Contratiempo 17 - Septiembre 2004

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chicago, illinois

nĂşmero 17

Identidad y cultura 3

septiembre 2004

Luna Negra: Nueva coreografĂ­a 16


Durante un Toquín en La Fiesta del Sol. Foto: José Guzmán

consejo editorial Ricardo Armijo, Raúl Dorantes, Jochy Herrera, Francisco Piña, José Ángel Navejas, Moira Pujols, Julio Rangel, Humberto Uribe, Febronio Zatarain

director Francisco Piña

director editorial Raúl Dorantes

directora administrativa Moira Pujols

diseño Francisco Piña

fotógrafo José Guzmán

fotografías Luna Negra Dance Theater ©

contratiempo NFP

773.769.2923 1434 West Thorndale Avenue Chicago, IL 60660 Para obtener más información sobre las distintas secciones de la revista, publicidad y clasificados, servicios editoriales o suscripciones, escríbanos a:

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Juan Mora-Torres Juventud latina: Identidad y cultura Francisco Piña El trabajo juvenil: El futuro del ayer Cindy Martínez entrevista al concejal Ricardo Muñoz Raúl Dorantes Teen Chicago y el fantasma racial Kary Lydersen Movilización juvenil: El activismo en tiempos difíciles

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deshoras Ricardo Enrique Murillo El pariente Plúmbago Marrujo Graciela Reyes La impostora

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mirada cómplice Moira Pujols Luna Negra: Un espacio de expresión

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tiempo extra Joel Soto entrevista al escritor Luis J. Rodríguez José Castro Urioste Las vicisitudes de María Mario Raúl Guzmán Benítez e Ibargüengoitia en torno a Hidalgo

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Desnudo de un mundo artificial Iván Torrijos Calor en el Hotel Reforma

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Jochy Herrera Del paleolítico a la postmodernidad: Genes, dietas y enfermedad

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Carlos Arango De redadas a cartas no match

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Periscopio electoral Jorge Frisancho Tres paradojas

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Delia Negro El grito en la galería Aldo Castillo

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John Barry Introducción a En el ojo del viento: Ficción latina del Heartland Rocío Zamudio Más cabrón de lo que pensaba Febronio Zatarain No sólo penurias

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En el número 15 de contratiempo publicamos el texto Voz y lucha: Latinas, encarcelamiento y escritura, de Ann Folwell Stanford. Este texto fue publicado originalmente en inglés por la revista Diálogo de la Universidad DePaul. Pedimos disculpas por la omisión.


Juan Mora-Torres l crecimiento sin precedente de la población latina en los Estados Unidos ha sido uno de los fenómenos contemporáneos más importantes del país. Los latinos han transformado radicalmente este país en las últimas tres décadas, desde los mercados de trabajo y la política urbana hasta el hecho de haber reemplazado a los afroamericanos como la llamada minoría más grande. Con 40 millones de habitantes, un número igual al de la población de España y dos millones menos que Colombia, los latinos constituyen el 14% de la población actual de los Estados Unidos. Se estima que con la presente tasa de crecimiento, habrá más de 60 millones de latinos en el año 2020; solamente Brasil y México tendrán una mayor población de latinos. La inmigración ha sido el catalizador de este fenómeno y, como resultado, ha provocado el acalorado e interminable debate sobre si los latinos han tenido o no una influencia positiva en los Estados Unidos. Samuel Huntington, un respetado profesor de Harvard, ha desatado una nueva discusión en torno a este debate con su polémico artículo “El reto hispano”. En resumidas cuentas, él afirma que el creciente número de latinos, especialmente de mexicanos, amenazan la esencia de la identidad nacional estadounidense. A diferencia de otros grupos de inmigrantes, éstos han rehusado asimilarse a la cultura anglo-protestante, que ha forjado los principios de los valores fundamentales de este país. Tratando de alarmar a la opinión pública con la noción de que existe un inminente peligro de color café latino señaló que, a menos de que se tomen medidas drásticas, existe la posibilidad de una división de hecho entre un Estados Unidos de habla predominantemente hispana y otro Estados Unidos de habla inglesa. Su argumento nativista recibió la atención de la prensa internacional y provocó la respuesta de intelectuales tanto latinos como norteamericanos de todos los matices ideológicos. Muchos se opusieron señalando que los latinos no sólo han comprobado que son tan “americanos” como cualquier otro grupo étnico, sino que también han sido y continúan siendo un valioso recurso para este país. El debate latino no es un fenómeno reciente. Tampoco lo son los términos sociológicos como asimilación, aculturación y segregación que conforman este debate. Los orígenes de esta polémica se remontan a la década de los años veinte, cuando por primera vez surgió el “problema mexicano”

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en la historia de los Estados Unidos. La diferencia del debate actual es que, por un lado, coloca a los latinos en el centro de las discusiones más importantes sobre la inmigración y por otro, los convierte en personajes clave en la polémica de las relaciones raciales. En este último caso, el fenómeno de la “latinización” de los Estados Unidos debilita la dicotomía de blancos y negros que ha dominado históricamente el problema racial de este país. En síntesis, los latinos, como tema de discusión contemporáneo, son examinados como inmigrantes y como minoría racial. Mientras que la inmigración ha sido la mayor fuente del crecimiento demográfico latino hasta ahora, el aumento de la población latina en el futuro va a depender en gran parte de la segunda, tercera y siguientes generaciones. Actualmente, el 60% de los latinos nacieron en los Estados Unidos y es una población joven. Por lo tanto, una de las características principales de la comunidad latina es su relativa juventud comparada con el resto de la población: el 35% de los latinos son menores de 18 años comparado con el 26% a nivel nacional. Si se toma en cuenta que la edad promedio de la comunidad latina es de 25 años, cualquier tema de discusión sobre latinos implica directamente una discusión sobre la juventud latina.


Por desgracia, a los jóvenes se les coloca con frecuencia en un segundo plano del amplio debate sobre los latinos. Dada su importancia demográfica dentro de la comunidad latina, ellos son probablemente el componente menos comprendido. Dentro de este interregno, los medios masivos de comunicación han contribuido mucho a la definición de la juventud latina. Con frecuencia son representados como un problema porque han sucumbido a una subcultura de conducta descarriada y destructiva de pandillerismo, delincuencia juvenil, deserción escolar, drogadicción y embarazos de adolescentes. Además de estereotipar a la juventud latina, estos tipos de reportaje sirven para sentar las bases del conocimiento general utilizadas en las discusiones sobre la juventud. Conscientes o no del fenómeno, y sin importar si están basados en investigaciones académicas, reportajes periodísticos o sociología popular, los debates sobre la juventud latina obtienen su información a través de estructuras de aculturación-resistencia y de asimilaciónsegregación a la cultura dominante. Dos artículos publicados recientemente sirven como ejemplos para demostrar cómo se utilizan los estereotipos en estas estructuras, y cómo se hace pasar esto como conocimiento basado en investigaciones objetivas. Jorge Ricardo escribió recientemente en La Jornada, un diario centro-izquierdista de la Ciudad de México, que “ya nadie quiere ser chicano” porque, según un experto mexicano en chicanos, “los que creían ser chicanos ven en los términos ‘hispano’ y ‘latino’ una posibilidad de más rápido ascenso dentro de la sociedad estadounidense”. Como prueba del cambio de identidad de chicano a hispano, pocos jóvenes saben quién es César Chávez, pero proclaman a Antonio Banderas como su héroe. Además, Ricardo afirma que “no todos los mexicanos en Estados Unidos son chicanos, sino sólo aquellos que toman conciencia de la marginación en que viven e intentan cambiar las estructuras sociopolíticas, es decir, un inmigrante politizado. La diferencia entre un inmigrante y un chicano es tan grande como la que existe entre un obrero y un proletario”. Dados los estándares tan altos requeridos para ser chicano, no es raro que pocos jóvenes satisfagan estos requisitos. La argumentación de Ricardo es típica del arraigado punto de vista mexicano con respecto a los llamados pochos, los mexicanos que han optado por desnacionalizarse y adoptar la cultura estadounidense y que por lo tanto, traicionan a la patria. Ahora dejan la identidad chicana por la hispana. Al igual que la mayoría de la literatura que habla sobre la juventud latina y que pretende basarse en estudios sociológicos y culturales, ninguna de las afirmaciones que Ricardo ha hecho está respaldada por pruebas empíricas, sino que se basa en impresiones que con frecuencia son preconcebidas a partir de los estereotipos que los medios masivos han proyectado. Éste también es el caso de Heather McDonald, quien recientemente publicó un artículo académico sobre la juventud latina en City, el periódico del Instituto Manhattan, un semillero de ideas archiconservadoras. Como una “experta” en latinos, Heather McDonald define a los hispanos como la población originaria principalmente de América Latina, sobre todo de México, a diferencia de las más pequeñas comunidades estadounidenses de origen caribeño, la puertorriqueña y la dominicana. A pesar de su falta de conocimientos de geografía, McDonald trata de recalcar la conexión que hay entre la inmigración “hispana” y el “aumento de conducta antisocial”. Ella afirma que los hispanos, como ella los define, tienen las tasas más altas de deserción escolar, embarazos de adolescentes y pandillerismo en toda la nación, entre otras variantes de conducta descarriada. En el caso de Chicago, “después de que un vecindario se convirtiera en más del 60% latino, el deterioro físico, grafitti, lotes baldíos llenos de basura y carros abandonados, se incrementó desproporcionadamente. Para 2001, la patología social entre los latinos de habla hispana era más alta que en ningún otro grupo racial o étnico”. Siguiendo la pauta de Huntington y su discurso del inminente peligro de color café, ella afirma que pocos jóvenes se identifican como estadounidenses, en lugar de mexicanos, mexicoamericanos y latinos. Es fácil darse cuenta de las dos escuelas de pensamiento vigentes en los debates sobre latinos, la de aculturación-resistencia y la asimilación-segregación a la cultura dominante. Los latinos que han hecho hincapié en el éxito de la asimilación y aculturación a la sociedad —como Linda Chávez, la hispana conservadora consentida del Partido Republicano—, afirman que los latinos están creando una vibrante y creciente clase media. Usando datos de ingresos escogidos, ella y otros más han dicho que los latinos están siguiendo el patrón de otros grupos de inmigrantes: los hijos de los inmi-

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Club de baile 357 en el concierto del Grupo Montez de Durango en Grant Park. Foto: José Guzmán

grantes se están convirtiendo en estadounidenses que disfrutan de los frutos del sueño americano. Como lo indica el título del libro de Chávez, las segundas y terceras generaciones están saliendo del barrio en masse. Richard Rodríguez y Gregory Rodríguez (sin parentesco) llevan este concepto de melting pot a otro nivel. Ambos afirman que, debido a la larga pertenencia de los mexicanos a una cultura y a una raza híbrida, están ahora revolucionando las relaciones raciales en Estados Unidos. El mestizaje, según Gregory Rodríguez, continúa en este país y está forjando una vision unificadora para el futuro de los Estados Unidos. Como un indicativo del mestizaje estadounidense, señala que el 20% de los latinos contraen matrimonio con personas que no son latinas. Al mismo tiempo, estudios más serios sobre los latinos indican que lo que está sucediendo no es una asimilación y aculturación a la vida estadounidense, sino una mayor segregación y división racial de las comunidades latinas. Gran parte de las pruebas empíricas sugieren que éste es el caso de la mayoría de los latinos. Según un estudio más amplio, la proporción de latinos que asistieron a escuelas públicas en donde la mayoría de los estudiantes pertenecen a minorías, aumentó del 55% al 74% entre 1968 y 1995. Los latinos que asistieron a escuelas con una población del 90% al 100% latina aumentaron del 23% al 35% durante el mismo periodo. Entre tanto, los niños latinos menores de 18 años representan el 18% del total de niños en los Estados Unidos, pero también más del 30% del total de niños que viven en la pobreza. Existe una fuerte relación entre el nivel de pobreza y la segregación. El sistema de escuelas públicas de la ciudad de Chicago, por ejemplo, tiene 440,000 estudiantes (2002). Los afroamericanos y los latinos constituyen el 87% de la población estudiantil y el 85% de lo estudiantes vienen de familias de escasos recursos. Hay otras maneras de demostrar cómo el racismo que se aplica a la pobreza, la educación y la encarcelación, entre otras condiciones, afecta a los latinos, especialmente a los jóvenes. Es este último caso, Estados Unidos tiene las tasas de encarcelación más altas del mundo. Hay 702 personas en prisión por cada 100,000 habitantes; entre las minorías hay 4,834 afroamericanos en prisión por cada 100,000 de ellos, y 1,778 latinos por cada 100,000. De los 750,000 presos entre las edades de 18 y 29 años encerrados en prisiones locales, estatales y federales, los latinos (22%) y los afroamericanos (46%) constituyen más de las dos terceras partes de la población en prisión. Una manera de entender la posición de los latinos en la sociedad estadounidense es resaltando lo obvio: que los latinos no son una minoría homogénea. A los latinos no se les puede considerar un grupo cohesivo, sino una comunidad diversa compuesta de varios grupos en donde existen diferencias de raza, de condición social, y de pensamiento entre los hombres, las mujeres y las distintas generaciones. Se puede alegar que la comunidad latina está dirigiéndose en dos direcciones distintas, una minoría que conforma el modelo estadounidense del melting pot y una mayoría que está cada vez más segregada. Aunque no soy ningún especialista en la juventud latina, quiero compartir algunas observaciones que pueden indicar la dirección hacia donde se dirige la juventud latina


en estos momentos. Por falta de espacio, explicaré en breve dos de mis observaciones. Una tiene que ver con la educación y la otra con cultura popular e identidad juvenil. Uno de los temas más candentes que afecta a la comunidad latina es la barrera que impide que los jóvenes latinos puedan obtener una educación superior. Menos de dos terceras partes de los latinos entre las edades de 18 y 64 años han completado su educación secundaria, a comparación del 92% de los blancos y el 84% de los afroamericanos. De los que sí han completado la secundaria, el 40% de los latinos entre las edades de 18 y 24 estudian carreras cortas, comparado con el 25% de los blancos y afroamericanos; un pequeño porcentaje de latinos asiste a universidades con programas de 4 años o a escuelas profesionales. Estas barreras educacionales han tenido, tienen y seguirán teniendo consecuencias profundas en el bienestar general de la comunidad latina. Desde mi punto de vista de educador a nivel universitario, me he dado cuenta de algunos fenómenos que están sucediendo en las universidades. Por variadas razones, pero principalmente económicas, los varones latinos están dejando sus estudios universitarios con más frecuencia que las mujeres latinas. Si esta tendencia continúa, y todo parece indicar que así será, ¿qué efecto tendrá en las relaciones entre hombres y mujeres latinos? Sólo podemos especular. Otro fenómeno es que los estudiantes latinos están más activos en las fraternidades que en las organizaciones políticas como el Movimiento Estudiantil Chicano de Aztlán (MECHA). ¿Por qué se sienten los estudiantes más atraídos a las fraternidades que a las organizaciones políticas? Asimismo, como observador de la cultura popular mexicana estoy interesado en los flujos culturales del norte hacia el sur, especialmente en la música underground. Mientras que los artistas latinoamericanos experimentan con hip-hop americano y rock, una nueva ola de músicos jóvenes latinos está haciendo lo opuesto. Están optando por la música tradicional latinoamericana o mezclando la música tradicional con hip-hop, rock, y otros estilos musicales. Durante mi juventud en California entre los años 70 y principios de los 80 me di cuenta de que muchos de los jóvenes mexicanos rechazaban la música mexicana como la cumbia, la ranchera y la norteña por considerarla música de gente ignorante. Lo que antes era rechazado, ahora ha logrado penetrar a la juventud de varias maneras. Por ejemplo, Awkid, un dúo de hermanos que mezcla la música de banda con hip-hop se ha hecho muy popular. Más de 15,000 jóvenes asistieron al funeral de Adán Chalinito

Sánchez, un joven cantante de música ranchera, norteña y de banda, quien se ha hecho más famoso después de su fallecimiento. El último ritmo de moda de la música regional mexicana, el pasito duranguense (producto de los clubes nocturnos del área de Chicago), ha llamado la atención de jóvenes y viejos, tanto inmigrantes como nacidos en este país. El grupo Montez de Durango, uno de los pioneros de este sonido, vendió 200,000 copias de su álbum De Chicago a Durango en su primera semana de venta, colocándose entre los primeros en las listas del Latin Billboard. Vendió más que cualquier otro artista latino, incluyendo a Luis Miguel, quien sacó un álbum durante la misma semana. Al mismo tiempo, la música de mariachi ha cobrado nueva vida desde el momento en que fue retomada por la juventud. Hay cientos de mariachis juveniles en los Estados Unidos. En Texas hay más de 250 programas de mariachis en las escuelas secundarias. La escuela secundaria Fox Tech de San Antonio no cuenta con un grupo de jazz ni con una orquesta escolar, pero tiene seis clases de mariachi. Muchos de estos grupos compiten en concursos anuales de mariachi que se llevan a cabo en varias ciudades del suroeste de los Estados Unidos. ¿Qué nos quiere decir este re-descubrimiento de la música tradicional sobre la gente joven y su identidad? Actualmente existen muy pocos movimientos sociales o políticos que tengan algún efecto en la juventud, como se manifiesta en el pequeño número de votantes que ejerce su voto durante las elecciones. La apolitización de la juventud en general, no solamente entre los latinos, es uno de los más notorios y complicados problemas de nuestros tiempos. Sin importar la dirección que tome la política latina en el futuro, ésta necesita colocar los intereses de la juventud en el centro de su agenda política. Para que esto suceda, la juventud latina necesita empezar a tomar parte activa en la estructuración de esta agenda. Lo que yo aquí sugiero es que aquel que esté interesado en el bienestar general de la comunidad latina le preste más atención a la juventud y tenga en cuenta que ellos (los menores de 30 años) representan la mayoría de la comunidad. Por necesidad la política latina debe darle prioridad a su juventud.

Juan Mora-Torres es profesor de historia en la Universidad DePaul. Es autor de The Making of the Mexican Border. Traducción: Teresa Rosáinz

Marisol Chávez (Reina de Pilsen 2004) Soy de Morelia, Michoacán. Llegué a Chicago en el 99 y mis papás son de Morelia. Ahorita todavía vivo con ellos. Somos cuatro de familia: dos niños, un hermano mayor y yo. Estoy trabajando en una zapatería desde hace 2 años. Es un trabajo temporal porque estoy de vacaciones. Con lo que gano —6.50 la hora— ayudo a mis papás porque acaban de comprar una casa y estoy ayudándoles a pagarla. Acabo de terminar la secundaria en la Juárez y voy a entrar al colegio. Estoy pensando estudiar enfermería porque me gusta cuidar a los enfermos y, además, es muy importante que haya enfermeras que hablen dos idiomas. Sí me gusta leer, especialmente los libros de Carlos Cuahutémoc Sánchez. Me gustaron mucho Volar sobre el pantano y Juventud en éxtasis porque dan mensajes muy positivos a los jóvenes. Les ayuda a reflexionar. Lo que yo he sacado de esos libros es que tengo que pensar mucho antes de actuar y ver las consecuencias que tiene todo lo que yo haga. El tiempo libre que me queda le ayudo a mi mamá que tiene un restaurant y una florería. También escucho música de banda, romántica. Casi no salgo y me paso mejor el tiempo con mi familia. Suena raro, pero a mis 18 años, sólo he ido una vez al cine con una amiga. Mis padres y yo somos católicos. Rezo, pero no he tenido oportunidad de ir a la iglesia desde que empecé a trabajar; como trabajo los domingos, he dejado de ir. Enfrento muchas dificultades. Soy la primera de mi familia que sale de la secundaria. Tengo la responsabilidad de seguir en la escuela para que mis hermanitos sigan mi ejemplo. Me imagino que mi vida será más fácil que la de mis padres porque estoy recibiendo más educación que la que ellos recibieron. Yo soy mexicana porque nací en México y mis padres son mexicanos. A la juventud la definiría como muy liberal. Ahorita muchas niñas están teniendo bebés, se salen de la escuela, se van con el novio, no llegan a su casa sino hasta muy altas horas de la noche. Ya no respetan tanto a los papás. Entiendo que los jóvenes tenemos un momento en que nos sentimos muy confundidos. Hay algunos que sabemos sobrellevarlo y otros no y no reciben el apoyo que necesitan. Es muy difícil pasar por esta etapa que estamos viviendo ahorita, pero no es imposible. Hay que seguirle echando ganas para poder lograr todo lo que nosotros nos propongamos.

Iniciando el slam en la Fiesta del Sol. Foto: José Guzmán

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Francisco Piña

uando Laura comenzó a trabajar como “surtidora de órdenes” en una fábrica, le dijo a su supervisora: “si yo estoy aquí después de un año, por favor córreme”. Ya lleva dos años trabajando en la factoría y no la han corrido ni ella se ha salido. Laura, como muchos jóvenes, apenas si descansó un par de días después de graduarse de la secundaria; de inmediato se incorporó al mundo laboral. Empezó como recepcionista, pero la posición era temporal y al final del verano la única plaza disponible se encontraba en la bodega tomando y surtiendo órdenes. Sin embargo, la fábrica no era la única opción que tenía, pudo haber ingresado al colegio o “tenía otros caminos y por pura cobardía no pensé en lo que sería lo mejor para mí; en ese punto pospuse mi futuro”. Así como Laura, hay un gran porcentaje de adolescentes que se suman a la fuerza laboral después de graduarse de la high school o después de haber abandonado sus estudios. Al tomar un trabajo de tiempo completo, generalmente dicen: “yo voy a trabajar aquí unos seis meses y luego me encuentro un trabajo mejor”. A pesar de que siempre tienen la idea de encontrar algo mejor, “con el tiempo se quedan ahí y nunca se organizan para trabajar mejor —me comenta Moisés Zavala, organizador del sindicato 881UFCW—. Además, los jóvenes son más fáciles de explotar. Porque la responsabilidad es un poquito diferente que la de la gente mayor y, segundo, porque la habilidad de trabajar es diferente; los empleadores abusan de la habilidad del trabajador joven al ponerlo a trabajar más fuerte y más rápido. En el sector de las tiendas de comida, y en la mayoría de sectores, los que se fracturan más son los jóvenes; les falta experiencia y a todo tienen que decir ‘yo puedo’”.

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El sueño americano de ayer no es el sueño americano de hoy “Allá en mi pueblo —me comenta Mercedes, 19 años—, todos los jóvenes quieren superarse. Y cuando cumplen quince años, lo primero que piensan es venirse a Estados Unidos. Zacatecas se está quedando sola. Nada más cuando son las fiestas, todo cambia y muchos regresan. Estando en Zacatecas llega la curiosidad: ¿qué tanto habrá allá que todo mundo va? Yo siempre quería venir para acá, quería conocer y que mis hijos nacieran aquí para que cuando ellos quisieran volver no necesitaran un mugroso papel. “Mi amiga fue la que me sonsacó. Le pedí permiso a mis papás. Y como las personas que nos trajeron eran de confianza, nos dejaron venir. Nos cruzó un coyote por Palomas, Coahuila. Caminamos por el cerro de las cuatro de la tarde hasta las dos de la mañana. El coyote nos llevó a Phoenix, donde nos recogió la familia de mi amiga para llevarnos a Utah. Ahí vino lo difícil: conseguir un trabajo sin saber inglés. El cuñado de mi amiga trabajaba en un restaurant de comida china y ahí me llevaron. Me dijeron que iba a ser mesera, pero como no sabía inglés me pusieron a limpiar vidrios, a aspirar... Trabajé de cuatro de la tarde a once de la noche y me dieron 25 dólares por ese ratito. No aguanté y al día siguiente ya no fui. Estuvimos tres meses sin trabajo hasta que mi novio, que vivía en Chicago, se ofreció a ir por mí. “Comenzamos a trabajar diez horas al día en una fábrica de champús. Ahí trabajaban muchos hindúes; y como no les querían pagar las horas extra que ellos trabajaban, a nosotros nos decían: ‘vénganse a las cinco de la mañana’ y los hindúes entraban a las siete. A ellos sí les tenían que pagar más por las horas extra y a nosotros nos pagaban menos del mínimo por no tener documentos. Dejamos de trabajar porque mi amiga conoció un muchacho y se fue con él. Mi tío me ofreció cuidar a sus niños; y como en la fábrica no me daban suficientes días, pues acepté. “Duré como 3 meses cuidando a los niños a mis tíos. Luego comencé a cuidar otros, pero ahí sí me fue mal porque en lugar de subir, me fui más y más pa’bajo. Porque la chica a la que yo le cuidaba los niños me prometió que me iba a pagar lo mismo que mi tío y no fue así; al contrario, me rebajó

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el sueldo a 70 dólares por cuatro días. Aún así me fui a vivir con ellos y también encontré otro trabajo. De lunes a jueves cuidaba a los niños, y viernes, sábados y domingos trabajaba en un restaurant de comida rápida. Ahí sigo trabajando todavía. Entro a las 9:20 de la mañana y salgo a las 8:30, y no tomo ni un break. Me pagan 5 dólares la hora y trabajo como cuatro o tres días. Me toca cocinar, despachar, atender a la gente y hacer la limpieza. El trabajo me parece bien, me pagan en efectivo. “¿Que qué hago con mi dinero? Cuando comencé a trabajar, todo se lo mandaba a mi mamá y no me quedaba con nada. Yo quería ayudar a mi familia y decidí mandarles todo lo que ganaba en la fábrica y cuidando niños. Ahora que me quiero regresar no tengo nada. Es más, no tengo ni para pagar el coyote que me trajo. Entonces, ¿cómo me regreso?” Las estadísticas: Mal de unos, consuelo de tontos Mercedes terminó la secundaria a los 14 años e inmediatamente comenzó a trabajar porque si estudiaba no tenía para comer y si comía no tenía para estudiar. Y una de las tendencias que se han ido esclareciendo ahora que han desenredado los números del censo de 2000 en Estados Unidos, es que más y más jóvenes están migrando al norte sin siquiera haber terminado la secundaria. La creciente militarización de la frontera y las campañas publicitarias que intentan persuadir a la gente para que no cruce, no están funcionando. Por otra parte, el gobierno mexicano ha fracasado en su intento por ofrecer un cambio real que ensanche las oportunidades a la juventud del país. Cuando los migrantes llegan a Chicago o a cualquier

punto de la Unión Americana, la oferta de trabajo ya no es la misma de antaño. Los trabajos bien remunerados que no necesitaban de un diploma de secundaria poco a poco se han ido a otros países. Estados Unidos ha pasado de ser un país manufacturero a uno de servicios. Es por eso que —como dice el boletín Latino Research @ND del Institute for Latino Studies de la Universidad de Notre Dame— “el acceso a una educación cualitativa se ha ido volviendo más y más importante, si no indispensable, para encontrar empleos bien remunerados en la economía actual”. Pero es bien sabido que históricamente los latinos no han recibido una buena educación. Y como enfatiza el boletín: “a diferencia de otros grupos, será muy raro que los latinos vayan a recibir la educación que se necesita hoy en día para competir en esta economía basada en la información y en la tecnología”. Si le echamos un ojo al estudio que preparó la organización chicaguense Designs for Change, encontraremos un estudio capaz de dejar sin aliento al más indiferente. Leamos el encabezado: “Crisis: Un porcentaje alarmante de la juventud hispana del área metropolitana de Chicago ha abandonado la escuela y está desempleada”. Y no se queda corto cuando demuestra con tablas, gráficas y cifras que las escuelas públicas de Chicago producen más desertores que graduados. Para sobresalir en esta nueva economía global, de nada le sirve a la comunidad latina que sea la mayor minoría si no tiene ni los documentos necesarios ni el acceso a una buena educación. Para no ir más lejos, y a pesar de lo que diga el gabinete del presidente sobre la recuperación de la economía, según el editorial de The New York Times del 28 de agosto, “del año 2001 al 2003, se incrementó la pobreza... y los pobres siempre serán los que más sufren por la recesión y la pérdida de empleos.”

Lupe trabaja como cajera en La Providencia. Foto: José Guzmán


El caso de La Casa del Pueblo es todo otro caso En una conferencia realizada en mayo en la Universidad DePaul, la profesora de la Universidad de Chicago Saskia Sassen, argumentaba que la globalización era inevitable. Decía que, además de haber producido mucha miseria, se había dado tal desigualdad que había surgido una nueva clase de ciudadanos, los de segunda clase y entre ellos, los inmigrantes. Ante el panorama desalentador de la globalización, había focos de resistencia que daban cierto aliento. Tal era el caso de la lucha sindical de los trabajadores del sector hotelero de Los Ángeles. Después de una lucha laboral de casi una década, los trabajadores lograron el reconocimiento del sindicato y garantizaron mayor seguridad en el empleo así como mejores condiciones de trabajo. Dicho foco de resistencia también es un rayo de esperanza para muchos inmigrantes que trabajan en condiciones deplorables en Estados Unidos. Tal es el caso del movimiento laboral que han comenzado algunos trabajadores de La Casa del Pueblo, en su mayoría jóvenes. Leonardo Hernández comenzó a trabajar como empacador por las tardes en La Casa del Pueblo mientras estudiaba en la secundaria Benito Juárez; de eso hace ya 12 años. “Cuando uno está chavo se emociona con el billetillo”, comenta Leonardo, quien trabaja en el primer turno y por la noche asiste al colegio Morton College. Recuerda que entró ganando 2 dólares por hora cuando el mínimo rayaba en los 4.75. Sin embargo, hoy en día las relaciones laborales no han cambiado mucho; y aunque los patrones lo han tratado bien, no puede decir lo mismo de los managers. Es por eso que forma parte de la campaña para que el propietario del negocio, Nicolás Lombardi, reconozca el sindicato —Local 881— que están organizando los trabajadores. Pero el dueño invitó a otra unión —Local 711, cuyo dirigente se le ha relacionado con el crimen organizado como se puede leer en el Chicago Sun-Times del 26 de julio de 2004— para sindicalizar a los trabajadores y los que no firmaron han ido sufriendo represalias. A Román Valencia, 21 años, le ofrecieron firmar la tarjeta del Local 711 y “el manager me dijo que si no firmaba, no podía seguir trabajando”. Sin embargo, el acoso no terminó ahí. Por mucho tiempo los supervisores han acosado a los trabajadores de una manera u otra hasta incluso utilizar tácticas agresivas. Román fue agredido físicamente por uno de los supervisores. Mas no se inmutó. Él continúa trabajando, y espera que el sindicato UFCW logré el reconocimiento para que le paguen “el tiempo extra que no han pagado; nos pagarían los días festivos que tampoco nos están pagando; nos pagarían seguro médico. Ahorita no tenemos nada de beneficios, absolutamente nada”. Angélica Acevedo resume algunas de las razones de la lucha sindical que están librando: “Yo estoy trabajando desde el 96. Entré cuando salí de high school. Estaba buscando trabajo. Me pusieron de cajera. Ahora bien, decidimos organizar la unión porque hay muchas injusticias, por ejemplo, con los carniceros que trabajaban hasta 70 horas; los muchachos que se cortaban, no los llevaban al hospital... Unos se cortaban un poquito, otros se llevaban un pedazo y lo único que hacían era darles un curita y que siguieran trabajando. No estamos pidiendo sino lo que es por ley. Queremos nuestro break, nuestra aseguranza para todos, que le paguen a los muchachos el over time”.

Por trabajar con sustancias tóxicas, un joven empleado de La Casa del Pueblo ha sufrido quemaduras en la piel de los los brazos

Por el momento, los trabajadores están demandando que el dueño reconozca al sindicato: Local 881. Concluye Moisés Zavala: “A los trabajadores no se les pagan las horas extras como es debido; los hacen trabajar los siete días a la semana por todo el año; a los empacadores se les pagan 2 dólares menos del sueldo mínimo (que es de 5.15 dólares). Ha habido violaciones a las reglas de OSHA: los químicos que usan para limpiar son muy fuertes. Hay personas con los brazos manchados, este químico les come la piel y se quedan con los brazos pelones. Está también la cuestión de las vacaciones; hay personas que no han tenido vacaciones en años. Necesitan mejorar los sueldos. Esa gente ha estado viviendo en esas condiciones de trabajo ya por años, pero todo tiene un límite, y el límite llegó”. “Quien ha visto la esperanza, no la olvida” Cuando Laura Negrete comenzó a trabajar en el almacén, le preguntaban de dónde era, quiénes eran sus padres, qué educación tenía... “No me creían que yo era ciudadana. Cuestionaban que me había graduado de una escuela católica. Querían saber la razón por la cual yo estaba ahí en la fábrica. Yo les contestaba que por qué no si era un trabajo como cualquiera. De igual manera podía estar en la Sears doing customer service. A mí no me incomodaban los comentarios de la gente o sus opiniones. La mayoría de la gente que trabaja ahí es residente y

Roberto Francisco Guzmán Tengo 19 años. Soy mexicano de origen y mi padre y mi madre son de Celaya, Guanajuato. Al momento no vivo con ellos porque me fui a vivir solo para saber si me puedo convertir en un hombre. Vivo en South Holland, Illinois, con mi hermano y su esposa. Estoy estudiando en la Universidad de Illinois. Apenas empecé y el trabajo sí me da tiempo para estudiar. Ahorita estoy trabajando en Target como homeboy y estoy ganando 7.35 la hora. Ahí, la mayoría es africanoamericano. No hay conflictos porque al igual que ellos, no tengo las mismas opciones. Soy como ellos y no importa el color de mi piel. He trabajado con güeros y me tratan como una persona de segunda clase mientras los negros me tratan como su igual. Me fascina cómo trabaja el organismo, cómo existe el mundo. Estoy buscando una carrera para ser doctor de medicina, biología o chemistry. En mi tiempo libre me pongo a leer: Mark Twain es mi autor favorito. Estoy leyendo Harry Potter and the Chamber of Secrets. También me pongo a tocar un instrumento o a escuchar música. Me gusta escuchar jazz, bebop style porque está difícil. Todo mundo puede ser roquero, clásico, pero no todo mundo puede tocar el bebop. La músi-

hay una que otra que es indocumentada, y para ellos era como una desgracia que yo siendo ciudadana estuviera trabajando entre ellos.” Después de trabajar por un tiempo en el almacén, Laura notó cierto cambio. “Cuando yo entré me decían la bebé porque era la más joven: tenía 18 años. Todas las de ahí ya tenían hijos; uno que otro era soltero; otros le mandaban dinero a la esposa en México. Había muchas muchachas que tuvieron hijos y habían tenido que dejar la escuela para salir a trabajar para poner la comida en la mesa. Después de un año y medio, comenzó a entrar otro tipo de trabajadores. Entonces me empecé a sentir mejor. Estos jóvenes recién se habían graduado de la secundaria y otros eran estudiantes de colegio. Eran hijos de los supervisores o de los mismos empleados. Algunos son trabajadores temporales y otros están trabajando tiempo completo. Hay algunos que no piensan seguir estudiando, les basta con lo que les pagan ahí. Y somos otros más que conforme vamos trabajando seguimos estudiando.” Estos dos años que Laura ha trabajado en la bodega por las noches también ha estado tomando clases en el Daley College, mas no le ha ido muy bien que digamos. “Empecé a bajar en las clases, después ya no me importó la escuela. El semestre de la primavera lo eché a la perdición. El año siguiente empecé otra vez ahí mismo, pero tuve que hacer una petición para regresar a la escuela y me tuvieron a prueba por un año. Sólo me permitían sacar una clase por semestre. Fue devastador. No veía la salida. Pero ahora que se le presentó la oportunidad a mi hermana —que es una chiquilla de 16 años— de ir a DeVry University yo me puse a pensar lo que estoy haciendo con mi vida: estaba perdiendo mi tiempo y eso me abrió los ojos. Mi hermana en dos años va a terminar su último año de high school y además sacará su asociado, ¿y yo voy a seguir en el Daley College haciendo no sé qué? Me di cuenta que tengo que ir a un mejor colegio. No importa lo que tenga que pagar, no importa si tengo que dejar de trabajar y mantenerme con lo poquito que me puedan dar mis papás, con préstamos, lo que sea necesario para que yo pueda progresar intelectualmente y alcanzar lo que quiero.” Hasta ahora la educación sigue siendo un escalafón significativo en la movilidad social y si bien es cierto que la población latina ha crecido enormemente en las últimas décadas, también es cierto que muy pocos jóvenes están graduándose de las universidades. Un estudio reciente del Instituto de Investigación de la Universidad de Notre Dame nos muestra de qué manera ha hecho la diferencia un diploma en el medio laboral. “En 1979, un estudiante masculino ganaba 29% más que otro trabajador que había completado la secundaria y 57% más que el trabajador que había abandonado la educación media. Y para 1999 la ventaja en ingreso de los graduados universitarios en comparación con los graduados de secundaria y dropouts se incrementó a un 68% y 147% respectivamente. Al ajustar el nivel de inflación, los salarios de los trabajadores con un diploma de secundaria o menor se han estancado o disminuido.” No es casual que después de dos años en la factoría, Laura haya decidido regresar a la universidad e invertir en su educación. Ya sabe que la única salida posible, por ahora, es la educación.

ca me ayuda a expresarme: toco lo que pienso, si ando triste, se me va la tristeza y si ando alegre quiero enseñarle a todo mundo que ando alegre. Cuando salgo me voy al cine con mis amigos o vamos a los bebop events. Hacemos lo típico de una persona de mi edad. Salgo de la casa y llego hasta la 1 ó 2 de la mañana. Me estoy rebeldiando contra la sociedad porque me dijeron que no. Cuando salgo me gasto como unos 10 ó 20 dólares y máximo 30. Si voy a un sitio en carro muy lejos, tengo que pagar gas y ahorita está muy cara. Mis padres no me forzaron a ir a misa, pero soy católico. No creo en muchas creencias de los católicos. Creo en mi fe de que sí existe un ser superior que yo: Jesucristo. El único obstáculo que tengo es mí mismo. Nada me impide de hacer nada. So, si quiero tomar el mundo por la mano, lo puedo tomar. Pienso que mi vida está más fácil que la de mis padres porque ellos crecieron sin ir a la escuela, sin saber sus derechos y yo sé dos idiomas. Tengo la mentalidad, no sé si más firme que ellos, pero la tengo más adecuada para mi tiempo. No puedo negar que nací en Estados Unidos, pero no crecí en la cultura americana. Crecí en la cultura mexicana. A lo mejor los mexicanos de México dicen: “ése es gringo”, pero mis raíces son mexicanas.

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La Villita: Un suspiro que en muchos lugares no se ha visto Entrevista con Ricardo Muñoz

Cindy Martínez

icardo Muñoz es concejal del distrito 22 desde 1993. “Es uno de los pocos concejales independientes del Concilio de la Ciudad que no tiene miedo a hablar encontra del alcalde cuando lo cree necesario —escribió el diario Chicago Tribune al apoyarlo para su reelección en febrero de 2003—. Ha presentado muchas ideas innovadoras... es una buena opción para los electores.” La Villita es un barrio de clase trabajadora y se considera como una de las comunidades con mayor violencia en la ciudad. En este número, contratiempo entrevistó al consejal para que nos diera su punto de vista sobre éste y otros temas relacionados a la juventud latina.

R

¿Cómo ha cambiado el barrio en los últimos 20 años? Sigue siendo lo que en inglés se llama un port of entry, un sitio adonde los inmigrantes de México llegan, se ajustan y encuentran su trabajo. Debido al tipo de vivienda que tenemos aquí, el vecindario está muy densamente poblado. Cuando se construyó, entre 1910 y 1920, le dieron un cheque en blanco a los urbanizadores para que desarrollaran este vecindario y pusieron casa tras casa tras casa tras casa, sin escuelas, sin parques, sin nada. Esto nos afectó bastante en los setenta y ochenta porque las escuelas se sobrepoblaron. Cuando me eligieron como concejal en 1993, la primera iniciativa que presenté fue para construir varias escuelas. Nos fue bien. Construimos cinco primarias nuevas en un perímetro de dos kilómetros cuadrados. Pero cuando las cinco primarias abrieron entre 1995 y 1996, ya estaban sobrepobladas.

calizada, que tiene sus tarifas de 28, 30 ó 32 dólares la hora. La Farragut también tiene uno de los mejores programas de carpintería y hace dos años se inauguró la escuela militar de ROTC. Aunque no simpatizamos mucho con el militarismo, hay jóvenes y jovencitas que necesitan y les gusta la disciplina de una escuela militar. El programa ROTC de la Farragut se inauguró como una escuela dentro de la escuela. Está totalmente separada; en el mismo edificio pero con su propio personal, con su propia administración, con sus propios estudiantes. Es para los que quieran entrar a una carrera militar después de la secundaria. Ahora mismo estamos a un 43% de concluir la construcción de una nueva secundaria en las calles 31 y Kostner ya que la Farragut está sobrepoblada. En La Villita viven más o menos 4,300 jóvenes que están en la secundaria. A la Farragut le caben 2,100. De esos 4,200 sabemos que más o menos otros 2,000 están asistiendo a una secundaria fuera del vecindario. La Villita necesita una secundaria nueva; y gracias a la labor de unas personas que ralizaron una huelga de hambre en el 2001, el alcalde y la junta de educación se comprometieron a construir la nueva secundaria. Es un edificio de 300 mil pies cuadrados donde se van a educar 1400 estudiantes. ¿Cómo enfrentará el problema del lenguaje? Esta secundaria también será nueva en su currículo.

No es una escuela; en realidad van a ser cuatro escuelas en un mismo campus. Incluye la escuela de idiomas, la de matemáticas y ciencias, otra de justicia social y una más de artes: teatro, danza, performance, video. Cada escuela tendrá su propio director, su concilio escolar, su currículo, sus políticas, qué tipo de estudiantes van a tener, cómo los van a formar... ¿Su oficina es parte del movimiento Creando Paz en La Villita? Sí, el VPC (Violence Prevention Colaborate) es una coalición que incluye el YMCA, el Boys and Girls Club, todas las escuelas, todas las parroquias, mi oficina y cualquier otra agencia comunitaria que quiera participar. Ahorita somos aproximadamente 23 ó 24 organizaciones y estamos tratando de confrontar el crimen colectivamente. La criminalidad no se trata nada más de arrestar a la gente porque trae pistola, o porque anda grifa, o porque es menor de edad y anda en la calle a las 3 de la mañana. Eso es cuidar que se cumpla la ley y ése es el trabajo de la policía. El esfuerzo contra la criminalidad no es sólo eso. El esfuerzo contra la criminalidad incluye el empoderamiento de padres e hijos para que sean mejores familias. Por ejemplo, le enseñamos a nuestros hijos que no mientan, pero cuando habla el tío por el teléfono y el papá no quiere hablar con él, le dice al niño de diez años “dile que no estoy”. Pero, ¿cómo le dices a un niño que no mienta a las tres de la tarde y a las cuatro, cuando habla el tío, le dices al niño que le mienta? Otro reto es el uso y la posesión de armas. Dicen

¿Qué problemas enfrenta La Villita hoy en día? Tenemos retos similares a otros vecindarios —que en inglés se llaman working class neighborhoods— en donde la gente trabajadora tiene que trabajar en dos lugares para poder ganar lo suficiente para mantener a su familia. Y los retos son la deserción escolar, el pandillerismo y los problemas sociales que se vienen con la alta densidad de la población. ¿A qué se debe la deserción escolar? Si supiéramos, lo podríamos arreglar. El reto consiste en tratar de explicar qué es lo que necesita el joven o la jovencita para que lleguen al cuarto año de secundaria y se gradúen. Hay que vencer el pandillerismo; que los jóvenes no crean que lo mejor es unirse a la pandilla para hacer sus payasadas. El idioma es otro problema. Muchos estudiantes de tercer, cuarto y quinto año de primaria apenas están aprendiendo inglés y muchos lo aprenden hasta el octavo grado donde ya no se enseña en español. Entonces, el sistema en lugar de ayudarles a graduarse, los saca de la escuela. Lo que yo digo es que más que desertores son expulsados (pushouts). El reto es que se les proporcionen las mejores oportunidades en La Villita. Por ejemplo, aquí tenemos la secundaria Farragut, que no tiene la mejor reputación pero que hemos estado trabajando para mejorarla. Hemos hecho algunos anexos físicos para que tenga lo que necesita. Mucha gente no lo sabe, pero la Farragut tiene uno de los mejores programas de enseñanza automotriz en toda la ciudad. Tiene sucursales de la Ford, la BMW y la Mercedes que proporcionan carros para que aprendan a repararlos. Y ser mecánico hoy ya no es como ser mecánico hace treinta años; ahora, todo está computarizado. Ser mecánico es como ser un técnico en computación, y además, es una carrera sindi-

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Manifestación contra la violencia organizada por Creando Paz en La Villita. Foto: José Guzmán


Jatziry García (18 años)

Ricardo Muñoz, Consejal del distrito 22. Foto: José Guzmán

que las tienen para protegerse, pero el arma está cerca de la familia y el arma mata. La puede encontrar un niño de dos, cuatro, cinco años y cree que es un juguete y boom: se convierte en tragedia. Y el esfuerzo en contra de la criminalidad es empoderar a las familias para que entiendan esas hipocresías, esas dicotomías que se presentan todos los días con sus hijos. ¿Cómo se le puede decir a un niño que respete a sus compañeros de clase cuando el papá de vez en cuando le da golpes a su mamá? Tenemos que entender cómo nuestros actos afectan a los niños. Queremos que los niños sean responsables y crezcan sanos, pero nosotros mismos estamos demostrando lo contrario con el consumo de alcohol, de cigarrillo o de cualquier otra sustancia que altera el estado emocional. Si fomentamos la creación de una comunidad más saludable, tendremos menos violencia en nuestra comunidad. ¿Y otras de las causas de la violencia en La Villita? Tenemos el reto de crear actividades para los jóvenes. Muchos jóvenes no quieren ir a la Farragut ya sea porque tienen sus afiliaciones con sus amigos o porque son parte de otra pandilla. Entonces, dejan la escuela. Al dejar la escuela buscan trabajo; al no encontrar trabajo, buscan cómo hacer dinero y lo más fácil es la criminalidad, la violencia. La mejor forma para combatir la violencia es empezando con la familia misma y asegurando que hay opciones para los jóvenes. Hay gente que dice que no hay nada para los niños, pero en las calles 28 y Ridgeway se encuentra un Boys and Girls Club y ¿por qué no van ahí? Dicen: “No, es que es de otra pandilla”. No podemos dejar que las pandillas nos dicten lo que podemos y no podemos hacer. Se deberían usar más las escuelas, por ejemplo, la Farragut tiene un campo de fútbol que se usa en una forma activa, no nada más recreativa. Que se organicen ligas de soccer. Que se usen las instalaciones de las escuelas para que los jóvenes tengan algo que hacer y así reducir la vagancia, la criminalidad. ¿Por qué atraen las pandillas a tanto joven? Es lo más fácil de hacer. Los medios de comunicación glorifican el pandillerismo. Los mismos pandilleros se dejan ver cool y se vuelven como una segunda familia, y cuando la familia inmediata no trabaja, la pandilla se vuelve la primera familia. Ahí los jóvenes encuentran amistad y camaradería, porque no existe una familia sanguínea que apoye al joven en la casa. Por lo tanto, el joven se va a la calle. Y por otra parte, es rebeldía también. Todas las generaciones sufren esa misma rebeldía a esa edad. Todo joven que decide no estudiar ¿adónde va? Se van a las fábricas a ganar seis o siete pesos la hora y eso es una lástima. Tenemos que hacerle entender a los jóvenes que la deserción escolar es la fórmula del fracaso. Las estadísticas indican que si no te gradúas de la secundaria, vas a ganar entre 15 y 17 mil dólares al año. Al obtener tu diploma, esa cifra sube

a 20 ó 22 mil dólares; y si te gradúas de una escuela vocacional o técnica con un título de asociado, el salario sube a 25 ó 27 mil dólares al año por toda tu vida. Pero si te gradúas de una universidad de cuatro años con un bachillerato, el salario se incrementará a 33 ó 35 mil dólares al año toda tu vida. Lo que sucede es que no se le está mostrando a los jóvenes el impacto que pueden causar las decisiones que toman hoy. No ven que lo que hacen hoy los afectará el resto de su vida. ¿Qué fuentes de trabajos ofrece La Villita a los jóvenes? Pues existen varias agencias comunitarias que proveen entrenamiento y también los remiten a sitios para que encuentren trabajos. Estamos muy cerca de una área industrial, sobre las calles 31 y 47. Estamos trabajando para que los jóvenes tengan opciones durante el verano, antes y después de la escuela, pero preferimos que no dejen la escuela. Aunque seguimos perdiendo estudiantes y muchos van a dar a una fábrica; terminan en un dead end job y de ahí ya no salen. Como no hay sindicato, no les garantizan un incremento salarial y allí duran 10, 15 años y siguen ganando siete, ocho, nueve dólares la hora, que no es suficiente para poder dar lo necesario a tus hijos y tu familia. Tenemos las escuelas alternativas, como Latino Youth, la organización Ser que está en las calles 26 y Harding que proveen un diploma de secundaria alternativa (GED). Con ese diploma pueden ir al Westside Tec para recibir más entrenamiento en computación o en cualquier tipo de carrera. ¿Qué aspectos positivos tiene la juventud en este distrito? El otro día, oí al padre Peter Mcquen decir que pocos son culpables pero todos somos responsables. Lo digo así porque hemos estado platicando los últimos 20 minutos sobre los problemas, pero esos problemas son de una minoría de jóvenes de aquí de La Villita. La mayoría de los jóvenes son gente positiva, están en la escuela y van a llegar a ser algo porque se ve en el ojo, en la energía. De La Villita hemos salido bastantes profesionales. Yo llegué aquí a la calle 26 cuando tenía 12 años. De los que nos graduamos en 1979 en lo que antes era la escuela Robert Burns y que ahora es Castellanos, hay dos doctores, una abogada, dos policías y yo, que soy concejal del distrito 22. De La Villita salen bastantes familias que son exitosas, que ya tienen sus carreras y que están regresando a la comunidad para ayudar; así que aunque tenemos nuestros retos en la comunidad, en La Villita nadie se muere de hambre. Cuando alguien en La Villita no encuentra trabajo, lo inventa, ya sea vendiendo calcetines o vendiendo camisetas. Aquí tenemos eloteros, mecánicos y soldadores, que como no encuentran, trabajo compran su equipo y se ponen a hacer bardas de acero en su garaje. En La Villita se siente un suspiro comercial, un suspiro de querer salir adelante, que en muchas comunidades no se ha visto.

Soy de la ciudad de México, tengo nueve meses en Chicago y soy princesa de Pilsen 2004. Decidí venir para acá y mis tíos me brindaron la oportunidad de quedarme a estudiar. Estoy estudiando inglés, locución radial y periodismo. En México terminé una carrera técnica en cómputo, quise estudiar periodismo, pero desgraciadamente allá es una carrera muy demandada y con muy pocas fuentes de trabajo. Aquí me apoyan mis tíos y Radio Arte me ha abierto las puertas. El hecho de no tener una residencia estable, te cierra mucho las puertas para poder ir al colegio y para poder ir tienes que recurrir a un colegio comunitario y agarrarte de un curso o de algún entrenamiento. Me gusta leer de todo un poco, revistas, periódicos. En cuanto a libros me gusta Elena Poniatowska, Cuahutémoc Sánchez, Gabriel García Márquez, así como de repente El caballero de la armadura oxidada, Juan Salvador Gaviota, Los hornos de Hitler... Los sábados trabajo en un hair salon aquí en Pilsen. La estética es de mis tíos, me dan 50 dólares. Los domingos no abren y prefiero descansar y salir a la iglesia. Me gusta ir al cine; cuando salgo, voy con mi familia y ellos son los que pagan. Soy fanática del cine mexicano. Acaba de salir Nicotina, ya la fui a ver. Por la libre es mi favorita porque me gusta mucho Gael García y Diego Luna y es una historia muy divertida. No estoy segura si mi vida será más fácil que la de mis padres; pero eso es lo que quisiera porque para ellos no ha sido muy fácil. Nací en septiembre, soy del 15. Ésa es mi identidad. Estoy súper involucrada con el grito, las fiestas patrias: verde, blanco y rojo, inclusive en el pastel. Para mí es un orgullo. Hay jóvenes que son nacidos aquí y aunque sus padres vengan de allá, se desligan de sus raíces, del idioma. Hay otros que no, que se preocupan y la familia se preocupa por inculcárselo a ellos. También hay muchos jóvenes con deseos de salir adelante, pero caminas por la calle y te das cuenta que hay muchos que no hacen más que estar fuera de su casa buscando problemas. La educación marca muchísimas pautas para saber hacia dónde vas, qué quieres hacer y qué impresión quieres dar. Los jóvenes tenemos que trabajar muchísimo. Los que tienen la ventaja de haber nacido aquí, pueden salir adelante y tienen que hacerlo por ellos porque el único que va a disfrutar de tus triunfos eres tú, el único que va a llorar tus derrotas eres tú. Yo creo que la juventud no tiene una definición concisa porque todos somos diversos. Todos somos diferentes y si hay una definición es ésa: la diversidad y la complejidad.

Cindy Martínez es estudiante de antropología en la Universidad de Illinois.

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Teen Chicago y el

fantasma racial

Raúl Dorantes Thomas Jefferson se le atribuye una línea fundamental en la historia de los Estados Unidos: “todos los hombres fueron creados iguales”. Pero en sus Notas sobre el estado de Virginia (1781), el padre fundador, además de hacer un recuento de las riquezas del lugar, se refiere a la inferioridad de los negros africanos “tanto en su desempeño físico como mental”. De modo que no todos los hombres eran iguales. O más bien, todos los blancos —ricos o pobres, luteranos o anglicanos— eran iguales ante dios y ante la ley; no así los hombres traídos de África. A Jefferson se le presentaba entonces un problema: ¿cómo conciliar aquel principio enmarcado en la Constitución con el “descubrimiento” de que hay razas inferiores? La raza, como concepto, es una invención social. El mismo Jefferson argumentaba en sus Notas que en un futuro no muy lejano la ciencia habría de ofrecer pruebas que justificaran las diferencias biológicas entre los distintos grupos humanos. Y sí, los científicos del siglo XIX harían hasta lo imposible para que sus prejuicios, y no sus conocimientos, le dieran la razón a Jefferson; uno de ellos, Samuel Morton, luego de medir infinidad de cráneos, concluyó que los “hombres blancos americanos eran los más inteligentes de la Tierra”. En consecuencia, y a pesar de la abolición de la esclavitud, había que buscar la forma de preservar la supuesta superioridad de dicho grupo: se prohibirían los matrimonios interraciales, se asignarían espacios para blancos y otros para la “gente de color” y a estos últimos se les negaría, por supuesto, el derecho al voto. Sin embargo, a lo largo del siglo XX, el desarrollo de la genética iría desmintiendo la justificación jeffersoniana: biológicamente no existen las razas. Pero el daño estaba hecho. Y esta contradicción —igualdad de los hombres vs. diferencias raciales—, reproducida de una generación a otra, no ha dejado de marcar en casi cada uno de sus aspectos a la sociedad estadounidense. El Chicago Historical Society ha montado una exposición llamada Teen Chicago. Las fotografías, las grabaciones y el material fílmico nos muestra a la juventud que vivió en esta ciudad en el pasado siglo XX. En las primeras dos décadas observamos una ciudad obrera con un alto índice de jóvenes, muchos de ellos recién inmigrados de Europa del Este. Son décadas marcadas por la tensión entre grupos nacionales, o entre los inmigrantes y los nacidos aquí. Por razones económicas —leemos en las anotaciones que acompañan las fotografías—, el noventa por ciento de los jóvenes no asistía a la high school, y los cuatro dólares de salario semanal les servían para completar el pago de la renta y los demás gastos del hogar.

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Clase de gimnasio en Waller High School. Foto cortesía del Chicago Historical Society

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Graduados de la secundaria South Shore Academy. Foto cortesía del Chicago Historical Society

En las imágenes incluidas en Teen Chicago que corresponden a los años veinte vemos a una juventud dividida ya no únicamente entre hombres y mujeres, o entre grupos nacionales, sino entre blancos y negros (y más tarde hispanos). Una lectura detenida de la foto de Evelyn Hander, nacida en 1918 en Humboldt Park, nos permite percibir que su juventud fue muy diferente que la del afroamericano Timuel Black, nacido el mismo año en el sur de la ciudad. En la entrevista, Evelyn recuerda lo difícil que era para su padre el aceptar que ella usara falda corta en los torneos de tenis. Timuel, por su parte, rescata el hecho de que su familia tuviera que mudarse constantemente porque los dueños de casa ponían cada vez más y más limitaciones. En el tiempo de la Gran Depresión, la educación secundaria se masifica debido a la falta de empleos. Se aprueban leyes que prohíben la contratación de adolescentes en trabajos de tiempo completo y la edad escolar obligatoria pasa de los catorce a los dieciséis años. De esta exposición podemos deducir que hubo momentos en la historia del siglo XX estadounidense que pudieron aprovecharse para resarcir el racismo prevaleciente desde la época de Jefferson. Cito uno: una vez terminada la Segunda Guerra Mundial regresan de Europa millones de soldados, todos ellos con la idea de obtener un buen empleo y establecerse con su familia. Surgen los suburbios: casas de amplios espacios con jardines y cochera que los veteranos obtienen con hipotecas a treinta años dando así origen a la bucólica imagen del American Dream. Los jóvenes blancos por primera vez tendrían una recámara propia. Entre los regimientos de combatientes, retorna también un millón de soldados afroamericanos; a ellos no los esperarían las casas suburbanas sino los barrios verticales, los “proyectos”, que en Chicago adquirían nombres como Robert Taylor Homes o Cabrini Green. Respecto a la vida escolar de los jóvenes de mediados de siglo, una de las anotaciones de la exposición nos dice: “Las tensiones raciales se sentían

en los comedores y en los pasillos de las escuelas públicas. Y ya entrados los cincuenta, las prácticas discriminatorias confinan a los estudiantes afroamericanos a las secundarias Phillips y DuSable, que ya enfrentaban un problema grave de sobrepoblación escolar”. El Movimiento por los Derechos Civiles y las marchas en contra de la guerra de Vietnam unirían a miles de jóvenes blancos y negros; la presencia de Martin Luther King Jr. haría que ambos grupos interactuaran de una manera vital acaso por primera vez de igual a igual. Pero el racismo es proteico, reaparece con nuevas formas, definitivamente más sutiles. Claro, el programa de Acción Afirmativa permitiría que muchos afroamericanos y latinos obtuvieran altos puestos en los mundos de la academia y la política. Pero la segregación seguiría siendo palpable en las escuelas públicas y en la geografía de la ciudad, dividida en corredores blancos, negros y marrones. Y también seguiría siendo palpable en el hecho de que, según estudio de la Universidad de Chicago, los solicitantes de empleo con nombres típicos de la comunidad afroamericana (como LaKeesha, Ebony o Jamal) tienen dos veces menos posibilidades de que los llamen a una entrevista de trabajo, en comparación con los solicitantes de nombres que corresponden a la comunidad blanca. El fantasma de las Notas sobre el estado de Virginia sigue presente. ¿Cómo conciliar entonces a los diferentes grupos étnicos de la ciudad? ¿Cómo hacerla de verdad más igualitaria? El material de Teen Chicago y la forma en que está organizado quisiera decirnos que, a pesar de los distintos problemas, los jóvenes de la ciudad constituyen un ente armónico. Y, por desgracia, no ha sido ni es así. Aunque hay espacios de excepción, la división ha prevalecido a lo largo de la historia de esta ciudad. Hay dos fotografías que nos lo recuerdan: una tomada en 1919 en la Waller High School; la otra, de 1988, en el South Shore Community Academy.


Movilización juvenil: El activismo en tiempos difíciles Kari Lydersen look out at the political climate now, there’s not much to be upset about”1, es el rap de Chuck Carra, un universitario de 22 años que asiste a la Universidad DePaul. Con ello se gana la atención del joven público de Café Intifada, un espacio de actuaciones patrocinado por la Red de Acción Árabe-Estadounidense (AAAN, por sus siglas en inglés) y el colectivo Southwest Youth Collaborative, la noche de un viernes de finales de julio en las oficinas de AAAN en el suroeste de Chicago. Claramente la opinión de este grupo es que hay muchos motivos de enojo en el actual clima político. Y Carra piensa lo mismo, como acaba de demostrarlo su rap satírico. “There’s freedom in Iraq, no evidence of cheating from the high-hats…the whites and Hispanics and blacks are all equal —and Arabs too— and nobody’s duped as the debt rises…Tell the people of the world we’re all family, cause we can sell Micky D’s to everyone who breathes.”2 Carra nos describe su visión del activismo revolucionario. “Los revolucionarios cargan con el estigma de ser individuos enojados y cínicos”, explica. “Yo sí estoy enojado y soy cínico, pero pienso que es fruto de mi amor y compasión hacia el prójimo. Definitivamente veo un futuro radiante, veo que el sol está saliendo”. Este hermanamiento de ira y desilusión junto con esperanza y determinación, parecía ser el tono imperante en Café Intifada, donde jóvenes de diversas etnias y religiones asistieron a escuchar y exponer poesía, hip-hop e incluso ópera. De esa manera expresaron sus sentimientos de opresión y alienación junto con su insistencia en lograr que se escuchen sus voces y se sienta su presencia. “The only weapons of mass destruction are the ones our troops have used to destroy…the helicopters, the gases, the guns”3, recita la poetisa Gihad Ali. “Is this what you call liberation? Thousands of Iraqis are dead or injured, thousands more are protesting in the streets.”4 Los adolescentes miembros de AAAN y del Southwest Youth Collaborative desempeñan sus actividades tanto a nivel local como internacional, con iniciativas para concientizar a la gente y expresar sus opiniones sobre temas tales como la invasión de Irak, el racismo y la desigualdad a escala global, a la vez que impulsan cambios de normativa y reformas en asuntos locales, por ejemplo, la brutali-

“I

Michael Ibáñez Tengo 17 años y mis amigos me dicen Sombras. Soy nacido aquí, pero mi papá es mitad moreno y mitad puertorriqueño. Mi mamá es de Veracruz, México. Dejé de vivir con mi mamá a los siete años

dad policial, las escuelas públicas y la criminalización de jóvenes de color. “Las jóvenes preparan un documental sobre el impacto del 11-S en la vida de las mujeres y adolescentes”, nos informa Suzanne Adely, organizadora de AAAN encargada de supervisar a un grupo de chicas en sus talleres semanales de liderazgo. “Nuestro propósito es que consideren este espacio como suyo, para que puedan llegar a sentirse a gusto y dar rienda suelta a sus ideas. Partimos de referencias que puedan tener sobre sus relaciones con sus compañeras y con sus familias, y conectamos este conocimiento con asuntos más amplios. Al plantear la temática del poder, podemos pasar de hablar sobre lo que constituye una relación de poder entre tu padre y tu madre a la relación de poder entre tú y un guardia de seguridad en la escuela, o entre tú y un policía.” Los jóvenes de AAAN también estudian historia y temas de actualidad relacionados con el mundo árabe, asuntos que a menudo no se tratan, o bien son objeto de tergiversación en las escuelas y en los medios de difusión estadounidenses. “Conocen a fondo los temas de actualidad del mundo árabe, de Palestina e Irak”, asevera Adely. “Nuestro objetivo es canalizar sus sentimientos con el objetivo de lograr respuestas constructivas. Y siempre dejamos que sean ellos [los adolescentes] quienes marquen la pauta.” Carra y otros activistas juveniles en Café Intifada

y desde los 10 años vivo con mis abuelitos. A mi padre ya llevo varios años que no le hablo. Con mi mamá todo está bien, ahorita está en el estado de Atlanta. Salí de la escuela Kelly sin graduarme. Estuve en la casa como por un año y acabé mi escuela por correspondencia. Agarré mi diploma apenas hace como cuatro meses. Ahorita no estoy chambeando, pero espero chambear. Pienso que necesito seguir estudiando porque lo necesito más que nada aunque no quiera. Me interesa computer graphics, a la mejor puedo agarrar algo por ahí, haber qué se pueda hacer. Me gusta leer mucho ciencia-ficción. Lo último que leí fue The Pearl, es de un pescador que está cuidando una perla en el mar y piensa que va a cambiar su vida y al último resulta que lo afectó más. Desde chiquito empecé escuchando punk; es lo que más me late. Como a los diez años comencé a tocar la guitarra y a cantar en una banda. Después aprendí a tocar bajo y desde hace unos cuatro meses comencé a tocar la batería. Ahí vamos... El punk es mi música preferida, pero me late el jazz, el swing, el r&b, el hi-hop, la música de los cincuenta. Un día me gustaría hacer una banda con diferentes elementos. Meterle ska, swing, blues, meterle de todo y hacer algo diferente. Mi mayor influencia está en todas las bandas que he escuchado, pero mis favoritas son Green Day y Offspring. Eso fue en los noventa y ahora estoy escuchando en español a Panteón Rococó, El Gran Silencio que apenas he estado conociendo simplemente porque la música que escuchaba antes era en inglés nada más, pero ahora estoy escuchando más música en español de todas categorías.

expresaron frustración ante la escasez de activismo y conciencia política entre los jóvenes. “Por ahí hay algún alma inquieta, pero no hay demasiada conciencia”, afirma Carra. “La gente se contenta con frecuentar los bares. Y muchas de nuestras formas de expresión [como el hip-hop] están siendo desvirtuadas, como si todo tuviera que ver con diamantes y fulanas. Yo intento reivindicar este género, para transmitir un mensaje positivo”. Si bien el porcentaje de universitarios y alumnos de escuela secundaria que se involucran a fondo en la organización y acción política es relativamente reducido, Chicago cuenta con una vibrante comunidad de activistas juveniles y estudiantiles que refleja un movimiento nacional de protesta juvenil contra el libre comercio y la guerra, de oposición a las fábricas explotadoras, y otras iniciativas.

Poeta y oradora en el Café Intifada. Foto: Kary Lydersen

Ahorita estoy tocando con varias bandas. No es nada en serio, lo hago nada más por tocar. Me gustaría formar una banda lo antes posible. No la quiero llamar una banda de rock ni de metal. La quiero llamar Una Banda y meter nuestras ideas y haber qué sale de eso. Si alguien está escuchándome, pues que me eche un cable. Casi todos los fines de semana salgo de reventón, pero no gasto mucho, 30 dólares por si acaso. Vamos a muchas fiestas a casa de los amigos. A veces cuando hay tocadas en La Justicia vamos a apoyar a las bandas, como Monospit, Los Enemigos de Pakita. Mis padres son católicos, pero ya llevo tiempo que no voy a la iglesia. De chiquito iba, ya ves todo lo que te dicen que si no haces bien te va a pasar esto o lo otro, pero había dejado ir por no sé, por falta de querer... Mi obstáculo más grande, la verdad... en mi barrio y cómo he crecido, es la droga porque siempre están ahí enfrente de uno y es fácil decir que sí y es fácil hacer cosas que quizá no sean apropiadas. Me identifico más como mexicano porque la mayor parte de mi vida crecí con la familia de mi mamá y lo que me inculcaron. Mis raíces son de allá. Muchos de mis amigos son mexicanos. La juventud son momentos que nunca voy a volver a vivir. Me la he pasado bien. Mi juventud ha estado chida. He conocido muchas personas, diferentes amistades, diferentes puntos de vista. Lo que más me ha gustado desde que empecé a tocar fue que me empecé a juntar con otros músicos y de ahí he ido aprendiendo y he ido creciendo como músico.

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Universitarios y alumnos de escuela secundaria de todo el Medio Oeste se congregaron en julio en el albergue juvenil de Chicago, con ocasión de una cumbre de jóvenes organizada por el grupo Education Not Empire (educación, no imperio). Durante un descanso, algunos de los participantes hablaron sobre las actividades que llevan a cabo en sus universidades y en sus comunidades. “En estos momentos resulta especialmente difícil dedicarse plenamente a un tema”, comenta Elena Rubín, alumna de Grinnell College y nacida en Chicago. “No hay suficiente gente que se movilice. En los años setenta, cuando nuestros padres eran jóvenes, había gran cantidad de grupos que tomaban la iniciativa, oponiéndose a la conscripción. Actualmente, la Administración no presta atención alguna a estas reivindicaciones”. Ben Meyer, alumno de DePaul University, considera que eventos como la cumbre juvenil son un indicio de esperanza. “Algunos manejaron durante horas para estar presentes, y lo que aprendes aquí lo puedes compartir con tu comunidad”, comentó. “Me resulta inspirador.” Tres alumnos de New Trier High School observaron que hay “un montón” de grupos en su escuela, inclusive defensores de los derechos de los animales, del medio ambiente, de los servicios sociales y de los derechos humanos. “Pero algunos sólo participan en ellos para que quede bien en sus solicitudes universitarias”, apostilla Adrienne Clark, una de las alumnas. “Eso me parece odioso.” “Organizamos una huelga contra la guerra, y la mayoría del alumnado se opone a la guerra”, agrega Alison Metzger, alumna

de New Trier. “Aunque algunos acudieron a la escuela vistiendo camisetas [proguerra] con el lema ‘Bombas sobre Bagdad.’” Tiffany Martinez, alumna de Lake Forest College, comenta que dedicó gran esfuerzo al montaje de la obra Monólogos de la vagina con objeto de recaudar fondos para causas a favor de la mujer. “Lake Forest es una de las poblaciones más ricas de todo el país, y la apatía cunde”, asevera. “Pero [escenificar Monólogos de la vagina] es una de las experiencias más valiosas que he vivido. El auditorio estaba lleno”. La recaudación de la obra se destinó al Young Women’s Empowerment Project (YWEP), un grupo progresista comunitario integrado por jóvenes y niñas involucradas en la industria del sexo. Durante la cumbre juvenil tuvo lugar un taller a cargo de Claudine O’Leary, directora de YWEP. O’Leary explicó que el proyecto rechaza fondos del gobierno y la participación de trabajadores sociales, y observa una estricta política de no formular juicios, practicar estrategias de reducción de daños en lugar de exigir que las jóvenes abandonen la industria del sexo, y aceptar únicamente a miembros que se dediquen al trabajo sexual. “Los hay que se ofrecen como voluntarios para ‘ayudar’ a las jóvenes”, y sufren una decepción cuando ven que no es posible”, observó. Este concepto —de que las iniciativas de organización y empoderamiento deben ser propulsadas por las personas afectadas, y no por fuerzas externas— goza de un respeto cada vez mayor por parte del mundo activista en general y de los organizadores juveniles en particular. Los jóvenes que tomaron parte en el taller de O’Leary establecieron paralelismos entre la estrategia de YWEP y la importancia de que las iniciativas en contra de las fábricas explotadoras y a favor de que los derechos de los trabajadores estén a cargo de los trabajadores mismos.

Notas de la traductora: 1 Observo el actual clima político, no hay demasiado motivo de enojo 2 Hay libertad en Irak, no hay prueba de que los mandamases nos hayan timado…hay igualdad entre blancos, hispanos y negros —incluso árabes— y nadie se engaña mientras aumenta la deuda…Que el mundo entero sepa que todos somos familia, porque podemos vender hamburguesas a cualquiera que respire 3 Las únicas armas de destrucción masiva son las que han usado nuestras tropas para destruir… helicópteros, gases, ametralladoras 4 ¿A esto llaman liberación? Miles de iraquíes han muerto o sufrido heridas, miles más protestan en las calles 5 Un ocurrente juego de palabras que podría traducirse como “vamos a reducir a Kool a cenizas” 6 Las bombas suicidas no tienen justificación, pero la resistencia sí la tiene, así que presten atención 7 Por grande que sea nuestro dolor, por grande que sea nuestro pesar, nunca vamos a desistir

Kari Lydersen es periodista independiente. Publica regularnente en el Chicago Reader y en The Washington Post. Traducción: Susana Galilea Activismo juvenil. Foto: Kary Lydersen

Anabel Peinado Tengo 18 años y soy nacida aquí en Chicago. Mis padres son de Durango y vivo con ellos. Ya acabé la high school en Aurora, y ahora en enero estoy pensando entrar a estudiar enfermería porque me gusta ayudar a mi gente. Desde que estoy chiquita siempre he tenido ese sueño. Trabajo en una estética y gano ocho dólares la hora. Soy recepcionista en la estética Salon Divine. Nomás me gusta leer revistas, así como cuando miro los chismes de los cantantes, eso me gusta. Leo Furia musical. Leo muchas revistas en español de bandas. En mi tiempo libre me gusta ir a bailar al Álamo de Aurora casi siempre. Me gusta la música duranguense, bachata, salsa, merengue, de todo un poco. Cuando salgo me gasto de 15 a 20 dólares. Me considero religiosa. Soy católica y voy a misa unas dos o tres veces al mes. Hasta ahorita nada ha sido un obstáculo para mí y pienso que

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“No faltan activistas occidentales que insistan en que quieren ayudarnos, ni individuos de clases adineradas que pretenden organizar a la clase obrera, cuando lo que realmente se necesita son iniciativas de base por parte de los trabajadores”, observa Rubín. Debatieron otras opciones que permitirían a los organizadores estudiantiles mostrar su solidaridad con YWEP, tales como ayudar a organizar charlas y recaudar contribuciones. Asimismo trataron los vínculos entre los problemas que afrontan las jóvenes involucradas en el comercio sexual —criminalización, abuso, escasez de viviendas asequibles— y asuntos más amplios como la globalización, el racismo y el sexismo. “La gran mayoría de las mujeres de la calle son pobres, mujeres de color, corren mayor riesgo de padecer adicciones y de verse arrestadas”, puntualiza O’Leary. “Tratamos constantemente la temática de la brutalidad policial y los derechos reproductivos. Y nos enfrentamos a una cultura que califica a las jóvenes de putas a cada rato.” La cumbre juvenil culminó con un espectáculo de hip-hop bajo el lema “Kick Kool’s Ash”5, una respuesta inteligente e ingeniosa a los intentos de la empresa tabacalera Kool de encandilar a jóvenes fumadores mediante conciertos y eventos culturales. El llamativo volante que anunciaba el espectáculo, y que atrajo a una cuantiosa multitud hasta un almacén del Near West donde actuaban bailarines de breakdance y DJs, se refería a los Kulture Killers “con la actuación estelar de Cáncer —87% de los casos de cáncer de pulmón son debidos al tabaco; Explotación —Kool Mix utiliza nuestra cultura de hip-hop para matarnos; y Genocidio —la publicidad de cigarrillos está dirigida a jóvenes y comunidades de color en todo el mundo”. Si bien los jóvenes se lamentan de que entre los de su generación escasean los esfuerzos por cambiar el mundo, puede afirmarse con bastante certeza que, ya sea mediante la poesía y el hip-hop, o a través de charlas sobre la salud sexual y el empoderamiento, o de iniciativas para expulsar de los recintos universitarios las prendas hechas en fábricas explotadoras, el activismo juvenil goza de gran vigor. La determinación de estos jóvenes podría resumirse con uno de los poemas de Ali, que recibió una ovación cerrada por parte del público de Café Intifada. “Suicide bombing, unjustified, but resistance isn’t, so take a step back”6, recitó. “No matter how much we ache, no matter how much we grieve, we’re never gonna leave.”7

mi vida será más fácil que la de mis padres porque ellos se vinieron para que yo tuviera una oportunidad mejor en esta vida, para que yo trabaje y vaya a la escuela ya que ellos no lo hicieron. Yo puedo llegar más alto que ellos. Quiero alcanzar el sueño americano al tener mi carrera que quiero, y obtener un buen trabajo. Soy mexicana. Los jóvenes en México son criados de forma muy diferente: más humildemente. Para ellos algo chiquito es mucho; y para los nacidos aquí, si tú les das algo chiquito ellos piden más. Hace muchos años había muchas gangas en Aurora y muchas drogas también, pero se ha estado calmando estos dos últimos años. Antes sí había muchas gangas matándose. No está bien porque en lugar de matar a la persona a la que odian, van y matan a otra persona inocente y no se vale. Hay muchos jóvenes que sí les importa salir adelante y hay otros que no les importa la vida. Yo soy de los que les importa la vida, yo sí quiero seguir adelante.


Esta entrega de deshoras ofrece dos cuentos incluidos en el nuevo libro En el ojo del viento: Ficción latina del Heartland, publicado de manera independiente. El volumen, compilado por el recientemente fallecido John Barry, ofrece una amplia muestra de la narrativa de los escritores latinos en Chicago, continuando la labor que el propio Barry iniciara en Voces en el viento: Nuevas ficciones desde Chicago y que ahora expande sus alcances al entregar una edición bilingüe. Los textos elegidos dan una idea de la diversidad de temas y estilos narrativos que componen el libro: entre el habla rural recreada por Ricardo Enrique Murillo y la evocación minuciosa de Graciela Reyes una vasta gama se abre abarcadora, proponiéndonos un panorama profuso. Acompañamos los textos con fotografías del grupo de danza contemporánea Luna Negra.


Aunque la sombra de la noche me impedía verlo, me lo imaginaba como lo había visto en la calle, a lomo de mula, chaparrito, ancho, con su rostro pálido de fino bigote y pati llas embarradas en las quijadas. Debió andar en sus treintas, porque los días que no trabajaba en el rancho de los Almeida, arreando ganado, los pasaba con la Bernardina hasta que un día, luego de tener una discusión con los patrones, abandonó el trabajo e hizo de la casa de la amante su casa permanente y llamó “hijos” a los bastardos. Ahora Plúmbago Marrujo estaba fumando un cigarro tras otro en un rincón de nuestra cocina. En la lejanía de las calles se escuchaba el galope de los caballos. Era un galope tupido, acelerado, que el viento traía y llevaba y hacía que Marrujo y mi padre subieran o bajaran el tono de sus palabras. —¿Dónde le picó al huichol, pariente? —murmuró mi padre. —Aquí, abajito de las costillas, creo que lo maté. —Más vale. —¿Cómo que más vale, pariente? —Así se acabará la riña. —Pero me perseguirán los Almeida. Las brasas de la cocina se habían apagado, pero Marrujo seguía fumando y las llamas de los cerillos revelaban un rostro enjuto y tenso, de ojos saltarines. Ya para entonces le había cicatrizado el tronco de la oreja que le cortó el huichol en una de tantas peleas. —Ojalá que no se le ocurra a la Bernarda venir por aquí, porque me va a pedir que me la lleve y yo, de prófugo, no estoy para esas cosas. —¿Será capaz de venir? —Esa vieja me seguirá hasta el infierno. —Ya veo, pariente, —le confesó mi padre— en eso de seguirlo se parece a los Almeida. Marrujo reprimió la risa que le despertó

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Ricardo Enrique Murillo

la comparación. Después le sobrevino una tos, también reprimida por el sigilo. —Igualita, pariente, igualita, —asintió. —Y todo por una jugada ¿verdad? —¿Quiere decir con la Bernarda o con el huichol? Ambos rieron sin que la risa saliera de la cocina y Marrujo agregó: —Lo de la jugada de billar fue sólo el pretexto para acabarme. Yo tenía sesenta y una rayas y el huichol decía que no, que estábamos empatados. Don Pablito, el fotógrafo, me dio la razón, pero el huichol dijo que él no tenía 59 sino 60, y que antes que darse por perdido me partiría la madre. ‘Nos la partemos’, le dije, y ai andamos, pariente, jugando floretes con los tacos, arriba de las mesas, hasta que llegaron los rurales y nos llevaron a la cárcel. Al huichol lo sacaron los Ameida esa tarde, todavía estaba Serrano de presidente. Yo pagué la multa con tres semanas de trabajo. La gente que no supo lo del pleito me preguntaba que cómo había conseguido trabajo de gobierno. Yo les decía que “las influencias”. Pero lo del juego de billar fue un pretexto del que se agenciaron los Almeida para cerrar el nudo que ya venían tramando y anoche que me encontré al huichol en el billar no me dijo nada, sólo desenvainó su cuchillo, se me echó encima y yo lo esperé con el mío. ‘Ya me fregates’, dijo de pronto; seguro no quería que le siguiera picando. ‘Por favooor, avísenle a los Ameida’. ¿A poco no sabía lo del robo de vacas, pariente? —No, pariente. —Las vacas de La Joya ellos se las robaron. Y ni qué preguntar lo que les pasó a las del Salto. Me pidieron que les ayudara a sacarlas de los potreros y me negué. Entonces me dijeron que si no iba con ellos perdía el trabajo. ‘Lo pierdo’, contesté y me salí. ‘Espera’, me gritaron y no voltié. Entonces me encarrilaron al huichol. El huichol no era gente mala. Fuimos compañeros de trabajo por mucho tiempo. Pero de algún modo debía mantener su trabajo y ya ve, pariente, le salió caro. —Más caro no puede ser. Un ladrido de perros interrumpió la plática de los parientes. Mi padre salió a la calle y luego que encontró todo silencio regresó a la cocina.


A mi padre le dio una risa cautelosa al oír salir la voz de entre la oscuridad de las hojas. Hasta entonces se acordó que los Almeida habían quemado las tazoleras de algunos campesinos sólo por el placer de ver las llamas levantarse en los potreros. Marrujo les conocía sus mañas. —¿Ya oyó, pariente, que el huichol no se ha muerto? Está herido. —Sí, pariente. A esa hora se levantó mi madre. El ruido que no pudimos evitar la había despertado y supo, sin que se lo dijéramos, que “algo malo” había sucedido. —¿Y ahora qué hará? —preguntó ella. —Se va, —respondió mi padre. —Pero el huichol no ha muerto. —Ahora el problema de mi pariente es con los Almeida. Si lo agarran, lo matan. Sin encender la luz, mi madre buscó comida en las canastas. Encontró un pedazo de pan, medio queso, un aguacate y chiles habaneros. Yo llené de agua una botella de a litro mientras mi padre ensillaba la mula prieta. Una vez que colgamos de la silla de montar el morral con la comida, la botella y el machete, mi padre recorrió parte del camino para asegurarse de que nadie vigilaba la casa. —Todo listo, pariente, —dijo al regresar. Marrujo saltó de las ramas del aguacate a la montura. Se embarbiquejó su sombrero. Mi padre fue al cuarto del maíz y regresó soplando el cerrojo de la 30-30. —Llévesela, por si se le atraviesa un conejo. —Gracias, pariente, con esta no respetaré conejo ni chacal.

Enrique Murillo es escritor de Jalisco radicado en Chicago. Sus cuentos han aparecido antologados en Voces en el viento: Nuevas ficciones desde Chicago y ha publicado en revista literarias de Chicago y México.

—No es nadie, pariente, pero, por si las moscas, escóndase en la tazolera. Marrujo cruzó el patio mientras mi padre lo cuidaba desde la puerta. Haciendo el menor ruido posible, yo saqué dos gavillas de tazole y Marrujo dijo que aquel era un buen escondite. Saltó al agujero y volví a colocar las gavillas en su lugar. Marrujo hubiera estado seguro si no hubiéramos escuchado un tropel que se fue acercando hasta el callejón. Mi padre me pidió que me fuera a dormir, pero me quedé parado a un lado de la ventana, escuchando los cascos de los caballos detenerse frente a la puerta de nuestra casa. —Muriiillo. Eran los Almeida. Mi padre estaba esperándolos tras la cerca. —¿Para qué soy bueno? —Entréganos a Marrujo. Anoche hirió al huichol. —Aquí no hay ningún Marrujo. —Es una orden oficial. —Si es o no es, me tiene sin pendiente. Los jinetes se acercaron más a la puerta. El que había hablado hizo girar su caballo y las herraduras sacaron chispas del empedrado. —Se te puede acusar de encubridor. —En caso de que me acusen, me forzarán a esclarecer lo del robo de ganado, —respondió mi padre. Al oír esto, el hombre que había hablado se quedó callado un instante, miró las siluetas y se tocó el ala del sombrero. —¡Vámonos! Un tecolote cantaba en la cumbre de la palma y las estrellas se movían en un cielo azul en tanto se acercaba el alba. —Pariente —murmuró mi padre buscando a Marrujo en la tazolera—, ¿dónde está, pariente? —Acá. —¿Dónde? —En el aguacate.

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Moira Pujols Cuando el año pasado andaba decidiendo si veía mi primera función de la compañía de danza Luna Negra, los calificativos en la prensa escrita —“hot”, “passionate”— me hacían dudar. Y aunque aquella vez no todos los elementos coreográficos quedaron totalmente ajenos a esa vena, la sorpresa fue alentadora: la gran solidez técnica de los bailarines y la amplitud del repertorio coreográfico escogido por su director, el cubano Eduardo Vilaro, prometían un trabajo serio a medida que la compañía fuera creando una identidad propia y depurando su expresión de contemporaneidad. Hablé recientemente con Vilaro en uno de los estudios del Chicago Academy for the Arts, donde ensayaba un nuevo trabajo coreográfico del alicantino Gustavo Ramírez Sansano. Vilaro fundó Luna Negra en 1999 después de mudarse de Nueva York en 1996. “Vine a Chicago simplemente porque había un programa de masters en Columbia College”. En este programa de Interdisciplinary Arts, Vilaro aprendió a incorporar a la danza otras disciplinas artísticas. Su compañía, aunque decididamente latina, reflejaría que “no somos solamente los vestidos rojos o lo clásico europeo”. Aunque no cree que tener en repertorio una versión del tan danzado ballet Carmen sea caer en estereotipos —ese personaje es uno de los más complejos en todo el repertorio de la danza clásica o la contemporánea—, acepta que existe presión para una compañía que se profesa latina de entrada de incluir trabajos que el público norteamericano identifica claramente como “latino”. De hecho, en el conversatorio con que regularmente concluyen sus presentaciones el público ha llegado a reclamarle en ese sentido. ¿Qué significa entonces tener esta compañía latina de danza contemporánea en los Estados Unidos? ¿Se trata más de brindar a los bailarines y coreógrafos latinos el espacio y quizás la singularidad del proceso creativo entre artistas con cultura, idioma e idiosincrasias comunes, o exponer la cultura de este colectivo a un público heterogéneo en los Estados Unidos que quizás no la ha vivido antes a través de la danza contemporánea? Vilaro responde enfáticamente: “Lo primero, definitivamente lo primero. Lo segundo viene como consecuencia”. Con respecto a si los bailarines de Luna Negra deben ser de extracción latina, dice haber cambiado de parecer en distintos momentos. “En un principio pensé que no era importante, pero a la vez es muy bueno poder comunicarse en los ensayos a varios niveles”.

U n espacio de expresión

Vanesa Valecillos, la única integrante que ha estado con Luna Negra desde su fundación, siente que la composición de la compañía influye muchísimo en su trabajo artístico, pero no es tanto el ser o no latinos; es más el rejuego de las distintas energías de los bailarines y coreógrafos. También a este rejuego se refiere Ramírez Sansano: “Una creación es un conjunto de situaciones entre los bailarines y el coreógrafo. Y eso es lo que se ofrece al público: las convivencias que hemos tenido”. La fe de Vanesa en la compañía es evidente. Es la única integrante que queda del grupo inicial; aparte de su trabajo como bailarina, asiste a Eduardo y a ella acuden los diez bailarines de la compañía para mediar problemas. Con respecto al sitial futuro de Luna Negra entre las otras compañías, dice que la ve “muy arriba”. Recién han podido contratar a una administradora de gran trayectoria, Phyllis Brzozowska, quien fuera directora ejecutiva del Dayton Contemporary Dance Company. “Esto permitirá al resto dedicarse más de lleno a lo artístico”, dice Vanesa. Por su parte, Eduardo Vilaro, a la vez que anticipa un mayor público para la compañía, nos habla de la idea de establecer una escuela de danza y de seguir trabajando en colaboración con coreógrafos latinos de todo el mundo. “Fíjate que en todos los años que estuve en Ballet Hispánico, solamente bailé piezas de tres coreógrafos latinos. Tres. Yo quise hacer algo distinto.” Y el repertorio de Luna Negra ya lo va reflejando. De todos los coreógrafos con quienes ha trabajado Vanesa en Luna Negra, el que mayores retos le ha presentado ha sido Gustavo. “¿Porque estoy aquí o qué?”, le dice Gustavo, que de por casualidad entra al estudio cuando se hace la pregunta. Y ella responde: “No, es porque siempre he tirado más a la técnica clásica, y el primer año lo recuerdo lleno de moretones. Ahora ya empiezo a anticipar cómo va a hilar los pasos el coreógrafo: ya lo tienes en el cuerpo”. Esta comunicación es importante para Gustavo también. Cuando le han preguntado dónde sueña coreografiar, su respuesta ha sido: “Donde ya haya coreografiado. Eso es lo bonito de volver por tercera vez a Luna Negra. Lo puedes disfrutar cada vez más”. Claro que justo cuando se empezaban a acostumbrar los bailarines a las coreografías de Gustavo “ahora nos pone otro reto: cantar y bailar al mismo tiempo”, dice Vanesa.


Aunque muchos artistas latinos en los Estados Unidos se ven un poco en la disyuntiva intelectual o política de reflejar e identificarse con la experiencia del latino en el país, o salirse de Norteamérica e incorporar la realidad actual de España y Latinoamérica, Eduardo no lo ve como conflicto. Como los temas de la danza contemporánea surgen mucho a partir de lo cotidiano, ve natural que la inspiración surja de la situación inmediata del coreógrafo, pero también que quepa la expresión de lo que pasa fuera de su entorno, porque “todo alimenta, todo inspira”.

De la diferencia de trabajar en ambos continentes, Gustavo Ramírez Sansano dice que siempre hay pequeñas influencias; que hay maneras “flamenquillas” de moverse el bailarín en España, y “jazzerinas” en los Estados Unidos, aunque no sea el caso particular de Luna Negra. Donde quiera que se encuentre, lo que busca en los bailarines no es dominio de ninguna disciplina en particular, sino intuición, y los bailarines que más le han impresionado en su vida profesional no han poseído las técnicas que de jovencito consideraba imprescindibles. “Las cosas no tienen que ser ni así ni asá.” Aunque valora su año con la compañía de ballet Víctor Ullate en España, quería otra cosa, bailar más, ser parte del espectáculo de lleno. “Era las mallitas... mucha pantomima y mucha cosa de ésta, y un minutito bailas y ya.” Así llegó al Hubbard Street Dance de Chicago. A Gustavo le gusta la sorpresa, no saber lo que va a pasar. Se aburre pronto. “Lo que odio es aburrirme de mi propio trabajo.” La repetición del ensayo hace que “... lo sigas cambiando, cambiando, cambiando hasta que se estrena y entonces ya no puedes hacer nada”. Gustavo confiesa lealtad para con Luna Negra: “Fueron los primeros que creyeron en mí. Esto lo considero muy importante. Por eso les tengo un especial aprecio. Hacer espacio en esto de la creación es un poco chungo. Me siento afortunado”.


el bigote de su juventud, que le hacía la boca más grande y más saliente. La familia de Buenos Aires le había dado el apodo de Taraleti. Taraleti era un personaje de historieta, creo que salía en la revista Paturuzú. Cuando lo conocí, en mi infancia, Taraleti estaba casado con Silvia, una mujer sonriente, que chapurreaba el español como podía, pero no dejaba de hablar. Tenía grandes pechos, que se juntaban formando una raya oscura. Silvia iba de visita a casa de los Gobiello, y cuando llegaba el marido a buscarla se tocaba temerosa el escote, pasando un dedo, un dedo suave y con anillitos de oro, por la raya en cuestión. Entonces sacaba de algún lado, probablemente del escote mismo, un pañuelito blanco de puntillas, lo doblaba en forma de abanico, y se clavaba la punta entre los pechos, de modo que el pañuelito le tapara la raya. Yo tenía cuatro o cinco años y miraba fascinada aquel escote con su abanico de puntillas en el medio. Mi amiga Gabriela decía que ella no quería tener pechos cuando fuera mayor. Yo sí quería.

Graciela Reyes Lo llamé desde un teléfono público de Nápoles. Me atendió Anna, que comprendió bastante bien mi horroroso italiano. Pedí por Pascuale Gobiello. Dije que era Gabriela, la sobrina. Pascuale dormía, evidentemente al lado de ella, porque los oí cuchichear. Se puso al teléfono, pero no se había despertado del todo. Y no era tarde: era un viernes a las diez y media de la noche. Ella me explicó después, cuando me enseñó el dormitorio, que se metían temprano en la cama a ver televisión. —Lo siento mucho, tío —le dije, hablando en español muy lentamente—. Siento despertarlo. Creo que será mejor que lo llame mañana, ¿está bien? —No, no. —Soy Gabriela, la hija de María. De Buenos Aires, tío. —María... —María Gobiello, la hija de Giuseppe. Yo soy la nieta mayor de Giuseppe. Io sono la nepote... Giuseppe, el tío Giuseppe. —María —dijo el tío—. Sí sí. —Estoy de paso por Nápoles y me gustaría mucho verlo, tío. —Sí sí. Ese domingo fui a visitar al tío Pascuale, y lo encontré casi el mismo que hacía tantos años, cuando fue a Buenos Aires a hacer la América: bajito, delgado y muy erguido, los ojos celestes fijos, porque estaba casi ciego, el pelo tieso, los dedos cortos de persona desconfiada. Solamente le faltaba

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Encontré a Pascuale con su segunda mujer, Anna, porque Silvia había muerto hacía años. Él buscó otra mujer exactamente cuando se lo permitió el decoro, a los seis meses de enviudar, y se casó con ella seis meses más tarde, es decir, al año justo. Fue a su pueblo, me contó, y le preguntó a su hermana si había alguna mujer soltera que ella conociera. La hermana dudó: temía que a la hija de Pascuale le pareciera mal que ella lo ayudara a buscar mujer. Pero a la hija de Pascuale le parecía muy bien. Entonces la hermana le presentó a Anna. Anna vivía con su hermano, Enrico, al que conocí ese domingo. Pascuale y Anna hablaron un rato largo, y como Pascuale es un hombre expeditivo, le dijo que se sacara el pasaporte para casarse con él, porque iban a viajar. Pascuale quería esposa para viajar. En su época de inmigrante en Buenos Aires, Pascuale trabajaba en dos fábricas, cumpliendo un turno de ocho horas en cada una. En las ocho horas restantes tenía que atender a todas sus necesidades: comprar comida, cocinar, comer, dormir y tomar trenes para ir y venir a su casa del suburbio. Apenas un año después de llegar, hizo venir de Italia a su mujer y a sus dos hijitos. La vida era dura, y por eso Pascuale no guardaba buenos recuerdos de Buenos Aires, pero en seis o siete años reunió unos ahorros y se volvió a Nápoles antes de que los hijos fueran mayores. Quería volver a su país, y cumplió su sueño, a diferencia de tantos inmigrantes. A Gabriela y a mí Taraleti nos parecía un hombre horrible. Cuando comía fideos se salpicaba la camisa de salsa y a las dos nos daba asco. A veces Gabriela hacía gestos y la madre la reprendía. Yo nunca hacía gestos, porque no estaba en mi casa. Quién me iba a decir que iba a ir a buscar a aquel hombre tantos años más tarde, y que me iba a hacer pasar por Gabriela y lo iba a llamar tío. De vuelta en Nápoles, Pascuale puso una tintorería, que luego se convirtió en una cadena: “Lavanderia Ecologica Gobiello”. Cuando se la derrumbó uno de los terremotos que les cambia la vida cada tanto a los napolitanos, consideró que ya era hora de dejar el negocio en manos de los hijos y jubilarse. Lo bueno de tener hijos cuando se es joven es que después queda más tiempo para jubilarse, según Pascuale, que tenía claro que la vida era para disfrutarla. Así que, con los chicos ya casados, y él libre y con dinero y listo para ir a todas partes, se jubiló antes de los 60 años, y empezó a viajar. Cuando lo fui a visitar tenía 72 años e iba por el viaje

número 133. Anna iba sólo por el viaje 102, ya que había empezado un poco más tarde. Pascuale les ponía número a los pasajes, y los iba guardando en una caja, que me mostró. Vivían en Castellammare de Stabia, a veinte minutos de tren de Nápoles, en un edificio de apartamentos nuevo. Allí me recibieron, él muy erguido y un poco tenso, ella efusiva, y me ofrecieron un almuerzo de cinco platos y tres vinos, café y licores. Primero me dieron un café, ese culito de taza oloroso que los italianos toman a todas horas. Lo sirvió Anna en el salón, una habitación medio vacía y evidentemente poco usada, con aire a mueblería. En la pared había una lámina de cuero, donde se veía un gaucho meditabundo tomando mate, el caballo ensillado, un horizonte de pampa detrás. Un gaucho que, de puro incongruente en esa casa, parecía el ser más solitario del mundo. Me dijo el tío que la lámina se la había llevado de regalo otro primo de Buenos Aires, Vincenzo, en una visita que había hecho a Nápoles hacía ya muchos años. Conocí a Vincenzo y a su mujer Emilia. Todos se habían ido muriendo, creía yo. También creía que el tío no sabía nada de sus parientes de Buenos Aires, y mucho menos de Gabriela. Sin embargo, contaba con su afecto, quizá porque había oído muchas historias de argentinos que iban a Italia o a España a conocer a parientes remotos y eran recibidos a cuerpo de rey. Pascuale me miraba con su mirada fija, buscando en mi cara (supuse) algún rastro de la familia. No tengo ninguno. Ellos son rubios, pequeños y desconfiados, con una ternura escondida, una fragilidad que vi siempre en los ojos de Gabi y que me parece descubrir en todos los ojos claros. Yo soy morena; tengo el pelo y los ojos muy oscuros y la piel blanca, pero no rosada como la de ellos. Pensé que sería raro para él ver en la sobrina carnal, que acababa de conocer, una cara tan diferente, un alma tan ajena. Pero yo contaba con que Pascuale recordara que Alfonso, el marido de su prima María Gobiello, era un criollo moreno, de tez cetrina, de modo que podía pensar que lo moreno me venía de él. (Lo curioso es que Gabriela, la mismísima Gabriela, era más morena que yo de pelo y de piel, y que, si no fuera por los ojos, que eran claros, no se hubiera parecido en nada a los Gobiello.) Cuando llegué a su casa, yo no sabía qué recordaba Pascuale. El tío Giuseppe había muerto hacía por lo menos treinta años, y aunque Pascuale había viajado a todas partes (incluso a sitios que yo ni sabría encontrar en el mapa) no había vuelto a la Argentina, porque Anna no quería. Decía que el viaje era muy largo para ella. En realidad, Pascuale estaba ya demasiado enfermo como para semejante viaje. Me daba pena que el tío, tan cruelmente llamado Taraleti, no volviera a caminar por aquellas calles donde había sido tan infeliz. Yo hubiera querido volver y caminar por los lugares donde había sido infeliz, yo hubiera querido ser infeliz de nuevo, pero infeliz como había sido antes, no como ahora. Les llevé de regalo un huevo de Pascua marca Baci, el más grande que encontré. Anna me lo agradeció expresando cierta mortificación, como si le doliera que me hubiera molestado en llevarles un regalo. Era Domingo de Ramos, y mientras estábamos en el saloncito tomando el café tocó el timbre una vecina que llevaba ramas de olivo benditas. Anna me regaló el olivo, y me dio un beso. El olivo lo guardo hasta hoy. Después llegó el hermano de Anna, Enrico. Venía de corbata. Los dos hombres estaban de corbata en la mañana de domingo, lo que me agradó y me inquietó un poco, ya que era muy claro que lo hacían en homenaje a mi visita. Me hubiera gus-


tado saber cantar O sole mío con una grande y bella voz, por ejemplo, y decir que lo había aprendido de mi abuelo, el tío Giuseppe de mi tío Pascuale. Mostrar que yo era de la familia. Yo allí sentada tan diferente, con mi suéter rojo y mis gestos de extranjera, quizá con un poco de miedo en la mirada. Él fue a hacer la América y se volvió a su país, con una pequeña fortuna y proyectos. Yo, que acababa de nacer en esa América prometedora, tuve que dejarla en plena juventud, salir al mundo, aprender a sonreír para congraciarme con los demás y que me perdonaran venir de otra parte, ser una intrusa. Me había ido mal en todo. Cuando murió mi hijito, Pablo, y su padre me dijo que ya nada nos unía, sentí que había tocado fondo y que solamente podía morirme o empezar de nuevo en cualquier dirección. Estaba sola y no sabía muy bien quién era. Comencé a viajar por Europa para buscarme la vida. A mi país no podía volver en ese momento, ni se me ocurría volver, cuando todos trataban de irse. Trabajé como camarera y como pianista, como traductora, como recepcionista de un médico, como jardinera. Lloré de pena y soledad en muchas camas desvencijadas. Nadie me trató mal, no pasé hambre casi nunca, pero estuve sola, completamente sola en todas partes. Enrico se sentó con nosotros pero no quiso café. Era un solterón algo mayor que yo, de pelo crespo y nariz aguileña. Me asombró que no me mirara casi, y aproveché su presencia para dejar un momento al tío, que empezaba a caer en los silencios típicos de la familia, y pedirle a Anna que me enseñara la casa. Encantada, me mostró el grandísimo dormitorio, con una cama de gigantes y un televisor en armonía; me mostró todas las habitaciones, y sobre todo el baño, su orgullo, un baño celeste con artefactos dorados y muchas luces que chocaban unas con otras hasta enceguecer. Me dijo que lo lavaba todos los días. Por la ventana del líving se veían las casas vecinas, muy cercanas. Salí al balcón y miré el patio común, abajo. Había un gomero y una fuentecita. Entre las cortinas de una ventana me espiaba una mujer. Me pareció que ya había estado allí, quizá toda la vida. El olor del estofado era el mismo de mi infancia. Anna me miraba con sus enormes ojos brillantes. También esa mirada, inexplicablemente amorosa, la conocía bien. Sentí que realmente ellos eran mi familia. Podía quedarme a vivir en el cuartito que estaba al lado del dormitorio, donde Anna tenía una tabla de planchar y un enorme costurero de paja. Se podía agregar una cama pequeña. Hasta que yo encontrara trabajo en Nápoles. Me sentí feliz, de pronto. En casa. Me alegré profundamente de haber ido a ver a mis tíos, y esa alegría me duró toda la visita. Toda la visita. Antes de pasar al comedor, pedí permiso para ir al baño. Ya sabía el camino. Cuando salí del baño me quedé mirando la puerta entreabierta del dormitorio. Se entreveía la enorme cama, con el edredón color celeste. Pensé que ellos eran felices. Oía la risa de Anna en la cocina, las voces de los hombres. Me metí en el dormitorio. A un costado, en un rincón, había una cómoda de nogal muy alta, cubierta de fotografías. Me acerqué. Los marcos eran de todos los tipos, algunos dorados, otros de plata, otros de plástico. Recorrí con los ojos las fotos más amarillentas. Vi muchas caras conocidas, vi al tío Giuseppe, con la perla en el cuello. Por fin la encontré, la encontré sin buscarla. Allí estaba Gabriela. Gabriela con su sonrisa de siempre, pero mayor, una linda mujer de ojos claros, con el pelo recogido en la nuca. Estaba con Pascuale y Anna, los tres posando para la cámara. Debajo habían puesto el año. Entendí rápidamente que Gabriela había ido a visitarlos a Italia y que ellos sabían que había muerto; entendí rápidamente que ellos sabían que yo no era Gabriela. ¿Quién era yo, para ellos? Sentí que se me mojaban las palmas de las manos. Me apoyé un momento contra la cómoda. Anna gritó algo desde la cocina. En el dormitorio había olor a cerrado, a humedad. Miré por última vez a Gabriela y volví a la sala.

veranos en las islas Canarias, y le salía un español en el que se mezclaban los tiempos y los lugares, y el italiano nativo, claro. Enrico hablaba poco. De vez en cuando me miraba: una mirada cordial y pensativa. De segundo plato Anna sirvió conejo con una salsa tan inolvidable como la primera, y papitas, y unas arvejas que parecían de miel. Me serví arvejas de nuevo, imprudentemente. Yo creí que ese era el segundo y último plato. Le pregunté a Enrico cómo era su pueblo. Su pueblo era el de mi tío, el de Anna (mi tío la había ido a buscar allí porque, dijo, la moglie y el bue, del paese de lei) y el de toda la familia, pero Enrico era el único que seguía viviendo allí. No supo decirme cómo era el pueblo, e intentó explicármelo mi tío. Nadie sabe explicar cómo es su pueblo, porque tiene que saber decir algo imposible de decir: qué es lo que nos ata a ese lugar entre todos los otros. Mi tío, con su sabiduría elemental, había elegido una forma modesta y placentera de la nostalgia, vivir a 50 kilómetros. De ese modo el pueblo es siempre el pueblo, la fantasía no se inmuta. Yo, de tanto ir de un lado a otro, había acabado por perder mi lugar. Cuando se pierde, no se recupera. Gabriela murió a los treinta y pocos. Dejó dos niños chicos, y el marido se volvió a casar. Eso me contó mi madre. Fue al recibir esa carta de mi madre con la noticia de la muerte de Gabriela cuando pensé en el tío Pascuale, en Nápoles, en encontrar un lugar en este mundo, una casa, quizá una familia. Busqué a Pascuale en Nápoles, y no lo encontré. Pero el pueblo de ellos está lleno de Gobiellos: llamé a un Pascuale, y me dio el número de teléfono del que yo buscaba, en Castellammare, sin preguntarme nada. Relajada por el vino y la resolana de la mesa, me sentía en familia, feliz. Enrico me servía vino y seguía tratando de no mirarme. Gabriela hubiera dicho que Enrico era un tano presumido, y sí lo era, pero me gustaba. Trajeron otro vino, más fuerte, y el tercer plato: unos escalopes gigantescos, dorados, con ensalada. Comí valientemente, porque en Nápoles, y en casa de los Gobiello, no se puede despreciar lo que te dan de comer. Luego llegó la fruta, y después de la fruta un postre que se llama babá y es exquisito. Pero yo había preguntado qué era la pastiera, si una especie de tarta de fideos, como la que preparaban los Gobiello en Buenos Aires, o un postre, y Enrico se había levantado y había ido a comprar una pastiera para mí. Él no dijo nada, pero Anna, con los ojos brillantes, le susurró algo a Pascuale cuando Enrico pidió permiso y se levantó, y mi tío, sin sonreír, me miró un momento y siguió comiendo. María Gobiello, la madre de Gabi, era una mujer muy bella, según las normas de belleza de su época. Tenía el pelo rubio y ondulado, los ojos entre azules y verdes como los del tío Pascuale y los de toda la familia Gobiello, y una sonrisa radiante. Era empleada de las tiendas Harrods, y llevaba siempre ropa que me parecía preciosa: vestidos de seda, zapatos de gamuza, sombreros de velito, con una alfiler de oro a un lado. Mamá decía que era una pituca engreída. Pero me dejaba ir a jugar con Gabriela casi todos los días. Después me preguntaba qué me habían dado de comer con la leche de la tarde. Si sólo era pan con manteca, se quejaba de lo agarrados que eran los tanos. Pero yo sabía que en casa había poco dinero y que a mamá le parecía bien que frecuentara a los Gobiello. Mi padre, al que yo no conocía, la había dejado antes de nacer yo. De eso no se hablaba nunca. Mucho después, cuando yo ya me había ido a Europa, él volvió a casa, viejo y enfermo. Mi madre —es difícil de creer, pero es así, y además tiene que ser así— lo aceptó como si lo hubiera estado esperando. Yo no lo quería conocer; si nunca había tenido padre, cómo iba a tenerlo ahora.

Enrico me guió hacia el comedor, que estaba ataviado como para una fiesta, con manteles bordados, copas de cristal, platos de porcelana: todos los regalos de boda. Enrico se sentó a la cabecera, y yo a su derecha. Con el primer plato, los macarrones, sirvieron un espumante muy ligero. La salsa me pareció una obra de arte. Pensé que Anna me la habría enseñado tarde o temprano, que habríamos cocinado juntas en la esplendente cocina. Pascuale se salpicó de salsa, como antaño. Ahora no me molestaba. Al contrario. Me gustaba saber lo que él no sabía, recordar más que él. ¿O quizá él recordaba a aquella niña silenciosa que era amiguita de Gabriela y estaba siempre en casa de los Gobiello? No lo pude descubrir. Aquellos ojos fijos eran totalmente inexpresivos. El vino nos hizo más comunicativos. Nadie me preguntó nada, pero yo hablé con mucha soltura de María Gobiello, con mucha más soltura que si hubiera hablado de mi verdadera madre. Les conté que mi abuelo Giuseppe le llevaba para su cumpleaños, que era el 5 de diciembre, un enorme ananá, de olor exquisito, y que mi madre lo pelaba y lo cortaba en la cocina, mientras el abuelo tomaba mate, y que luego lo empapábamos de ron y lo metíamos en la heladera. Era una historia que sabía por Gabriela; nunca estuve en casa de los padres de Gabriela, porque a Gabriela la dejaban en lo de los abuelos cuando la madre se iba a trabajar, al mediodía, y yo, que vivía al lado, pasaba las tardes allí. Siempre tuve ganas de probar el ananá con ron. A Gabi no le gustaba, porque le hacía arder la garganta. También hablé de mis tías Gobiello, de sus hijos y sus extravagancias. Pascuale recordaba a todos perfectamente. Creo que pasamos revista a toda la familia. Yo hablaba despacio para que me entendieran al menos algo. Mi tío Pascuale era el único que hablaba español, al principio con tropiezos, luego mejor y mejor. Aparte de sus años en la Argentina, en sus buenos tiempos de jubilado había pasado unos cuantos

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El marido de María Gobiello era un buen mozo muy moreno, bien plantado. Los dos me parecían de cine. Gabriela y yo hicimos juntas toda la escuela primaria y toda la secundaria. Ninguna de nosotras tenía hermanos; como, por pura casualidad, llevábamos el mismo apellido, Gutiérrez, mucha gente creía que éramos hermanas: Gabriela y Sandra Gutiérrez. A nosotras nos gustaba parecer hermanas. En los malos momentos de mi vida hubiera dado cualquier cosa por recuperar a Gabi, su risa ácida, sus definiciones tajantes que tenían la ventaja de ponernos a las dos por encima de todo y de todos. Siempre he recordado la tarde en que Pascuale llegó de Italia. Yo estaba en lo de Gabriela, y debía de ser verano, porque jugábamos en el patio. Me parece que el abuelo de Gabriela, Giuseppe, había salido hacía horas, y supongo que había ido a esperar a su sobrino al puerto. El abuelo de Gabriela iba siempre con cuello duro y una perla sujetándoselo, hasta en pleno verano. Yo al principio le tenía miedo, como nos pasaba a todas las amigas de Gabriela. Muchas no iban a casa de Gabriela por eso. Pero la Gabi me había asegurado que el abuelo era un alma de Dios. La Gabi juzgaba a los mayores con un poco de pena, como si fueran tontos, o enfermos. A mí eso me impresionaba mucho. Hasta donde me alcanza el recuerdo, yo siempre quise ser como Gabriela. Estábamos jugando en el patio y no sé si sabíamos que esa tarde iba a pasar algo fuera de lo común. No recuerdo nada especial, no recuerdo, por ejemplo, que la abuela de Gabi encerara los pisos ni amasara macarrones. Entonces se abrió la puerta del vestíbulo, que era de vidrios de colores, y entraron el abuelo y Pascuale. Lo que recuerdo de Pascuale es esa cara triangular, con la gran boca justo donde el triángulo se estrechaba, los pelos tiesos, los ojos redondos y fijos. El abuelo era del mismo color, pero sólido, con los labios finitos y anteojos; tenía siempre un cigarro en la boca, y apestaba. Salió la abuela de Gabi y el abuelo le presentó a Pascuale, que hablaba italiano. Gabi y yo, sentadas en un rincón del patio, entre las calas, los mirábamos a todos, me imagino que fascinadas. Pascuale subió por las escaleras un baúl medio zaparrastroso. No paraba de hablar con el abuelo, pero en cuanto se acercaba otra persona se quedaba mudo. Yo, aunque era tan chica, le tuve pena porque no podía hablar. Estaba habituada a ver llegar extranjeros, y, sin embargo, qué pena me daban, siempre callando y pidiendo permiso. Creo que fue esa misma tarde cuando ayudó al abuelo a retorcer el mantel azul. Los manteles eran tan grandes (siempre había más de diez personas a la mesa en lo de los Gobiello, entre hijos, yernos, nueras, niños, y futuros yernos y nueras) que la abuela no los podía retorcer; se necesitaban dos hombres. Recuerdo al abuelo Giuseppe y a Pascuale, en la terraza, uno en cada punta del mantel azul. Puede haber sido otro día, pero para mí esa imagen forma parte de su llegada. Gabi decía que tenía olor a transpiración y se escapaba de él como de la peste. Y me parece que María tampoco se sentía muy feliz al lado de él, aunque disimulaba. Siempre pensé que a los Gobiello, que tenían dinero y ciertas pretensiones, les molestaran esos parientes de Italia, todos ellos toscos y feos y muertos de hambre. Ahora el tío Pascuale se había vuelto bastante fino, con la edad y los viajes. Yo hablaba casi exclusivamente para él; los otros pensarían que porque él me entendía mejor, pero en realidad me sentía ligada a aquel hombre que había sido Taraleti, lo veía sentado enfrente de mí, exactamente como ahora, en la enorme mesa de mantel a cuadros de los Gobiello. Veía las botellas de vino, los sifones, los platos rebosantes; recordaba el bullicio y la dicha de la familia grande. Al abuelo, que se sentaba en la cabecera con una servilleta atada al cuello, se le servía primero siempre. Taraleti comía vorazmente; jamás hablaba ni posaba en nadie sus ojos fijos. Ahora, ennoblecido por el tiempo y la prosperidad, sirviendo de intérprete a una visitante de América, dueño de casa, anfitrión, tenía por momentos, sin embargo, el mismo aire azorado de aquellos tiempos. Cuando íbamos por la fruta —unas peras enormes que, según Enrico, eran falsas, porque no habían crecido al sol, sino debajo de un plástico—, Anna insistió en llamar a los hijos de Pascuale para que me conocieran. Él la dejó hacer. Tardaron en llegar. Nos dieron tiempo a comer la fruta, los pastelitos de babá y la pastiera que fue a comprar Enrico, todo regado con el tercer espumante, que resultó ser el mejor. La hija de Pascuale se parecía notablemente a Gabriela. Era igual de alta y de morena, con ojos claros (la marca de la familia) y esa fragilidad bien escondida, esa necesidad de no conmoverse por nada. Me miró mucho, sin disimular.

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La hija vino sola, pero el hijo apareció con su mujer, que evidentemente no tenía ganas de estar allí aquel día a aquella hora. Para acortar las cosas, fueron muy amables, me hicieron algunas preguntas, me sonrieron mucho, y en cuanto pudieron se fueron. En toda la tarde no nos levantamos de la mesa: los que llegaban se iban agregando, y Anna les daba café. Al final de la tarde, cuando volvimos a quedarnos los cuatro solos, les hablé de mi marido. No les hablé del marido de Gabriela, sino del mío, porque a esas alturas yo había olvidado que ellos no eran mi familia, y quizá también ellos lo habían olvidado. Les conté la muerte de mi hijo. Anna se levantó, dio la vuelta a la mesa, y me abrazó con tanta fuerza, que me clavó los dedos en el hombro y me hizo daño. Ya no había sol en el balcón, y se anunciaba el anochecer. Los silencios se alargaban. Cuando dije que ya era hora de volver a Nápoles, mis tíos no intentaron retenerme. Me preguntaron para cuándo tenía pasaje de vuelta a París, donde les había dicho que vivía, y no supe qué contestar. Es raro eso de poder decir cualquier cosa, menos la verdad. Yo no tenía pasaje de vuelta. Miré a Enrico y él apartó la vista otra vez. No quería irme. Esperé un rato, pero el silencio se fue haciendo más y más agobiante, y la jovialidad de Anna no lograba que reanudáramos la conversación. El tío no parecía cansado ni aburrido, pero callaba. Enrico dijo que me acompañaría a la estación, a tomar el tren de la Circumvesubiana de vuelta a Nápoles. Antes de salir, me refresqué la cara en el baño resplandeciente. Después tardé un poco en ponerme el abrigo y en despedirme de aquella casa. Abracé a Pascuale y Anna varias veces. Bajaron hasta la puerta de calle, donde nos abrazamos de nuevo, y luego Enrico y yo caminamos en silencio las dos o tres cuadras que nos separaban de la estación. Pascuale é bravo, dijo Enrico. Estaba por caer la noche, pero todavía había luz, una luz magnífica. La estación era muy pequeña, era una plataforma, en realidad, con una salita y un reloj, en el medio de la calle. Detrás, a un paso, estaba la montaña marrón y azul, enorme. Recuerdo a Enrico, su traje impecable, su corbata de seda, sus ojos que no me miraban, lo recuerdo en esa luz, con la montaña al fondo, embellecido por el cansancio y por el esplendor de la tarde. Me compró el billete. Faltaban veinticinco minutos para el próximo tren. Gabi decía con desprecio que los sobrinos del abuelo venían “de la montaña”. De esta montaña. Le dije a Enrico que la montaña era hermosa. Bella, bella, me aseguró él. Y entonces, hablando muy despacio para que le entendiera, me contó que había estado de visita, hacía ya muchos años, la sobrina de Pascuale, Gabriela. Gabriela, la hija única de María, la nieta mayor del tío Giuseppe. Pobre Gabriela, dijo Enrico, morir tan joven. Hacía varios años ya de la visita, porque Anna y Pascuale acababan de casarse. A Gabriela le había gustado mucho la montaña, dijo Enrico. Pascuale, que entonces estaba muy bien y podía manejar, la había llevado a conocer el pueblo y a recorrer la Campania. Había venido con el marido y con los niños, que eran preciosos. Pobre Gabriela, repitió Enrico. No me preguntó quién era yo. El tren llego a la hora exacta. Me despedi de Enrico con dos besos. Él me miró —ahora sí—, y sonrió, y encogió un poco los hombros, como hacen los italianos. Yo repetí el gesto. Había comido mucho, y bebido mucho, y me dolía la cabeza. Pero estaba contenta. Me había sentido muy bien en casa de Pascuale. Desde entonces pienso en escribirle, para agradecerle la hospitalidad, pero temo que se asuste y crea que voy a aparecerme de nuevo, y que otra vez comeremos cinco platos con tres vinos, y hablaremos mucho, y le contaré más cosas de los parientes de Buenos Aires, y luego me iré a desgana, dejándolos a él y a Anna confundidos y tristes, y Enrico me acompañará a la estación a tomar el tren de la Circumvesubiana de vuelta a Nápoles para irme quién sabe adónde, mientras ellos se quedan en la que debería ser, también, mi casa.

Graciela Reyes es escritora y profesora de lingüística en la Universidad de Illinois en Chicago. Es autora de Poemas para andar por casa, Reflexiones de una mujer sola, Que la quiero ver bailar y Cuentos de amor.


Entrevista con Luis J. Rodríguez Joel Soto Para el escritor Luis Rodríguez el haber sido expulsado de su casa y de su escuela, en el barrio del Este de Los Ángeles, el haber crecido entre la pandilla y las drogas, fue la catapulta que lo lanzó a una lucha feroz contra esos fenómenos. El escritor de Always Running no esconde su pasado lleno de violencia y de prisiones, y más aún, lo usa como ejemplo en las prisiones a donde ahora, muchos años después, regresa como consejero y organizador de lecturas para los prisioneros. En entrevista telefónica Luis Rodríguez nos comparte un poco sobre su trabajo con la juventud. ¿Luis, que es Tía Chucha's Café Cultural y cuales son las metas de este lugar? Es varias cosas a la misma vez, es un café-librería, es una galería y también un lugar con eventos organizados para la comunidad. Pues las metas al crear este lugar cultural llamado así, Tía Chucha's Café Cultural en el Valle de San Fernando son tener un espacio en donde los jóvenes y sus familias puedan tener acceso a la cultura y al arte por medio de la danza, la poesía o la música. Yo pienso que el arte y la creatividad son la mejor manera de cambiar las vidas violentas y así también dar un camino sano a estas comunidades. ¿Cuáles son los programas que se ofrecen? Tenemos talleres, es algo diferente cada día de la semana, los miércoles, por ejemplo, tenemos películas, los lunes son de danza azteca, los viernes son de poesía de la comunidad, open mic como le dicen. Ahí la gente puede cantar o leer, está abierto a la gente y los sábados tenemos música y también tenemos lecturas de autores y pláticas de trabajadores sociales y comunitarios que quieren hablar con la comunidad para dar consejos sobre la salud o emigración o cualquier cosa que ayude a esta gente a tener más información con el fin de beneficiarlos. ¿Cómo se hace la selección de todo esto que se imparte? Pues son diferentes géneros en todo, porque diferentes personas tienen diferentes intereses. Por ejemplo, finanzas, gente que viene a impartir consejos para poder vivir mejor económicamente en este país. O si a alguien le interesa aprender sobre los mayas pues se imparte algo sobre los mayas. Tratamos de tener variedad, en música tenemos rock, salsa, hip-hop. Aparte, todos los que trabajamos aquí lo hacemos voluntariamente, nadie recibe dinero, es un esfuerzo de todos. ¿Me podrías hablar un poco sobre la revista Xispas? Xispas es por ahora una revista interactiva solamente, ojalá podamos en un futuro tenerla impresa. Trata exclusivamente sobre la cultura chicana, no para negar las otras culturas latinas o hacerlas a un lado ni mucho menos, sino para darle un enfoque a esta comunidad que tiene mucha historia y raíces. Darle voz a muchos aquí en los Estados Unidos que se ven a sí mismos como chicanos, que son más o menos los hijos de los inmigrantes mexicanos que han logrado formar una cultura única con la unión de dos distintas. Y pues todo esto es lo que tratamos de mostrar en este sitio de internet. ¿Hay planes de hacer algo como el café cultural o la revista interactiva en otros lugares? Pues sí, aunque la verdad es un poco difícil tener y mantener lugares como estos, pero ojalá se pudiera y pues se está planeando hacerlo en el Este de Los Ángeles y muchos otros barrios que quieren lo mismo, también en Chicago me lo han mencionado muchas personas. Por ahora nuestro propósito es poder tener nuestro propio edificio con espacio para un pequeño teatro, con equipo cinematográfico, equipo de radio, equipo musical y así poder ampliar todo nuestro potencial en los próximos 10 años.


¿Ahora podrías hablarnos un poco sobre tus visitas a las prisiones? La mayoría del tiempo son lecturas que yo hago sobre mi vida, de mi pasado, el haber sido un pandillero, un drogadicto y el proceso de cómo cambié mi vida, el poder tener propósitos y objetivos, porque muchos, la mayoría de estos jóvenes, no tienen ningún tipo de apoyo ni metas fijas en su vida y están dispuestos a matar o a morir. Mi propósito con estas visitas es darles una esperanza, otra visión poniéndome como ejemplo de que sí es posible cambiar sus vidas si saben que hay cosas más buenas, si se lucha por conseguirlas, hay caminos más viables. Pero también hago mis talleres de poesía, muchos de estos prisioneros son excelentes poetas. Y el objetivo también es que escriban o pinten, que hagan arte y por supuesto escucharlos, muchos de estos presos no tienen familia o les han dado la espalda y la idea es esa, darles un espacio para expresarse y que puedan cambiar sus vidas. ¿Como es la reacción de los prisioneros? Tengo ya como cinco años haciendo estas visitas y nunca he tenido ningún problema con ninguno de los presos, siempre están dispuestos a escucharme o a platicarme algo, me han tratado muy bien. Si ellos miran que alguien tiene interés en ellos entonces están dispuestos a abrirse y platicar sobre lo que está pasando en su vida, entonces puedo decir que la reacción que he encontrado en todas mis visitas, pues, es positiva. ¿Por qué crees que a pesar del alto y rápido crecimiento de la comunidad latina en este país no se está demostrando el mismo crecimiento en campos importantes como la política o el número de estudiantes en las universidades? Yo creo que hay muchas barreras, barreras de adaptación social, los problemas económicos. Muchos emigrantes mexicanos o centroamericanos vienen con el propósito firme de trabajar por sueldos muy bajos y poder así tener una vida más establecida económicamente. Es difícil, pero con el tiempo y mucha lucha esas barreras se están cayendo. El objetivo es no dejar de luchar, porque aunque seamos una comunidad grande aún nos quedan muchas cosas por lograr. Los jóvenes tienen que entender que si luchan y se organizan pueden lograr mucho más de lo que creen aunque muchas veces les falta el valor y más que nada el apoyo para hacerlo. ¿Cuál es tu opinión sobre todos estos jóvenes latinos que están siendo enviados a Afganistán o Irak? Yo pienso que la guerra es algo muy feo, que no tiene sentido y el problema es que todos estos jóvenes están combatiendo por algo que no los va a beneficiar. El conflicto es más bien interno, como país no estamos unidos y estamos involucrados los latinos en esta política. Muchos de nuestros jóvenes están ahí porque creen que van a tener trabajo o un nivel de educación más alto, pero el precio a pagar es muy caro, muchas veces sus vidas. A estos jóvenes le venden eso, que tienen que arriesgar su vida para poder vivir mejor. ¿Por qué escribir libros infantiles? Lo que pasa es que en muchas visitas que hice a escuelas primarias con un alto número de niños latinos me di cuenta que no hay muchos libros para ellos, es decir, sí 22

hay muchos libros infantiles pero no cuentan historias con sus vidas y sus relaciones, las imágenes que miran ahí no tienen sus caras ni muestran su entorno, entonces pensé que debe ser muy difícil para ellos conectarse con libros que no muestran lo que son ellos. Creo que es muy bueno ver cuando uno es niño o joven que tu comunidad, tus relaciones, tu color o tu cara tienen un valor. ¿Cómo nacen tus poemas, tus relatos, tu escritura en general? Pues yo viví en este país con la misma cosa, yo vine de México cuando tenía dos años, llegamos a El Paso Texas desde Ciudad Juárez. Llegué a las escuelas nada más hablando español, pero en ese tiempo no se podía hablar español, me golpearon, y es que se creía que hablar español o ser mexicano o chicano era algo muy malo, entonces era difícil poder buscar un lugar. Yo me involucré en las pandillas pensando que ahí podría lograr un buen nivel de respeto, de valor, pero ya después cuando estaba muy involucrado me di cuenta que no es eso lo que se obtiene. Ya después sucedió lo del movimiento chicano, que en realidad estaba haciendo algo por el beneficio de la comunidad y eso me ayudó mucho. Me mantenía fuera de la pandilla, fuera de las drogas y es ahí cuando nacen mis primeros poemas. Fue el haberme dado cuenta que yo tenía algo que expresar sobre mí y mi comunidad, mis amigos y mi familia. Primero fue la poesía y ya después fueron libros de crónicas, de memorias, de cuentos, y una novela que ya saldrá el año que viene que se llamará Music of the Mills. En una entrevista mencionaste que entre tus lecturas favoritas están el Popol Vuh y Pablo Neruda, ¿por qué? Pues es un poco por lo que mencionamos antes, los libros que llegaron a mí durante mi infancia o juventud eran libros de anglosajones y para anglosajones. No conocía libros como el Popol Vuh que tienen miles de años de existencia y conexiones y raíces muchas más profundas que me interesaban e identificaban a mí. Ya después, cuando intentaba saber y aprender más fui a talleres y hablé con otras personas que me dieron libros de Neruda o de García Márquez u Octavio Paz y entonces siento que mi trabajo como escritor tiene muchas similitudes con todas esas voces, con esos personajes, yo los veo como un ejemplo a seguir. ¿Cuáles son tus planes en un futuro no muy lejano, en que estás trabajando ahora? Por ahora son la novela que ya te comenté y al mismo tiempo estoy trabajando una colección de poemas que también se publicarán el año entrante. Y uno de mis propósitos es hacer el guión de mi libro Always Running para hacer la película, aunque será un poco difícil porque necesito mucho dinero y pensamos hacerla independiente. Hay mucha gente dispuesta a colaborar y ayudar, también, por supuesto, espero poder seguir con Tía Chucha y poder expandirnos más para seguir apoyando a más jóvenes y comunidades. Y ojalá que lo que estamos haciendo pueda servir como inspiración para otros, para poder ayudarnos entre nosotros mismos a lograr una comunidad mejor, un mundo mejor, somos un gran poder en este país pero muchas veces estamos en conflicto, estamos fracturados no estamos conectados y lo bueno sería poder lograr un buen nivel de unidad para poder superarnos y poder caminar en un mejor camino para todos.

Joel Soto es periodista radicado en Chicago.


Las vicisitudes

José Castro Urioste De por sí ya es sugerente el simple y complejo hecho de tener en las salas cinematográficas una película completamente en castellano que ha sido producida por HBO. Esa opción linguística se ajusta, por supuesto, a la historia que se relata (la de una joven colombiana que llega a Nueva York), pero también a esa serie de variables que consideran los productores al financiar un largometraje. La película en mención es Maria full of grace, ganadora del Dramatic Audience Award en el Festival de cine Sundance de este año, y ganadora también de varios premios en el Festival de Berlín, incluyendo el de mejor a actriz para Catalina Sandino Moreno, la protagonista. Su director, Joshua Marston, no es, curiosamente, colombiano como los personajes de su película. Es de origen judío y ha radicado en Berkeley, Chicago, París, Praga, y en los últimos diez años en Nueva York. Así y todo, ha logrado construir en su película un ambiente, un diálogo, y en cierto casos, una existencia, que resulta, según testimonio de amigos y colegas colombianos, totalmente auténtica. La historia de este primer largometraje de Marston es la de una joven de diecisiete años de un pueblo de Colombia, María, quien ingresa a Estados Unidos llevando bolsitas de droga en el estómago. Además, María está embarazada cuando hace este viaje. A partir de ello se puede comprender la ambiguedad que se instala detrás del título. La primera interpretación, la más obvia, es que ese “full of grace” con que se califica a María, sería la droga que lleva en su interior. Pero las posibilidades de significado van más allá. El calificativo también expresa la capacidad y el talento de María para enfrentarse y superar las adversidades que constantemente se le presentan en la vida. Finalmente, y por qué no, ese “full of grace” es el hijo que María lleva en sus interiores, el cual la motivará a hacer decisiones fundamentales en su vida. La primera parte de la película, aquélla que se desarrolla en el pueblito colombiano, describe el contexto social en que vive la protagonista, el cual, en última instancia, es el que la impulsa a tomar la decisión de transportar droga en el estómago. Por un lado, se encuentra una familia asfixiante, incomprensiva, que se aprovecha de lo poco que gana María (resulta sintomático que no exista la figura paterna en este núcleo familiar). Por otro lado, se halla el trabajo que tiene las misma características que la familia; trabajo al que María renunciará posteriormente debido al mal trato. Tanto la familia como el centro laboral representan, por tanto, entidades que destruyen las posibilidades de una vida mí-

nimamente plena. Como parte de este contexto, cabe agregar la relación amorosa de María, en la cual tampoco encuentra ninguno sustento. Vale la pena mencionar la escena en que ella desea hacer el amor sobre un techo para estar más cerca del cielo. María sube hasta ese techo; el novio se queda abajo y finalmente se va. La escena refleja las distintas ambiciones de los dos adolescentes. En todo caso, el contexto en el que se encuentra María es el de un “callejón sin salida”, un contexto sin alternativas ni posibilidades hacia el futuro, y es esa carencia lo que la motiva a arriesgarse a transportar droga. Definitivamente, las secuencias en las que la protagonista traga las bolsitas con la droga (sesenta y tantas) y el viaje hacia los Estados Unidos son las que contienen una mayor intensidad dramática. Joshua Martson opta por presentar cuatro personajes femeninos (María y tres personajes secundarios) que viajan en el mismo vuelo traficando droga en el interior de sus cuerpos. De ese modo, se expresan cuatro historias y cuatro destinos. Una de ellas muere, probablemente porque una de las bolsitas se le rompió en el estómago; otra es apresada al llegar a Estados Unidos; la tercera regresa a Colombia; María opta por quedarse en Nueva York. Creo que el final de Maria full of grace posee la virtud de ser lógico y coherente (y me refiero a la lógica interna del relato) y también sorpresivo. Hacia el final de la película la protagonista adquiere mayor conciencia del hijo que lleva en su entrañas. Ello se debe, en parte, a que ve a su futuro primogénito en una ecografía. Y también se debe a la confesión que le hace una mujer colombiana que está embarazada: a pesar de la nostalgia por su cultura, ella ha decidido vivir en EE.UU. por su hijo. María, finalmente, hace la misma opción. Se queda en Estados Unidos porque cree no tener un futuro (ni para ella ni para su hijo) en su sociedad de origen, y cree poder tenerlo en otra sociedad.

de

María

Hasta aquí he planteado algunas consideraciones sobre el contenido de Maria full of grace. Pero ese contenido toma relieve precisamente a partir del manejo formal de los distintos lenguajes que confluyen en el cine. La construcción del guión, por ejemplo, expresa claramente un gran habilidad en el uso de la causalidad en las secuencias narrativas. Ninguna escena es gratuita en Maria full of grace. Muy por el contrario, toda escena produce, causa, que se abran o cierren posibilidades de elección del personaje. Definitivamente, este manejo de la causalidad en la dramaturgia —a la manera de un reloj suizo— hace que la audiencia continúe con atención el desarrollo de la historia. Asimismo, la cámara se mueve al ritmo propio de los paisajes que describe: con un ritmo pausado cuando se trata del pueblito de Colombia; con rapidez en el retrato de Bogotá; usando contrapicados para dar cuenta de los rascacielos de Nueva York. Finalmente, el uso de la música popular se transforma en un elemento fundamental para construir ese ambiente de autenticidad al que me referí al principio. Visto así, Maria full of grace va más allá de la historia de transportar drogas ilegalmente. Es, sin dudarlo, un retrato del sujeto inmigrante: de las causas que lo obligan a alejarse de su cultura, de la búsqueda de un futuro en otra sociedad. A fin de cuentas, este es uno de los fenómenos contemporáneos que caracterizan a las sociedades latinoamericanas como también a la estadounidense.

José Castro Urioste es narrador y dramaturgo, autor de la novela ¿Y tú qué has hecho?

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Benítez

e Ibargüengoitia

en torno a Hidalgo “Los viejos enemigos —escribe Fernando Benítez— estaban frente a frente. Los mundos enemigos chocaban con fuerza y el odio que el sistema colonial se había empeñado en fomentar durante tres siglos, desbordaba sus cauces en una inundación incontenible” (La ruta de la libertad, Partido Revolucionario Institucional, México, 3ª ed., 1976, p. 86. Este 16 de septiembre se conmemora un aniversario La segunda edición, con el sello de Era, data de 1964). más de la Independencia de México. El siguiente ensayo En ese escenario de ánimos exacerbados por la ignominia hace una revisión crítica de dos perspectivas del coloniaje y las pugnas étnicas, la convocatoria de Hidalgo de ese momento histórico. se transforma en un grito de gesta emancipadora. La naturaleza de los acontecimientos en cuya cresta él se convierte en A Gastón García Cantú. In memoriam caudillo es épica, y su desenlace, trágico. Legendarios sucesos salpicados también por lo nimio y por lo chusco y por el error México emerge en un grito genésico. El llamamiento de Miguel inexplicable —ingredientes adicionales de la grandeza de la Hidalgo la madrugada del 16 de septiembre de 1810 se convirvida. tió en una proclama fundadora: en el suelo de la vasta moviliEn la efemérides se ha consagrado a Miguel Hidalgo como zación popular desencadenada empezó a echar raíces la verdael Padre de la Patria, hipérbole ilustrativa del afán que omite dera índole de nuestro ser nacional. El punto de partida mexila totalidad sociopolítica de la que son vástagos los personajes cano no es, de tal suerte, la Conquista ni la Colonia sino la extraordinarios. Historia de bronce: mistificación que inmoviRevolución de Independencia. liza a los héroes en estatuas del panteón oficial, ya despojadas La onda expansiva del mítico grito libertador fue instantásus hazañas de cualquier nexo con la circunstancia actual. Hisnea, y su perdurabilidad histórica proviene de su resonancia toria de bronce: anulación de la analogía, proscripción del anásimbólica. No sólo repercutió diversamente en la conciencia lisis comparado, cancelación de los puentes que revelan la hisdevastada de los indígenas y en la ambición vilipendiada y toricidad del presente y la actualidad del pasado. agazapada de los criollos; también dejó entrever un proyecto Las lecciones de lo acaecido (en mi memoria perviven las que encarnaría acto seguido en José María Morelos: la conspalabras de García Cantú) se asimilan de dos formas: mediante trucción de un país predominantemente mestizo —vencidas el conocimiento (en el cual se entrelazan la historia y el mito, en su lecho las tentaciones de desindigenizar la rasposa patria el rigor historiográfico y los vislumbres de la prosa de ficción) naciente—, con la condición de que el orden colonial fuera y por la intuición que pone en relieve insólitos paralelismos. desmontado y sus cimientos destruidos. La analogía histórica no necesariamente se establece por concordancia entre una y otra épocas, sino, por ejemplo, por la similitud en los errores o por la semejanza en los anhelos. Quizá imbuido del propósito de “humanizar” a los personajes de la Independencia, Fernando Benítez emprendió en La ruta de la libertad un recorrido por los caminos y ciudades en que batalló, venció y perdió la muchedumbre de Hidalgo, a la luz de la situación prevaleciente 150 años después (la primera edición, de Publicaciones Herrerías, tiene el pie de imprenta de 1960). Ni tratado de historia ni relato de ficción, La ruta de la libertad, mediante un uso desaliñado de los recursos del reportaje y de la crónica, describe a grandes rasgos la atmósfera asfixiante del régimen colonial y el descontento que desemboca en la insurrección precariamente armada de las huestes de Hidalgo. Benítez evade sin embargo las posibilidades de la comparación y la semejanza, una vez establecidas las obvias singularidades de ambas épocas. El México en el que se ejecuta la represión gubernamental en contra del movimiento ferrocarrilero (botón de muestra en la camisa sexenal ensangrentada de López Mateos) destaca por su carga despótica, pero la visión del autor asombra por lo que excluye y hostiga por lo que soslaya. ¡Qué comodino es el alcance de sus observaciones, efectuadas mientras recorre en automóvil Celaya, Guanajuato, Dolores Hidalgo, Irapuato, Guadalajara...! Periodista supuestamente sagaz, Fernando Benítez

Mario Raúl Guzmán

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Benítez no ve señal alguna de la expoliación de los productores agropecuarios, sino únicamente “rezagos atendibles” mediante la ideología de la acción gubernamental como caridad pública y de la resolución de los conflictos a través del asistencialismo —forma siempre diferida de “canalizar recursos” sin tocar la raíz social. Así, uno lee con estupor lo que sigue: “Las nubes de mendigos que caen sobre el viajero, la vista de los muchos pobres y de los niños y mujeres vestidos miserablemente, indican la obligación [sic] de llevar nuevas técnicas y mayores recursos al campo, como la única forma de apoyar este indudable progreso y satisfacer las necesidades de una población siempre creciente” (op. cit., p. 58). En La ruta de la libertad la interpretación de la realidad rural mexicana oscila entre la estulticia anterior y la banalidad de la postal turística: “(...) algunos pueblos tienen cine, billares y sinfonolas, pero todavía gran parte de los campesinos, vestidos de manta, se inclinan sobre el arado egipcio y las carretas, jaladas por bueyes, rechinan en los senderos transitados por rebaños de ovejas y de cabras” (pp. 101–102). Brillan por su ausencia los cacicazgos priístas y las redes clientelares de mediación institucional, unos y otras rasgos fehacientes del patrimonialismo estatal que encharcaba el paisaje patrio a 150 años del Grito de Dolores. Y cuando Benítez advierte la transformación de las ciudades otrora recorridas por Hidalgo, su lucidez nomás le alcanza para apuntar que se trata de “naturales aunque crueles modificaciones” (p. 116). No, no han sido modificaciones naturales sino urbanicidios perpetrados por el crecimiento sin planificación y desde luego por los afanes depredadores del capital inmobiliario, a la sombra cómplice de los gobiernos posrevolucionarios. En el tour de Benítez la superficialidad se entrevera aquí y allá, tras la milpa, con el dato parcial; al mencionar, por ejemplo, el fenómeno lacerante de la emigración campesina a Estados Unidos (pp. 129–130) recoge sólo una fuente testimonial (un propietario que se explaya en el prejuicio), error inadmisible en un reportaje —una de cuyas virtudes es precisamente la pluralidad de voces. En síntesis, La ruta de la libertad es una fallida recreación de la gesta independentista desde la perspectiva actualizadora del periodismo. No sin antes describir algunos rasgos del carácter de Hidalgo (“un suave humorista dotado de excelente apetito”, “teólogo doblado de humorista”), Benítez pone fin a su libro con un parrafito tan mistificador como las peores historias de bronce: “Chihuahua despierta y despierta todo el país, un México lleno de contrastes y esperanzas, un México que es libre gracias a ese pequeño anciano que cayó aquí, bañado en su sangre, hace 150 años” (p. 155). Por fortuna, Hidalgo es tan explorable en sus múltiples facetas que su figura ha sobrevivido a las andanadas retóricas y a los panegíricos almidonados. También a las diatribas, proferidas y ensayadas con desigual fortuna por, entre otros, Abad y Queipo en sus días y Jorge Ibargüengoitia en los nuestros. La extrema virulencia del edicto de excomunión lanzado por el obispo de Michoacán contra el cura Hidalgo se corresponde con la mentalidad colonial de la Iglesia y es asunto ya abordado por los historiadores. Otra cosa es la novela de Ibargüengoitia Los pasos de López (Joaquín Mortiz, México, 5ª reimpresión, 1991), una venenosa “puesta en escena” presuntamente paródica. No es una novela histórica, porque este género desprende de la singularidad de una época específica la excepcionalidad en la actuación de cada personaje. Historia novelada tampoco, ya que todas sus páginas rebozan una comicidad mortecina enderezada contra la chusma que, difuminado el mosaico étnico por artimaña del autor, ni a coro de la tragedia llega. En el territorio del improperio también se libró la guerra de Independencia, y de aquella pólvora humeante son testimonio estas palabras del propio Hidalgo: “No habrá inquisidor gachupín, ni arzobispo gachupín, ni virrey gachupín, ni rey gachupín, ni santo gachupín...” (véase La ruta de la libertad, p. 102). Con un sentido del humor que remeda al del escritor inglés Evelyn Waugh, Ibargüengoitia no rastrea en el lado risible del espíritu de esa época los materiales con los cuales es dable construir un escenario donde a todos los personajes se les puede hacer llevar puesto el vestuario del ridículo; no, él sólo mete las manotas y con el arcabuz dispara hasta el hartazgo


contra uno de los bandos: los indios, mulatos y mestizos insurrectos y su caudillo Hidalgo, unos y otro estigmatizados. Sin la formidable chispa panfletaria que semejante propósito reclama para su cumplimiento, en Los pasos de López la intentona aviesa queda en cizaña de mentecato. (Cito no a pie de página sino entre los ganchos de hierro del paréntesis: “La primera novela de Waugh, Decadencia y caída, es modelo indiscutible de Los relámpagos de agosto, con las mismas trama, estructura y hasta el mismo final, sólo que con anécdotas y ámbitos diferentes. No puedo leer a Ibargüengoitia, excepto en La ley de Herodes y Dos crímenes, sin recordar algún pasaje de las novelas de Waugh, y a veces le salen bien y a veces muy mal al mexicano [...] Ibargüengoitia calcaba y adaptaba a nuestro medio el lenguaje, el humor y la corrosión del inglés”. El autor de este hallazgo crítico es Eduardo Mejía: “Influencias, coincidencias y plagios”, en El Financiero, 8 de septiembre de 1997.) Que venga un comediógrafo y ejerza en libertad su derecho a burlarse de Hidalgo; pero está obligado a ridiculizar a Calleja. Sin antagonista no hay choque de contrarios; sin el brigadier Félix María, el novelista escamotea el conflicto verdadero (la monstruosa flor de la desigualdad fermentada en el jarrón del régimen de castas), y entonces la Independencia es el fruto estrambótico de un curita delirante. La estructura administrativa y estamental de la Colonia encarna en quien fuera virrey de 1813 a 1816. Si no dice ni pío del militar que derrotó a Hidalgo en 1811 en la batalla de Puente de Calderón, su burla no vale un tlaco. En Los pasos de López el gentío, los paisanos, los mineros, los arrieros, los indios son sobajados como chusma, y de su presencia anónima y multitudinaria sólo se consigna una cantaleta monocorde: “Viva el cura Periñón [Hidalgo], etc.”, “Viva la Independencia, etc.”. ¿Por qué emplea Ibargüengoitia el etc.? Porque su panfleto de gachupín expropiado oscila entre la burla y el desprecio; línea ágata tras línea ágata su malhadada ocurrencia es un dicterio a expensas de la historia. Miguel Hidalgo publicó en Guadalajara el decreto de abolición de la esclavitud, derogación de tributos, prohibición del uso del papel sellado y extinción de estancos. Ordenó que las tierras fueran entregadas a los peones, sin que pudieran volver a arrendarse; señaló un plazo de diez días para que los amos pusieran a los esclavos en libertad; nombró a un ministro de Estado, uno de Justicia, cuatro oidores, un representante diplomático en Estados Unidos y ordenó la edición de siete números del periódico El Despertador Americano. El decreto de abolición de la esclavitud es la piedra de toque del proyecto de Hidalgo. ¿Cómo lo aborda Ibargüengoitia? ¿Cómo “transforma literariamente” el hecho histórico? Veamos. “Fuimos primero a la cárcel en donde Periñón [Hidalgo] soltó a los presos, después cogió por un callejón que llevaba a las orillas de la ciudad, siempre seguidos por un gentío. Llegamos a la hacienda de Otates. El mineral estaba en los tanques y el agua lo cubría, pero nadie estaba haciendo la torta porque los arrieros se habían ido. Las mulas estaban en el corral. Periñón desmontó, fue a la entrada del corral, él mismo quitó las trancas, entró en el corral y arreándolas, hizo que todas las mulas salieran y no dejó que nadie las agarrara. Montó a caballo y explicó a la gente que lo seguía: “—Pongo en libertad esas mulas porque han sido

Desnudo de un mundo artificial Calor en el Hotel Reforma Iván Torrijos

Jorge Ibargüengoitia

maltratadas y usadas para beneficio de unos cuantos. “Las mulas se quedaron pastando en la orilla del río” (p. 138). Es de tal manera ostentoso el afán deletéreo de su gracejada, que nos ahorra transcribir pasajes similares. Puesto que en tres centurias de Colonia miles y miles de seres humanos no fueron sometidos a esclavitud, Ibargüengoitia se cree muy chistosito rebajándolo todo ¡...a un mero maltrato de mulas! ¿La opresión colonial no fue inicua, monstruosa, sino inocua, fársica? ¡Pues danos una ópera bufa! ¡Despliega vena jocosa, espíritu chocarrero! ¡No nos des gato simplón por liebre lúdica! “Es posible estar siempre injuriando sin decir nada que sea justo, pero no se puede estar siempre riéndose de un hombre sin dar de vez en cuando con algo chistoso”. Con estas juiciosas palabras Jane Austen nos precavió de esa clase de embustes. Ibargüengoitia escamotea la tragedia y se refocila en lo grotesco ya que supone que su astucia le da para pastar por encima de los hechos: en lo que nos envilece. Ridiculiza lo personal y borra la totalidad concreta por la que escurre el sudor de los protagonistas. El autor de Los pasos de López ni siquiera explora con los instrumentos del sarcasmo los límites del proyecto emancipador de Hidalgo y los suyos. Al soslayar la grandeza de la gesta independentista mediante el empleo de una voz narrativa que, ayuna de convicciones, se deja arrastrar indolente por la vorágine de los acontecimientos, en su libelo ignora la condición trágica de los hechos que son la plomada y el ladrillo con que un madral de gente empezó a construir una nación: no receptáculo de “esencia” o “ser” ontológico alguno, sino invención del espíritu verídico de un pueblo. No hay entonces conciencia histórica tras bambalinas sino dispersión anecdótica hasta en el vestuario: ponzoña caricatural. Para burlarse de los héroes trágicos hay que tener genio, hay que ser Aristófanes.

Mario Raúl Guzmán. Escritor mexicano, es editor de la revista de poesía La zorra vuelve al gallinero.

Hoy les platicaré de Juventino, mi primer amigo gay. El día que nos presentaron mi radar vibró como nunca, aunque en realidad no sabía si era o no de la “familia”. Debo aclarar que regularmente no me gusta indagar en lo ajeno, pero en este caso tenía un pretexto para investigar, se trataba de alguien a quien ya consideraba un amigo y también, era la primera persona en mi vida que a mi parecer, compartía más cosas en común conmigo que el simple rollo laboral. Pero, ¿Cómo descubrir si Juventino era gay o no?. El Señor me iluminó, decidí escribirle una nota que decía: ¿Juvens, eres gay?. Al otro día por la mañana me confrontó rápidamente “...jovencito, usted y yo tenemos una plática pendiente”, su respuesta fue... “Sí”. Me explicó además que tenía un novio desde hace ya tiempo. Así fue el comienzo de una buena amistad que hasta ahora nos une. Tú te preguntarás ¿Y a mi qué me importa la vida de este tipo? Bueno, ya casi llego al punto. Juventino se volvió muy importante para mí, fue como un maestro. Él me llevó a los primeros tugurios de mala muerte (no precisamente de ambiente gay) y también me dio las primeras clases sobre cuidado personal, auto aceptación homosexual y “perreo” profesional, esto último nunca lo comprendí del todo. En fin, un día Juvens me llamó por teléfono diciendo: “Creo que ya es tiempo de que me conozcas mejor”, luego me informó que había reservado una habitación en un hotel de la ciudad y que yo, y no su novio, era su invitado aquella noche. Estaba un poco impaciente. Llegamos al hotel, entramos al cuarto, él cargaba una mochila, se metió al baño, me dijo que me esperara, que me preparara, que me aguardaba una sorpresa, efectivamente lo fue. Lo que salió del baño minutos más tarde no era Juventino, me lo habían cambiado, ahora era ella y no él. Juventino me confesó que algunas veces solía vestirse de mujer por las noches. Se rió un poco luego de ver mi cara de espanto, luego tomó su bolso, se metió en unas zapatillas y, como si nada, salimos al encuentro de la noche. Caminábamos por Garibaldi, él intentaba explicarme la diferencia entre transvesti, transgénero o transexual cuando de repente, un ganguero que pasaba a nuestro lado le arrancó la peluca dejando al descubierto su pelo embarrado con kilos de gel que literalmente parecían lengüetazos de vaca. Sin importar lo anterior salimos nuevamente en diferentes ocasiones y aunque él disimulaba bastante ser un hombre vestido de mujer, la gente lo descubría, tal vez por su caminar o por su voz un tanto aguardentosa. Las reacciones eran de todo tipo, la mayoría negativas. Los gays sentimos la homofobia pero, creo que mucho peor es la transfobia, algunas veces incluso proveniente de la misma comunidad homosexual. Estamos tan acostumbrados a lo femenino y masculino que nos espantamos de lo diferente, sin dejar cabida a nada más. Nos mofamos de lo femenino que surge en un cuerpo masculino y viceversa. Ser “trans” verdaderamente requiere de valor ante los padres, la familia, los amigos, los baños públicos —hechos solo para hombres o mujeres—, el peso de las miradas en la calle, la vendedora de maquillaje, de zapatos o de ropa en un centro comercial, las mujeres que están en la fila esperando para probarse algo, el cajero en la gasolinera, los compañeros de trabajo, el empleador incrédulo de su capacidad laboral, la multitud que espera el show, la pareja insegura, el anhelo de una y, en algunos casos, el cirujano listo para efectuar el cambio físico tan esperado. Las personas que no encuentran una coordinación entre mente y cuerpo parecieran ser de otro mundo pero, por más complicado que parezcan, existen, son carnales y no son dementes. Ser gay, lesbiana o bisexual es de por sí ya difícil, imagina entonces la descomunal lata que viven las personas “trans”. Si deseas más información sobre la comunidad latina GLBT sintoniza el programa Homofrecuencia; se transmite todos los lunes de 8 a 10 P.M. en Radio Arte 90.5 FM. También puedes escucharlo en vivo a través de la Internet en la página: www.radioarte.org. Comentarios: ivanukor@yahoo.com

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Del paleolítico a la postmodernidad: Genes, dietas

Jochy Herrera Justo a la entrada del nuevo siglo, las estadísticas de salubridad en Norteamérica alcanzan cifras sin precedentes: el 31% de la población es obesa y dos tercios está en sobrepeso, como resultado, hay más de 15 millones de diabéticos; 300 mil personas al año mueren como resultado de ataques cardíacos, y mientras en el tercer mundo la gente intenta comer más, de lo poco que tiene, en Estados Unidos se hacen cien mil cirugías anuales para reducir el tamaño del estómago. Durante el curso de 2003 se invirtieron 117 mil millones de dólares en costos relacionados con la obesidad —incluyendo mil millones en pastillas de dieta— gastos al parecer incapaces de frenar una epidemia en aumento, y que, paradójicamente, ataca con más fuerza a la población minoritaria latina y afroamericana (los estados más afectados son precisamente los más pobres en el sureste de la Unión). Las minorías son más obesas no porque estén menos interesadas en ser saludables, ni porque dispongan de más alimento o porque su herencia lo dicte así: es que la pobreza no da acceso a buenas dietas ni a clubes de ejercicio. La salud individual está determinada, entre otras cosas, por el equilibrio entre genética y medio ambiente. La nutrición, la actividad física y la exposición a sustancias nocivas (como el tabaco) son culturales y controlables; la genética no lo es. Estudios antropológicos indican que en los últimos 15 mil años, el panorama celular humano ha cambiado muy poco: europeos contemporáneos son similares al hombre paleolítico y los cromosomas de un chimpancé difieren de los nuestros en sólo un dos por ciento. Por lo tanto, genéticamente hablando, el hombre moderno es todavía el mismo cazador de hace milenios. Al igual que otras especies, el humano se adapta al ambiente en que sus antepasados sobrevivieron. Sin embargo, las profundas modificaciones ambientales (dietas y ejercicio) a las que hemos sido sometidos durante los últimos milenios, han ocurrido muy recientemente en la escala evolutiva, como para permitirle a los genes cambios adaptativos. Como resultado, esa disparidad entre la huella genética primitiva y nuestro esti-

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y enfermedad

lo de vida contemporáneo ha conllevado a la proliferación de las llamadas “enfermedades del desarrollo” responsables de la mayoría de las muertes en los países económicamente aventajados: el cáncer, la aterioesclerosis, artritis, diabetes, hipertensión y obesidad. El hombre de las cavernas moría a causa de traumas ambientales e infecciones y hay muy poca evidencia paleontológica de que las enfermedades modernas le afectaran en grado significativo. La retención de sal o grasas de que sus cuerpos eran capaces les servía de defensa contra la falta de agua o alimento. Hoy, esas mismas defensas llevan al desarrollo de obesidad abdominal e hipertensión arterial, resultado de la constante exposición al exceso de sal y calorías. ¿Sería posible entonces conciliar los hábitos de nuestros antepasados con la conducta humana del presente? Veamos: La edad de piedra se inicia hace dos millones de años y termina con la era paleolítica tardía, unos 20 mil años a.C. La caza y la necesidad de supervivencia frente a las asperezas ambientales, ocupaban gran parte del tiempo del prehombre paleolítico. Consumía frutas, vegetales y carne avícola en un patrón intermitente debido a la disponibilidad variable de los alimentos. Como resultado de la economía de subsistencia, las inclemencias ambientales y el hallazgo de territorios mas fértiles, estos cazadores descubrieron las ventajas de la asociación comunitaria y el desarrollo de los cultivos. Esta “revolución agraria” marcó un hito al transformar el comportamiento social de la especie: la sustitución de una vida nómada por una de residencia establecida junto a poblaciones más densas, la acumulación de bienes por los más hábiles y dotados junto al hallazgo de terrenos más fértiles, todos fueron factores que condujeron al desarrollo de estatus, rango y poder entre los individuos. El alto consumo de energía necesario durante la caza, fue reemplazado por el cultivo y la especialización de la agricultura. La saludable comida silvestre cambió a una cultivada y preservada conteniendo un alto porcentaje calórico y de grasas. La domesticación de animales conllevó a una transformación en la composición de la carne animal pasando de ser rica en proteínas y baja en grasas, a lo opuesto. Yace aquí entonces el inicio del exceso y la vida sedenDiorama de Neanderthal

taria, paradigmas de la cultura contemporánea. Alimentarse para sobrevivir era el instinto que guiaba al hombre cavernícola, sin embargo, en las sociedades desarrolladas de hoy, el comer es frecuentemente un acto social y un ejercicio del exceso: según el Centro de Control de Enfermedades, la persona promedio en este país consume 1,775 libras de comida al año, de las cuales 172 son azúcar, y, en un día cualquiera, más del cuarenta por ciento de personas comerán fuera de sus hogares; una orden de hamburguesa, papas fritas y cola tamaño regular, representa la ingesta de 1,110 calorías, casi dos tercios del requerimiento energético de un adulto para todo un día; cientos de miles de comerciales se proyectan a diario en cuanto medio visual o auditivo haya disponible, promoviendo el consumo de alimentos preservados

McDonalds te acompaña en el viacrucis de la Dieciocho. Foto Francisco Piña

plagados de químicos que facilitan su almacenamiento y transporte, al mismo tiempo, haciéndolos más atractivos al paladar. Los automóviles, el microondas y el control remoto son las herramientas con que el hombre moderno ejecuta sus necesidades vitales. Contrario a nuestros antepasados, cuya supervivencia implicaba prolongadas caminatas en terrenos agrestes conducentes a una salud física envidiable, el norteamericano promedio del presente camina 223 minutos al mes. Nuestras ciudades y suburbios tienen calles y caminos cada vez menos accesibles al peatón, con diseños que responden más a necesidades comerciales que a la comodidad o seguridad de sus residentes. En fin, nuestro estilo de vida es una antítesis de aquel de nuestros antepasados, la modernidad nos ha traído un progreso que como precio cobra vidas y salud. Las soluciones no están al doblar de la esquina: las grandes compañías productoras y distribuidoras de alimentos deben ser encaradas respecto a sus prácticas de procesamiento y promoción basada en información falsa; la población debería ser mejor educada en lo que se refiere a patrones de consumo alimenticio y actividad física mas saludables. Los remedios que la clase médica y los organismos gubernamentales proponen se quedan cortos, son paliativos que ocultan además profundas brechas socioeconómicas entre la población, a mi parecer, contribuyentes importantes a la génesis del problema. Lisa Takeuchi, periodista de Time Magazine lo ha definido de manera muy simple: fitness, tiene menos que ver con la genética que con los tax brackets.


De redadas a cartas no match

Periscopio electoral

Carlos Arango El sistema económico norteamericano está basado en la competitividad de la producción, los mercados y la garantía de una fuerza de trabajo también competitiva por los puestos de trabajo y los salarios. La generación que antecedió a la actual clase trabajadora en muchos ámbitos industriales había logrado beneficios salariales, seguro de salud, vacaciones, tiempo extra, antigüedad y fondo de retiro. Logros alcanzados mediante la organización y representación sindical. Esta generación de trabajadores, ante la gran embestida del neoliberalismo, —capitalismo salvaje— que se manifiesta mediante la movilidad del capital, creación de zonas de libre comercio, y la creación de maquiladoras en México y Centroamérica, han ido perdiendo los salarios del pasado, así como los beneficios de otra época. Entre los maestros, trabajadores del Estado y trabajadores de hospitales se reportan pérdidas de beneficios en sus contrataciones colectivas, así como la privatización de muchos servicios que eran parte de las funciones del Estado, eliminando así importantes grupos de trabajadores. Para los trabajadores inmigrantes la búsqueda del empleo es una tarea dura y a veces frustrante, sin embargo hay muchos empleadores dispuestos a ocupar a los inmigrantes, aun si no tienen documentos porque les pueden pagar poco, son productivos y están dispuestos a trabajar horas extra sin ser remunerados conforme a la ley. Se da un patrón de explotación laboral perfectamente definido que favorece las ganancias del capital y continua absorbiendo la migración producida por la falta de empleo en los países de origen. También están las agencias de empleo temporal que ocupan a los inmigrantes sin garantía en el empleo o el salario como reproducción de formas de esclavitud moderna. Antes de la legalización de 1986 fuimos testigos de cientos de redadas fabriles por parte del entonces Servicio de Inmigración y Naturalización que se presentaban a los centros de trabajo para descubrir y arrestar trabajadores indocumentados. Esta práctica aparte de desestabilizar la producción siempre estaba acompañada de una violación a los derechos humanos de los migrantes, despertando desconcierto, enojo y movilizaciones sociales para protestar el operativo tipo Gestapo. Algunos sindicatos comenzaron a organizar al desorganizado, al inmigrante, al indocumentado. Por todo el país se detonaron campañas de organización sindical en la industria de la costura, la manufactura y hasta las tortillerías como es el caso de Chicago donde Rudy Lozano organizó a los trabajadores de la Tortillería del Rey, a donde llegó la migra para romper el esfuerzo sindical. Estas campañas sindicales también crearon protecciones contra las redadas en los contratos colectivos de trabajo. Todo se resumía en una consigna: Migra fuera de las fábricas. El AFLCIO, una de las fuerzas importantes en la negociación de la reforma a la Ley de Inmigración y Control de 1986 apoyó las sanciones patronales que buscan multar a las empresas que empleen personas sin documentos. La medida aceleró la discriminación contra tra-

Tres paradojas bajadores latinos y en realidad las sanciones se aplicaron esporádicamente a un mínimo de empresas en la nación. Sin embargo la medida es utilizada por la patronal para mantener controlada su fuerza laboral. Apenas el año pasado Chicago y otras ciudades de inmigrantes se vieron convulsionadas con la epidemia de las cartas no match. Dichas cartas son enviadas por la oficina del Seguro Social para decirle a las empresas que las personas que reportan en su nómina no tienen correcto el número de seguro social y que los ratifiquen a fin de que la oficina del seguro social pueda ubicar correctamente las aportaciones de los trabajadores. Muchos patrones reaccionaron despidiendo a los trabajadores, violentando sus derechos. Fue necesaria la intervención de los sindicatos, funcionarios públicos electos, organismos comunitarios y la movilización de los trabajadores para detener los abusos de los patrones y hacer que la oficina del seguro social aclarara su posición en el sentido de que no estaba buscando el despido de los trabajadores. El caso de las cartas no match ha dejado algunas victorias y algunas derrotas. En un caso que llegó a Casa Aztlán, la movilización de los trabajadores logró que la empresa enviara sus abogados a negociar con los trabajadores y la representación de Casa Aztlán. Después de severas acusaciones mutuas, la compañía estuvo de acuerdo en no despedir más trabajadores por causa de carta no match y considerar el caso de los despedidos, que según la empresa habían reconocido que trabajaban sin un seguro social legal. En la negociación la empresa ofreció una semana de pago a los trabajadores a cambio de que no continuara la presión contra la empresa. Los trabajadores rechazaron la oferta, pero su interés en el asunto se fue perdiendo, al punto que cuando algunos quisieron aceptar la oferta de la compañía ya no se pudo reunir a los trabajadores involucrados. Se sometió una lista de trabajadores que sí querían el pago y entonces la empresa rechazó la lista porque no incluía a todos los trabajadores con que se inició el conflicto. En este caso hubo de todo: tácticas para amedrentar a los trabajadores que estaban dentro de la empresa apoyando el movimiento, creación de rumores y chismes entre los mismos trabajadores despedidos originados desde la empresa y al final quizás la decisión de los trabajadores que se queden con su propuesta y su dinero y que se lo guarden donde quieran. Creo que los trabajadores no valoraron su propia fuerza. En este caso como en muchos otros los abogados representantes de las empresas han desarrollado el antídoto contra las acciones de los trabajadores porque ellos quieren hacer y deshacer con toda impunidad pero el antídoto mayor es la indiferencia y la apatía.

Carlos Arango es director ejecutivo de Casa Aztlan.

Jorge Frisancho George W. Bush y John Kerry se han mantenido técnicamente empatados durante meses en las encuestas de opinión, de cara a las elecciones de noviembre; en el intento de sacar distancia en un espacio tan estrecho y diferenciarse del contrincante, ambos candidatos están perfeccionando el arte de la maniobra mediática y el posicionamiento de mercado, con resultados sorprendentes y extraños. La campaña electoral ha venido derivando hacia tres paradojas que, bien miradas, desafían el sentido común y auguran una redefinición del espacio político norteamericano para el largo plazo, más allá de la presente campaña. La primera paradoja es ésta: John Kerry, veterano de la Guerra de Vietnam, condecorado varias veces por su valentía y arrojo en combate, ha sido puesto en posición defensiva sobre el tema militar por un contendiente, George Bush, cuya propia experiencia al respecto es opaca y muy poco gloriosa. Esto gracias a una campaña de avisos publicitarios plagados de mentiras y medias verdades, promovida por un grupo técnicamente independiente de partidarios republicanos. Los ataques lanzados por este grupo se revelan espúreos apenas uno los analiza con mínimo detenimiento —la prensa nacional, en especial los diarios The Washington Post y The New York Times, se encargó de hacerlo—, pero eso importa poco. Una vez lanzados, los rumores cobraron vida propia y parecieron moverle a la campaña de Kerry un piso que se pensaba sólido. En realidad, es difícil creer que los estrategas Demócratas no esperaran estos ataques. En primer lugar, no es la primera vez que Bush emplea tales tácticas: lo hizo con mucha eficacia en las primarias republicanas del año 2000 contra el senador John McCain, otro héroe de Vietnam. En segundo lugar, Kerry se ganó la enemistad jurada de algunos conservadores radicales de vena militarista ya en 1968, a poco de regresar de la guerra: apoyándose en la legitimidad que sus medallas le conferían, Kerry se volvió un tenaz opositor de aquella aventura militar norteamericana, y alcanzó prominencia nacional con sus declaraciones y su activismo. Ese es el inicio de su carrera política; algunos Republicanos de larga memoria han decidido, trentaiseis años más tarde, pasarle la factura. Pero quizá lo más significativo haya sido el hecho de que la propia campaña Demócrata, sabiendo lo anterior, dejara su flanco abierto al darle tanta prominencia al currículum militar del candidato. Kerry quiso apoyar sus pretensiones a la presidencia en sus antiguos méritos como soldado; poner en tela de juicio tales méritos se convirtió entonces en un movimiento estratégico fundamental para sus oponentes, y hubiera sido en extremo ingenuo esperar que los operadores Republicanos, famosos por sus zancadillas expertas y sus bien calculados golpes bajo el cinturón, se quedaran de brazos cruzados. Y he ahí la segunda paradoja: el grueso de la oposición a Bush viene del movimiento contra la guerra, pero el candidato que la encabeza ha decidido ofrecer como principal carta de presentación su experiencia guerrera. Esta decisión es comprensible en términos de estrategia electoral —los Demócratas necesitan robarle a Bush el voto de republicanos moderados en estados conservadores como Ohio y Michigan—, pero pone de cabeza la relación entre el grueso de votantes demócratas y la cúpula del partido. Bush se ha pasado los últimos cuatro años hablándole a su base —la ultraderecha religiosa— desde la Casa Blanca; Kerry, en cambio, no candidatea hoy como representate del grupo más activo, más movilizado y más energético de sus votantes potenciales, sino prácticamente en contra de ellos. Y en contra también de la tradición antibélica a la que él mismo, con su activismo de los años 60 y 70, pertenece. John Kerry, antigua figura del movimiento en contra de la Guerra de Vietnam, ha sido completamente desplazado por John Kerry, héroe de esa misma guerra. Lo cual nos lleva a la tercera paradoja: en la democracia civil más antigua del mundo, aquella cuyas instituciones se han erigido en modelos para el funcionamiento de una república moderna, los dos principales candidatos a la presidencia parecen verse a sí mismos casi exclusivamente como aspirantes a la comandancia de las fuerzas armadas. Los temas propiamente civiles, tales como la economía o la salud, se han vuelto secundarios; la capacidad de Bush o Kerry para conducir ejércitos es lo que se nos ofrece como factor decisivo. Esa es, en el fondo, la victoria mayor de Bush y los suyos, independientemente de los resultados de noviembre. El demagógico, aparatoso, teatral militarismo que la actual administración encarna ha sido adoptado por sus oponentes. La campaña electoral es un incesante batir de sables, y los ciudadanos irán a las urnas en unos meses a elegir, más que a su presidente, a su general en jefe. Si esto es bueno o no para la salud de la república es una pregunta que, en el calor de la batalla, nadie se hace.

Jorge Frisancho es autor del poemario Estudio sobre un cuerpo.

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El grito en la galería Aldo Castillo Delia Negro

Hace unos días los titulares de prensa anunciaban la desaparición de uno de los cuadros más representativos del expresionismo europeo. El grito, de Edvard Munch, había sido robado del Museo de Oslo. La noticia conmocionó al mundo del arte. Las especulaciones sobre el propósito del robo llenaban páginas y páginas de los periódicos: era un hito referencial del arte contemporáneo demasiado conocido para pretender su venta, ¿sería un plan orquestado por un fanático coleccionista?, ¿sería un simple secuestro para pedir rescate? O... tal vez sea uno más de todos los hechos inexplicables que estamos viviendo en el comienzo de este nuevo siglo. La noticia, además comunicar un hecho delictivo, pasa a ser un hecho simbólico: de ese grito de Munch todavía se escucha el eco después de 100 años. El pintor noruego retrató las pesadillas del comienzo de un siglo XX convulsionado por los problemas sociales, pero aún hoy en el siglo XXI seguimos escuchando ese eco desesperado del ser humano y de la naturaleza. El drama existencial del hombre y su entorno, captado y expresado magistralmente por Munch, se sigue manifestando más allá del mundo del arte, como imagen, como noticia de primera plana, como inquietud social, como símbolo de enajenación del hombre moderno. El cuadro más representativo del expresionismo europeo sigue dando de qué hablar con su desaparición, siendo centro de atención y llamando a todos a la reflexión. Las guerras y los conflictos sociales repercuten profundamente en la población civil y el artista es el elegido para transmitir el impacto emocional que estos hechos producen en una comunidad desorientada y angustiada, que reclama una representación de lo que está viviendo, aquello de lo cual no participa. En los próximos días Aldo Castillo Gallery, haciéndose eco de esta necesidad, presentará una exposición colectiva, en la cual el tema que congrega a los artistas es una reflexión sobre la guerra

y los conflictos bélicos. El lienzo como imagen expresiva será el protagonista de una preocupación del hombre de hoy, preocupación que va más allá del arte, pero que a través de él, alcanza el espacio público y se desahoga en la comunicación. La expectación creada por esta colectiva ya se palpa en el ambiente y hemos obtenido un avance de la misma hablando con una de sus participantes: Nancy Lu Rosenheim. Which side are you on? es su título. La artista inicia el diálogo con su público invitando a la reflexión, y ella misma va más allá y se pregunta si no sería más acertado plantearse War or peace? Este trabajo forma parte de una serie inspirada en la cartografía del siglo XV, en la cual la autora observa los cambios cartográficos que se suceden, como consecuencia de un mundo convulsionado por los conflictos bélicos. Las luchas de poderes, posesiones, ocupaciones y conquistas afloran en cada mapa, como testigos silenciosos de cada enfrentamiento, pero en ninguno de ellos se hace mención alguna a los sufrimientos humanos y al costo de vidas pagado a cambio. No llama la atención que esto sucediera en un siglo XV de descubrimientos, de expansión, de exploración del hombre en sí mismo. Pero muchos siglos han pasado ya y ahora la reflexión debe ser otra. Con una profunda mirada hacia su mundo interior y hacia sus orígenes, Nancy Lu explora el eterno escenario de los antagonismos, reflexiona y sitúa a la naturaleza como testigo. La tierra, el cielo, el mar agitado, las dos orillas, desde los mascarones de proa hasta nuestros días, presentan en su obra una plástica alegórica, en la cual la artista opone o conecta las imágenes para, deliberadamente, explorar la tensión emocional en la contradicción. Su realidad es una realidad sicológica que explota la metáfora en su afán de enfrentar los opuestos. Es así que minimiza la palabra war situándola en un pequeño tapete central que destaca y esconde a la vez, y sitúa la composición sobre un fondo negro que parece marcar una colorida cinta caleidoscópica de humor y tragedia, que se desplaza y nos evoca la repetición. Sólo esa franja de profundo azul tiene movimiento y en ella se sitúa a los protagonistas. La superficie restante es oscuridad. Ese fondo negro parece no contar en la composición, sin embargo habla con elocuencia, es el grito de la nada. Hay un instante mágico en la observación que se deja de ver nada, para pasar a ver bastante.

Oswaldo Vigas, Desconsuelo, 2003 Oil on canvas, 78.75 X 28.75 Courtesy of Aldo Castillo Gallery

Es el mismo grito de angustia y consuelo, de soledad e impotencia, de guerra o de paz, es el conflicto interior del hombre de hoy. Es la imagen de Edvard Munch que se repite cada vez más aguda, en cada artista que quiere comunicar un concepto social y que quiere expresar junto con Octavio Paz: …la vida no es de nadie, todos somos/ la vida…/soy de otro cuando soy, los actos míos/ son más míos si son también de todos,/ para que pueda ser he de ser otro,/ salir de mí, buscarme entre los otros,/… los otros que no son si yo no existo,/ los otros que me dan plena existencia,/ no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,/ la vida es otra, siempre allá, más lejos,/… siempre horizonte,/ vida que nos desvive y enajena,/ que nos inventa un rostro y lo desgasta,/ hambre de ser, oh muerte, pan de todos. (Fragmento XII —Piedra de sol— Poema de Octavio Paz)

Art at War – The Artist’s Voice Recepción: 10 de septiembre 5:30 a 9 P.M. Cierra el 16 de octubre Aldo Castillo Gallery 233 W. Huron (312) 337-2536

Delia Negro es profesora de español del Instituto Cervantes.

Gunther Gerzso, 3 Men in Front of Firing Squad, (pen and ink on paper) 8 1/2 X 10 7/8 in. –Courtesy of Art Cellar Exchange and Aldo Castillo Gallery

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Introducción a En el ojo del viento: Ficción latina del Heartland John Barry El siguiente es el borrador de la introducción al nuevo libro de John Barry que se presenta el martes 21 de septiembre en la Universidad Roosevelt. Se trata de una antología de escritores de Chicago. Durante más de una década, un grupo de escritores de Chicago ha estado escribiendo ficción, poesía y ensayo en español. Ha trabajado en una oscuridad relativa pero ha perseverado y crecido lentamente en número. Han publicado textos en revistas literarias y culturales de Chicago, Latinoamérica y España, y ha producido varios libros de cuentos y poesía, sin embargo su trabajo es mayoritariamente desconocido incluso en su propia ciudad. ¿Quiénes son estos Don Quijotes tardíos que se embarcan en búsquedas literarias en el corazón de los Estados Unidos, batallando contra los molinos de viento de las efímeras revistas literarias, intentado escalar los muros de editoriales bien protegidas, combatiendo dificultades con poca esperanza de alcanzar la fama y la riqueza? ¿Sobre qué escriben, cómo es su español, y merecen la pena sus obras? Respecto a la cuestión de su calidad, obviamente he llegado a mis propias conclusiones sobre el valor literario de estas historias y pienso que deben ser compartidas con otros lectores. También son significativas porque hablan de la vida en Chicago. La narrativa es una de las formas más antiguas y universales de reflexión acerca de los seres humanos y su época. Las historias que contamos y nuestra manera de contarlas revelan mucho de quiénes somos y qué sentimos. En este sentido esta narrativa en español no es diferente. Las historias recogidas en esta antología tienen lugar en los barrios de Chicago o en las ciudades y los pueblos de Latinoamérica. Pero sin importar dónde se ubiquen reflejan los sentimientos, experiencias, preocupaciones, fantasías, reacciones y opiniones de los escritores que viven aquí. Esto es cierto incluso cuando sus textos regresan a los territorios de sus infancias ya que estos lugares, lenguajes e incidentes ficcionalizados están filtrados por la experiencia migratoria. Por lo tanto esta antología proporciona una ventana, o mejor dicho varias ventanas, al complejo y cambiante mundo de Chicago y a su dinámica y heterogénea comunidad latina. Es más, en las historias nos encontramos un español que interactúa activamente con el inglés: se adapta, se modifica y en algunos casos lucha por conservar la misma estructura que tenía cuando los escritores llegaron a Chicago. Es posible que parte de esta interacción se pierda en la traducción pero creo que ha quedado reflejada sustancialmente en la versión en inglés. En relación a la cuestión sobre quiénes son estos escritores podemos empezar diciendo que ninguno de ellos ha nacido en los Estados Unidos sino en Argentina, Chile, Colombia, Cuba, Honduras, México, Nicaragua y Perú. Casi todos ellos llegaron cuando ya eran adultos y por tanto su lengua nativa y de expresión literaria es el español. Algunos llegaron a Chicago hace veinte o treinta años y otros llegaron a finales de los ochenta o principios de los noventa, pero incluso los que han vivido aquí durante más de dos décadas prefieren escribir en español. Todos ellos trabajan durante el día en algo que no es la literatura: son editores, maestros, diseñadores, profesores universitarios, consultores y traductores, y hacen lo que necesitan para pagar las facturas y tener tiempo para escribir, trabajar en revistas literarias y leer poesía y cuentos en cafés y bibliotecas. Para algunos escribir en más una necesidad o una

obsesión que para otros, pero a lo largo de los años casi todos ellos han seguido escribiendo y publicando, han cambiado ocasionalmente de género —del cuento a la crónica, de la poesía a la prosa, del texto corto a la novela— o han caído en períodos de silencio de los que han resurgido con renovadas energías y textos nuevos. Algunos escriben exclusivamente acerca de cuando vinieron para quedarse temporalmente, mientras que en otros los espacios ficcionalizados son las calles y los barrios de Chicago, los baldíos suburbios o lugares que no pertenecen ni a Chicago ni a Latinoamérica: lugares fantásticos, lugares personales o simplemente lugares urbanos de cualquier gran ciudad. Hay historias artísticamente ingenuas e historias sofisticadas, cosmopolitas, historias que presentan la problemática del inmigrante latino en Chicago, narraciones que mezclan el cuento con el periodismo o la poesía, historias fantásticas, historias realistas con toques regionales, historias eróticas, historias con narradores esquizofrénicos o neuróticos e historias que representan las vidas de hombres y mujeres de cualquier metrópoli grande. En otras palabras, hay un poco de todo: prosa con reminiscencias de literatura latinoamericana o española —ecos de García Márquez, Cortázar, Borges, Rulfo, Vargas Llosa, Unamuno y hasta Cervantes— y otros estilos más originales que exploran las posibilidades del lenguaje y la temática más que la estructura o técnica narrativa. En lo que se refiere al español que utilizan estos escritores, encontramos desde el habla de las ciudades y pueblos de sus infancias —mayoritariamente exento de influencias “foráneas”— hasta un lenguaje influido y matizado por su contacto directo con el inglés. El español es “correcto” en su mayor parte en términos de estructura y vocabulario, en los que como mucho hay rastros del inglés en las preposiciones, la sintaxis o el léxico. En las historias en las que el inglés o el uso local es más evidente en el español, éste se emplea conscientemente y representa el habla de las calles y los barrios de la ciudad. La traducción necesariamente no puede reflejar estos rasgos. El asunto de escribir en español en vez de en inglés es crítico, ya que actualmente escribir en español tiende a aislar a los escritores de sus iguales de lengua inglesa y conlleva dificultades a la hora de ser publicados, promocionados o reconocidos. Aunque no cuestiono el mérito del éxito de los escritores categorizados bajo la rúbrica “U.S. Latino” como Sandra Cisneros, Junot Díaz, Ana Castillo, Óscar Hijuelos, Cristina García, Julia Álvarez, Luis Rodríguez y Virgil Suárez, los textos de Chicago en español no tienen nada que envidiar a la prosa de estos autores mucho más conocidos. Es más, la ficción producida en Chicago puede medirse bien con las historias publicadas en Latinoamérica y en España. Como mínimo es evidente que existe el potencial para que varios de los autores emerjan de la oscuridad relativa y consigan un reconocimiento nacional e internacional y un amplio número de lectores. Hablo de potencial porque otra notable diferencia entre los escritores de Chicago que escriben en español respecto a sus homólogos en cualquier otro sitio es más cuantitativa que cualitativa: en Latinoamérica y en España los escritores que han escrito durante diversos años normalmente tienen varios

libros incluidos, y en algunos casos exclusivamente, novelas, y a excepción de Graciela Reyes y Mario Andino ninguno tiene una obra de ficción significativa, ni se ha producido una novela que haya sobresalido. Sé de dos o tres novelas que se están fraguando pero sólo el tiempo dirá cómo serán. Aunque puedo especular varias razones por las que la producción de la mayoría de los escritores ha sido limitada en cantidad, no estoy seguro de que se pueda explicar totalmente por qué. Publicar en español desde Chicago es sin duda más difícil que en la Ciudad de México, Bogotá, Madrid o Buenos Aires, porque hay menos oportunidades de establecer contactos con editores, agentes literarios y otros escritores que puedan ayudar a publicar nacional e internacionalmente y además aquí no se espera encontrar ficción y poesía en español. Los escritores latinos que publican en inglés ya tienen un mercado —literatura U.S. Latino o literatura Chicana— que ha tenido el suficiente éxito para que la obra de Sandra Cisneros House on Mango Street alcanzara una popularidad considerable y fuera incluso traducida al español o para que The Mambo Kings Sing Songs of Love de Óscar Hijuelo fuera llevada al cine. Los escritores que escriben en español en Chicago no encajan fácilmente en las categorías existentes: no son parte de la literatura U.S. Latino o literatura Chicana, quizás no se consideren escritores latinoamericanos porque viven aquí y escriben en español en un contexto cultural predominantemente inglés. Todo esto puede desalentar a los escritores locales pero hay cinco o seis que tienen el talento para superar éstas y otras circunstancias adversas y publicar una novela de primera categoría, y cuando se cree esa novela, quizás los demás se animarán y aprovecharán el éxito de su colega.

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Como he dicho antes, no es que estos autores no hayan visto la luz. Además de haber presentado sus textos en revistas locales, han producido varios libros y han publicado libros en varios países. Alejandro Ferrer es el autor de un libro de cuentos, Cuentos de la Patagonia (Chicago: Grupo Editorial Esperante, 1996), ha publicado ficción en México, Costa Rica y Chile y actualmente está trabajando en una novela. Graciela Reyes ha escrito varios libros de poesía y ha publicado cuentos en España, Estados Unidos, Uruguay Argentina, además de sus numerosos libros de lingüística. Febronio Zatarain ha publicado dos libros en México: Faltas a la moral (Guadalajara, Editorial Moción, 1991) y Desesperada intención (Guadalajara, Editorial Ornitorrinco, 1994). Mario Andino tiene cuatro novelas publicadas, una colección de cuentos y un libro de poesía. Leda Schiavo tiene un libro de poesía (Con las debidas licencias, Chicago: El Cisne Negro Ediciones, 2000) además de ensayos y cuentos publicados aquí. Ricardo Armijo es el autor de un número significativo de cuentos y ensayos que se encuentran en diferentes revistas de nuestra ciudad. Raúl Dorantes ha publicado numerosos cuentos y ensayos en revistas culturales y literarias locales, y durante los últimos meses ha escrito con Febronio Zatarain una serie de artículos sobre la inmigración mexicana de Chicago, que puede que se convierta en un libro. Jorge Hernández, además de poesía, ha escrito varios cuentos y León Leiva, Bernardo Navia, Olga Ulloa, Enrique Murillo y Margarita Saona también han escrito y publicado varios cuentos y poemas, y Navia ha publicado un libro de poesía y está trabajando en una novela. José Castro Urioste ha publicado novelas y cuentos aquí y en Latinoamérica y su novela ¿Y tú qué has hecho? es sugerente y está bien escrita. Pero el hecho es que los escritores no son conocidos. La reciente antología de cuentos de Alfaguara Se habla español sólo incluye dos historias de Chicago. Otras antologías de “nivel nacional” raramente recogen textos de nuestra zona. Ésta es la razón por la que he traducido estas historias al inglés: para que puedan conseguir un mayor número de lectores. Marzo 2003

Martes 21 de septiembre, 6:00 P.M. Sullivan Room, Roosevelt University 430 South Michigan Avenue Chicago, IL 60605 (773) 517 5544

John Barry fue catedrádico de literatura latinoamericana en la Universidad Roosevelt. Autor de la antología Voces en el viento: Nuevas ficciones desde Chicago y la obra póstuma En el ojo del viento: Ficción latina del Heartland.

Más cabrón de lo que pensaba Rocío Zamudio Era domingo por la tarde, había terminado ya la mayoría de mis deberes. El reporte de la escuela que debí haber terminado hace dos semanas por fin lo empecé. Cuatro vasos de jugo de naranja, un sándwich de jamón, dos llamadas por teléfono, —una de Miriam, mi amiga que hablaba para ponerme al tanto de su última pelea con su novio, la décima en una semana; la otra de mi hermana para leerme la cartilla por no haber querido ir a la reunión familiar que hubo el sábado en su casa— y cuatro horas después por fin logré darle vida a unas 20 hojas de papel. Ya había lavado y acomodado toda mi ropa, que estuvo por un buen tiempo en espera paciente en el canasto de ropa sucia que tenía en el cuarto de lavado. Así que no tenía ninguna otra preocupación más que echar un poquito de hueva en mi cuarto. Cuando ya al fin estaba “relajándome” sonó mi celular. Era Salvador, un amigo de la prepa al que no veía desde que lo mandaron a Irak. Me llamaba para avisarme que estaría en Joliet por dos semanas antes de regresar de nuevo a donde sea que lo fueran a mandar. Me levanté con algo de dificultad, porque la película que estaba viendo estaba en su mero apogeo. Una hora después nos reunimos en el lugar en que habíamos quedado con otros amigos. No sé por qué pero veía diferente a Chavita, como yo le digo. Sí, estaba ligeramente más delgado de como lo recordaba, pero había algo más. No sé, tal vez algo en su mirada. Chavita es un poco tímido y siempre me regañaba por mi costumbre de ver a la gente directo a los ojos. Pensé que tal vez como siempre eso lo intimidaba y por esa razón sus ojos se dirigían a otro lado y no a los míos. Después de una docena de Heinekens, unas coolers, una botella de litro de Cazadores y dos horas y media, el ambiente en el lugar que estábamos se sentía diferente. Y eso que la mayoría de las botellas estaban a menos de la mitad. Así de la nada, Salvador empezó a bajar la cabeza y a perder su mirada. Nos quedamos en silencio. Nadie dijo nada. Todos de alguna forma percibíamos lo que estaba por venir. Pero nadie se atrevía a ser el primero en preguntarle qué pasaba por su mente. Y como diría mi abuela, yo tenía que ser el ajonjolí de todos los moles. Después de pensármelo le solté la pregunta. Creo que fue la primera vez que Chavita me vio a los ojos por más de medio segundo. “Está más cabrón de lo que yo pensaba” fue lo primero que dijo. Todos nos quedamos sin habla porque sabíamos a lo que se refería. La guerra resultó ser más cabrona de lo que él pensó o de lo que le hicieron pensar cuando le llenaron la cabeza de ideas con tal de que firmara contrato con el Army. Nos contó de las miles de veces que vio a niños iraquíes morir porque había caído una bomba en sus casas, porque iban caminando por la calle y les tocó una bala que no se supo de donde vino. O porque los soldados americanos habían abierto fuego sobre el carro viejo donde venían sus padres, que fueron confundidos con soldados iraquíes. Según Chavita, fueron tantos los incidentes como estos, que para ellos ya eran cosa de todos los días. “Allá”, decía Chava, “no se da uno cuenta de nada. Rara vez veíamos la televisión o sabíamos lo que aquí estaba pasando. Ahorita que llegué aquí es cuando me enteré que a ustedes les dijeron que hubo dos o tres colateral damages, cuando en realidad eran más de cinco o seis por día.” Su voz cada vez se escuchaba más baja y se podía notar que cada vez le estaba dando más trabajo terminar una oración. Después de decir esto, sus ojos se humedecieron, dio un giro a su cabeza y se quedó en silencio. Nosotros seguíamos en silencio, sintiendo también los ojos humedecidos. Parecía que cualquier cosa que se nos hubiera podido ocurrir se quedaba corta al escuchar y sentir lo que Salvador nos estaba narrando. Todos estábamos callados, tal vez tratando de digerir sus palabras. Todos, tal vez en reflexión o en busca de un porqué.

Rocío Zamudio es estudiante de Joliet Junior College.

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No sólo penurias Febronio Zatarain En la pasada edición se publicó un artículo de om ulloa (ay cuba, cubita, que del cielo no cesan de caerte penurias) donde se analizaba la decisión del recién fallecido bailaor español Antonio Gades de que sus cenizas reposaran en suelo cubano, apoyando así a la Revolución. Cualquier persona que se diga defensor de la democracia y de los derechos humanos, le bastará un pequeño recorrido sobre la historia cubana reciente para condenar al régimen de Fidel Castro. Menciono algunos de los hechos más obvios y más sonados: Castro se ha mantenido en el poder por más de 45 años avalado solamente por el Comite Central de un partido en el que, por cierto, tiene poder de veto. En la Cuba actual, la mayoría de las mujeres jóvenes que residen en las áreas turísticas, han visto en la prostitución la mejor vía para resolver sus problemas económicos. En Cuba no existe la más mínima libertad de expresión; en la actualidad hay casi un centenar de periodistas pagando condenas hasta de 20 años simplemente porque escribieron un artículo en el que hacían un comentario crítico de la dictadura. Y la lista se podría alargar (Amnistía Internacional tiene documentados cientos de casos). Si embargo, hay intelectuales, políticos y artistas no cubanos, que en sus propios países de origen han luchado por la justicia y la democracia, que se obstinan en seguir apoyando la dictadura de Fidel Castro. Como ejemplos están el propio Antonio Gades, el escritor uruguayo Mario Benedetti, el politólogo mexicano Pablo González Casanova, las madres de la Plaza de Mayo, el líder sudafricano Nelson Mandela, etc. Y no es un apoyo a priori, porque estas personas han visto de cerca lo que está pasando en la isla. ¿Qué es lo que han visto? Acaban de pasar las Olimpiadas y Cuba es el país latinoamericano que obtuvo más medallas, dejando atrás incluso a España, Holanda y Suecia; Cuba es también en Latinoamérica el país que tiene el índice más bajo de mortandad infantil; en Cuba no hay analfabetos, y casi todos los jóvenes han completado su educación básica. Antonio Gades se dio cuenta que si un niño tenía aptitudes artísticas, éste tenía en Cuba la oportunidad de desarrollarlas. Al igual que om ulloa, yo condeno a Fidel Castro. Y comprendo que su condición de cubana en el exilio la lleve a ver a Castro como el peor de los males de la humanidad, pero no lo comparto, ya que no me atrevo a aseverar que la dictadura de Franco haya sido menos mala que la de Castro. Tampoco me atrevo a aseverar que en Cuba sólo pueden ser grandes artistas los que alaban al régimen, ya que sería una falta de respeto a todos los miembros del Ballet Nacional de Cuba, a los músicos de Iraquere, de la Orquesta Aragón, de los Muñequitos de Matanzas, y de tantos otros grupos musicales que abundan en la isla.


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