Radio Única. Además, publica una columna de opinión semanal que se reproduce en más de una treintena de periódicos, entre los que se encuentra el semanario de Chicago ¡Exito! Esto ha convertido a Jorge Ramos en el líder de opinión hispano más influyente. En el campo de las entrevistas –que sin duda son las que más admiradores y detractores genera– otra pena le acompaña: la falta de cordura, pues es donde concentra y descarga toda su pirotecnia autopublicitaria. Ramos da la apariencia de ser un entrevistador implacable, sagaz y objetivo, que va directo al grano. Pero no. Si seguimos de cerca sus entrevistas, concluiríamos que Ramos está convencido de que se trata de un ejercicio de “cacería” y de que el entrevistado es la presa. Ésta es su propia jerga, según se lee en su libro A la caza del león. Arriba al lugar de los hechos sin preparar el terreno, es decir, no se documenta bien. No hace preguntas de verdad oportunas y redunda en otras “provocadoras”, hasta que finalmente dispara por disparar. En la entrevista que realizara al ex presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari –quien había vuelto de un autoexilio provocado por la crisis económica y el escándalo sobre el asesinato del candidato Luis Donaldo Colosio–, el periodista aborda e indaga sobre los crímenes políticos durante su sexenio y a la tercera pregunta desespera, y en un acto de ensayada valentía arremete: “Déjeme preguntárselo directamente: ¿mandó usted matar a Colosio?” Con la mirada atónita por la dimensión de la pregunta, Salinas responde: “Luis Donaldo Colosio era mi amigo entrañable”. Después de esa pregunta se adivina que la presa (el entrevistado) ya corrió. Jorge Ramos, a pesar de que no se documenta bien, conoce sus espacios y
límites, y en esos contornos maneja sus entrevistas; no va más allá de lo que Univisión le permite. Lo mismo arremete obsesivamente contra dictadores o supuestos dictadores, que suaviza el tono y condesciende con George W. Bush. Sabedor de que para el actual presidente de los Estados Unidos “debe haber un límite bien marcado entre la vida privada y la vida pública… y los periodistas no deben cruzar esa línea”. Ramos le aclara al entonces candidato: “Usted sabe que le tengo que preguntar sobre su pasado…” Y una vez advertido de que no hay objeción de parte de Bush, hace algunas preguntas sobre la adicción a las drogas en su juventud. Para el 27 de noviembre de 2000, ya siendo Bush el presidente electo, Jorge Ramos escribe en su columna semanal titulada “Computadoras tontas”: “La tragedia entonces era que el cuadragésimo tercer presidente de los Estados Unidos sería escogido… por haber convencido a todo un batallón de jueces, abogados y asesores políticos sobre cuáles votos contar y cuáles rechazar”. A las pocas semanas, en el rancho San Cristóbal del presidente Fox y estando frente a la figura principal de “esa tragedia”, Ramos deja ir la pregunta adecuada, sin ánimo de esclarecer, en un acto que se puede considerar de autocensura: “¿Usted cree que tiene un problema de legitimidad?” Y en A la caza del león concluye este episodio recordando los elogios que le hizo al presidente por su habilidad para hablar español. El pasado mes de febrero de 2003, la Universidad Barry del sur de Florida le otorgó el Premio a la Excelencia en Comunicaciones David Brinkley en honor a su labor periodística, como defensor de la verdad, como la voz de los marginados y como ejemplo del sueño americano. Estuvo al lado de algunos compañeros y personalidades de la cadena, como el padre Alberto Cutié, con quienes compartió el premio. “Esto no es sólo para mí, es un reconocimiento para todos los hispanos que hacemos periodismo en Estados Unidos”. Ciertamente, no se puede culpar del todo a quienes aceptan este tipo de reconocimientos, ya que son usados por un moderno sistema de thought control –control de pensamiento– muy sutil, invisible, donde tanto ellos como sus lectores y su audiencia
resultan igualmente engañados; así lo plantea el periodista inglés David Edwards en su libro The Compassionate Revolution (Dartington: Green Books, 1998). Edwards afirma que dichos periodistas son “producto involuntario de un sistema que selecciona la capacidad de hablar inteligente y convincentemente sobre todo y nada, mientras no le cueste nada al poder. El factor crucial es que hay individuos que pueden hacer esto sinceramente y con la firme convicción de que lo que están diciendo es la verdad, sin compromisos, libremente expresada”. No hay duda que Ramos está convencido de que dice la verdad, una “verdad” obviamente acotada por los intereses de la cadena Univisión y no por los intereses de la audiencia, como nos quiere hacer creer. No todo es oscuridad. Entre las cosas plausibles que hace Jorge Ramos está su abierta postura pro inmigrante, y como inmigrante que es pugna por ello una y otra vez, lo que sin duda le merece mérito como informador, aspecto positivo que abarca también a otros informadores. Lo negativo de la programación de los medios informativos en español es que carecen de un espacio constante de reflexión que trate temas de actualidad y del entorno inmediato, temas que sean discutidos y analizados por expertos. El programa semanal Aquí y ahora pretende cubrir este aspecto, pero muchas veces los reportajes se quedan a la mitad porque se parte del supuesto que el mejor que discierne sobre los problemas de los hispanos en los Estados Unidos es, de nuevo, Jorge Ramos.
Decor for the new century series: Bush wallpaper, calcomanías sobre lienzo, 2003
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Seeking shelter from the heat, acrílico sobre lienzo, 2003
“Por salud mental dejé de escuchar radio en español” Alfonso Hernández habla del proyecto de una radio pública hispana Julio Rangel l periodismo cultural es un ave rara en los medios en español de Chicago. En un contexto en que se considera al inmigrante como mera mano de obra con escaso refinamiento a la hora del ocio, en lo que toca al entretenimiento los medios ofrecen un perfil de su auditorio más bien rústico y cretinizado.
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Y qué decir de la radio, ese baluarte cultural que crea comunidades en torno al ejercicio auditivo, fenómeno que encierra la imagen romántica del núcleo familiar de principios del siglo XX y que en América Latina hacía eco a la vieja tradición de reunirse en torno al contador de historias o al trovador. Pues nada, el viejo tótem de bulbos es hoy el ubicuo receptor digital que acompaña las horas de trabajo y ameniza el traslado en automóvil. La radio sigue, salvo excepciones, la regla no escrita de los otros medios en español: no complicar la vida de su público, no darle aquello que por sus “escasas luces” encontrará aburrido. Y es que no bien se menciona el término “periodismo cultural” cuando salta la imagen de la exquisitez amanerada o hermética, elitista. Y sobre todo –he allí la cuestión– poco rentable. Durante un par de décadas, en intervalos irregulares, el programa dominical “Todo en Domingo” puso en entredicho esta suposición al ofrecer un modelo de radio cultural comunitaria que no se ha visto desde entonces en el cuadrante en español. El programa, que comenzó en Radio Ambiente (WOJO, hoy La Tremenda) en 1979, surfeó dos décadas en el cuadrante hasta toparse con la muralla de los intereses corporativos que lo vieron incompatible con la programación de la difusora. Su principal artífice, Alfonso Hernández, no se da por vencido y nos anuncia el proyecto en el que ha ido
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trabajando en compañía de otras personas: la creación de una radio pública en español. “Ya hemos recibido respaldo de congresistas, senadores, hombres de empresa serios” dice. Lo que se antojaría como una labor titánica, no lo es tanto en la visión de Hernández, quien sin prisa ni desmayo ha venido puliendo su plan de regreso a los micrófonos. Por lo pronto ha entrado en pláticas con directivos de la radio pública de Chicago (WBEZ) quienes, a decir de Hernández, se han mostrado entusiasmados y dispuestos a colaborar. Falta cumplir también con los requerimientos de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC), pero “hay una cadena de voluntades que va a permitir crear eso”. Hernández explica que dicha emisora se financiaría de la misma manera en que lo hace la radio pública en inglés: con donaciones de los propios escuchas.
–¿Usted cree que el público hispano desacostumbrado a esta forma de radio aportaría dinero suficiente para mantenerla al aire? –Sí, porque en una ocasión en que transmitíamos en La Mexicana dijimos que nos teníamos que retirar porque se nos estaba acabando el presupuesto. La sorpresa nuestra fue que el público dijo “¿cuánto hay que poner? Nosotros pagamos para que sigan al aire”. Pero eso no era posible porque la emisora tenía una cierta dificultad con la FCC para recibir donaciones del público. Ahí me pude percatar de que la gente que nos ha seguido siempre en todas las frecuencias estaba dispuesta a soltar unos dólares para seguir adelante con la programación. Ahora la situación se ve más propicia porque ya somos más, hay más interés de parte de las fundaciones, hay más sensibilidad de parte de los líderes comunitarios. Los políticos
también ya se percataron del efecto de la radio. Además, la nueva oleada de inmigrantes ya llega exigiendo más. Creo que todos saldríamos ganando. La comunidad hispana de Chicago se merece ya una radio que respete su inteligencia. Si al público se le presentara este tipo de radio podría tener de donde escoger. Tendría la alternativa de decir “ya me aburrió escuchar banda o narcocorridos, ahora voy a escuchar esto”. –Esto sería un desafío a la imagen que se tiene del escucha hispano. El hecho de que la mayoría proviene de un medio rural y tiene baja escolaridad crea un prejuicio que menosprecia a esa gente al creerla incapaz de entender otra cosa. –Ese público rural nosotros lo tuvimos en la radio, y pudimos corroborar que el hecho de que ellos vinieran de una ranchería no les quitaba capacidad ni inteligencia. Había nada más que guiarlo. Una manera de hacerlo era el programa que producíamos de “Corridos y Canciones”, donde ellos encontraron eco. Entre críticas y observaciones, a ese público lo llevábamos a lo que queríamos decirle sobre la superación sin tener que usar un lenguaje muy florido. Al público si le sabes llegar de manera franca y no ofensiva, que le pueda despertar el interés, lo tienes de fiel oyente. Lo pudimos comprobar porque el público que escuchaba por las mañanas “Corridos y canciones” era el que nos escuchaba en las tardes y eran dos conceptos diferentes.
Los monopolios Alfonso Hernández no es ajeno a la preocupación que corre entre diversos sectores ciudadanos ante la inminente fusión de los gigantes Univisión y Hispanic Broadcasting Corporation (HBC), que controlaría el 67% de emisoras de radio y televisión a nivel nacional. Como es ya sabido, estas corporaciones no ocultan su afiliación al Partido Republicano y a las causas más conservadoras, lo que derivará en un control más estricto de la información que circula y en una constante manipulación de la opinión pública. “Es preocupante lo que se nos viene. Vamos a tener un retroceso. Ahora fusionados radio y televisión va a ser muy difícil, yo no lo veo positivo para el desarrollo de la comunidad. La compañía discográfica que tiene Univisión va a tener dónde presentar a sus estrellas en radio y televisión. Van a proteger sus intereses y van a darnos más de lo mismo.” Esto lo trae de vuelta a la única opción que vislumbra: la creación de una frecuencia pública. “Hay por ahí dos o tres hombres de empresa que están alerta y en eso estamos” dice. “Así no tendremos que arrebatarnos a los patrocinadores, ni andar detrás de ellos. Es durísimo competir con las grandes empresas; cada empresa tiene su cuerpo de vendedores bien establecido, y para nosotros, que no sabemos más que el uso de la radio, tener que cumplir varias funciones es a veces un poco complicado.” Nacido en Monterrey, Nuevo León, al norte de México, Alfonso Hernández estudió la carrera de Leyes, pero la dejó pendiente porque “vientos alisios me trajeron a Chicago y la fortuna me puso frente a un micrófono”. Su experiencia de la radio viene de 1978, cuando era broker de los escasos programas en español que había. Ya en 1979, bajo la iniciativa de Jorge Infante le tocó ser parte de la primera difusora en español que emitía las 24 horas en FM, la mencionada Radio Ambiente. En esta emisora dio vida y apogeo a “Todo en Domingo” que de dos a seis de la tarde –y a veces hasta las ocho– cubría cine, teatro, política, ciencia, gastronomía, geografía, etcétera.
“Empecé a maquinar la idea de poner al público a participar y a convocarlos a que se convirtieran en reporteros ciudadanos. Y fue tanta la respuesta que de ese grupo surgieron nuevos compañeros que se agregaron a la radio. La gente me llamaba de Wisconsin, de Michigan. Tenía yo reporteros que me estaban reportando algún accidente. Enlazamos a los traileros. Después yo retaba al público a que buscaran en su fonoteca a ver si tenían algún disco que nosotros no tuviéramos, y la gente tenía unos temas increíbles. Le empezamos a poner ‘lechugas ecológicas’ a esa música que no era muy comercial y que estaba en
desuso porque las emisoras dejaron de tocarla. Por allí me salía un oyente con un tema antiquísimo. Fíjese nomás el poder de la radio: Que el oyente se tomara la molestia de ir a desempolvar un disco LP, ponerlo en su tornamesa, poner el teléfono en la bocina del tocadiscos y escuchar la canción a través de la radio. Se oía el gis del disco, un 78 r.p.m.”
Nuestra capacidad de elección Su programa pasó por diversos estadios y formatos. En 1987 hubo una pausa, cuando Hernández dejó Radio Ambiente. Después lo reanudó por un corto periodo de tiempo en La Mexicana, luego en La Tremenda, hasta que ya en 2000 fue obvio que los directivos de la estación no tenían interés en sostener este espacio. Hernández se entusiasma recordando el programa, cuenta con orgullo un sinfín de anécdotas: “Llegamos a tener una charla con un profesor de la Universidad Complutense en España, aquí en el estudio tenía al profesor Alberto Híjar y en México a Homero Aridjis, y era una triangulación extraordinaria. Tenía a Miguel Ángel Martínez que era director del Instituto Cervantes. Era una tertulia tal que Miguel Ángel decía ‘¡cómo es posible Alfonso!’. Esa es la radio donde la frescura juega un papel importante. No una radio mecánica de disco-comentario-comercial. Por ejemplo, tocamos un disco de Virginia López y después nos comunicamos con Virginia que ya prácticamente estaba abandonada por todos, nadie se acordaba de ella. De pronto se da cuenta que en Chicago estamos tocando Cariñito azucarado y que el público habla con ella. Fue lo máximo para Virginia.” Hernández tiene anécdotas para llenar un libro, y todas las cuenta con un entusiasmo contagioso, como aquella “puntada” de tener a Aldo Fernández, hijo del célebre cronista deportivo Ángel Fernández desde París, narrándole el gol de Luis Hernández en vivo por el celular. “Llegamos a entrevistar a Juan Rulfo” dice, “él estaba asombrado, decía ¿cuántos mexicanos hay en Chicago? ¿Con ese frío ustedes están allá?” Es inevitable preguntarle a don Alfonso por el rating, los niveles de aceptación efectiva que tuvieron. A esto contesta que su mejor indicador fue el teléfono. La cantidad de llamadas que recibían de gente de los oficios más disímbolos, lo mismo un trailero que un académico, era impresionante, asegura, y reafirma: “No me cabe la menor duda que se cometió un grave error al menospreciar el trabajo periodístico de la radio cultural. Creo que todas las ciudades, todos los países, se merecen un espacio.” Ante la homogenización propuesta por los conglomerados que imponen su oferta, el proyecto que acaricia Alfonso Hernández se antoja urgente. “Tomará un poco de tiempo, pero se va a dar.” –¿Será devolverle al público su dignidad al devolverle su capacidad de elección? –Exactamente. Lo que hay que hacer es tirarle a este proyecto. Hay muy buena voluntad de parte de los compañeros de la radio pública en inglés y esperamos solucionar algunas cosas que tienen que ver con frecuencias y que la FCC autorice todo esto. No hemos perdido el tiempo, y nuestros compañeros y yo estamos deseosos de regresar a hacer esa radio que hace rato le debemos a Chicago.
Scream, acrílico sobre lienzo, 2003
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La prensa hispana: Entre la publicidad y el periodismo Raúl Dorantes y Febronio Zatarain
pesar del surgimiento de la radio y la televisión, el medio de comunicación más importante para que una comunidad reflexione sobre sí misma ha sido y sigue siendo la prensa. Hoy en México nadie duda del gran papel que han jugado la revista Proceso desde 1976 o el diario La Jornada desde mediados de los ochentas para que se dieran los cambios democráticos. Lo mismo podemos decir del diario español El País en la época posfranquista, publicación que contribuyó al fortalecimiento de una sociedad democrática y plural.
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Por ser precisamente un medio de formación y reflexión, el derecho a estar informado debe ser considerado como un derecho político de los latinoamericanos que vivimos en Chicago; y no nos referimos solamente a la información de lo que sucede en nuestros países sino sobre todo a lo que acontece día a día en nuestras propias comunidades. Para quienes hemos venido de países como México, Colombia, Argentina, Chile, etc., la lucha por la democracia pasa también por hacer efectivo el derecho de la sociedad a estar informada, con todo lo que ello representa. Es decir, la democracia implica que los ciudadanos –y en nuestro entorno los que no son ciudadanos también– recibamos información veraz, imparcial, objetiva, plural, respetuosa de los derechos humanos y de las garantías individuales. En Chicago hemos visto que tanto nuestros dos principales semanarios (¡Exito! y La Raza) como las decenas de publicaciones de menor tiraje, todavía no se hallan cerca de realizar un periodismo sostenido y serio. Continúa habiendo, por desgracia, una actitud apologética hacia todo lo “latino” o “hispano”. Obviamente, eso ha contribuido a que esta comunidad lingüística (que en la zona metropolitana casi llega a los 3 millones) no se desarrolle en términos intelectuales y creativos. Nuestros semanarios con frecuencia se reducen a redactar notas que contienen información que ya escuchamos en la radio y en la televisión. Lo lógico sería que en sus páginas predominara el reportaje, la crónica, las reseñas y los análisis informativos. No estamos hablando sólo del análisis de problemas netamente políticos sino también de los diferentes aspectos de la vida cultural de los latinos. Al recorrer sus páginas, el lector bien puede llevarse la impresión de que es más importante la venta de publicidad que el periodismo. Entendemos que un periódico necesita de la publicidad para su subsistencia, pero en nuestros semanarios pareciera que el fin son los comerciales y el medio es el periodismo. Por esta razón, uno siente que las páginas igual se pueden llenar con una columna de Jorge Ramos, o con un artículo del cáncer de colon, o con un anuncio o reseña del último libro de María Antonieta Collins. La prensa hispana se ha olvidado de que tiene una responsabilidad social. Y creemos que ya es hora de que el interés comercial deje de ser el que marque el ritmo de nuestras publicaciones. La comunidad hispana merece ser tratada como un grupo social con mayoría de edad, un grupo que sabe reconocer entre lo que es el buen periodismo y lo que es simplemente un vehículo publicitario. Los dueños de ambos semanarios deberían estar dispuestos a invertir en la formación y contratación de periodistas. Eso de ningún modo pondría en riesgo su cuantiosa cartera de anunciantes; por el contrario: si hicieran buen periodismo, incrementarían su tiraje. Y al haber mayor tiraje, obviamente más atractivos serían para las empresas anunciantes. De La Raza no hay mucho que decir por una sencilla razón: el abarrotamiento de anuncios, de hojas de cupones y de cuadernos publicitarios hacen prácticamente imposible que el lector llegue a sus notas periodísticas, a sus columnas o a sus editoriales. Si el lector recoge un ejemplar de La Raza con la intención de enterarse de lo que ha pasado en la semana o de leer una columna de opinión, el amontonamiento al que se enfrenta lo hace que se olvide de su propósito después de haber pasado las primeras tres páginas. ¡Exito!, en sus más de diez años de existencia, no ha llegado a ser el órgano periodístico que nos invite o que nos dé elementos para reflexionar sobre nosotros mismos como comunidad social, política y lingüística. Sin embargo, hay algunas excepciones: la serie de reportajes de Jorge Luis Mota en torno al caso de la niña Ana Esparza, logró influir sustancialmente en las políticas de salud hacia los niños indocumentados que requieren un trasplante de órgano. De la misma manera sobresale la serie titulada La travesía de Enrique, jovencito hondureño que a lo largo de dos años, enfrentando vejación tras vejación, cruzó varios países para reencontrarse con su madre en los Estados Unidos; el caso de Enrique –se deduce de dicha
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serie y de algunos reportajes televisivos recientes– se ha vuelto, trágicamente, la norma de cientos de niños y jóvenes centroamericanos. Uno de los puntos débiles de ¡Exito! es que no realiza un periodismo con rigor sostenido semana tras semana. En la edición del pasado 17 de julio, ocupó la primera plana el montaje de una matrícula consular mexicana y sobre dicho montaje la palabra “falsificada”. Al interior se publicaba un reportaje sobre las supuestas matrículas consulares falsas halladas en el barrio La Villita. El reportero armó la nota a partir de rumores, pues nunca tuvo en sus manos una copia de esos documentos. Sabemos que en situaciones tan delicadas como ésta, la responsabilidad es sobre todo de la dirección del semanario por no haberle pedido al reportero que verificase su información, más aún tratándose de la noticia principal y por tratarse del único documento oficial con el que cuentan cientos de miles de mexicanos. La reacción de enojo de los clubes de oriundos fue inmediata, lo cual nos lleva a pensar que el periodismo que leemos se ha quedado rezagado con respecto a la comunidad a la que dice servir. Aquí es importante señalar que el periódico, en el editorial de la siguiente semana, reconoció su error y pidió disculpas. Sin embargo, ¿era necesario que el ¡Exito! hiciera un recuento de sus logros periodísticos desde su propia perspectiva? Es necesario recalcar que ya es hora que la comunidad hispana sea tratada como una comunidad adulta. En lo cultural llama la atención que todo sea bueno en las páginas del ¡Exito! y de La Raza, trátese del Festival de Cine Latino o del Festival Del Corazón o del Festival de Teatro Latino que acaba de pasar. Cada una de las instituciones que organizan estos eventos son edificios que hay que cuidar; y precisamente para que no
se caigan ni se deterioren hay que señalar oportunamente sus cuarteaduras. Por ejemplo, el Festival de Cine ha crecido cuantitativamente a lo largo de 19 años y es sin lugar a dudas el más importante en su género en todas las Américas; sin embargo, nuestra comunidad todavía no se caracteriza por haber desarrollado un criterio cinematográfico. Basta ver las películas que el público elige como ganadoras. Esto claro, es una responsabilidad del Festival, pero sobre todo de los medios, que no se han preocupado por elaborar textos que vayan más allá de las sinopsis y de las estrellitas. Nuestros semanarios se han olvidado que la crítica (cinematográfica, en este caso) no sólo retroalimenta a la institución sino a la comunidad misma. Recordemos, por último, que para hacer buen periodismo no se necesita más dinero ni más infraestructura que la que ya tienen La Raza, ¡Exito! y algunas otras publicaciones.
The discussion, acrílico sobre lienzo, 2003
Prensa hispana en Nueva York Entrevista con Miriam Ventura Jochy Herrera Miriam Ventura es periodista dominicana residente en Nueva York. Recibió el premio de periodismo Rafael Herrera en 1988. Es directora ejecutiva del proyecto Bohemia Arte Vivo y se desempeña como coordinadora del Consejo Consultivo de la Casa de la Cultura Dominicana en Nueva York.
¿En qué situación se encuentran los medios de comunicación en español en Nueva York? Se puede decir que la mayoría de los medios hispanos de los Estados Unidos prosperan económicamente por el crecimiento de la población, pero no responden de una manera adecuada al reto periodístico que les presenta esta mezcla de comunidades y culturas a la que dicen representar. Ahora estamos viviendo la época de la monopolización de los medios. Y donde hay concentración de medios, hay mordaza, hay censuras, hay omisiones, hay silencios. Los medios hispanos pues, también se enfermaron de muerte al concentrarse la radio, la televisión y los periódicos de mayor tiraje en manos de unas cuantas empresas. En Nueva York, por ejemplo, los canales de cable 41 y 47 pertenecen a Intravision Communications, que además es dueña del diario La Prensa, de la revista Urban en español y de algunos canales regulares de televisión. El periódico Hoy se arma con el reciclaje noticioso del Newsday, que a su vez pertenece a otra compañía. Y si vamos a la radio, es la misma historia. Al margen, hay una gran cantidad de periódicos gratuitos; por desgracia, de todos juntos no se hace uno. Pero debo señalar que hay medios alternativos en las distintas comunidades, y mucha gente se inclina por esta opción. ¿Qué diferencias encuentras entre la prensa hispana neoyorquina y la prensa de los países de origen de los inmigrantes latinos? No podría contestar a cabalidad esta pregunta porque no conozco la prensa de todos los países hispanoamericanos. Sí puedo decir, sin embargo, que en muchos de nuestros países no se presentan los modelos que aquí operan; es decir, no existe ese maridaje tan marcado entre los medios con los sectores económicos y los sectores políticos. Esto hace del quehacer periodístico en los Estados Unidos un juego de entradas y salidas determinado últimamente por el patriotismo. En nuestros países existe una línea: ceñirse a la verdad, reportar lo que ves caiga quien caiga. Ello determina que el periodismo de investigación se asuma como una vocación. Este tipo de periodismo se convierte cada vez más en una necesidad vital para el desarrollo político y social. Ese es su rol en nuestros países, a pesar de que no existen legislaciones que regulen el derecho a la información. En los Estados Unidos es diferente. Y dicha diferencia está determinada por la forma en que se cubren las fuentes y la distribución sectorial de la noticia. Un periodista dominicano del Newsday tiene casi vedado elaborar notas a partir de algo que ve o conoce de su comunidad; tiene que pasarle la información al periodista que cubre el área. En los medios hispanos grandes se puede infligir la ética justamente por el efecto contrario. Regularmente los diarios La Prensa y el Hoy-Newsday, que son los más grandes del área, tienen gente de la propia comunidad para cubrir las noticias: un colombiano para el área de los colombianos, un dominicano para los dominicanos, y así sucesivamente. Esto provoca una especialización un tanto forzada del periodista en una comunidad equis, lo perpetúa y lo circunscribe a ella. Y por tanto en el reportero recae toda la responsabilidad noticiosa de esa comunidad. Estas son algunas de las diferencias metodológicas que también se dan en los medios anglos. Incluso esto puede explicar el caso del periodista Jayson Blair, de The New York Times, aunque no sé con qué frecuencia sus historias se situaban en comunidades afroamericanas. Pero volviendo a los editores latinos de los medios grandes, si estos como editores se tomaran un momento para visitar los vecindarios antes de asignar a un profesional, si estos constataran realmente cuál es el vínculo de ese corresponsal o periodista con dicha comunidad, se evitarían muchos errores. En ese contexto, ¿cómo es la dinámica entre el periodista y las noticias de “allá” y el periodista y las noticias de “acá”? En el caso particular de los corresponsales dominicanos de aquí no existe. Muchos sólo se limitan a recibir un salario pírrico por enviar una que otra nota a la semana; sin estímulo económico, no es mucho lo que hacen, pero los inversionistas
Untitled, acrílico sobre lienzo, 2003
o dueños de los medios en la República Dominicana son los responsables. Tienen corresponsales para llenar un hueco y en algunos casos para justificar publicidad, de modo que esa dinámica para mí es casi inexistente. ¿Crees que exista un periodismo crítico en español en Nueva York? Que se deje traslucir en los medios hispanos de mayor circulación, realmente no. Estos medios están llenos de caras de televisión o de comentaristas de opinión cuyos puestos son un tipo de toquismo a ultranza para llenar el hueco de una comunidad equis. Te puedo decir que uno de los dos medios más grandes en español tiene una enorme gama de “opinadores”, pero muy pocos son realmente profesionales del periodismo. Porque mucha gente confunde los postulados de la Quinta Enmienda; creen que al levantar su voz hacen periodismo y que eso es libertad de expresión. ¿Cómo enfocarías el reciente escándalo editorial de The New York Times, sobre todo en lo que se refiere a la ética periodística de los grandes diarios, su credibilidad, etc.? Para mí no es nada del otro mundo. Más que inclinarme por despedazar a Jayson Blair, preferiría preguntarle a los editores de The New York Times por qué tardaron tanto en descubrirlo. Este caso demuestra que aún en los diarios con una tradición periodística sólida se pueden cometer infracciones graves. A veces depende de la empresa y a veces del periodista involucrado; en el caso de Blair fallaron ambos ingredientes. Pero el hecho de que, aunque tardíamente, haya sido denunciado en el mismo diario, le da cierta credibilidad. Hará unos tres años, leí Los cinco escritos morales, de Umberto Eco, y allí aprendí mucho sobre The New York Times; pude comprobar gráficamente lo que dice Eco de este diario y dejé de considerarlo importante dentro de los medios anglos. Prefiero a The Nation o The New York Observer.
En Chicago, los dos semanarios en español más importantes tienden a verse más como medios publicitarios que periodísticos, con mucho énfasis en los espectáculos. ¿Difiere en esto la prensa hispana de Nueva York y de qué manera? Hay un medio que trafica con la cultura; se vale de veladas culturales, de tertulias y de intercambios con librerías para promocionar. También se vale de la lista de los libros más vendidos, y todo mediante acuerdo con los editores del medio. Rara vez encontramos en sus páginas verdaderos textos literarios o por lo menos a escritores con camino recorrido. Hay otro medio que se va al otro extremo, nunca presenta a un nóvel, siempre son los consagrados. Imagínate este titular: “Isabel Allende celebra la adquisición de su ciudadanía americana”. ¿Y a quién le importa eso? Cientos de casos ocurren en que mexicanos, dominicanos, colombianos, cubanos, etc., reciben su ciudadanía sin tanta alharaca. Pero la representante de esta escritora pacta con el medio. Y ahí esta el amarre. Puedo decir que existe más o menos una misma visión en el mundo del espectáculo, sólo que con diversos trajes. ¿Hay alternativas para que el periodismo local en Nueva York se mejore? Sí que la las hay, pero será sólo cuando las comunidades se den cuenta que el periodista es otro ser humano y no un dios al que no se le puede tocar, que el medio es una empresa que debe garantizar algunas ventajas para la comunidad. Será cuando nos tomemos en serio la ética y cuando los medios ecuánimemente redistribuyan mejor el negocito que es hacer y vender periódicos. Será cuando no sólo los editores, sino los periodistas, las empresas, el político y el profesional entiendan que el periodismo de opinión bien realizado tiene más fuerza para el cambio que las simples noticias.
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A veinte años de Mariel En 1980, más de 125,000 cubanos abandonaron su país de origen para emigrar primordialmente a los Estados Unidos. A este éxodo se le conoce con el nombre de Mariel. Tres años más tarde, un grupo de escritores que formó parte de dicho éxodo saca la revista Mariel, con el propósito de hacer un arte más allá de lo "doctrinario" y de lo "mercantil". En total publicaron 8 números. El pasado mes de abril se cumplieron veinte años de la aparición del primer número de Mariel, y contratiempo se une tardíamente a la celebración dando a conocer el trabajo de algunos de sus colaboradores.
Soneto René Ariza Qué trampa tan bien hecha nos han hecho que somos el ratón y la carnada, la pared y la punta de la espada, el embudo y su cono más estrecho. Qué modo de torcernos tan derecho: a un mismo tiempo crimen y coartada (Se escucha por la atmósfera enlutada un ronronear de gato satisfecho. Y un grito que penetra por el pecho y un dolor de pared ensangretada; y un veneno que a gota destilada baja a la ancha miel, de otros provecho.) Qué trampa tan bien hecha y adornada con nuestro propio estilo contrahecho.
Rolando Morelli
Para Pablo Labañino, palmasoriense, en Suecia
A mucha insistencia de su mujer, Leandro acabó por echarse de la cama, tal y como estaba, en calzoncillos. Descalzo y sin camisa salió al portal de la casita, machete en mano. Una luna total ocupaba el centro del firmamento estrellado, sin nubes casi. Canelón ya no ladraba, y Leandro pensó contrariado, en la exasperante agudeza que había tenido la voz de su mujer. –Viejo, cuidado con el relente –volvió a decir ella desde su distancia, unos pasos por detrás del marido–. No vayas a enfermarte. Debiste ponerte una camisa aunque fuera. De repente, frente a ellos, bañados por el fulgor de la luna llena apareció un grupo de unos veinte individuos cuyas facciones se percibían sólo a medias: angulosos, duros; relieves que parecían devolver la luz que la luna les arrojaba. El llanto de una criatura rompió de repente el silencio, y detrás, como si esperara por ella se abrió paso una voz de hombre. –No haiga cuida’o compay. Somos gente buena que vamos de paso. Tenemos dos niños de brazos, y tres más que apenas pue’n caminar. Llevamos dos días andando, casi sin parar. –Venimos desde Mayarí Arriba –dijo ahora una de las mujeres con un niño pequeño en brazos–. Ni agua hemos toma’o. La que traíamos, se la dejamos a los muchachos. –Estamos muertos de hambre y de sed –dijo otra. Las voces se habían multiplicado ahora, pero con todo no alcanzaban a ser sino apenas un murmullo. –Antes de ustedes pasaron otras dos familias –dijo ahora Leandro–. Les dimos de lo que teníamos. Nosotros tampoco tenemos mucho, no crean. –Cualquier cosa nos vendría bien, compay. A lo mejor les quedan unos boniaticos, una yuquita cualquiera. Lo que sea, compay. ¡Pa’ llegar! –Agua, podemos darles toda la que necesiten. Hasta para llevar si quieren. Pozo tenemos –dijo ahora Irma, colocándose al lado de su marido–. Y unas guayabas pa’ engañar el estómago hasta que lleguen a donde vayan. Yo misma las recogí de las matas esta mañana. Son buenas guayabas, y están maduras. Las mujeres se separaron del grupo con sus niños, y siguieron a Irma alrededor de la casa hasta una especie de anexo de techo muy bajo, hincado en la tierra. Contra lo que esperaba, Irma encontró la puerta sin asegurar. –Condena’os muchachos –dijo, con un poco de fastidio en la voz–. Se meten aquí con sus juegos y sus cosas, y después se olvidan de cerrar la puerta. Mira que se los tengo dicho, pero ellos lo mismo que
Untitled, acrílico sobre lienzo, 2003
si les hablara a la pared. ¡Menos mal que aquí no hay nada que valga la pena, que si no...! El olor de las guayabas llenaba el recinto, y era lo mismo que el claro de la luna, su envés dulce y tibio. A la luz que ahora penetraba por la puerta abierta, Irma divisó el saco de las guayabas. –Esto es lo único que tenemos pa’ ofrecerles –dijo ahora, sintiendo vergüenza de aquello que decía. Las mujeres y los niños se apoderaron del saco, y allí mismo comenzaron a devorar las guayabas con fruición, una tras otra. Los hombres aparecieron también, y echándose por el suelo, como habían hecho sus mujeres se pusieron a comer también. Uno de los niños de brazo lloraba incesantemente, mientras su madre, –apenas una muchacha–, comía echada hacia adelante sin prestarle atención. Irma le pidió que le pasara a la criatura y ella lo hizo sin dejar de tragar. –Arroz les puedo hacer un poco. En la casa no tenemos otra cosa, pero ustedes son los que más lo necesitan. Nosotros no vamos a ninguna parte. El agua de arroz es buena para las criaturas. Cuando yo era chiquita, eso era lo primerito que nos daban..., pa’ entonar el estómago. Leandro volvió con los pantalones puestos, pero aún sin camisa. Canelón no
respondió a sus reiterados llamados, y Leandro se preguntó contrariado dónde andaría el animal. De un tiempo a esta parte, parecía otro. Tal vez se tratara de los años, pero vejez o sinvergüenzura, ya le enseñaría él una lección en cuánto asomara el hocico nuevamente. Irma había puesto el arroz a cocinar cuando entró Leandro en la cocina con el pollo descogotado debajo del brazo. –Alaba’o, viejo –se lamentó Irma, cuando él puso sobre el mostradorcito de azulejos la presa–. ¡Y yo que lo estaba dejando pa’ cuando más falta hiciera! –Ahora es cuando más falta hace. Irma guardó ahora un silencio hosco, pero al rato ya se le había pasado la contrariedad, pensando en el atracón de arroz con pollo que se darían sus huéspedes. Los muchachos fueron los primeros en comer. Irma les fue sirviendo de uno en uno y el hambre que llevaban parecía tan afincada y definitiva en ellos, que las criaturas se atragantaban con los bocados humeantes y seguían tragando. Irma no decía nada de aquellas cosas que súbitamente le afloraban al pecho, porque no habría sabido de qué modo hacerlas coherentes. Después de comer, y de arrancarle al caldero las raspas del arroz con pollo
para el camino, los viajeros se despidieron con infinitas expresiones de agradecimiento y se pusieron nuevamente en camino. Irma y Leandro no pudieron volver ya a conciliar el sueño. El alba vino pronto y los sorprendió despiertos. –Ya en este país de nosotro’ se acabó to’ –dijo por fin Leandro, que había dado al cabo de mucha breña con el confuso hilo de su pensamiento–. Ya ni vergüenza, ni na’... –Cuida’o viejo, con las palabras que se dicen –se sintió obligada a la caución la mujer, que también sentía de modo parecido–. ¡Qué en boca cerrá, no entraron moscas! Esa mañana el café les pareció desabrido como nunca antes les había parecido. Irma se echó hacia atrás el mechón de pelo que le caía sobre los ojos y se disculpó por lo que le parecía imperdonable. Canelón no respondió tampoco a los silbidos que desde el patio trasero de la casa le prodigaba su amo. –Ése debe andar porahi enamorisca’o de sus perras. Las del compay Utrera siempre están pidiendo su perro que las contente –dijo ahora Irma, para explicarse más que para explicarle al marido la desaparición de Canelón. A mediodía, cuando Leandro volvió del trabajo para almorzar alguna cosa, encontró que su mujer no estaba en la casa. Sin calentarlo, se sirvió él mismo el almuerzo que Irma le dejara preparado, y se dispuso a salir nuevamente para el pueblo en su viejo pisicorre. Un círculo de auras tiñosas que giraba en el cielo descubría la procedencia del olor a carroña que ahora se sentía. Guiado por un presentimiento, Leandro se bajó de la camioneta y se adentró en la maleza. Sin que le quedaran dudas, supo de una sola vez que aquellos restos eran los de su perro Canelón. Apenas un montón de vísceras que se disputaban ferozmente los buitres, a picotazos. Y por si pudieran caber dudas, la cabeza segada en cuyos ojos entraban los más pequeños con sus garras y picos. Una guámpara herrumbrosa y rota, abandonada allí, decía de qué muerte había muerto Canelón. Leandro sintió pena de él, y un vago remordimiento por haber pensado mal del animalito lo embargó. –Ya en este país nuestro se acabó to’ –dijo, y le pareció al decirlo que la palabra “to”’ lo resumía y abarcaba absolutamente todo, hasta aquello que no hubiera sido capaz de expresar, o tal vez incluso de sentir.
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Region of Chimborazo, Equator, 1998
Del 26 de julio al 28 de septiembre, el Chicago Cultural Center mantendrá en exhibición la serie Migraciones, que consiste de 320 fotografías del reconocido artista brasileño Sebastião Salgado. Para hacer un recorrido por su obra, pocos tan oportunos como el autor del siguiente texto.
Juan Villoro Ningún drama ocurre sin testigos; incluso en altamar alguien contempla los desastres: cuando el barco ballenero naufraga, Ismael se aferra a un trozo de madera y sobrevive para contar el espumoso combate con Moby Dick. El testigo de cargo casi siempre está ahí forzado por las circunstancias, con un sincero deseo de irse a otro lado, de abandonar esa intemperie donde la sopa es una taza de zinc en la que cae la lluvia. El lugar de la tragedia suele tener pésimo clima. Después de los hechos, en el humo que empeora más la atmósfera, se descubre que alguien tuvo el heroísmo de no cerrar los ojos. El sobreviviente se convierte en vigía; lleva dentro lo que atestiguó. Sebastião Salgado pertenece a la escuela de la última mirada: ve por excepción. Sin embargo, no busca frentes de guerra ni explosiones tremendistas; persigue algo más sencillo y dramático: la aventura de la necesidad. En la más célebre de sus series fotográficas, El trabajo del hombre, registra oficios duros donde la mano aún sirve de instrumento primordial. La tecnología es precaria, casi adversa, en esos escenarios del esfuerzo. Acaso sus personajes pertenezcan a la última generación que enfrenta la naturaleza a puñetazos y acepta la posibilidad de perder sin remisión ni venganza.
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Salir de pesca, reparar un pozo petrolero, hacer cubiertos con el casco de un navío, buscar pepitas de oro en las cavernas son para los protagonistas de Salgado formas normales de vivir de milagro. En “El narrador”, Walter Benjamin comenta que, a medida que hace compartibles sus productos, sus modas, sus valores, la sociedad industrial normaliza el sentido de la experiencia y transforma en rutina lo que antes implicaba una esquiva peripecia. Obtener comida o trabajo se vuelven trámites de supermercado o sindicato. Las posibilidades de narrar disminuyen cuando lo diario no depende de olfatear el viento cargado de olor a venado, del duelo fatal o del trance religioso, sino de cumplir con un horario. Salgado ha vuelto la mirada a las orillas del progreso, zonas de alta narratividad donde amanece sin desenlace previsible. Su área de competencia es la parte iluminada de la Tierra, el día que reclama un arriesgado afán. Si en El trabajo del hombre se ocupó de las cosas imprescindibles que las manos hacen por desesperación, en su nueva serie, Migraciones, Salgado se concentra en los trabajos forzados de los pies. Para el escritor sudafricano Breyten Breytenbach, las experiencias culturales más significativas de la era son la bastardía y el nomadismo: la forma en que se mezclan y trasladan las historias. Para el autor de Las confesiones auténticas de un terrorista
albino, la refutación de las fronteras representa un acto de resistencia, una necesidad convertida en programa. Los nómadas de Salgado están lejos de este ideal; no pueden decir, como Stevenson: “viajo para ir”. Su errancia es el bautizo de fuego para la subsistencia. Algunos deambulan por África durante seis años tratando de llegar a Europa y confiesan sin dramatismo que volverían a repetir la travesía si fuera necesario. Quizá algún día pasen a formar parte de los nómadas voluntarios, asumidos, que preconiza Breytenbach. Por ahora, son pies que escapan de sí mismos. A propósito de este tema, Ryszard Kapuscinski le comentó a Ricardo Cayuela en Letras Libres: “La emigración es la combinación de la esperanza humana y el movimiento. La esperanza se realiza a través de la noción del movimiento... El Tercer Mundo, de manera subconsciente, cambió de estrategia: en lugar de confrontar, infiltrar”. Los hombres sin papeles que se adentran en Europa y los Estados Unidos ponen en escena una paradoja: son necesarios pero pueden no serlo; deben llegar sin derechos para quedarse. Como en un extraño videojuego, el azar y las destrezas personales deciden el asunto: la patrulla fronteriza tiene una oportunidad de captura; si falla, el oponente permanece en el reino. Europa y los Estados Unidos han elegido la migración accidental, la lógica del videojuego. El temerario cruce de fronteras cobra vidas y la población que escapa al control estimula la xenofobia. Comienza el siglo de los infiltrados, los habitantes de sombra que, al modo de los cocineros chinos, morirán sin acta de defunción ni pruebas de haber llegado. Un fotógrafo puede amar los objetos de cerca o de lejos, componer la realidad o desordenarla, privilegiar las tinieblas o las claridades. Cuando se trata de un maestro, sus instantáneas trazan una gramática, un estilo de conjugar la luz. Atget y Álvarez Bravo revelan la perturbadora intimidad de los enseres comunes; Nadar y Avedon, los mensajes que la vida deja en los rostros; Adams y Weston, las posibilidades de dibujo de los árboles y los caracoles. Salgado pertenece al modo épico de la mirada. Sus piezas son acciones detenidas; una tensa dinámica
explica a los protagonistas, no con la urgencia del fotorreportero que caza una noticia, sino con la suspendida eternidad del poeta que hace del olvido una noticia. Ninguno de sus personajes lo era antes de ser fotografiado; Salgado no se limita a documentar: estamos ante un caso de realidad acrecentada, donde lo ya sabido encarna en situaciones únicas... Un joven mira por una rendija de la barda que separa México de los Estados Unidos, hecha con desperdicios de la “Tormenta del desierto”; esa falsa cerradura mide el tamaño de la esperanza. La barda cumple un propósito simbólico más que utilitario: es fácil de escalar pero tan horrenda que anuncia las penurias que se padecerán al otro lado... Una lancha salvavidas invierte sus funciones y cumple la misión suicida de llevar a 27 marroquíes... Un alambre de púas, intrincado, confuso, semejante a las órbitas de los planetas en la astronomía medieval, indica que de ese lado están los serbios... Un campo de 350,000 refugiados en Tanzania parece darle la razón a Kapuscinski: “la principal actividad de África es la espera”... Un camión vietnamita transporta un mueble con un corazón que sobrevivió al napalm, azaroso emblema de que todo lo que dura es sentimental. En uno de sus pasajes más sugerentes, Bruce Chatwin refiere la historia de un blanco en África, sorprendido de que los cargadores de su expedición se detuvieran sin motivo aparente. “¿Qué sucede?”, preguntó. “Están esperando que sus espíritus los alcancen”, respondió el guía. En las migraciones, la caravana no se detiene a descansar. Desplazados: gente sin nombre, geografía, rostro definido. ¿Es posible construir un espacio para las identidades, las memorias, la vida que quedó atrás? ¿Hay modo de recuperar el flujo que al caminar pierde sus huellas? Las fotografías de Sebastião Salgado son la escala maestra donde los fugitivos se detienen. Abran los ojos: ya llegan sus espíritus. ___________________________________________________ contratiempo agradece al cónsul para Asuntos Culturales del Consulado General de México en Chicago su apoyo en la publicación de este texto.
Southern Vietnam, 1995
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Ermita del Señor de la Piedra, Praia de Miramar, Portugal (foto de Reinaldo García Ramos)
Señor de la piedra Reinaldo García Ramos Para Isel y Victoria, que me acompañaron
Sal y horno, pero la sal desaparece; luego la suave y blanca masa no resulta incomible, al contrario, pruébelo usted, amigo, está dorado y muy jugoso
allí había cosas que yo mismo había escrito, pero no lo sabía, qué sorpresa ¿cómo se llamaba aquel poeta despreciado? no lo sé, estoy seguro, te lo digo otro día Recordaba su sombra, pero no su sonido
los comensales descubrían las trampas del sabor, recorrían las piruetas del fuego el que servía miraba con ese suave afán y se alejaba, discretamente comentaba con los otros, pero trajo sus postres con ardor; los comensales disfrutaban, sin lugar a dudas, y Madrid, ah, Madrid resplandecía; lo dijimos y salimos andando, llevábamos gran prisa y los bultos pesaban Recordaba su rostro, pero no su fulgor esa mañana el visitante descendió a los sótanos, vericuetos y escaleras de mármol, el editor abría el camino y conversaba, ojos serenos pero recios tras las gafas de miope
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cargado de libros no esperados me senté allí cerca, Plaza de Bilbao, Madrid resplandecía; el viento se llevaba los restos de mi pan y los raros billetes europeos y allí cerca, como ciegos augures bajo el sol tibio del otoño las muchachas venían a aprovechar su siesta, fumaban y tomaban cerveza; calculaban, miraban, palomas que buscaban, gritos que subían desde los estanquillos, voces tibias esperé al buen secuaz para un café de espejos, con agua mineral y los preparativos de lectura para la nación entre fantasmas, entre los aguerridos y los melancólicos; nos sentíamos lejos pero cerca de los vendavales de la espuma, el asalto de sangre, la isla que duraba
había torres de libros encima de las mesas, los otros, los amigos, los muertos, aplastados en sus cubiertas relucientes; el gran gordo quejándose en sus cartas de que no encontraba las natillas de su abuela
Recordaba su voz, pero no su piel humedecida
bajamos, bajamos con cordura y buena lentitud, reconstruyendo pasillos y misterios, sonaban las llamadas distantes; al anfitrión lo convocaban hermanas invisibles
qué alegría volver, dijo de pronto, a los que conocieron nuestra dicha en la tierra, la fe brutal en los sentidos, la pasión, y retienen la paz de ese rugido en sus estantes de esplendor
pronto vino a cederme pergaminos del reino, los legajos recientes, fuertes obras;
no, por ahí no; qué va, está cerrado, nos podemos perder; hay que preguntar cómo se llega al callejón antiguo, alamedas oscuras, o hasta San Cosme y San Damián; sí, cerca del Prado, por Atocha
¿no eran esas las sillas de aquel sitio sereno? ¿los bancos parecidos que pusieron en el Parque Central, las aceras del hotel Inglaterra?
Recordaba sus ojos, pero no su mirada destruida las escaleras rodantes no funcionaron esa noche, los viajeros huyeron hacia la planta alta, salones relucientes, terrazas y ninguna señal, tiendas selladas donde se habían vendido juguetes y maletas ¿de dónde sale el tren? ¿no es más arriba? no se distraigan, por favor, hay que sentarse a tiempo señora, no lo crea: más arriba no hay nada dense prisa, se cierran todas las puertas con tarjetas llenas de agujeros, el sistema no falla buenas noches, partimos enseguida; tienen tiempo de asearse antes de la cena, dando tumbos, aguántense; pero el vino no llegó a derramarse abandonando Chamartín a su hora pefecta, atravesamos suavemente la basura y el túnel de la historia con la bolsita de mementos; no habrá modo de jugar a las cartas, de ninguna manera; tenemos que dormir, y traspasar esta noche de cera, los cristales con cortinas floreadas, tela barata si las hubo, no se puede ver nada, y el taca-taca de los hierros debajo, andante assolutissimo ¿no pudieron dormir? ¿pero no habían traído los artefactos limpios para los oídos? ah, que maravilla, de un golpe te armabas el silencio, o algo casi igual Recordaba su gesto, pero no su quietud sí, mi amiga, al final del cálido festín y el alboroto te vas quedando con dos o tres pedazos de tu sed, imágenes rendidas, asombrosas; las retienes con fuerza, pero bailan sueltas en el techo como moscas ¿y el conductor ya sabe a dónde vamos? en la madrugada nos llamará sin falta, está previsto; abriremos la estación vacía y los relojes confundidos
las piezas que faltaban en la brusca fiebre de los peregrinos, ofrendas de alimento, amuletos gastados que piden al mar su orden, su demolición en armonía damos una vuelta completa al edificio, subimos a la terraza de las fotos, con el raro diseño, volvemos al punto de partida; detrás estallan las formidables olas contra el filo oscuro de los arrecifes y se repiten otra vez, y se repiten, como en una película estancada Recordaba su grito, su vieja escapatoria, pero no su camino, el helado soplo de sus días tuvimos tiempo de llegar al río delirante, las calles no se abrían; en realidad como un torrente se desarmaban sin entrada, los transeúntes no entendieron, eran muchas palabras de lejanos idiomas y nos lanzamos sin saber, perseguidos del puente; la estructura es de acero, no de piedra, fue útil el aviso, tendrá que soportar el breve peso de nuestros cuerpos impacientes ah, Porto de las canciones, derribado en tu sombra, la vía se estrecha más y más colgando sobre los precipicios nos persiguen la ruina, los gritos del mercado, las últimas astucias de los autos, vecinos detenidos en el atardecer, compuertas oxidadas,
silbatos de mil años, ¿no será aquélla una salida? ¿dónde está la estación reconstruida? ¿en qué barrio andaremos? y esa bocacalle, ésa, ¿a dónde va? ¡no dobles, no dobles, puede ser fatal! señor, escuche, no hemos nacido aquí, ¿a qué hora saldrá el tren que prometieron? ¿qué dice? ¿qué dice? ¿a qué hora, el nocturno, por dónde? por favor, trate de explicarnos, queremos devolver estos fragmentos, poner de nuevo en su lugar las voces comprendidas
Recordaba el olor, los sonidos, la luz, pero no el reclamo de la tierra
Recordaba su boca, pero no su hambre
al final de la playa se alzaba el monumento de la piedra caída, la ermita entristecida; torre vacía y abierta, y los aullidos sepultados
detrás de unos ladrillos escondidos dejamos nuestro auto, la llave estaba ardiendo, los minutos contaban y desaparecimos entre nubes con nuestras ropas polvorientas
fuimos a ver los restos del naufragio sin saberlo, como cortesanos de algún siglo perdido, en lenta procesión, el viento cubría las palabras
el joven policía se volteó a lo lejos, militar, enseguida radiante sobre sus piernas estupendas, ceñido en sus ropajes nos dio gestos para el remolino ennegrecido y despedirnos; su sonrisa quedó en el cristal retrovisor
¿y dónde están los niños? ah, por allá van, al borde de las olas, recogiendo fragmentos de moluscos, los crustáceos del rito, dibujando juegos en su estruendo sagrado ¿pero adónde van? se saben el camino, nunca se perderán en estas dunas tan dichosas ah, tengan presente, no se olviden: sobre los tablones de madera es cómodo avanzar; la arena no entra en los zapatos
obrigado, obrigado ah, ciudad sutil de las canciones, Porto de las raíces, vas sellando tu sol entre paredes movedizas encontramos el andén a tiempo, saludamos; las duchas funcionaron por la magia, cenamos con salmón, la sal y el horno nos mostraron las trampas del sabor y otra vez amigables las piruetas del fuego
Recordaba su risa, pero no esas palabras repetidas
Recordaba su miedo, pero no el olor ansioso de la hierba al concluir no hay mucho sol, es cierto; el calor va retirando su mordisco, pero es temprano aún
para poder dormir entrecruzados en nuestro pasado interminable.
el resplandor proviene de dentro de las rocas, allí, a un costado, al amparo del agua; [Senhor de Pedra, Praia de Miramar, Portugal, octubre de 2002]
desde el orificio en que las reliquias se estremecen, cirios recalcitrantes, huesos iluminados, papelitos manchados, reservas de pavor, avisos
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El problema de Ulises, IV Andrés Reynaldo En las noches de nieve, cuando arden en la hoguera las tablas de las negras naves, yo le pregunto a un dios renuente si he de volver a ltaca. Ya nunca seré el hijo pródigo. Veinte veces la luna llena de febrero ha trazado el camino de plata, pero el remo tiembla en mis manos. He visto las ciudades del magnífico Occidente y poseo los códigos del consumidor en la Edad del Crédito. Para mí ha bailado la reina de Bagdad en un sótano de Amsterdam. Mía es la primera de las utopías y la última de las identidades. Mis hijos se asombran de parecerse a mí. Hoy feacio, mañana quién sabe. Mi rumbo es mi catadura. Encontraréis mi perfil en las rojas vasijas de la Hélade, En los manuales de los departamentos de inmigración y en los archivos de las morgues. Soy Nadie Y me han impuesto arduos trabajos. El dorado vellocino, autoridades legítimas, transacciones confiables, la sabiduría del [espíritu libre: los dones anhelados por el hombre que vive de sus manos tuve que buscarlos allende los mares. ltaca de suaves colinas, tú me arrojaste entre extraños. Humillado y sin derecho a botín había de entrar en el combate con la garganta seca y el escudo bajo. Apartado fui de tu brindis. Tierra negra sobre tierra blanca. Yo tejía el manto de tu salvación. Y tejí el número de las realizaciones tangibles. Y tejí una estrecha pradera entre dos ríos. Y los cuatro arqueros a la puerta del templo. Yo ponía mi desmayado pecho entre tu realidad y tu destino mientras tus poetas le cantaban a los tiranos. Isla mía, desdichada y cruel mía, cuán efímera se te ve de lejos. Puedo consentir tus crímenes, no tu ligereza. Todo en ti me distrae de la divinidad. Tu parroquial pereza, tus improvisadas percusiones, tu voraz ábaco, [tus deidades sin libro, el afán de mis hermanos por la caza menor, los grandes diálogos interrumpidos [por el mosquito. Por ti he sido forastero en mi hogar. Dos pasaportes en la gaveta y buenos contactos en países neutrales. Siempre pendiente al colapso de las instituciones y a los pequeños cambios en el bando troyano. Un caballo de cedro Se desplaza en las sombras. Hacinados del flanco al lomo y de la grupa a la testera, aguardábamos el alba de rosados pasos. ¡Mirad las crines de escupidos estandartes! ¡Escuchad las mil lenguas del hambre! Oh, ltaca, cuando hago brillar los inodoros en los bares de París, cuando soy arrojado con una vieja linterna para apuntalar las minas de hulla en Gales, incluso cuando acaban de nombrarme presidente de la compañía bajo la incrédula [miradade los accionistas, que no me hablan del amor a las islas. “Lestrigones, Cíclopes, el feroz Poseidón, no los encontrarás”, decía Cavafis, “a menos que los lleves en tu alma, a menos que tu alma los ponga ante ti”. Escila, que tres veces al día devora el océano, y Caribdis, con las fauces de sus seis abominables perros en la ingle, irrumpen en mis sueños con tu ensangrentado mapa y un perverso Contrato Social.
Educado en el error, Tú eludías mi fundamental pregunta. Que no me retenga tu bautismo. Tus próceres bajaban la voz cuando yo asomaba con mis despintados juguetes. Si dormía alrededor de mi cama se hacían sórdidas apuestas. Nunca permanences en ti misma. Ora asciende la marea y les divierte ver pasar a los ahogados: innecesarios y hermosos. Ora se retiran las aguas por un siglo. El naufragio como ideal de la nación. ¿A qué estas máscaras? Soy Nadie y de nadie soy cómplice. Sin quilla ni mástil, La deriva impone sus hábitos. Una paloma en el agua anuncia tierra. Una luna con halo presagia la tormenta. Ya no me apetece recordar. Deconstruida la nostalgia, Quedan el rostro de mi madre y el mágico bosque de mi idioma: el territorio interior y el territorio anterior. De este modo he desistido de mis trucos. De la realidad del sufrimiento a la realidad del camino que lleva al fin del sufrimiento aprendí a navegar por las estrellas. Al Hermes mediador, guardián de los apátridas, alzo mi copa y ofrezco las entrañas de un carnero. Doquiera que toque puerto.
Lluvia, acrílico y cinta adhesiva sobre lienzo, 2002
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Jesús J. Barquet
Buenos días, Vietnam Robin Williams divierte a los muchachos. Rozagantes los verdes uniformes, el cabello rapado como un casco que invita a la caricia, los rifles limpios aún entre las piernas como un adorno más, la inocencia tal vez, la risa a flor de labios por una broma, un ingenioso juego de palabras que el actor representa como nadie –palabras que cobran ágil cuerpo en su voz. Robin divierte a los muchachos, les pregunta sus nombres, su origen, el barrio que los vio crecer, entre risas algunos descubren ser vecinos, envían saludos a la novia o compañero que han dejado atrás y así nos queda sin querer un breve rastro de sus vidas, una felicidad pasajera pues ya pronto partirán, tienen que seguir su camino: esta fue sólo una escala accidental, una alegría inesperada que con mayor razón agradecen. Los chicos se despiden, hermosos, renovados por la risa contagiosa, por el sabor de los nombres pronunciados. Robin les dice que se cuiden y los ve irse, esfumarse lentamente esa sonrisa en sus ojos. El comediante sabe –pero no lo dice– que muchos no volverán y los que vuelvan serán otros: todos ya víctimas de un oficio que no debiera ser humano aunque lo ha sido. Esto sabrán quizás los que regresen y se cansen de buscar en el espejo aquella imagen suya sonriendo ante una gracia de Robin poco antes de que una bomba incendiara nombres, rastros, raíces, geografía, todo lo que existió y ya no existe, ni júbilo ni lloro, los espejos mudos, sin rostro que invocar: la casa –el alma– vacía.
Landscape 2, aceite y acrílico, 2002
Paraíso Sucede un tiempo en que uno busca plantas, ríos, raíces y rastrea la tierra rabiosamente errante por los caminos confiando aún hallar ramas verdes o fósiles de algún tiempo mejor que puedan dar testimonio de fe, y no descansa uno en esta empresa: olvida las noticias del día –la misma y siempre bélica canción–, espera una semilla nueva, una inédita roca donde fundar, hormigas sabias que no pierdan otra vez su destino, sándalo y roble de fibra equinoccial, piedras de agua fina donde abrevar, racimos de vida fresca para poder ser en paz, aquí, en la tierra.
Habrá que esperar, me digo, todavía por otro tiempo humano, sin saber bien qué esperar. Los chicos se despiden. Robin les dice adiós. 19
Reinaldo Arenas
Landscape 1, aceite y acrílico, 2002
Cuando el viento, generalmente incesante y hostil, recorre la Isla ya no hay grandes árboles que lo detengan. La polvareda en remolino asciende cubriendo el centelleante arsenal de latas vacías, agresivas pancartas, paredes deterioradas, balcones apuntalados y calles inundadas por la explosión de los albañales. La resplandeciente polvareda señorea sobre fachadas en ruinas y los enceguecidos, desesperados y hoscos transeúntes que discurren temerosos, vociferando para dentro, investigando entre el sordo estruendo de las consignas, himnos y discursos: “¿qué habrá allí?”, “¿qué sacará hoy?”, “¿qué podremos comer hoy?”... La jerga sube. Ninguna inquietud fundamental es ya más fundamental que el acto de subsistir. ¿Cómo convocar a las masas en tanto me apresuro a marcar en la cola del pan? ¡Quién es el último! ¡Quién es el último!... Y el mediodía difumina contornos y sueños. Sólo la inmensa polvareda se eleva sobre figuras sudorosas y derrotadas, sobre la mole en perpetuo derrumbe de lo que fue una ciudad. Ciudad ya sin poetas que la mitifiquen y la reconstruyan. Ciudad varada en su desolación estricta; pudriéndose, no sólo en el sentido literal del término (no hay vehículos que recojan la basura) sino, en el otro, el más patético y profundo, el histórico. Ciudad expulsando o estrangulando a todo el que intente aunque sea fugazmente esbozarla. Ciudad donde el artista fue reemplazado por el policía; la palabra, por la consigna; los sueños, por los planes quinquenales; el hombre, por la máscara. Allí la actividad creadora sencillamente pereció o pasó al terreno de la clandestinidad: no puede haber creación donde no hay libertad. Toda obra de arte es, tácitamente, una manifestación de rebeldía, una actividad antagónica, una protesta en el sentido trascendente del término. La libertad es tan necesaria para el artista como el aire o el tiempo. La creación es una actividad misteriosa que prefiere la indiferencia oficial a su apadrinamiento o escolta. Crear es un acto de inocencia, un juego. Sólo como si jugáramos podemos hacer algo serio. Una novela es un árbol, no un tratado. Para que ese árbol no se malogre, el artista debe saber el terreno que pisa. El artista debe saber por lo menos de qué lado están sus enemigos, ya que sus amigos es posible que no estén en ningún sitio. Hay un método que no falla y que podemos aplicar siempre que queramos saber quiénes son nuestros enemigos y quiénes nuestros amigos. Nuestros amigos son aquellos que nos dan una patada y luego nos dejan gritar. Nuestros enemigos son los que nos dan la patada y nos obligan a aplaudirla.
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Pero eso en un país totalitario como el que dejo atrás, sólo se oyen aplausos. Ese estruendo monolítico debería ser motivo de profunda preocupación no sólo para todo intelectual, sino para cualquier ser humano. Pues un escritor, un ser humano, debe optar, al menos, por la duda, antes que aceptar, incondicionalmente, una suerte de “felicidad masiva”, representativa, aparente. El escritor debe preferir la buhardilla al tráfico con las palabras. Lamentablemente, muchos escritores son ahora traficantes de la palabra. Ser de izquierda en un país democrático es, hoy por hoy, una actitud rentable, porque además de estar a la moda se negocia con la esperanza de la gran humanidad, siempre anhelosa de cambios. Y, realmente, es patético que ese deseo eterno y justificado de movimiento nos lleve a la trampa siniestra del estatismo totalitarista hasta ahora más perfecto que se haya engendrado: el comunismo... El artista que en aras de un mundo mejor defiende, ya por torpeza, ya por congénita malignidad, ya por estímulos contantes y sonantes, ese totalitarismo, no hace más que cavar su propia sepultura, además de traicionar a todo el género humano. De ahí que, en un país donde la fanfarria política lleve la voz cantante, lo mejor que puede hacer un artista es salir huyendo, y rápido, antes de que se lo prohíban, antes de que ese acto se convierta, a los ojos del estado, en un crimen severamente punible; antes de que tenga que traicionarse o perecer... La creación literaria es una vibración íntima que tiene su raíz en un lugar inefable que no será nunca la tribuna. En Cuba, que es el lugar que más o menos conozco, la tradición nos hace constatar dolorosamente que su producción literaria es, en gran parte, una actividad del exilio –tanto en este siglo como en el pasado. Y es que la actividad del espíritu no congenia con el estruendo de los altoparlantes, los discursos altisonantes y los lemas inapelables. El mejor himno para un escritor es el murmullo de los árboles; su patria más querida, la que lleva, desgarrada e inexistente, en su memoria. Para un cubano, por desgracia, “patria y libertad” no son sinónimos, como vemos estampado en las monedas nacionales. El exilio parece ser el arduo, humillante y triste precio que deben pagar casi todos los artistas cubanos para poder hacer, o intentar hacer, su obra, su patria. Pues, en última instancia, la verdadera patria de un escritor es la hoja en blanco... Un dolor, una alegría, un paisaje, un campo anegado por la neblina, un sol avasallador y tórrido... En el recuerdo, anhelos y visiones, amores y miedos se mezclan, y quizás, así, se configura lo cubano. Porque, en fin, ¿qué cosa es lo cubano?
Creo que lo cubano dista mucho de ser una abigarrada descripción monumental y barroca, al estilo de Alejo Carpentier. Lo cubano es la intemperie, lo tenue, lo leve, lo ingrávido, lo desamparado, desgarrado, desolado y cambiante. El arbusto, no el árbol; la arboleda, no el bosque; el monte, no la selva. La sabana que se difumina y repliega sobre sus propios temblores. Lo cubano es un rumor o un grito, no un coro ni un torrente. Lo cubano es una yagua pudriéndose al sol, una piedra a la intemperie, un aleteo al oscurecer. Nunca una inmensa catedral barroca que jamás hemos tenido. Lo cubano es lo que ondula. Más que un estilo, lo cubano es un ritmo. Nuestra constante es la brisa. Más fuerte al atardecer, casi inmóvil al mediodía, anhelosa y gimiente en la madrugada. De ahí que la novelística cubana no esté escrita en capítulos, sino en rachas; no sea algo que se extiende, sino que ondula, vuelve, se repliega, bate, ya con más furia, ya más lentamente, circula rítmica, reiterativa, sobre un punto. Así, si de alguna teluricidad podemos hablar es de una teluricidad marina. Nuestra selva es el mar. Tal es así que, en los últimos años, a centenares y centenares de cubanos, en perenne éxodo, el mar se los ha tragado, como la selva suramericana se tragó a los personajes de José Eustasio Rivera en La vorágine... El mar es nuestra selva y nuestra esperanza. El mar es lo que nos hechiza, exalta y conmina. Para nosotros, su rumor es el canto de la oropéndola en el bosque de Andreyeski... La selva, como el mar, es la multiplicidad de posibilidades, el misterio, el reto. El temor a perdernos y la esperanza de llegar. La selva es la frontera que hay que atravesar para llegar a otra claridad. En una isla, donde no hay selva, la selva es el mar. En la noche, el rugido de sus aguas nos sobrecoge, como el de las fieras en la aldea continental. El peligro nos rodea y, como en la explanada circundada de intrincada vegetación, el tiroteo de los guardacostas suple a los tambores. El hombre acosado, “entonando su propia miseria”, se lanza a lo oscuro. ¿Mar o selva?, ¿tambor o tiroteo? Qué importa: tiene que salir huyendo. Esa es nuestra historia. La misma que padeció el indio cubano, hasta perecer, en los tiempos de la conquista española; la del negro cubano (esclavo o prófugo) en la colonia floreciente; la de todos los cubanos, blancos o negros, ahora. Y el mar –nuestra selva– como posibilidad de libertad, como reto, rodeando la Isla. Isla larga y estrecha, desaforadamente abierta al sol y a la noche, al ávido conquistador, al rapaz contrabandista, al perenne invasor, al empecinado, torpe y atroz caudillo. Isla invadida siempre por espantos
sucesivos, siempre como naufragando, batiendo sus palmares ya escasos, sus arbustos desamparados y su chata arquitectura al tedio y a lo insólito, no por terrible o absurdo menos conocido. Por eso, he pensado siempre que lo cubano es lo abierto, lo ecléctico, lo mezclado, lo violento e irónico, lo casi inapresable, que toma de aquí y de allá. Ese aire, esa frescura, ese latigazo, impalpable pero inconfundible, como un párrafo de Lezama, como un fragmento de Cabrera Infante, como un poema de Virgilio Piñera, como una página de Ramón Meza... Extensión abierta al sol y al viento. Lo cubano es un silbido inconsolable. Y dentro de esa extensión siniestra (matizada fugazmente por el violeta del crepúsculo), lo erótico como una desesperada forma de olvido, lo erótico como una desesperada forma de irse. Pienso que esas nadas, tan queridas, configuran mi país. Y con esas nadas, atroces o insignificantes, tenemos que inventarnos un mito y magnificarlo. Vivir de un recuerdo inexistente, engrandeciéndolo. No creo que sea esa una labor más heroica que la de cualquier otro hombre en cualquier lugar del mundo. Otros sitios, quizás, cuenten aún con menos atributos. Es más, creo que siempre fue así: del tedio, del pequeño arbusto, de una sombra, de un olor o un rumor, se configura la dimensión cierta, misteriosa y eterna de un universo: la obra de arte. Otros tendrán, por fortuna, sus propias teorías distintas a las mías, sus paraísos e infiernos personales, que si no, qué aburrido sería el mundo... Debo dar gracias, sin embargo, al cielo porque en los últimos años me concedió al privilegio de padecer un enemigo siniestro. Eso, además de ayudarme a ver las cosas con más claridad, me servirá de estímulo para soportar las vicisitudes que, naturalmente, tendré que padecer en cualquier lugar del mundo. Bien vale la pena soportar cualquier vicisitud a cambio de la dicha, inexpresable, de saber que policías disfrazados de amigos obsequiosos no hurgarán ni contaminarán mi corazón. Y que el precio por decir dos o tres verdades no será ya el de la oscura celda y la obligada autotraición, aunque, sí, quizás, el del benéfico olvido.
Cuba (Nueva York)
__________________________________ Texto leído por el autor en Florida International University en junio de 1980, poco después de llegar a los Estados Unidos proveniente de La Habana, por el puerto del Mariel. Tomado de Homenaje a Ángel Cuadra, ed. Juana Rosa Pita, Miami: Solar, 1981, pp. 125-128. Revisado por J.J.B.
Balance del Festival de Teatro Latino de Chicago Jose Castro Urioste Del 7 al 20 de julio se llevó a cabo en Chicago el Festival de Teatro Latino. El evento se realizó en las instalaciones del Goodman Theater y fue organizado por Henry Godínez, director artístico asociado de esa entidad, en colaboración con el Festival Internacional de Teatro Hispánico de Miami. Durante esos días se presentaron grupos latinos de la ciudad de Chicago, el Teatro de Ciertos Habitantes de México y la Compañía Marta Carrasco de España. El balance del festival resulta altamente positivo, debido por una parte a que el público llenó las salas en la mayoría de las funciones –y en este sentido cabe destacar que muchos no pudieron ingresar al único espectáculo íntegramente en español, La casa de Bernarda Alba por el grupo Aguijón–, y por otra, al buen nivel que se mostró tanto en las actuaciones como en los trabajos de dirección. Estas observaciones permiten aseverar que hay un teatro latino
en Chicago que se ha venido desarrollando (y alcanzando su madurez, si cabe el término) en diferentes áreas de la ciudad, y en contrapartida existe –ante la sorpresa de los incrédulos– un público deseoso de asistir a esos espectáculos que se dan no sólo en inglés sino también en español. Sorprendió, a ratos, la debilidad (inocencia a veces) de algunas propuestas dramatúrgicas, como veremos adelante. Se sintió también la ausencia de un forum –propio de los festivales– que siguiera a cada uno de los espectáculos en los cuales el público tuviera la posibilidad de dialogar con actores, directores y dramaturgos, y éstos pudieran enriquecer su trabajo con las impresiones de la audiencia. La excepción fue el conversatorio entre el director, Henry Godínez, y la escritora de Psst...I Have Something to Tell You, Mi Amor, Ana Castillo. El primer espectáculo correspon-
Teatro Luna
dió al grupo Aguijón, que bajo la dirección de Marcela Muñoz, presentó La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca. Ellos construyen un discurso escénico que captura al espectador desde el inicio y lo mantiene atento hasta el trágico final de la obra. Dicho discurso se instala por momentos dentro de una propuesta El automóvil gris realista, y por otros se aleja de ella –sin que esto llegado en nuestro presente, expresada en resulte una inconsistencia– creando imágenes The Messenger, encubre las relaciones de poder y de orden simbólico. Así sucede cuando las hijas resistencia que aún persisten entre los diversos aparecen en sus habitaciones expresando sus grupos socio-culturales de América Latina. Asiverdaderas emociones por medio de movimienmismo, si bien es cierto que la obra posee ese tos corporales. Otro elemento de este discurso claro propósito, el desarrollo de la trama que escénico está en el acto de cubrir el cuerpo con debería apoyar tal propósito, en realidad no lo largos vestidos como signo de la represión sobre hace. La trama enfatiza los temores de los perlas hijas de Bernarda Alba (Rosario Vargas). Adesonajes centrales, Enrico Caruso y Aida, y no más, cuando hablan con su madre se cubren llega a ser un elemento que sostenga esa imagen también la cabeza, y sólo en los momentos de de fusión cultural. La imagen de fusión cultural rebeldía –la escena final, o el enfrentamiento de nace más como un acto declarativo que como Martirio con su madre– los personajes se descuproducto de una historia. Puede que ello se deba bren y se muestran tales cuales, quebrando así –y esto no deja de ser una interpretación arrieslas normas represivas. gada– a que el peso del refeEl segundo esrente (la historia de violencia pectáculo corresentre las culturas pondió a Teatro de América Latina) impida Luna que presentó de por sí, especialmente en The Maria Chroniestos tiempos, la formación cles. En principio de una imagen de armonía este evento iba a cultural. Y quizás así, la ser una lectura carencia principal en dramatizada, pero, The Messenger, termine como sorpresa, el siendo su principal virtud. grupo ofreció un El Teatro de Ciertos Habimontaje. The Maria tantes de México presentó Chronicles, al igual El automóvil gris, bajo la direcque otros espección de Claudio Valdés Kuri. táculos de Teatro El automóvil gris es un especLuna –Generic táculo que no puede ser enLatina, Déjame casillado dentro de las fronContarte–, se consteras de los géneros: no es ni truye a partir de teatro estrictamente, ni cine, un conjunto de ni performance, aunque posee viñetas. El eje elementos de todos ellos. El temático que las texto se construye a partir de une es la condición la confluencia de tres elemende la mujer latina tos: en primer lugar, la proMira’m (se dicen tantas cosas) en Estados Unidos, yección de la película muda y como parte de mexicana, El automóvil gris ello, una crítica a dirigida por Enrique Rosas en 1919, la cual relalos estereotipos que sobre ella construye la culta la historia de una banda de asaltantes; sobre tura dominante. esa proyección surgen las voces de tres actores La dirección de The Maria Chronicles estuvo –Irene Akiko Iidam, quien hace su interpretación a cargo de Coya Paz, Tanya Saracho y del en japonés, Enrique Arreola, y Claudio Valdés conjunto de integrantes del grupo. Kuri que interpreta a los personajes anglohaTeatro Vista presentó la lectura dramatizada blantes; finalmente, el tercer elemento es la de The Messenger, adaptación hecha por Cecilie música de piano ejecutada por Ernesto Gómez D. Keenan de la novela de Mayra Montero. EviSantana. Dos características que destacan son el dentemente, una lectura dramatizada no permite estupendo trabajo técnico vocal y, junto a ello, la observar todo lo que un elenco y la dirección dosis de humor a partir de las interpretaciones podrían ofrecer. Pese a esta limitación, se puede que realizan los actores sobre los personajes. Lo afirmar el buen trabajo interpretativo a nivel vocurioso en este espectáculo es que se transforma cal, y la acertada dirección de Edward Torres, en un acto lúdico perfecto, tan perfecto que a lo quien tendrá en el montaje de esta obra a dieúnico que se le presta atención es al juego por el ciséis actores en escena. The Messenger posee juego. Resulta así, un brillante ejercicio vocal de como propósito reivindicar la formación de la los actores, pero detrás de él, no queda mucho. cultura latinoamericana como una fusión de lo El Goodman Theatre presentó la lectura europeo, lo africano, y lo asiático (resulta curiodramatizada de Electricidad y el montaje de so que en esta fusión no se mencione lo indígePsst…I Have Something to Tell You, Mi Amor, na). Así lo da a entender la escena final en la que ambos bajo la dirección de Henry Godínez. uno de los personajes reivindica a sus ancestros Electricidad, escrita por Luis Alfaro, fue producide diversos orígenes étnicos. Ahora bien, esa da originalmente en Borderlands Theater, imagen de fusión de culturas a la que se habría Tucson, Arizona. El elenco que participó en esta
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lectura dramatizada estuvo compuesto fundamentalmente por actores de Teatro Vista, pero también se incluyeron miembros de Teatro Aguijón y Teatro Luna. Al igual que en la lectura de The Messenger, destaca el trabajo vocal de los actores, especialmente el de Maricela Ochoa en el papel protagónico. Sin embargo, dado que es una lectura y el trabajo actoral aún está en proceso, prefiero incidir en la dramaturgia. La acción dramática de esta obra es la revancha que realiza Electricidad en nombre de su padre asesinado. El asesinato ha sido cometido por la misma madre de Electricidad. La obra se instala dentro de una estética realista y refleja a una familia totalmente disfuncional. Sin embargo, el desarrollo de la obra no siempre se ajusta a la acción dramática y en estos casos la dramaturgia parece perder una clara dirección y las escenas resultan ser más elementos aditivos que funcionales a la historia principal. Asimismo, resulta forzada la escena en que Electricidad, por medio de un beso en los labios, persuade a su hermano para que asesine a su madre. La puesta en escena que Henry Godínez y las dos actrices –Sandra Márquez y Maricela Ochoa– hacen de Psst…I Have Something to Tell You, Mi Amor es, sin lugar a dudas, cautivante e intensa. Tal intensidad se crea a partir de los cambios de luces –a un claroscuro cuando se inicia la tortura, a un rojo intenso en plena tortura–, el manejo del sonido y la música que crean suspenso, y sobre todo, a partir del trabajo actoral de ambas actrices y en particular el caso de Sandra Márquez quien se transforma en una serie de personajes. Sólo queda observar que la escenografía –varios maniquíes encapuchados y vendados que buscan representar la tortura– parece ser un tanto decorativa más que funcional. En otras palabras, el montaje puede plantearse sin esa escenografía y el espectáculo tendría el mismo efecto. Lo curioso aquí es cómo el trabajo de dirección y actuación hacen que una obra como Psst…I Have Something… se convierta en un espectáculo que genera empatía. A nivel de dramaturgia, en Psst…I Have Something… el interés del espectador no se produce por la manera en que la obra está escrita, sino porque es una historia real sobre la violación y tortura de una monja norteamericana en Guatemala. La autora, Ana Castillo, ha escrito narrativa y poesía, y hace debut como dramaturga. Pero escribir teatro no es sólo hacer escenas en las que los per-
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Pstt...I Have Somethin g to Tell You, Mi Amor
sonajes emiten un parlamento. De allí que Psst...I Have Something..., que se ubica dentro de una estética realista, carezca de una acción dramática. Es simplemente un texto narrativo-testimonial, construido por varias voces, que ha tenido la suerte de ser muy bien dirigido y actuado. Como cierre del festival, la Compañía Marta Carrasco de España presentó Mira'm (Se dicen tantas cosas). Predomina en esta obra lo visual y el trabajo corporal, y la palabra se reduce a unos cuantos parlamentos. Es un espectáculo más cercano al performance que a otra expresión artística, y posee también grandes dosis de lo grotesco. No hay, definitivamente, una historia sino un constante fluir de imágenes intensas cargadas de gran violencia. El escenario se construye como un mundo decadente y delirante, del cual emergen los personajes por los lugares menos pensados. En la primera secuencia, y después en otras posteriores, se usa la máscara en la nuca de los actores, a lo cual se acompañan movimientos de los brazos que crean seres que tienen su frente en las espaldas. Esta imagen podría simbolizar el deseo de expresar en esta obra el otro lado de la condición humana, el lado oscuro precisamente. En efecto, en la obra se enfatiza el dolor, la pérdida de la inocencia, la violencia en las relaciones. Pero pese a ello, se expresa un constante renacer.
La casa de Bernarda de Alba
Adiós al detective salvaje Bruno Hernández Piché Contra lo que pudiera afirmar el canon de los redactores de obituarios (los más diestros, experimentados e incluso amenos están en el Times de Londres), decir que Roberto Bolaño nació en Chile en 1953, y que murió el 15 de julio de 2003 a los cincuenta años es, me parece, alejarse de su biografía. En el espacio entre esas dos fechas hay lugares, datos y acontecimientos mucho más decisivos: auténticos lances entre la vida y la muerte; hay por ejemplo la prolongada formación de un escritor que ofició de lavaplatos, tianguero, estibador, camarero y vigilante nocturno de un campamento; hay también el periplo de un nómada que abarca varias ciudades y países: llegada a México DF a los 15 años, vuelta a Santiago de Chile en medio de la hecatombe del 73, retorno al DF, incierta escala en los Estados Unidos, arribo a España en camino a Suecia, sin papeles ni trabajo ni un quinto encima; y está desde luego la literatura, una vida dentro y fuera de ella, su nacimiento como novelista pasados los cuarenta, la grandeza y servidumbre de la comedia literaria como tema central y telón de fondo en sus relatos, las canalladas y los lances mortales en pos de los premios de provincia: “premios búfalo que un piel roja tenía que salir a cazar pues en ello le iba la vida”. La obra de Bolaño es vasta y múltiple. Escribió poesía desde joven y recaló casi de manera definitiva en el cuento y la no-
vela, géneros con los cuales su obra se expande como un tapiz que se dispara en muchas direcciones. Algunos títulos que yo he leído: Estrella distante, Amuleto, Monsieur Pain, Amberes, Putas asesinas, Llamadas telefónicas, Una novelita lumpen; y por supuesto Los detectives salvajes, la novela polifónica y monumental con la que obtuvo los premios Herralde y Rómulo Gallegos, “una inteligente alegoría del destino humano”, como dijera Enrique Vila-Matas, “un carpetazo histórico y genial a Rayuela de Cortázar” alrededor de la cual yo quisiera reunir a mi pulverizada generación y a las que le siguen para demostrarnos los unos a los otros que las aventuras a bordo de un Chevrolet polvoso y raudo todavía son posibles. Los lectores de Roberto Bolaño sabíamos de la aflicción hepática que lo rondaba desde hace años; sus personajes, el detective salvaje Arturo Belano por ejemplo, recorría el mundo portando los mismos padecimientos. Aún así, “llevó su enfermedad con tal estoicismo que nos hizo creer que viviría por siempre”, me dice Juan Villoro en el correo electrónico que me envió a la víspera de la despedida que le rindieron sus amigos frente al mar en las cercanías de Blanes. Quizá porque siempre he considerado a Bolaño no sólo como un escritor excepcional sino también como un gran sobreviviente del peligroso juego de la vida, su muerte me ha acercado un poco más a la desesperanza de quien se sabe menos apto para mantenerse a flote en esas aguas brutales y absurdas. Mientras sucede esa u otra cosa, yo continuaré mi travesía sin regreso leyendo a Bolaño y Los detectives salvajes; me verán naufragar con un ejemplar entre las manos.
____________________________________ Bruno Hernández Piché es escritor y cónsul para asuntos culturales del Consulado General de México en Chicago.
Aires del Sur en la Galería Aldo Castillo Delia Negro
He dicho Escuela del Sur, porque en realidad, nuestro norte es el Sur. No debe haber norte para nosotros, sino por oposición a nuestro Sur. Por eso ahora ponemos el mapa al revés, y entonces ya tenemos justa idea de nuestra posición, y no como quieren en el resto del mundo. La punta de América, desde ahora, prolongándose, señala insistentemente el Sur, nuestro norte. Universalismo Constructivo, Joaquín Torres García
El asomarse a la pintura uruguaya actual es embarcarse en un verdadero viaje a la creación. Abundante producción desfila frente a nuestros ojos mostrando calidad, originalidad y madurez pictórica. Llama realmente la atención, como muchos ya han observado, la cantidad de artistas plásticos que este país, de tan sólo 3 millones de habitantes, ha producido y sigue produciendo. ¿Será la huella de Don Joaquín Torres García que continúa dando sus frutos y marcando como todo norte el Sur? “Sin lugar a dudas el maestro del Universalismo Contructivo nos marcó profundamente” dice María José Fort, artista plástica uruguaya que expone estos días junto a otros pintores latinoamericanos, en Aldo Castillo Gallery.
Joaquín Torres García: Dibujo 1943, tinta sobre papel. Colección de la Familia.
El maestro Torres exhortaba a tomar conciencia de lo autóctono, a valorar la naturaleza como fuente de inspiración y provedora de materiales, y a llegar por ella misma a la arquitectura precolombina y a la geometría del arte indoamericano. La fusión de lo autóctono con la herencia cultural recibida del arte occidental, “haría de lo ajeno la sustancia propia”. De esta manera se llegaría a la creación a través de la propia identidad y, como consecuencia, a una reafirmación de “lo nuestro”. María José Fort se define a sí misma en la composición abstracta. Ella deja que “sus manos vayan solas”, que construyan, que
María José Fort: Sin título, 18"2/4 x 13"3/4, 2000
expresen estados de ánimo en forma espontánea, para dejar después intervenir la razón y sumar elementos concientes que definan la creación. Ella pone énfasis en la superficie plana dándole volumen escultórico, para dejar después que intervenga la función metafísica del arte, yendo más allá de lo meramente estético. Una frase del artista catalán Tapiès guía su trabajo: “La razón corrige los dictados del subconciente” y es así que recurre a la verticalidad y a los ejes que frecuentemente transitan, unen y dividen la composición, marcando la geometría simbólica de lo autóctono. En su búsqueda de calma, paz y armonía, recurre a la naturaleza como fuente de inspiración y de transformación de lo cotidiano. No se permite perturbaciones del mundo real, su escape es la abstracción. Su obra es una técnica mixta, netamente matérica, que ella define como “collage” de materiales. Este proceder le proporciona a cada composición un volúmen escultórico que va más allá del plano del soporte. La creación crece y adquiere formas, movimientos, claroscuros y armonías. Los materiales superpuestos emergen de esa primera dimensión y comienzan una danza comunicativa difícil de obtener en un solo plano pictórico. En cuanto a los colores, Fort usa el blanco como generador de luz y en su paleta recurre a contrastes de grises, negros, tostados para encontrar la fuerza y la energía. Rara vez utiliza pinceles
que ella trabaja. Sólo cree completo el hecho creativo, en la exhibición y en la comunicación. Su obra permite múltiples lecturas y para que esto sea posible, sus cuadros no tienen títulos. Ella prefiere que cada observador recree la obra en el instante de la comunicación y así se multiplique en su existencia. La obra de María José Fort ejemplifica cabalmente la herencia torresgarciana. “La Escuela del Sur” como Torres la llamó o el “Taller Torres” como actualmente se le denomina, trazó una profunda huella en el plano
y sus manchas coloridas son la base para ese diálogo expresivo que proporciona a la obra, con la sumatoria de fibras naturales u objetos recogidos en su pasión por el reciclaje. La madera, las conchas marinas, la cáscara de huevos de ñandú y sobre todo las fibras vegetales y textiles son sus materiales. Pero las redes son sus protagonistas, estos objetos la atraen y la envuelven con extraño significado. Siente las redes como objetos mágicos que ocultan y revelan, y le otorgan transparencia velada a la composición. Redes de pescadores, redes de
María José Fort: Sin título, 42"1/8 x 33"1/8, 2001
antiguos cortinados, redes de sombreros en desuso y hasta el despliegue de cierto material de embalaje, le proporcionan el movimiento y la materia adecuada para la expresión. María José quiere comunicarse con el observador y es para ese potencial individuo,
estético y conceptual del Cono Sur y la región continúa expresando ese norte propio y particular, de mestizaje de tierra e inmigración.
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El voto de los mexicanos en el extranjero: Un desgaste inútil Febronio Zatarain El primer domingo de julio se llevaron a cabo en México las primeras elecciones federales después de la caída del PRI, partido que, como sabemos, tuvo el control absoluto de la vida política de México a lo largo de setenta y dos años. Ahora, supuestamente, en México hay democracia, y digo supuestamente porque el alto índice de abstencionismo (59%) la pone en tela de juicio. Para muchos mexicanos votar por Fox en el año 2000 era votar por el cambio. Y sí, hubo cambio de partido, pero no de política social y económica; ahora se respeta en general el voto de la población, pero los salarios de los trabajadores, la falta de apoyo al campo, el desempleo, la pobreza, las políticas ecológicas, si no es que han empeorado, por lo menos se encuentran en las mismas circunstancias que antes de 2000. Por eso a nadie sorprende que para este año, quinientos mil mexicanos más vayan a agrandar la cifra de indocumentados que viven en los Estados Unidos. Mientras tanto aquí, en Chicago, en el contexto del ambiente preelectoral mexicano, se publicó más que un libro, un apéndice de discursos, artículos y notas periodísticas relacionadas con el Instituto de los Mexicanos en el Exterior (IME) con un breve análisis narrativo hecho por Raúl Ross Pineda y Juan Andrés Mora. Hago mención a este libro porque ambos autores se han caracterizado en los últimos cinco años por impulsar un derecho político: el de que los mexicanos en el extranjero, y en específico en los Estados Unidos, puedan votar y ser votados en las elecciones federales mexicanas. Después de los hechos del pasado 6 de julio, es importante que Ross y Mora, al igual que todos los demás organizadores comunitarios y militantes políticos que están trabajando arduamente porque se instaure este derecho, se pregunten de qué grupo vendrían a formar parte los casi cinco millones de mexicanos indocumentados que viven en los Estados Unidos; si del 41% que todavía tiene fe en que las cosas van a mejorar votando, o de ese 59% que decidió expresar su decepción y su desacuerdo con la forma en que la clase política (PAN, PRI, PRD, etc.) está
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Magnetism, detalle, acrílico sobre lienzo, 2002
manejando el país. Si un mexicano o mexicana decide enfrentar todos los peligros que representa el cruce de su frontera norte y buscar a toda costa establecerse por un largo periodo o quizá por toda la vida en este país, es porque en el suyo todas las puertas se le han cerrado. Antes de 2000, el PRI se oponía a los mencionados derechos porque suponía, y con razón, que los votos de los emigrados iban a ser en su contra; pero ahora después del 6 de julio de 2003, los votos de la mayoría de los inmigrantes mexicanos serían en contra de todos los partidos; es decir, pasaría lo mismo que en México pero en mayores proporciones: casi nadie saldría a votar. Si la mayoría de los mexicanos que viven en México no relaciona el voto con la solución de sus problemas sociales concretos, mucho menos los mexicanos que vivimos al norte del río Bravo. En los últimos tres años he participado en algunas reuniones y en mesas de discusión a través del Internet que giran alrededor de los derechos políticos de los mexicanos en el extranjero, y lo que más abunda en ellas son personas que se creen y que hasta llegan a autonombrarse líderes. Y es en estas últimas personas donde más florece el sueño de algún día volverse diputado y, ¿por qué no?, hasta senador. Y para que ese sueño se haga realidad, hay que conseguir no solamente el derecho al voto en el extranjero sino la creación de la sexta circunscripción. A quién le importa si el indocumentado de origen mexicano considera primordial ese derecho o no; lo importante es aprobar las leyes que me permitirán llegar a ser legislador. Estos líderes saben que la elección de cinco o diez diputados inmigrantes para el Congreso mexicano no va a resolver nuestros problemas como inmigrantes, sobre todo los problemas de aquellos que son indocumentados. También saben que el establecimiento de ese derecho y la creación de la sexta circunscripción va a ser una carga más para el erario público de México, y que los únicos beneficiados económicamente serían los candidatos ganadores y aquellos que
logren insertarse en una de las glándulas mamarias del presupuesto federal. Otra pregunta: ¿qué tendría más influencia no solamente en los Estados Unidos sino en el mundo entero, seis o quince diputados inmigrantes en la Cámara mexicana o una manifestación de quinientos mil inmigrantes frente a la Casa Blanca? Si se aceptara la condición de inmigrantes y desde esta premisa las organizaciones empezaran a perfilar sus propuestas políticas, conseguirían la “amnistía” y más. Porque una organización inmigrantista fuerte y con claridad dentro de los Estados Unidos, tendría mucha más injerencia en las políticas que se diseñan en Washington que todos los gobiernos de América Latina. Un ejemplo de ello es la comunidad de inmigrantes cubanos. A estas alturas, no creo que en los Estados Unidos la lucha por el voto para los mexicanos en el extranjero sea legítima, porque toda organización o todo líder que plantee esto como demanda, primero que nada relegará la lucha por la “amnistía” y será absorbido por el voto de los mexicanos en el extranjero (como les ha
sucedido a Ross y a Mora). Estos líderes u organizaciones inevitablemente se volverían electoreros, y los daños que generarían a la lucha social de los inmigrantes en los Estados Unidos (debido a las pugnas y a las luchas por diputaciones), serían catastróficos. En estos últimos cinco años, hemos presenciado que la misma lucha por tratar de establecer estos derechos de los mexicanos en el extranjero sólo ha provocado enemistades y divisiones al interior de las organizaciones comunitarias y políticas. Ha habido activistas valiosos para la lucha de los inmigrantes mexicanos (como Raúl Ross Pineda y Juan Andrés Mora) que, por ejemplo, lograron que se regularan los costos de los envíos de remesas a México y que se aceptara la matrícula consular como documento de identidad oficial en los Estados Unidos, pero que al mismo tiempo se han desgastado en esas pugnas y en esas divisiones porque la curul en San Lázaro los ha obnubilado. Mientras no aceptemos nuestra condición de inmigrantes y sigamos poniendo nuestra condición de mexicanos en un primer término, todo proyecto político que iniciemos en los Estados Unidos estará destinado al fracaso. El inmigrante mexicano (el que trabaja en las fábricas y en los restaurantes, el que juega futbol, el que va a misa y a bailar al Aragón) sueña con México, pero sabe que su realidad (su presente) es los Estados Unidos; y es precisamente ese presente el que le interesa resolver.
Magnetism, acrílico sobre lienzo, 2002
eran abuelos, luego formó un grupo que sólo tocaba “fusiles” (covers). Meza dijo, en el sótano de Los Cazos, justo cuando La Jaula estaba tocando: “mi primera banda se llamaba Voladepet... Paralelamente formé parte de un grupo llamado Decibel. Ambos eran grupos de experimentación sonora. En los ochenta tuve que puentear en el vacío. No había movimiento de rock en México, todo era pura música transnacional. Había un movimiento de jazz exquisito para el mundo intelectual, pero realmente no había muJosé Díaz cho rock n’roll. Estaba siempre el Three souls in my mind y gente que ¿Quién es Arturo Meza: un poeta, para mí no era compatible con lo que un escritor, un músico? Podríamos yo hacía... Hasta el 83 u 84 empecé a responder que sí, que es todo eso reencontrarme con mi propia música. y que además fue él quien atrajo a En ese entonces conozco a Luis Pérez, jóvenes de diferentes tribus urbanas, conozco a Jorge Reyes al regresar él de Europa y Oriente, no sé en dónde chingados andaba, y hacemos Ek-Tunkul. Me activo de nuevo ahí con ellos, con esa música de exploración. Jorge Reyes tenía un proyecto de música étnica que había iniciado Luis Pérez. Conecté con los ‘rupestres’ es decir con Rafael Catana, Jaime López, RockArturo Meza, “Poeta de ningún lugar”. Foto: Luis F. Soto. drigo González, etc., desde rastas, pasando por aquellos y ahí empieza la historia.” que parecen no pertenecer a ninguna, Después de que el grupo La Jaula hasta metaleros reventados, el pasado terminó su presentación, siguió Luis mes de julio a Los Cazos y a La Jahn, cantautor argentino radicado en Justicia. Chicago. Acá en el sótano, sigue ha¿Pero de dónde viene Meza? Meza blando Meza mientras gente viene viene, dice: “del infierno, pasando por y va, preguntando por cosas que se la tierra, rumbo al cielo”. Nació en un necesitan para hacer el concierto como pueblito de Michoacán, México, donde se tenía pensado: “...nunca pensé realvivió hasta los quince años, edad en la mente yo en cantar. Me consideraba que se mudó a la Ciudad de México. un músico ejecutor de algún instruSu hermana, que vivía en la ciudad, mento y de creación de imágenes sollevaba a la casa los discos de The noras, que era mi rollo. Pero me di Beatles, The Kinks, The Animals... cuenta que dentro de mí había mucho “Cuando escuché esa música por qué decir, y yo lo estuve diciendo paprimera vez, supe que yo era de ahí”, ralelamente, inclusive antes de haber dijo Meza la noche del 12, antes de su hecho música, que fue realmente el presentación. Su primer acercamiento conflicto que yo traía de mi población con la música la tuvo cuando formó a la Ciudad de México: toda esa discriparte de un trío allá en su pueblo natal minación, sentirse relegado por una con señores que para ese entonces ya cultura urbana. Yo llegaba a una ciu-
Música de Meza en Los Cazos
dad donde se burlaban de tu acento, entonces te aíslan, te marginan.Yo hago mi mundo muy aparte y no encuentro otra cosa que la literatura, un salvoconducto, un salvavidas”. Arturo Meza cuenta en su haber con cuatro libros de ficción y dos de poesía. Dord se llama su último libro. “En el transcurso de los años me doy cuenta que tengo muchas cosas escritas; sé que ahí hay canciones. Eran palabras muertas y cuando les puse música empezaron a caminar y a vivir.” La gente llenó esa noche el pequeño local para escuchar al músico-poeta-escritor. Quizás debería decir escribidor para que no suene exquisito. Meza tiene tiempo para sus seguidores, pues cuando finalizó la entrevista llegaron varios fans, uno a uno a expresarle la admiración que por él sentían. Los recibió como si fueran conocidos. Algunos llegaron a abrazarlo y le llevaron textos que habían escrito para que él los leyera. Hablaron sobre sus canciones, sobre su visión del mundo, de dios (así sin mayúscula, pero con respeto). Alguien le recitó un poema. Y al llegar la hora de su presentación, la gente que llegó al sótano no lo dejaba subir, querían que les firmara sus discos, pero tenía que empezar a tocar. Tocó canciones de sus primeros discos como “Madre”, “Sísifo”, “Poeta de ningún lugar”, canciones tristes, oscuras, cargadas de melancolía, de vivencias citadinas. Tocó para un público joven. La mayoría de la gente que asistió no pasaba de los 25 años; sin embargo, cantaba sus canciones, canciones de un desconocido, un marginal de la radio y las grandes empresas por gusto propio. Algunas personas se sentaron en el piso para escucharlo, otras estuvieron paradas las tres horas que él estuvo en el escenario, compuesto apenas por dos tarimas y un micrófono. Meza empezó a cantar, a gritar y a gesticular sus canciones, como si a cada una le fuera arrancada poco a poco hasta la última nota. Meza tiene más de una veintena de discos; sus últimas obras se llaman De tin Marín y De do pingüé, canciones nuevas y antiguas que fueron seleccionadas al azar, siguiendo ese juego infantil al que hace referencia el título de los dos discos. De una forma libre, por un espíritu libre. Sin duda ése es Meza.
Untitled, acrílico y cinta adhesiva sobre lienzo, 2002
El zoológico Humberto Uribe Patiño Me alegré viendo las jirafas, los tigres, los leones, las cebras, los hipopótamos, las serpientes, las aves exóticas; pero cuando llegué donde los chimpancés, vi a uno de ellos, el más desarrollado, sentado en un tronco meditando y sosteniendo entre los dedos una figura cilíndrica semejante a un tabaco; me acerqué un poco más y observé que llevaba en la mano lo que él o sus compañeros habían descomido días atrás. Era curioso cómo se llevaba el “tabaco” a la boca y cómo lo mordía en pequeñas porciones que masticaba lentamente, como si lo disfrutase y fuera conciente del aprovechamiento que ofrecen los remanentes proteínicos al reciclarlos. Lo más interesante del caso era que el chimpancé se anticipaba a las recomendaciones de los ecologistas: anulaba la acumulación de basuras que contaminan el medio ambiente y al mismo tiempo aprovechaba los bienes de la naturaleza que por mucho tiempo se han considerado desechables. El chimpancé deglutaba con tanta convicción, que parecía ser el precursor de una solución viable de una de las crecientes necesidades del tercer mundo y, por qué no decirlo, del primer mundo tambien. Sólo que a los países en desarrollo les tocarían porciones frescas debido a su incipiente infraestructura mientras que a los países del Norte, dada su alta tecnología y capacidad de distribución, tendrían que comérsela enlatada y con preservativos. No pude resistir la curiosidad de aproximarme más. Cuando el chimpancé me vio, sonrió como sólo un primate sabe hacerlo y espontáneamente me ofreció de lo que estaba comiendo. Al fondo de la enorme jaula estaba una de las hembras del chimpancé con el entrecejo fruncido como reprochándole su generosidad, y por su gesto parecía decirle que lo que me estaba ofreciendo no alcanzaría para todos.
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Extrasístoles
Aforismos
Jochy Herrera
José Ángel Navejas
“No se lleve sus órganos al cielo”, así reza una de las 18,734 opciones a consultar que aparecen en la pantalla del computador al teclar las palabras “donación de organos” en el internet. A partir de 1967, fecha del primer transplante cardíaco humano, la ciencia médica ha podido disponer de órganos y tejidos de gente moribunda e implantarlos en cuerpos o recipientes necesitados. Luego de un complicado proceso médico-ético-legal, algunos seres declarados “clínicamente muertos” donan sus córneas, riñones, piel, médula ósea, páncreas, corazón, pulmones, hígado, aorta…, es decir, entregan lo poco de sus cuerpos que todavía puede ser útil como un último acto de humanismo. Hay una macabra lista de miles de enfermos que están a la espera de un accidente o una muerte prematura que les brinde la esperanza de alargar un poco más su existencia; de ellos mueren diariamente un promedio de dieciséis, y el número de afortunados en recibir el órgano deseado llega a sesenta y tres. En el intrigante drama de la donación y recepción de órganos, participan tres fenómenos que se dan en diferentes espacios y casi simultáneamente: primero, la muerte inesperada del donante potencial que por lo general es joven, y por eso son mayores las consecuencias afectivas que desencadena entre sus allegados; segundo, la resignación por parte de los familiares que son quienes autorizan la donación convirtiéndola en un acto de fe que les permitirá convencerse de que para algo servirá esa muerte; y por último, la alegría que invade al recipiente o enfermo agraciado, así como a sus allegados, al enterarse de que la esperanza de tener una mejor vida está allí. Circunstancias como éstas son muy escasas en la interacción humana: por un lado, la tragedia le arrebata la vida a un ser que se hallaba en su plenitud; y por el otro, la fortuna le trae alivio a alguien que podía morir en cualquier momento. ¿Qué sentirá el familiar que autoriza la donación al saber que un desconocido será saludable y feliz a costa de su pérdida?, ¿sentirá envidia o quizá consuelo al saber que una parte de su ser querido ha reencarnado en otro? ¿Y qué sentirá el ser agónico al saber que la única manera de extender su existencia es que un accidente o un crimen acabe con la vida de un joven?, y cuando llegue ese joven, ¿habrá remordimiento…? Cínico, injusto, paradójico y terrible se presenta aquí el círculo de la vida y la muerte. Mientras tanto, yo, arrogante hombre sano, en caso de necesitar un corazón, no lo pediría perfecto ni nuevo ni de colores; para reparar el óxido que el desamor me ha causado, me bastaría el ventrículo de una muchacha de fresa.
La realidad más terrible de vivir entre los otros no es la imposibilidad de pasar desapercibidos, sino el temor de que ellos, después de irrumpir en nuestra existencia, amenacen también con invadir nuestra soledad. La identidad es el primer síntoma de enajenación. El hombre promedio siempre trasciende, en su muerte. Romper los nexos con el mundo es hilvanarse hacia uno mismo. El hombre se oculta en sus palabras, y se revela en su acciones. El instinto nos impulsa a huir de nuestra soledad a los demás, y en ellos descubrimos lo mismo. Cada acción lleva impresa la huella de un carácter. Una especie de primates en África, vientre de la humanidad, ha reemplazado el belicismo con el sexo. Mientras que otra especie de primates en América, músculo y faro de la civilización, sigue ejerciendo –con mayor entusiasmo– su primitivo instinto bélico. La única tragedia real del hombre es el descubrirse. El diablo nos acoge en el éxtasis. Dios también. Entre la música y el hombre se interpone un océano de melancolías que unos agitan y el resto naufragamos. Por error o accidente algunas estrellas fugaces caen sobre este mundo, pero ninguna lo abandona. En los sueños del futuro van sepultados los fracasos del presente.
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El adiós Marco Antonio Escalante El adiós es de alguna manera una negación de la muerte. Uno se despide de los otros para confirmar que lo verán de nuevo, que la separación es sólo temporal y que un nuevo encuentro tomará lugar en un futuro inmediato o lejano. El adiós, sin embargo, a pesar de esta característica que afirma la vida, tiene un tinte melancólico por razones que muchas veces no alcanzamos a ver claramente. Tal melancolía puede tener una obvia explicación en el hecho de que todo adiós es un tránsito a la soledad, a la lejanía y, por ende, al recuerdo, ese penar angustiante de la memoria, esa vida alterna que transcurre en un pasado fantasma y que mella las experiencias cotidianas de un presente que quiere marchar atrás, que no quiere ser él, que no se basta. Hay, empero, una explicación más oscura, menos evidente, más oblicua. El adiós, al negar la muerte, la fija en nuestra conciencia. Por eso uno vive con la certeza de que verá al amigo distante, o a los familiares que viven en otro país o provincia, con la leve angustia de que tal vez esos encuentros no ocurran, de que acaso la fatalidad suspenda la comunión anhelada. Esas son las dos caras del adiós: la certeza que afirma la vida y el presentimiento de la muerte. Cuando estamos lejos, no somos más los guardianes del territorio amado, dejamos a los parientes y amigos sin amparo, cedemos nuestro espacio a la muerte. Es en la lejanía cuando el adiós cobra su verdadero sentido, es con el transcurso del tiempo que se vuelve adiós verdadero; toda despedida no es más que un simulacro, casi un protocolo, cuando ocurre, cuando toma lugar, mas después crece, se hace densa y pesada, y aquel estrechar de manos, ese beso en la mejilla, ese abrazo apurado en una estación de buses o un aeropuerto extranjero, cobran realidad y, a pesar de los días, meses o años transcurridos, el adiós se nos hace más cercano, mina nuestra piel y sentimientos, acerca a los otros hacia nuestra mortal enemiga: la muerte, aguafiestas de la comunión y el reencuentro, dispuesta a corroborar, a todo precio, nuestro presente solitario, nuestra realidad sin lo que fue, nuestra vida mutilada, separada de todo aquello que alguna vez le dio sentido. Borges es quien mejor expresa todos estos sentimientos en un poema en prosa dedicado a Delia Elena San Marco. “Decirse adiós –dice– es negar la separación; es decir: Hoy jugamos a separarnos pero nos veremos mañana. Los hombres inventaron el adiós porque se saben de algún modo inmortales, aunque se juzguen contingentes y efímeros.” Pero Borges escribe estas palabras de valor universal inspirado en una persona en particular, una persona que por lo demás significa mucho para él, tal vez una amiga entrañable. Por eso el tono austero y dolido por el triste engaño de las experiencias aparentemente reales: Delia Elena San Marco cruzando la calle que Borges contempla como un río de autos, luego desde la vereda opuesta sacudiendo una mano; quién iba a pensar, se pregunta el poeta, que ese adiós efímero era el definitivo, que aquel río de autos no era el verdadero, sino que ese otro río, el Aqueronte, arrastraría a Delia hacia la muerte. Todos los seres humanos participamos, de diverso modo, de este sentimiento profundo; lo que pasa es que no lo expresamos de manera sofisticada o literaria. He escuchado a gente común y corriente exclamar, al saber de la muerte de un amigo, un conocido o un pariente, cosas como “y ayer estaba conmigo”, “quién lo hubiera sabido”, “no sabía que me había despedido de él para siempre”, “jamás pensé que no lo volvería a ver”, etc. En todas estas expresiones simples hay afecto y pesar, conciencia clara de lo inesperado, noción de la fatalidad. Hay, sin embargo, un sentimiento reservado solamente a los hombres de sensibilidad extraordinaria, aquellos que viven con intensidad todos los vaivenes espirituales descritos arriba, pero no por alguien de su aprecio, sino por un desconocido cualquiera, un sujeto que pasa sin repercusión patente por sus vidas. Hay un texto de Giacommo Leopardi que es verdaderamente ejemplar a este respecto. “Y así –dice Leopardi– la muerte de alguien que había conocido y que nunca había logrado interesarme cuando estaba vivo, me causaba cierta angustia; no tanto por él, tampoco porque después de muerto me resultara interesante; sino por este pensamiento que siempre consideré profundamente: Se ha ido para siempre. ¿Para siempre? Sí. Para él todo ha terminado. Nunca le veré de nuevo. Nada de él tocará otra vez mi vida. Y luego trataré de recordar, si pudiese, la última vez que lo vi y escuché. Y entonces me sentiré dolido de no haber intuido que aquella era la última vez, y de no haberme conducido a la altura de un hecho tan grave”. Tres cosas fundamentales emanan del texto. Primero: la palabra “siempre” alude al horror que según Leopardi causa en los hombres la idea de la eternidad. Segundo, la idea de la nada, la espantosa nada que en apariencia sigue a la muerte, la imposibilidad de que el muerto vuelva a operar en las circunstancias que para nosotros son reales, sensibles, susceptibles de corroboración sensorial y mental. Y tercero, la melancolía que produce el hecho de que la vulgaridad opaque los acontecimientos graves: una despedida común y corriente no puede estar a la altura del umbral de la muerte; por ello Leopardi clama por un adiós metafísico, un adiós en que los hombres sean concientes de la muerte que merodea en nuestros reinos, un adiós real, que no disimule el porvenir, que no suspenda el imperio de la vicisitud y el azar, que exija de nosotros una conducta apropiada para los hechos graves, una conducta que nos aproxime y separe de los demás como si fueran a morir cada noche. Otro texto soberbio que ilustra más o menos la misma actitud frente a la eventualidad de la muerte o la separación temporal o definitiva, puede encontrarse en
el Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. “Cada cosa que ha sido nuestra –argumenta Bernardo Soarez–, aunque sólo por los accidentes de la convivencia o la visión, porque fue cosa nuestra se vuelve nosotros. El que se ha ido hoy, pues, a una tierra gallega que ignoro, no ha sido para mí, el mozo de la oficina: ha sido una parte vital, por visual y humana, de la substancia de mi vida. Hoy he sido disminuido. Ya no soy el mismo del todo. El mozo de la oficina se ha ido.” Y, al marcharse, redujo el paisaje psíquico y espiritual del poeta, lo ha matado de alguna manera aunque fuese en realidad un extraño, un ilustre desconocido. Y es que uno no adquiere vida solamente por lo que ve y toca, sino porque es visto y es tocado. Pessoa muere en la conciencia del mozo de la oficina porque el mozo no volverá a verlo, porque el poeta ya no será parte de su paisaje visual en la provincia gallega. Pessoa guarda luto por sí mismo porque en la distancia se perece. Ni las cartas, ni las llamadas telefónicas, ni las promesas nos resucitan. Todas esas cosas son señas, indicios de alguien que está a merced de las circunstancias y, por ende, del azar y la muerte. Hace unos días un amigo con el que estaba peleado me llamó por teléfono después de algunos años. Me contó que un amigo suyo se había muerto. Dijo luego con tranquilidad: “uno no sabe lo que vendrá en el futuro. Uno pierde lo que jamás debió haber perdido. Porque eso que se pierde en vida ya no se puede recuperar tras la muerte. Pensé en estos días que tú estabas enfermo, y no me asusté por ti, sino por mí; por no haberme sabido conducir a la altura de las circunstancias”. Y claro, esa llamada fue trascendental. En mi alma de bárbaro, un roce sublime de iluminación y civilidad, de aprecio y cariño sincero, expresado por un amigo arrepentido, tiene un eco humano que transforma de inmediato lo ahora escrito. Entonces, al hablar del adiós, como al hablar y escribir sobre la muerte, lo literario sobrepasa las expectativas del estilo, se vuelve la expresión más profunda del yo y nos aleja provisoriamente de los artificios.
Landscape in progress, técnica mixta sobre lienzo, 2003
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El milagro de su casa al alcance de sus manos
Re/Max Mid town
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