Contratiempo 87 • Septiembre 2011

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contratiempo SEPTIEMBRE 2011 • NÚMERO 87

Directiva

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Gerardo Cárdenas, Jochy Herrera, Félix Masud-Piloto, Moira Pujols, Rod Slemmons, Helen Valdez, Ellen Wadey Placey

Directora ejecutiva Moira Pujols

Director editorial Gerardo Cárdenas

Consejo editorial

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Rey Emmanuel Andújar, Gerardo Cárdenas, Eduardo Estala Rojas, Rafael Franco, Jorge García, Ignacio Guevara, Jorge F. Hernández, Catalina María Johnson, Verónica Lucuy Alandia, Stephanie Manríquez, Esmeralda Morales-Guerrero, Olivia Liendo, Luis Alejandro Ordóñez, Ana Rechtman, René Rodríguez Soriano, Febronio Zatarain

Dirección de Arte Olivia Liendo

Correctores de estilo Laura Pujols

Portada Olivia Liendo

CONTENIDO DOSSIER

DESHORAS MIRADA CÓMPLICE TIEMPO EXTRA

TIEMPO DE SOBRA

3 Editorial 4 El 9/11 dejó un ambiente tóxico para la reforma migratoria: Joshua Hoyt, Gerardo Cárdenas. 6 ¿Quién nos protegerá de los que nos protegen?, René Rodríguez Soriano. 7 Cicatrices compartidas (¿Con extraños?), Brian Rad. 8 Diez años del 9/11: Consecuencias y reflexiones, Rafael Franco. 9 Una lágrima inmensa, Jorge F. Hernández. 11 Textos de Rafael Franco. 14 Tejer y joder: El Stitch y Bitch de Chicago, Esmeralda Morales. 19 De Camino al Ahorita, Tanya Victoria. 20 Pilsen: Imágenes, historias, legados, Gerardo Cárdenas 22 Música en tiempos de crisis: FMEL, Brenda Hernández. 23 El mundo a nuestros oídos: El Festival de Música del Mundo de Chicago, Catalina María Johnson. 24 Las Frijoleras ayudan fuera y dentro de Pilsen, Ignacio Guevara. 25 Censo, redistritaje y elecciones locales: El nuevo momento latino, Guillermo Gutiérrez Nieto. 26 Todo cabe, Bárbara Jacobs. 27 En torno a un dolor de muelas, Marco Escalante.

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EDITORIAL Han pasado diez años desde que Estados Unidos sufrió el peor atentado terrorista de su historia, con dos aviones de pasajeros estrellándose contra, y derribando las torres gemelas del World Trade Center en Nueva York, un tercer aparato cayendo sobre el Pentágono, afuera de Washington, D.C., y un cuarto desplomándose sobre un campo en Pennsylvania. Más de tres mil personas murieron en el ataque, que el gobierno estadounidense usó como plataforma para lanzar su mayor intervención militar exterior desde la guerra de Vietnam. Diez años y dos guerras más tarde, todavía abunda la confusión en torno a los sucesos de esa fatídica mañana de otoño de principio del siglo XXI. El gobierno estadounidense publicó el reporte oficial de la comisión encargada de esclarecer los hechos, pero esa versión –un documento de más de mil páginas– no ha logrado persuadir a todos los sectores de la ciudadanía. Los argumentos en contra de esta versión oficial han generado varios documentales de fuerte contenido crítico, como Fahrenheit 9/11 del norteamericano Michael Moore y Zeitgeist de Peter Joseph. Este mes, contratiempo repasa algunos de los efectos secundarios que tuvo la ofensiva terrorista en el panorama sociopolítico internacional. El ataque tuvo y sigue teniendo repercusiones tanto en la política de seguridad nacional, como en el funcionamiento del tráfico aéreo, y en otros aspectos de la vida política, incluyendo la inmigración y el narcotráfico. El ejemplar que ponemos en manos de los lectores, incluye reflexiones en torno al 11 de septiembre desde la perspectiva de varios escritores. Desde la República Dominicana recibimos un informe del escritor René Rodríguez Soriano, quien reflexiona en un tono íntimo, familiar, sobre los pormenores que aquejan al viajante, una década luego de los ataques. Gerardo Cárdenas, director de la revista, entrevista a Joshua Hoyt, dirigente del movimiento inmigrante en Illinois, sobre los efectos que el ataque ha tenido en torno a las perspectivas de una reforma migratoria federal. El actor estadounidense Brian Rad nos brinda una visión muy personal ante el décimo aniversario del ataque y las emociones que lo conmueven durante un recorrido por el llamado Ground Zero, o Zona Cero, es decir, los vestigios que sobre el terreno quedaron de las Torres Gemelas. El escritor puertorriqueño Rafael Franco, quien estuvo a cargo del dossier, nos ofrece un enfoque alternativo en torno al impacto que el 9/11 tuvo sobre el ataque en las subculturas del narcotráfico y la construcción, entre otras. Y el novelista y cuentista mexicano Jorge F. Hernández nos hace otra entrega personal en la que reflexiona sobre el contexto histórico en que sucedieron los ataques. A diez años del violento ataque terrorista, los efectos siguen vivos, son duraderos, y siguen influyendo sobre la política y la sociedad estadounidenses, y de varios países del mundo. El que este impacto muchas veces solo pueda explicarse desde el ámbito literario, recalca la todavía fresca inmediatez de los hechos, y la necesidad de un continuo análisis de los cambios que no ha dejado de generar. Los lectores, seguramente, aportarán su propia interpretación y reflexión sobre los hechos.

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El 9/11 dejó un ambiente tóxico para la reforma migratoria: Joshua Hoyt Gerardo Cárdenas

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no de los impactos más importantes de los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 fue un cambio radical en la postura del gobierno de Estados Unidos ante la posibilidad de una nueva reforma migratoria. En la época de los atentados, el entonces presidente George W. Bush estaba próximo a un acuerdo migratorio con su homólogo mexicano, Vicente Fox. Tras los ataques, la creación de la Oficina de Seguridad Nacional, la adopción del Acta Patriótica, y el progresivo alejamiento de la Casa Blanca y del Congreso de una reforma migratoria integral, ha puesto la presión de enfrentar los crecientes retos del influjo migratorio en los estados. Si bien existe una mayoría de estados, encabezados por Arizona, Georgia, Tennessee, Mississippi, Utah o Alabama, que han aprobado leyes altamente restrictivas para las poblaciones inmigrantes, otros, como Illinois, han optado por leyes y programas progresistas y de apoyo a esas poblaciones. Illinois, por ejemplo, adoptó recientemente su propia versión del Dream Act, abriendo la puerta para que estudiantes indocumentados opten a becas financiadas privadamente para poder acudir a la universidad. En la vanguardia de la batalla migratoria en Illinois ha estado la Coalición de Illinois para Derechos de los Refugiados e Inmigrantes (ICIRR, por sus siglas en inglés). Su director ejecutivo, Joshua Hoyt, tomó posesión del cargo menos de un año después de los atentados. Hoyt conversó con contratiempo sobre el panorama de la reforma migratoria a la luz del décimo aniversario de los atentados del 9/11 CT: Diez años después del 9/11, ¿qué ha sucedido con la reforma migratoria, y qué impacto tuvieron los ataques terroristas sobre el debate en torno a la inmigración? JH: A mí me contrataron en mayo del 2002, ocho meses después de los ataques, y tuve que dar un discurso. Frank Sharry, del Foro Nacional de Inmigración, habló también y ofreció una visión muy optimista, creía que Bush apoyaría la reforma y que el público estadounidense no se había echado en contra de los inmigrantes. Yo mencioné unas estadísticas, una gráfica sobre los ingresos de inmigrantes a través de Ellis Island, y lo que muestra

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es que somos una nación de inmigrantes, pero también muestra que hay momentos en que el número ha disminuido fuertemente, y en todos aquellos puntos en que la inmigración se ha detenido, o disminuido sensiblemente, han sido momentos de declive económico o de guerra. Yo circulé esos datos y dije: ‘ambas cosas están ocurriendo, y necesitamos ser muy conscientes de que las comunidades de inmigrantes son muy vulnerables, y que la mejor manera de capear el temporal es construir poder político’. No tenía ni idea de qué tan mal se iba a poner la cosa. Ahora lo estamos analizando, diez años después, y veo que lo que ha sido posible en un lugar como Illinois, no es posible en un lugar como Tennessee o como Mississippi, donde han aprobado una ley que prohíbe el transporte de inmigrantes indocumentados, o donde las escuelas se van a ver obligadas a certificar el estatus migratorio de los alumnos o de sus padres. No hay manera de que los 145 mil inmigrantes en Mississippi vayan a poder oponerse a eso. Dicho eso, creo que la combinación de la inseguridad económica, la guerra, y el miedo que han seguido al 9/11, han creado un ambiente tóxico para la reforma migratoria. En Illinois hemos tenido mucho éxito en proteger inmigrantes y en adelantar una agenda pro-inmigrante, pero es en un contexto en el cual hemos logrado pelear políticamente con ciertas ventajas con relación a otros estados, y hemos creado un modelo que otros inmigrantes pueden seguir en el resto del país. CT: ¿Cuál cree que haya sido el mayor cambio provocado por el 9/11? ¿Es un cambio cultural, es político, es el balance de poder el que se ha visto impactado? ¿Por qué se ha vuelto tan difícil, a partir del 9/11, hablar sobre la reforma migratoria? JH: Para alcanzar la reforma migratoria necesitas un consenso bipartidista. No puede ser la estrategia de un solo partido. Los anti-inmigrantes han sido exitosos en materia de derrotar a los republicanos pro-inmigrantes. Hay una docena de republicanos que apoyaban cosas como la reforma, o el Dream Act, y que ahora votan en contra de todo eso. Los anti-inmigrantes aprovecharon la inseguridad económica, el resentimiento racial, el miedo al terrorismo, y lo convirtieron en un arma política en contra de demócratas moderados, en contra del ala BushRove-McCain del Partido Republicano. Por ende, la gente

que quiere apoyarnos, se ha retirado. Políticos que eran moderados en este tema han sido derrotados, o han tenido que moverse profundamente hacia la derecha. Una estrategia que sólo sea demócrata no va a funcionar con menos de 60 senadores, y hemos perdido el centro bipartidista. Este es el problema político fundamental. Por otro lado, los latinos no han sido muy eficaces en materia de castigar a aquellos demócratas que usan argumentos demagógicos en contra de la reforma, o que no la apoyan con la fuerza suficiente. No hemos sabido castigar políticamente a esos políticos, no hemos sabido hacerles sentir las consecuencias de su falta de apoyo. CT: Tras el 9/11 la lucha por la reforma migratoria se ha trasladado del Capitolio en Washington a los capitolios estatales. Hay estados como Illinois que adoptan leyes más liberales, y otros estados como Utah, o Alabama, que basculan al extremo opuesto. ¿Es esto una consecuencia de la falta de reforma migratoria? ¿Es una estrategia astuta, la de trasladar la batalla a los estados? JH: La batalla se disputa en los estados desde antes (del 9/11). Ha habido esfuerzos previos, de ambos lados, a nivel estatal. Es una estrategia que ha ido desarrollándose a lo largo del tiempo. Pero debido al estancamiento del proceso federal, la única arena en la cual se está llevando a cabo la pelea es la estatal, además de la local. Hemos sabido aprovechar las oportunidades que esto crea para nosotros. CT: Viendo todo lo que está pasando, en el país, y en los estados, creo que nos llevaría inclusive a cuestionarnos si el estadounidense promedio de verdad cree en ese concepto de que el país ha sido construido por los inmigrantes. ¿Usted cree que la gente aún cree eso, o es ese un argumento que también se ha visto intoxicado por el ambiente político posterior al 9/11? JH: Es un debate que se remonta al origen mismo del país. Recordemos que Benjamin Franklin atacó a los inmigrantes alemanes de su época en Filadelfia, porque se quejaba de que no querían aprender inglés, o decía que iban a corroer la herencia anglosajona de la nación. A lo largo de la historia has tenido olas anti-chinas, anti-alemanas, SEPTIEMBRE 2011


“Somos una nacion de inmigrantes”

“Un momento demográfico que anticipa un cambio”

anti-irlandesas, anti-judías, anti-italianas, antipolacas, anti-mexicanas. Hemos tenido siempre olas sucesivas, en la historia, en las que una gran oleada inmigrante es seguida por una oleada anti-inmigrante que se le opone con dureza, y que suele verse acompañada de guerra y de recesión económica. Podemos pensar que la razón por la cual los anti-inmigrantes están ganando políticamente es porque el país ha cambiado. Hemos tenido un cambio significativo desde 1965, no sólo en materia de inmigración, sino de composición racial; lugares que eran sólo blancos, o sólo blanco y negro, ahora tienen muchos latinos, muchos asiáticos, en puntos como los suburbios o zonas rurales, o estados que no son los puntos tradicionales de entrada de los inmigrantes, como Georgia, Tennessee, o Nevada. Muchos de esos inmigrantes votan por los demócratas. Y políticamente se vuelven aceptables porque esos inmigrantes tienen valores tradicionales, refuerzan los valores familiares, están en contra del aborto y del matrimonio gay, son religiosos, pagan sus impuestos; y los republicanos del ala Bush-Rove también los veían así. Pero el ala anti-inmigrante del Partido Republicano los ve de otra manera, como personas que están cambiando al país, que no quieren aprender inglés, que se quedan con los trabajos, o que colapsan los servicios médicos de emergencia, o que mandan un montón de hijos a las escuelas. Es esa política de resentimiento y miedo racial, que ha sido aprovecha con propósitos muy cínicos de organización política, en un ambiente de recesión y guerra. Para acabarla de rematar, el país elige a un presidente negro, por lo que estos grupos se plantean: ¿cómo hacemos para recuperar nuestro país? Una manera es asustando al votante blanco tradicional, diciéndole que Obama es socialista y musulmán, y diciéndoles fíjense cuántos latinos y gente de color hay ahora en el país. En lugares como Arizona, Nevada, Nuevo México, Texas, Florida, hay un esfuerzo para tratar de parar lo que es una inevitabilidad demográfica, a través de políticas de resentimiento y miedo. Esta política ha sido eficaz en transformar a estados del sur, en términos de elecciones presidenciales, de demócratas en republicanos. Se logró en los sesentas con la oposición a los derechos civiles,

incitando el miedo y la ira de los blancos. Es lo que está pasando ahora, incitando el miedo, pero ya no contra los negros, sino contra los mexicanos, contra los musulmanes, para ganar esos estados y, a través de ellos, recuperar la presidencia. Desafortunadamente, esta estrategia ha tenido mucho éxito, aunque todavía es muy pronto para afirmar que es un éxito total. Pero han logrado que sea muy difícil (para un político) ser republicano pro-inmigrante. CT: ¿Cómo cambiar eso? ¿Es cíclico? ¿Cómo se contrarresta esta situación? Después de todo, ya se acabó la guerra, Bin Laden está muerto. ¿No es hora que cambie el ciclo? JH: Según las encuestas, las personas que son más hostiles hacia los latinos, son las mujeres blancas mayores de 65 años de edad. Sienten un fuerte resentimiento hacia la latinización del país. Bueno, es que el mundo ha cambiado muy rápido, y eso les asusta. Pero cuando miras a los grupos de blancos de menor edad, el panorama no es tan malo. Mientras más jóvenes son esos blancos, menos miedo tienen, más tolerantes son, más dispuestos están a aceptar a los inmigrantes. Estamos viviendo un momento demográfico que anticipa un cambio inevitable. Pensemos que en Illinois, desde el 2000, hay 326 mil inmigrantes que se han naturalizado estadounidenses, y hay 330 mil más que son elegibles para la naturalización. De ahí que los programas de ciudadanía sean tan importantes. Además, lo más importante, hay 640 mil hijos de inmigrantes, menores de 18 años, muchos de ellos con uno o ambos padres indocumentados. Hay una ola de ciudadanos de raíces inmigrantes, a punto de alcanzar la edad de votar, al tiempo que esta ola de ciudadanos blancos anti-inmigrantes envejecen cada vez más. Y los blancos que les siguen en edad no son tan radicales como sus padres o abuelos. El tiempo y la demografía comenzarán a solucionar esto, además de que ningún grupo aguanta mucho el quedarse aislado del proceso político. En Illinois hemos demostrado que es políticamente peligroso para los republicanos sumarse a la demagogia anti-inmigrante. Creo que ganaremos, y que esta oposición no va siquiera a ganar en los estados del Suroeste. CT: ¿Hay espacio para el optimismo?

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“Una parte de este país siempre ha sido profundamente racista” FOTO DE ARCHIVO

JH: Tal vez la lección de las elecciones presidenciales del 2012, será que la política anti-inmigrante es una estrategia contraproducente para los republicanos. Espero que así sea. El contexto es que estas políticas están dirigidas a evitar la reelección de Obama; pero creo que, ganen o pierdan, después del 2012, las realidades política y demográfica harán que un porcentaje significativo de republicanos se convenzan de que hay que quitar el tema anti-inmigrante de su plataforma política, porque es contraproducente para ellos. En esencia, los republicanos están mirando las cifras de que he hablado en Illinois: ya no importa que los 500 mil indocumentados no puedan votar, porque sus 640 mil hijos sí van a votar. Ahora pensemos en lo grandes que son esos números en estados como Texas. Hay una parte de este país que siempre ha sido profundamente racista, y lo seguirá siendo, y hay una parte que es profundamente tolerante y democrática, y la batalla está planteada a ver quién la ganará. Pero cuando los inmigrantes y sus hijos están acumulando poder, y combatiendo contra esos miedos. Por ello soy optimista de que, tal vez muy pronto, veamos la desaparición de esta retórica anti-inmigrante y racista. Esa retórica ha causado tremendo dolor y daño a tantas familias que se han visto destruidas, y ha inyectado una cantidad increíble de veneno en el discurso político, y también ha generado una tremenda mancha en el legado político de Obama, porque en dos años y medio de presidencia, él ha deportado más inmigrantes que Bush en los ocho años en que estuvo en la Casa Blanca.

Gerardo Cárdenas es director editorial de contratiempo, y autor del libro de relatos “A veces llovía en Chicago”, y del blog En la Ciudad de los Vientos (http://gerardo1313.wordpress.com)

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¿Quién nos protegerá de los que nos protegen? René Rodríguez Soriano

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on la pregunta como dogal de lodo seco apozada en la garganta me siento a ver cuando ya casi el rojo cruza las luces verdes, indicadoras de que no aparecerá ningún desaprensivo tren, y veo a Rebel soltar el auto azul. Los deja que rueden y rueden; que crucen domos y badenes, puentes, líneas ferroviarias, bosques y praderas plagadas de serpientes y caimanes. De un momento a otro, por alguna de esas leyes de la física o la gravedad (quién sabe), el rojo, que había salido con bastante antelación, ha dado tantas vueltas que casi empieza a pisarle los talones al auto azul que definitivamente tomó la delantera. El rojo, me dice, es mi favorito color. No bien termina de decirlo, saca de circulación el auto azul y me dice que prefiere ver una película o salir al sol, tal vez a comprobar si hay claros síntomas de comprensión o incomprensión entre los cuervos y las tórtolas por los alrededores de la laguna. También el green es mi favorito color, dice y se desentiende totalmente de las preocupaciones cromáticas y del mundo que se deshilacha afuera. Las ardillas van de un árbol a otro sin pagar peaje, sin que nadie revise si llevan cinto o quiensabequé artefacto oculto bajo su chaleco. Rebel —asumo yo— se devana los sesos por entender por qué tiene que sacarse sus relucientes zapatillas de Spiderman para cruzar por debajo de un arco que en nada le recuerda toboganes ni laberintos de los tantos que hemos compartido ante la indiferencia de los patos que nadan o caminan sin la previsión de que a cualquier rufián se le ocurra intoxicar las calmas aguas del estanque o abonar con alquitrán la grama. Él sólo quiere montarse en el avión; que éste alce el vuelo y que crucemos sobre el agua o la jungla (igual da) y que alguien nos recoja del otro lado sin que ni siquiera tengamos que golpear puertas ni ventanas. Cómo, me pregunto, se las ingeniaría El Gato Félix para cruzar con su utilitario maletín ante las agrias miradas de las cámaras y los antipáticos agentes de Inmigración. El yellow es otro de los favoritos colores de Rebel; el yellow banana, el yellow escudo/corazón del Chapulín y el yellow mariposa. Jamás el yellow frenesí de Gru y su pandilla de villanos. Prefiere, y así lo hace constar, el

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orange amianto de los bomberos y del Rescue, que acuden presurosos con su bocina a todo tren por los retortijones del día. Y esa música pregunta, cuando escucha la sirena y se apresta a establecer las abismales distancias que separan los mundos del Guasón y Batman. Yo trazo curvas, rectas y líneas quebradas sobre una pantalla incierta con el predeterminado propósito de pintarle un puente seguro para cruzar de un lado a otro sin que, tan siquiera un poco, le distraiga el brillo incierto de una flor de poliestireno o plexiglás. Las arañas son buenas, me dice con tanta seguridad, como si tratara de desenmadejarme el intrincado hilo que me turba y conturba la calma y la paz desde que desconfío hasta de la propia palabra confianza, sus sinónimos y antónimos. Quiero tejer un nido de gorriones, intento afinar. Y me interrumpe. Canta Thriller, me dice y me sobrecoge, me arrincona y me arruga… tan sólo de pensar en tantos terroríficos matadores, traficantes que aterrorizan la noche, el aire y el día. Pero pienso en Borges y sus espejos. Negados, negadores; ya ni siquiera se molestan en demostrarnos que en nada nos parecemos a sus imágenes o a las imágenes que tenemos de nosotros. Quién nos protegerá de quienes se empecinan en protegernos. En la palabra Oficial está todo el horror y la indignidad del odio y el oficio de la autosuficiente prepotencia del ultraje y la indiferencia. No canta quien tiene ganas sino quien sabe cantar, le advierto y le hablo del Martín Fierro que, total le suena igual que el nido de gorriones, la yerba que nunca ha sido pisoteada o Las mañanitas. Entonces pienso en Bertold Brecht y lo antepongo a Rambo, al Terminator, los buitres, la carroña y el árbol que se la come. Era más seguro el mundo antes del 9-11, me pregunto. Hago y deshago la respuesta que, de antemano, no responderé; mucho menos pensar en escribirla: el mundo que conozco nunca ha dejado de oscilar al borde. Esa fecha, en los engranajes rotos de un reloj que nunca tuve, apenas suma un episodio más de un espantoso filme que no hay manera de parar. Y vuelvo a Rebel, para mirar desde sus ojos —sin falsos cromatismos ni aprensiones—, vías expeditas para transitar sobre la cuerda floja; él prefiere los rojos y amarillos de Miró, para nada le atraen los grises y el naranja turbio de El grito de Munch. Abro de nuevo el libro. Qué dice ahí, pregunta y le cuento lo que leo al margen: sobre sus bisabuelos dominicanos y peruanos, a quienes nunca ha visto ni siquiera en foto. Pienso en Piglia y en los mecanismos del recuerdo; pienso en Tabucchi, sobre todo en su afán de extraer lo existente de lo no-existente, de relatar un mundo cada vez más ancho y ajeno; y lo invito a nadar El fuego de Manuel Valerio o las profundas aguas de Heráclito. Vuelve y se va. Siempre me ha seducido la Babel de lenguas que se desmadeja, trota, empuja y aglutina por los laberintos de las terminales de los aeropuertos; me encantan los semáforos, las tórtolas y las cigüitas palmeras; odio la atrabiliaria pulcritud con la que te reciben o despiden

los atildados oficiales de Inmigración y Aduanas. Sobre todo si voy en compañía de Rebel y su acuarela repleta de preguntas y acertijos. Y, como si fuera algún personaje de Cabrera Infante o de Cortázar, hablando casi en glíglico o no sé qué, traduciendo una mixtura de lo que oye o lo que ve. Cuándo subimos en el avión, me pregunta. Y mira, se pierde en los destellos y parpadeos de pantallas, valijas e indumentarias. Ansía, sueña con llegar al otro lado. Ni sabe ni le importa qué dicen los noticiarios sobre Oslo, Somalia, Wall Street o el Polo Sur. Ya dentro de cabina, intento sumergirme en las páginas de algún libro, un libro grande y ancho, con unas tapas negras, negrísimas. Qué haces me pregunta. Leo, estoy leyendo, le digo y creo que con ello sacio su curiosidad. Quiero leer también, me dice y se acerca. Qué dice aquí y le contesto cualquier cosa y entonces me pregunta ¿y aquí? Y le invento y le invento y, ante cada nueva invención, viene una nueva pregunta. Tienes que ajustarte el cinturón de seguridad, le digo. ¿De seguridad? Qué cosa es me pregunta. Trato de explicarle, pero nos interrumpe la sobrecargo de la aerolínea que trae un jugo amarillo y otro rojo y le digo que el amarillo es de naranja y me increpa, cuestiona y asegura. El de naranja es orange, no yellow; no puede ser. Estás seguro le pregunto. Por toda respuesta me muestra, ya ajustado, el cinturón. Mi nieto, con una sintaxis muy particular, sólo habla en líneas generales. A veces sonríe; otras, mira de medio lado, como Pedro Navaja o El Sastrecillo Valiente. Dudo que tenga idea de cómo era el mundo antes de que rusos y estadounidenses llegaran a la luna; ni se entera, siquiera, de las radiaciones, bacterias, preservativos y colorantes de los alimentos. Le teme a las cosas vivas y enjauladas (conejos, mariposas y palomas). Quiero volver a casa, me mira y me dice tajante. No tiene certeza de la distancia que media entre el mañana y el ayer. Tampoco yo, enmarañado en la salva de mensajes visuales y auditivos que desde su cabina y a su antojo difunde y autoriza el capitán de la aeronave, puedo prefigurar la gama de matices ni la dimensión de una pena, que aún no se asoma a los ojos de Rebel. Mecesito (así lo dice) irme ahora. Y aunque no sabe, ni le preocupa qué forma tenía el mundo ni la que tendrá, está pendiente de apagar cuatro velitas con sus favoritos colores, cuatro o cinco días antes de la conmemoración del 9-11. I’d rather watch, me dice mientras empujo mis entresijos e interrogantes por el calendario y las aceras.

René Rodríguez Soriano, escritor dominicano, es miembro del Consejo Editorial de contratiempo

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Cicatrices compartidas (¿Con extraños?) Brian Rad

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ulio, 2011. Estoy en Los Ángeles por primera vez en más de ocho años, en una galería de arte de Beverly Hills contemplando piezas de artistas principalmente de Nueva York. Sólo tres de ellos no son de allá, aunque todos han estado allá por más de 10 años. La exhibición tiene un título tomado de una camiseta: POST 9/11, y la tipografía es idéntica a la del New York Post. La ironía del tema reside en que a pesar de que ya rebasamos, en términos cronológicos, este acontecimiento histórico y numerológico, sigue señalando nuestra inquietud colectiva ante el efecto cumulativo de dicha fecha. Todos nosotros sabemos que hay algo que no está bien en cuanto al asunto. Sin duda las camisetas “volaron” y se hicieron un dineral. La última vez que estuve en Nueva York me aseguré de visitar la fábrica de abrigos abandonada, la cual será sustituida por el infame “Centro Comunitario”, porque quería ver cuán lejos estaba de Ground Zero – aunque no me importe, en realidad. De momento me encuentro comprándole a una mujer china un panfleto conmemorativo del World Trade Center con algunos de los ejemplos más impresionantes del susodicho chinglish. De alguna manera esto me parece muy acertado, ya que de existir algo como un souvenir del 9/11, no debería tener ningún sentido, sin mencionar el hecho de que tiene mucho sentido el que se lo compre a una inmigrante sonriente. Si te desplazas dos cuadras al norte – digo, creo que es al norte, pero tampoco voy a pretender que soy un experto en la navegación neoyorquina, como pretenden tantos – te encontrarás con una cruz compuesta de dos vigas tal y como la encontraron entre los escombros. Ahora bien, las cruces en público, y en especial cuando están ubicadas a un paso de protestas sobre otras instituciones religiosas, me molestan. Supongo que no comprendo por qué algo de esa naturaleza es aceptable en una vía citadina, de modo que todo el que deambule por la calle de manera cotidiana tenga que ser testigo del símbolo religioso e imponente de otro. Pero esto es un asunto personal, de la misma manera que me incomoda cuando alguien usa cinta adhesiva para arreglar los cadetes de sus zapatos. Hasta cierto punto, demuestra cierto utilitarismo. Después de todo, no estamos hablando de Main Street, sino de una calle a una cuadra de Ground Zero (el cual realmente necesita otro nombre). En este caso, con algo tan atroz y extrañamente reincidente como es el video de los aviones estrellándose contra las torres, y en especial para aquellos que viven en esa ciudad día a día, supongo que puedo hacer una excepción y tolerar el despliegue religioso. Aunque por lo general no me gustan los símbolos religiosos en público. Es sumamente difícil evitar caer en los clichés cuando hablamos del 11 de septiembre, de la misma manera que es imposible ignorar la política, tanto previo a como luego del ataque. También considero que es

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rayano en lo ofensivo escribir las palabras “no lo olviden” cerca de esa fecha, como si fuera algo que pudiéramos olvidar en realidad. Pero fuera de todas esas cuestiones, nos conviene recordar que es un asunto que no se puede dividir en compartimientos, y aún de otro modo, se puede considerar completamente aparte de toda política. Suscita una variedad de emociones tan disparatadas y a veces irreflexivas en todos nosotros, a tal punto que nos dejan aturdidos. La manera más fácil de ver esta experiencia, si se puede decir de esa manera, es que es parecido a adquirir una cicatriz que obtenemos a la misma vez que otra persona al mismo tiempo. En cierta manera me imagino que es como pienso que los veteranos deben sentirse los unos con los otros, como el respeto que deben sentir en torno a todos aquellos que han pasado por la misma terrible experiencia que ellos pasaron. A los diez años del ataque, definitivamente no nos hemos ‘recuperado’ de los efectos que ese día tuvo sobre nosotros. Pero vale la pena pensar en ello. Observe a la gente a su alrededor, preferiblemente a alguien que no conoce y que ni le importe, y considere que ambos – usted y él – puede que tengan, de hecho, la misma cicatriz dentro de sí.

Brian Rad pertenece al colectivo artístico The Inconvenience. Es actor y escritor radicado en Chicago

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Diez años del 9/11: consecuencias y reflexiones Rafael Franco

en el aire Aquí, en la lista de espera de una de las principales aerolíneas estadounidenses, aguardo sin muchas esperanzas para abordar un vuelo hacia la isla desde la Ciudad de los Vientos. La destrucción de las Torres Gemelas hace diez años ocurrió a cientos de millas y sin embargo sufro en carne propia los nefastos efectos que tuvo el susodicho ataque. Ya no es lo mismo volar stand-by, o sea en lista de espera, ni siquiera con pasaje normal común y corriente. Radiografías de cuerpo completo y los numerosos inconvenientes que se han propagado tanto en los vuelos internacionales como domésticos siguen tan vigentes como poco después del ataque. (Actualizo: En el vuelo de regreso a Estados Unidos las autoridades pertinentes desenvuelven mi disco duro externo como si se tratara de un explosivo, y me untan detectores químicos en los dedos.) Los aeropuertos ya no son lugares de encuentros espontáneos, y sostener la mirada de alguien es casi ofensivo, sospechoso. las drogas Los cambios en las prácticas de seguridad de las aerolíneas son bastante obvios, en lo que a efectos del ataque se refiere. Pero una de los efectos más nefastos – por lo menos en Puerto Rico, a mil 600 millas de la Gran Manzana – se sintió en el narcotráfico caribeño. Toda entrada y salida de la isla quedó prácticamente clausurada por los meses restantes del dichoso 2001. Esto redundó en que los llamados bichotes del narcotráfico (palabra derivada del inglés big shot) no pudieron traer más material a la isla y se vieron forzados a cortar la heroína con algún químico que lograra rendir lo poco que les quedaba. Bienvenida la Ketamina, también referida como la infame ‘anestesia de caballo’, ya que es un poderoso sedante usado exclusivamente por veterinarios. El resto, como quien dice, y como pasó con el mismo ataque a las torres, es historia. No sólo aumentó la potencia de la droga, sino que la incorporación de la Ketamina como corte de las drogas abrió las compuertas para que llegaran una serie de sustancias y químicos a las mesas del narcotráfico para ayudar a rendir las escasas arcas de heroína de la isla. El resultado fue un aumento en la población de usuarios y adictos y un inequívoco empeoramiento en la salud, tanto mental como física, de esta inestable población. tú, yo y todos los hispanos que conocemos Sin duda el efecto más ubicuo del ataque a las Torres es el que se ha hecho sentir en el problema de la inmigración. Poco después del ataque, el Congreso aprobó el Patriot Act, el cual representa un regreso a las invasivas medidas de seguridad de los tiempos de la Guerra Fría. En efecto, recientemente han salido reportes desde Nueva York que describen una estrecha colaboración entre la CIA y la policía neoyorquina. Según los reportes publicados por AP, la colaboración tenía como fin espiar a la comunidad musulmana e infiltrar mezquitas y centros culturales con tal de saber los movimientos de individuos que no necesariamente tenían ningún vínculo con las facciones más radicales del islam internacional.

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El respaldo que le ha dado la CIA a la policía no se ha limitado a seguir a la comunidad musulmana, sino que ha llevado a la creación de una cartografía cultural de Nueva York en la cual se han infiltrado cafés, bares, templos y librerías a fin de trazar las tendencias de las distintas etnias minoritarias que conviven en la ciudad. Todo esto en cuestionable desafío al derecho a las libertades civiles, libertades que para que fueran reconocidas por las agencias gubernamentales de ley y orden, generaron grandes conflictos civiles en Estados Unidos en la década de los 60s. Nueva York no ha sido el único estado que ha cambiado su política pública en lo que concierne a las comunidades minoritarias. Todos hemos leído las noticias que han salido de Arizona a raíz de las leyes draconianas en contra de los inmigrantes. Diez años más tarde, es ilegal andar por ciertas ciudades sin identificación. El enfoque por parte de las autoridades a las minorías étnicas vuelve a ser institucionalizado. Tampoco hay señales de que vuelva a imperar, en el futuro cercano, el derecho a la privacidad que tantos tomamos por sentado en décadas pasadas. A causa del 9/11, las libertades civiles vuelen a ser blanco por parte de las autoridades en nombre de la ‘seguridad pública y nacional’. construyendo supervivencias Una vez más, el debate de la construcción de rascacielos vuelve a ser uno de candente naturaleza en la industria arquitectónica. A medida que en Estados Unidos vemos una tendencia arquitectónica en contra de los grandes rascacielos, las torres de cristal son ahora cultivadas por otros países y otras ciudades. La otrora Sears Tower y ahora Torre Willis, vuelve a ser el rascacielos más alto del hemisferio. Y así parece que será por el momento, ya que no hay planes vigentes de rebasar los mil 442 metros de la susodicha torre. De paso, no podemos ignorar cierta ironía en el hecho de que el rascacielos más alto del mundo sea el Burj Khalifa, en Dubai. A diez años del ataque, el debate en torno a la razón por la cual las Torres Gemelas cayeron sigue tan candente como poco después del colapso. Aún si eliminamos del discurso público las abundantes teorías de conspiración, no podríamos encontrar un consenso real al respecto. Existen muchas teorías, entre las cuales figura una – mi favorita – que propone que fue por culpa del papel, de la

abundancia de papel en las torres, que las vigas de metal que las sostenían se derritieran y permitieran su colapso. Según esta teoría, el punto de combustión del combustible no era suficiente como para debilitar el esqueleto metálico de las torres. Sin embargo, el papel arde a 451 grados Fahrenheit – dato que gracias a Ray Bradbury casi todos conocemos muy bien – y esto fue suficiente para que las gemelas estructuras cayeran ante los ojos del mundo. la historia no será televisada Hace diez años dos aviones enormes arremetieron contra el World Trade Center y tumbaron sus dos torres emblemáticas, en tanto un tercero se estrellaba contra el Pentágono, cerca de Washington, D.C., y un cuarto caía en un campo de Pennsylvania. Para la generación de los Baby Boomers, la pérdida de la inocencia ocurrió una tarde de noviembre en Dallas, en 1963. El asesinato del presidente John F. Kennedy marcó la educación sentimental del estadounidense durante la segunda mitad del siglo XX. El ataque a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001 es a su vez el momento histórico en el cual la nueva generación perdió su inocencia. Ambos eventos comparten, además, la interrogante de la Historia. Al día de hoy todavía no tenemos la certeza de que Lee Harvey Oswald haya actuado sin ayuda. Lo mismo pasa y seguirá pasando con los hechos del 11 de septiembre. En ambos casos hay una versión oficial que es rechazada por un gran sector de la ciudadanía. Y si el asesinato de Kennedy es un indicio de lo que nos espera, pasarán docenas de años antes de que sepamos, a ciencia cierta – si es que algún día sabremos – qué fue lo que realmente sucedió en la mañana del 11 de septiembre de 2001.

Rafael Franco, escritor puertorriqueño, es miembro del consejo editorial de contratiempo

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Una lágrima inmensa Jorge F. Hernández

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oy como ayer, diez años y la conciencia sigue intentando volverse cámara fotográfica, pupilas como lentes para retratar cada escena de la realidad enrevesada por muy incomprensible que sea. A una década se mantiene cierto mal sabor de iras en la saliva, y cierto alivio con saber que muchos afectos quedaron intactos… incluso, saber que por lo menos uno de los culpables ya purga su culpa en el fondo del mar, pero a una década, la misma tinta intacta. Zoom-in: la mirada viaja a una velocidad vertiginosa, sale del negro espacio, cruza las nubes que flotan como algodones sobre un mar de azules y detiene su vértigo ante la imagen angustiosa de un hombre sin nombre que se tira al vacío, desde los cuatrocientos metros de altura de la Torre Norte del World Trade Center de Manhattan. En medio del terror, ante el horror como única y última certidumbre, el hombre decide lanzarse al vacío en vez de morir calcinado o esperar el derrumbe inevitable de una inmensa masa arquitectónica que, no sólo se convirtió en silueta inevitable del perfil entrañable de New York, sino objetivo monumental de la sinrazón terrorista. En pleno vuelo de lo que parecía un viaje normal, una periodista lanza su último mensaje al mar, llamando por teléfono celular a su pareja en tierra. Sabe que es la última llamada de su vida y que sus palabras servirán de testamento fugaz, pero quizá también intuyó que sollamada podría confirmar que la supuesta inviolabilidad de los aeropuertos es absolutamente vulnerable y que la pretendida seguridad de los aviones está sujeta a la aparición aterradora de un enloquecido armado con el simple filo de un cuchillo. Pienso en alguna de las miles de personas, por ahora anónimas y para siempre perdidas, que realizaban su cotidiana rutina de limpieza en las Torres Gemelas o en algún burocrático –e incluso, siniestro—papeleo militar en el edificio del Pentágono de Washington, D.C. Pienso en la mayoría de las víctimas, inocentes: confirmo no solamente mi repugnancia ante las muchas desgracias que decoran el paisaje de este mundo que nos tocó vivir, sino mi sincero desprecio por el imperio incluso y denigrante de los grandes medios de información. Cualquiera, en cualquier punto del mapa mundial, se entera al instante de las cíclicas hecatombes que hieren la piel de la tierra y borran de un plumazo las vidas de miles de hombres, mujeres, niños y ancianos de todas las razas, colores y credos. Al instante, nuestra mirada se llena con las imágenes de telefoto, pero nadie repara en la sencilla contundencia de una mujer enloquecida cubierta de polvo, con la vida entera perdida por el medio o en el vuelo desesperado de ese hombre que decidió caer al vacío o en los nerviosos temblores de los pasajeros que se sabían ya víctimas de una locura inexplicable: estrellar dos aviones justo en medio de los Torres Gemelas de Manhattan. Nadie repara en ellos hasta que pasa la inmediatez del estupor y del azoro; todos nos enteramos de todo, pero no sabemos nada. Incluso el presidente de los Estados Unidos, el país que ha producido cientos de películas que ya habían digitalizado hasta el cansancio la posibilidad real de estas locuras. Efectivamente, recuerdo la voz solitaria y predicadora de Martin Luther King, las ideas demasiado utópicas de Bobby

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Kennedy y el sacrificio de tantos y tantos individuos que han caído acribillados por el sinsentido de los asesinatos en masa, exterminaciones por decreto y holocaustos inhumanos. Más de un trasnochado festejó en Times Square la llegada del nuevo milenio con la ilusión de que todos esos horrores se quedaban signados al pasado, a ese pretérito siniestro que se conocerá en las enciclopedias como “el siglo XX”, pero es precisamente a unas calles de Times Square (que valdría traducirla como la Plaza de los Tiempos) en donde el futuro ya llegó al nuevo milenio con el estallido de dos aviones, comerciales y cargados de pasajeros inocentes, con el consecuente derrumbe de los edificios inolvidables y con la triste contundencia de que todos los fantasmas ominosos de nuestras peores pesadillas siguen estando aquí entre nosotros. El horror de la humanidad no se disipa, quizá solo se logra mitigar y superar con el milimétrico y humilde ejercicio del esfuerzo personal y callado de cada ser humano, uno por uno. Efectivamente, así de cursi y de tajante: la Estatua de la Libertad se quedó incólume ante la desaparición de las Torres Financieras que laminaban desde la orilla de la isla vecina. Quien haya ideado los atentados infamantes de este negro once de septiembre del año 2001, cumplió con el objetivo de mancillar el cetro de las finanzas del mundo occidental, rasgar el trono militar de la potencia estratégica más poderosa del mundo y ridiculizar al comandante en jefe de esas estructuras, pero al hacerlo por vía del terrorismo enloquecido, la matanza insensible de más de veinte mil o de veinte inocentes, confirmó la sinrazón del asesino estúpido, la bestialidad del psicópata alentado por cualquier iniciativa por banal que sea y la insoslayable capacidad de destrucción que habita en las tinieblas de tantos y tantos déspotas y asesinos. Zoom-out: la mirada se aleja de Manhattan, dejándola cubierta en polvo de ceniza y humo de muerte, elevándose sobre el mapa de un planeta que de lejos se observa azul en medio del negro espacio del infinito… como una inmensa lágrima.

Jorge F. Hernández, escritor mexicano y miembro del consejo editorial de contratiempo. Es autor de las novelas La emperatriz de Lavapiés y Réquiem para un ángel, y de varias colecciones de relatos. Vive en la Ciudad de México.

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Jaleos y denuncias

por: Stanislaw Jaroszek Si es un misterio porque el ser humano narra, el que un individuo decida narrar por escrito, y además en una lengua que aprendió de adulto, es un doble misterio. Stanislaw escribe para entrar en diálogo con los hispanoparlantes de Chicago. - Paul A. Schoeder Rodríguez Precio: US$14 1a. edición (Abril 2010) En español ISBN: 978-098000424-3

En la 18 a la 1 por: Escritores de Contratiempo en Chicago Este libro es, además de antología, una muestra, y también un repertorio: selecciona lo más representativo de cada autor, muestra la diversidad de su talento, y documenta el estado de la literatura hispánica en su estancia en Chicago. - Julio Ortega Precio US$14.99 1a. edición (Septiembre 2010) En español ISBN: 978-09800042-5-0

A veces llovía en Chicago por: Gerardo Cárdenas

Gerardo Cárdenas urde un mosaico de tramas y memorias que se confunden, difuminan y entroncan hasta el punto de hacernos olvidar o recordar qué porcentaje de espejismo yace o subyace en lo que él cuenta o el lector infiere que ocurre en Chicago y sus alrededores. - René Rodríguez Soriano. Precio US$12.95 1a. edición (Marzo, 2011) En español ISBN: 978-09800042-67

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FOTO: RAFAEL FRANCO

Rafael Franco nació en la isla de Puerto Rico el último año de la década del 1960. Comenzó a escribir en escuela elemental y continuó cultivando la escritura como periodista en la década del 1990. Luego, ya entrados los 2000, tradujo su cuento “La pareja y el extraño”, el cual fue publicado en la antología “Whistler in the night world”, editada por el afamado traductor Tom Colchie. En 2007 publica su primera novela, “El peor de mis amigos” (Ediciones Callejón), considerada por la crítica puertorriqueña como una de las mejores diez novelas publicadas en los primero diez años del nuevo milenio. Ese mismo año su colección de relatos “Alaska” ganó el primer certamen nacional de cuento otorgado por el Instituto de Cultura de Puerto Rico. Su trabajo periodístico ha aparecido en las páginas de los matutinos New York Times, Orlando Sentinel, San Juan Star y El Nuevo Día. En el presente prepara la primera parte de “Los 4 Libros de la Inmortalidad”, titulado “Fuego”. Además es columnista de la revista cibernética 80 Grados e integrante del taller de cuento y poesía y del consejo editorial de contratiempo. Los textos reunidos en este número de Deshoras aparecieron por primera vez en la antes mencionada colección “Alaska” y en variadas revistas literarias en Puerto Rico y Estados Unidos. Esperamos que los lectores los disfruten.

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Rafael Franco

FOTO: RAFAEL FRANCO

Yukón Encuentro trivial, en cierto modo, como son aparentemente todos los encuentros cuyo verdadero significado sólo se revelará más tarde, en el tejido de sus implicaciones… –Alejo Carpentier

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e frente –bajo sus pies y a la vuelta redonda, salvo en la zaga siniestra, donde esperaba en la bruma con escabrosa eminencia la Sierra de Cassiar– se abría una inmensidad ondulante, repleta de cuanto verde ocurría naturalmente en el mundo vegetal y aplastada por una inmensidad aún mayor; un cielo desbordado de diferentes tonos de azul y sazonado con la blancura casi transparente de la capa de cirros que discurría por la troposfera. A lo lejos, al extremo noroeste, se daban cita a la brava los tempestuosos grises de un malhumor meteorológico mencionado sobre las cumbres pedregosas del horizonte canadiense. Nada más distinto a una hilera caribeña de mogotes costeros. Por lo menos un día entero a motor lo separaba de todo rastro urbano a cualquier dirección en la Autopista Alaska-Canadá, pero hacía más de dos días y dos noches que había salido de Dawson Creek con su mochila al hombro y sin otra transportación que sus escuetas piernas. La Norton 750 estaba en el patio de la casa de Chad en Hudson Hope a la sombra de un corillo de abetos resecos, cubierta con una lona alquitranada y con la palanca de cambios rota. Sin haberlo visto en más de diez años – sin saber nada de él en realidad– Chad le dio un fuerte abrazo, le ofreció almuerzo y ni preguntó cómo lo había encontrado.

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De cualquier modo, luego de tener que arrastrar la moto unas millas y soportar el viaje en grúa de cuatro horas, no dio para más de una película, dos cervezas y un par de palabras antes de quedarse dormido. Se conocían de Beaver Creek, del colegio de los misioneros, y aún cuando él se fue a la isla se veían la única vez al año de rigor, en verano. Pero las amistades siempre eran incómodas cuando se pasaba demasiado tiempo sin verse. Tal vez no los volvería a ver a ninguno de los dos, ni a la Norton 750 ni a Chad, en diez años más. —Dene, viejo, nos vemos— fueron las únicas palabras de Chad, su viejo amigo atabasco, cuando partieron caminos en Taylor. Si lo iba volver a ver o no dependía del viaje, de si era ida y vuelta o si la vuelta no fuese por mar en barco desde Valdez en el Prince William Sound, al otro lado de las montañas St. Elias, la segunda sierra norteamericana más alta. Así lo había hecho la vez pasada, más o menos diez años atrás y al poco tiempo de empezar a vivir los inviernos en Seattle, luego en la isla. Ahora nada importaba, sin embargo, porque el calor y los mosquitos se metían, los dos picando a través de la ropa. Los árboles se amontonaban en todas las direcciones, alfombrando las laderas y los valles a su alrededor. No se veía ni siquiera un cable telefónico. De momento, parado en los dos carriles de la Alcan, toda la población del mundo parecía estar en otro planeta. El norte es así; se siente vacío por la falta de gente pero está lleno de bosques enormes, glaciares monumentales, ríos escandalosos, cascadas, rumiantes gigantes, osos terribles y un sinnúmero de criaturas peludas, voladoras y sobre todo solitarias. Hasta los animales aparentaban estar también sólo de visita, escapándose de sus propios rollos por un tiempo indefinido, para entonces regresar a sus terruños, sus aguas y en el caso de los humanos, a sus ciudades. De las ciudades que él había cruzado, evitado, habitado, padecido y soportado durante su trayecto, conservaba nada más que recuerdos. No traía consigo ni una fotografía; regresaba sólo con su memoria. No pasaba un vehículo desde por la mañana. No lo había ni visto, porque reposaba sobre el saco de dormir con los ojos cerrados cuando lo escuchó en la carretera. Por el ruido supuso que se trataba de un motor rotativo, quizás una RV deportiva o uno de esos híbridos caseros. El resto del día, en cambio, no se escuchó ningún ruido que delatara la presencia ni de seres humanos ni tampoco de sus máquinas. Ya había dormido una noche a la intemperie y prefería llegar a Ft. Nelson lo antes posible para tratar de encontrar un pon hasta Watson Lake en el Yukón, su primer hogar. Las consecuencias de tener un padre atabasco y una madre puertorriqueña empezaban a aumentar su factura ahora, después de tantos años. El tiempo no era el mismo, era otro, más lento e inepto. Torpe. Pronto tendría que decidirse. No podía seguir oscilando de uno al otro; no duraría mucho más así. Decidió caminar por la carretera en vez de usar el camino terrestre contiguo, por lo general saturado de matorrales y trepadoras, uno que otro alce, charcos, estanques, estuarios y una verdadera variedad de roedores salvajes. No obstante era él, Dene, quien se sentía como una bestia, aplastando flores y revolcando el suelo con los zapatos de cuero. En el norte ya no experimentaba la sensación de pertenencia, de formar parte de una geografía en específico, que sintió en determinado momento. Jugó con esa idea un rato, contrastando incoherencias, espacios interiores, viendo como dejaba que el tiempo muriera sobre la gravilla de la autopista con cada paso que tomaba. Varias horas más tarde llegó a Ft. Nelson, en pleno crepúsculo y algún tiempo antes que la noche. No había gran cosa entre qué escoger, así que buscó el primer diner en el área y ordenó una bullabesa que divisó en el menú de los especiales semanales – había un cartón amarillo, con las palabras “Boullabaise Blue Plate Special”, junto a un recuadro blanco sobre el cual creyó detectar los fantasmas

del último precio anunciado, y al cual sólo apuntó en silencio. Dos parejas de ancianos retirados en una mesa de esquina, un camionero solo y dos fulanos sentados al bar compartían el comedor de la estructura, que de paso contenía servicios de correos, hospedería y farmacia en despachos contiguos. No hubo preguntas, nadie dijo nada en el tiempo que tomó calentar la sopa. Distinguió dentro del caldo pedazos de trucha, salmón y ástacos de la región, pero no estuvo sabrosa la cena. Sosa, más que nada. Pensó en una alcapurria de jueyes de Piñones, o un bacalaíto grasoso, y suspiró con nostalgia, mientras alejaba el plato casi sin tocarlo. Más tarde, cuando estaba en la entrada junto a la caja registradora listo para saldar la cuenta del fiasco de bullabesa, el camionero se levantó, se puso una gorra y salió por la puerta guiñándole un ojo a la chica detrás del mostrador. Mientras recibía su cambio –en dólares canadienses, por supuesto– se vio lo suficiente cerca de la adolescente para observar con lujo de detalles el acné supurante que cubría el rostro de la muchacha. No podía tener más de catorce o quince años, aunque sus ojos delataban una madurez al parecer enterrada y disimulada a perfección por su joven cuerpo. Al percatarse de la forma en que él la auscultaba, ella sonrió y achicó los ojos. Ahora le tocaba a ella estudiarlo. —A ti te gusta mirar,— juzgó y calló. En eso, cuando él no sabía qué hacer para restaurar la poca vergüenza que acostumbraba tener, el camionero de la gorra regresó con un arete atestado de llaves de todos los tamaños y colores. —Toma,— le dijo a la muchacha y se le pegó, acomodando de repente una de las rodillas femeninas entre sus piernas. Ella respondió poniéndole una mano abierta en el pecho, como si así previniera que el hombre se desplomara sobre ella. —Éste no es como tú,— dijo la chica sin especificar a cuál de los dos le hablaba. Entonces hubo un intercambio de palabras, sonrisas y gestos crípticos entre ellos dos. Dene sólo pudo captar ideas inconexas: algo sobre la culpa y “esa” gente. Aprovechó el momento para intentar una retirada discreta, sin despedirse ni dar las gracias por la sopa, pero el hombre de las llaves se le adelantó, desplazándose de súbito nuevamente hasta la puerta, por donde salió apresurado sin las llaves y luego de agarrarse la visera con los dedos para decir adiós sin palabras. —¡Cabrón!,— sentenció ella rabiosa. La puerta se cerró detrás del hombre y la jovencita se quedó hablando sola, maldiciendo entre dientes. Por fin palmoteó el mostrador y caminó hasta la puerta. —Y como yo me entere que se lo has contado a alguien, ¡prepárate! A la primera que venga uno preguntando por mí, te las vas a tener que entender con mami, ¿oíste? —¡Ja!,— soltó uno de los fulanos del bar, mientras encendía un puro dándole la espalda a la jovencita parada ante las ventanas de la entrada. —You wish… —¿Qué te pica a ti?,— disparó ella, de regreso tras el mostrador, en dirección del bar. —Forget Florida awready. Yer neveh gon’ back,— llegó la contestación, aunque parecía una voz diferente esta vez. —Ay papi, qué jodienda…,— comenzó a protestar ella, pero Dene no terminó de escuchar lo que seguía. Al abrir la puerta sintió una presencia a sus espaldas, otro mengano más que no había visto y por lo tanto no podía decir cuánto tiempo había estado allí, detrás de él. Aunque consideró doblar el cuello para retratarlo con su mente, salió y tragó todo el aire montuno que pudo, aliviado por la cualidad campestre del aliento del pueblo. Había tramos de la Alcan que no podía descifrar, o más bien que no deseaba comprender ni conocer. Los prefería ignotos, ocultos bajo el velo del denso follaje de la zona y de los viajes ininterrumpidos, sin paradas ni escalas. Ft. Nelson ahora figuraba con notoriedad en esa lista de lugarejos. Lo mejor era llegar a Yukón en cuanto antes. Conocía un terreno no muy lejos del pueblo, a una milla en el camino de tierra a mano derecha, justo después

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del primer puente. Era una pista de aterrizaje abandonada desde la década del ’50, cuando la autopista usurpó su utilidad. Podía acampar la noche allí para levantarse tempranito y arrancar a caminar. Con suerte por la mañana conseguiría un pon de madrugada. Todavía le quedaban un par de horas de vida al resplandor crepuscular, antes de que cediera el paso a la noche. Decidió caminar hasta el terreno y quemar las calorías de la pesada sopa. Aunque estaba en un pueblo, el panorama no había cambiado gran cosa. Seguía justo en medio de la nada, rodeado de madera y mosquitos. Todos los vehículos aparcados a través del poblado tenían las luces y el parabrisas rebosantes de insectos restrellados contra los cristales. Cuando un carro llegaba y estacionaba, los pájaros salían de los árboles del bosque para engullir un almuerzo de artrópodos acabaditos de morir. Llegó a pensar que lo mejor que le había pasado en el viaje de regreso era el daño a la moto. A pie no tenía que lidiar con el problema de tener la ropa y el casco cubiertos de los cadáveres de cuanto bicho volador había por esos lares. En menos de media hora cruzó downtown Ft. Nelson y el tráfico dejó de fluir, de existir. No eran muchos los que conducían por la Alcan casi llegada la noche. Tenían que utilizar los limpiaparabrisas para combatir la espesa lluvia de insectos alados atraídos por los focos y demás brillos artificiales. También los animales salvajes se convertían en obstáculos mortales sobre la carretera por la noche. No era raro ver un cérvido acostado en medio de la autopista, con el pecho subiendo y bajando a medida que respira tendido sobre el pavimento, no muy lejos de un Toyota 1.8 descuartizado por el impacto. (A veces Dene pensaba que había un significado escondido en el hecho de que los cocolos atabascos y boricuas preferían ese modelo en particular.) Mientras el animal parecía descansar y estar recuperando sus fuerzas, el auto yacía en el hombro pedregoso de la calle con la capota hundida, sin ninguno de los cristales, con el bonete destrozado, el chasis colapsado y los ejes partidos. El alce por lo general tenía más probabilidades de sobrevivir un accidente que el conductor del vehículo. De súbito escuchó un motor acercándose. Ya estaba bastante cerca y se regañó a sí mismo por no estar más pendiente de lo que sucedía a su alrededor. No se podía dar el lujo, mientras discurriera por estos parajes septentrionales, de pensar en pajaritos preñados e ignorar sus derredores. Dio media vuelta y atrás, en una curva cerrada, que bloqueaba la vista hacia el pueblo, vio una Bronco levantar nubecillas de polvo. Cuando llegó a donde él estaba, pudo constatar que el vehículo contenía un solo tripulante, un conductor barbudo, y además de haber sufrido unas alteraciones estructurales, venía remolcando un pequeño bote repleto de cacharros. —Howdy,— ofreció la voz hirsuta desde el interior. Saludó con la cabeza y esperó a que el extraño dijera otra cosa. —Well,— añadió el hombre al cabo de un rato suficiente para determinar con cierta certeza que él permanecería en silencio, —don’t just stand there. Do you need a ride? —¿Qué usted cree?,— contestó Dene en inglés. El barbudo debía pasar los cuarenta años, se le notaba en los pómulos arrugados y las patas de gallo en los ojos. Antes de decir otra cosa, el hombre estacionó el vehículo y se apeó, ahora con un cigarrillo bailándole en el escenario de sus labios resecos. —Mira,— dijo antes de encender el pitillo. Inhaló una vez, profundamente, casi como si suspirara al inverso. —No me malinterpretes. Me bajo para que me veas bien y decidas lo que tengas que decidir. Yo a ti te vi en el diner y ya tuve tiempo de establecer si puedo fiarme de ti, eso es lo primero que uno tiene que hacer por estos… paralelos. Aquí no se puede confiar en la gente—. Pausa. —Por ejemplo, me parece bien que no te haya gustado ni la comida ni la niña del diner. Los dueños son un bonche de locos del sur, al parecer de Florida, y sabrá

Denali por qué se han metido en este lugar en medio del culo del mundo… Dene, quien seguramente había sido clasificado como otro viejo más por la chica del diner, lo observó de reojo y de momento no supo qué pensar. —Mira,— volvió a empezar el otro, —voy a Watson, pero tengo algo de prisa y necesito conducir por lo menos hasta más o menos la medianoche. Tengo que estar en el pueblo mañana antes de las cinco de la tarde. Estoy seguro que no te tengo que explicar que— —No creo que llegue a tiempo,— interrumpió Dene. —Sí, tienes razón. La cosa es que yo no puedo amanecerme guiando sin parar hasta Watson. —Yo tampoco, por si acaso era eso lo que pensaba. El hombre fumó con ahínco. —Coño, tengo que confesar que me agarraste en la pifia. Te puedo ofrecer un poco de dinero, no mucho, pero algo pa’ que resuelvas enloque… No supo si la oferta de dinero había sido un insulto. Sí sabía que el tipo le había lambido el ojo diciéndole que podía fiarse de él y que se había identificado con él en el diner – sin duda había sido el personaje secundario que había sentido a sus espaldas justo antes de salir de aquel antro nebuloso disfrazado de cafetín. —Salía del baño cuando el pai, la nena y el tío hicieron el papelón frente a todo el mundo en el restorán,— dijo como si pudiera leerle el pensamiento. —Perdón, soy un maleducado, me llamo Jim Macintosh, pero me dicen Mac. —Dene,— correspondió, dándole la mano. Desde la Bronco llegaron unos ruidos inidentificables. —Ése es Tosh, mi labrador. Chocolate, no negro,—aclaró Jim. —No te lo presento ahora porque desconfía de los extraños. Después de que te huela dentro del carro y vea que yo apruebo de ti dejará de ladrar y joder. —¿Mac y Tosh? —Sí, Macintosh,— contestó el conductor de la Bronco, riéndose como si fuese un chiste lo que acababa de decir. —Bueno Mac, no sé si sea la persona indicada para ayudarte a llegar a Watson antes de las cinco de la tarde de mañana. —Estamos claros,— repuso el otro, mientras aplastaba el cigarrillo con una bota de vaquero y en un tono diferente, más simple. Supuso que como ya no tenía ningún provecho que sacarle al intercambio, ahora utilizaba el tono normal de su voz. Cuando primero se había bajado del vehículo, en mahones y con la camisa de botones por dentro, su tono había sido distinto, menos áspero que ahora. —La oferta de pon sigue en pie. Dene miró hacia adelante, donde la autopista de dos carriles trazaba eses entre los árboles. Tardaría por lo menos tres horas andando para llegar a la pista de aterrizaje abandonada. —Bueno, yo me voy antes de que me coman los fóquin mosquitos…mucho gusto Dene. —Espere,— dijo, decidido a llegar a Yukón lo antes posible, —si la oferta es en serio la acepto. Si prefiere seguirlo solo no se preocupe, lo entiendo. —¿Seguro que no te quieres ganar un par de pesos guiando esta noche? —De verdad que no puedo Jim, perdón, Mac. Si no lo haría con gusto,— insistió. El hombre lo observó en silencio. —Lo podría ayudar al revés,— añadió. —¿Cómo es eso? —Bueno, yo duermo ahora en el asiento y tú guías hasta que amanezca. Entonces yo puedo tomar el volante hasta Watson. Así llegamos por la tarde de seguro. Jim sonrió. —No te preocupes. Lo que tengo que hacer puede esperar. Móntate. Aunque el asiento del pasajero tenía los muelles inservibles, se sentía bien viajar en un vehículo otra vez, viendo el paisaje pasar a toda velocidad al otro lado de la ventana. A su derecha los valles, salpicados de lagunas y riachuelos, se estiraban ondulantes e irregulares hacia la penumbra. Al otro lado la sombra era más intensa a causa de las montañas que recorrían el terreno boscoso de norte a sur, y detrás de las cuales el sol se hundía a escondidas en el Océano Pacífico.

Rafael Franco

Arriba a la siniestra se empezaban a ver los picos blancos de St. Elias tornados de profundo carmesí por el poniente. Como a la hora y media de estar conduciendo, Mac encendió otro cigarrillo y rompió el silencio que ambos habían cultivado luego de la conversación sostenida sobre el hombro de la carretera en las afueras de Ft. Nelson. —Si todo sale bien, quizás me puedas ayudar al fin y al cabo. Watson es sólo la primera parada que tengo que hacer en Yukón. Después tengo que pasar por Whitehorse, Tagish y Haines Junction. Puede que vaya hasta Inuvik, pero no sé si tenga ganas de hacer ese recorrido tan largo. De cualquier forma, tengo que estar en Fairbanks a finales de julio, como tarde. Es más, ahora que lo pienso, ir a Inuvik sería una locura. —Irías solo,— dijo Dene y los dos se echaron a reír como viejos amigos. Entre tanto Tosh, estimulado por la pavera, ladraba como un perro rabioso, demente. —¡Chú!,— le gritó Jim al can. —¡Cállate! Tosh obedeció enseguida. —Lo tengo al palo,— comentó el dueño. —Y el bote, ¿pa’ qué es? —Ése es mi remolque. No le tengo ni motor. Lo que pasa es que yo divido mi tiempo entre California y Alaska. Todos los veranos subo, desde que vine por primera vez con mi hermano en el ’75 buscando trabajo en la temporada de salmón. El bote lo compré al año, pero casi ni lo usé. Es una porquería, no sirve ni de remolque. —Bueno, yo voy hasta Beaver Creek, a visitar al viejo. Jim lo miró sorprendido. —No pensé que tuvieras conocidos por acá. En ese caso yo puedo subir a Fairbanks por Kluane, en vez de Dawson City, como tenía planificado. Volvieron a callar. Ya tendrían tiempo de hablar todo lo que quisieran. Jim continuó a cuarenta millas por hora hasta ( CONTINÚA EN LA PÁGINA 16 )

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MIRADA C

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CÓMPLICE

FOTOS: CORTESÍA DE EL STITCH Y BITCH

Tejer y joder: El Stitch y Bitch de Chicago Esmeralda Morales

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ocas veces recordamos el tejido como un arte, a menos de que se hable de aquellos antiguos hechos con hilos de oro o plata, o de los monumentales que adornan palacios y castillos del viejo continente. Sin embargo a mediados de la década pasada, comenzó un fenómeno que puso al tejido en el ojo de los artistas. Este fenómeno surgió de la necesidad de volver a las piezas únicas hechas a mano. El Yarn Bombing brotó en 2005 con Magda Sayeg y el colectivo Knitta Please. A partir de entonces tejer con gancho o agujas y crear knit graffiti (graffiti tejido) se convirtió en un medio de expresión donde el artista deliberadamente deja su huella y “embellece” el paisaje urbano con piezas tejidas únicas hechas por uno o más creadores. Este fenómeno ha crecido de tal manera que hoy en día existen colectivos de artistas tejedores en todo el mundo que muestran sus obras en calles, galerías, museos y monumentos. De esta creativa influencia nació en Chicago el colectivo El Stitch y Bitch. Quienes el año pasado montaron una interesante instalación en el Museo Nacional de Arte Mexicano de Chicago con motivo del Día de los Muertos. Contratiempo conversó con Thelma Uranga, una de las fundadoras del colectivo El Stitch y Bitch: CT: ¿Por qué se llama El Stitch y Bitch? TU: El nombre lo tomamos del grupo de tejido Stitch n’ Bitch que creó la feminista Debbie Stoller en Nueva York. Debbie acepta e incorpora ciertos hábitos antes rechazados por las feministas de los 70 y así fortalecer al feminismo “femenino”. Nosotras tomamos el nombre y le dimos un ligero cambio que habla de esta mezcla latina-americana de nuestros orígenes y de los lugares donde nos reunimos como Pilsen, Bridgeport y la Villita. NÚMERO 87

CT: ¿Cada cuándo se reúnen? TU: Dos veces al mes. Un grupo de principiantes y otro de avanzadas. Nos reunimos en toda clase de lugares. Aquí en el café Efebina’s nos tratan muy bien y venimos frecuentemente, aunque también nos hemos reunido en bares, restaurantes y de vez en cuando en casas particulares pero nos gusta más mantener las reuniones en lugares públicos. CT: ¿Cómo se creó El Stitch y Bitch? TU: En el 2008 Stephanie (Manríquez) y yo empezamos este círculo de tejido cuando regresé de la universidad. Stephanie sabe tejer con gancho, yo con agujas y nuestra idea fue crear esté espacio en donde pudiéramos reunirnos con más gente que le gustara tejer y así aprender unos de otros. Lo promocionamos y así empezó el círculo de tejido. A partir de ahí poco a poco fue creciendo hasta convertirse en el colectivo que es ahora. CT: ¿Han tenido colaboración de otros artistas de la comunidad? TU: Empezamos a hacer graffiti tejido en las calles y luego aquí fuera de este café marcamos el espacio de reunión. De ahí la gente comenzó a notarnos y naturalmente atrajimos a artistas de la comunidad a colaborar, como Naomi Martínez creadora de Mostrochika. En 2009, Miguel Cortez de Antena nos invitó al Festival de Arte de Bridgeport. Creo que esa fue la primera vez que tuvimos que crear un objeto de arte. A partir de ahí tuvimos diferentes propuestas de participación en exhibiciones de arte. Aunque por otro lado, todavía me gusta mantener la parte tradicional de un círculo de tejido y poder hacer mis bufandas, sombreros y los regalos que tengo prometidos para una gran lista de amigos.

CT: ¿Qué clase de mujeres participan en El Stitch y Bitch? TU: No solo tenemos mujeres, también hombres participan de vez en cuando. Principalmente es gente que tiene curiosidad por aprender a tejer. El Stitch y Bitch es parte del directorio nacional en línea Stitch n’ Bitch. La gente que recientemente se muda a Chicago y que ha estado en un círculo de tejido en otros estados del país, nos escribe buscando incorporarse a El Stitch y Bitch. CT: Cuéntanos de las próximas exhibiciones TU: Tengo que confesar que desde hace tiempo he querido que El Stitch y Bitch tenga una muestra en la galería Antena aquí en Pilsen. Me gusta ese espacio contemporáneo y de experimentación que Miguel Cortez tiene. Como grupo hicimos una propuesta, y ¡la exhibición Tejer y Joder abre el 23 de septiembre!...

Para más información sobre El Stitch y Bitch: http://elstitchybitch.wordpress.com/ Para información sobre Tejer y Joder: http://www.antenapilsen.com/upcoming.html Sobre información del knit graffiti: http://www.knittaplease.com

Esmeralda Morales, diseñadora mexicana. Vive en Chicago

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( VIENE DE LA PÁGINA 13 ) que oscureció casi por completo y aparcó la Bronco cerca de unos abedules altísimos al otro lado de la calle. —¿Tú tienes saco?,— preguntó Jim. —Sí, sí, no te preocupes. —No, no, si yo no me iba a preocupar, yo duermo con Tosh atrás y sin cojones me tiene dónde o cómo tú duermas,— dijo riéndose. —Pero si quieres te puedo prestar un catre que tengo en el bote. —Bueno, ya que insistes… Dene buscó un claro no muy lejos de la parte de atrás de la Bronco y acomodó el catre luego de despejar las piedras que encontró. Mientras sacaba el saco de dormir de su bolsa, Jim trajo a Tosh hasta el claro. El perro le ladraba y enseñaba los dientes, babeándose y clavándole los dos ojos negros. El dueño lo controlaba con una cadena que le había atado a un collar de metal. —Vamos, vamos, tranquilo, que éste es buena gente. Dene, estira la mano pa’ que te huela. Así mismo, no tengas miedo que no te va a hacer nada a menos que yo se lo ordene… —No parece…,— repuso con algo de miedo. Tosh seguía en pose de ataque. —Parece que está de mal humor. A veces se pone así cuando no lo saco de la troka pa’ que corra y se ponga a jugar con las ardillas. Tratamos mañana otra vez. —Oquey Mac…buenas noches. —A ti,— le contestó y tiró violentamente de la cadena. —¡Qué te calles te digo!,— le gritó al can mientras lo metía en la cabina posterior de la Bronco. Antes de terminar de preparar su cama improvisada, los insectos lo descubrieron y se le abalanzaron encima en manadas. Se empegostó repelente de mosquitos en la cara y las manos, luego de ponerse un pulóver de manga larga, medias y una boina de lana que le tapaba los oídos. Por lo menos había encontrado pon hasta Haines Junction, quizás hasta el mismo pueblito indígena donde vivía su papá. Las

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noches de chinches y majes estaban contadas; en unos días, si todo marchaba como anticipaba, estaría durmiendo en su viejo cuarto sin ventanas. Como el repelente no había sido suficiente, preparó un pequeño fuego con maderas húmedas cerca de su lecho y se metió en el saco. Con sólo estirar el brazo podía extinguir el fuego. —No te olvides de apagarlo pronto,— le gritó Jim. —Si se te olvida, vas a atraer a los fóquin indios. ¿Los fóquin indios? Luego de un instante de ira, Dene se tranquilizó. No era el momento para entrar en discusiones sobre la falta de sensibilidad que esas palabras delataban. Sin embargo, mañana le diría que él era mitad boricua y mitad fóquin indio, y estudiaría su reacción. Así determinaría si se trataba de un prejuicio corregible o un racismo internalizado de siempre, que sería imposible eliminar con la razón. Al parecer todavía quedaba la posibilidad de tener que continuar el viaje a dedo; no le interesaba cuajar ninguna amistad con ciertas personas, como de la misma manera estaba seguro que de ser un redneco, Jim tampoco iba a querer llevarlo el resto del camino. Sería una lástima, porque le había caído bien el hirsuto después de todo. Mientras cavilaba sobre el asunto, observaba las estrellas que pululaban titilantes en el espacio. No había mejor somnífero que una noche rural de luna nueva, despejada y estrellada. Lo despertó un ruido extraño. El fuego – que en efecto había olvidado apagar – yacía enterrado bajo un montón de tierra. (Sin duda obra de Jim, lo cual no ayudaría mucho cuando lo confrontara con sus prejuicios.) El ruido provenía de la Bronco y era de origen metálico, como un solapado raspar constante. Aparte de eso, no se escuchaba nada más. A lo mejor no faltaba mucho para que saliera el sol, eso explicaría el silencio silvestre. Quizás también explicaba la etérea luminiscencia difusa aplastada contra la región oriental del horizonte. Se salió del saco y dio unos pasos en dirección del vehículo, alrededor del cual se desplazaban unas sombras enrarecidas, imposibles de enfocar. De repente la bóveda sideral completa estalló en miles de tonalidades de verde luminoso, refractado en zanjas de norte a sur en el firmamento, a veces entremezclado con unos tonos violáceos o púrpuras: aurora borealis. La quijada se le cayó a Dene, no veía un despliegue solar así desde la elemental. Las reverberaciones fluorescentes cruzaban el domo celeste como olas centellantes, para romper sobre la playa negra del vacío y reventarse en una miríada de luminarias vibrantes, fugaces, irisadas. El cielo se vestía a raudales de oropel, perlas y esmeraldas resplandecientes. En eso escuchó la puerta trasera de la Bronco abrirse y los ladridos de Tosh multiplicarse entre los árboles. Alguien gritó y Dene salió corriendo hasta el vehículo. Varias sombras se materializaron en personas y salieron corriendo hacia el otro lado de la Alcan. Tosh atacaba a una de las sombras mientras que Jim intercambiaba puños con otra. Cuando se acercó, Dene sorprendió a su amigo dándole al barbudo como a pandereta de pentecostés. —¿Chad?,— fue lo único que alcanzó decir. Su amigo empujó al don contra la Bronco, agarró algo del piso y se encogió de hombros antes de salir corriendo hasta la guaguita Toyota color marrón al otro lado de la calle. El que restaba logró zafarse del perro con un par de patadas y se unió al grupo que lo esperaba en el alargado vehículo. En cuanto se cerró la puerta, el Toyota chilló gomas en dirección de Ft. Nelson. Aturdido, Dene permaneció unos instantes de espalda a la Bronco, observando las luces rojas de la guaguita achicarse a medida que se alejaba a toda velocidad. —Te dejaron,— dijo Jim mientras Tosh gruñía a su lado. —¡Stay!,— le ordenó al can.

—¿….?,— intentó decir algo y suspiró al voltearse y encontrarse al hombre enrollándose las mangas, pasándose la lengua por el labio inferior hinchado y blandiendo un tubo de hierro como si fuera una espada. La Bronco estaba inclinada hacia un lado, a causa del gato hidráulico que Chad y los otros delincuentes atabascos habían utilizado para levantarla. Sin duda habían querido robarse las llantas y los aros. —Ahora entiendo por qué es que no ‘podías’ guiar de noche…y por qué Tosh no puede parar de gruñir cuando te ve. Está bien entrenado, ¿sabes? Sólo ataca a indios y negros por su cuenta. —Mac, yo soy mitad indio y mitad puertorriqueño… —Peor todavía. Ahora, dime una buena razón por la cual no deba echarte al perro encima. —Yo no tengo nada que ver con esto. —Sí claro. Y el fuego de anoche lo hiciste para espantar a los mosquitos…Yo no soy pendejo. Pero está bien, te voy a dar el beneficio de la duda. Si tú de verdad no tienes nada que ver con esto, pues entonces supongo que cuando estabas mirando la guaguita te memorizaste el número de la tablilla. A ver, ¿cuál es? —Mac, yo sólo reconocí a uno de ellos porque lo conozco de Beaver Creek y me tomó de sorpresa… —Por supuesto. ¿Y el número de tablilla es…? —…. No duró mucho el fenómeno atmosférico. Cuando Dene se disponía a decirle que no sabía el número de tablilla del Toyota, que no se había fijado, las bandas brillantes de verdes y azules cruzaron lo que quedaba del espacio y se deshicieron sobre los picos de las montañas en la negrura occidental.

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28 de julio de 1992 Veintiocho de julio de milnovecientosnoventidós un edificio cae en medio de la ciudad demolido entre polvo y basura un hombre estudia la calle envuelto en trapos viejos hambriento un niño desenvuelve regalos un radio un libro un cachorro El veintiocho de julio de milnovecientosnoventidós alguien aprieta una correa vieja la cuchara caliente el algodón bastante prieto un pequeño incordio en el labio le molesta y no quiere que nadie la bese fulano desaparece otra vez esta vez en Centroamérica mucha gente aplaude y las luces ciegan los ojos, anulan un dolor de estómago una lágrima invisible, unos cuantos reunidos para escuchar el resultado de la Prueba.

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hongos a la memoria de Chris Vogt

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uando tenía equis número de años, uno de los pasatiempos que más disfrutaba era el siguiente: reventar lagartijos. No me acuerdo si era a través de Félix o David, o quizás una combinación de los esfuerzos de esos dos individuos, pero siempre llegaban a mis manos unos petardos chiquitos, medio meñique de largos y de apariencia inofensiva. Entre los mil usos que encontraba para esos explosivos diminutos, figuraba en la lista con peculiar prominencia la destrucción fulminante de lagartijos. David me ayudaba a capturarlos con vigas finas de yerba mala que crecía junto a la quebrada, a las cuales sometíamos a unos nudos complicados que nos había enseñado mi hermano y que nos permitían atrapar a los pequeños reptiles sin estropearlos demasiado. Escaso consuelo para esas criaturas que pronto sentirían el corrosivo sabor a pólvora. Luego de la captura, le oprimíamos los costados de su minúscula cabeza y no le quedaba más remedio que abrir la boca – diciendo aaaaahh, como si estuviera pasando por un perverso examen médico. Los petardos eran tan chicos que no nos costaba nada de trabajo entrometerlos en las gargantas miniaturas de los reptiles prisioneros. David los sujetaba con una fortaleza pueril, mordiéndose la lengua y frunciendo las cejas, devolviéndoles la libertad segundos después de yo encender la mecha y segundos antes de que el petardo hiciera ¡pop! y les borrara la existencia en un abrir y cerrar de ojos. Poco alivio para los pobres lagartijos, cuyos últimos recuerdos eran los redundantes sabores de la pólvora desgarrándoles la vida como un terremoto solar fuera de control, imposible, indecible en el lenguaje misterioso de los lagartijos. David y yo encontrábamos todo el espectáculo muy jocoso. Reíamos como niños porque éramos niños todavía. En nuestro mundo no matábamos, más bien jugábamos. La muerte –aunque una menuda como lo era la de una lagartija anónima, solitaria, que encontrábamos engullendo insectos en los bancos del río– no encontraba dónde alojarse en la sala desordenada de nuestros pensamientos: un reguerete barroco de juguetes, pistolas de plástico y tardes de verano. Todos los muebles estaban ocupados por juegos, petardos, carreras en contra de la corriente del río, vecinos buena gente y vecinos que nos caían mal, carritos, crayolas, avioncitos de papel, pompas de jabón... Por eso, cuando la muerte visitaba con cada lagartijo reventado, no encontraba dónde sentarse para hablarnos un rato sobre cosas a las cuales hubiéramos respondido con muecas irreverentes de aburrimiento, de sueño; cosas cuya geometría difícil no correspondía con el espacio disponible en la sala de nuestros pensamientos. Hoy cuando me desperté me abatía un dolor de cabeza terrible. En algunos países de habla hispana alguien me hubiera podido preguntar: ¿te arropa la cruda, no? Pero no estoy en un país de habla hispana, no bebí nada anoche y estoy solo cuando me levanto. La noche se me había adelantado y había perdido todo el día soñando sobre un monstruo que amenazaba materializarse dentro de una olla de arroz frío que nadie se quiso comer en algún otro sueño. Descubrí que si mantenía el arroz caliente, la bestia no se podía materializar. Toda la tarde me pasé velando una olla de arroz hirviendo sobre una estufa de gas, añadiendo agua mientras se evaporaba la que había echado unos instantes antes. Por fin se acabó el gas; el sueño se tornó de súbito

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dramático, injusto, y me desperté sin darle tiempo a la fiera para surgir del arroz. No sé por qué no se me había ocurrido despertarme antes; así me hubiera ahorrado un poquito de gas y la tarde no sería ahora noche. Pero quién sabe porqué uno se comporta como se comporta uno en los sueños. Otra vez despierto, consciente, con un dolor de cabeza que no podía interpretar, y este hecho a su vez alimentaba el dolor inexplicable, inexcusable. La jaqueca hacía unos ruidos y tenía una textura peculiar que no lograba reconocer, aunque sabía muy bien que había escuchado esos ruidos e investigado ese tipo de superficie áspera un montón de veces en el pasado. Pero hay demasiada carretera entre el pasado y yo; se me hace imposible recorrer tanto valle, tanto paisaje mudo, tanta curva peligrosa justo cuando me levanto y abro los ojos por primera vez en el día. Me interesaba más el cuarto de baño, porque quería deshacerme de una orina que llevaba acumulando desde la noche anterior. En camino al trono de porcelana se me pegaron todo tipo de migajas y sucio a las plantas de los pies. Me fui abriendo paso entre todo este caos doméstico, sacando la ropa del medio con patadas estratégicas, pasos cautelosos que doy por encima de los obstáculos inmovibles debido al peso o porque son propiedad ajena, de mi compañera de penas y amores, y no tengo derecho a tocarlos. Caminé con apuro entre aquella maleza moderna, urbana, que nos ha atrapado en nuestro propio hogar como un laberinto curioso que goza de cierta vida, creciendo y mutando su forma sin consultar con nosotros, enroscándose a nuestras vidas de manera arbitraria, a veces despótico y hostil. Nuestro departamento es como un país del Tercer Mundo. No existe orden ni democracia; la pobreza es un tirano apestoso y mugriento. No existe tal cosa como waste management en el departamento. Aunque la sala es uno de los distritos que mejor se defiende, el déficit y el desempleo han hecho de ella un barrio triste, demacrado, donde los niños mueren arrollados por los autos lujosos que bajan de los suburbios. Ya estoy acostumbrado a la miseria de mi sala. Exhibiendo varios rasgos de apatía, me deposité en una butaca vieja frente al televisor. Sabrá dios el número de nalgas que ha descansado en esta butaca luego de un sueño severo. Me arriesgo a decir que el número sería par. A menos que un fenómeno anormal haya traído hasta este antiguo cojín a un pobre veterano, víctima de alguna atrocidad o barbarie de la guerra inmunda en la que se encontró, de la cual no se pudo escapar sin que antes le amputaran una nalga, hecho que convierte de inmediato la cifra especulada en número none. Como quiera, el reclinatorio estaba destinado a la extinción cuando lo encontré en la periferia de Vern’s Recyclable Treasures. Lo rescaté con el camión de un amigo mío. Ahora, cuando me siento en esta silla, pienso en su vida; sus sufrimientos, sus cumpleaños con bizcocho de chocolate, sus amores y sus dolores, la injusticia cometida cuando fue abandonada a la merced de los elementos, como una mascota vieja e inútil, a morir frente a Vern’s. ¿Con qué instintos cuenta una butaca vieja para sobrevivir a la intemperie salvaje de un pueblo montañérrimo? Una butaca doméstica no entiende de evolución ni de la Ley de Selección Natural, sólo conoce de salas y compañía, de vinos y periódicos, de pipas y silencios. Cuando la encontré, la salvé del sistema digestivo de un trok de basura, o del esputo y vómito de un borracho errante, o del hacha de un vagabundo en busca de algo que quemar para generar calor en un callejón congelado de invierno. Y ahora, en la revolución de mi departamento, le ofrezco la protección de mis cuatro paredes. Ella me

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devuelve el favor con la comodidad limitada de sus resortes anticuados, y el mundo afuera sigue envuelto de noche, estrellas y contaminación. Entonces, frente al televisor, sentado sobre los muelles defectuosos de la susodicha butaca domesticada, me ilumina una noción: la tortura craneal que hace de mis pensamientos un revoltillo salado no es más que el dolor producido por cientos de lagartijos estallando a la misma vez, derramando destellos por los pasillos oscuros de mi cabeza. —Te lo dije Rafa,— me dice la Muerte, desvelada, mientras se sirve un vaso de agua en la cocina de mi espíritu, —pero no me quisiste escuchar. La Muerte vive conmigo ahora. Habita su propia alcoba abstracta que da a la sala de mis pensamientos. Se ha llevado no sé a dónde varias personas que me hacen falta. Pero no es su culpa. No es la culpa de nadie, me ha dicho en algunas ocasiones. Sin embargo, eso no me ayuda en nada cuando me levanto solo y lloro porque extraño a Chris. Yo quiero que sea la culpa de alguien, para que la pena no pese tanto, pero siempre regreso al recuerdo de los lagartijos y me callo la boca. Dentro de Chris no corría sangre fría. El cuerpo lo tenía lleno de calor y los ojos los tenía llenos de lluvia. La pistola que usó para volarse los sesos no era de plástico ni estaba cubierta con piel de lagartijo; estaba hecha de acero inoxidable y el cañón sabía a pólvora, como los pequeños petardos japoneses de mi juventud. —¿Qué podría ser peor que una infección vaginal de hongos?,— me preguntó una muchacha linda, de cabellos rubios, desde las dos dimensiones de la pantalla del televisor durante uno de los comerciales. Quizás, si fuera posible, a lo mejor en un sueño, un lagartijo de Río Piedras le contestaría que lo peor del mundo es el sabor a pólvora en la boca. ¿Y quién soy yo para decir que no?

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tiempoextra De Camino al Ahorita Tanya Victoria

“Cuando tengo ocasión, repito que no quiero tener alumnos. Quiero tener compañeros de armas. Quiero tener una hermandad de armas.” Jerzy Grotowski

CRUCE DE CAMINOS

FOTO: CORTESÍA DE COLECTIVO EL POZO

De camino al Ahorita”, escrita por el mexicano Raúl Dorantes y dirigida por el costarricense Ignacio Guevara, y segunda obra del colectivo El Pozo, es una pieza teatral donde Beckett y Rulfo son el armazón de una historia en la que dos caminos, uno de ida y otro de vuelta, se cruzan en el desierto. Contratiempo habló con Dorantes, Guevara y otros miembros del equipo de El Pozo, sobre la creación y escenificación de “De camino al Ahorita”. CT: ¿Qué veremos en “De camino al Ahorita”? Ignacio Guevara: Esta obra nos presenta la historia de dos inmigrantes, uno que va al norte y uno que viene del norte. El que va tiene el sueño americano, el que viene ya está marchitado. Se da cuenta que su pasión es la cocina; pero el otro quiere ir, quiere el billete. Esta obra está dirigida a los que estamos aquí, es una reflexión sobre la búsqueda de la felicidad como ser humano, ¿Qué es lo que nos hace realmente felices? A veces las cosas que me hacen feliz no son las cosas que me dejan dinero, venir a este país es entrar a una maquinaria de producción, hay que producir dinero para adaptarse. Con la obra se hace una reflexión. CT: La obra tiene subtítulos en inglés…. IG: Los subtítulos me parecen una idea acertada de Raúl, ya que nos abrimos al público angloparlante, no es nada sencillo trabajar con subtítulos, pero queremos ser inclusivos, que también los angloparlantes tengan oportunidad de vernos. Estando en Pilsen hay una personalidad, se defiende al español y está bien, pero hay que hablar inglés, estamos en este país. Tenemos amigos que no hablan español y queremos compartirles, estamos dándoles y dándonos la oportunidad de que otro público conozca el teatro latino. Una de las principales características es el escenario, el espacio nos obliga a que haya un acercamiento con el público, yo quiero que los actores estén rodeados del público. Grotowski siempre proclamó: “No importa si no hay escenografía o si no hay luces o si no hay vestuario, NÚMERO 87

pero si no hay público no hay teatro”. Me parece muy acertado y siempre me voy por ese lado, el actor se vuelve el peso, lo principal. CT: ¿Qué te lleva a escribir la obra? Raúl Dorantes: No recuerdo exactamente cómo surgió la idea de esta obra. Seguramente hay ecos de mi obsesión por el retorno, que es una obsesión que tienen casi todos los inmigrantes. CT: ¿Qué significa para ti ese tema? RD: El principal significado de este tema, que es el viaje del que viene a vivir y el viaje del que ya regresa a morir, estriba en volvernos conscientes del absurdo de las fronteras. Las fronteras son producto del miedo. Como dice un personaje: “El miedo es el que levanta los muros”. CT: ¿Quiénes te inspiran? RD: Las historias que he escuchado en boca de muchos inmigrantes de Pilsen y La Villita; algunos han sido mis alumnos. Yo no crucé por el desierto. Pero mis alumnos me han hecho sentir ese desierto. CT: ¿Qué tipo de escritor eres? RD: Soy un escritor que hasta ahora se ha ocupado de explorar diversos temas en un solo espacio, el espacio que han creado los inmigrantes latinoamericanos en Chicago. Yo parto de ideas realistas. Pero en el camino de la escritura las tramas adquieren rasgos de eso que llaman “el absurdo”; por ejemplo, en esta obra hay un inmigrante que opta por retornar por el mismo camino, muy tortuoso, por cierto, que tuvo que librar veinticuatro años atrás; pudo haber tomado un avión o un autobús, pero prefirió cruzar el desierto a pie. CT: ¿Qué futuro le ves al teatro en español en Chicago? RD: Ojalá surjan más compañías, me parece que es la manera más efectiva de acercar a la gente de nuestros barrios a la literatura, al arte visual, a la música, al drama, a la poesía, etcétera. CT: ¿Vas a tocar más temas o vas a seguir profundizando en los migrantes?

RD: Ya siento acercarme a una especie de círculo que se cierra. La verdad que eso no depende de mí. CT: ¿Por qué escribes teatro? RD: Por casualidad. Rosario Vargas y Marcela Muñoz (de Teatro Aguijón) son las culpables. En 2008, ellas me pidieron adaptar una obra de Tennessee Williams. Les dije que yo no sabía escribir textos teatrales, pero ellas me convencieron y así surgió “Hasta los gorriones dejan su nido”. CT: Marco Polo Soto, háblanos de tu personaje… MPS: Mi personaje es el que va a los Estados Unidos. El asunto es encontrarse a sí mismo, hallar la estabilidad, el balance, la paz interna. Considero la inmigración como un tema universal. Este es un país lleno de inmigrantes, el tema ha transcurrido por muchas plumas. CT: J. J. Romero, ¿cómo te conectaste con el colectivo El Pozo? JJR: Estuve en un grupo teatral hace años, “Cuerdas flojas”. Raúl vio un par de obras, ahí lo conocí. Estuve alejado un tiempo de los escenarios, pero ya estoy de regreso, para mi es importante meter el personaje en mi, darle la mejor representación posible. Es importante que uno como actor se conozca, para poder expresar el personaje, escucharme para que la gente me escuche, mi forma de caminar, usar el cuerpo, usarlo todo. En la vida cotidiana, la gente no escucha, es importantísimo. El aquí y ahora es indispensable. “De camino al Ahorita” se presenta en varios horarios hasta el 25 de septiembre en Calles y Sueños, 1900 S. Carpenter, en Pilsen. Más informes en el teléfono 773-603-2215.

Tanya Victoria, mexicana, reside en Oak Park

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tiempoextra

Pilsen: imágenes, historias, legados

FOTO: CORTESÍA DE PETER PERO

ITALIANOS EN LA OAKLEY

Gerardo Cárdenas

¿

PASADO BOHEMIO

FOTO: CORTESÍA DE PETER PERO

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Qué define la historia de un barrio, desde sus orígenes hasta su presente? ¿Su arquitectura, sus parques, las diferentes comunidades que lo han habitado, sus conflictos, su arte? ¿Todo eso en conjunto? ¿O algo más? Chicago es una ciudad de barrios: cada barrio es una realidad específica, la historia de una o varias migraciones: esa historia queda contenida en el nombre mismo de los barrios, en sus iglesias y centros comunitarios, en el trazado de sus parques, sus escuelas y sus leyendas. Pilsen es uno de esos barrios de Chicago que ya en el nombre mismo hablan de su historia inmigrante. Su nombre se deriva de la palabra checa Plzen, que identifica a la ciudad del mismo nombre en la región de Bohemia, en la actual República Checa, cuna de la cerveza tipo pilsener, y lugar de origen de miles de inmigrantes que a principios del siglo XX se establecieron en una zona del Lower West Side de Chicago delimitada por las vías del tren, el ramal sur del Río Chicago y la calle 16. Ese barrio ya había sido habitado por los irlandeses, y después por los alemanes, pero fueron los bohemios quienes le dieron el nombre de Pilsen, y esa geografía sigue llamándose Pilsen aún con las sucesivas oleadas de polacos, croatas, lituanos y, desde la segunda mitad del siglo XX, mexicanos que la han impuesto su propio sello al barrio. Hoy Pilsen es corazón de la comunidad mexicana de Chicago, sede de su arte, su literatura, su periodismo cultural y radiofónico; sede de sus murales, sus luchas obreras y políticas; de su cocina tradicional y de su nueva cocina. Pero su arquitectura, sus calles, sus venas, son reflejo de la multiplicidad y diversidad que le dieron origen. Así, un café como el Jumping Bean, centro neurálgico de la intelectualidad mexicana, está alojado en un edificio de 1907 construido bajo el estilo neoclásico de Praga, y que por muchos años fue sede del estudio fotográfico Nemecek. Así, en sus iglesias, donde el castellano impera, aún se ora en polaco o croata; así, sus niños juegan juegos mexicanos en un parque que lleva aún el nombre del mayor músico checo (y bohemio) de todos los tiempos, Antonin Dvorak. Peter Pero, profesor de la secundaria Benito Juárez de Pilsen, e italiano de origen, vino de la Costa Este a Chicago para entender mejor la migración italiana a Estados Unidos, Y se encontró con Pilsen. Previamente autor de un libro sobre la comunidad italiana de Chicago, Pero ha dedicado su segundo libro a Pilsen (Chicago’s Pilsen Neighborhood, Charleston, 2011). El volumen ha sido publicado por Arcadia dentro de su serie dedicada a los barrios de Chicago, y prologado por Carlos Tortolero, presidente del Museo Nacional de Artes Mexicanas. Pero, quien presentó el libro a principios de agosto en la Librería Girón de la calle 18, conversó con contratiempo. CT: Pilsen es uno de los barrios del que más historias se han escrito en Chicago. ¿Por qué dedicarle un libro, por qué recontar su historia de esta manera? PP: Si hay muchas historias, en cuentos, en revistas, en periódicos, sobre Pilsen y la política en Pilsen. Pero me encontré con que no hay un libro que explore el origen de Pilsen, y que enlace a todos los grupos que han vivido aquí, los bohemios, los croatas, los polacos. Lo que he escrito es un libro con fuerte contenido fotográfico que se remonta 120 años atrás, para tratar de enlazar a todos estos seis grupos que son las raíces de Pilsen. Lamento que todavía no esté en español, y espero que la empresa editora entienda que lo necesitamos en español. Pero aún si no lees inglés, las imágenes te cuentan la historia. CT: Pilsen es un barrio que todavía está en proceso de cambio, y dentro de 20 años seguro que será distinto a lo que es ahora. Tal vez haya otra comunidad que se haya mudado para acá. ¿Qué une a todos estos grupos? PP: Creo que en mucho la conveniencia. Pensemos hace muchos años, un trabajador o su familia, que trabajen en el centro, en alguno de los hoteles, o en una fábrica en Lawndale o Bridgeport: lo que quiere es vivir cerca de su centro de trabajo. Recordemos que la mayoría de las viviendas cercanas a Las Empacadoras eran ocupadas por lituanos y polacos. Ese trabajador se muda a Pilsen, y encuentra que el alquiler es accesible, que hay un tranvía que pasa por aquí, que está el tren, hay autobuses. Y todavía hoy, o sea que si te mudas hoy, es un lugar que queda cerca del centro, la vivienda no es cara. Es la ubicación. Aunque claro, hoy también es verdad que el barrio está un poco de moda, pero si eres estudiante en UIC, te es más conveniente vivir aquí, cerca de la universidad, que irte a vivir a Oak Park, por ejemplo. Y por supuesto, los trabajos. Hace 50 años había muchos trabajos. SEPTIEMBRE 2011


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CT: ¿Esto sigue siendo así pese a la ola de remozamiento urbano, y a la lucha de la comunidad contra el encarecimiento de la vivienda? ¿Cree usted que el remozamiento urbano cambiará a Pilsen para siempre? ¿O tiene el barrio una vida propia que lo mantiene auténtico? PP: Pilsen tiene sus propias resistencias, es un barrio muy tenaz. Pilsen ha resistido mejor estos problemas que zonas como Uptown, por ejemplo. En Pilsen la gente sabe como movilizarse en torno a algo, como en su lucha contra Commonwealth Edison, o cuando se peleó para conseguir la secundaria. Ahora bien, a la larga creo que el remozamiento terminará triunfando porque la historia nos dice que Pilsen cambia cada 20 o 30 años. En esos cambios, hay sectores de la clase trabajadora que se han visto desplazados, pero también recibes cosas positivas si entra dinero fresco al barrio. No digo que sea imposible detener a las constructoras que llevan a cabo el remozamiento, de pronto alguna gente se tiraría frente a los bulldozers, pero ¿vas a impedir que la gente soltera o las parejas jóvenes se muden a Pilsen? ¿Te vas a tirar frente a los camiones de la mudanza? Lo dudo. Pero, por otro lado, hace una semana presenté el libro en la biblioteca Rudy Lozano, y el tema del que todo mundo quería hablar era el remozamiento; no sobre la historia, o sobre si los bohemios vivían en la Cullerton o los lituanos en Ashland; no querían hablar del pasado, sino del futuro; mucha gente estaba furiosa con el nuevo puesto de hotdogs en la 18 y Halsted porque es parte de una cadena. Y en realidad de lo que hablaban es ¿qué vamos a hacer con el futuro, con los próximos 20 años? CT: Hablando del tiempo, con seis comunidades que van sucediéndose en el tiempo, ¿qué ha dejado cada comunidad como un legado propio? Y si los mexicanos se van un día de Pilsen, ¿qué dejarán como legado? PP: La comunidad mexicana claramente va a dejar algo que ya es su sello en los edificios de este barrio: los murales. Estos seguirán por generaciones, a menos que alguna generación decida taparlos, pero no lo creo. Creo que los respetarán, por lo menos los más artísticos, aunque no necesariamente los más políticos. ¿Qué dejaron los polacos? Una iglesia majestuosa, San Adalberto, que es como una catedral. ¿Los bohemios? Dejaron muchas cosas, muchos edificios, empezando por el nombre del barrio. Mientras más nos remontamos en el tiempo, menos evidencias quedan. No queda casi nada de los alemanes, un par de iglesias y ya. Pero claramente creo que la herencia mexicana serán los murales, y el color que le han dado al barrio y que no te hubieses esperado si el barrio se hubiese mantenido centro-europeo. CT: Este es un libro muy visual. Hay un tremendo material fotográfico. ¿Por qué escogió usted armar el libro así? ¿Fue la disponibilidad de material, o prefirió usted contar la historia visualmente? PP: Encontré muchísimas fotos de gran valor. Una fuente muy importante fue el Museo Bohemio, que ahora está en Oak Brook. A la gente allá le encantó ver su legado en las fotos, y reconocieron los lugares por NÚMERO 87

sus nombres originales, como la escuela Kominsky, por ejemplo. CT: Las imágenes entonces fueron mostrando el cambio del barrio de una comunidad a otra, a lo largo del tiempo…. PP: Sí, y conforme fui encontrando más y más material fotográfico, me di cuenta que tenía que ser menos y menos texto, y más y más imágenes para poder contar la historia. Las imágenes tienen un poder tremendo. También encontré un tesoro fotográfico en manos de un residente actual de Pilsen, Aurelio Barrios. Su nombre debería estar en la portada, al lado del mío. Barrios me invitó a su departamento y me mostró este tremendo acervo de negativos de las fotos que su padre, Adalberto, tomó durante los años 50 y 60. Fotografías valiosísimas, como la de (Dámaso) Pérez Prado vistiéndose en su camerino, o las de Amalia Mendoza, o de Cantinflas. Cuando vi el archivo Barrios, me convencí de que tenía que ser un libro de fotografías. Tuve acceso a muchos archivos fotográficos, tanto personales como institucionales. CT: Usted escribió un libro sobre los italianos en Chicago; ahora, uno sobre Pilsen. ¿Cuál es su relación personal con Chicago? PP: Yo me vine para acá desde la Costa Este, de Buffalo en el estado de Nueva York donde había muchos italianos cuando era una ciudad acerera. Pero en mi época ya no había nada para mí, y mi padre me dijo que me convendría irme a estudiar a otra parte. Escogí Chicago porque tenía buenos amigos acá que habían conseguido buenos trabajos. He estado aquí por más de 30 años, este es mi hogar. Cuando llegué quise investigar cómo es que los italianos se vinieron para acá. Es un libro que en realidad era sobre mí, y sobre gente que me importaba mucho; era un libro para honrar a mi abuelo, que se vino de Italia por ahí de 1918. Pero luego, cuando conseguí un trabajo en Pilsen, me di cuenta que mi siguiente libro sería sobre este barrio. Estoy pensando en escribir un tercer libro, sobre la historia de la vivienda pública en Chicago. Mucha gente dice que la vivienda pública fue un experimento fallido en Chicago, aunque conozco gente que dice que no estaba tan mal, por lo menos hasta que llegaron las drogas. En Chicago ha habido vivienda pública desde los años 30, y todavía viven quienes no tienen recuerdos tan malos al respecto.

PILSEN, MOVIMIENTO PERPETUO FOTO: CORTESÍA DE PETER PERO

NUEVAS GENERACIONES

FOTO: CORTESÍA DE PETER PERO

Para más información sobre el libro “Chicago’s Pilsen Neighborhood” visitar la página web: www.arcadiapublishing.com

Gerardo Cárdenas, escritor y periodista mexicano, es director editorial de contratiempo y autor del libro de relatos “A veces llovía en Chicago” (Ediciones Vocesueltas/Libros Magenta)

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FMEL: CUARTA EDICION

FOTO: CORTESÍA DE CAROLINA SANCHEZ

Música en tiempos de crisis: FMEL Brenda Hernández

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ste verano, durante una visita a Guadalajara (México), conocí al fundador de la organización Estandar.org, Alfonso Muriedas. Muriedas cuenta con una amplia experiencia en la producción de festivales musicales y en la difusión de la cultura latina contemporánea. Estandar.org es una plataforma que Muriedas busca habilitar como un archivo digital que aliente la investigación, producción y difusión de experiencias innovadoras, accesibles y formativas de conciencia social en varias disciplinas, incluyendo la música, el arte, la ecología, la literatura, o la filantropía. A la larga, Estandar.org busca cultivar un diálogo para beneficio de toda la comunidad. Y en ese sentido, Muriedas escribió un ensayo titulado “Los patrocinios no sustentan los proyectos culturales, los desarman”. En su ensayo, Muriedas describe cómo el patrocinio corporativo de proyectos culturales puede en su origen tener una intención filantrópica, pero a la larga se convierte en una estrategia de mercadeo que termina limitando las capacidades creativas de las organizaciones y grupos a los que supuestamente apoyan. Los proyectos culturales terminan dependiendo económicamente del patrocinador, que inevitablemente provoca cambios en la infraestructura de las organizaciones. Muriedas afirma que tales relaciones son lógicas pero peligrosas puesto que convierten a los patrocinadores en formadores de la cultura, y en factores de influencia sobre la toma de decisiones en proyectos culturales y en los gustos de los espectadores. Muriedas considera que a fin de que los proyectos culturales tengan actividad continua y longevidad, necesitan sostenerse por sus propios méritos. Tal sostenibilidad sólo ocurre si los proyectos están cimentados en la cooperación, la concientización social y la inclusión, y en el mantenimiento de los ideales por fuera del mainstream. Además, el autor sugiere que, como espectadores, necesitamos aprender para apoyar tales proyectos pagando por nuestra asistencia, y proveyendo cualquier tipo de apoyo económico que esté a nuestro alcance.

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Las observaciones de Muriedas no son nuevas, pero no se oyen muy seguido. Es difícil criticar a la mano que da algo por temor a perder ese algo, y en todas partes, ya sea en Guadalajara o en Chicago, se vuelve cada día más difícil para los proyectos culturales triunfar en la actual situación económica. En tiempos de crisis, ¿cómo se sostienen los proyectos culturales? ¿Surgen acaso nuevas estrategias? FMEL, cuatro años de vida En Chicago, el Festival Latino de Música Electrónica (FMEL) se ha mantenido activo por cuatro años, derrotando retos económicos y creciendo para poder programar cuatro días de actividades muy diversas, incluyendo conferencias, talleres, películas y vídeos experimentales, y actuaciones en vivo de varios de los artistas electrónicos y digitales más destacados de América Latina. FMEL ha hecho la música electrónica y las artes digitales accesibles para la gente de Chicago. El éxito del festival de este año sorprende, cuando se piensa que no hubo festival FMEL en 2010. Conversando con Charly García, fundador, presidente y curador musical de FMEL sobre los retos financieros que ha enfrentado el festival, me dijo que la edición del 2010 no se llevó a cabo “debido sobre todo a la economía y a los recortes en el apoyo a proyectos independientes en Chicago”. En un ambiente generalizado de recortes y de retiro de apoyos, ¿cómo pudo entonces programarse con éxito FMEL en el 2011? García subrayó que “recibimos el apoyo de muchos amigos y grupos independientes que están en la misma lucha. Todo mundo puso su granito de arena, cada uno patrocinó a un artista. Todos somos gentes que creemos en este proyecto”. Este año, en vez de buscar el apoyo de patrocinadores corporativos o de agencias gubernamentales, los líderes de FMEL trabajaron en forma colaborativa con otros proyectos culturales de Chicago, como Gozamos, la UNAM, Enchúfate, Soulphonetics, Abstract Science y otros. Todos esos grupos comparten valores con FMEL, todos

creen en la integración de una comunidad a partir de la diseminación de la cultural y la música experimental latina e independiente. FMEL le presentó el proyecto a cada grupo y les ofreció la oportunidad de colaborar apoyando financieramente a un evento o artista de su elección, en un patrocinio sin segundas intenciones. Dado que todas las partes involucradas comparten las mismas creencias, eso permitía que surgiesen colaboraciones creativas. FMEL 2011 es un ejemplo de lo que Muriedas hablaba en su ensayo: un proyecto que sostiene su actividad a través de sus propios méritos, en colaboración con otros grupos y organizaciones, y manteniéndose independiente. A ese respecto, el propio Muriedas comentó que “es una mejor estrategia, porque más que un patrocinio es un intercambio, o inclusive alguna forma de cooperativa, o hasta podríamos decir un patrocinio colaborativo”. Un patrocinador busca apoyar financieramente a un producto a cambio de publicidad; una cooperativa trabaja de manera conjunta en una causa común, y compare sus bienes de forma equitativa. FMEL, sin pensarlo mucho, ha convertido su festival musical en un patrocinio cultural colaborativo, en el que los participantes trabajan juntos por una causa común, sin buscar publicidad. A través de este enfoque cooperativo, el FMEL ha sido capaz de promover la música electrónica en Chicago pero, lo que es más importante, construir una comunidad más fuerte de amigos y activistas de la música.

Brenda Hernández es consultora de arte educativo y desarrollo comunitario. Reside en Chicago

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El mundo a nuestros oídos:

El Festival de Música del Mundo de Chicago Catalina María Johnson

La decimotercera edición del Festival de Música del Mundo se realizará entre el 15 y 22 de septiembre, presentando en veinte escenarios a través de toda la ciudad, los ritmos de artistas internacionales que provienen de cuarenta países diferentes. La curación del festival siempre es excelente, y de la música que promete ser más fascinante consideramos se encuentran el hiphop melódico de Blitz the Ambassador de Ghana; la exquisita textura clásico-africana que crean en conjunto el cello del francés

Vincent Segal y el kora de Ballake Sissoko de Mali; y el concierto de Staff Benda Bilili, agrupación integrada por músicos anteriormente itinerantes quienes sufrieron de polio y hoy en día son mundialmente famosos, al tocar desde sus sillas de ruedas y muletas melodías increíblemente eufóricas y bailables. En cuanto a los latinos, de seis países nos visitarán también una serie de músicos extraordinarios, de los cuales hacemos resumen en orden cronológico.

Ernesto Anaya Ensemble: La elegancia del huapango (16 de septiembre, Museo Nacional de Arte Mexicano) De México nos visita el maestro Ernesto Anaya, quien ha colaborado como productor, arreglista, cantante y director con músicos de gran trayectoria, incluyendo Luis Eduardo Aute, Eugenia León y Lila Downs. Intérprete de más de treinta instrumentos de cuerda, aliento y percusión, presentará su primer disco como solista, “Huapangueando”, en el que con originales tratamientos musicales le extrae nuevos y bellos matices a muchas canciones clásicas que creíamos ya conocer perfectamente.

Bomba Estéreo: Explosión psicodélica y electrotropical (16 de septiembre, Brilliant Corners of Popular Amusements Festival y 20 de septiembre, Lincoln Hall) Llega de nuevo a Chicago este ultradinámico cuarteto de jóvenes colombianos quienes han llevado su cumbia y champeta psicodélica y roquera por todo el mundo, y cuyo arte se ha vuelto la vanguardia de un nuevo movimiento punk electrotropical. Se les conoce en particular por sus intensos conciertos, en los que es imposible resistir la energía que difunden desde el escenario, transmitida directamente al público por la vocalista principal, Li Saumet.

Joaquín Díaz: Merengue sabrosón y callejero (16 de septiembre, Chicago SummerDance: Grant Park’s Spirit of Music Garden, 17 de septiembre, The Dock at Montrose Harbor) La batuta del merengue en el Festival de Música del Mundo la lleva… un canadiense. Joaquín Díaz, quien inicio su vida musical en las calles de Santo Domingo a la escasa edad de nueve años, tiene ya dos décadas residiendo en Montreal. El maestro acordeonista, dotado de una voz singular y alegre personalidad, interpreta música tradicional y temas originales en gran energía y carisma.

Sergent García: Pionero de lo alternativo latino (18 de septiembre, Grant Park Spirit of Music Garden) Hijo de padre vasco y madre francesa, criado entre París y Bilbao, el cantautor multi-instrumentalista Sergent García cuyas pioneras fusiones del reggae francés, hip hop, música árabe y ritmos latinos establecieron los patrones iniciales del género que hoy día se ha llegado a llamar la “música alternativa latina”.

Nuriya: Gitana mexicana y sefardí (18 de septiembre, KFAR Jewish Arts Center) Como parte de un programa en el que se exploran diversas facetas de la música sefardí, se presenta la bella cantante mexicana Nuriya, cuyas melodías incorporan de manera orgánica sus antecedente judíos y orientales y además una educación musical extensa no solo clásica, sino jazzística y afrocubana. Cantando en francés, inglés y español, su hibridismo musical crea un tapiz latino, gitano y arábico-flamenco sobre el cual fluyen sus melismas.

DePedro: Tex Mex madrileño (20 de septiembre, Instituto Cervantes) DePedro, el proyecto musical del cantautor y guitarrista madrileño Jairo Zavala, se centra en composiciones ligeramente melancólicas y de letra poética que demuestran influencias no solo de la música de su padre peruano pero además sorpresivamente, sonidos fronterizos del sudoeste de los Estados Unidos que por su amistad y colaboración con varios integrantes del Calexico, agrupación indie latina de Tucson, Arizona.

Luisa Maita: La joven diva de la nueva bossa nova (20 de septiembre, Lincoln Hall) De Sao Paulo, Luisa Maita pareciera haber nacido destinada para la música, ya que su familia cuenta con músicos, promotores y dueños de compañías disqueras. Las composiciones de Maita muestran una madurez inusitada para su juventud y reflejan no solo aires brasileños contemporáneos, sino la influencia de los inmigrantes árabes de su querido barrio Bexigau, la escuela de samba de ese mismo, y la propia ascendencia judía y musulmana de la cantautora.

Coro Criollo de Cuba: Las voces de los ‘desandann’ (21 de septiembre, Mayne Stage) Conocido como Grupo Vocal Desandann (‘descendientes’ en creole haitiano) el Coro es un elenco de músicos de Camagüey fundado por cubanos de origen haitiano. Integrado por cinco mujeres y cinco hombres de entre 26 y 60 años de edad, cantan en creole, idioma del exilio creado por los esclavos al combinar sus lenguas africanas con inglés, francés o español. Experimentar las melodías y danzas que destilan cientos de años de cultura haitiana matizada por Cuba promete ser uno de los grandes conciertos del festival.

Fotos: Cortesía Festival de Música del Mundo de Chicago Para mayor información sobre el Festival: www.worldmusicfestivalchicago.org Catalina María Johnson es locutora y productora de programas de música latina para estaciones de radio pública. Para mayor información: www.catalinamariajohnson.com NÚMERO 87

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LAS FRIJOLERAS LUCHAN POR SALVAR UNA ESCUELA FOTO: CORTESÍA DE IGNACIO GUEVARA

Las Frijoleras ayudan fuera y dentro de Pilsen Ignacio Guevara

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onocí a Idaima Robles y Diana Carranza por casualidad. En cuestión de minutos nuestra conversación fue tomando forma de entrevista sin yo habérmelo propuesto. La historia que ellas me contaron no solo tiene un valor social claro, es también un ejemplo fresco que me renovó el idealismo, pero no uno que queda flotando entre ideas, sino uno que es pura acción. Esta es la historia de un grupo de mujeres tenaces y dispuestas a salvar una escuela de su cierre, en un barrio latino, allá en el sur de Chicago CT: ¿Por qué se llaman Las Frijoleras? IR: Realmente comenzó con una broma, empezamos a decir nombres y surgió Las Frijoleras, después nos pusimos a pensar que en muchos lugares del mundo se comen frijoles. Y nosotras como mexicanas, pues nos criamos comiendo frijoles. CT: ¿Idaima y Diana, cuál es su profesión y a qué se han dedicado en los últimos años? Idaima: Yo tengo una maestría en economía de la UIC y trabajo en Acción Chicago, dando préstamos a pequeños empresarios. Diana: Yo estudié historia y español en la universidad Northern Illinois y trabajo en una oficina de abogados como secretaria. CT: ¿Qué son Las Frijoleras? I: En principio somos un club de lectura popular. Leemos autores latinos que hablen sobre la comunidad. Queremos apoyar los autores locales, si nosotros no los apoyamos ¿quién los va a apoyar? Y también somos activistas. D: El club surge también por una necesidad de aprender más sobre nuestra historia y cultura. Nosotras estudiamos en las escuelas de aquí, donde no se enseña mucha historia de

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Latinoamérica. CT: Ustedes se dedican también ha hacer trabajo voluntario. ¿Qué tan fácil o difícil es ser voluntaria aquí en Chicago? I: Al principio fue difícil porque nadie me devolvía las llamadas, me cansé de esperar y decidí comenzar mi propio proyecto, que hoy son Las Frijoleras. D: En relación con el trabajo voluntario se pueden definir dos zonas, los suburbios, de donde yo vengo, ahí hay menos organización comunitaria y por lo tanto menos oportunidad de ser voluntaria. La otra cara de la moneda sería por ejemplo Pilsen, donde existe mucha organización comunitaria, hay más participación de parte de la comunidad y por lo tanto hay muchos voluntarios. CT: ¿Quiénes son Las Frijoleras? I: Somos doce mujeres, todas jóvenes profesionales. También tenemos muchos miembros, pero la parte organizacional y logística las llevan a cabo estas doce mujeres. CT: ¿Y aceptan Frijoleros? D: Sí, por favor, necesitamos Frijoleros. Tenemos tres Frijoleros que nos ayudan con los eventos, pero no asisten a nuestras reuniones donde por el momento somos solo mujeres. CT: Las Frijoleras tienen su cuartel en Pilsen pero luchan también afuera del barrio. I: Así es. La comunidad latina está creciendo y expandiéndose, algunas zonas como Pilsen tienen la suerte de poseer una trayectoria de trabajo comunitario muy fuerte que continúa creciendo, pero qué pasa con el sur de Chicago por ejemplo, ahí también hay muchos latinos y pocos los recursos que se le brindan a la comunidad, en otras palabras el sur de Chicago está olvidado. CT: ¿En qué proyecto concentran actualmente sus esfuerzos? I: En este momento estamos trabajando en un programa de ayuda académica y consejería a las estudiantes de la escuela primaria Immaculate Conception que se llama “From Frijolera to Frijolita”; lo que hacemos es informarlas de que existen otras opciones para ellas, por medio de ejemplos de vida, en este caso las nuestras, y así animarlas a que aspiren más allá de su duro entorno. Tratamos de crear conexión con ellas a través de la conversación. Muchas de esas niñas no solo son hijas o estudiantes, sino también amas de casa, son tratadas prácticamente como adultas, una forma de tratar a la mujer que sigue muy arraigada dentro de la comunidad latina, niñas que tienen que vivir una vida tradicional en un mundo que ya no es tradicional, además están sumergidas en un ambiente donde las drogas, la pobreza, el alcohol y la

violencia son la rutina. CT: ¿Por qué se concentran en aconsejar solamente a las niñas? I: Las estadísticas nos revelaron que una de cuatro de estas niñas intenta suicidarse. D: Tratamos de motivarlas para que no abandonen la escuela, hacemos énfasis en que la educación es un elemento sumamente importante para que puedan progresar. Que terminen la secundaria y continúen estudiando en la universidad. También les hablamos de lo importante que es cuidar la salud, la comida, y hacer ejercicio. CT: Los problemas de pobreza, drogas y violencia son comunes también aquí en Pilsen. ¿Por qué decidieron irse al sur de Chicago? I: Varias razones. Yo quería hacer trabajo comunitario en Pilsen, pero como ya lo dijimos aquí hay bastante apoyo. La otra razón es yo crecí en el barrio donde se encuentra la escuela Immaculate Conception, y un día hablando con mi mamá me dijo: ¿por qué no te vienes a trabajar a tu propio barrio, donde hay mucha gente que también te necesita? CT: ¿Cuál es el mayor problema que enfrenta la escuela en este momento? I: Este año la arquidiócesis, que se ha encargado de cubrir una parte de los costos, le dio un ultimátum a la escuela porque debe 110 mil dólares. Las opciones que la iglesia planteó fueron, que pagaran la deuda, hacer que la escuela fuera autosuficiente, o cerrar. Esto fue lo que nos hizo entrar en acción. CT: ¿Y qué pasó? I: Convencimos a la iglesia para que la escuela siga funcionando un año más. Los padres se organizaron para juntar más dinero del que normalmente pueden pagar, al mismo tiempo están haciendo actividades, eventos, rifas, etcétera. De parte de Las Frijoleras organizamos recaudaciones de fondos afuera del barrio. Estoy segura que hemos cambiado la mentalidad no solo de las chicas pero también la de los padres de familia. Al principio se preguntaban porqué queríamos ayudarlos, habían dudas; los sentíamos un poco asustados, cómo preguntándonos ¿qué es lo que ustedes quieren? También recientemente organizamos un evento donde recaudamos 28 mil dólares en tres días. Y por último logramos que redujeran la deuda a la mitad; ahora deben 50 mil. CT: ¿Alguna historia en particular que recuerden? D: En diciembre hicimos una fiesta de Navidad. Los niños y niñas recibieron juguetes de varias personas que los patrocinaron. Antes de recibir los regalos escribieron cartas a sus respectivos patrocinadores para pedirles lo que querían, y la mayoría lo que pedían era estar con su familia, trabajo para sus padres, estar con su hermano enfermo, otros suplicaban que les ayudaran a que sus madres no perdieran el trabajo. Estos pequeños ni siquiera pedían nada para ellos. CT: ¿Cuál es el rendimiento académico de los estudiantes de esta escuela? I: Cuando estas niñas y niños terminan la escuela y entran a la secundaria, 90 por ciento logran graduarse. El porcentaje de latinos que se gradúan de secundaria en Chicago es sólo de 40 por ciento, o sea que esta escuela funciona y da resultados al doble que el resto de las escuelas. Por eso no la podemos dejar morir.

Para más información, envíe un email a: lasfrijoleras@gmail.com

Ignacio Guevara, escritor costarricense, radicado en Chicago desde hace dos años. Publica varios de sus cuentos en la antología “En la 18 a la 1” (Ediciones Vocesueltas)

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Censo, redistritaje y elecciones locales: el nuevo momento latino Guillermo Gutiérrez Nieto

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iendo remota la posibilidad de una reforma legislativa que regularice a millones de migrantes indocumentados en este país, y ante el reciente cúmulo de acciones punitivas puestas en marcha a nivel federal y estatal para contener su crecimiento, se impone un cierre de filas entre quienes ya están de este lado para enfocar sus fuerzas donde es posible instrumentar cambios: los ámbitos de representación popular. El incremento poblacional en ciertas entidades y la nueva configuración electoral reportados por el Censo 2010 marcan un cambio de rumbo cuya oportunidad debe ser aprovechada por la comunidad latina. Al reportar la tendencia actual de la población en tamaño y configuración, el Censo reportó un incremento de 9.7% en la población total, alcanzando 308.7 millones. De acuerdo con los primeros resultados, los blancos no hispanos representan el 65 por ciento de la población; los hispanos alcanzaron 16%, (13% una década atrás); la población afroamericana representa 12% y los grupos multirraciales 2%. Con estos datos se confirma la tendencia de crecimiento de los latinos, que crecieron casi 40 por ciento entre 2000 y 2010, sumando 49.4 millones. La mayoría de ellos viven en entidades del oeste y sur de este país, aunque el noreste y medio oeste también exhiben un tinte latino en sus respectivas poblaciones. Con los datos del Censo se determina el número de escaños que cada estado tendrá en la Cámara de Representantes, así como la distribución de los fondos federales entre las comunidades locales para desarrollar proyectos de infraestructura y servicios durante los próximos años. El rol del Censo es determinante en dos aspectos políticos fundamentales: la distribución legislativa y el redistritaje. El acto de repartir los 435 escaños de la Cámara de Representantes entre los 50 estados de acuerdo con la población censada resultó en cambios en 12 estados. Los que se aseguraron un nuevo espacio son: Arizona, Georgia, Nevada, Carolina del Sur, Washington y Utah; Florida obtuvo dos y Texas cuatro. Illinois, Iowa, Louisiana, Massachusetts, Michigan, Missouri, Nueva Jersey y Pennsylvania perdieron uno, en tanto que Nueva York y Ohio perdieron dos. En este reacomodo, un dato adicional a la par de la nueva población es que cada representante en la cámara baja recibirá la encomienda de 710 mil 767 habitantes para las próximas elecciones. Nueva radiografía política En lo que se refiere al redistritaje, los datos permitirán realinear los distritos legislativos estatales de acuerdo con la población censada, buscando asegurar igual representación para todos los constituyentes bajo el principio de “una persona, un voto” establecido en 1965. Se trata de un proceso por el cual los gobiernos estatales reconfiguran los distritos electorales nacionales y estatales. Este año, la Oficina del Censo configura la radiografía completa del nuevo distritaje en los Estados Unidos; de hecho ya se conocen los resultados en casi la mitad del total de entidades. De los rasgos dados a conocer hasta ahora destacan tendencias que confirman el rol que la población latina desempeña en el mapa electoral de este país. En cuatro de los ocho estados que ganaron nuevos escaños sobresale el aumento de la población hispana: Texas, Florida, Arizona y Nevada. En Georgia y Washington, que ganaron un asiento cada uno, el aumento de la población se distribuyó entre hispanos y otras minorías. Al fraccionar los aumentos de población por edad, el censo reportó un crecimiento de 70 por ciento entre miembros de minorías en edad de votar; de ese porcentaje, 40 por ciento son de origen latino, grupo que en Texas y

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California representa más de la mitad del aumento de la población en edad de votar El efecto latino en el espacio político es evidente en los lugares donde ha habido elecciones recientemente. En 2010 se eligieron gobernadores en 36 estados; de ellos, en 14 habitan más de un millón de latinos. La participación de los latinos se vio reflejada en Nuevo México y Nevada, donde Susana Martínez y Brian Sandoval obtuvieron el triunfo. Por otra parte, la nueva configuración del Congreso reporta 31 legisladores latinos. Y si la tendencia hacia una mayor participación de la población latina es latente en todos los estados donde tienen alta presencia, su rol ya es una realidad en Illinois, donde los latinos constituyen casi 16 por ciento de la población (unos 2 millones, de los 12.8 millones de habitantes del estado). Según el Censo, en Chicago, latinos y asiáticos son los grupos de mayor crecimiento en la última década. Los primeros tuvieron un crecimiento de 32.5 por ciento, en contraste con blancos y afroamericanos, que disminuyeron en 0.6% cada uno. Esta fuerza, manifestada en aproximadamente en 1.3 millones de personas en edad de votar en todo el estado, exhibió su músculo político en las recientes elecciones para elegir alcalde de Chicago, donde su participación representó el 33 por ciento de 585 mil 628 electores. El monto que representó ese porcentaje de votos (194 mil 704) se lo dividieron Gery Chico (24%) y Miguel del Valle (9%), pero lo más trascendente fue que el nuevo alcalde logró triunfar con el apoyo de aproximadamente 29% de población latina. El ímpetu latino también estuvo reflejado en otras posiciones en disputa, entre las cuales destacó el triunfo de Susana Mendoza como Secretaría del Ayuntamiento, tercera posición más importante después del Alcalde y el Tesorero. Aunque el optimismo por la nueva presencia latina en el espacio político podría verse socavado si se agrega el ingrediente de ilegalidad que afronta una porción de este sector, la tendencia reciente en este ámbito también tiende a transformarse. Según el Departamento de Seguridad Interior, la cantidad de indocumentados en ingresar al país entre 2008 y 2010 decreció 7%, pasando de 11.6 millones a 10.8 millones (86% de latinos). No obstante esta condición, la cantidad de latinos que obtienen la residencia legal permanente representa cerca del 30 por ciento de los 3.3 millones autorizados por las autoridades de 2006 a 2009. El cerca de 1 millón de futuros ciudadanos americanos que representa ese porcentaje (más de la mitad mexicanos) tienen entre 15 y 45 años y representan una fuerza política importante, aunque al inicio sólo ejerzan sus derechos en los ámbitos más inmediatos en los que se desenvuelven: escuelas, centros de trabajo, lugares de residencia. Lo evidente en esta fugaz revisión del nuevo mapa electoral es la pujanza del voto latino y su efecto en los distintos niveles de gobierno. Aun dejando al margen aquellos que viven sin identidad en este país, los residentes con privilegios políticos están dando pauta en la nueva configuración de las instancias de representación popular, lo mismo en las legislaturas estatales o el Congreso, que en la elección de alcaldes o gobernadores. La representación política asegurada hasta ahora deberá estimular la presentación de propuestas en beneficio de lo que es, y seguirá siendo, la principal minoría en este país. Aunque el color político que asuman las preferencias es un aspecto que amerita seguimiento, lo más trascendente seguirá siendo la participación plena y efectiva en cualquier ámbito político.

Guillermo Gutiérrez Nieto es miembro del Servicio Exterior Mexicano. Actualmente es Cónsul de Documentación en el Consulado General de México en Chicago

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Todo cabe Bárbara Jacobs

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ienes una buena biblioteca ordenada. Sabes que no has leído ni la mitad de los libros que posees. Pero compulsivamente visitas librerías y compras libros que quieres leer. ¿Cuándo? Eres escritor; dedicas diariamente a la lectura cuatro o cinco horas de tu tiempo de trabajo, pero llega el momento en que ni añadiendo a éste las horas del insomnio te alcanzan para leer todo lo que quieres y necesitas y añoras y debes leer. La observación de que hay más tiempo que vida te asfixia. Con un rasgo de optimismo decides que te quedará lucidez como para querer y poder leer cuando mucho una década o apenas un poco más, pero ni exagerando el buen ánimo te atreverías a afirmar que es suficiente para lo que hasta ahora sabes que quieres leer, y mucho menos si tomas en cuenta lo que además supones que querrás leer mañana. Me sucede lo mismo que a ti. Por eso celebro que se publiquen obras breves y representativas de autores grandes en ediciones pequeñas, ligeras, en papel duradero y con tipo legible. En pocos días, en ratos perdidos, últimamente he leído un puñado de este tipo de textos de autores sin excepción imprescindibles. Un sueño y otros aforismos, de Georg Christoph Lichtenberg, seleccionado, traducido y prologado por Juan Villoro, y aperitivo o postre del volumen similar pero más extenso que hace unos años él mismo preparó de este físico alemán del siglo XVIII para el Fondo de Cultura Económica, el anterior, para la Universidad Nacional, ambos para México. Y también en traducción de Villoro, para las ediciones del Acantilado, de Barcelona, El teniente Gustl, de Arthur Schnitzler, que igualmente leí de una sentada y con gran placer. Antes o después, me entretuve con editar “Guerra y paz”, de Mario Muchnik, de su propia editorial en Madrid, que me sugirió estimulantes cuestionamientos y comentarios de los que rescato uno, la gran idea que es llevar un diario del libro que un autor escribe o edita o traduce, registrar la historia tras bambalinas de una obra, escrito que en buenas manos se desdobla en crónica, en denuncia, en autobiografía, que empieza por interesar y termina por conmover. Por cierto, además encontré apilados entre novedades la Autobiografía de San Ignacio de Loyola, escrita en 1554 en realidad por el padre Luis González a quien San Ignacio, tras años de que diferentes personas a su alrededor se lo insistieran, se la narró. El padre González escribió una parte de esta biografía en español y otra en italiano, según fuera la lengua del amanuense del que pudo disponer.

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Cómo me entretuve con esta lectura, sobre todo porque no conocía otra cosa de San Ignacio aparte de que a él se debiera la fundación de la Orden de los Jesuitas, y no imaginaba lo interesante que había sido su vida, la de un verdadero creador, alguien que del abismo o la oscuridad o la duda más profunda surge con una idea iluminadora, con un principio y una estructura de vida, para ser seguida por él mismo, pero de igual forma por otros. El prólogo de Ignacio Solares abre conocedoramente el camino. También leí El secreto de Augusta, de Joaquín María Machado de Assís, que me situó vívidamente en un melodrama costumbrista del Brasil del siglo XIX. Los dos últimos títulos, en una colección de la Universidad Nacional Autónoma de México llamada, en debido homenaje a Cervantes, Relato Licenciado Vidriera, fundada, igual que la de Pequeños Grandes Ensayos, y hoy dirigida por Álvaro Uribe, por Hernán Lara Zavala. Más extenso que los demás libros que recojo en estas precipitadas líneas, y de un formato menos manejable, de la editorial El Naranjo y con prólogo de Francisco Cervantes, leí asimismo Infancia sin fin, de Fernando Pessoa. Son fragmentos sobre su infancia tomados o seleccionados de aquí y allá por Rodolfo Fonseca, y con minuciosas y evocadoras ilustraciones de Álvaro Santiago. En un puñado de libros mínimos, decía, siglos de cultura y diferentes idiomas, español de hoy y de ayer, alemán, portugués, más un conjunto de autores, traductores, editores, prologuistas, ilustradores, fundadores y directores de colección de veras dinámico. Quería destacarlos a todos porque en estos días de lectura me dieron una idea de lo que son los hombres de letras y los admiré. “Todo cabe”, pp. 65-66, en: Leer, escribir, Bárbara Jacobs; Universidad Autónoma de Nuevo León; Monterrey, México; 2011.

Bárbara Jacobs (Ciudad de México, 1947) es narradora y ensayista. Su novela, Las hojas muertas (Ediciones Era, México, 1987), obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia 1988. Sus más recientes obras son Nin reír (Taller Ditoria/Autoria/ CONACULTA, México, 2009), un ensayo narrativo, y Lunas (Ediciones Era, México, 2010), una novela.

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En torno al dolor de muelas Marco Escalante

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as personas abatidas por grandes tragedias suelen llevar su sufrimiento en secreto. Bien por pudor o porque hablar de ellas sería como recordarlas o vivirlas doblemente. El silencio, si bien no es el olvido, por lo menos procura imitarlo. Es también posible que el silencio sea una especie de reflejo del heroísmo del espíritu. Sucede con esos individuos que incluso en el dolor se asignan una tarea moral. Buenos lectores de Séneca, parecen predicar con la acción este lejano precepto: “Grandes las penas se callan…” Chesterton ha señalado una característica muy habitual de los grandes desgraciados: en lugar de remitirse a aquello que sofoca su corazón y hace de sus vidas algo insoportable, hablan del mal clima, de un dolor de espaldas o de un inoportuno hueco en la suela del zapato en temporada de lluvias. Sobre sus hombros se posa un elefante, pero actúan como si su fardo no fuese más que una mosca. No creo que la alusión a estas pequeñas inconveniencias sea solamente un modo de evadir los grandes temas o los grandes problemas. Creo más bien que si hablamos de ellas a menudo es porque su significancia proviene de una exageración que está más allá de nosotros. La muerte no tiene remedio, lo sabemos: es una tragedia mayor y el peso con que nos abruma no deja margen de duda. Un dolor de cabeza, en cambio, es algo que sabemos pasajero y olvidable; y nos molesta sobremanera el hecho de que siendo algo tan minúsculo no tenga solución posible a corto plazo… Debiera ser como el mosco que se posa en nuestros labios –una mueca basta para ahuyentarlo. De esta maraña de insignificancias, de molestias cotidianas a las que a veces dejamos de prestar atención para no volvernos locos, se quiere independizar, como experiencia única e inclasificable, el dolor de muelas. No tiene nada de extraordinario. No es una experiencia traumática como la enfermedad o la cárcel. No nos sume en esa melancólica incertidumbre con que amenaza el amor. No remite ni a las muecas de la muerte. Y sin embargo, su fuerza coyuntural es tan grande, que opaca, al menos por el tiempo que dura, todo nuestro sufrimiento

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moral. Diríase que momentáneamente mata el espíritu convirtiéndonos en mera materia doliente… Es, sin duda, un dolor que sabiéndose efímero quiere ser eterno. Aspira a grabar su intrascendencia en nuestra memoria por la fuerza. Su insolencia no tiene límites. Desconoce la delicadeza con que se expresa un malestar cardiaco; los vaivenes del dolor con que nos acosan otros órganos transfigurados por una enfermedad crónica. Es un dolor áspero y cruel, irrebatible y persistente, vacuamente insoportable. Lo que más nos aproxima a esta experiencia en términos físicos, es la tortura. Sí, el dolor de muelas es una sesión de tortura vacía de contenido político y heroísmo. Una sesión de tortura donde no media ni la subversión ni el delito. Su horror reside en el hecho de que quien nos tortura es nuestro propio cuerpo sin que seamos culpables de absolutamente nada. Contribuye a su poder la dificultad que representa anularlo. Las medidas sueles ser drásticas e implican tiempo para la adaptación y la convalecencia: o bien se extrae la muela o se practica una endodoncia – procedimientos quirúrgicos de una brutalidad pasmosa, agravados por el hecho de que el paciente se somete a ellos completamente despierto. El fracaso de una endodoncia, que lleva inevitablemente a la extracción, puede convencer al más optimista de los seres humanos que la vida es un infierno y que la justicia la inventó el demonio para burlarse mejor de nosotros. Se puede extraer, con cierto esfuerzo, alegrías de los días grises. Podemos conspirar contra los malos humores recordando episodios jocosos de nuestra vida. Podemos todavía instaurar la calma y la paciencia cuando se revienta una llanta del auto a diez millas de casa. Se puede ser feliz tras un día de innumerables tensiones laborales o a pesar de la frustración de un placer que no se dio o que quedó postergado… El dolor de muelas no permite poetización de ningún tipo. No da tregua para que despierte el espíritu y se ponga a divagar en torno a lo sufrido. Nos convierte en un continuo lamento, una masa que se revuelca

incomunicada, separada del mundo. Expresión brutal de la soledad, el aquejado por un dolor de muelas no daría un bledo por la salvación del universo, si no supiese que su mal no puede durar cien años. Después de la experiencia, lejos de repetir con Boscán que la madrugada es más bella después de la tormenta, presos todavía de la incertidumbre, del nerviosismo, del pavor físico que inmoviliza, repetimos dentro de nosotros: “Qué día tan triste… La noche fue capaz de contagiarle su luto”.

Marco Escalante, escritor peruano, reside en Chicago

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