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Editorial Francisco Piña entrevista a Juan Mora-Torres: Huntington y el “problema mexicano” Deborah Solomon Cómo vivimos hoy: Preguntas para Samuel P. Huntington Carlos Monsiváis Y un día los únicos monolingües serán, si se dejan, los anglos Josefina de Abad Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos Gustavo A. Saberbein y Andrew Sund La inmigración hispana no es una amenaza Daniel W. Drezner Un revoltijo de civilizaciones Kari Lydersen Víctimas de la guerra: Cientos de inmigrantes mueren en la frontera
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deshoras Raúl Dorantes Informe sobre Ayala Juana Goergen Zona roja Ars poética Acrobacias del abandono
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mirada cómplice Julio Rangel Travesías e intuiciones: La obra de René Arceo
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tiempo extra Ray Salazar Tomar una mano callosa Daniel Patiño entrevista a Ema Valdominos y Sergio Moreno: Les debemos a los braceros Kari Lydersen José López habla en voz alta
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Periscopio electoral Jorge Frisancho Kerry: Juego peligroso
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Mario Raúl Guzmán José Rubén Romero y Xavier Vargas Pardo: Dos narradores michoacanos
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Desnudo de un mundo artificial Iván Torrijos ¿Aceptas?
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Jorge Frisancho El caso Padilla
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tiempo de sobra José Angel Navejas Maximino, el salvaje Carmen González Primavera en Chicago
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entrega inmediata
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En la presente edición de contratiempo asoma el tema de los braceros desde la doble perspectiva de un testimonio biográfico y una entrevista. Los braceros siguen reclamando tanto en México como en este país que se les devuelva su correspondiente fondo de ahorro que acumularon en el tiempo que trabajaron en los Estados Unidos. El 4 de agosto de 1942, los gobiernos de México y de los Estados Unidos establecieron un convenio laboral que permitía a nacionales mexicanos trabajar en los campos y en los rieles estadounidenses. Dichas autoridades decidieron deducir el diez por ciento del salario de una gran parte de los 2.2 millones de braceros. Este fondo se creó con la intención fundamental de que al regresar el trabajador tuviese suficiente liquidez para hacerse de herramientas de trabajo, ya que en su mayoría eran del medio rural. El Programa Bracero terminó oficialmente en 1964, pero no fue sino hasta fines de los noventa que un grupo de aquellos trabajadores se organizó para pedir el reembolso. Muchos braceros han fallecido, pero los que aún viven requieren de ese dinero, debido más que nada a que ya están retirados del aparato productivo y carecen de pensión. Independientemente de lo que haya pasado con el fondo, el gobierno de México y en especial el de los Estados Unidos (que fue el que autorizó la deducción) deberían retribuir este dinero lo antes posible a estas personas de la tercera edad o a sus familiares. Pero desde que se hizo el reclamo, los gobiernos de estos países no han querido aceptar su responsabilidad, dejándoles como única opción realizar protestas públicas que cada vez se tornan más violentas. La última se dio el pasado 26 de mayo en Guadalajara, Jalisco, en el marco de la Cumbre de Países Europeos, Latinoamericanos y del Caribe: alrededor de quinientas personas, algunos a caballo, intentaron derribar la valla que protegía la zona provisional de restricción. Al igual que los inmigrantes latinoamericanos de hoy en día, los miles de braceros que trabajaron en las cosechas de Texas y California, o que tendieron durmientes en Ohio e Illinois, contribuyeron tanto al desarrollo ecónomico de los Estados Unidos como al de su país de origen. No está de más afirmar que esos trabajadores ayudaron a sentar las bases para que los inmigrantes de hoy encontraran al llegar a Los Angeles, a San Antonio o a Chicago, una infraestructura cultural y social (centros comunitarios, bibliotecas públicas con libros en español, iglesias, escuelas con programas bilingües, etc.) que hoy nos permite establecernos con mayor facilidad. En la actualidad, además de las ya consabidas remesas que los inmigrantes latinoamericanos mandan a sus países de origen, su contribución económica al país donde residen es también notoria. Los mexicanos, por ejemplo, pagan más de 350 millones de dólares de impuestos, y a cambio reciben en servicios solamente 250 millones. Por supuesto, las contribuciones culturales no son
cuantificables, pero sí notorias; baste señalar que casi el ochenta por ciento de los estudiantes universitarios estadounidenses están eligiendo al español como la lengua extranjera a estudiar. Es obvio que, gracias a los dos idiomas, este estudiantado tendrá una actitud más abierta hacia el mundo hispano que radica en los Estados Unidos y, por qué no decirlo, hacia el mundo. Lo anterior viene al caso porque uno de los académicos estadounidenses de mayor reconocimiento ha puesto en tela de juicio tanto los aportes económicos y culturales de la comunidad hispanohablante, poniendo un mayor énfasis en la mexicana. Nos referimos al profesor de la Universidad de Harvard Samuel P. Huntington, que en un ensayo titulado El desafío hispano resalta cinco tesis para referirse al “peligro” que representa para este país la cultura hispana: la contigüidad, el número, la ilegalidad, la concentración regional y la persistencia. De estas tesis quisiéramos detenernos en dos: la contigüidad y la ilegalidad. Es decir, que debido a los tres mil kilómetros de frontera con México se ha hecho cada vez más incontrolable el ingreso de indocumentados. A pesar de dicha extensión, antes de 1965, como señala el mismo Huntington, el cruce ilegal de la frontera era un problema sin mayor consideración. Por desgracia, Huntington no se pregunta el porqué. Hay que recordarle que antes de 1942 California y Texas en realidad no formaban parte del mapa laboral mexicano. Fue a partir de una necesidad de los Estados Unidos (la falta de mano de obra nativa debido a la Segunda Guerra Mundial) que en el campo mexicano empezó a relacionarse el progreso con el venirse al Otro Lado. Al culminar el Programa Bracero, por lo menos 2.2 millones de mexicanos ya habían palpado los beneficios laborales y políticos de vivir en los Estados Unidos. Por eso es que el profesor de Harvard “descubrió” que el año 1965 es un parteaguas de la inmigración mexicana. Y ponemos entre comillas “descubrió” porque si el profesor de Harvard hubiera leído bien la tesis de Myron Weiner, citado por él mismo, se habría dado cuenta que “un flujo migratorio induce su propio flujo. Los inmigrantes hacen posible que sus familiares y parientes emigren también…” Reiteremos: los tres mil kilómetros de frontera se hicieron visibles por una necesidad inicial de
los Estados Unidos. Y hoy en día, a causa de modelos económicos que causan cada vez más pobreza, es una necesidad recíproca entre Estados Unidos y Latinoamérica. Una diferencia que hay que recalcar es que los Estados Unidos, gracias a este flujo de cuatrocientos mil inmigrantes por año, llena la cuota de mano de obra barata, pero a América Latina (y en especial a México) esta migración le cuesta más de quinientas vidas al año. Pasemos a la cultura. Del texto de Huntington se deduce que para salvar y mantener pura la cultura angloprotestante todos los latinos que ya viven en Norteamérica, tienen que olvidarse de su idioma y de su cultura; y da a entender que para detener la migración ilegal es necesario sellar por completo la frontera sur de los Estados Unidos. En la entrevista publicada en esta edición, Huntington enfatiza que no le importa la gente sino las ideas; es decir, que puede haber 40 millones de hispanos o más; el “problema”, nos dice, es que en las últimas cuatro décadas los latinos han demostrado incapacidad para ser asimilados. Huntington parte de un falso dilema: o el inmigrante y sus hijos se aferran a su cultura de origen o se asimilan a la anglohablante. Si bien es cierto, esas polaridades existen (y Huntington está en una de ellas); pero también es cierto que el mundo de vida se da entre estos dos polos, y la inmensa mayoría de los inmigrantes y de los nativos nos movemos y participamos de esa cultura híbrida. Sólo hay que recordarle al doctor Huntington que en la actualidad una cultura que emigra no se asimila, simplemente asimila; y la cultura receptora obviamente también asimila. Y en ese encuentro de culturas huéspedes y anfitrionas quien sale ganando es la humanidad.
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Francisco Piña entrevista a Juan Mora-Torres ¿Cuál ha sido la importancia del ensayo El desafío hispano de Samuel P. Huntington? En primer lugar es importante por la respuesta que se ha dado al ensayo aunque lo que propone Huntington no es nada nuevo. Hay otra gente que ha dicho lo mismo: Pat Buchanan, Pete Wilson y otros políticos han usado los mismos argumentos para movilizar la opinión pública. Lo que es importante de Huntington es que se trata de un académico respetable y es director de una revista influyente. Enseña en la Universidad de Harvard y eso le da cierta credibilidad a su argumento; es decir, no es demagogia como los discursos de Buchanan o Wilson. Tal vez por eso ésta es la primera vez que en México se responde a un ensayo de esta naturaleza –que afecta a los mexicanos de los Estados Unidos– con voces que incluyen las de Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, Enrique Krauze o Jorge Castañeda. Esto además de la respuesta de los intelectuales chicanos y latinos. Pero las ideas que está exponiendo en su ensayo, ¿son algo nuevo o son algo que ya se ha dado en el pasado? Lo que propone Huntington no es nada nuevo en término de ideas. Uno puede irse al pasado y se encontrarán los mismos argumentos que él está usando ahora; por ejemplo, el argumento de que los mexicanos chocan con los conceptos de la cultura anglosajona se dio durante la Guerra de Independencia de Texas. Entonces se decía que la cultura mexicana por ser católica y mestiza era inferior simplemente porque no era angloprotestante. El concepto de los mexicanos como problema –que es lo que intenta crear el ensayo de Huntington– se da también en la década de 1920, pero ya como un fenómeno nacional. De eso se encargan los académicos, los grupos nativistas y la misma prensa. En esos años se escuchan por primera vez las palabras “the Mexican problem”. Hay varios factores, entre ellos, el hecho de que para 1924 la migración europea ya había cesado. En ese entonces había más de dos millones de mexicanos en Estados Unidos. Muchos ya no venían a trabajar temporalmente; se quedaban más tiempo, traían a su familia y se iban acomodando en las ciudades. Algunos grupos decían que era necesario poner cuotas a los mexicanos, pues pensaban que éstos iban a reconquistar el suroeste por su crecimiento de población y por su cultura. En los setenta vuelve a surgir el concepto de la reconquista del suroeste: que los mexicanos le estaban quitando el trabajo a los estadounidenses y que estaban creando un problema a la salud pública por traer enfermedades. Y en los años noventa ese discurso resurge en California con la campaña antiinmigrante de Pete Wilson. Lo que Huntington hace ahora es recobrar todo esto y legitimarlo con sus credenciales académicas y con la influencia que tiene en diversos sectores de poder.
Pero actualmente, ¿ya se puede hablar de una respuesta a ese tipo de ideas? Huntington no tenía como objetivo llegar a un público amplio. Él publica su ensayo en Foreign Policy, que es una revista de poca circulación, pero dirigida a los sectores de poder: jefes de agencias de gobierno, editores de periódicos, canales de televisión, etc. Hay que tomar en cuenta que se trata de un académico que ha hecho su carrera anunciando el próximo peligro que enfrentará el país. En los noventa publicó un ensayo en el que afirmaba que el enemigo principal era el mundo islámico; según esto, después del derrumbe del muro de Berlín, ya no eran las ideologías las que dominaban al mundo sino el conflicto entre culturas, y que la que más amenazaba a Estados Unidos era la islámica. Ese ensayo también se publicó en una revista del mismo tipo, Foreign Affairs, y las ideas ahí planteadas llegaron a dominar la política exterior de Estados Unidos. ¿Cuánto conoce Huntington el objeto de estudio del cual está hablando? Porque por un lado está la visión de Huntington y la cultura del miedo en El desafío hispano y, por el otro, se encuentra la visión de Mike Davis en Magical Urbanism. La visión de Huntington es la del temor. Argumenta que en Estados Unidos se están formando dos sociedades separadas, y que la cultura hispana está amenazando a la cultura anglosajona. En otras palabras, toma “el choque de civilizaciones” –que, como ya dije, empezó en los noventa con el mundo musulmán– y lo intenta adaptar a los Estados Unidos, como un “clash de cul-
turas”. Para Huntington el latino es ahora la causa del temor, pues, según él no intentan asimilarse a la cultura angloprotestante; por tanto, el latino está amenazando culturalmente al país. La visión de Davis es completamente diferente. Los latinos no están cambiando este país: ya lo cambiaron, pero muchos no quieren darse cuenta. Este cambio –nos dice Davis– se nota más que nada en las ciudades; los latinos ya han transformado Nueva York, Los Ángeles, Miami, Chicago, etc., y no solamente con su trabajo sino también con su cultura. Han dado vida a barrios y ciudades que estaban en decadencia. En la visión de Davis, los latinos están haciendo de Estados Unidos un mejor país. Y tiene razón Mike Davis, los latinos han hecho contribuciones a la política y a la cultura, pero su contribución más importante se da en el trabajo. Por ejemplo, sin la mano barata del trabajador mexicano no existirían Texas ni California tal como existen hoy, y son los estados más importantes en términos de población en Estados Unidos. Han creado las fortunas de los grandes capitales agroindustriales, mineros y ferrocarrileros. O podemos ver el caso de Chicago. Desde 1960, Chicago fue perdiendo población de un modo gradual. Disminuyó su población en los sesenta, en los setenta y en los ochenta; y en la única década que se incrementó dicha población fue en los noventa por los miles de latinoamericanos –en su mayoría mexicanos– que llegaron a Chicago a trabajar en el área de los servicios a cambio de trabajos mal pagados. Si no hubiera sido por
¿Qué respuestas hubo en los años veinte? En México nunca hubo una respuesta como se da hoy. Los pocos que defendieron a los inmigrantes en Chicago fueron grupos protestantes y unos cuantos católicos, que miraban a los mexicanos como gente que contribuía al país. ¿Y cuál fue la respuesta de los inmigrantes? Fundan periódicos, como El Nacional o el Mexico Lindo, clubes deportivos, mutualistas y de solidaridad –si se enfermaba alguien, los miembros pagaban por el doctor o se le daba algo de dinero hasta que se recuperara. También formaron grupos musicales, de teatro, opera y danza; y todo bajo nombres nacionalistas, como Club Necaxa, Club Azteca, Club Hijos de Benito Juárez, etc. Todo esto sirvió para reforzarse como comunidad. Su visión de la patria era el único recurso que tenían para defenderse. Pero al final de esa década viene la Gran Depresión y más de medio millón de mexicanos vive la repatriación. Los patrones, las organizaciones sociales y el gobierno de la ciudad de Chicago, organizan campañas para deportar voluntaria o involuntariamente a miles de mexicanos. Esta fue la repatriación más grande en la historia de Estados Unidos. Hay que recordar que muchos de los repatriados eran ciudadanos estadounidenses. Grupo de teatro de la iglesia Nuestra Virgen de Guadalupe, 1928.
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Foto toma de Mexican Chicago. Cortesía del Centro-Museo de Bellas Artes Mexicanas
Cómo vivimos hoy: Preguntas para Samuel P. Huntington Deborah Solomon Su libro más reciente, Who Are We? The Challenges to America’s National Identity, sugiere que los inmigrantes latinos están minando la grandeza de los Estados Unidos. Más del 50 por ciento de los inmigrantes que llegan al país son hispanos, de México y de otros lugares de América Latina, y alrededor de la mitad de las personas que vienen al país hablan un solo idioma, y no es el inglés. Esto es algo que no tiene precedente. Algunos creemos sorprendente que un hombre como usted, catedrático de Harvard y politólogo eminente, considere la tendencia hacia el bilingüismo como algo tan amenazante. Existen países perfectamente decentes, responsables y democráticos, como Canadá y Bélgica, que son bilingües. Pero eso engendra de por sí una serie de problemas singulares.
Juan Mora-Torres durante la conferencia Los latinos en la ciudad global. Foto: José Guzmán
los latinos, posiblemente Chicago se hubiera convertido en un Detroit, en un Pittsburg, en un Cleveland o en otra ciudad abandonada. Lo bonito de todo esto es que cada vez más se está creando una conciencia de la importancia del trabajo, y con esa conciencia la gente va adquiriendo el derecho de reclamar, y me refiero a reclamaciones en dos países. Porque el inmigrante mexicano está manteniendo comunidades enteras en México. O el caso de los salvadoreños, que están manteniendo la economía del país a través de las remesas. Es decir, los inmigrantes no sólo están creando aquí comunidades estables, como los barrios de Pilsen o La Villita, sino que al mismo tiempo están contribuyendo a sus países de origen, a las comunidades de donde vienen. Los inmigrantes mexicanos, salvadoreños o guatemaltecos se están volviendo ciudadanos de este país y también de México, El Salvador o Guatemala, y esto los hace más universales. Funcionan en dos mundos. Los hace más ciudadanos del mundo que el ciudadano promedio estadounidense, que solamente piensa en sí mismo y en su país. Entonces, ¿cuál es el sueño de Huntington? Que desaparezcan los mexicanos y los latinos. Si así fuera, según él, este país no tendría muchos problemas. El problema para él son los latinos, que están destruyendo la cultura de este país. Si no hubiera mexicanos –nos dice– los salarios subirían, porque el mexicano trabaja barato. Si el mexicano no estuviera aquí, Estados Unidos tendría una mejor calidad de inmigrantes, los mejores del mundo, pocos de todas partes para que pronto puedan asimilarse a la cultura angloprotestante. Huntington olvida que Estados Unidos es un país que cada 20 ó 30 años se renueva, y que su concepto de nación siempre está renovándose. Hoy, Estados Unidos está pasando por una época en la que se está renovando el concepto de nación. Y lo que propone Huntington es excluir a un gran sector de la población de dicho concepto de nación.
Pero, ¿no son relativamente minúsculos esos problemas? ¿No es justamente en la capacidad de asimilar a todo tipo de pueblos que radica la grandeza de los Estados Unidos? Los fundadores de esta nación tenían sentimientos encontrados con respecto a la inmigración. Inventaron la palabra "inmigrante" en el idioma inglés para describir a aquellos que llegaban al país y que eran diferentes a ellos. De hecho llegaron a decir que si llegaban inmigrantes, había que dispersarlos. Su libro avala implícitamente los valores angloprotestantes. ¿Los Estados Unidos sería el mismo país que ha sido y que todavía es si quienes lo hubieran colonizado en los siglos XVII y XVIII no hubieran sido los protestantes británicos, sino los católicos franceses, españoles o portugueses? La respuesta es que no. No sería los Estados Unidos. Sería Quebec, o México o Brasil. Pero desde ese entonces hemos acogido a varias olas de inmigrantes. La inmigración ha sido un elemento central en el desarrollo del país y de mi vida personal. Mi esposa es hija de un inmigrante armenio que se asimiló completa y satisfactoriamente, como debe ser. ¿Cómo definiría usted exactamente la cultura que, a su parecer, deben adoptar los inmigrantes? Hablamos de la cultura que es la médula de este país, que proviene de los colonizadores que lo fundaron y que implica la ética de trabajo y el individualismo. También incluye el idioma inglés, las costumbres, las instituciones sociales y legales británicas. ¿Y la comida inglesa? ¿No prefiere comer pizza o sushi que pastelón de carne y papas? No estoy hablando de la cultura en ese sentido. Estoy hablando de todo un conjunto de valores. ¿Es usted inmigrante? Espero que no sea uno de esos esnob que llegaron en el Mayflower. Los Huntington llegaron a Boston en 1633. Casi todos los Huntington en los Estados Unidos son descendientes de Simon y Margaret Huntington, quienes formaban parte de un grupo de colonizadores que llegaron de Norwich, Inglaterra, y que fundaron Norwich, Connecticut. ¿Se crió usted en una cultura netamente blanca anglosajona y protestante, con sirvientes, en alguna mansión de Connecticut? Blanca, anglosajona y protestante sí, pero con sirvientes no. Yo me crié en un apartamento de Astoria, Queens.
¿Sirve de algo el ejemplo de la Comunidad Europea? ¿Se podría aplicar una idea similar en el continente americano? Sí. El futuro de este país va a cambiar y los latinos ya lo están cambiando. Se estima que para el 2040 los latinos serán mayoría en California, Texas y otros estados. No es una cuestión de nacionalismos, pero se observa que está surgiendo el concepto de América como todo un continente. Los latinoamericanos de este país tienen derecho a hablar de los países de donde vienen, de sus orígenes. Los mexicanos hoy hablan de la doble ciudadanía, del envío de remesas, etc., pero creo que eso se va a ir haciendo hemisférico. A diferencia de Europa, la respuesta entre nosotros debe venir desde abajo. Se está dando entre los mexicanos o los dominicanos, o poco a poco entre los salvadoreños y los guatemaltecos. Los trabajadores inmigrantes de algún modo proponen realizar el sueño de Martí: una América más unida y sin excluir a nadie.
¿Le parece que haya algo de verdad en la percepción de que el norteamericano blanco, anglosajón y protestante es gente fría, sin emociones? Un momento; estás hablando de gente, yo no. Estoy hablando de ideas y de prácticas.
¿Y será posible? Son propuestas que ahorita no tienen mucho empuje. Pero tarde o temprano se podrá luchar por el concepto de un salario mínimo que no solamente se aplique en Estados Unidos sino en todo el continente. Se podrá hablar de un sistema económico más justo para todos y de un hemisferio donde el medio ambiente sea mejor. Se podrá hablar también de medios de comunicación más integrales y bilingües. Hay dos visiones. La visión apocalíptica de Huntington y la visión esperanzadora del inmigrante, que apoyan muchos intelectuales. Nada está decidido; puede ser un conflicto entre las dos visiones, pero ninguna ha vencido a la otra como propuesta todavía. El debate está abierto. Lo importante es que los latinos demandan que su voz se escuche. Están aquí y no se van a ir.
¿Votará por Kerry, entonces? Oh, sí. Nos hemos encontrado en varias ocasiones. Él vive a unas cuantas cuadras de mi casa, en Beacon Hill.
¿Qué opina usted del hecho de que el diez por ciento de los soldados estadounidenses en Iraq sean latinos? Vuelves a hablar de gente. ¿Y qué más hay aparte de la gente? Está lo que la gente cree, lo que presupone. A mí me preocupa el grado en que la gente –sea cual sea su color– acepta el credo norteamericano y se ciñe a los valores norteamericanos. ¿A qué partido político pertenece? Soy demócrata a la antigua. Estaba tajantemente en contra de la ocupación de Iraq.
¿Cómo concilia usted el ser demócrata con sus opiniones sobre la inmigración y la asimilación? En realidad ambos partidos están divididos en el tema de la inmigración. Yo, como entendido en la materia, tengo la responsabilidad de estudiar la sociedad y tratar de hacer que la gente vea ciertas cosas que quizás no desee ver.
Esta entrevista fue publicada en la edición del 2 de mayo de The New York Times. Reproducida con el permiso de dicho diario. Juan Mora-Torres es profesor de historia en la Universidad DePaul. Es autor de The Making of the Mexican Border y está escribiendo su siguiente libro, que explora el significado de la migración mexicana tanto en México como en Estados Unidos: Me voy pa’l norte: The Great Mexican Migration, 1900-1932.
Traducción: Moira Pujols
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Carlos Monsiváis
Durante la cena de aniversario de la revista contratiempo, llevada a cabo el 8 de mayo, el escritor mexicano Carlos Monsiváis dictó la siguiente conferencia. El número de marzo-abril de 2004, de la revista Foreign Policy incluye un ensayo sobre la forma en que los inmigrantes hispanos amenazan los valores, el modo de vida y la identidad de Norteamérica. El ensayo es parte del último libro del doctor Samuel P. Huntington, catedrático de Harvard y especialista en el aviso de catástrofes, casi podría describírsele como una Casandra a domicilio. Ya en otro libro suyo, famoso por su racismo, titulado El choque de las civilizaciones, quiso adjuntarle al gobierno norteamericano las tesis académicas que después se exaltarían en las invasiones de Afganistán e Irak. Ahora se lanza a proteger el concepto mismo de Estados Unidos. Y para ampararse de las críticas, Huntington reconoce de entrada que su país es multiétnico y multirracial, y que por eso la identidad norteamericana se define a partir de la cultura y del credo. Ojo: el credo –dice el Dr. Huntington– es el producto de la cultura anglo-
Carlos Monsiváis en el Centro Museo de Bellas Artes Mexicanas, en el Primer aniversario de contratiempo. Foto: José Guzmán
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protestante de sus fundadores e incluye, entre sus elementos claves, el idioma inglés, el cristianismo, el compromiso religioso, el dominio de la ley, la ética del trabajo y el intento obligado de crear un paraíso en la tierra, a city on a hill. Todos éstos son lugares comunes o verismos aplicados desde el pasado al porvenir, con lo que se crea un poderosísimo determinismo: el inglés, que es indudable; el cristianismo, que es el credo de la mayoría; el compromiso religioso, que le pertenece a quienes así lo deciden; el dominio de las leyes es asunto de cualquier estado; lo mismo la ética del trabajo, considerada de muy distintas maneras (por ejemplo, hay una ética racional hacia el trabajo y también una ética de Wal-Mart); y por último, la idea de crear un paraíso en la tierra, utopía que cada vez se vuelve más discutible en cualquier país. Luego de estos verismos, Huntington describe el infierno ya presente a fines del siglo XX. La cultura angloprotestante de Estados Unidos y el credo que la produjo (la idea de “credo” nunca se especifica, supongo que en el libro sí), se ven asaltados por la popularidad de las doctrinas del multiculturalismo y la diversidad. En este ataque al concepto de la diversidad, a Huntington lo acompañan los ideólogos de una entidad no necesariamente protestante: el Vaticano, que ha insistido muy belicosamente en que la diversidad es una excusa para colar lo inadmisible. Huntington también ve el surgimiento de identidades de grupos arraigados en la supremacía de la raza, la etnicidad y el género sobre la identidad nacional. Pero eso me parece absolutamente indemostrable. Ante el impacto de las diásporas en la cultura trasnacional, sólo toma en cuenta a los latinos. Se olvida que hay un número creciente de inmigrantes, latinos y no latinos, con nacionalidad y lealtades dobles y un aumento en la preferencia por identidades trasnacionales y cosmopolitas de las élites empresariales, intelectuales y políticas. Me parece muy generoso de su parte que hable de identidades trasnacionales para referirse a las corporaciones trasnacionales, cuya identidad está arraigada ahí donde están sus cuentas bancarias y lo cosmopolita tal vez estará en el hecho de que las franquicias se venden de manera universal. Uno tiembla de pensar cómo tiembla al pensar el doctor Huntington que la identidad nacional de Estados Unidos se ve desafiada por las fuerzas de la globalización; es una idea absurdamente fantástica: cómo es que Estados Unidos y el sistema norteamericano, que produce la versión dominante de la globalización, se vean amenazados por la globalización: a loop in the loop. Y también se ven amenazados por las necesidades que la globalización produce en esta gente, que
opta por identidades de sangre y de creencias más pequeñas y para ellos más significativas; es decir, la globalización es tan grande que uno se refugia en lo local, es el escondite ante lo global. No hay capacidad de asimilar lo global, por eso uno acaba metiéndose en la cueva de la aldea. Lo que sigue complementa el panorama dantesco. En la nueva era, Huntington descubre que el desafío más inmediato y más serio para la identidad tradicional de Norteamérica viene de la migración incesante y enorme de latinoamericanos, en especial de mexicanos, y de los índices de fertilidad de estos inmigrantes, índices superiores a la de los negros y la de los blancos estadounidenses... Sería el triunfo de los vientres sobre las conciencias. Podría decirse: brown is always pregnant. El profesor Huntington no se fija en los recolectores de los campos, ni en los ayudantes de meseros, ni en todo lo que ha significado para la industria y la agroindustria la presencia de los latinos, en especial de los mexicanos; pero sí atiende el color de la piel de algunos de sus nuevos vecinos, y a la vez les reprocha a sus compatriotas su materialismo; ya que los norteamericanos –dice Huntington– se han concentrado en los costos y beneficios económicos de la inmigración en plena ignorancia de sus consecuencias culturales y sociales… ¡Esto es encantador!: la idea de que con tal de explotar prefieran no darse cuenta de que ya tienen un mariachi en la esquina. El profesor Huntington entonces plantea la cuestión fundamental de su tesis: ¿continuarán siendo los Estados Unidos un país con un sólo lenguaje nacional y una cultura esencialmente angloprotestante? Si la ignoran –dice–, los norteamericanos acabarán transformándose en dos pueblos con dos culturas: la anglo y la latina, y dos lenguas: el inglés y el español (no sé por qué presiento algún menosprecio por los asiáticos). Luego, el profesor se extravía en las estadísticas y señala el cambio cualitativo de la migración latinoamericana, en especial la mexicana. Lo primero es la contigüidad: tres mil kilómetros de frontera. En segundo lugar viene la escalada: cerca de 640,000 mexicanos emigran legalmente a los Estados Unidos en la década de 1970; 1,656,000 en la década de 1980 y 2,249,000 en la de 1990. En estos tres periodos, los mexicanos representaron el 14%, el 23% y el 25% de la inmigración legal respectivamente... Como decía una canción de protesta: ¡a parir madres latinas, a parir más inmigrantes! El tercer punto es la entrada ilegal a la city on a hill. Los arrestos de la Border Patrol fueron en este orden: 1,600,000 en la década de los sesenta; 8,300,00 en los setenta; 11,900,000 en los ochenta; 14,700,000 en los noventa, según estadísticas oficiales. En 2003,
En el libro, se pregunta el señor Sosa: ¿existe el sueño americano? Y el mismo se responde: sí, existe, es realista y está ahí para que lo compartamos. Sosa se equivoca –dice Huntington–. No hay sueño norteamericano alguno. Solamente hay el sueño norteamericano creado por una sociedad anglo protestante; los méxico-americanos podrán participar de ese sueño y en esta sociedad sólo si lo sueñan en inglés. (Qué lástima que no haya sueños plurilingües.)
Nieva sobre mojado en Nueva York. Foto: Gabriela Zamorano
según las mismas cifras oficiales, vivían entre 8 y 10 millones de ilegales. De estos, los mexicanos se llevan el 58 por ciento (me parece bastante oportunista que, pensando en la vecindad, los mexicanos se hayan ido a situar a un lado de los Estados Unidos pudiéndose haber ido a la Tierra del Fuego). Casi 5 millones de ilegales constituyen el 69 por ciento de la población mexicana. En el 2000, los mexicanos ilegales en Norteamérica eran 25 veces más numerosos que el contingente próximo, el de los salvadoreños. (Se ruega no hacer la ola.) El siguiente punto del profesor es la concentración regional y las realidades cruentas de la incontinencia demográfica mezcladas con amenazas nada veladas para Shakespeare y Emily Dickinson: en el 2010, los hispanos conformarán más de la mitad de la población de Los Ángeles. Viene ahora en la lista de terrores de Huntington, la persistencia. Y nos recuerda que otras minorías dejan de venir o lo hacen con modestia. Pero la explicación está a la mano y la da él mismo: el producto nacional bruto de Norteamérica es cuatro veces el de México… Ahí sí creo que exageró a favor nuestro. Acto seguido, la presencia histórica, la idea de que perdimos más de la mitad de nuestro territorio en la Guerra de 1847. Y luego los crímenes sin remisión: el manejo del idioma de Mark Twain. El 95 por ciento de los inmigrantes nacidos en México habla español en casa, según la Oficina del Censo (me gusta esta idea de que sea un delito hablar español en casa… teniendo a la mano el sánscrito). El 73 por ciento no habla inglés muy bien; sucede algo distinto con los méxico-americanos de la primera generación, aunque el espanto persiste: en 1998, el nombre “José” substituyó al de “Michael” entre los recién nacidos en California y Texas. (A cambio de eso, en México “Marilyn” desplazó a “Lupita” y “Chetayada” a “Chucho”. Todo el horizonte onomástico de México ha cambiado de una manera formidable: “Pamela”, por ejemplo, es un nombre muy común entre las niñas indígenas, ya que están hartas de que a todas les digan “María”... Sólo el inglés nos acerca a la modernidad.) Desprecio por la tierra a la que llegan. Según el evangelio de Huntington, los méxico-americanos se sienten más a gusto en su propia cultura y desdeñan con frecuencia la de los Estados Unidos. (Aquí me contengo para no emitir un sarcasmo fácil y decir que se sabe de muchos chicanos que en las sombras escupen a figuras reverenciales como Barbie y Spider Man.) Y para eso Huntington se apoya en autoridades como
la del licenciado Jorge Castañeda, que dice que el concepto del tiempo de los mexicanos se ha paralizado en el síndrome del mañana (mañana votarán por él) y la de Vicente Fox, que se describió a sí mismo como presidente de 123 millones de mexicanos, 100 en México y 23 en los Estados Unidos (ésta sí que es una buena ocurrencia del presidente). En contraste y en plena e infame delación del monolingüismo, Bill Clinton declaró hace años: “Espero muy en serio ser el último presidente en la historia de Norteamérica que no sepa hablar español”. Si esto sigue así –concluye Huntington– la división cultural entre hispanos y anglos podría reemplazar a la división racial entre negros y blancos como el abismo más serio de la sociedad norteamericana. (Posiblemente muy pronto se descubra un libro escrito en el siglo XIX titulado La cabaña del tío Pancho.) Al final de su texto, entre los espasmos ante la españolización de Norteamérica, Huntington cita el libro del señor Sosa titulado The American Dream, cuyo objetivo es alentar a los entrepeneurs hispanos.
El texto de Huntington ha tenido vastas resonancias (y quizás el libro vaya a tener aún más), y por así decirlo ha unificado de golpe a la no muy unida comunidad de hispanos. Pero debo decir que los hispanos de Huntington no son un grupo étnico sino un estereotipo. Los datos del profesor son muy selectivos. Porque los hispanos sí aprenden inglés. Y porque el protestantismo se ha incrementado en esa comunidad que creció rezando en español. Y porque entre los hijos de inmigrantes, sólo el 7 por ciento tiene al español como su lengua fundamental y cerca de la mitad no habla ya la lengua de Juan Rulfo. Sólo unos cuantos han acudido en defensa del profesor de Harvard, y sólo uno lo ha trascendido por la derecha: Pat Buchanan, quien afirma que esta nación puede verse invadida por un alud de extranjeros, especialmente de México, extranjeros que no desean aprender inglés ni ser parte de la familia, que no desean asimilarse ni aman a este país, y que creen que despojaron a su país de las tierras que ahora están volviendo a ocupar y a recuperar. Este es un paisaje escalofriante. Por último, me llama la atención que entre las muchas respuestas a Huntington sobresalga la idea de que los hispanos sí están asimilados y sí están integrados. Ahora, hablar de la asimilación y de la integración implica promover un debate muy amplio sobre lo que significa la asimilación y la integración en el nuevo siglo americano. Todos los verismos y lugares comunes han dejado de tener sentido. Y ante esa proclama a fin de cuentas muy racista, como la del profesor Huntington, se ha respondido creando un nuevo corpus de ideas sobre lo que son las comunidades hispanas.
Carlos Monsiváis es autor de Entrada libre, Escenas de pudor y Liviandad, Aires de Familia, entre otros libros.
El último tango en Harlem, Nueva York. Foto: Gabriela Zamorano
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Josefina de Abad En nuestra colaboración anterior habíamos comenzado a examinar los “credos” o mitos fundacionales que sirven de premisa al micro-caso (The Hispanic Challenge) que Samuel Huntington analiza a la luz de su tesis mayor expuesta en el libro The Clash of Civilizations. La comparación entre los “credos” de las dos Américas ha sido bastante frecuente, directa o indirectamente, desde fines del siglo XVIII hasta comienzos del XX. El famosísimo abad Raynal, así como los pensadores Hegel, Marx, Engels, Tocqueville, Darwin, entre otros europeos, se han acercado al tema con una perspectiva generalmente similar y que abona la afirmación huntingtoniana en cuanto a la existencia de un núcleo blanco, anglosajón y protestante como conductor de los Estados Unidos. Es quizás el inquieto abad el que establecerá la noción, que luego será tan común, de que el comercio es el que promueve “la causa de la civilización” y que, por ende, las colonias anglosajonas superan en “civilización” a las ibéricas, catalogadas como fanáticas, anárquicas y estáticas al igual que sus progenitoras (España, Portugal y el mundo indígena). La percepción de que el mundo protestante anglosajón conduciría los hilos de la historia moderna hacia un progreso continuo es prácticamente indiscutible hasta bien entrado el siglo XX (el neoliberalismo es un destello de estas ideas en nuestra era). Siendo la América Hispana heredera de un código hispano-católico, y en lo racial la antítesis de la raza pura, nuestra América revelará frente a la homogeneidad norteamericana una oscilación que poco tendrá que ver con la contundencia de sus vecinos. Son clásicas en este sentido las palabras de Bolívar, el paradigma del hispanoamericano en el siglo XIX: “Tengamos en cuenta que nuestro pueblo no es el europeo, ni el americano del Norte; que más bien es un compuesto de África y de América que una emanación de Europa; pues que hasta la España misma deja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter…”. Cotejando la mitología hispanoamericana con la estadounidense, encontraremos en la primera un tono gerundio, un tiempo irregular, “lento” pero constantemente abierto a las voces que la conforman, mientras que en el tono fulminante de la segunda habremos de encontrar un campo referencial concreto, bien definido y, aparentemente, definitivo. No dejemos de recordar que los Founding Fathers, si bien grandes en ambiciones y talento, construyen sus documentos mayores (y las bases del “credo”) dentro de un territorio reducido y para una población considerablemente semejante. Son claras en los escritos de Jefferson y en los comentarios de Tocqueville, por ejemplo, la imposibilidad de la coexistencia de negros y blancos en una misma comunidad o la absoluta ausencia del indígena en ese nuevo ámbito. De ahí también que, destacando un suceso ilustrativo, la incorporación de Louisiana sea puramente nominal al principio; al nuevo y extensísimo territorio se lo tendría en suspenso institucionalmente debido a su extracción negro-latina... perteneciente por lo tanto a un mundo anárquico y sin concepto del buen gobierno. Es lógico, entonces, que desde la perspectiva de los siglos de la “razón” la Unión norteamericana representara la continuación de un tiempo conocido y aceptable: el de un Newton con precisos límites y sin voces discordantes. En los siglos XX y el incipiente XXI, sin embargo, con sus desastrosas guerras mundiales (que pusieron en duda los “credos” occidentales y obligaron a una penosa deconstrucción y reconstrucción mítica); con la explosión –luego la regresión– del marxismo y del nacionalismo y con la reaparición de las luchas étnicas y fundamentalistas que hoy se expanden en el Medio Oriente (tanto en los países árabes como en Israel) y en los Estados Unidos, finalmente se ha subvertido el tiempo newtoniano, y de la mano del relativismo postulado por Einstein se ha facilitado la reemergencia de los mitos fundacionales con singular virulencia. De allí que Samuel P. Huntington haya previsto un choque entre culturas como el nuevo tipo de conflicto en el mundo “poshistórico”. Su Clash of Civilizations parte sin embargo de un “norteamericacentrismo” que define, agrupa y luego opone culturas caprichosamente. The Hispanic
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Challenge es precisamente un claro caso que pretende operar desde un modelo basado en información mal entendida y muchas veces anacrónica. El ejemplo más visible lo da esta confrontación que nuestro autor establece entre las dos cosmovisiones generadas durante los siglos XVIII y XIX en el territorio americano. Justamente el olvido de que Hispanoamérica es América y que su(s) credo(s) no pueden desviarse del hecho histórico que cambió la faz del mundo el 12 de octubre de 1492, acelerando la preeminencia del orbe occidental, precipita a nuestro autor a proyectar consecuencias funestas para la “América anglosajona”: “As their numbers increase, Mexican-Americans feel increasingly comfortable with their own culture and often contemptuous of American culture. They demand recognition of their culture and the historic Mexican identity of the U.S. Southwest. They call attention to and celebrate their Hispanic and Mexican past...”. Es precisamente porque México es también el Nuevo Mundo con sus corrientes de superficie y con sus “ríos profundos” que arrastran un nuevo modo de ser con una pujanza incomprensible para el ojo newtoniano; es precisamente porque ésta, nuestra América, constituye un extraordinario y único laboratorio en el que por quinientos años se han ido plasmando comunidades inéditas pero abiertas siempre al cambio; es justamente porque en sus mitos de fundación México, como el resto de la América Hispana, añade, agrega, suma a su experiencia como parte de una nueva institución histórica –América, su plurivalente y riquísima historia previa a 1492, que el mexicano se siente “cómodo con su propia cultura y demanda su reconocimiento”. Lejos de ser una amenaza para el credo de este país, la presencia de una milenaria cultura que podría ser –al mismo tiempo– el arquetipo de América, llena huecos que una sociedad demasiado joven y apurada no ha llegado a cubrir. Si es cierto que “Key elements of that culture (Huntington se refiere a la angloprotestante de los Founding Fathers) include the English language; Christianity; religious commitment; English concepts of the rule of law, including the responsibility of rulers and the rights of individuals; and dissenting Protestant values of individualism, the work ethic, and the belief that humans have the ability and the duty to try to create a heaven on earth, a ‘city on the hill’”; si es cierto que éste es el “credo” amenazado por la nueva inmigración, el preocupado profesor puede recuperar su aliento. Como toda institución educativa, la mía, San Agustín –una universidad bilingüe– puede testimoniar acerca de
Don Quijote y Sancho Panza. Grabado de Gustavo Doré.
la acuciante necesidad que los estudiantes traen al inscribirse: “¡Quiero aprender inglés!” En cuanto a “the rights of the individuals” quiero recordar al prestigioso profesor que durante el primer congreso sobre los derechos humanos realizado en Salamanca, como consecuencia de los excesos de los conquistadores, se concluyó que todos los seres humanos eran iguales en virtud de sus almas. También podríamos agregar que la reina Isabel de Castilla, la “Católica”, impulsó a los españoles a que fueran a América a casarse con “los nativos”. No estaría de más, tampoco, recordar el abrumadoramente lento avance de los derechos civiles de las minorías en este país que entre otras cosas legalizó la unión interracial en pleno siglo XX...; como tampoco estaría de más recordar que las naciones hispanoamericanas se adelantan en declarar la abolición de la esclavitud (que es por cierto una de las quejas de los “texanos” que se independizan de México). Si una nación permanece inflexible, estática en sus mitos, esa comunidad corre el peligro de quedar al margen de la historia, como le ha sucedido a muchos imperios en su declinación. Si, en cambio, una sociedad se actualiza, refuerza sus mejores mitos revisándolos, y, sobre todo, abandona el miedo a la suma en detrimento de la resta, la comunidad resultante tendrá la fuerza y la sabiduría de lo que es justo y, por lo tanto, será plenamente democrática, como quizás lo puedan ser los Estados Unidos en un futuro. Josefina de Abad es coordinadora del departamento de español del Colegio San Agustín.
Gustavo A. Saberbein y Andrew Sund El crecimiento de la población hispana o latina y su contribución a la sociedad estadounidense ha sido puesto en el tapete de la discusión. El conocido profesor de Harvard Samuel P. Huntington ha dado inicio al debate con su polémico ensayo El desafío hispano, publicado por Foreign Policy en su edición de marzo-abril de 2004. El profesor Huntington plantea que contrariamente a lo sucedido con anteriores flujos de inmigración, la actual ola de inmigración hispana puede dividir a los Estados Unidos en dos. En sus palabras: “El persistente flujo de inmigrantes hispanos amenaza con dividir a los Estados Unidos en dos pueblos, dos culturas y dos lenguas”. El profesor Huntington es un académico de renombre. En su último libro El Choque de Civilizaciones critica la idea del “fin de la historia” de Francis Fukuyama y anuncia una confrontación cultural del Occidente con otras civilizaciones, en vez de confrontaciones entre naciones e ideologías. Su próximo libro, ¿Quiénes somos?, así como su reciente ensayo, es una derivación de la idea principal del libro anterior, sólo que en este caso la idea de choque cultural es llevada al interior de los Estados Unidos. El prestigio del profesor Huntington es grande. Su audiencia es vasta y muchos de sus alumnos se han destacado en diferentes campos, incluyendo el político y el de los medios de comunicación. Sin embargo, su reciente ensayo El desafío hispano deja mucho que desear. El tema que trata es tan sensible y las ideas que presenta son tan extremas, que académicos, políticos, líderes comunitarios y otros han discrepado de su ensayo. Nosotros también discrepamos, sólo que nuestras ideas vienen del lado en el que él ubica sus preocupaciones. El trabajo que realizamos tiene que ver con el presente y el futuro de los inmigrantes hispanos. Somos profesores de la Universidad San Agustín de Chicago, institución pionera en la educación superior bilingüe. Esta Universidad presta servicios educacionales a una población estudiantil mayoritariamente hispana, parte de la cual inmigró en las últimas décadas del siglo XX, y sus graduados trabajan en una variedad de campos en el área metropolitana de Chicago. En el contexto de nuestra experiencia, y basados también en lo que podemos apreciar en el país, nosotros encontramos inexactas las conclusiones del profesor Huntington. Reconociendo que los Estados Unidos es un país formado por inmigrantes, el profesor Huntington sostiene que la actual inmigración hispana, particularmente mexicana, es diferente de las anteriores y que esto plantea un desafío a la cultura estadounidense, tanto por el elevado número de inmigrantes que llegan como por su resistencia a asimilar los valores anglos y protestantes que crearon aquí una cultura de libertad y progreso, y que son la base del “sueño americano”. Lo primero que queremos observar es la interpretación de las estadísticas presentadas en el ensayo. El profesor Huntington sostiene que la inmigración de hispanos es mayor en número que otras inmigraciones y que este hecho, junto con otros factores, es una amenaza para los Estados Unidos. Pero el Profesor Huntington sólo presenta números absolutos. Esto le impide apreciar que, si bien el número actual de inmigrantes hispanos es alto y mayor que el de otros grupos, en términos relativos, comparado con la población total de los Estados Unidos, la actual ola de inmigrantes es menor que las más grandes olas del siglo XIX. No hay por lo tanto conexión lógica suficiente como para afirmar que la actual inmigración sea más amenazante para la cultura estadounidense que lo que fueron las grandes inmigraciones irlandesas y alemanas, dado que la actual sólo representa una pequeña fracción de la población total de los Estados Unidos, y que ésta es incluso menor que las fracciones correspondientes a las inmigraciones antes mencionadas. Según la Oficina del Censo, en 1850 la mayoría de la población inmigrante –es decir, la población estadounidense nacida en el extranjero– provenía de Irlanda y el número de irlandeses era equivalente al 4.2% de la población de Estados Unidos. Treinta años mas tarde, en 1880, la mayoría de la población inmigrante era de Alemania y el número de ale-
manes era equivalente al 3.9 % de la población total. Veinte años después, en 1900, los inmigrantes de Alemania seguían siendo mayoría y el número de ellos equivalía al 3.5% de la población estadounidense. Un siglo después, en 2000, tal como lo señala el profesor Huntington, la mayoría de la población inmigrante es de México, pero el número de mexicanos sólo representa el 2.7% de la población total de los Estados Unidos. Esta postura del profesor Huntington, de temor ante la ola de inmigración actual, no es nueva en los Estados Unidos. Por el contrario, pertenece a una antigua e infundada tradición. El temor de los “nativistas” siempre ha estado presente en cada una de las anteriores olas migratorias. Ellos temían que los recién llegados cambiaran para mal a los Estados Unidos y consideraban a los nuevos inmigrantes como una amenaza para el modo de vida estadounidense. Pero la historia nos ha dicho lo contrario. El profesor Huntington acierta cuando sostiene que los inmigrantes hispanos mantienen lazos estrechos con sus culturas nativas y que éstos se manifiestan en banderas, canciones, ropa y sobre todo en el lenguaje. Sin embargo, esta conducta no es exclusiva de los inmigrantes hispanos, sino que tiene que ver con el proceso de globalización actual. El avance tecnológico y el abaratamiento de las comunicaciones y el transporte, no sólo benefician al mundo empresarial sino que favorecen también al mundo social. En el pasado, los inmigrantes del cercano Canadá o de la lejana Europa, no gozaban de las facilidades que tienen los inmigrantes de hoy, como hablar a menudo por teléfono con familiares en el exterior; escuchar noticias y entretenerse con programas deportivos y artísticos del país en que nacieron por medio de la televisión y el Internet; comprar a precios competitivos alimentos, ropa, discos compactos de canciones y otros productos del país del que provienen; e incluso viajar periódicamente a países como México, Polonia, Vietnam o India. Un corolario inesperado de la globalización que vivimos es que junto con el aumento de las comunicaciones y el debilitamiento del Estado-nación, la gente mantiene lazos estrechos con su país de origen, creando identidades complejas y más amplias que en el pasado. Los inmigrantes piensan en términos de progreso en el país desarrollado que los recibe y mantienen lazos sociales y culturales con el país en que nacieron. Pero orgullo cultural y diversidad no es incompatible con viabilidad económica y economía próspera y poderosa, y éste es quizá el punto clave en donde el argumento del profesor Huntington es erróneo. Él considera a la cultura como algo estático, razón por la que no reconoce que la cultura forma parte de un proceso histórico y político. Esto es incorrecto porque el profesor Huntington considera al “credo americano” como algo que se formó en un momento determinado en el pasado, sin darse cuenta que “el credo americano” es un concepto dinámico que cambia según las necesidades de la sociedad. Asimismo, él sostiene que una división de la nación en dos culturas va en detrimento de los Estados Unidos debido a los rasgos negativos
que él ve en la comunidad hispana. Sin embargo, el sustento que presenta para justificar su punto de vista sobre la cultura hispana es insignificante, ofensivo e impropio de un académico. Se limita a unas pocas líneas al final del ensayo y se refiere a ciertos comportamientos de la cultura hispana, como si ellos fuesen algo intrínseco y permanente de dicha identidad. El punto es tan delicado que merece mucho más elaboración que la que él ofrece en el ensayo. En realidad, el profesor Huntington presenta de manera poco seria temas que son extremadamente complejos, delicados y polémicos. Nuestra experiencia en la Universidad San Agustín muestra todo lo contrario a lo que el profesor Huntington ve de negativo en la comunidad hispana. En nuestra institución, vemos cómo los inmigrantes mexicanos –e hispanos en general– vienen a aprender inglés y a educarse profesionalmente para de esta manera integrarse más y mejor en la sociedad americana, lo cual es un aspecto fundamental del “credo americano” y de la prosperidad del país. Luego de sus estudios, vemos también cómo buscan empleo en sus nuevas profesiones, compran casas, carros y ahorran para la educación de sus hijos. Más aún, nuestra experiencia nos dice que otras entidades no educativas –como cámaras de comercio, bancos, fábricas, agencias de gobierno y otras– consideran que los inmigrantes mexicanos y latinos en general, son trabajadores natos, ahorran para comprarse una casa, pagan puntualmente sus hipotecas, hacen vida familiar y religiosa, sirven en las Fuerzas Armadas cuando éstas más los necesitan y creen en el progreso de los Estados Unidos. En el fondo, la pregunta crucial es: ¿qué es ser un estadounidense en el siglo XXI? Nosotros pensamos que la respuesta a esta pregunta incluye a los inmigrantes hispanos, y que mantener lazos con el país de origen no hace a ningún inmigrante hispano menos estadounidense. Lo contrario sería desconocer los cambios de la sociedad de Estados Unidos de América y del mundo, así como el efecto que tienen estos cambios en la conducta humana.
El Dr. Gustavo A. Saberbein es profesor de economía y Andrew Sund profesor de historia.
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Daniel W. Drezner Si algún día se llegara a anunciar un Premio Nobel de Ciencias Políticas, de seguro Samuel Huntington sería uno de los primeros galardonados. Cinco años atrás, Jonathan Cohn manifestó que Huntington era “el estudioso de las relaciones internacionales más influyente de su generación”. Cohn se quedó corto en la apreciación del caso: Huntington ha escrito libros de lectura obligada no solamente en materia de relaciones exteriores, sino también sobre política americana y comparativa. The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, su libro más popular, adquirió tanta fuerza después de los ataques del 11 de septiembre, que volvió a sumarse a la lista de los libros más vendidos de The New York Times cinco años después de su publicación. A lo largo de su carrera, Huntington no ha vacilado a la hora de asumir una posición iconoclasta y defender una idea políticamente incorrecta. Su último trabajo sobre la inmigración hispana –un ensayo publicado en la última edición de la revista Foreign Policy tomado de su más reciente libro– no es la excepción. Huntington argumenta que la actual ola de inmigración hispana es una amenaza para la identidad nacional estadounidense. Como siempre, hay en este ensayo algunos puntos de vista provocadores y al mismo tiempo plausibles. Pero también hay algunos de dudosa naturaleza –y que extrañamente contradicen sus propios argumentos esgrimidos ya en Clash of Civilizations. La idea central del ensayo ha causado ya mucha controversia: En esta nueva era, el desafío más inmediato de la identidad tradicional estadounidense, proviene de la continua y numerosa inmigración latinoamericana, especialmente la que viene de México, así como de la alta tasa de fertildad de los inmigrantes, esto en comparación con la población negra y blanca. A los estadounidenses les gusta ufanarse del éxito que tuvieron al asimilar a millones de inmigrantes en el seno de su sociedad, de su cultura y de su política. Pero los estadounidenses también han tendido a generalizar a los inmigrantes; es decir, a no hacer distinciones entre ellos, y sólo se han enfocado en los costos económicos y en los beneficios que acarrea la inmigración. Pero han ignorado sus consecuencias sociales y culturales. Y como resultado, han pasado por alto los problemas que trae consigo la inmigración hispana contemporánea. La naturaleza y la magnitud de esta inmigración difiere fundamentalmente de la anterior; el éxito asimilacionista del pasado no es posible repetirlo con el flujo migratorio que viene de América Latina. Esta situación obliga a plantear una pregunta fundamental: ¿seguirán los Estados Unidos siendo un país con una sola lengua nacional y con un núcleo cultural angloprotestante? Si se hace caso a esta pregunta, los estadounidenses presenciarán tarde o temprano la transformación de un país de dos tipos de gente (anglos e hispanos) con dos lenguas diferentes (inglés y español).
Huntington argumenta que la ola migratoria hispana –especialmente la mexicana– difiere de las olas migratorias precedentes en puntos esenciales. A diferencia de la inmigración del siglo XIX, la corriente actual de inmigrantes proviene fundamentalmente de un país: México. Debido a la proximidad geográfica, señala que hay una mayor probabilidad de que los inmigrantes hispanos mantengan vínculos estrechos con familiares y amigos de sus pueblos de origen; es más probable también que ingresen al país ilegalmente y que se concentren en una región específica, el suroeste –esto es, en áreas que en 1835 eran propiedad de México. El resultado, argumenta Huntington, es que “el suroeste puede convertirse en el Quebec de los Estados Unidos”. Huntington no es el primero en esgrimir este tipo de argumento. Benjamín Franklin advirtió durante la época colonial que los inmigrantes alemanes de Filadelfia “son por lo general la gente más estúpida de su propia nación… Sólo unos pocos de sus hijos saben hablar inglés”. En 1921, Arthur M. Schlesinger escribió: “La nueva inmigración proveniente del sur y del este de Europa, con su bajo nivel de vida y con diferencias raciales muy peculiares, ha intensificado los problemas sociales ya existentes, y ha creado otros más”. Franklin y Schlesinger estaban equivocados porque esos inmigrantes al final se asimilaron. Y en esta temporada electoral, cuando ambos partidos luchan por el voto hispano, la mayoría de la clase política desearía
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que Huntington –al igual que Franklin y Schlesinger– estuviera equivocado. Eso no quiere decir que en verdad esté equivocado, pues a un académico de tanta reputación no es tan fácil descalificarlo. En realidad, Huntington tiene razón al señalar que los inmigrantes mexicanos son más pobres y menos educados que los nativos de este país o los miembros de cualquier otro grupo inmigrante. Pero ese punto pertenece al territorio de la Economía y resulta irrelevante para la tesis central de Huntington. Esta tesis se enfoca en cuestiones de cultura e identidad, y en esos frentes, su postura contiene errores significativos. Comencemos por el lenguaje. A Huntington le preocupa que se formen grandes enclaves de hispanos que, a la larga, debilitarían el incentivo por aprender inglés. La prueba de fuego para esta aserción no reside en si los inmigrantes mexicanos de la primera generación hablan inglés, sino en la interrogante de si los méxicoamericanos de la segunda generación lo hablan. En torno a este asunto, Huntington acepta que “el uso y la fluidez de la lengua inglesa entre los mexicanos de la primera y segunda generación parecen seguir patrones similares a los de otros grupos migratorios del pasado”. Pero advierte que esta tendencia posiblemente continúe entre los niños de la tercera generación. Sin embargo, de acuerdo con lo que señalan Richard Alba y Víctor Nee en su libro Remaking the American Mainstream, el 60 por ciento de los niños méxico-americanos de la tercera generación habla solamente Inglés en sus casas. De acuerdo con el censo de 1990 solamente el cinco por ciento de los inmigrantes mexicanos de la primera generación hablaba inglés en casa; y otro estudio mostró que el 30 por ciento de los méxico-americanos de la segunda generación en Los Angeles hablaba inglés en sus hogares. Estos datos, sumados a los de Alba y Nee, sugieren que los méxico-americanos, como tantos otros grupos de inmigrantes, terminarán adoptando el inglés como lengua principal. Huntington además incide en la cuestión de la concentración regional, señalando que los hispano-americanos están concentrados en áreas aledañas a la zona por donde ingresaron –el suroeste y Miami. Sin embargo, Huntington está pasando por alto la naturaleza actual de buena parte de la migración de nuestros días. Cien años atrás “los inmigrantes se trasladaban en su mayoría a las zonas de mayor crecimiento en la costa este, sin prestar mayor atención a otros lugares de los Estados Unidos”, según señalan Kevin O’Rourke y Jeffrey Williamson en su libro Globalization and History. Hay evidencia de que los hispanos han comenzado a expandirse más allá de los lugares tradicionales. Los propios datos de Huntington muestran que los estados donde se dio un mayor crecimiento de la población hispana entre 1990 y 2000 fueron aquellos que no están dentro de los enclaves tradicionales hispanos: Carolina del Norte, Arkansas, Georgia, Tennessee y Carolina del Sur. Huntington sostiene además que los inmigrantes hispanos son proclives a retener sus vínculos con su país de origen. Pero soslaya intensionadamente que los inmigrantes del siglo XIX también solían hacer lo mismo. De acuerdo con O’Rourke y Williamson,
algunos funcionarios del Estado determinaron que entre 1870 y 1914 el 30 por ciento de los inmigrantes retornó al país de donde vinieron. Entre los italianos el índice alcanzó el 50 por ciento, ya que los jóvenes italianos se movían entre el nuevo mundo y su país de origen en busca de trabajo. Al buscar evidencias de la limitada lealtad de los méxico-americanos con respecto al país que los adoptó, Huntington solamente halla anécdotas difusas y los comentarios egoístas de los políticos mexicanos. Huntington es además evasivo en la cuestión de la identidad –algunas veces se refiere a los hispanos en general y otras se centra en los mexicanos en particular. Algunos estudios realizados sobre los hispanos como grupo, sugieren la existencia de una buena cantidad de factores que lo segmentan al interior de manera definida. Huntington los pasa por alto, incluso uno tan evidente como el país de origen. En un estudio de la Universidad de Albany sobre el censo se señala: “Es cada vez más difícil hablar de los ‘hispanos’ en general –a la larga nos veremos forzados a reconocer que hay varias culturas hispanas en los Estados Unidos”. Huntington ignora alegremente estas distinciones. Aparte de estos errores, el argumento de Huntington contiene una rareza final: socava los puntos de vista sobre la identidad esgrimidos en Clash of Civilizations. Aquel libro indicaba que la religión era el rasgo más importante de la identidad cultural, seguida por la lengua. Los hispanos están lejos de ser marginales con respecto a los norteamericanos en lo que a filiación religiosa se refiere, y hasta la fecha tampoco se diferencian de los otros grupos de inmigrantes en términos de asimilación lingüística. Huntington, en ese libro de 1996, llegó a la conclusión de que “la distancia cultural entre México y los Estados Unidos es mucho menor que la existente entre Turquía y Europa”. Más aún, señalaba que si había una cultura en constante cambio en el hemisferio occidental, esa era la que está al sur del Río Grande: “México ha intentado redefinirse como un país de identidad norteamericana, y Chile y otros países pueden seguir su ejemplo... Al final, la civilización latinoamericana puede fundirse y constituir uno de los tres puntales de la civilización occidental”. Huntington acierta al menos en un punto: la actual inmigración a los Estados Unidos está lejos de ser perfecta. La inmigración ilegal continúa siendo un problema sin resolver. La política oficial migratoria que le da prioridad a la reunificación familiar en desmedro del logro educacional, no tiene sentido en términos de economía, y merece ser debatida a fondo. Huntington hace bien al señalar el bajo nivel educativo de los inmigrantes mexicanos, como primer paso para encarar el problema. Pero crear el espectro de una crisis de identidad estadounidense inducida por la inmigración mexicana, es algo que en lugar de informar distrae. Tal vez Huntington necesite volver a las páginas de su libro más famoso. El profesor Daniel W. Drezner da clases en la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Chicago. El presente artículo fue publicado originalmente en la revista The New Republic Online. Traducción: Marco Escalante
Kari Lydersen “No es un Alfa, así que deben ser beeps o los ilegales”, dice Chris Simcox en una voz muy baja mientras habla por su walkie talkie desde lo alto de una pequeña colina en el árido desierto de Arizona, aproximadamente una milla al norte de la frontera de Estados Unidos con México. Por “Alfa” se refiere a uno de sus compañeros de la organización Civil Homeland Defense (CHD), que él mismo fundó en Tombstone, Arizona. Los “beeps” son los agentes de la Border Patrol; 1,800 agentes que patrullan el área las 24 horas con helicópteros, sensores de movimiento, aparatos de visión nocturna y otros sistemas de alta tecnología. Los “ilegales” son los inmigrantes indocumentados que cruzan la frontera. Desde que aumentó la militarización de la frontera (en algunos lugares de California, Texas y Arizona ha sido prácticamente sellada), esta franja del desierto al sur de Tucson se ha convertido en el punto de entrada más popular entre los inmigrantes mexicanos, centro y suramericanos, asiáticos, europeos del este e incluso africanos. Es el punto de cruce más popular entre los inmigrantes, pero también es el más mortal. La Border Patrol informa que 320 personas murieron mientras intentaban cruzar la frontera en 2002. Y aproximadamente 150 inmigrantes murieron a lo largo de la frontera de Arizona en el verano de 2003, ya sea por deshidratación, exposición en exceso al sol u otros problemas. Según la agencia, 135 personas murieron entre el 1 de octubre de 2002 y principios de septiembre del 2003; la mayoría de ellas durante el verano. Las cifras de los diferentes consulados mexicanos de este estado señalan que hubo 152 muertes y que es muy probable que haya muchos casos sin reportarse. Simcox sostiene que él y otros miembros del CHD que patrullan el desierto varias veces a la semana, están tratando de “salvar vidas”. Simcox, de 42 años, llegó a Tombstone desde Los Ángeles, donde era maestro de una escuela primaria. “Por lo regular les pedimos que se detengan y se sienten. A veces los más jóvenes salen corriendo, y los dejamos huir. Esto es tanto un servicio comunitario como un acto de activismo político. Sentimos mucha compasión por estas personas, especialmente por las mujeres y los niños”. Luego, el grupo de Simcox llama a la Border Patrol, quienes por lo regular no se demoran en llegar. Una vez que llegan, los inmigrantes son transportados a un centro de detención en el que son procesados y, con frecuencia, deportados en menos de 48 horas. Simcox dice que su grupo detuvo a 1,750 inmigrantes entre noviembre de 2002 y septiembre de 2003, incluyendo a muchos mexicanos de Puebla y de Chiapas, lo mismo que a brasileños, polacos y de otras nacionalidades. “Este verano nos topamos con más de 40 chinos y un coyote mexicano”, señala Simcox mientras los ruidos de su camioneta retumban en el desierto. “Se sabe que la entrada a los Estados Unidos por aquí es fácil.” Mientras que Chris Simcox habla con orgullo del número de vidas que su grupo ha salvado, otros defensores de los derechos de los inmigrantes describen tanto al grupo de Simcox como a otros grupos de patrullas civiles –tales como American Border Patrol, de Glenn Spencer, y Ranch Rescue, de Jack Foote, que opera en Abilene, Texas– como “grupos de vigilantes” que detestan a los inmigrantes y que no vacilan en “hacer justicia por sus propias manos”, a veces con resultados violentos. “Estos grupos de vigilantes persiguen a la gente con perros, los amenazan con pistolas y abusan de ellos físicamente”, dice Isabel García, una abogada de Tucson y líder de una organización de Derechos Humanos que defiende a los inmigrantes. “Supimos de estos grupos en las décadas de los setenta y ochenta, pero ahora han comenzado a unirse. Ya declararon públicamente que si el gobierno no se encarga de controlar la frontera, ellos se encargarán de hacerlo, sin importar que se derrame sangre”. Algunos miembros del grupo de Jack Foote han sido acusados de detener, torturar e incluso balear a inmigrantes. En mayo de 2003, los abogados del Southern Poverty Law Center (SPLC) y del Mexican American Legal Defense Fund (MALDEF) asesoraron a seis inmigrantes mexicanos y salvadoreños para que demandaran a cinco miembros de Ranch Rescue por
Chris Simcox dirige la organización Civil Homeland Defense, que patrulla el sector Tuczon de la frontera México-Arizona, en busca de inmigrantes indocumentados. Foto: Kari Lydersen.
detención, robo, agresión y amenazas. Foote, que es veterano de la Guerra del Golfo y quizás el más iracundo de los vigilantes, ha llegado a tildar a los mexicanos de “mierda” en diversos artículos publicados en un periódico local. “Son ignorantes y brutos –dice–, y están desesperados por tener una vida en un país decente, ya que el suyo no es más que un montón de mierda.” Por su parte, Spencer ha instalado cerca de la frontera por lo menos 27 sensores, los cuales están conectados a un sistema de alarmas ubicado en su casa de Sierra Vista; cada vez que un inmigrante (o agente de la Border Patrol o incluso una cabeza de ganado) es detectado, el sistema se activa. Spencer también ha instalado cámaras para grabar a los inmigrantes y hacer públicas las imágenes en Internet. Ha llegado a admitir que su meta es llegar a instalar 500 sensores, a un costo de aproximadamente $350,000, y de comprar un avión sin piloto para localizar a los inmigrantes. (La Border Patrol también anunció planes de usar aviones sin piloto como los que se han usado en Irak y en otras guerras recientes.) Chris Simcox fundó su organización Civil Homeland Defense (CHD) en octubre de 2002. Y en agosto de 2003 varios funcionarios mexicanos exigieron que se investigara a Simcox y a otros miembros del CHD por
haber detenido a 29 inmigrantes a punta de pistola, lo cual se considera un delito grave. Como ninguno de los inmigrantes detenidos pudo dar su testimonio, no se formularon cargos contra Simcox. Él sostiene que los inmigrantes confundieron sus walkie talkies con pistolas; señaló esto, a pesar de que los miembros de su grupo portan pistolas en la cintura, lo cual es perfectamente legal en Arizona. Hay otros factores que indican que Simcox y sus secuaces no son grandes amigos de los inmigrantes; por ejemplo, en las paredes de su pequeña oficina en el desierto desde la cual opera, hay una bandera mexicana al revés, rótulos escritos a mano que dicen No Invasion y No Drugs y una calcomanía en la ventana que reza God Bless America. Un miembro del grupo, conocido como “Two Gun”, lleva un gorro de Savage Nation, es decir, del programa de radio que se dio a conocer por el locutor de extrema derecha Michael Savage. Simcox es también dueño y editor del periódico local The Tombstone Tumbleweed, cuyos titulares se imprimen con la misma grafía del Far West. Simcox dice que gastó todos sus ahorros para comprar el periódico, el cual se presenta como la voz de “La ciudad que se resiste a morir”. El periódico tiene doce páginas y cada número parece centrarse en el debate de la inmigración; hay una extraña mezcla de artículos en los que
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la posibilidad de liberalizar las políticas de inmigración; y en las regiones fronterizas la guerra contra el terrorismo ha provocado un aumento del temor público hacia los que cruzan la frontera. “Lo que ocurrió el 11 de septiembre nos ha puesto en una posición en la que nunca habíamos estado antes,” explica Sue Hoover. “Aquí la gente está temblando del miedo.” Chris Simcox con frecuencia alude a la frontera como una amenaza a la seguridad nacional y como un punto potencial para la entrada de terroristas, a pesar de que ninguno de los responsables de los ataques del 11 de septiembre ingresó por dicha frontera y a pesar de que nunca se ha vinculado a ningún mexicano con un acto terrorista. “¿Por qué un terrorista eligiría cruzar la frontera por la parte con mayor vigilancia del país?”, pregunta García después de señalar que la mayoría de los terroristas del 11 de septiembre entraron al país legalmente con visas. “El 11 de septiembre les da [a los vigilantes y otras fuerzas antiinmigrantes] la excusa perfecta para comparar a los inmigrantes con los terroristas. Antes no existía una razón [para justificar el abuso contra los inmigrantes]. Ahora no se puede hacer nada.”
Chris Simcox "patrulla" la frontera. Foto: Kari Lydersen
se muestra cierta preocupación por la explotación laboral y las muertes de los inmigrantes junto a otros textos que manifiestan un abierto sentimiento antiinmigrante. En innumerables entrevistas con la prensa, Simcox ha demostrado padecer de una esquizofrenia similar. Sus citas publicadas incluyen desde denuncias de las personas que emplean y explotan a los inmigrantes hasta declaraciones de apoyo hacia aquellos inmigrantes que trabajan duro para ganarse la vida. En una cita del Informe de Inteligencia del SPLC, publicado en la primavera de 2003, se lee: “Ellos no vacilarían en cortarte el cuello y llevarse tu dinero, o en venderles drogas a tus hijos, o en violar a tu hija”. Y en el número del 10 de julio de 2003 de The Tombstone Tumbleweed, Simcox hace un llamado a los ciudadanos para que se le unan al patrullaje de la frontera: “Los poderosos funcionarios del gobierno son incapaces de resolver los problemas en la frontera. Hacen falta más ciudadanos que ayuden a las patrullas fronterizas. La Civil Homeland Defense está reclutando nuevos voluntarios. Ayuda a salvar vidas durante el verano de 2003.” Asimismo, Simcox no deja de condenar al Presidente Bush y su política de inmigración. “Es embarazoso que la súper potencia del mundo no pueda detener a inmigrantes pobres”, explica Simcox. “La seguridad nacional es un chiste. Es obvio que existe una opresión económica en México, que ha empeorado desde que se creó el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte). Pero estamos entre la espada y la pared. No queremos que el dinero que pagamos en impuestos se convierta en el sistema de bienestar social de todo México.” Isabel García y otros defensores de los derechos de los inmigrantes en el área de Tucson tampoco son partidarios de la política de inmigración de Bush, pero tienen en mente una solución muy diferente a la de Simcox. Ellos abogan porque los millones de inmigrantes indocumentados que trabajan bajo condiciones precarias y con bajos sueldos, reciban residencia legal y derechos laborales completos. “Lo que sucede actualmente en la frontera es una verdadera tragedia”, afirma García. “Todo el mundo todavía se acuerda del Muro de Berlín, pero más personas mueren cada año en la frontera de Estados Unidos y México que las que murieron en toda la historia del Muro. Estas personas tienen que superar obstáculos mortales para cosechar nuestras frutas y hacer nuestra ropa”. Los inmigrantes comenzaron a entrar por Arizona a mediados de la década de 1990, luego de que la vigilancia en las fronteras de Texas y California aumentara dramáticamente. Esos esfuerzos en Texas y California incluyeron la militarización de la frontera con un mayor número de agentes y alta tecnología de vigilancia al igual que la construcción de muros. De acuerdo a la agencia, en 2002 el 40 por ciento de
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las detenciones realizadas por la Border Patrol ocurrieron en Arizona. Hay un muro de acero en la parte sureste del estado que ha forzado a los inmigrantes a tomar el escabroso terreno montañoso y a sufrir el duro clima del corredor oeste del desierto, el cual se encuentra aproximadamente en el centro del estado. Mientras que los medios de información con frecuencia le echan la culpa a los coyotes por las muertes de los inmigrantes que intentan cruzar la frontera, los inmigrantes mismos y sus defensores responsabilizan a la política migratoria de la Casa Blanca, que fomenta una economía que depende de la mano de obra inmigrante, pero que apoya al mismo tiempo operaciones policiacas que hacen del cruce fronterizo un riesgo mortal. Robin Hoover, pastor de la Primera Iglesia Cristiana de Tucson, se ha dedicado, como le gusta decir, a “eliminar la muerte de la ecuación de la inmigración”. En varios lugares, a través del desierto, se pueden ver banderas azules en jirones agitándose contra el cielo igualmente azul gracias a un grupo que Hoover ayudó a fundar llamado Humane Borders. Bajo las banderas es posible encontrar de uno a tres tanques de agua de 65 galones con la palabra “Agua” y una calcomanía de la constelación de la Osa Mayor con las palabras “Fronteras Compasivas”. La vida de Hoover ha girado en torno a estos tanques de agua durante los últimos tres años las 24 horas del día y los siete días de la semana. Hoover primero se involucró con asuntos de inmigración mientras trabajaba en el centro de tramitación de solicitudes de asilo político más grande del país en Los Fresnos, Texas. Cuando vino a conocer la cantidad de personas que morían mientras cruzaban la frontera, se dio cuenta que su misión sería poner fin a las muertes. En junio de 2000 se reunió con un grupo de personas que compartían su preocupación, y hoy hay 44 tanques a lo largo de los condados de Cochise, Pima, Tucson y Yuma. La organización interreligiosa cuenta con más de 30 miembros, y Hoover y su esposa Sue reciben la ayuda de un ejército de voluntarios que incluye desde estudiantes de escuela secundaria y universitarios hasta personas mayores. Hoover estima que, desde sus comienzos, 250 voluntarios han contribuido con 2,245 horas en las que han repartido 2,200 galones de agua. Hay otros grupos humanitarios y de defensores de los derechos de los inmigrantes que trabajan a lo largo de este tramo de la frontera. Humane Borders y Samaritan Patrol se reúnen en el estacionamiento de la Primera Iglesia Cristiana para luego patrullar el desierto en busca de inmigrantes que necesiten agua, comida, asistencia médica, cobijas y otras provisiones. Los grupos BorderLinks y American Friends Service Committee también operan en el área. Los ataques del 11 de septiembre han puesto en suspenso
Isabel García destaca que los defensores de los derechos de los inmigrantes también se encuentran involucrados en una lucha contra la Border Patrol y contra el Departamento de Seguridad Nacional, pues estas agencias desean erigir un muro que prácticamente sellaría la frontera de Arizona y México. A pesar de que los planes inmediatos de construir el muro han sido pospuestos, García teme que el gobierno terminará construyéndolo “poco a poco, como lo hace siempre, y cuando la gente se dé cuenta, ya será muy tarde para hacer algo al respecto”.
Kari Lydersen es periodista independiente. Escribe para The Washington Post y ¿Hasta Cuándo?, entre otras publicaciones. Traducción: Pepe del Valle
Mike Wilson, miembro de la tribu Tohono O’odham, rellena los tanques de agua potable que distribuye la organización Humane Borders en uno de los corredores de la muerte del desierto de Arizona. Foto: Kari Lydersen
En esta entrega de deshoras presentamos a dos autores de la ciudad: Raúl Dorantes y Juana Goergen. La obra de ambos se ha publicado ampliamente en varias revistas que han aparecido en Chicago desde hace ya más de una década. Así, tanto Raúl como Juana son autores que han establecido su presencia en los medios literarios de Chicago. En esta edición, deshoras les dedica su espacio para que el lector de contratiempo tenga la oportunidad de conocer la producción literaria en español de la ciudad de los “Big Shoulders”.
Raúl Dorantes
La mañana de su ingreso Cornelio Ayala se estuvo quejando del picor a cloro del pasillo, pero la gran novedad fue que lo eligieran rey. Lo que pidiera por ese día, de ropa, de comer, de lo que fuera. Según la terapista, una vez terminado el té, dijo que sólo le interesaba poner por escrito un recuento. Le trajeron lápiz, papel y hasta le desempolvaron una maquinilla; luego lo dejaron. Hasta el medio día intentó con tinta y en hojas sueltas, en letra corrida y de molde. Después subió las escaleras. Torpes, como lápices sin punta, sus dedos intentaron meter una hoja en el rodillo de la vieja Olivetti. Ya por la tarde bajó a las bancas del jardín, y frente al grupo de pacientes abdicó, esperando –dijo– que el latido le llegara desde una posición no privilegiada. Por eso, a cambio del trono, la terapista le propuso un cargo más duradero: el de capitán. Y en los días que siguieron, el paciente desempeñó con felicidad su cargo en la cocina; ahí, entre bagels y cochambre, fue ideando un principio para el recuento mencionado.
A la primera sesión de septiembre se presentó con la barba y el bigote despuntados. En su rostro se pudo ver una sonrisa cuando dijo que en la ciudad “hay personajes que se cuelgan”: El gato, María Tampico, la calle Cermak; dijo también que ninguno lo había perturbado tanto como la muchacha del Pergolessi. No dudaba que el reencuentro con ella se daría una noche en ese café de Lincoln Park, y entonces la iría incorporando en oraciones, en líneas precisas, en párrafos logrados, hasta terminar juntos en un relato. Según él, la cuestión era hallar el tono de la primera frase; luego vendrían imágenes, transcursos y atmósferas que le permitirían a él mismo ingresar. Tal vez para alejarse de batas y de sueros, se le veía con frecuencia arrastrando las hojas por los senderos del jardín. Se acomodaba con bloc y bolígrafo bajo alguno de los sauces e intentaba de inmediato algún inicio; por ejemplo: Ella abrirá las puertas del Pergolessi... Y nunca le fallaban tres o cuatro frases. Yo estaré en una de las mesas dando sorbos a mi café. Pero entonces desistía. Restregaba la hoja, se iba al comedor y frente a su taza de minestroni repasaba las páginas de un libro llamado El astillero.
René Arceo: Dos experiencias, linografía, 2003
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En los casi tres meses de tratamiento habló poco inglés; al parecer no le interesaba. Pero en las labores de la cocina fue y vino con el checo Milos Vasek; ahí sus temas recurrentes fueron los rusos, el costo de los cigarros o, precisamente, algún pasaje de El astillero. En las noches, siempre puntual, vino por su dosis de Ativan y no dejó de tomar el té de manzanilla. Se sabe que durante el tratamiento no usó el teléfono y que evitó a toda costa el cuarto del televisor. Quizás fuera el único ausente de los juegos finales de Chicago contra Utah; a la hora de los playoffs más bien se le veía recorriendo el pasillo acompañado de la enfermera Kurowski; él recto, murmurando sus historias, ella atenta, dejando ver el diente de oro y el seño de su edad. Por lo demás, hay consenso entre enfermeras y doctores de que caía a la cama relajado como el grueso de los pacientes, lo mismo si había marcado su día con crayón naranja por haberlo pasado bien o con celeste por haberlo creído malo o con verde si había sido regular. En el Saint Joseph hay quienes ejercen como daneses el único día de su reino y no la piensan tanto para pedir; otros simplemente no dejan de sentirse desdichados y –tal como sucedió con el paciente contemplado en este informe– entregan la corona antes de que se ponga el sol. Con la terapista también hay sesiones para ver videos, colorear o jugar al básketbol. Sin embargo, el paciente prefería las sesiones de barañas o cualquier actividad que implicara escribir. Eso en la mañana. Y cada tarde no dejó de cumplir con su cargo en lo que él llegó a llamar “la capitanía general de la cocina”. Según consta en su expediente, a lo largo de septiembre, además de hornear, estuvo de buen humor lavando platos, secándolos y poniéndolos en los entrepaños de la alacena. Se sabe que sólo en la cocina, entre dientes, estuvo desarrollando los pormenores de su recuento: La muchacha de los aretes entra al Pergolessi, mira hacia mi mesa y provoca que el café vuelva a saber. Según él, sus otros personajes habían acabado en lecturas sin público o en páginas de una revista
olvidable: a El Gato apenas lo recordaban sus tres amigos lectores y a María Tampico la habían olvidado por completo. Sólo el cariño por esa muchacha del Pergolessi podía llevarlo y meterlo en un recuento. Quizás por eso una tarde se le vio teclear con ánimo una línea bien centrada en la vieja Olivetti: “La Noctívaga”. Es también sabido que en ese mes de septiembre, durante las labores en la cocina, el paciente comenzó a teorizar sobre el retorno a la ciudad de noche. Se trataba de volver –decía– a la hora en que hay vaho en las alcantarillas y humedad en el pavimento. Milos Vasek y otros seguramente lo escuchaban. Mas el cuerpo médico del Saint Joseph no tenía por qué temer. A esas alturas, junto con las píldoras de Ativan, casi todos los pacientes tomaban sus gotas de Mosto y complementaban las sesiones regulares con el programa vespertino de los Doce Pasos; se sabe que el paciente en cuestión no pasó a la tribuna pero que en los ratos previos a las sesiones hablaba de las ventajas de salir de la clínica en plena madrugada. Hoy llama la atención que el primer viernes de octubre, luego de escribir una nota sobre los otoños en Brno, Milos Vasek se presentara a deshoras en la oficina y ahí mismo pidiera su alta; pero entonces, de cara al cálculo torpe, el checo sintió la mano de Ms. Kurowski sobre su hombro, aceptó otra dosis y en silencio se dejó llevar. En el archivo del hospital se pueden seguir los casos de otros internos que en octubre pidieron volver de noche a la ciudad; las 11 P.M. y el escribir una nota constituyeron un patrón. Pero se debe aclarar que en este informe sólo se intenta pormenorizar la salida del paciente que lleva por nombre Cornelio Ayala, de aproximadamente cincuenta años y de ciudadanía mexicana, ocurrida la noche del domingo 17 de octubre de 1999. De acuerdo al video, casi a golpe de once, la imagen de la enfermera Kurowski aparece en la oficina yendo y viniendo del escritorio al archivero; entonces la puerta de la oficina se abre y cruza el paciente en piyamas –azules, como todas, pero en el monitor se ven como una nube gris que avanza hasta la ventana–. Y es ahí que, una vez frente al reflejo de su cara, el paciente pide ser dado de alta. Cinco minutos después sigue todavía frente a la
ventana, como mirando las matas de esas flores que se llaman impacientes. Ms. Kurowski le ofrece por si acaso un cigarrillo, luego le va explicando que es necesario esperar a que llegue la mañana, dejar que se presente el director y que evalúe. A los once quince, el paciente se da vuelta, en pausas, despabilándose, como liberando el frío que ha subido del jardín, y es en ese momento que, con una voz nítida y espaciada, repite la primer frase de su recuento: La chamaca de los aretes… A las once y media en el parking se estaciona el primer auto; acá en la oficina el paciente no se percata de que alguien ha llegado; simplemente se arremanga como dispuesto a no perder el hilo de su historia. Basta que sea un janitor o una enfermera y que distinga las piyamas para que dé aviso a la oficina central. Acá, con calma, la mano de la polaca aleja al paciente del cuadro de la ventana, lo toma del brazo, de ahí libra con él el esmalte blanco de los archiveros, y ya juntos alcanzan la puerta de la oficina. Casi a las once cuarenta, la cámara del corredor capta a Ms. Kurowski y al paciente yendo en dirección a la puerta principal. El paciente se mira más despierto –como si cada frase lo despertara más–; entonces, al fondo del corredor en penumbras, se deja ver el overol del janitor. Se acerca, robusto, decidido, esperando una señal. Ms. Kurowski camina de frente mostrando una sonrisa; el paciente la sigue un poco más atrás, sin olvidar ningún detalle del recuento. El janitor se acerca, sosteniendo en alto el trapeador, pero Ms. Kurowski, con la mano libre, le pide serenidad. Al quince para las doce, el paciente y la enfermera llegan a la ceja del corredor, se les ve bajando los escalones, él metido en sus frases, ella atenta en el desliz de la tarjeta, el foco en verde, las hojas de la
puerta y la voz que se aleja: La chamaca de los aretes entrará al Pergolessi en plena madrugada, con ella se dejará venir una ráfaga que cubre las mesas de nieve, pedirá un café con crema, una tapadera, las personas no la verán porque se encuentran sumidas en la tira de neón, en mí nacerá el deseo súbito de conocerla. Entonces la chamaca entrará al Pergolessi, los clientes la mirarán pidiendo su café, la tapadera y el doble vaso de unicel, lanzará por un instante el brillo de sus aretes hacia mi mesa, sin perder tiempo me pondré el suéter y la chaqueta antes de ir hacia la puerta. Y cuando ella lance el brillo de sus aretes hacia mi mesa, dejaré el suéter y la chaqueta para hacer más corto el camino a la puerta. Serán tres cuadras en que de los reflectores bajarán los copos de nieve, ella caminará entibiando cada cinco pasos sus labios con el café, luego se meterá al que me figuro su edificio, la puerta entreabierta, un foquito al fondo, periódicos a los pies de una escalera, aguardaré en la banca del bus y me daré cuenta que la luz no agrede, que el frío tiene su olor, que Lincoln Park es el lugar. A media cuadra veré entonces las medias moradas de la chamaca viniendo del Pergolessi, pasará justo enfrente dando un sorbo a su café, apenas una mirada hacia mi banca, dará vuelta en la Sheffield y a un cuarto de cuadra se meterá al que supongo su edificio, la escalera ahí como naciendo de una pila de diarios, en el segundo piso se prenderá una lámpara, entraré, los escalones angostos, crujientes, la madera corrompida, la creolina, trece pasos en ascenso que me llevan a la bandera rojinegra que hace las veces de puerta. La muchacha de los aretes habrá prendido velas y para entonces ya habrá terminado su café. Arreciará en mí la necesidad de conocerla, me pedirá que me siente entre ceniceros, ropa y libros de poemas, junto a ella, en un inglés comprensible pedirá que le llame hormiguita, su voz no la escucho pero la siento y el miedo entonces me va sombreando. Busco la bandera para irme… pero no, ahí con ella me quedo.
René Arceo: Cosecha, linografía, 2002
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Danza espiritual, linografĂa, 2001
Julio Rangel En René Arceo, con fuerza palpable, encontramos la imagen del artista que da cauce a los ríos del inconsciente. Por supuesto, es posible rastrear las fuentes de donde manan esos ríos: los combativos grabadores mexicanos de principios del siglo XX, como José Guadalupe Posada y Leopoldo Méndez, el discurso plástico posrevolucionario de los muralistas, las corrientes europeas de la vanguardia, primordialmente el cubismo, además de la propia combustión personal del artista y sus fantasmas. Así hasta el cansancio, el buscador de datos puede ir deshilvanando los orígenes que nutren esta corriente, pero la enumeración será incompleta. Es en esa soltura de la línea en su trabajo, en el aire que dilata las sinuosidades y finalmente se repliega para darle unidad a cada obra, donde alientan las fuerzas en pugna de lo instintivo y lo racional, donde el juego crea un nuevo territorio. En René Arceo puede percibirse al explorador que aborda la superficie plana sin una idea predeterminada del trayecto que ha de tomar, ni mucho menos de su destino. Esa confianza desmedida en la intuición resulta en muchos creadores temeraria por su riesgo de dispersión, pero aquí estamos ante el artista-artesano que sabe atar sus cabos, su ambular febril de líneas que develan perfiles humanos y formas vegetales, al equilibrio final de la forma, a la tensión de la estructura. Sabe regresar. Está por supuesto, el Tema: la fuerza de gravedad de la cultura, a donde vuelven sus exploraciones figurativas: el arte politizado que marcó sus años de formación, la iconografía popular de los retablos y la lotería, etcétera. Los libros de texto que el gobierno mexicano hizo imprimir en la década de 1960 y principios de los setenta dejaron una impronta en mucha gente, puesto que continuaron circulando por varios años en casas y bibliotecas rurales. Estos libros llevaban en la cubierta lo que habría de ser una imagen indeleble para varias generaciones de mexicanos: la Patria, pintada por Jorge González Camarena. Aquella mujer de rasgos indígenas pero estilizada, como lo hacía Saturnino Herrán, a la manera clásica, cual Venus morena, sintetizaba de alguna manera esa idealización que animó al espíritu nacionalista posrevolucionario. Las imágenes de esos libros fueron el primer universo plástico que René frecuentó en su infancia, en la provincia michoacana. Más adelante, el colorido mundo de la lucha libre, los gladiadores enmascarados que en el cine se enfrentaban a hombres lobo y mujeres vampiro, fueron una motivación para comenzar a dibujar. Fue hasta que su familia se mudó a Guadalajara que pudo ver este espectáculo en vivo. Allí también, al estudiar la secundaria, tuvo su primera clase de arte. En 1979 emigró a Chicago, donde recibió su certificado como maestro en el Art Institute y entró en contacto con el vigoroso movimiento de muralistas y grabadores latinos, al que se sumó en sus diferentes espacios: Casa Aztlán, Instituto del Progreso Latino, y el Taller Mexicano de Grabado (hoy Mestizarte) del que es cofundador. Con el paso de los años, y después de exponer en varios países, no ha perdido la capacidad de dejarse guiar por las líneas que brotan espontáneas y le van sugiriendo cuerpos y composiciones, si bien en otras pinturas y grabados parte de ideas muy precisas, incluso inspiradas por fotografías. A menudo se le enmarca dentro
de la corriente del arte chicano. No le molesta, respeta dicha tendencia, pero su trabajo no se impone fronteras tan específicas. “Son muchas veces etiquetas impuestas por galerías, curadores, organizadores que usan el término para conseguir fondos y apoyo de las instituciones” dice. Sin embargo afirma: “La influencia que persiste en mi trabajo es de carácter social, humano”. Es allí finalmente donde todo confluye, a donde todo regresa.
René Arceo participará en las exposiciones colectivas: Artistas Mexicanos en Chicago (17 de junio al 17 de julio, en el Consulado de México 204 S. Ashland: 312.855.1380) Zalce: tiempo y testimonio (18 de junio al 18 de julio, en la Casa Michoacán, 1638 S. Blue Island: 312.491.9317)
René Arceo: Máscara para el nuevo milenio, linografía, 1999
Juana Goergen
Zona roja En el vértice incierto del asombro he perdido la rosa de los vientos y no sé distinguir si voy o vengo... si soy o siento... si doy o tengo.... En la gota redonda de una lágrima que en hilos de agua dulce se entrelaza allí donde terminan los confines del viento, están las enjauladas. René Arceo: Retorno, linografía, 1999
En casas de cristal las vi alzarse con brío mostrando en lo callado de su altura su poder de reclamar tibios recuerdos. En casas de cristal las vi abiertas y visibles diosas del fuego que sin llamas arden mostrando en sus minutos eternos, que todo es carne de su carne en los labios del viento. En sus piernas delgadas y atrayentes un hombre inmoviliza sus fantasmas a la orilla del vértigo. En el hueco liberado en sus pupilas silba el ojo de Man Ray, cegado en esos labios. En esta calle de Amsterdam yo soy las enjauladas y tú eres los hombres que vienen a mirarlas. Equivoco la rosa de los vientos. Hoy en Bagdad
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son menos los niños.
Ars poética El desnudo del desnudo, René Arceo: Ángel azul corazón cálido, linografía, 2001
El logos definidor del uno y su doble. Aquella voz de Casandra en sismo y carrusel del poeta que persiste, del poeta, que se divide en dos siluetas, y estrena una palabra para no enmudecer. Pero la palabra no asiste. Grabada en las paredes la medida de otro cuerpo, de otra voz que persiste, para alcanzar la luz donde todo lo agigantado se complica: una imágen, un diálogo, un recuerdo de elefantes en la cristalería, o de mujer, variaciones sobre su propio tema. El desnudo del desnudo. El logos definidor. El poeta persistiendo en sueños de Casandra. El poeta buscando la luz de una palabra, palabra que se pierde en la piel de las equivocaciones.
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Acrobacias del abandono 1 El segundo día es un día claro, de ustedes una lluvia de espejos forma un río donde todo me huye y me dispersa a flor sin sol a hueco en la semilla a verde que se pierde con sus frutos preñados a 60 a 360 sin un grado de comprensión para mis manos heridas de otros filos a 60 a 360 de nada en tantos con el miedo de que esta mismidad se repita mañana. 2 El tercer día la superficie cóncava de un beso trajo la claridad de ustedes a nosotros tan cotidianamente solitarios desgarrando distancias a flor de suelo acorralando lo imposible y jugando a no ser por borde a la palabra a las palabras triviales o vitales, da lo mismo porque regreso a ser el punto aclimatado en sumas y ecuaciones rutinarias y mido mi sonrisa y me paso pensando que soy hombre y te miro y miro mi estatura desde adentro saliéndome del centro de mis centros y te arranco de un golpe el zemí macho-el zemí hembra que me dejó en tus huellas que me tejió en tus sueños, que te olvidó en mi pecho. 3 Al cuarto día a mi corazón de Maga lo estrelló un beso.
Juana Goergen es profesora de literatura latinoamericana en la Universidad DePaul. Estos poemas pertenecen a su nuevo libro Las ilusas.
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Ray Salazar Para un niño de Little Village de Chicago sólo había un insulto peor que wetback: brazer. Wetback cuestionaba tu estatus migratorio –a quién le importaba–; sin embargo, brazer ridiculizaba tu apariencia. A principio de los años ochenta, si alguien se vestía para la foto escolar con guayabera azul clara, zapatos negros y calcetas blancas, lo llamábamos “brazer”. Si veíamos a una muchacha caminar por la calle con pantalones de mezclilla y zapatillas negras, le gritábamos “brazer”. Una vez vi en la 26th Street a un hombre moreno con pantalones de mezclilla, botas vaqueras y una playera de béisbol con el nombre SUE adherido al frente. Enseguida pensé: brazer. Ninguno de nosotros sabía lo que significaba. Sólo habíamos oído esa palabra y la utilizábamos para referirnos a los que hablaban con mucho acento. No teníamos la más mínima idea de que esa palabra discriminatoria había representado tanta esperanza alguna vez. Sólo cuando entré a la universidad supe que se derivaba de “bracero”: los mexicanos contratados por granjeros estadounidenses entre 1942 y 1964 para trabajar con sus brazos. Mi papá había hecho ese tipo de trabajo, por lo que también fue un brazer. No sé si me sentí culpable o avergonzado por haber llegado a pensar que brazer era lo más humillante para un mexicano. El Programa Bracero fue establecido en los Estados Unidos durante la Segunda
Guerra Mundial. Su objetivo era resolver la escasez de trabajadores agrícolas permitiendo a los granjeros contratar mexicanos para las cosechas. A ambos bandos les resultaba conveniente el programa: de este lado, trabajo bueno y barato; y del otro, empleo estable y salario seguro. En 1951, la aprobación de la Ley 78 permitió que el programa continuara. Hombres provenientes de todo México llegaban a las ciudades fronterizas y esperaban allí la oportunidad de ser contratados. Tenían que permanecer en una especie de corrales hasta que eran seleccionados para someterse a un examen físico. Si lo pasaban, entonces obtenían permiso de trabajo, que era vigente por días o meses, dependiendo de la necesidad de cada patrón. Al vencerse el permiso, el bracero debía regresar a México. El contrato oficial, redactado en inglés, les aseguraba “alojamiento higiénico, adecuado a las condiciones físicas de la región”. Y lo “adecuado” en realidad dependía de la consideración de cada patrón. Pero como esos hombres venían de zonas rurales –muchas de ellas en pobreza extrema– la garantía de recibir al menos treinta centavos por hora era una fortuna. En abril de 1956, El Paso Herald Post informaba lo siguiente: “Más de 80 mil braceros cruzan anualmente El Paso Center. Son parte de un ejército de 350 mil hombres, o más, que cruza la frontera cada año para participar en las labores de siembra, cultivo y cosecha del algodón y otros granos a lo largo y ancho
Raymundo Salazar en su departamento de Chicago. Foto cortesía de Ray Salazar
de Estados Unidos”. La mayoría de las ciudades fronterizas no estaba preparada para recibir a los miles de hombres que arribaban diariamente. Un buen día, durante la guerra de Corea, mi papá también cruzó. Mi papá, Raymundo, salió el 11 de mayo de 1957 de Santa Rita, Coahuila (un pueblo pequeño donde sólo crecen cactus). Su padre, Ramón, le había escrito una carta desde los Estados Unidos en la que le aseguraba que le conseguiría trabajo en el Norte. Se fue entonces a Piedras Negras, frontera con Eagle Pass, Texas, para encontrarse con mi abuelo. Una vez allí, mi papá, de apenas veintiún años, debió viajar en autobús a Monterrey, Nuevo León, para firmar el contrato reglamentario, y un día después volvió a la frontera. Mi papá tuvo suerte: como mi abuelo Ramón hablaba bien el inglés, los contratistas le pedían que seleccionara a los nuevos braceros; se trepaba al corral y gritaba “tú, tú, tú y tú”. Los braceros debían lucir fuertes, saludables. Cualquier enfermedad o incapacidad física los excluía enseguida. Algunos restregaban piedras para que sus manos parecieran ásperas, como si ya hubieran trabajado en el campo. Cuando mi padre llegó a la granja donde debía trabajar, fue sometido a otro examen físico. Salió bien. Tenía una estatura de 5'7'' y un pecho lo suficientemente amplio para aspirar el aire de Texas. Tenía también una espalda fuerte, capaz de cargar cebollas, lechugas, coliflores, betabeles y berenjenas en los terrenos de la granja. A causa de las fuertes lluvias de ese primer año, no le fue posible trabajar con el tractor; en cam22
bio, debió recoger melones durante esa temporada. Un grueso morral colgaba de su pecho, y encorvado como un anciano decrépito, buscaba entre las matas los melones maduros. Con su mano izquierda mantenía el morral abierto, mientras que con la derecha desenterraba y recolectaba las frutas. Las lluvias amainaron finalmente. Y en julio de ese año, ya andaba manejando tractores y plantando betabeles por cincuenta centavos la hora. Comenzaba su día enjugándose el rostro, admirando los surcos que se extendían como una cabellera bien peinada. Se levantaba a las 5:30 en la casa de cuatro habitaciones que compartía con mi abuelo y otros dos hombres. A las 6:30, ya habían desayunado: café, frijoles, tortillas y huevos. A las siete, se iban a trabajar. Luego tenían una hora para comer y regresaban para trabajar hasta las siete de la noche. No puedo decir si durante ese tiempo le llegó a desagradar el sol o el peso de los frutos sobre su espalda porque de eso no habla. Según él, nunca le fue mal. Sé que la visión que mi padre tiene de la vida de los braceros está idealizada. En la universidad leí Y no se lo tragó la tierra, de Tomás Rivera, y supe del dolor de los campesinos al partirse la espalda con el trabajo, con la mirada clavada en el fango todo el día. En el libro aparecen niños que morían quemados en los gallineros, un padre que sufría ataques de apoplejía a causa del sol y hombres que eran transportados en la parte trasera de las trocas, ansiosos por llegar a su destino. Mi padre me escucha entre sorbos de té mientras me asegura que esas cosas
nunca le sucedieron a él ni a nadie que conociera. Le pregunto entonces sobre las enfermedades, el racismo, los abusos o la soledad. Él niega con la cabeza e insiste que su vida fue placentera. Aun cuando no me revela el lado oscuro de la vida de los braceros, sé que lo hay. La mayoría de los participantes del Programa Bracero hace rato que se jubilaron, pero sus historias aún se cuentan. En sobremesas y barbecues comparan sus cruces fronterizos con la situación migratoria actual. Y ya con cerveza en mano, se confieren a sí mismos hazañas legendarias, de su ir y venir de un país a otro. En junio de 1999, un periódico de Zacatecas llamado Mi pueblo publicó una viñeta de la vida de un bracero que contradice el pensar de mi padre. “Era como si fuéramos comida de una manada de lobos. El enemigo número uno de los braceros eran los oficiales de migración del lado mexicano. Eran cabrones que, nomás porque sí, exigían una mordida. Nadie se salvaba. Al fin llegábamos a nuestra tierra. Muchos se soltaban hablando inglés. Sólo nos echábamos unas cervezas, ¡y hombre!, hablábamos requetebien inglés. Pero lueguito se nos olvidaba y teníamos que pedir prestado otra vez para poder regresar de braceros”. Debido a las presiones que ejercieron varios grupos defensores de los derechos humanos, así como la exhibición del documental Harvest of Shame, la Ley 78 no fue ratificada en diciembre de 1964. Pero las secuelas del Programa Bracero aún persisten. Hoy se sabe que entre 1942 y 1949 diez por ciento del salario de cada bracero fue depositado en una cuenta del Wells Fargo Bank por instrucciones de la Farm Security Administration. Ese dinero era enviado posteriormente a un banco mexicano. Sin saberlo
(porque estaba redactado en inglés), más de 300 mil braceros autorizaron esas deducciones al firmar su contrato. Algunos abogados estiman que el total de lo retenido, incluyendo los intereses, excede hoy los 150 millones de dólares. En agosto de 2002, el juez federal Charles Breyer determinó que los braceros no tenían derecho ya a recuperar esas deducciones. El gobierno estadounidense, por su parte, argumentó que no tenía vela en este entierro porque el estatuto de limitaciones había expirado, mientras que el gobierno mexicano se curó en salud declarando que México no era jurisdicción de las cortes estadounidenses. Irónicamente, el juez Breyer reconoció que era lamentable que los braceros no pudieran obtener el dinero que se merecían. Pero la posibilidad de recuperar su propio dinero no es lo único que han perdido estos hombres. Muchos que tienen un padre que recogía melones o que pizcaba algodón se han olvidado de esa época laboral. Hasta los propios braceros también se han olvidado. La vida se volvió cómoda para muchos de nosotros. En los sesenta, mi padre dejó de labrar la tierra y se mudó a Chicago. Aquí estudió y se hizo mecánico. Pero las cicatrices que ambos oficios le causaron no se han borrado de sus manos. A sus sesenta y ocho, sus palmas no se suavizan. Yo a mis treinta y uno tengo la oportunidad de soñar con ser escritor gracias a que mi padre tuvo la oportunidad de hacer suya una palabra: brazer.
Ray Salazar. Escritor nacido en Chicago. Traducción: Carlos Franco
Raymundo Salazar recibiendo un diploma. Foto cortesía de Ray Salazar
Les debemos a los braceros Entrevista con Ema Valdominos y Sergio Moreno Daniel Patiño Ema Valdominos y Sergio Moreno son dirigentes de la Unión de Braceros Mexicanos, organización que presta servicios legales y laborales a los braceros que vinieron a trabajar entre los años 1942 y 1969. A la mayoría de estos trabajadores todavía no se les ha entregado su parte del fondo de ahorro que les correspondería por haber trabajado en los campos y en las vías ferroviarias estadounidenses durante el mencionado lapso. ¿Qué objetivos persigue la Unión de Braceros? Nuestra meta es formar un sindicato de trabajadores mexicanos. Aunque no se llamen braceros, muchos todavía siguen viniendo a través de los programas H2A y H2B, que surgieron después de que terminara formalmente el Programa Bracero en 1964. (Debemos aclarar que se siguieron contratando trabajadores hasta 1969, pero sin que hubiera un convenio binacional.) Actualmente se contrata a mujeres y hombres de México para trabajar en estados como North Carolina y Louisiana. Si se les emplea en las plantas procesadoras de jaiva, tabaco, pino, etc., se les considera H2A; y si llegan a trabajar en hoteles y fábricas, H2B. En el presente, si un ranchero necesita trabajadores, publica un anuncio en el periódico; y por medio de una red de agencias de empleo, se va reclutando a los trabajadores. Muchas veces los traen de México porque acá no hay gente que quiera trabajar en el campo. Los contratistas allá les cobran a los trabajadores hasta quince mil pesos, y éstos acá tienen que pagar luz, comida y hospedaje. ¿Cuántos braceros esperan recibir su dinero del fondo de ahorro? Hubo 5.2 millones de contratos. 2.2 millones de obreros fueron contratados, es decir, algunos vinieron dos o tres veces. De ésos, hay como unos 800 mil braceros que viven todavía. A los trabajadores se les deducía el 10 por ciento para depositarlo en dicho fondo de ahorro, todo con la idea de que los trabajadores tuvieran un incentivo para regresarse y cobrar en México su dinero correspondiente. Se calcula que el gobierno norteamericano entregó al mexicano el 2% del dinero que les correspondía a los braceros que habían trabajado solamente entre 1942 y 1946, es decir, de los que eran parte del primer convenio. Entonces, ¿dónde quedó el dinero del fondo de ahorro? El dinero está aquí en los Estados Unidos.
La Cueva Night Club
Te invita a disfrutar momentos plenos de alegría y satisfacción. Foto tomada el primer año del Programa Bracero.
Supuestamente se armó una cadena: las deducciones iban directamente al banco Wells Fargo; de ahí debían trasladarse al Banco de México, que a su vez se encargaría de distribuirlos al Banco del Ahorro Nacional (para los trabajadores del ferrocarril) y al Banco Nacional Agrícola (para los del campo). Pero hay que tomar en cuenta que los trabajadores vinieron y que acá les hicieron las deducciones... Al final no hay voluntad política de ninguno de los dos gobiernos. ¿Qué apoyo han recibido los braceros de parte del presidente Fox? Ninguno. Se ha olvidado de ellos. Lo mismo que en el periodo del ex presidente Zedillo, se han creado dos comisiones: una en la Cámara de Diputados y otra en la de Senadores. Pero no fueron creadas por él, sino gracias a la presión de diversas organizaciones binacionales. ¿Y los partidos políticos mexicanos? Hemos recibido apoyo por parte del gobernador de Michoacán. Pero cuando las iniciativas llegan al Congreso, no tienen mayoría. Hace un par de años, el Secretario de Gobernación se reunió con los braceros para lanzar una campaña de recopilación de documentos en todos los estados de la república; y a principios de este año, cada bracero iba a recibir cinco mil dólares, pero no pasó nada, no hubo nada de dinero. ¿Qué apoyo han tenido por parte del congresista Luis Gutiérrez? Es importante que se introduzca una
propuesta en el Congreso de los Estados Unidos, ya que aquí es donde trabajaron los braceros. Pero el congresista sólo ha mostrado su negativa hacia nosotros. Dice que es un problema del gobierno mexicano. ¿Qué proponen ustedes? Gracias a esos trabajadores migrantes, hay escuelas públicas en México, hay mejores calles, hay hospitales, etc. Nosotros tuvimos educación gratuita con los dólares que ellos mandaban. Les debemos mucho a ellos, así como a los que siguen viniendo. Se trata de hacer justicia al trabajador, y sobre todo justicia al trabajador del campo que es el que alimenta a la población mundial. ¿Qué han logrado? A través del trabajo voluntario, hemos logrado crear una lista de veinte mil trabajadores braceros. En esa lista hay información del lugar y del tiempo en que estuvieron laborando. Obtenemos copias de sus documentos, así como muchas cartas, que van agrandando el archivo. También estamos en comunicación constante con la oficina de Zapopan, Jalisco, que también está a cargo de personas voluntarias.
Atención especial.
Espectáculos en vivo ¿Por qué no has venido? Estamos esperándote. jueves, viernes y domingos: de 8:00 P.M. a 4:00 A.M. sábados:
Daniel Patiño es estudiante del Truman College.
Para mayor información sobre la Unión de Braceros llame al (773) 216-5107.
de 8:00 P.M. a 5:00 A.M.
4153 W. 26th St. 23
José López habla en voz alta Kari Lydersen “¡Mira!” dice un niño pequeño a quien se le ilumina la mirada cuando José López entra en la tierra liliputiense de la guardería del Centro Cultural Puertorriqueño Juan Antonio Corretjer, en Chicago, en una zona de Humboldt Park conocida como Paseo Boricua por su identidad puertorriqueña. La guardería donde los pequeños se sientan en mesitas rodeadas de dibujos coloridos y peceras es uno de los proyectos de la comunidad afiliados al Centro Cultural, parte de una red de activismo político, micro-empresa y proyectos culturales y artísticos que han demostrado ser un exitoso modo de protección contra las olas de gentrification de Humboldt Park, ubicado justo al sur y al oeste de Wicker Park, un barrio muy chic y muy caro. López, como muchos otros residentes y activistas locales, ha dedicado su vida a Humboldt Park y a su comunidad puertorriqueña. Mientras pasea por la secundaria alternativa Pedro Albizu Campos, que comparte en el recientemente adquirido edificio del centro con la guardería, López señala con orgullo los laboratorios de computadoras flamantes, los impresionantes murales impresionistas de Campos y Corretjer, el laboratorio de ciencias y la “Biblioteca del Tercer Mundo”, organizada en secciones con carteles escritos a mano que refieren a El Salvador, Haití, China, la región del suroeste asiático. Aquí hay 80 estudiantes que han sido expulsados o han abandonado secundarias convencionales, quienes están aprendiendo acerca de culturas indígenas y los efectos nocivos del imperialismo junto con otras materias tradicionales. Al otro lado de la calle está el Centro Familiar de Aprendizaje para padres adolescentes. En la misma cuadra está Batey, un espacio cultural para jóvenes que alberga eventos de hip-hop, poesía y expresión cultural tres noches a la semana y Vida SIDA, un centro que ofrece servicios gratuitos de prevención y análisis de HIV. También hay una pastelería, anteriormente dirigida por Zenaida, la hermana de López, que sirve como lugar de encuentro de la comunidad. Durante la entrevista en la pastelería, López es interrumpido constantemente por casi todos los que entran por la puerta para resolver diversos asuntos. Incluso está pendiente de los que pasan por la banqueta y pregunta por un extraño de quien sospecha que se trata de uno de los promotores de bienes raíces que están constantemente acercándose a los residentes para intentar comprarles su propiedad para convertirla en condominios de lujo. Todo esto es el resultado de décadas de lucha contra la gentrification y desplazamiento, así como contra la brutalidad policial, el racismo y otros problemas que han plagado a la comunidad puertorriqueña. En 1966 y en 1977, la comunidad explotó en lo que los medios de comunicación denominaron “disturbios” contra la brutalidad policial, contra viviendas por debajo de los estándares y con precios excesivos y otros abusos cometidos contra su comunidad. Durante el levantamiento de 1977 dos hombres jóvenes resultaron muertos por los disparos de la policía, quienes declararon que confundieron el peine de metal de uno de los hombres con una pistola. La comunidad creció aquí cuando los puertorriqueños fueron desplazados del downtown y de Lincoln Park, que ahora es una de las zonas más caras de la ciudad. Esta área es uno de los bastiones tradicionales del movimiento de independencia puertorriqueño y es donde se organizó buena parte de la lucha para liberar a los prisioneros políticos puertorriqueños (nueve de los 11 fueron sacados de la cárcel en 1999). Es también el lugar en el que políticos locales e incluso promotores se han hecho aliados. Y es un punto de solidaridad para las luchas de los mexicanos indocumentados y otros inmigrantes. López ve la lucha contra la gentrification en Humboldt Park como una lucha local así como parte de la resistencia
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mundial contra el colonialismo y la opresión. A continuación López habla acerca de cuatro décadas de lucha y victoria en el Paseo Boricua. ¿Cómo describiría la base política que está detrás de las fuerzas de gentrification de este barrio? La gentrification es parte de un plan de contra-insurgencia. Está ocurriendo en todo el mundo. En los países con poblaciones indígenas tiene una naturaleza racial. En otros países ocurre a un nivel de clases. En los Estados Unidos se desarrolló completamente en los 60 con la renovación urbana. Cuando el presidente Jhonson encargó a la Comisión Kerner el estudio de las causas de la violencia en las ciudades, los Estados Unidos se dirigían hacia dos sociedades separadas y desiguales. Los disturbios no eran el resultado de la marginación de los jóvenes urbanos, eran el resultado del nivel de concienciación de estos jóvenes. Eran los hijos y nietos de la Gran Migración de la comunidad negra y la segunda o tercera generación de la comunidad puertorriqueña. Las segunda o tercera generaciones son generalmente las más militantes. La suburbanización de América dejó las ciudades en manos de la gente de color y esto coincidió con la conciencia anticolonialista que se produjo en todo el mundo. Esta lucha mundial anticolonialista tuvo un gran impacto en los jóvenes de color de las ciudades. Los guetos se convirtieron en áreas culturales. La gente cree que los guetos y los arrabales son la misma cosa, pero no lo son. Los guetos tienen una dimensión política y cultural. Los arrabales son sólo arrabales. Bell Hooks habla de los espacios domésticos en el sur donde los negros podían recobrar su dignidad. El gueto se convierte en eso, una comunidad de resistencia y acción y reflexión cultural. [La amenaza del sistema] no eran los jóvenes de las pandillas, era la juventud consciente de su propio destino. Los disturbios no eran realmente disturbios, eran rebeliones. Los grandes debates que no tenían lugar en las universidades, estaban ocurriendo en los guetos. Marx pasó mucho tiempo en Harlem, por lo que el gueto se convirtió en este poderoso lugar, un lugar que pone en peligro las estructuras del poder. La gentrification y la desconcentración de la gente son procesos que tratan de revertir esos procesos de contrainsurgencia. Las juventudes negra y latina estaban muy comprometidas en estos espacios concentrados, por lo que tenían que ser desconcentrados. Desde los años 60 la políticas de renovación urbana eran políticas de desconcentración espacial, con el fin de interrumpir los movimientos anticolonialistas y descolonizadores
de esas comunidades. Por lo que desarrollaron una retórica de que lo que estaba produciéndose en estas comunidades era disfuncionalidad. Tenían que limpiar la ciudad. Y de repente la gente está hablando de edificios, de restaurar sus raíces victorianas. Conservar los edificios y deshacerse de las personas. ¿Y quiénes eran las tropas de choque que penetraron por primera vez en el “territorio salvaje”? Los jóvenes blancos y los artistas. Fue del mismo modo en que los inmigrantes europeos se convirtieron en pobladores de los Estados Unidos. Lees Mi Antonia pero nunca te enteras de a quién estaba ella desplazando. ¿Qué papel tuvo esa familia en la estrategia para deshacerse de los nativos americanos, los “salvajes”? ¿Qué procesos de gentrification estaban teniendo lugar en Chicago en ese momento? Hyde Park en los años cuarenta era un modelo de desconcentración. La zona de alrededor de la Universidad de Chicago se estaba convirtiendo en un gueto, así que la universidad construyó un castillo medieval en la mitad. Y usó el modelo del pasillo, que es un modelo frecuente en la desconcentración espacial. Se toma una institución como un hospital o una universidad que se convierte en el punto a partir del cual se expande la gentrification. Por ejemplo los hospitales St. Mary y St. Elizabeth en Humboldt Park. Cuando yo era niño, St. Mary era pequeño y ahora tiene todo este terreno, ¿cómo ocurrió? ¿Tienen los levantamientos de 1966 y 1977 un efecto duradero o paralelo en la actualidad? El disturbio de 1966 dejó claro que en muchos sentidos era parte del movimiento de conciencia puertorriqueño que surgió entre los jóvenes puertorriqueños de segunda y tercera generación de todo el país. Entre 1946 y 1966 hay una gran oleada de puertorriqueños que abandonan la isla, por lo que nos encontramos con una amplia segunda generación que muy pronto es consciente de sí misma, su historia y las desigualdades de la sociedad. Se desarrolla toda una literatura y una cultura. Por ejemplo el [escritor] Piri Thomas y la música salsa, que era una mezcla de ritmos cubanos y puertorriqueños con la música afroamericana. En el nivel político no encontramos con grupos como los Young Lords. Un grupo de gente enojada que no esta dispuesta a seguir aguantando. Los disturbios del 66 coincidieron con las rebeliones contra el colonialismo que estaban teniendo lugar en todo el mundo. En 1977 han pasado 10 años y nos hemos dado cuenta de que esos mismos problemas no han sido resueltos. Se produjo también por la forma en que estaba tratando la policía a la comunidad. Había 500 policías a caballo en la comunidad en los días previos al desfile. Era como estar en un territorio ocupado. En aquel momento la Ciudad había puesto en marcha un intenso programa
para destruir la comunidad puertorriqueña. Había incendios masivos de casas de la zona, cientos de ellas fueron quemadas por los caseros, quienes después cobraban el dinero del seguro y a menudo vendían el terreno a los hospitales. Era parte de un plan sistemático para destruir la comunidad. ¿Siguen existiendo estos problemas? Los problemas ahora son menos obvios. El proceso de gentrification se presenta como una mejora de la comunidad, para salvar la ciudad. Usan un lenguaje que da la impresión de que es bueno para la gente. Hay un desplazamiento masivo de gente por parte de la industria de bienes raíces pero es más suave, no se trata de un racismo evidente contra el que es más fácil organizar a la gente. El proceso no es muy distinto del de la expansión de los Estados Unidos en territorios indios en el siglo XIX. Es interesante que utilicen palabras como “territorio salvaje” para referirse a los barrios afroamericanos y latinos y términos como “pionero” y “frontera” para describir la especulación. Es parte del mismo intento de despojar a la ciudad de poblaciones que ya no se estiman útiles o deseables. ¿Sigue disparándose el valor de la propiedad? Oh, sí, mucho. Y los especuladores tienen tanto dinero que pueden convencer a la gente para que venda su
José López
propiedad, especialmente a la gente mayor u otras personas que no ven otra forma de aumentar sus ingresos. Algunos compraron su casa hace 30 años por $15,000 y ahora vale $200,000 ó $300,000. Estamos intentando convencer a la gente para que no venda, estamos creando incentivos para ellos. Se están tomando pasos importantes. El concejal [Billy Ocasio, un aliado de la comunidad] ha bajado la altura de construcción de toda la zona, por lo que sólo se pueden construir edificios de tres plantas. Los promotores quieren cuatro o cinco plantas. Ya se están organizando para intentar demandar a Ocasio en la Corte. Hemos tratado de ponernos en contacto con promotores sensibilizados con la comunidad y hacer que construyan un 30 o 40 por ciento de viviendas asequibles. Hemos trabajado con grupos de viviendas asequibles. Bickerdike [uno de esos grupos] pudo comprar a un promotor cinco lotes en Division y California [al oeste del Paseo Boricua] y retomar ese terreno. Y Hispanic Housing está construyendo 56 unidades para personas mayores de 55 años que vivan independientemente. ¿No es difícil compaginar el ser un activista político que se opone al actual sistema con su participación en el desarrollo económico y la interacción con los políticos? Hemos creado una comunidad de valores. No se trata de si la gente tiene propiedad privada o no, se trata de qué hace la gente con esa propiedad. Para una comunidad que entiende realmente de construcción hay dos formas de expresión y participación. Una es económica, como ser dueño de un edificio o de una tienda. [Y en lo que respecta a los políticos] no es que digamos que las elecciones sean un modo de expresar la democracia, eso es ridículo. Pero se pueden usar las elecciones para conseguir cosas, para mandar un mensaje. Tanto si estás hablando de espacios económicos, políticos, geográficos o culturales, mientras se planteen con un objetivo común y tengan una base ética es lo que importa. También está la idea del capital social; tenemos muchos recursos que ofrecer como comunidad. Con el proceso de gentrification, necesitamos algo concreto para oponernos a él. El Paseo Boricua es un pasillo cultural en el que hay restaurantes puertorriqueños e instituciones artísticas. Habrá un nuevo Instituto de Arte Puertorriqueño que será un lugar para celebrar y archivar la cultura puertorriqueña, para construir historias orales, para no sólo documentar la historia de Puerto Rico sino para validar las vidas de las personas que viven aquí. ¿Cómo se están involucrando los jóvenes en la lucha? Los estudiantes de secundaria y de la universidad están creando un proceso de democracia participativa. Van edificio por edificio y distrito por distrito y hablan con la gente y les animan a que empiecen sus propios procesos. En el Batey tienen las noches de poesía, hiphop y expresión cultural. Y lo están montando todo ellos solos. Eso en sí mismo es una proeza admirable. Entienden de globalización y neoliberalismo de todo el mundo. Creo que la única forma en que podemos contener [la gentrification] es involucrando a los jóvenes. Mientras asuman estos asuntos como propios habrá esperanza.
¿La secundaria alternativa es parte de eso? Enseñamos acerca de culturas indígenas y hablamos de Puerto Rico desde el punto de vista de los africanos y los indígenas, lo que permite crear solidaridad con los afroamericanos y los americanos nativos aquí. Nuestra biblioteca en una biblioteca del Tercer Mundo. ¿Cómo está la situación en Puerto Rico actualmente y en qué se parece a la de la comunidad de aquí? El movimiento pro estado está convenciendo rápidamente a ambas partidos para que apoyen la autodeterminación de Puerto Rico con el resultado final de que se incorpore como estado. Si Puerto Rico se incorpora a la unión no hay marcha atrás. ¿Qué les ocurrió a los nativos de Hawai y de Alaska cuando se convirtieron en estados? Básicamente fueron echados y la tierra se convirtió en dominio de los pobladores. Si Puerto Rico se convierte en estado tendríamos un problema muy serio de gentrification en el que se están mudando profesionales blancos. Actualmente está pasando en Baja California, en donde hay 200,000 americanos que son propietarios de la mejor tierra en la costa. Si Puerto Rico es un estado la gente tendrá que pagar impuestos y muchos puertorriqueños se marcharán. Se comprará la tierra. Ya están llegando los promotores a Vieques, ahora que han parado los bombardeos. Cuando desmantelen Roosevelt Roads, la base naval más grande fuera de los Estados Unidos, estará disponible para los promotores. ¿Cómo ve su trabajo en un contexto global más amplio? El trabajo que hacemos en la comunidad no es para poner a los puertorriqueños por encima, estamos en constante diálogo con otras comunidades. Apoyamos a los indocumentados, que son los más vulnerables en esta sociedad. Trabajamos en asuntos como la matrícula consular, permisos de manejo para los inmigrantes indocumentados, las cartas No Match. Nuestro trabajo también está enfocado hacia la creación de solidaridad. ¿No es increíble que esta comunidad haya podido resistir la gentrification y mantener esta base de apoyo todos estos años? Creo que se está produciendo un fenómeno en los Estados Unidos en el que hay un enorme número de latinos que por necesidad tienen que definir una nueva identidad y al mismo tiempo no perder la suya. ¿Cómo se construye algo en esta comunidad que garantice que todos podamos trabajar juntos para construir una sociedad mejor? Este cambio demográfico ha hecho que el sueño de Simón Bolívar, una América Latina unida, se convierta en realidad en las entrañas del imperio de los Estados Unidos. Nuestro papel es crear una identidad como puertorriqueños como parte de la agenda latina. Hemos estado en contacto con el movimiento bolivariano en Venezuela, que son modelos de democracia participativa. Tenemos una delegación en Caracas. Estamos trabajando para garantizar el bienestar de todos los latinos, no sólo aquí sino también en Latinoamérica. Queremos crear un movimiento que promueva la dignidad de las personas. Kari Lydersen es periodista independiente. Escribe para The Washington Post y ¿Hasta Cuándo?, entre otras publicaciones. Traducción: Verónica Esteban
Periscopio electoral Kerry: Juego peligroso Jorge Frisancho El mes de mayo fue duro para la campaña reeleccionista del presidente Bush. Aunque en términos de intención de voto la mayoría de las encuestas le siguen asignando un empate técnico con su oponente demócrata, John Kerry, en casi todos los demás índices (preocupación por la economía, satisfacción con la política exterior y la guerra en Irak, aprobación general de su desempeño) Bush ha caído estrepitosamente, llegando a los niveles más bajos de su carrera. Esto es el resultado de muchas presiones negativas acumuladas, cuya coronación fue el descubrimiento de una serie de fotografías que documentan la tortura de prisioneros iraquíes en los calabozos de Abu Ghraib, en Bagdad, a manos de militares y civiles norteamericanos. La crisis política desatada por esas imágenes y la torpeza inicial con que la Casa Blanca y el Departamento de Defensa manejaron el asunto han convertido a Abu Ghraib en un símbolo indeleble de la ocupación de Irak por los Estados Unidos, y constituyen quizás el problema más serio presentado hasta ahora para la reelección de Bush a un segundo período. Los estrategas republicanos han basado su campaña principalmente en publicitar a su candidato como un hombre de profuda certidumbre moral, un líder firme y competente en tiempos de guerra. Abu Ghraib desmiente tales aseveraciones de un plumazo, convirtiendo aquella certidumbre moral en crueldad y aquella firmeza en arrogancia ciega, y revelando, con evidencias gráficas espeluznantes, el brutal carácter de la aventura militar en la que George W. Bush ha embarcado al país. En los meses que faltan para la elección, va a ser muy difícil que la Casa Blanca saque ventaja del tema de la guerra como esperaba hacerlo. El electorado, por supuesto, estuvo distraído durante todo el mes por tales revelaciones y por las idas y venidas políticas que ellas suscitaron. Aún así, a muchos ha de haberles llamado la atención una significativa ausencia en el escenario nacional mientras todo esto sucedía: la de Kerry, quien mantuvo durante varias semanas un perfil mucho más bajo del que hubiera podido esperarse dadas las circunstancias. En efecto, aun cuando las primeras planas parecían brindarle una oportunidad inigualable de tomar la ofensiva a escala nacional, Kerry se mantuvo al margen de las polémicas desatadas por Abu Ghraib y casi no hizo referencia al curso de la ocupación de Irak. Prefirió viajar por los estados del Medio Oeste y el Suroeste y concentrarse en temas de menudeo político como la cuestión educativa, la salud y los impuestos. Esta decisión táctica, aunque sorprendente, fue quizás la más acertada. Al cederle la escena a Bush en un momento de crisis, Kerry parece haber querido seguir el viejo adagio que recomienda dejar al enemigo ahorcarse con su propia cuerda: ha esperado a que los eventos se desarrollen segun su propia lógica y ha visto a los republicanos enredarse en la maraña de un problema para el cual, sin duda, no estaban preparados. La ardua labor de campaña, los viajes constantes y los encuentros directos con grupos específicos de electores le permitieron continuar afianzando su mensaje hasta cierto punto bajo el radar de sus enemigos, que están ocupados en capear el temporal y no tienen espacio para atacar a su oponente con energía. El candidato demócrata ha aprovechado la ocasión, así, para deslizarse solapadamente hacia el centro del espectro político. Durante el mes de mayo, su discurso fue mesurado y más bien conservador, y llegó incluso a apropiarse de algunos temas clásicos de Bush, como (en el área educativa) la necesidad de usar exámenes estandarizados para juzgar y premiar la labor de los maestros o (en el área fiscal) los beneficios de continuar ofreciendo incentivos tributarios a las corporaciones. En otro contexto, este desplazamiento hacia la derecha le hubiera sido difícil a un candidato que encabeza, aunque no quiera, una ola de protesta contra el ímpetu ultraconservador de la actual administración. Lejos de los reflectores, en cambio, nadie parece haberlo notado. La táctica es acertada, sí, pero riesgosa. Con las revelaciones sobre la tortura en Abu Ghraib, la continua inestabilidad de la ocupación y el evidente fracaso de los objetivos estadounidenses de corto y mediano plazo, el tema Irak es en definitiva el centro de este proceso electoral; al permanecer en relativo silencio, la campaña demócrata está perdiendo la ocasión de articular su propuesta al respecto, diferenciarla claramente de la política seguida por Bush y convencer a los votantes de que con Kerry en la Casa Blanca las cosas mejorarían. Si este silencio continúa por mucho tiempo –es previsible que las cosas cambien en junio– Kerry va a empezar a parecer irrelevante, y eso es lo peor que le puede suceder a un candidato a la presidencia. Jorge Frisancho es autor del poemario Estudio sobre un cuerpo.
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José Rubén Romero y Xavier Vargas Pardo: Dos narradores michoacanos Mario Raúl Guzmán Caminos de Michoacán y pueblos que voy pasando, si saben en dónde está ¿por qué me la están negando? Bulmaro Bermúdez
I El Michoacán pintoresco y costumbrista –un registro comodino y basto de la vida real michoacana– es culpa de José Rubén Romero. En el prólogo a las Obras completas de este autor nacido en Cotija en 1890 y muerto en 1952, Antonio Castro Leal exalta como virtud primordial de Romero un rasgo que, bien visto, es asimismo su fruto más perecedero: “la visión pintoresca de la vida de la provincia mexicana”, la forja de “frases pintorescas” salpimentadas con refranes al gusto no de lectores críticos sino de quienes buscan en la lectura “un momento de solaz y esparcimiento”. El estilo de Romero, según el especialista, “procede originalmente, no de la lengua escrita, sino de la comunicación oral, que reclama un auditorio, que busca la comprensión y el agrado de los circundantes”. La “gran sencillez” de ese estilo, indica Castro Leal, “toma sus virtudes (...) de la charla sabrosa con que –en las largas horas de ocio y descanso de la provincia– se comentan vidas ajenas y se relatan sucesos propios...”. En Apuntes de un lugareño (1932), novela que es –por su estructura y alcances– una mera sucesión de cuadros costumbristas, Romero expone a un tiempo los rudimentos de su modo de ser escritor y la linde de su parcela narrativa: “En los pueblos, los hechos más triviales adquieren acusados relieves. La vida se ve como dentro de un microscopio, y así es natural que las hormigas nos parezcan camellos. ”Si en el tumulto de una gran metrópoli se nos quedara impreso el recuerdo de todo, con cada hecho cotidiano podríamos escribir una tragedia. La muerte nos roza, va en cada automóvil que pasa cerca de nosotros y sin embargo, nunca se nos ha ocurrido contar por ello, que hemos estado al borde del sepulcro. ”En los pueblos es distinto. Tal vez la cámara interior tenga más luz para reflejar las imágenes o la exposición de la lente sea más prolongada. ”Si en alguna pedrea de niños de un hondazo nos lleva el sombrero; si por la rapiña de la fruta nos caemos de un árbol o el caballo nos tira junto a la vieja puerta de golpe, jamás se nos borrará de la memoria la cara de ardilla del chico que nos alcanzó con la piedra, el siete que nos hicimos en el árbol o el surco donde la bestia nos dejó sembrados.” Los apuntes de un lugareño comienzan en la postrimería del porfirismo, pasan por el ensayo maderista y terminan donde se multiplican las tropelías del usurpador Victoriano Huerta. Sin embargo, la mirada de Romero, la “cámara interior” de que dispone, sólo le alcanza para escudriñar el fin de una época a
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la luz de los enseres domésticos. Vierte el jugo dramático de los conflictos humanos en el cacharro de sus pequeñas tribulaciones supuestamente inocentes. Lo suyo no es la construcción vigorosa de personajes sino el esbozo chabacano de “tipos populares” que representan tal o cual “esencia” de la sociedad provinciana. En El pueblo inocente (1934), esa manera de petrificar temperamentos y caracteres se vuelve manía recurrente: Fulano representa la-experiencia-y-sabiduría-popular; Perengano, al campesino-ladino-de-buencorazón, Sutanita, a la mujer-beata-e-hipócrita-siempre-hay-al-menos-una-docena-encada-pueblo, etcétera, etcétera, hasta completar una colección de estampas fijadas con tachuelas decimonónicas en la pared de la galería municipal. En Anticipación a la muerte (1939), sus desplantes de “sinceridad” son un ardid con el que pretende adelantarse a la crítica para anularla. Arguye que él no es “escritor de cenáculo” y, al venírsele encima su ineptitud para construir personajes, la “autocrítica” resulta, por efecto de un subterfugio mal urdido, confesión de parte: “Mis personajes, vistos desde aquí, aparecen como esos muñequitos hechos de médula de caña, que el viento hace bailar a su antojo. Figurillas sin cerebro y sin corazón, que sirvieron de marionetas a mis sentimientos y de válvulas de escape a mis pasiones. Pito Pérez dijo lo que mi voluntad le dictó, y yo no soy un psicólogo ni un estilista. Lo dijo, pues, con mi lenguaje y con mi pensamiento. Por las bocas de los viejos de pueblo eché fuera cuanto sabía: simplezas de campesino, marrullerías de sacristán, argucias de tinterillo”. Así, en los libros de Romero los caminos de Michoacán no son las ramificaciones de un organismo vivo palpitante, sino los senderos que conducen al depósito de cadáveres pueblerino: En Desbandada (1934), Romero “pinta la forma en que la Revolución llegó a muchos pueblos tranquilos y confiados”, según supone Castro Leal (quien no leyó a Ricardo Flores Magón). En Mi caballo, mi perro y mi rifle (1936) el protagonista se involucra, con patetismo, en la bola, donde se mezclan hasta indiferenciarse opositores al gobierno de Huerta y gavillas de facinerosos. Frente a ese amplio panorama, y a la luz y a la sombra de los detalles que lo componen, Romero procede –digámoslo con las palabras erróneas de Castro Leal– “como el viajero que se para a examinar cuidadosamente un sitio agradable y pintoresco”. Erróneas porque el examen de Romero no es cuidadoso sino precisamente lo contrario: desaliñado, si bien no carente de cierta gracia cínica. ¿Un sitio agradable y pintoresco? ¡No! Tan sólo la descripción desparpajada y pintoresca de un mundo que Romero supone agradable y pintoresco. La murmuración insustancial, el chis-
lograda con pulso envidiable, y extendida con ingenio y perspicacia a lo largo del discurso narrativo). Es posible ensayar múltiples maneras de resumir los temas que contienen los relatos de Vargas Pardo. Todas serán injustas, porque los temas se entreveran, o subyacen a la pura acción narrativa, o nada más se sugieren en el transcurso de los sucesos, o se van difuminando en la progresión dramática, o sencillamente pierden gravedad en el instante del desenlace. Una de las habilidades que más sorprende al leer los relatos de Céfero es la manera de dar cuenta de la irrupción de la violencia y la muerte en el paisaje narrativo; el lenguaje elaboradísimo mas notablemente fluido y sencillo (cargado de giros regionales pero sin afectación alguna) con que registra de qué distintas maneras la muerte acomete, embiste o se abalanza sobre los personajes con tal fuerza sorpresiva que disloca en un instante el curso de sus vidas.
F. R. Oñate: José Rubén Romero, óleo sobre tela, 1992.
merío, la gracejada mórbida, lo baladí registrado mientras se despacha en la tarde medio kilo de manteca: esos son los asuntos de José Rubén Romero: “El mostrador de una tienda es el rompeolas adonde van a morir todos los chismes de un pueblo. Se despedazan honras, se censura al Gobierno y se cuentan esas mil y una naderías que sirven de entretenimiento social, cuando se reúnen más de cuatro personas”. II José Rubén Romero dio a conocer todas sus novelas en los años treinta, excepto Rosenda, de 1946. Hubo que esperar al inicio de la década de los sesenta para que otro escritor michoacano trazara un paisaje geográfico y humano indemne a la doble plaga del costumbrismo y el pintoresquismo. En efecto, Xavier Vargas Pardo, nacido en Tingüindín en 1923 y muerto en Guadalajara en 1985, publicó en 1961 Céfero, un volumen integrado por once cuentos cuyas virtudes narrativas despliegan su máxima eficacia en el registro memorioso de la violencia y la muerte como instrumentos inexorables del destino. El título le viene al libro del nombre del portador de la voz narrativa, Ceferino Uritzi, Céfero para los amigos, protagonista en algunos cuentos, agonista en otros, observador sagaz de lo inesperado y de lo insólito que laten en el corazón del detalle, cronista consumado y, sobre todo, testigo apasionado y ecuánime (una rara mezcla caracterológica
III Pito Pérez, el personaje de Romero vuelto memorable por obra y gracia del gran Medel, es un pícaro taciturno, un aprendiz de ángel caído, un pobre diablo enternecedor, un granuja que cuenta ya en el ocaso sus antiguas correrías, un desdichado que se solaza en el alcohol para soportar la hipocresía ambiente, un espantajo que aguarda a la muerte con la botella en la mano... A Céfero lo encontramos trabajando en oficios varios, o en busca de un lugar donde ganarse el sustento. “Las cosas se van hilvanando y nadie sabe al día siguiente en qué zayate despierta...”, se dice a sí mismo cuando va a pedir trabajo en el aserradero de Atapan. Los relatos de Céfero son sumamente eficaces a la hora del detalle escabroso, cuando la anécdota corre el riesgo de despeñarse en lo truculento. Gracias a la pincelada irónica sus atmósferas sangrientas se libran de lo tremendista; da vueltas la vida de estos personajes en el aire turbulento del destino, pero la cara pastoril de la moneda nunca la vemos en el suelo, por fortuna. Nada más alejado de la visión narrativa de Vargas Pardo que la acaramelada descripción de la violencia en los libros de Romero. Véase si no la estampa idílica de las cárceles michoacanas proporcionada en La vida inútil de Pito Pérez (1938): “En las cárceles de los pueblos –dice Jesús Pérez Gaona por voluntad que le dicta Romero– encontré a honrados y caballerosos ciudadanos, aprehendidos para substituir a personas que gozaban de libertad absoluta. Reina en ellas un espíritu infantil que hace a los reclusos orinarse en los zapatos de sus compañeros, como una inocente diversión; aún hay sentimientos generosos y nadie se muere de hambre, a pesar de la buena voluntad del Gobierno, que ha suprimido el rancho de los presos, como cosa superflua. El que tiene comida, porque se la llevan de su casa, la comparte con el que no la tiene, y al que no le
ven cobija, le mientan la madre, con solicitud, para que se caliente. ¡Los banquetes que yo me he dado dentro de la cárcel, aceptando de mis colegas, ya un plato de arroz, ya un chile relleno, a cambio de una consulta de tinterillo, o de una afectuosa palmadita en la espalda! ”La vida dentro de nuestras cárceles tiene cierto calor de familia, algo de hermandad religiosa, con pactos y contraseñas de sociedad secreta. ”Por las tardes, a la hora triste de ocultarse el sol, cuando las rejas simulan cruces ensangrentadas por la mano criminal del crepúsculo, las almas se conmueven con el paisaje que adivinan, y surge a coro una canción que se repite como un salmo y repercute en el aire como un doloroso gemido”.
Habría que tener a la mano pruebas testimoniales o hemerográficas de la vida en las cárceles michoacanas en el periodo que abarca esa descripción bucólica y franciscana; mientras tanto, tengo mis dudas de que la única mano criminal tras las rejas haya sido por aquel entonces la mano del crepúsculo. Es curioso, pero la violencia que agita la comarca narrativa de Xavier Vargas Pardo excluye la experiencia carcelaria. Ni criminales ni bandoleros van a dar con sus huesos a la penitenciaría; Céfero no relata nada que le haya ocurrido a nadie tras las rejas. Casi todo lo sórdido y artero y ruin acaece a cielo abierto. En “Timbiriches en el cielo” Céfero cuenta una agresión criminal que casi le cuesta la vida. Un balazo en el cuello y una cuchillada a manos de un desconocido en una calle oscura lo postran varios meses. En “El Churingo” Céfero relata el grave peligro que corrió al quedar atrapado en una mina junto con dos peones y un arriero, adonde habían entrado en busca de abono de murciélago. Uno de los peones (un asesino avieso apodado “El Churingo”) tiene ahí una muerte espantosa. En “Las Guananchas” hay una animada fiesta, en la que aparecen, sin invitación, “las guananchas” (danzantes disfrazados de mujeres), uno de los cuales saca a bailar a una jovencita (de familia “principal”); y, en una suerte de encantamiento, todos ven ascender a la pareja que baila en el aire. La muerte súbita de la bella muchacha pone fin al festejo. En “El anillo del zanate” se desata una balacera entre soldados y asaltantes de un tren, quienes matan a un tipo misterioso que trae consigo un anillo con una piedra negra en forma de zanate; el anillo lo roba un soldado al que luego cercenan la mano en un acalorado juego de cartas. En “El bombín” un sobrino de Céfero se parte el cráneo y muere desangrado, ante la mirada atónita de circunstantes que ignoran la historia que precede a ese accidente. En “Bembéricua” un peón con fama regional de asesino de mujeres asedia a una joven viuda con tres o cuatro meses de embarazo hasta que la embosca y le inflinge un tormento pavoroso. Céfero y otros tres trabajadores le dan caza al torvo asesino, lo amarran a un tronco y con la sierra eléctrica lo parten en dos mitades, que entierran en hoyos distintos. En “Pancho Papadas” los once hijos de un fabricante de toritos y juegos pirotécnicos atormentan a un mono huasteco hasta que éste provoca una explosión que mata a la familia entera del cuetero, excepto a la cotorra de la casa. En “El Zurumato” un viejito, harto de ser atormentado por su mujer, se suicida cortándose el cuello de un navajazo; la viejita, libre ya del marido, se dedica a contar (con fruición digna del señor Grandet) las monedas de oro que atesora, en compañía de un tonto de pueblo quien termina asesinándola y huye con el dinero. En “Donde crecen las terecuas” una mujer muere por congestión alcohólica, y su pequeña y extraña hija mata sin querer al cura y a su asistente con hongos venenosos. En “Quince ahorcados a Jiquilpan” una gavilla llega intempestivamente al pueblo donde Céfero tiene amoríos con la hija de su patrón. Los gavilleros secuestran a la muchacha. Al llegar la tropa del ejército, los bandidos huyen del pueblo y se llevan de rehenes a 14 personas y a la muchacha, por la que esperan cobrar un cuantioso rescate. El patrón reúne el dinero y con Céfero siguen el rastro de los bandoleros. En el camino van viendo colgados, uno a uno, a los 14 lugareños; la hija del patrón y novia de Céfero, ultrajada y muerta, es la última víctima.
En “Dios mediante” dos truhanes se disputan un terreno que colinda con las propiedades de ambos. Contra el dueño del lugar, un viejo que es padrino de Céfero, desatan una violencia inaudita hasta el extremo macabro de desenterrar y colgar de un fresno los restos mortales de su madre. El cuento termina como comienza: el padrino de Céfero se aleja para siempre de su tierra, con los huesos de su progenitora al hombro. IV ¿Quién fue Xavier Vargas Pardo? Un tipo que en 1959 buscó a Gastón García Cantú en el diario Excélsior. Le llevó sus cuentos, y al historiador le parecieron buenos. Luego, el cuentista Edmundo Valadés los consideró magníficos. Finalmente, Henrique González Casanova decidió incluirlos en la Colección Letras Mexicanas del Fondo de Cultura Económica en 1961. Tales son los datos que ofrece el texto de contraportada de la reciente segunda edición de Céfero. Raúl Guerrero, el editor responsable, me ha comentado que no hay rastro alguno de Vargas Pardo en las enciclopedias y diccionarios literarios. En el Fondo de Cultura Económica el título está descatalogado hace mucho tiempo. Todo parece indicar -me dice Guerrero- que los especialistas no han reparado en la existencia de este escritor michoacano. O tal vez, digo yo, sí leyeron los cuentos de Céfero y los desestimaron por juzgarlos pastiches rulfianos. Quizás eso es lo que ha ocurrido. Hay que recordar que tras la aparición en 1953 de El llano en llamas se produjo una andanada de imitaciones de los relatos de Rulfo. Baste citar al respecto Cuentos del desierto, de Emma Dolujanoff, y Cañón de Juchipila, de Tomás Mojarro. “Dios mediante”, último relato de Céfero, guarda similitudes (¿o serán influencias?) asombrosas con “Diles que no me maten”, de Rulfo. Sin embargo, los cuentos de Vargas Pardo no son calcas de los cuentos de El llano en llamas. Es una simple opinión, y sé que tendría que sustentarla mediante una lectura comparada, empeño que rebasa el margen de este trabajo. Mas intuyo que el propio Juan Rulfo habría desdeñado los relatos de Vargas Pardo si hubiera advertido en ellos la astucia de un buen falsificador. Cuando el autor de “Luvina” leyó los cuentos del escritor oriundo de Tingüindín, dijo escuetamente: “Éste se las sabe todas” . Durante el mes de junio, la comunidad michoacana en Illinois celebra su cultura y sus tradiciones con diversos eventos. Consideramos oportuna la publicación de este ensayo.
Mario Raúl Guzmán es escritor mexicano. Editor de la revista La zorra vuelve al gallinero.
Desnudo de un mundo artificial ¿Aceptas? Iván Torrijos Ya Nuri, mi incondicional amiga y culpable de mi incursión en este borlote, me ha prometido como regalo de bodas un viaje a Brasil... hospedado en un cuarto de azotea. Eso sí, con vista al mar. En medio del clima de violencia que vivimos en la actualidad, el mes pasado se dio una explosión más. Esta vez fue una explosión de amor: Massachusetts comenzó legalmente el registro matrimonial a parejas del mismo sexo que radiquen en ese estado. Antiguamente ser homosexual era considerado una enfermedad, luego, importantes asociaciones de psiquiatría y psicología, informaron al mundo del grave error en que se encontraba: la homosexualidad no era, ni es, una enfermedad, alguien así no es un vecino traído de Marte. Tengo un tío que se ha despojado de algunos bultos de homofobia luego de saber que su sobrino, a quien llamaba el más querido, es parte de la comunidad GLBT. Le he escuchado decir: “Ok, yo acepto que alguien sea homosexual, pero de ahí a que pretenda casarse, eso sí está mal”. Yo insisto en que no es tamal, mi experiencia personal me hace meditar y me dice que tiene que ver con un conjunto de aspectos que pretenden ser reclamados por nuestra comunidad: 1. Al ser mal vistas las relaciones entre personas del mismo sexo, ello obliga a que especialmente muchos jóvenes mantengan relaciones en el anonimato, por no poderse pasear con el novio o la novia y presentarlos con la familia y/o amigos. Un amor que te da pena y que escondes para que nadie se entere conduce al fracaso, a la promiscuidad y, en un descuido, a las infecciones de transmisión sexual. 2. La religión tiene mucho que ver con la negativa al matrimonio de personas del mismo sexo. El matrimonio que ahora se pide es civil y no religioso. De todos modos, ojalá algún día la Iglesia, en este caso, católica, pida disculpas a los homosexuales como las pidió cuando reconocieron que se equivocaron al quemar vivas a las personas, pues según ellos así lo estipulaba Dios en su Antiguo Testamento. 3. El hecho de que la Ley no reconozca estas relaciones, hace verlas como criminales; algo que se prohíbe por ser incorrecto, como robar o matar, lo que resulta en homofobia y, consecutivamente, en violencia, maltrato y hasta asesinatos por odio. 4. Conozco parejas homosexuales de relaciones duraderas: 30, 40 y hasta 50 años juntos. ¿Dónde están sus más de mil beneficios de los que gozan las parejas heterosexuales casadas? 90. Podría seguir, pero ya no tengo espacio. Termino diciendo que esa idea impuesta de familia y matrimonio es decadente, porque matrimonio se llamaba también a la relación de abuso de la que se libró mi madre luego de muchos años, y que soportó porque siempre le decían, “es tu matrimonio, los hombres son así”. No desmiento, estoy seguro de que sí hay matrimonios felices; son aquellos en los que abunda el amor, la comprensión, el respeto y en los que sus integrantes no se espantan cuando escuchan en algún lado que se legalizará el matrimonio a personas del mismo sexo. Si deseas más información sobre la comunidad latina GLBT sintoniza el programa Homofrecuencia; se transmite todos los lunes de 8 a 10 de la noche en Radio Arte 90.5 FM, Chicago. También puedes escucharlo en vivo a través de la Internet en la página: www.radioarte.org. Preguntas y/o comentarios a: ivanukor@yahoo.com
Y pueblos que voy pasando. Foto cortesía de la World Wild Web.
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El caso Padilla Jorge Frisancho El pasado 28 de abril, la Corte Suprema de Justicia de los Estados Unidos escuchó argumentos en el caso de José Padilla, detenido por las autoridades militares y recluido en una cárcel de la Marina bajo sospecha de terrorismo. Es difícil imaginar, en estos tiempos, un asunto judicial de mayor importancia. Padilla es ciudadano norteamericano y fue arrestado dentro del país, en el aeropuerto O’Hare de Chicago. Su detención y el trato que el gobierno le ha dado desde entonces ponen en tela de juicio garantías fundamentales afirmadas en la Constitución y en las leyes vigentes. Si la Corte Suprema falla a favor del gobierno, el fallo quedará sentado como precedente para una suspensión de largo alcance de las protecciones ciudadanas contra el arresto arbitrario, así como del derecho a responder a acusaciones criminales y presentar una defensa. La Corte Suprema dará su veredicto en algún momento de su sesión de verano. El itinerario de José Padilla José Padilla es de origen puertorriqueño y nació en Brooklyn, Nueva York, hace 33 años. Su familia se trasladó a Chicago cuando él era aún pequeño, y aquí, a los 14 años de edad, Padilla tuvo su primer encuentro serio con la ley: involucrado en un intento de robo que terminó en homicidio, fue procesado y encarcelado como delincuente juvenil. Padilla fue liberado a los 19 años y de inmediato viajó a La Florida, donde vive su madre, con la intención de establecerse ahí. Sus problemas, sin embargo, viajaron con él. En 1991 fue a dar nuevamente a la cárcel, tras haber disparado un revólver a raíz de una disputa de tránsito (el disparo fue al aire). Además, mientras estaba en la cárcel aguardando juicio por ese incidente, fue acusado de agredir a un guardia. De acuerdo con un reportaje publicado por The New York Times, Padilla se declaró culpable de los cargos y cumplió su relativamente breve condena con buena conducta, mostrándose interesado sobre todo en hacer ejercicios de manera metódica y en leer la Biblia. Quedó en libertad en 1992 y no volvió a tener problemas con la justicia hasta que lo detuvieron en Chicago una década más tarde.
Durante los siguientes seis años, José Padilla vivió en la Florida, ocupado en diversos empleos de servicio. Poco a poco se interesó en la religión musulmana; en 1994, el antiguo pandillero puertorriqueño formalizó su conversión al Islam, y cambió su nombre a Ibrahim. En 1998, decidió profundizar su inmersión religiosa y partió rumbo a Egipto, donde trabajó enseñando inglés y como instructor de artes marciales. En el año 2000 hizo la tradicional peregrinación a La Meca, el hajj musulmán, y poco después viajó a Yemen, contratado también para enseñar inglés. Durante los meses siguientes, siempre de acuerdo con The New York Times, viajó continuamente, visitando Pakistán y Suiza, además de Egipto. El 8 de abril de 2002, Padilla llegó al aeropuerto O’Hare de Chicago en un vuelo procedente de Zurich, Suiza. En el O’Hare lo esperaban agentes del FBI, quienes lo arrestaron de inmediato como “testigo material” en la investigación sobre los ataques terroristas a Nueva York y Washington ocurridos el 9 de septiembre de 2001. La “bomba sucia” La CIA y otras agencias norteamericanas le habían venido siguiendo la pista a José Padilla por algún tiempo antes de su arresto. Su rastro surgió, al parecer, a raiz de declaraciones hechas por Abu Zubaydah, un dirigente de la organización terrorista al-Qaida capturado por los Estados Unidos. Zubaydah, se dice, involucró a Padilla (aunque sin identificarlo por su nombre) en una conspiración terrorista para detonar en territorio estadounidense una “bomba sucia”, explosivo nuclear de relativamente fácil manufactura y resultados letales en un área urbana. Padilla fue trasladado a Nueva York y se le asignó una abogada de oficio, Donna Newman. Convencida de la debilidad del caso contra su cliente, basado como está en informes de terceros y en casi ninguna evidencia concreta, Newman se puso de inmediato a trabajar en una solicitud de libertad. Sus argumentos se apoyaban, además, por recientes decisiones judiciales que establecen que la designación de “testigo material” no justifica la detención indefinida de individuos cuando se trata de una investigación en curso, como en el caso de Padilla, en lugar de un juicio. Quizás pensando que las posibilidades de que las cortes criminales dictaran la libertad del reo, el gobierno cambió entonces su estrategia legal. El 10 de junio, dos días antes de la audiencia en la que se decidiría la legalidad de su arresto y detención continua, José Padilla fue declarado
“combatiente enemigo ilegal” y transferido a un centro de detención naval en Carolina del Sur. La democracia en peligro La designación de “combatiente enemigo ilegal”, usada por el gobierno para justificar la detención de personas en la base de Guantánamo y en las prisiones de Irak, ha sido diseñada para crear un espacio de ambigüedad jurídica y darle el máximo margen de maniobra al gobierno estadounidense. Los “combatientes enemigos ilegales” no son prisioneros de guerra, y por lo tanto no poseen los derechos garantizados por la Convención de Ginebra; tampoco son reos en procesos criminales o civiles, y por lo tanto no gozan de las garantías y protecciones dadas por la ley doméstica de los Estados Unidos, incluyendo la Constitución. Así, como los presos de Guantánamo y los de Irak, José Padilla ha permanecido encarcelado desde Junio de 2002 sin acceso a sus abogados, sin visitas de sus familiares, sin una acusación clara y formal en su contra, sin una fecha para su juicio, sin la posiblidad de ofrecer argumentos de descargo, y, de acuerdo con las autoridades norteamericanas, sin el derecho a que su caso sea revisado y supervisado por las cortes de justicia. En otras palabras, está preso a voluntad del presidente, por el tiempo que el presidente decida que debe estar preso, sin que nadie esté obligado a dar una mínima explicación sobre su encarcelamiento. El caso Padilla revela la flexibilidad de este instrumento legal: a diferencia de los presos de Guantánamo y de muchos en Irak (y a diferencia también de John Walker Lindh, el “talibán americano” apresado en Afganistán, quien no fue catalogado como “combatiente enemigo”), Padilla no fue detenido en un campo de batalla; es un ciudadano norteamericano apresado en territorio de los Estados Unidos, sin armas en la mano, sin ningún indicio claro de su participación en la “guerra” más allá de revelaciones secretas (posteriormente, por lo demás, desestimadas por la propia CIA: Zubaydah no es considerado hoy un informante valioso). Impulsado por Newman, quien aún no se ha podido reunir en privado con su cliente (las autoridades militares le permitieron una reunión vigilada poco antes de que se escuchara el caso en la Corte Suprema), el caso Padilla avanzó lentamente en el sistema judicial. En cada instancia, el gobierno ha buscado impedir que se le conceda al reo los derechos más elementales, sin presentar jamás, alegando razones de seguridad nacional, eviden-
cias que justifiquen su detención. En un documento enviado a la corte para apoyar los argumentos de Newman, la Asociación Norteamericana de Derechos Civiles (ACLU, por sus siglas en inglés) enfatiza el carácter radical de la interpretación de las leyes hecha por los abogados del gobierno. La detención de Padilla, dice la ACLU, atenta contra principios tan fundamentales que el vernos obligados a repetirlos es en sí mismo indicio de lo grave de la situación. El primero de ellos es el principio constitucional del proceso jurídico justo al que todos los individuos tienen derecho. El segundo, y quizá aún más importante, es la primacía de la autoridad civil sobre la autoridad militar en una democracia, en virtud de la cual casos como el de Padilla deberían ser supervisados directamente por el aparato judicial civil. Al violar estos principios –y varios otros– en el caso Padilla, en los casos de Guantánamo y en Irak, el gobierno de los Estados Unidos desnuda su profundo desprecio por las leyes vigentes, tanto a nivel doméstico como internacional, y su firme convicción de que la “guerra contra el terrorismo” faculta al ejecutivo para comportarse, en por lo menos algunos niveles, como una dictadura militar (las recientes revelaciones de torturas sistemáticas en Irak, así como la existencia de cárceles secretas administradas por la CIA, son indicios de lo mismo). Ciertamente, no es posible decir si Padilla es culpable o inocente, si merece estar en prisión o no, si constituye un peligro para la sociedad o si es solamente un infortunado que estaba en el lugar incorrecto, en el momento incorrecto. Si el gobierno se sale con la suya, sin embargo, la culpabilidad o inocencia del acusado perderán toda su relevancia, y el punto clave para determinar si alguien va a la cárcel por tiempo indefinido será, simplemente, la voluntad presidencial. José Padilla, mientras tanto, languidece en una prisión naval, y si la Corte Suprema falla a favor de sus acusadores, nunca sabremos por qué. Ni sabremos tampoco quién será detenido después. Es claro lo que se juega en esta decisión: la esencia misma de la democracia norteamericana, surgida precisamente en respuesta a las arbitrariedades de un gobierno absoluto, puesta en profundo peligro hoy por los propios funcionarios que deberían defenderla.
Jorge Frisancho. Autor del poemario Estudio sobre un cuerpo.
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Maximino, el salvaje
Primavera en Chicago
José Ángel Navejas
Carmen González
I Gracias a su lealtad mutable y al giro radical que como resultado tomó su vida, uno de los personajes más fantásticos en la obra de Borges es el salvaje germano Droctulft. Cuenta Borges que, enfrascado en la batalla de Ravenna, el nativo alemán comprendió de pronto que su corazón, y por tanto el servicio de su espada, pertenecían en verdad al enemigo, es decir, al ejército romano. Masa muscular vuelta boomerang, el salvaje Droctulft acogió la causa de los césares como suya y combatió hombro a hombro con las tropas romanas que en aquella batalla aplastaron al enemigo común de su país nativo. Así, Droctulft pasó de guerrero tribal a las legiones romanas, de una relación directa y primitiva con la Tierra al pasmo revelador del orden perfecto de la Ciudad. Llegado su tiempo (después de su muerte), el Imperio respondería con gratitud a sus servicios. Por lo menos en esta ocasión parece que la fuerza bruta sí supo ganarse la simpatía de los letrados, y el nombre de Droctulft quedó plasmado en un par de epitafios latinos. El músculo germano vuelto poesía en la exquisita lengua de Cicerón quedaba así inmortalizado en mármol. No obstante, lo que hace al relato borgiano aún más fantástico es el hecho que, un par de siglos antes, la realidad ya había superado a su ficción. Reportando la muerte del emperador Maximino, Gibbon nos dice que una de las causas de su trágico final (su asesinato y el repulsivo espectáculo de su cabeza clavada en la punta de una lanza) fue su incapacidad para desarrollar los sentimientos más básicos del género humano. Y no es que su nacimiento en las indómitas ciénegas alemanas haya determinado el curso de su vida emotiva. Borges sugiere que, al encontrarse ante un solo arco, la sensibilidad estética del salvaje Droctulft pudo haberle revelado el eterno orden de la urbe romana. Pero a diferencia de su compatriota Droctulft, Maximino mostró, desde el principio, un desdén innato por el orden: donde Droctulft encontraba un vislumbre místico, Maximino veía una amenaza. Razón suficiente para mantenerse alejado tanto de Roma como de Italia durante los tres años que mantuvo el título de César.
La primavera en Chicago es veleidosa, perezosa, superficial, voluble, caprichosa, impuntual. A la primavera le gusta travestirse, disfrazarse; un día se levanta con humores de invierno y así se adorna y se pasea desparramando temperaturas gélidas, vientos cortantes y lluvias frías y, puede, que hasta nieves; otro, se presenta adornada de calores sofocantes, impropios e inadecuados o deja caer rayos y truenos propios de tormentas de verano. A veces se levanta caprichosa, no sabe qué hacer, no sabe qué ponerse, adoptando así un comportamiento de quinceañera en su primera cita; se prueba una falda floreada, se la quita pues decide intempestivamente que exagera sus caderas; se prueba el vestido verde, lo rechaza pues, resulta, -piensa-, demasiado infantil, finalmente se viste los pantalones negros y la camisa estampada de grandes cuellos, esto, le parece favorecedor, moderno a la par que cómodo. La indecisión de la quinceañera ha dejado sobre la cama y la silla, las ropas eliminadas. La indecisión de la primavera ha desparramado por la ciudad un despliegue de efectos, un abanico de fenómenos que se producen o pueden producirse en apenas unas horas. Así, en un mismo día, se pueden conjugar temperaturas propias de verano con fríos adecuados al otoño. Este año la primavera ha traído vientos con muchos nudos, vientos que pegan y despegan ropas, que agitan pañuelos, que alzan faldas, que enredan cabelleras, que hacen perder el paso, que hacen volar objetos: bolsas, papeles, hojas de periódico, pétalos de flores... Los bulbos asoman sus yemas verdes y tiernas; quieren brotar y brotan. Primero son los narcisos los que llenan el aire de un olor pegajoso y dulzón, luego los elegantes tulipanes de tallo alto y cimbreante, después los pensamientos. La ciudad, Chicago, se llena de pensamientos; pensamientos azules y amarillos, pensamientos de color naranja y de color morado, pensamientos de colores que se agitan y retuercen y palmotean como miles de mariposas que revolotean a ras de suelo. La ciudad, Chicago, se llena de pensamientos. Con los primeros rayos solares, al primer asomo de verano, las playas se llenan, las pantorrillas se descubren y los pies femeninos asoman entre las tiras de las sandalias uñas pulidas, lacadas, brillantes, rojas, festivas, liberadas. Hay carne y epitelio de nuevo en la ciudad; hay rodillas, pantorrillas, muslos, hombros, omóplatos, empeines, talones, ombligos, espaldas... Los árboles y el césped recuperan su verdor, la ciudad recobra el color. Los restaurantes sacan sus mesas a la calle, los puentes de la ciudad se abren. El pesado engranaje, la maquinaria imposible, la sorprendente mecánica se pone en movimiento para dar paso a los barcos que se hacen a la mar, perdón, al lago. Los transeúntes asisten y son protagonistas sorprendidos y fascinados del triunfo de la mecánica y del anuncio del fin del largo invierno. Los vientos y las brisas traen, dicen que llegan de la otra orilla del lago, de Indiana, pelotillas con patas; cuerpos redondos y apretados que se pegan a los hilos originados por el propio cuerpo, cuerpos que se balancean, se mecen y cuelgan de su tela transparente: han llegado las arañas. Hoy en la ciudad retumban los ecos asombrados de noticias de torturas. A las pantallas se asoman torsos y cabezas encapuchadas, ojos oscurecidos, mentes torturadas. El asombro que no cesa, en un entorno amable, civilizado, bello. Hoy son las torturas, ayer fueron las bombas en Madrid. A la ciudad, a Chicago, llega la primavera. La ciudad, Chicago, se llena de pensamientos; pensamientos azules, rosa, blancos... ¿Qué pensarán los pensamientos?
II Maximino, el salvaje germano, sabía bien que la única manera de unirse a las legiones romanas era desplegando su fuerza bruta. Y diecisiete luchadores y siete soldados de la guardia imperial derrotados le dieron la razón al ganarle la admiración y simpatía del emperador Alejandro Severo. Ya como guardia personal del emperador, Maximino ejerció con honor y lealtad su labor de preservar la integridad física del emperador. Mas, una vez que la intrincada red de corrupción, de atentados y asesinatos común en la lucha del poder por tomar control del trono lo había nombrado César, este título, en vez de revelarle la oportunidad de imponer ejemplo y disciplina, le sirvió sólo para implementar con mayor impunidad su política de músculo y acero. Habiendo asumido el trono, Maximino pudo eligir cultivar la mente, pero optó por ejercer la fuerza, por desatar sus más bajos instintos. Aplastó la disensión con repetidas torturas secretas y mutilaciones en mataderos. En comparación a Droctulft que se extraviaba en la urbe, en ese laberinto de templos y blancas figuras geométricas, la Ciudad aterraba a Maximino porque ponía de relieve su inhabilidad de captar sus signos, el esplendor de sus mármoles, el papel fundamental de sus columnas, en fin, su inhabilidad de descifrar el íntimo acertijo de su estructura. La Ciudad obligaba a Maximino al escrutinio; su espacio cerrado lo invitaba al diálogo. Y era precisamente su incapacidad de comunicación, de traducir instinto en diálogo, lo que atizó aún más la ira del salvaje Maximino. El carácter violento de Maximino, escribe Gibbon, provenía más de su miedo al rechazo de la clase educada que de la urgencia de desatar su cólera. Para compensar la desventaja de su titubeo, Maximino acudió a la autoridad de la fuerza. Después de todo, ¿para qué molestarse con el debate cuando se tiene a la mano la solución inmediata e infalible de la espada? Maximino aspiró a alcanzar el respeto y la gloria de Alejandro Severo, pero, en lugar de ganar la confianza del pueblo romano, sembró el terror en su corazón. Y es que esta era su manera de defender de sus detractores en el Senado el título de César que el ejército le había otorgado. El salvaje germano se ensimismó en el poder, hizo de él una fe que terminó desatando en su contra la furia del Imperio. Y la Ciudad, ese monstruo enigmático que le causara repulsión, lo vio morir decapitado a sus pies.
Carmen González es administradora del Instituto Cervantes
contratiempo invita a los lectores a enviar comentarios y críticas. La correspondencia no deberá exceder 500 palabras. Toda carta deberá ser remitida con un número telefónico. Nos reservamos el derecho de editarlas. No se publican anónimos ni seudónimos.
Sobre La Pasión Señores editores: Me parece que el artículo de Febronio Zatarain (La pasión de Gibson: Anticristiana y antihistórica), aparecido en el número 13 de contratiempo, es débil y subjetivo. El artículo arguye, por ejemplo, que se presenta en la película a un Cristo anticristiano y sustenta esta idea con el argumento que Cristo, luego de haber recibido feroces azotes por parte de centuriones romanos, se levanta y ofrece su cuerpo para seguir siendo castigado. Según el artículo ésta no es más que una muestra de soberbia de parte del judío, es como decir: “miren, cómo aguanto. Valgo más que ustedes…” No se toman en cuenta los muchos datos históricos de los que disponemos en el presente. Me explico: había tres instrumentos que se usaban con sádica frecuencia en los castigos impuestos por la ley romana a los prisioneros: Flagellum, Scutica y Ferula. El primero se aplicaba en los casos de condenados a muerte (y nadie ignora que la crucifixión era la pena ‘favorita’. Heródoto ha señalado que los romanos literalmente plantaban cientos de cruces a la orilla de los caminos). Éste era un instrumento con dos o tres colas de cuero con pequeñas mancuernas metálicas o astrágalos de carnero en las puntas, cuyo fin era desgarrar la carne al momento del impacto. La ley no establecía la cantidad de golpes, éstos quedaban a decisión del juez. El castigado era atado a una columna baja, o era acostado en el suelo, para poder azotarlo en ambos lados del torso. El condenado era castigado por varios soldados romanos (carnifex) hasta que éstos quedaban exhaustos. Eran estos momentos los que muchas veces aprovechaba el condenado para ponerse de pie o cambiar de posición, no para demostrar soberbia, sino para aliviar el terrible dolor de los calambres, o para no sentir los guijarros del piso en las carnes abiertas de la espalda o el pecho; o para intentar (de alguna manera) aliviar el dolor en los testículos que también eran alcanzados por los latigazos. No hay soberbia, pues, en la actitud de Cristo. Sin salir del contexto bíblico (que, dicho sea de paso, Mel Gibson siguió fielmente. Recomiendo leer el relato –especialmente el de Marcos– del castigo al que fue sometido Jesús), también sugiero, pues, leer el testimonio de Isaías cuando se refiere a Cristo como un cordero que, sin chistar, es conducido al degüello (Isaías 53, versículos 3-7; versión Jerusalén. Que es la versión más erudita que disponemos de la Biblia, en cuanto a historia). Otros de los argumentos de este artículo es que María era una anciana al momento de la pasión de Cristo. Insisto: hay que leer de las fuentes de las que disponemos. La misma versión de Jerusalén, en Lucas (uno de los evangelistas en los que se basó Gibson para hacer su filme), capítulo 1, versículo 26, habla de “una virgen” que fue la madre de Cristo. En esta versión de Jerusalén, Isaías capítulo 7, versículo 14, se utiliza la palabra “doncella” para referirse a María; es más, hay un pie de página con una explicación léxica. Se dice aquí que la palabra ‘doncella’ está tomada del original hebreo ‘almáh’, que significa joven recién
casada. Además se sabe que Jesús tuvo otros hermanos. Cristo murió a los 33 años, a la luz de estos datos cabe preguntarse, ¿era María una anciana? Y, con respecto al mismo tema, ¿por qué el autor del artículo dice que los personajes de la película obedecen al modelo de belleza de Hollywood? Él señala que éstos se debieron parecer más a Barrabás. Me pregunto si el hecho de estar encarcelado (sin acceso a baños, ropa limpia; para no mencionar piojos, pulgas, ratas y otras realidades que abundan en lugares sucios y malolientes, como las cárceles de la época), decía que acaso el hecho de estar purgando una pena en las condiciones en las que tuvo que haber estado Barrabás, ¿no hace una gran diferencia en el aspecto físico de la gente? Además Cristo era nazareno, y ellos no se cortaban el pelo, lógicamente debían conocer y utilizar diferentes productos que ayudarían con el aseo y la limpieza. El uso de perfumes de alabastro, mirra fragante y otros eran cosa común de la época. El artículo también señala que es antihistórico presentar un perfil psicológico de Cristo y los discípulos como si éstos fueran estadounidenses de clase media alta del siglo XXI. ¿En qué se basa tal aseveración? ¿En qué momento se hace referencia a cualquiera de los códigos sociales, políticos, históricos, económicos y psicológicos que incumben a los Estados Unidos actuales? ¿Por qué, me pregunto, hay que pensar que los conceptos de belleza, e higiene personal son del dominio exclusivo de nuestra civilización occidental y moderna? (Si es que a eso se refiere el término ‘antihistórico’). Así pues, a la luz de estos datos no sé si la expresión ‘antihistórica’ es la correcta. O si el filme ‘tergiversa’ la historia. Tampoco sé si la película es ‘anticristiana’. El hecho de que muestra a un Cristo que no se defiende, que no abre la boca, que pide perdón para quienes lo flagelan, muestra a un Cristo consecuente con su doctrina; no creo que sea la imagen de alguien que no se queja o no dice nada porque, en el fondo, apoya la represalia o la guerra. Algo con que también me dejó perplejo este artículo, es el que se señale que el idioma en que se comunican los personajes no es importante. Me temo que sí, que sí importa, y mucho. Para el bilingüe es asunto de vital importancia elegir (de forma casi inconsciente) el idioma materno para expresar aquello que se tiene por invaluable. Cristo no es la excepción. Presentar a unos judíos y/o romanos que se expresaran en perfecto inglés sería antihistórico. Por último, la conclusión irónica que señala a un Cristo héroe también me parece desafortunada. Para billones de personas la figura de Cristo sí corresponde a algo que no es común. Presentar a un Cristo que no se defendió; que no opuso resistencia; que no abrió la boca; que no blasfemó; que no se quejó habla –creo yo– de un mensaje que tendríamos que ser capaces de captar. Para billones la figura de Cristo corresponde a una excepcionalidad indudable. Y no tiene que parecerse a Superman. ¿No es lógico pensar que siendo carpintero, o acostumbrado a caminar varios kilómetros diariamente, o acostumbrado a pasar noches enteras en vigilia o con los pescadores, no es lógico –me pregunto– pensar que Cristo sí presentó resistencia física? Espero que no
se me malentienda. No escribo una apología. No creo que haya que alabar el filme; pero tampoco creo que sea correcto emitir opiniones netamente subjetivas como si fueran la verdad última.
Bernardo Navia
Respuesta
Estimado Bernardo: La razón por la que se levanta el Jesús de Gibson no es porque tenga calambres o porque quiera aliviar el dolor de los testículos. Ese Jesús, después de divisar a su madre, se levanta mostrando cierta recuperación y reta a los soldados romanos; éstos, sorprendidos ante tal proeza, deciden volverlo a azotar. Con respecto a Marcos, lo único que dice es: “…y [Pilato] entregó a Jesús, después de azotarle, para que fuese crucificado”. Luego se lo llevaron al Pretorio y “le herían la cabeza con una caña y escupían en él…” Realmente, Bernardo, lo que los cuatro evangelistas resaltan más en este pasaje no son los azotes, sino la humillación a la que Jesús fue expuesto. Para hablar sobre la vejez de los protagonistas, no nos vayamos tan lejos ni en el espacio ni en el tiempo; démonos una vuelta por los pueblos del sureste mexicano o de Centroamérica. Allí encontraremos a muchos hombres pero sobre todo a muchas mujeres que apenas han cumplido los cincuenta años y ya son ancianos. La desnutrición, el trabajo excesivo, la falta de atención médica entre otras cosas, les ha provocado una vejez prematura. Y estamos hablando de gente pobre del siglo XXI, ahora imagínemonos cómo se deterioraban los pobres de hace dos mil años; y Jesús, que tenía treinta y tres años, y María, que andaba en los cincuenta, eran muy pobres (Jesús nació en un establo; donde había ratas, pulgas y olía a heces de animales). En esa época, el promedio de vida no rebasaba los treinta años; la ciencia médica estaba en pañales, por eso a la hora de cenar se prefería vino, ya que en el agua abundaban los microbios. Para hablar de la psicología de los personajes, remitámonos de nuevo al sureste mexicano; vayámonos a una comunidad chiapaneca, entremos a una de sus chozas, ya estamos ahí y ahora sentimos la necesidad de pasar al baño; nos damos cuenta de que la casa no tiene; y junto con el baño se han ido el papel higiénico, la pasta, el hilo dental… Jesús y sus seguidores eran igual o más pobres que esta gente, y en los personajes de Gibson se ven horas diarias de gimnasio, dietas especiales, se ven gestos y actitudes que nos remiten a una sociedad donde el individuo –tanto masculino como femenino– es una realidad; y en el mundo judío de principios de nuestra era, todavía se era más comunidad que individuo.
Febronio Zatarain
Los noticieros Señores de contratiempo: En estos días me enoja ver los noticieros. El pueblo árabe, mi pueblo, sigue viendo la pérdida de muchas vidas, de sus casas y de su dignidad. Me refiero obviamente a los iraquíes y a los palestinos. El país en que nací, Estados Unidos, no deja de matar a mi pueblo con los brazos de nuestros hombres y mujeres en Irak o a través del dinero nuestro utilizado para comprar armas para Israel. ¿Cómo me puedo sentir? ¿Cómo puedo amar a mi país, a mi bandera? Hay quienes están seguros de que sí estamos llevando la democracia a Irak. Pero ¿torturar es democracia? ¿Violar los derechos humanos es democracia? Hasta ahora no he podido ver la democracia. He visto solamente la enfermedad de nuestra sociedad. Cuando las personas en Estados Unidos bromean sobre las cárceles de aquí, lo primero que te dicen es “alguien te va a violar” y de inmediato todos se echan a reír. Pero ¿por qué reímos? Los hombres violan a los hombres, las mujeres a las mujeres, y en este país eso es un chiste. Ahora estamos llevando esta cultura de la cárcel a Irak. La mujer sonriente que aparece en las fotos tomadas en la cárcel de Abu Ghraib, me recuerda las fotos de mujeres blancas sonrientes frente a los cuerpos de afroamericanos oscilando en los árboles del sur de los Estados Unidos. Sé que hay personas que en este país luchan sinceramente por la paz y la justicia en Irak. Por desgracia, sus voces casi no se escuchan en los noticieros. Pero ¿dónde están los otros? No hicimos nada cuando los judíos estaban siendo exterminados durante la Segunda Guerra Mundial. No hicimos nada cuando la población de Rwanda fue masacrada hace diez años. Y ahora no estamos haciendo nada cuando cientos de palestinos e iraquíes inocentes están siendo asesinados. Para muchos norteamericanos es más importante ser dueño de dos carros, comprar una casa grande y tener veinte pares de zapatos. Para muchos es más importante ver en la tele lo que va a pasar en Friends o simplemente saber con quién va a tener relaciones Nicole Kidman. Muchas veces he querido dejar este país. He querido irme a un país donde la gente sea más consciente y trabaje por una vida mejor, pero no solamente una vida mejor para uno mismo. Pero ¿a dónde puedo ir? El país de mi papá, Palestina, está cerrado para mí por ser palestina. Además, mi familia vive aquí y soy norteamericana, y por eso exijo un verdadero cambio en mi país. En la universidad me enseñaron que la crítica beneficia a todos. Quizás un día me sienta orgullosa de mi bandera. Hoy siento enojo, no puedo ocultarlo. Si no expresara lo que siento, sería una persona más, como aquellas que sólo piensan en su ropa mientras cientos de inocentes mueren en otro lado.
Munai Newash
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