Contratiempo 92 • Marzo 2012

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contratiempo DIRECTIVA Gerardo Cárdenas, Jochy Herrera, Moira Pujols, Rod Slemmons, Helen Valdez, Ellen Wadey Placey DIRECTORA EJECUTIVA Moira Pujols DIRECTOR EDITORIAL Gerardo Cárdenas CONSEJO EDITORIAL Rey Emmanuel Andújar, Gerardo Cárdenas, Marco Escalante, Eduardo Estala Rojas, Rafael Franco, Ignacio Guevara, Jorge F. Hernández, Catalina María Johnson, Verónica Lucuy Alandia, Stephanie Manríquez, Esmeralda Morales-Guerrero, Olivia Liendo, Luis Alejandro Ordóñez, Julio Rangel, René Rodríguez Soriano, Tanya Victoria, Febronio Zatarain

MARZO 2012 • NÚMERO 92

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n muchos sentidos el año no empieza realmente en Chicago hasta marzo, mes en que las temperaturas comienzan a subir (con alguna que otra recaída), la luz del día se queda un poco más cada vez, y la actitud y vestuario de la gente cambia. Aún en un invierno inesperadamente bondadoso como el que hemos tenido, se siente en marzo la proximidad de la primavera, y con ella la necesidad de mirar hacia adelante. Nuestro número 92, correspondiente a marzo, mira hacia adelante pero no se detiene en los próximos nueve meses sino que trata de escudriñar el futuro y conseguir pistas que conecten los hechos del presente con lo que está por venir. En esa perspectiva, los autores del dossier se preguntan sobre el futuro del Estado, y se hacen cuestionamientos profundos sobre la inteligencia artificial, la revolución digital y la interacción entre humanos y máquinas, tema que obsesionó a la ciencia ficción del siglo XX.

Además de esto, ofrecemos a ustedes cuentos inéditos de Eduardo Estala Rojas, poemas de Martín Camps, perspectivas sobre el teatro de Chicago, sobre la música del fado y el perfil de un extraordinario personaje de las calles de Pilsen. También analizamos la más reciente producción editorial del grupo Siete Vientos, en tanto que en Mirada Cómplice presentamos trabajos del artista chicano Eric García que se presentan actualmente en la ciudad. En Deshoras, les ofrecemos cuentos y poemas de los alumnos de dos clases de escritura creativa en español de universidades de Chicago, el de Bernardo Navia en DePaul y el de Raúl Dorantes en Northeastern Illinois, testimonio ambos del crecimiento continuo de nuestra lengua ya no como segundo idioma sino como propuesta literaria. Esperamos que disfruten de estas páginas. Gerardo Cárdenas, director editorial

DIRECTORA DE ARTE Olivia Liendo CORRECTORES DE ESTILO Julio Rangel, Verónica Lucuy Alandia y Luis Alejandro Ordóñez Las opiniones expresadas por los escritores que colaboran en contratiempo no son necesariamente las de la revista, o de la entidad que la publica, contratiempo nfp, una entidad 501 (c)3 sin fines de lucro © contratiempo nfp 1702 South Halsted St., Chicago Il 60608 (312) 666 7466 contratiempo is grateful for the past and present support of The Chicago Community Trust, the Richard Driehaus Foundation, the Field Foundation of Illinois, the Illinois Humanities Council, the Illinois Arts Council, the City of Chicago Department of Cultural Affairs and individual, institutional and corporate donors, and the contribution of writers, artists and volunteers who make our work possible INFORMACIÓN SOBRE LA REVISTA, PUBLICIDAD O SUSCRIPCIONES: info@contratiempo.net ENVÍO DE COLABORACIONES: Gerardo Cárdenas gcardenas@contratiempo.net VISÍTANOS EN: contratiempo.net issuu.com/contratiempo facebook.com/Contratiempo @revcontratiempo

TIEMPO EXTRA 3

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Poemas de Martín Camps: “Teoría especial del origen del universo” y “La mar de palabras”

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Fish Men Tanya Victoria

La palma de mi mano Eduardo Estala Rojas

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Contrafoto Rafael Franco

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El fado: Canto marinero del destino y la soledad Catalina María Johnson

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Desamparado habla de su vida en Estados Unidos Antonio Zavala

Sincronías CHema Skandal! 6

Cuando los hippies llegaron a Vega Baja Julio Rangel

Encuentro con Siete Vientos Marco Escalante

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MIRADA CÓMPLICE 12

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Los Neo-Futurists Ignacio Guevara

a ilustración de portada es una obra original para contratiempo de Carlos J. Matallana. Artista gráfico cada año bisiesto, su experiencia profesional esta atada a los libros, desde el diseño, ilustración, hasta la distribución. No es DJ, colecciona música y la comparte en parrandas y en un proyecto audiovisual que está por concluirse dentro de unas semanas. Hace y enseña comics y está trabajando en su ópera prima del noveno arte. Las fotos del Dossier fueron tomadas por Angélica Robles y son parte de un proyecto titulado ‘Cuadrículo’, en colaboración con la diseñadora de modas Summer Romero (www. summerromero.com). “La cara cubierta representa la falta de comunicación que existe a causa de los avances tecnológicos. Decidimos representar diferentes personas dentro de

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El futuro del Estado: Apuntes para una anarquía non fat Gerardo Cárdenas

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Los anillos de Saturno Marco Escalante

Eric García en DePaul Stephanie Manríquez DOSSIER Introducción: Escenarios del futuro Ignacio Guevara y Julio Rangel

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Imaginar el interfaz con la máquina: Observar la actividad cerebral Sara A. Solla

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Ray Kurzweil, alguien muy singular Ignacio Guevara

DESHORAS Textos de los 22 talleristas Roberta Pereira, Lluvia Carrisoza, Carlos Ospina, Belén Neira, Allyson Rumzis, Emily Wagner, Sara DeVecchis, Rubén Franco y Sarah Shlemon

la sociedad: una waffle girl, turistas, trabajadores de restaurante, etc. porque todos somos parte del ‘cuadrículo’ y poco a poco estamos perdiendo la identidad”. Las fotografías del artículo “Observar la actividad cerebral” fueron tomadas por Alex López, estudiante del programa CASA Open Studio patrocinado por el National Museum of Mexican Art, en la secundaria Hancock. Las fotografías de Chicago de Deshoras fueron tomadas por el dominicano Arturo Richardson. “Inquietud por las artes fílmicas, las féminas, los niños, las peculiaridades de mi país, la nostalgia, la necesidad de expresión llevan a centrar mi atención en la fotografía, la cual desarrollo como hobby desde hace 12 años, haciéndolo de una manera más formal desde hace 3 años y sigo siendo un aprendiz, a pesar de que cuento con cierta preparación técnica y experiencia”.


POESÍA

MARTÍN CAMPS

Teoría especial del origen del universo En el principio fue el espasmo en que Dios se introdujo en el cuerpo voluptuoso de la nada. Y de su luminoso encuentro brotó una sideral emisión manchando la falda negra de la noche con una vía láctea esplendorosa. Hace falta un astronauta valiente que abra la escotilla para sacar su nariz y oler el fragor de la semilla divina, olor cercano al de un salmón fresco o luz todavía nueva y por lo tanto, mojada.

La mar de palabras Azul campo de batalla donde triunfaron los que supieron ahogar su miedo. Veo el mar y mis ojos se llenan de sal y nubes. Veo el mar y el horizonte se extiende como una promesa. Un pescador lanza sus redes, los corales se iluminan de peces. Este mundo húmedo conoce de noches que no amanecen. Escribo del mar y esta hoja se empapa de palabras marítimas: espuma, arena, faro. Lo único que lamentan los peces es no conocer la lluvia, ese mar repentino. Pienso en el mar y me acude la mar de palabras: Sirena, boya, ola, caña de pescar, náufrago, sed, pez espada, pulpo y tiburón. Araña de mar y ballena. El mar sacia hambre, deseos de aventura, pasiones y guerras. Lo único estable en el mar es su nombre: Mar. Una sílaba que es una ola inversa que se arrastra en la lengua. He soñado con el mar y no me han alcanzado las ocho horas de sueño. Amar de mar a mar, domar el alta mar, el océano y sus confines que anegan diccionarios. Nado entre las olas y sé que estoy en el origen. Este es un planeta de agua y fue por azar que hayamos encontrado la tierra y que no caminemos en las profundidades. Los desiertos alguna vez fueron propiedad del océano. Nuestros cuerpos, nuestros corazones (caracoles rojos), también son de agua, y en ellos cabalga el mar.

Martín Camps (México, 1974) tiene maestría en Creación Literaria por la University of Texas y doctorado por la University of California. Ha publicado los poemarios Desierto Sol (2003), La invención del mundo (2008) y La extinción de los atardeceres (Ichicult, 2010); y el libro de ensayos Cruces fronterizos: hacia una narrativa del desierto (2008). Actualmente es profesor asociado de la University of the Pacific en California. Los poemas publicados aquí se extrajeron, con permiso del autor, de La invención del mundo

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Ilustración: Freizeit

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CUENTO

La palma de mi mano Eduardo Estala Rojas

I Mi tía abuela Aurora nació con una Rama Dorada, eso fue en el año de mil novecientos, en un pueblo de Durango, México. La partera al verla salió corriendo como una oveja asustada. Mis bisabuelos sonrieron y abrazaron a Aurora con la felicidad contenida de tres cuerpos flotantes que tocan el hilo infinito del poder de la estirpe desde la llama cósmica. Aurora no era una niña fotostática, tenia el don generacional. Podía ver lo invisible de las personas, aquella dimensión poderosa donde ocurren tantas cosas inexplicables en la mayoría de los seres humanos, explicables a través de Magos y Curanderas. Seres encontrados entre los bosques interiores. Muchos han sido caricaturizados en los cuentos fantásticos para alimentar utopías por el miedo a recordar su propia herencia y tradición en los Ancestros Mexicanos.

Aurora viaja y regresa, no tiene límites. Ha enseñado a mi abuela el Arte de la Magia en el pueblo de Tepoztlán, Morelos, México. Mi abuela declamó cada una de estas enseñanzas el siete de septiembre durante setenta y siete años. Los conjuros y recetas mágicas formaron a cientos de Magas y Curanderos de todos los planetas que gozan viendo visiones. Mi madre me contó que hablan en diversas lenguas. Mi madre es mi abuela. La memoria que guardo es un tesoro de Aurora. II Evoco a mi abuelo materno, quien tiene el don de la palabra oral. En varias ocasiones nos contó a todos sus nietos que cuando fue niño observó bajar a Nahuales y Brujas de los cerros. Vivían ocultos en montes y descendían únicamente cuando la luna estaba embarazada. Dizque miraban a las personas transitar, descalzas con heridas de diferentes vidas. Nadie podía salir de su morada después de las nueve de la noche. Los que salían a caminar fuera de sí, cargaban un machete en mano, entre su pecho colgaban un amuleto de la imagen de San Benito de Abad. Oraban en voz alta y con fe suspendían el tiempo. Según al hacer los tres cultos tenían protección y eran invisibles ante los hambrientos Nahuales y Brujas que buscaban encontrar La Rama Dorada en alguno de estos pasajeros atemporales. Caminaban rápido sin detenerse, sin voltear atrás a pesar de escuchar voces de familiares extintos. Los llamaban por medio de pisadas en el techo, trastes que se movían de un lugar a otro, libreros que se agitaban, libros que se abrían en la página treinta y tres, páginas que contenían mensajes no ocultos ni secretos, es una tradición oral y ancestral. Mi abuelo me contó con su propia voz un primero de mayo cuando morí. III A Camelia Rojas Ayala

Ilustración: M Coeur de Marigela Pueyrredon

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Froto mis manos treinta y tres veces. Mi bisabuela materna Juana reaparece en la tercera dimensión como acto de magia. Hacemos un recorrido a su laboratorio alquímico. Veo botellas de vidrio y plástico con diversos colores que hacen coro a través de las velas. El color verde predomina, hay cientos de frascos. Observo el altar con figuras de mujeres que miran, desafiantes. Un triángulo

dorado está en la parte trasera de la puerta. Los cuarzos también alumbran el pasadizo del recinto en forma cuadrangular. Un sonido intenso y constante rasguña el techo. Se escuchan gritos de voces en distintos dialectos. Buscan entrar al mínimo descuido en el ojo ajeno. Retan al Cristo con los brazos abiertos que está pintado en la madera cobriza. No pueden ingresar por el peso de su conciencia. El olor del ajo, la cebolla y el chile, hacen que se detengan como gárgolas paralizadas que miran el infinito sin saber el porqué son seres sin descanso. Todo está en orden, sólo el olor es más intenso cuando Juana abre sus diferentes brebajes para curar a toda persona que toca su puerta tres veces. La gente enferma no la mira a los ojos hasta que ella con sus manos de oro les abre su alma. Mientras ora en oro blanco van recorriendo en trescientos treinta y tres grados el aura de las nueve personas que buscan romper el lazo negro de sus últimas seis generaciones. Comienza la conversación de alma en alma y las enfermedades salen de la boca. Escupen maldiciones con una velocidad a seiscientos sesenta y seis kilómetros. El viento los aniquila y se vuelven nubarrones negros que regresan a la tierra para clarificar al espíritu. La ventana del laboratorio alquímico se empaña. Alguien escribe en la parte de afuera r-e-g-r-e-s-a-r-e-m-o-s en doce ocasiones. El Sol hace que escurran cada letra y el silencio comienza a tener voz en mi voz. Soy testigo de cómo el recinto en forma cuadrangular es una fiesta de sombras y encuentros con personas de distintas épocas. Mi abuela Raquel me guía con sus conversaciones sabias. Desde Cuernavaca viajamos en los autobuses guajoloteros cada fin de semana al pueblo de Tepoztlán, Morelos, México. Lugar de nacimiento de los treinta y tres ancestros. De nuevo observo la fotografía en blanco y negro. Leo cuidadosamente el poema que mi madre María del Rocío recitó el siete de septiembre, cuando recibí la iniciación, con la anciana más vieja del pueblo. Lectora del futuro en un bote con agua. Froto mis manos de oro treinta y tres veces. Las tres hechiceras sonríen en El Tepozteco, saben que existen en mis sueños.

Eduardo Estala Rojas, mexicano, es poeta y crítico cultural. Miembro del consejo editorial de contratiempo. Reside en Nottingham, Reino Unido MARZO 2012


CONTRAFOTO / SINCRONÍAS

CONTRAFOTO

Rafael Franco

CHema Skandal!

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- www.chemaskandal.com

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CRÍTICA

Encuentro con Siete Vientos Marco Escalante

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iete Vientos probablemente sea una de las pocas casas editoriales empeñadas en acercarse al mundo anglo y al mundo hispano al mismo tiempo. Su primera publicación, Llegaron los hippies, del autor puertorriqueño Manuel Abreu Adorno, es un libro de dos caras, una de las cuales ofrece la versión original en español, mientras que la otra brinda su traducción al Inglés. Aparte de este concepción novedosa, Siete Vientos se diferencia de otros esfuerzos locales en el hecho de que para su lanzamiento no ha buscado un autor de la comunidad hispana de Chicago, sino que acometió la generosa empresa de resucitar a un autor semiolvidado, fallecido hace ya más de una década. Siete Vientos ha puesto singular énfasis en la estética del libro en sí: el arte de la tapa es excelente y demuestra que la escasez de medios económicos no es pretexto para descuidar el formato de publicaciones artesanales. Conversamos con Daniel Parra y Kolin Jordan, dos de los integrantes principales del proyecto editorial que hoy nos ocupa. Esta es la versión resumida de ese encuentro. Contratiempo: ¿Cómo nace el proyecto? Parra: Algunos de nosotros trabajábamos en una editorial de libros de texto como editores, pero luego de un recorte de personal, decidimos empezar un proyecto propio en base a la experiencia que habíamos adquirido. Yo, en lo personal, me había topado con libros de editoriales independientes de diversos países, como Sexto Piso, que manejaban un concepto innovador, no solamente con los títulos que publicaban, sino también con la imagen, la publicidad y el cuidado de la edición. Entonces fue que me dije: “A mí me gustaría hacer algo parecido”. Así que empezamos a reunirnos como grupo y la idea fue madurando poco a poco, hasta que se publicó el primer libro. CT: ¿Y el obstáculo económico, cómo lo resolvieron? Jordan: A través de un amigo, nos enteramos de un sitio web que se llama Kickstarter. Cuando los contactamos, nos dieron un plazo para presentar el proyecto. Al final lo aprobaron y de allí obtuvimos la parte principal de los fondos. También, por supuesto, acudimos a los préstamos personales, pero el monto principal vino de Kickstater, y fue algo así como cinco mil dólares. Parra: El concepto de Kickstarter es que tú les presentas el modelo de un negocio. Ellos analizan la viabilidad del proyecto y deciden si te apoyan o no. Nosotros tuvimos la fortuna de recibir mucho apoyo y gracias a ello no

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solamente se aseguró la publicación del primer libro, sino que además aseguramos la venta de un quince por ciento del tiraje. Es decir, ni siquiera estaba publicado el libro, y ya teníamos vendidos muchos ejemplares. CT: Por lo general, quienes emprenden proyectos editoriales marginales en Chicago tienen un propósito claro: publicarse a sí mismos. Siete Vientos parece que se sale de esa norma: el primer libro que publican es de un autor que no pertenece a esta comunidad y que encima ya murió hace muchos años. Parra: Respetamos mucho la literatura que se hace en Chicago, pero en la base de nuestro concepto está una literatura un poco diferente. Ahora mismo estoy leyendo un libro de José Vasconcelos donde él dice que se puede encontrar mucha riqueza en las diferencias espirituales o culturales. Y creo que en eso precisamente se basa lo que venimos haciendo nosotros. Decidimos publicar el libro de Abreu Adorno, que fue escrito en 1978 y que desafortunadamente había caído en el olvido. Llegamos hasta Abreu gracias a Rafael Franco, que es precisamente quien tradujo el libro al Inglés. CT: ¿El sello personal de Siete Vientos es entonces publicar el material en ambos idiomas? Parra: Estamos siendo muy cuidadosos con esta idea de publicar en ambos idiomas; nosotros preferimos hablar de una versión flip en lugar de una versión bilingue, porque desgraciadamente a los libros bilingues se les ha dado una imagen negativa. Nosotros estamos tratando de reiventar el concepto de un libro en dos idiomas, a través de esta versión flip. Además nos abre las puertas tanto de librerías hispanas como anglosajonas. CT: Esto es también como un reflejo de lo que está pasando en Estados Unidos: dos culturas entran en contacto sin fundirse del todo. Una de las cosas tristes que me ha tocado vivir es que prácticamente todos los grupos intelectuales de los que formé parte en Chicago, eran cien por ciento hispanos. Parra: Definitivamente una de nuestras metas es la inclusión de varios grupos. No queremos quedarnos reducidos a un solo grupo étnico. También queremos llegar al lector promedio. Desafortunadamente mucha gente piensa que la literatura es un mundo aparte y que los literatos son como una élite. Entonces como que se crea una distancia entre el público mayoritario y los libros. Nosotros queremos también sortear este obstáculo, ofreciendo un producto diferente, visualmente atractivo. CT: Sí, la apariencia del libro es singular.

Superior: Daniel Parra Inferior: Kolin Jordan Fotografías: Ignacio Guevara

Todo lo que se publica en Chicago, tiene la marca de la necesidad. El libro de ustedes es casi una edición de lujo, coleccionable, lo cual contradice esa concepción que valora los libros solo como fuentes de contenidos y no como objetos en sí. Parra: Primero empezamos a investigar mucho sobre las tendencias editoriales. Y la primera conclusión a que llegamos es que los e-books llegaron para quedarse y que lo que buscan es reemplazar el libro físico. Nosotros no tenemos nada en contra de los e-books y en el futuro probablemente también nuestros libros se publiquen en versión electrónica; pero pensamos en los e-books no como un reemplazo de los libros tradicionales, sino como un complemento. Entonces, la única manera en que se puede mantener el interés en los libros impresos, es darles un valor agregado, darles un diseño inteligente y llamativo. Ese es uno de los motivos que nos impulsó a publicar el primer libro en una edición tan bonita. En realidad, todo fue artesanal. Todo el diseño lo hicimos en casa. CT: ¿Cómo se emprendió el trabajo de la traducción del libro de Abreu? Jordan: La traducción se le encargó a Rafael Franco, que es también escritor. Creo que si la experiencia ha sido buena es porque Rafa ha estado soñando con el proyecto de traducir a Abreu desde hace muchos años. Por eso puso muchísimo de sí, agonizando sobre cada palabra, tratando de que la traducción misma fuese creativa y no literal. Lo que se logró es una traducción que en cierto modo “suena” como la versión en español.

Marco Escalante, escritor peruano, es integrante del consejo editorial de contratiempo

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CRÍTICA

Cuando los hippies llegaron a Vega Baja Julio Rangel

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iete Vientos inaugura con acierto su catálogo editorial con la publicación de Llegaron los hippies, del puertorriqueño Manuel Abreu Adorno (19551984). Este volumen de cuentos, publicado en 1978, había hecho de Abreu Adorno una figura de cierta resonancia subterránea, cuya divulgación y revaloración hacía falta. En Llegaron los hippies, situaciones, gestos y complicaciones son revelados por medio de una oralidad gozosa. Estos cuentos no se proponen el retrato sociológico deliberado, pero capturan idiosincrasias y tics culturales. Es el slice of life como microcosmos social, espacio narrativo que resignifica lo nimio, lo omitido, lo sugerido. Y lo que deja ver: por esa voz en primera persona que a menudo lleva la historia, asoma la densidad de la experiencia humana, el absurdo de cada día. No es el cuento canónico, cerrado en sí mismo como un mecanismo de relojería, Abreu Adorno no es el mago que juega con las expectativas del lector ni busca impresionarlo con el final contundente. Sus narraciones son más bien el tajo por donde fluye una voz a veces conversacional, a veces reflexiva. La engañosa sencillez de sus cuentos, en parte debida a la frescura y la inmediatez de su tono, avanza bajo el dulzor un sabor ácido al paladar atento. Es el “sentirse, hallarse, ser” del personaje en el cuento epónimo que propone al lector una invocación en esos repetitivos verbos para sentir que entre ese mundo ideal, fantasmagórico, de proezas deportivas y la tosigosa soledad de su realidad concreta (en excelentes pinceladas descriptivas) se abre el vértigo de la existencia. El recurso de la repetición a manera de estribillos alza con eficacia, en el cuento “llegaron los hippies”, un tono elegiaco que no descarta la crítica. El festival de rock de Vega Baja, en Puerto Rico, le permite al autor un ajuste de cuentas con la utopía de los festivales tipo Woodstock que se multiplicaron en varias partes del mundo. En “lo que se dijeron él y ella por veinticinco dólares”, Abreu Adorno plantea la metáfora de la intervención imperialista y el estado neocolonial en el diálogo entre un miembro “de la agencia” que habla en inglés y una prostituta que habla en español. Dos realidades lingüísticas abren sendas ventanas a mundos opuestos que se superponen sin entenderse, cuyo único punto de contacto es la transacción sexual. Más de uno notará en la ascendencia literaria de este libro una vena directa de la literatura beat –que a su vez bebió de las vanguardias

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de principios del siglo XX, con la liberación del monólogo interior, el incansable flujo verbal de la conciencia– y de los lúdicos experimentos de Cortázar; o ubicará estos cuentos en el cauce que arrastra la zumbona sintaxis de La guaracha del Macho Camacho, de su paisano Luis Rafael Sánchez, rigurosa y lúdica celebración de las posibilidades del lenguaje, publicada en 1976. Hay en el panteón de los fetichismos literarios un lugar especial para la noche de 1955 cuando Allen Ginsberg leyó en voz alta su poema “Howl”, en que la preponderancia del ritmo, más como flujo respiratorio que como estudiada eufonía, emparentaba las estrofas con el fraseo del jazz. No es gratuito que On the Road, la novela de Jack Kerouac, haya sido escrita en un enorme rollo de papel que evitaba al autor frenar el impromptu iluminado del lenguaje. Otro cabecilla de este grupo, William S. Burroughs, desarrolló la técnica del cut up, (heredada del dadaísmo) que rompe la linealidad del discurso y se abre a las posibilidades aleatorias del lenguaje. En ciertos tramos, Burroughs abolía la puntuación para dejar que la prosa fluyera, cadenciosa y musical o nerviosa y abrupta, según temperaturas narrativas o psicotrópicas. En “la verdad sobre farrah fawcett majors”, Abreu Adorno ofrece un divertimento anárquico heredero de dichas técnicas, pero también de la iconoclastia cortazariana –en textos como aquel “Por escrito gallina una” – para recrear el frenético ritmo de la imaginación onanista de un adolescente.

John Coltrane y Eddie Palmieri, Jimmy Hendrix y Bach, el oído omnívoro (pero selecto) de Abreu Adorno, aunado a una fina mirada social y una actitud vitalista deja el regusto agradecible de su irreverencia y cierto corrosivo candor. La edición de Siete Vientos, un espléndido tomo en tapa dura, en edición flip bilingüe (la versión al inglés es de Rafael Franco-Steeves) con prólogo de Rey Andújar está en librerías, en Amazon y en sietevientos.com.

Julio Rangel, escritor mexicano, es integrante del consejo editorial de contratiempo contratiempo

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TEATRO

Fish Men Tanya Victoria

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l teatro es una de las muchas maneras de expresar la capacidad humana de generalizar y comprender el orden invisible de las cosas. Cándido Tirado y Eddie Torres preparan los últimos detalles de ese orden para el estreno de Fish Men, obra que se presentará en el Goodman Theater, del 7 de abril al 6 de mayo. Fish Men se desarrolla en el barrio neoyorquino de Washington Square Park. Cándido es, además de dramaturgo, un maestro de ajedrez certificado por la Federación de Ajedrez de Estados Unidos. Fish Men es una obra multiétnica que a partir del ajedrez entreteje tragedias personales y explora conceptos sobre la humanidad y la tragedia. Contratiempo conversó con Cándido Tirado y Eddie Torres. Contratiempo: ¿Qué tema exploras con Fish Men? Tirado: Los temas de la humanidad y la supervivencia. Rey Reyes (el protagonista) y su tío sobreviven a una masacre. Sobreviven porque se fueron a pescar. En Washington Square se encuentran con otros sobrevivientes, de diferentes culturas, con historias propias, lo que propicia un debate acerca de la humanidad. CT: ¿Qué papel juega el ajedrez en la historia? Tirado: Yo aprendí a los diecinueve años, pero tengo amigos que juegan desde los diez. Mi talento es natural. Soy un maestro nacional de ajedrez, conozco apostadores, los llamados hustlers, en Nueva York, amigos míos, que son parte del ambiente en ese lugar y fui viendo historias, ahí suceden muchas cosas. Quería escribir una obra sobre el ajedrez, estuve buscando la inspiración por mucho tiempo. Yo voy mucho a ese parque, un día la idea llegó como una ola. Había estado buscando por tanto tiempo, conectando tantas historias. CT: ¿Qué quieres transmitirle al público con Fish Men? Tirado: Cuando era niño una bicicleta me dio un golpe; ese día cambio mi realidad de salir a la calle. Imagínate sobrevivir a una masacre, cómo va a cambiar la realidad de una persona. Cómo sobrevivir si no creemos en nada, ni en los gobiernos. La vida cambia. En la obra casi todos sobreviven gracias al juego de ajedrez. El tío del personaje jugaba al ajedrez cuando el niño lloraba. Se estaban escapando, y así calmaba al niño, lo distraía; por medio del juego encontró una manera de sobrevivir. Un pillo se da cuenta que puede ganarse la vida en el ajedrez y deja de robar carros. Mezclar el ajedrez, el teatro y hablar de cómo la humanidad tiene recursos para sobrevivir. En esta obra hay mucha comedia, hay drama, pero la comedia es parte de la vida.

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Sup: Eddie Torres Inf: Cándido Tirado Cortesía: Goodman Theatre

CT: ¿Cómo fue tu acercamiento al teatro? Tirado: Nací en Puerto Rico, siempre quise escribir. En la universidad tomé una clase para escribir teatro, me quedé escribiendo teatro. Las historias se actúan, se pueden mostrar rápidamente. CT: ¿De qué otra forma participas en el montaje de tus obras? Tirado: En esta obra solamente soy autor, en otras he dirigido. Yo actué solamente para aprender cómo un actor se mete a un papel y cómo puedo jugar con eso, pero no soy actor. CT: ¿Por qué el titulo de Fish Men? Tirado: El protagonista es pescador. Además, cuando llega alguien nuevo los jugadores de ajedrez lo llaman pez. CT: Eddie Torres, ¿en qué circunstancia nace Teatro Vista? Torres: Nace porque en 1989, aquí en Chicago, no había oportunidades para actores latinos, y las historias sobre latinos no tenían espacios. Teatro Vista surge como algo necesario para presentar esas historias. Lo fundamos Henry Godínez y yo, con una beca que Carlos Tortolero nos otorgó. Los artistas deben tener el ánimo para hacer teatro; los actores en este medio no hacen mucho dinero, lo importante es la pasión. CT: ¿Por qué presentar Fish Men? Torres: Esta obra es muy importante, Cándido es uno de los mejores dramaturgos y esta obra nos hace pensar en lo que sucede con la gente en el mundo. Es una historia de genocidio, es una historia de culturas diferentes. El ajedrez es un juego universal, un juego de estrategia. La historia muestra un grupo de hombres que juegan ajedrez; ellos están en el mundo del ajedrez, pensando en la estrategia; no tienen escuela, pero se la pasan pensando y pensando, ya que el ajedrez no es sencillo. Teatro Vista escogió Fish Men por ese motivo. Vamos a presentarnos en Goodman, con el estilo de teatro de Chicago. CT: ¿Cuál es ese estilo? Torres: Un estilo agresivo, bien bravo, emocional, pasional, fuerte, te dice a la cara las cosas. Estamos entrando al teatro anglo, con Goodman, contando historias latinas. CT: Están a punto de estrenar. ¿Qué detalles faltan? Torres: Ensayar; hay detalles de la música que faltan y tenemos que trabajar con el escritor; los actores tienen que practicar ajedrez, porque no todos saben jugarlo.

Tanya Victoria, mexicana, miembro del consejo editorial de contratiempo. Desarrolla programas de juego para la conservación en la Sociedad de Zoológicos de Chicago MARZO 2012


TEATRO

Los Neo-Futurists Ignacio Guevara

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atie, con su manhatan casi lleno me advierte: “son las 11:15 de la noche y hay que irse”. Media cerveza baja en segundos por mi garganta; de prisa nos ponemos las chaquetas y salimos. Entre calles y avenidas Katie acelera más de lo permitido — si llegamos tarde no entramos—. Casi siempre es teatro y después bar, pero hoy el orden está invertido. “Vamos a ver 30 actos en 60 minutos. Too Much Light Makes The Baby Go Blind, así se llama. Los actores también son escritores, cada semana agregan nuevas historias que han publicado en tres libros“. ¿Mucha luz hace que el bebé se vuelva ciego?, no hay duda que existirá una mejor traducción. Después de cerrar la puerta del carro Katie corre y yo la sigo. En la entrada no hay marquesina, ni luces. Todos los que vamos ingresando lo hacemos apresuradamente. El edificio es viejo, fuerte y laberíntico. En una pared, Frankenstein manipula a Pinocho como marioneta. Escaleras, pasadizos, puertas, pero hasta que llegamos a los dados es que paramos de correr: hora de pagar. Nueve dólares de base más lo que dicte un dado. Katie lo agarra, lo entretiene unos segundos en su palma, lanza y paga diez, yo repito la maniobra y pago quince, que no me hace gracia, ella me mira con culpa y yo respondo con una sonrisa. En la segunda puerta una mujer saluda, escribe en una etiqueta, al mismo tiempo me dice que Tarnation es mi nombre, me la da y la pego en mi manga, cerca de mi muñeca, lejos del pecho, el lugar donde la mayoría de los asistentes se la colocan. El escenario, un pequeño anfiteatro rectangular. Todas las butacas están llenas y apretadas. Los actores y actrices, deambulan por todo el lugar, hay un color a bar en la atmósfera, la gente no teme estar cerca. El vestuario de los artistas es pobre pero con sello personal, definitivamente no es lo más importante, ni tampoco la poca utilería que veo en el desnudo escenario: dos cuerdas como tendederos que atraviesan el escenario transversalmente, donde cuelgan papeles numerados del 1 al 30. Por último un reloj cronómetro, lo suficientemente grande para monitorear el tiempo desde cualquier lugar. Las reglas son simples. Primero: Actuarán 30 obras en 60 minutos, — “a veces no lo logran” dice Katie—. Segundo: El público gritando, escogerá un número, dándole orden a las obras, cuyos nombres todos tenemos en el programa de mano. Tercero: El público grita “curtain” para que inicien. Números y actos De entre tantos gritos no distingo ningún número, estoy hundido en mi butaca, alerta y

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temeroso por la posibilidad de terminar en el escenario en contra de mi voluntad. Un actor salta y arranca el papel número 7. Los actores gritan 7, The interview, se activa el cronómetro. Rápidamente transforman el escenario con pocos y sencillos elementos, corren de un lado al otro — curtain—. Apagón. Un actor pregunta quién tiene video en su teléfono, varios se mueven en el aire, el actor selecciona a alguien del público, lo pasa al frente y le da instrucciones de que lo grabe mientras interpreta. Apagón. Gritos, hay número, 19, Camping in the yard, corren, se colocan elementos, otros esperan a que sus compañeros terminen de acomodar para empezar, el cronómetro avanza, hay problemas, una de las linternas tiene baterías bajas, tratan de resolverlo, el luminotécnico grita desde el fondo que empiecen ya, la actriz descarta la linterna, pide apagón y el público grita curtain. Mundos Durante una hora visité 30 mundos: absurdos, cómicos, simbólicos, realistas, trágicos. El juego teatral, el deseo de mantener en el escenario un porcentaje alto de riesgo, y poder resolver los contratiempos, me contagia de honestidad. Los entreactos son tan enérgicos como las mismas representaciones. Aquí no se esfuerzan en ocultar los mecanismos técnicos ni actorales, esos entretelones de la ficción escénica que la mayoría de las veces no se nos muestran. No hubo actuaciones deslumbrantes, tal vez porque los personajes no pretendían ser totalmente diferentes a los mismos actores. El intelecto, lo físico, pero sobre todo la intuición, es vital para el actor o actriz que quiera trabajar de la manera que lo hacen los NeoFuturists. Esta tropa está dispuesta a exponer sus debilidades, a sacrificarse, a usarse como materia prima; se está actuando el presente y la representación toma lugar aquí, no en ninguna otra parte más. “Hace 24 años Greg Allen fundó

la compañía“, me dice Katie “y hace 23 años se representa esta obra, la temporada más larga que haya tenido hasta ahora un espectáculo en Chicago, ¿te gustó?”.

Too Much Light Makes The Baby Go Blind se presenta en el Neo Futurarium, 5153 N. Ashland, Chicago, IL 60625. Más informes al número: 773275-5525 o en la página http://neofuturists.org

Ignacio Guevara, escritor y educador costarricense, radicado en Chicago desde hace varios años. Publica varios de sus cuentos en la antología de escritores de contratiempo En la 18 a la 1 contratiempo

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Cortesía: Neo-Futurists


MÚSICA

El fado: canto marinero del destino y la soledad Catalina María Johnson

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l escenario del Old Town School of Folk Music estaba apenas alumbrado. En penumbras se escuchó un lamento profundo y aterciopelado. Por detrás del telón surgió la esbelta figura de Ana Moura vestida de negro, cuya postura enmarcaba la melancolía de cada sílaba que hilaba su voz cantando fado, la música emblemática de Portugal. Saudade Blues El fado, cuyo nombre proviene de la palabra portuguesa que significa “destino”, fue declarado este año Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Documentado en Portugal desde principios del siglo diecinueve, se origina de una curiosa y potente mezcla de ritmos que incluye elementos de música rural, cantos de esclavos africanos (en particular de las excolonias portuguesas de Brasil, Mozambique, Angola y Cabo Verde) y baladas del mundo árabe. Música urbana y en sus inicios de cierta mala fama, el fado nace en tabernas y burdeles del puerto de Lisboa, traída por los marineros que frecuentaban estos sitos. Las diversas fuentes musicales que dieron origen al fado le dan una belleza muy particular. Al impregnarse a través de décadas de lamentos de esclavos arrancados de sus tierras natales, marineros lejos de casa y campesinos que emigraron a Lisboa, quizás no haya música en el mundo que mejor destile el anhelo. Desde el principio, su esencia se ha relacionado con la saudade, palabra que no tiene fácil traducción pero que está marcada

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por la nostalgia e implica pérdida y melancolía, si bien retiene dejos de ilusión y esperanza, como comenta el musicólogo Richard Elliot. El fado y el blues tienen en común un sentimiento fatalista y desesperado, así como el sentimiento de que el mero acto de cantar ayuda a despejar los males. Después de una época de gloria, desde la década de 1950 hasta la de 1970, en la que el género fue dominado por la “Reina del Fado”, Amalia Rodrigues, hasta hace relativamente poco, el fado estaba algo arrumbado. Debido a su asociación con la dictadura fascista que gobernó en Portugal de 1926 a 1974, la generación posdictadura en gran parte rechazó el fado por ser símbolo retrógrado y recuerdo de una triste época de represión. La cantante Moura, primera artista portuguesa en dar un concierto en el Carnegie Hall de Nueva York, es parte del fenómeno del novo fado, en el que jóvenes fadistas retoman el género tradicional y lo van incorporando al siglo veintiuno a su manera. Novo fado En su concierto, Moura siguió algunos patrones tradicionales. A la manera clásica del fado, cantó acompañada de trío - guitarra acústica, bajo y guitarra portuguesa (un laúd en forma de pera con doce cuerdas de metal). Sin embargo, el bajista alternaba entre versiones acústicas y eléctricas de su instrumento, y a ratos añadía toques casi jazzísticos a las melodías. Y aunque iba vestida de negro con chal (clásico atuendo de fadistas que evoca el vestuario severo de humildes esposas de

pescadores), la versión de Moura era una delicada red que alargaba con el brazo para darle énfasis a ciertas palabras de las canciones; poco o nada ocultaba el vestido largo con escote y sin espalda que le ceñía el cuerpo perfectamente. Aparte del vestuario y de los toques de su bajista, Moura rompe esquemas en otros sentidos. Aunque su repertorio se centra en fados tradicionales, también incluye dos canciones de los Rolling Stones. Después de que la vieron cantar en una taberna tradicional cuando estaban de visita en Lisboa en el 2007, Moura fue invitada por los Stones a cantar con ellos en un concierto y a participar en un disco de homenaje a su música. Y así fue que de la manera más sorprendente, Moura comunicó el intraducible sentir de saudade con gran claridad a través de la canción “No Expectations” de la banda británica. La extraordinaria voz de Moura, al cantar sobre quien se dispone a tomar un rumbo cualquiera para alejarse de un amor que ha perdido, definió el sentir del fado en las estrofas finales de la canción:

Ana Moura Cortesía: Old Town School of Folk Music

“Nuestro amor es como la música, Estuvo aquí y ya se fue”.

Catalina Maria Johnson, miembro del consejo editorial de contratiempo, es periodista y locutora/ productora de programas para estaciones de radio pública. Mayor información sobre la música mencionada en www.catalinamariajohnson.com

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PERFIL

DESAMPARADO HABLA DE SU VIDA EN ESTADOS UNIDOS

Cuando salí de Cuba Antonio Zavala

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osé Lino Aguirre se pasa el tiempo entre el albergue para los desamparados en la Calle Canal y la Plaza Tenochtitlan en Pilsen. Ahí recibe dos comidas diarias. Lo demás está en las manos de Dios y de la gente que se compadece de él durante todo el año. José nació en La Habana, Cuba, y aun recuerda la calle en donde vivía y los nombres de sus padres y de sus ocho hermanos. Cuando salió de Cuba, José tenía 15 años. Esto fue en 1980 como parte de la flotilla de cubanos conocida como los “Marielitos.” Ahora tiene 46 años y un día reciente lo entrevisté en Pilsen. Aunque dice llamarse José Lino Aguirre, él también se identifica ante la gente como “José de Cuba”. Esa es la identidad que se ha forjado durante sus 30 años en Estados Unidos. Aparte de salir de Cuba en 1980, no recuerda más detalles. En Cayo Hueso dice que permaneció unas seis horas y que fue transportado a Madison, Wisconsin, por las autoridades de inmigración. En Wisconsin estuvo en un refugio por un año y medio. Luego fue llevado a un campamento para menores donde permaneció por otros seis meses. Luego estuvo viviendo en una casa para menores, “de la que me tuve que zafar hasta que actualmente llegué” a Chicago, urbe gigante llena de fantasmas, sueños y vidas que cuelgan de un hilo como la de José. José dice que ha estado viviendo en Chicago desde 2005. Por las noches se refugia en el albergue de la Calle Canal, donde come dos veces al día. Para conseguir dinero realiza algunos “trabajitos”, como lavar carros un día a la semana en un auto wash. Pero sobre todo, pide dinero a la gente que transcurre por la 18 y por la Plaza Tenochtitlan. Estuvo detenido por inmigración durante un tiempo en Wisconsin. No tiene ningún documento que confirme o desapruebe su identidad. Es un hombre de la calle. –¿Dónde perdiste tus documentos? –pregunté; ¿los perdiste en Wisconsin? – No –me contesta–. Los recogió la corte de inmigración. – ¿Cuál es tu estatus migratorio? –le pregunto quizás tratando de obtener una explicación lógica. Pero me contesta con algo más filosófico que mi pregunta. –Mi estatus es prevalecer– dice con una voz gruesa y rítmica. Es una respuesta buena. Hay que prevalecer. Prevalecer contra todo lo que viene. José es de estatura mediana, ni gordo ni flaco. Su cabeza muestra una calvicie arriba de su frente. No le pregunto sobre esto, pero sus dientes frontales ya no están ahí. Quizás los perdió en una pelea callejera. Lo vi por primera vez hace unos tres años NÚMERO 92

Fotografías: Antonio Zavala

ahí en la plaza, lugar de desamparados, puestos de tamales y champurrado y pichones que van de paso a buscar unos lugares más hospitalarios. Muchas veces lo he visto al lado de las cajas de periódicos y tocando unos ritmos sobre ellas con sus manos como tratando de rescatar algo que se rehúsa a morir en su alma, quizás el anhelo de querer ser alguien, quizás el deseo de recuperar todo lo que se ha perdido.

José aun recuerda algo de Cuba y dice que su padre se llamaba Wilfredo y su madre Xiomara. No sabe de ellos ni del resto de la familia desde que salió con el corazón en la mano y la mirada en la costa de Estados Unidos, tierra de libertad y trabajo. Bueno, ese es el sueño para unos inmigrantes pero para otros, como José, quizás ese sueño no existe, aunque queramos creer lo contrario. Este hombre se acuerda de sus hermanos allá en la isla y recita sus nombres como si fuera una canción, un poema: Gladys, Misissi, Aleida, Rosana, Miguelito, Wilfredito, Toño y el Chino. Según entiende, ninguno de sus hermanos ha visitado Estados Unidos alguna vez. “Ellos están relacionados,” --me dice, con lo que entiendo que ellos tienen familias o que quizás trabajan para el gobierno cubano. –¿Y te acuerdas de la calle en donde vivías? –pregunto. –¿En Cuba? Se llamaba Habana, calle Habana–.. –¿Fuiste a la escuela en Cuba? –Si, sólo a preescolar. –¿No te ha pasado nada en las calles, no te han robado o golpeado? –No. cosas de accidentes, sí. Un carro me dio un golpe cuando iba en bicicleta. –¿Te llevaron al hospital? –No. Pero boté la bicicleta que se rompió y seguí mi camino. “Cuando hemos estado practicando danza azteca en la plaza he visto que te gustan los tambores”, le digo. “Sí”, contesta mientras toma café y galletas, porque no había el flan que había pedido yo para este hombre que vive como la letra de la canción “Like a Rolling Stone”, de Bob Dylan: “un completo desconocido, sin dirección, sin casa.” –¿Y la música cubana te gusta? –Antes no, pero ahora sí–me responde el hombre que golpea las cajas de los periódicos como reclamándole a un pasado nebuloso que quedó atrás con las olas del Caribe que lo arrojaron hasta Cayo Hueso.

Antonio Zavala, mexicano, es periodista y reside en el área de Chicago contratiempo

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MIRADA CÓMPLICE

Eric García en DePaul Stephanie Manríquez

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MIRADA CÓMPLICE

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ntrelazar elementos sociales, políticos, culturales e históricos es factor esencial en la obra del artista chicano, nativo de Nuevo México, Eric García. Con un estilo gráfico figurativo a manera de comic book, y utilizando humor, sarcasmo y alegorías, García llega a Chicago en 2007 para estudiar una maestría en “Fine Arts” en la escuela del Arts Institute. A cinco años de haber cambiado las montañas por los rascacielos, García utiliza nuevos medios para contar historias, incluyendo instalaciones escultóricas, objetos tridimensionales, pintura, grabados e ilustraciones de corte político. El ejercer como educador en las aulas del Museo Nacional de Artes Mexicanas y en Yollocalli Arts Reach, le ha permitido comprometerse con su comunidad e influir en su desarrollo. García ovaciona humorísticamente al chicanismo en cada una de sus piezas, realzando su identidad como autor plástico en lienzos e instalaciones – obras monumentales que refieren a héroes de leyenda, mártires, mitos, personajes y momentos históricos. Los lienzos de Eric García llegan a medir hasta 60’’x72’’, algo que facilita viveza en sus personajes: Joaquín Murrieta representado como el Jinete sin Cabeza, un gigante como alegoría de la “raza unida”, el mártir Bernardo Abeyta, Santa Ana, los veteranos, los gemelos Pedro (el mojado) y Pete (el gringo), y hasta los héroes de las historietas “Chicano Códices”, Tamale Man y G.I.José. En su pieza “Evil Trinity of a Chicano”, por ejemplo, García resalta los contrastes y contradicciones de la identidad latina a partir del color de la piel y los ojos, el uso de los idiomas, o la pérdida de raíces. García busca también el asombro mediante trabajos como la instalación “Altered States”, donde se evidencia una caótica mezcla de culturas y el uso de elementos sangrientos que aluden a los temas de imposición y conquista, mezclados con símbolos religiosos (santos, vírgenes, crucifijos y parroquias) y referencias al indigenismo. NÚMERO 92

En Chicago, García presenta también trabajos publicados en “El Machete Illustrated”, un proyecto cultural que el artista mantiene desde hace ocho años dedicado exclusivamente a lo gráfico, y que es la nueva versión del histórico “El Machete”, una publicación de la década de 1920 en Nuevo México enfocada en política, arte y cultura, y que en época más reciente reapareció brevemente como un periódico clandestino publicado de forma anónima. Bajo la dirección de García, el periódico ha logrado publicar más de 400 ilustraciones enfocadas en problemas actuales y de interés global, político, religioso, financiero, sociológico o ambiental. El interés de García por la caricatura política comenzó cuando era recluta de la Fuerza Aérea y como protesta por una orden que recibió de servicio indefinido cuando solo le quedaba un mes de servicio activo. Una vez inscrito en la Universidad de Nuevo México, García comenzó a publicar sus caricaturas en el periódico escolar, a lo que siguió la publicación de sus trabajos en un semanario local, como prólogo a publicaciones en otros medios. Para García, la caricatura política es la manera perfecta de difundir información masivamente: una ilustración concisa, que se pueda visualizar y leer fácilmente para que produzca un impacto; reacción en el espectador (enseñanza, enfado, conciencia); y viabilidad de distribución por vías digitales y redes sociales. La obra de García se puede apreciar en la exposición individual “The Chacmool and the Chalice” en el Student Center 103A, DePaul University, 2250 N. Sheffield Avenue. Más información en http://www.southvalleyart.com/eric

Stephanie Manríquez es escritora y productora radial, mexicana, residenciada en Chicago. Directora ejecutiva del Festival de Música Electrónica Latina (FMEL). Es parte del consejo editorial de contratiempo. contratiempo

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DOSSIER

Imaginar

el futuro a menudo es proyectar nuestras ansiedades o nuestros deseos en esa pantalla incierta de lo porvenir. Aunque las dos guerras mundiales que marcaron el siglo XX hicieron mella en el ideal humanista y nos dejaron impregnados de escepticismo ante la noción del futuro, durante el apogeo industrial de los Estados Unidos en los cincuenta se enarboló, con ayuda de documentales como Nuestro amigo el átomo de Walt Disney y lemas como “Una vida mejor por medio de la ciencia”, la idea promisoria de un futuro tecnologizado que haría más cómodas nuestras vidas. El cine y las series de televisión se llenaron de dramas que hoy llamamos “retrofuturistas”, y el llamado “sueño americano” cimentó su cara sonriente. En aquella época la mayoría de la población mundial vivía en el campo. En unas cuantas décadas los campesinos, desenraizados por el esquema de la industria agrícola y la falta de opciones, migraron a la ciudad para convertirse en obreros de futuro incierto ante la volatilidad de los empleos en el mercado internacional. La mayor parte de la población vive hoy en las ciudades. Curiosamente, en el momento histórico que vivimos conviven el futuro esperanzador y la incertidumbre apocalíptica: los avances en la neurología, la biología celular y la computación nos abren una fascinante perspectiva en la salud y el conocimiento de nuestro mundo,

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Fotografía: Angélica Robles

en tanto la población mundial llega a los siete mil millones con un orden social fracturado, y un intrincado esquema geopolítico juega con nuestra dependencia a los hidrocarburos. Cada día se publican nuevos avances cien– tíficos, la nanotecnología y la robótica nos prometen una vida larga y saludable. Cada año, también, el ciudadano promedio en Estados Unidos arroja al aire veinte toneladas de dióxido de carbono (vía cada uno de los artefactos que hacen nuestra vida más cómoda: horno, automóvil, televisión, etc.) y aparecen evidencias preocupantes de cambio climático (la Antártida pierde hielo a razón de treinta y seis millas cúbicas al año). Igualmente, mucho se discute sobre la vigencia del modelo del Estado, el futuro de nuestra forma de hacer política. El continuo debate sobre el papel de esta institución y lo que significa para los ciudadanos, inermes ante el poder creciente de intereses corporativos, se ha acelerado con las protestas por todo el mundo, notoriamente la Primavera Árabe, los indignados en España y el movimiento Ocupa Wall Street. Lo que tenemos en esta coyuntura histórica es un paisaje en continua recomposición que alimenta la decepción y el entusiasmo. Es (queremos creer) nuestra capacidad (o falta) de participación y compromiso lo que inclinará la balanza.

Texto introductorio y coordinación del dossier: Ignacio Guevara y Julio Rangel MARZO 2012


DOSSIER

IMAGINAR EL INTERFAZ CON LA MÁQUINA

Observar la actividad cerebral Sara A. Solla

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bro la puerta, entro al café, y siento una dislocación, como si en lugar de abrir la puerta de un simpático lugar de reunión hubiera abierto la puerta hacia un universo paralelo. En lugar de gente hablando, riendo, mirando alrededor, veo un grupo pasivo, quieto, cabezas agachadas, caras con un pálido fulgor azulado. El único movimiento, el único signo de vida, son pulgares moviéndose rápidamente sobre una pequeña tableta electrónica. Mas no he ingresado a un universo paralelo: es nuestro universo cotidiano, en el cual la tecnología nos permite comunicarnos de manera casi mágica. Un dispositivo apenas más grande que una tarjeta de crédito nos abre las puertas al mundo. Buscamos un cine, un lugar para comer, si va a llover esta noche, cómo viajar desde donde estamos hacia donde queremos ir. Toda la información a nuestro alcance. La información sí, allí está, organizada y disponible. Pero la comunicación con los dispositivos que ponen la información en nuestras manos funciona aún de manera digamos que primitiva. Los teléfonos inteligentes, las tabletas, no están adaptados a las formas humanas de comunicación, sino que somos nosotros, los humanos, quienes nos adaptamos a la idiosincrasia de los aparatos. ¿Las consecuencias? Caras azuladas y pulgares hiperactivos. Al no implementar formas humanas de comunicación, nuestros aparatos nos condenan a la falta de sutileza. ¡Son tantas y tan variadas las herramientas a nuestro alcance para comunicarnos entre nosotros! No son sólo las palabras con su significado, sino qué palabras se eligen, con qué tono se dicen, la expresión del rostro al decirlas, la posición del cuerpo con respecto al interlocutor. Pequeños gestos, ligeros cambios de inflexión en el tono de voz, ¡cuanta información transmiten, más allá de las palabras! Unas cejas levantadas, una leve inclinación de cabeza, un volteo de ojos le dicen a nuestro compañero de mesa: ¿nos vamos? ¡Tan simple, y sin pulgares entrometidos! Este amplio espectro de modos humanos de comunicación provee un gran ancho de banda no explotado por los dispositivos actualmente en uso. En la etapa siguiente en el desarrollo de estos dispositivos, los diseñadores deberán confrontar la necesidad de humanizar las interfases con los usuarios. El desafío no está en crear aún más aplicaciones, sino en crear dispositivos entrenados para interactuar con nosotros, los humanos, usando canales que nos sean naturales, en lugar de forzarnos a adoptar formas de comunicación artificiales y limitadas. ¿Qué interfiere con este tan necesario desarrollo? La barrera no es sólo tecnológica, NÚMERO 92

y no sería justo atribuir esta carencia a falta de voluntad o falta de visión de los diseñadores de dispositivos electrónicos. Para imaginar aparatos con los que nos podamos comunicar en forma más humana, es necesario comprender la forma en que nosotros recibimos, procesamos y generamos información. Por lo tanto, es necesario saber cómo funciona nuestro cerebro –una de las grandes incógnitas, cómo entender la estructura del universo o el origen de la vida. La disciplina científica que se dedica al estudio del cerebro es la neurociencia, una especialidad tan en sus comienzos que no existía como disciplina independiente hace 50 años. Sin embargo, el crecimiento en esta área del conocimiento es vertiginoso. La Sociedad para la Neurociencia (SfN) incluye a todos los investigadores estadounidenses que estudian el cerebro; fundada con alrededor de 500 miembros en 1969, cuenta hoy con más de 40,000. Dentro de esta vasta comunidad científica, hay quienes estudian cómo leer e interpretar la actividad de las neuronas, células que le permiten al cerebro adquirir, procesar, mantener, y utilizar la información. Las neuronas procesan y comunican información usando corrientes eléctricas infinitesimalmente pequeñas, tan es así que harían falta 500 millones de neuronas para encender una bombita de luz de 60 W. Nuevos métodos de imagen como la resonancia magnética funcional (fMRI) permiten medir estas corrientes y caracterizar el nivel de actividad neuronal. En mi propio trabajo, en colaboración con colegas de la Universidad Northwestern, el Instituto de Rehabilitación de Chicago, y la Universidad de Chicago, registramos y analizamos la actividad de las neuronas en la corteza motora, el área del cerebro que controla el movimiento. Esta actividad provee instrucciones que viajan a lo largo de la médula espinal y controlan las contracciones musculares que generan movimiento. El objetivo es extraer de las señales neuronales la intención motriz del sujeto. ¿Hacia dónde planea moverse? ¿Cuál

Fotografías: Alex Lopez

objeto planea asir? Extraer esa información de la actividad neuronal es como decodificar un idioma desconocido. Cada neurona pasa de la inactividad a la actividad y viceversa decenas de veces por segundo. Grupos de millones de neuronas, interconectadas en una red, modifican continuamente su estado según cuáles neuronas están activas y cuáles inactivas. Estos patrones de actividad son las palabras cuyo significado tratamos de develar. Poco a poco construimos un diccionario que traduce la actividad neuronal en movimiento. ¿Para qué sirve este diccionario? Observar la actividad neuronal nos permite predecir lo que el sujeto va a hacer antes de que la acción sea ejecutada, nos permite deducir la intención del sujeto antes de que éste la exprese. Las aplicaciones médicas son amplias y algunas están ya en vías de implementación, desde pacientes con piernas o brazos protésicos a pacientes impedidos de expresarse normalmente por afasias debidas a esclerosis múltiple u otras lesiones cerebrales. La posibilidad de crear interfases que traduzcan la actividad neuronal en el movimiento de un brazo artificial, de un teclado de computadora, o de un panel de instrucciones, parecería ciencia ficción; y sin embargo, comienza ya a estar a nuestro alcance. Como en todo avance tecnológico, no todos los usos posibles serán benignos. La posibilidad de observar la actividad cerebral e inferir las intenciones del sujeto trae aparejadas preguntas éticas y morales que deben ser discutidas y decididas por la sociedad en su conjunto. Pero enfoquémonos por un momento en lo positivo, y dejemos volar la imaginación. Imaginemos un futuro en el que los dispositivos electrónicos que usamos en la vida cotidiana estén adaptados a nosotros, en lugar de nosotros a ellos. Un futuro en el que estos dispositivos no sólo decodifiquen nuestras palabras, sino el tono de voz, el gesto, la intención. Un futuro en el que un tono de voz somnoliento al levantarse lleve implícito “no estoy del todo despierto, que empiece a correr el agua en la ducha y la música de fondo”. Un futuro en el que al entrar a un café veamos gente animada, hablando expresivamente, mirándose a los ojos, interactuando, y conectada, no solo entre sí, sino también con sus cada vez más mágicos dispositivos electrónicos.

Sara A. Solla es licenciada en Física y Matemáticas de la Universidad de Buenos Aires, Argentina, y doctora en Física Teórica de la Universidad de Washington, Seattle. Desde 1997 reside en Chicago, donde es Profesora de Fisiología y Profesora de Física y Astronomía en la Universidad Northwestern. contratiempo

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DOSSIER

Ray Kurzweil, alguien muy singular Ignacio Guevara

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redecir el futuro es una propensión de la inteligencia humana, así lo asegura Ray Kurzweil, inventor, músico, científico, pensador, escritor y futurista estadounidense, con más de veinte años prediciendo acertadamente eventos trascendentes para la humanidad. Kurzweil es además autor de varios libros: La era de las máquinas espirituales y La singularidad está cerca, entre otros. Nació en Massachusetts, el 12 febrero de 1948. Gracias a sus padres, ambos artistas, tuvo la oportunidad de ser educado de una manera particular, su padre, Frederic Kurzweil, pianista y director de orquestas sinfónicas, sembró en Ray el interés por la música, las artes y las humanidades. Con escasos 17 años, Ray, un ávido lector de ciencia ficción desde muy pequeño, construyó una computadora y le diseñó un programa que era capaz de crear música. No mucho después, Ray y sus colegas inventan el omni-font, tecnología que tiene la capacidad de leer en voz alta un documento impreso; como consecuencia nace el primer escáner para ordenador. El señor Kurzweil, actualmente se dedica entre otras cosas, a comunicar por el mundo sus últimas predicciones, que plasmó en su último libro La singularidad está cerca. Empecemos por definir qué es la Singularidad: este es un período en el cual los cambios tecnológicos serán tan rápidos, su impacto tan profundo, que la vida humana sufrirá una transformación irreversible. Kurzweil se basa en las observaciones hechas por el teórico informático John von Neumann en 1950, que señala que el progreso humano es exponencial (o sea, crece multiplicando repetidamente una constante) A través de una anécdota nos ilustra esta idea, dice: “En 1968 tuve la oportunidad de trabajar con la computadora más poderosa de Nueva Inglaterra, la IBM modelo 91, su cuerpo abarcaba prácticamente la mitad del edificio y costaba millones de dólares; cuarenta años más tarde las computadoras dentro de los teléfonos son un millón de veces más pequeñas y mil veces más baratas, y esto seguirá así durante los próximos 25 años; lo que ahora cabe en su bolsillo, cabrá en un glóbulo rojo, entonces tendremos la capacidad de construir y manipular computadoras a nivel microscópico. La Singularidad, en un par de décadas, también podrá lograr que la tecnología trascienda la biología, para entenderlo mejor tomaré de ejemplo casos recientes en el campo de la medicina: ya es posible devolverle una parte de la audición a un paciente sordo, utilizando un dispositivo del tamaño de un frijol, que se instala al interior del cráneo, y que funciona como

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Fotografía: Angélica Robles

el nervio encargado de transmitir las señales necesarias para escuchar. También es posible hacer implantes artificiales detrás de la retina, permitiendo a los ciegos recuperar un porcentaje pequeño de visión, en otras palabras estas personas se convierten en un Cyborg, humanos con partes biológicas y artificiales (electrónicas, mecánicas o robóticas) La Singularidad hará que estos adelantos parezcan mínimos, no sin embargo innecesarios.” El libro La singularidad está cerca, abarca un espectro amplio de temas que sería imposible sintetizar con cabalidad en este texto, puntualizaré aquellos que más me han interesado. En el tercer capítulo aparecen tres letras GNR: Genética, Nanotecnología y Robótica respectivamente; según Kurzweil, estas tres ciencias se desarrollarán también de una manera exponencial. En el campo de la genética podremos llevar a cabo una terapia celular, que consistirá en el regeneramiento de nuestras propias células, tejidos e inclusive órganos enteros que podríamos introducir en nuestro cuerpo sin necesidad de cirugía. Se lograría resolver la hambruna en el mundo al producir carne por medio de la clonación de tejido muscular animal. Los beneficios serían costos muy bajos de

producción, y la erradicación de los pesticidas y hormonas que contiene la carne actualmente. En relación con la nanotecnología, Kurzweil asegura que nos permitirá rediseñar y reconstruir, molécula por molécula, nuestros cuerpos y cerebros. Nanobots (robots microscópicos) navegando por nuestro torrente sanguíneo podría sonar a pura ficción, pero no lo es; ya se han llevado a cabo exitosos experimentos en animales usando este concepto, y muchos dispositivos a microescala funcionan actualmente. Ya se han diseñado glóbulos rojos robóticos, que podrían desempeñarse cientos de miles de veces más efectivamente que sus colegas biológicos. Pero para Kurzweil, la robótica es la que sobrepasa en importancia a la genética y nanotecnología, por considerarla la madre de la inteligencia artificial, la cual superará a la inteligencia que no haya sido mejorada, es decir, al cerebro humano que no tenga implantes que le ayuden a pensar más rápido y expander su memoria. Hace pocos años apenas que hemos sido capaces de obtener modelos detallados de cómo funcionan las diferentes regiones del cerebro. Antes de estos avances no existían las herramientas con la necesaria resolución para observar el cerebro al interior, por lo tanto la inteligencia artificial desarrollada en ese momento no basaba sus métodos en la inteligencia natural o biológica. Actualmente existen programas que intentan simular las actividades neurológicas del cerebro, todavía falta mucho camino hasta que lleguemos al total entendimiento de este órgano, pero Kurzweil asevera que en una década o menos lo lograremos, y entonces los sentimientos, la conciencia, los recuerdos, la moral, características hasta ahora atribuidas exclusivamente a los humanos, podrán ser cargadas a nuestros ordenadores. Por otra parte la inteligencia de las computadoras rebasará por mucho a la del cerebro humano. Como antecedente recordemos cuando Kasparov fue derrotado por la computadora Deep-Blue en 1997. Hoy por hoy, la inteligencia artificial guía misiles através de miles de millas, resuelve de manera autónoma los problemas técnicos que puedan surgir camino a Marte, alerta al enfermo de un posible ataque cardiaco. La pregunta es quiénes serán los favorecidos con las bondades de la tecnología, si seguiremos viviendo en dos mundos, el que progresa, y el que se queda atrás, como hasta hoy. ¿Cuándo surgirá la tecnología que pueda corregir la injusticia?

Ignacio Guevara, educador y escritor costarricense, vive en Chicago.

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DOSSIER

EL FUTURO DEL ESTADO:

Apuntes para una anarquía non fat Gerardo Cárdenas

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e aquí la ironía del siglo XXI: no hay peor enemigo del Estado que las instituciones creadas por el propio Estado. Éstas tienen la iconoclasta tendencia a generar redes de intereses propios, y a desviar los recursos que el Estado teóricamente asigna al bienestar de la población, reproduciendo de forma continua un modelo permanente desigual de repartición: la parte del león, para aquellos ubicados de la melena en adelante. Parte del problema es tener expectativas. Un sentido de progreso histórico ha hecho a la humanidad generar un cierto concepto del Estado con base en principios considerados inamovibles: un poder represivo y central (Weber), un sistema de leyes orientado a la libertad individual (Rousseau), una separación de poderes (Montesquieu), el establecimiento de un contrato social que establece los derechos del individuo y los cimientos de la sociedad civil (Hobbes), y una distinción, para fines de gobernabilidad, entre las esferas de lo social y lo político (Hegel, y también ese santón de la historia estadounidense, Tocqueville). De nada le sirvió a Karl Marx subrayar las contribuciones políticas, económicas y sociales de ese modelo de Estado. No le hicieron caso ni sus propios seguidores, y el posterior desplome del Estado socialista, o bien su metamorfosis en ópera bufa (Cuba, Corea del Norte) o en neocapitalismo (China), hizo pensar a muchos que sólo el Estado occidental, democrático y capitalista era el máximo y final logro de la política como arma de la razón. Por un rato, Fukuyama, Huntington y otros post-modernos fueron felices y bebieron cabernet sauvignon californianos. Pero toda borrachera conlleva una resaca. Y los primeros indicios de que algo apestaba en los cimientos del edificio del Estado han llegado bien temprano en el siglo XXI: los atentados del 9-11, la recesión global del 2008, y la primavera árabe son indicios importantes. Hay una coincidencia importante en esos tres últimos hechos: su origen tiene como raíz el propio desgaste del modelo de Estado democrático-liberal-benefactor. Las contradicciones que ya desde fines del siglo XIX denunciaba Marx no se han resuelto, sino que se han amplificado. No en vano nos dice el filósofo eslovenio Slavoj Zizek, que estamos viviendo un retorno de la ironía descubierta por Hegel, en el que todo hecho de la historia se vive dos veces –primero como tragedia, y luego como farsa. Continúo con Zizek (hay que leer con cuidado su excelente librito First as Tragedy, then as Farce): ante la crisis financiera del 2008, exten-

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dida hoy a toda la Unión Europea, el capitalismo vive la paradoja última: recurrir a poderes extraordinarios para salvar…no a la población victimizada por la especulación sin freno… sino a la propia clase financiera que provocó la crisis. En Estados Unidos, este gambito supuso el sacrificio de la clase media, símbolo supuestamente intocable de la burguesía moderna; en Europa, ha supuesto el sacrificio de todo un país – Grecia, ¡oh, ironía de ironías! – y el aviso ya ha sido enviado a Portugal, España, Irlanda e Italia que pongan sus barbas a remojar. En sus tumbas, Hobbes, Hegel y Tocqueville han dado una pirueta de cabra y ordenado una ración extra de Cymbalta y Abilify. El capitalismo como sistema central del Estado democrático occidental es también el origen del mal del propio Estado, según Luc Boltanski y Eve Chiapello (The New Spirit of Capitalism) citados por Zizek. Estos autores definen tres etapas del capitalismo: el espíritu de empresa, que iría desde la Revolución Industrial hasta la Gran Depresión; el modelo corporativojerárquico desarrollado por Henry Ford, y que más o menos persiste hasta fines de la década de 1970 y principios de la década de 1980 (o sea, hasta la emergencia de la era informática); y el modelo actual, que es un modelo de redes interconectadas e interdependientes, para las cuales el Estado es un continuo obstáculo: de ahí la presión para desregular las finanzas, con las consecuencias que ya conocemos. Sobre esas consecuencias, Zizek apunta (la traducción es mía): “El desplome financiero hizo imposible ignorar la descarada irracionalidad del capitalismo global. Comparemos los 700 mil millones de dólares gastados nada más por Estados Unidos para estabilizar el sistema bancario con el hecho de que de los 22 mil millones de dólares comprometidos por las naciones ricas para ayudar a los países pobres a desarrollar su agricultura para enfrentar la actual crisis alimentaria, sólo 2 mil 200 millones han sido liberados”. En el extremo ideológicamente opuesto al de Zizek, hay quien también apunta hacia las evidentes grietas del Estado moderno. El financiero y filántropo internacional George Soros, en un reciente comentario sobre la crisis griega indicó que la extrema fragilidad del euro hace urgente una revisión del ambicioso modelo político de la Unión Europea. Dice Soros (otra traducción mía): “La crisis griega reveló dos defectos del tratado de Maastricht que podrían resultar letales. Primero, que cuando los países miembros adquieren una fuerte deuda pueden convertirse en algo así como países del tercer mundo que se han en-

deudado excesivamente en una divisa extranjera. Segundo, que no hay medidas que permitan corregir los errores en el diseño del euro. No hay mecanismos de corrección ni válvulas de escape, y los países miembros no pueden ponerse a imprimir dinero”. Y agrega: “Existe un peligro real de que el euro mine la cohesión política de la economía europea”. ¿Son estos elementos suficientes para hablar de una futura desaparición del Estado? Probablemente no, así que vuelva a meter la botella de champán al congelador. El estado occidental, y sus versiones más o menos afines, persistirán todavía por un tiempo. Pero hay señales interesantes de un agotamiento del modelo. Señales que hay que seguir, aún si no tenemos claro qué vendrá después. Entre ellas, hay que Fotografía: Angélica Robles poner atención a la creciente desunión política en Estados Unidos, y la falta de alternativas viables en su sistema a las cada vez más corruptas e ineficientes cúpulas demócrata y republicana; los coletazos de la crisis europea (si Grecia se hunde, la Unión Europea podría persistir como modelo viable, pero ¿qué pasa si la crisis estrangula a España, Portugal, Italia e Irlanda?); el resurgimiento de Rusia como potencia, y el creciente dominio de China sobre cada vez más sectores de la economía; y el potencial de un nuevo y mucho más explosivo conflicto en Medio Oriente, con Irán, Siria e Israel como protagonistas. Los próximos 100 años se antojan interesantes. No creo que alcancemos a ver el desenlace, aunque sí creo, como Jorge Luis Borges, que “con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos”.

Gerardo Cárdenas, escritor y periodista mexicano, es director editorial de contratiempo. Es autor del libro de relatos A veces llovía en Chicago y del blog semanal En la Ciudad de los Vientos (http://gerardo1313.wordpress.com) contratiempo

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DOSSIER

Los anillos de Saturno

The Bridges Between the Worlds ( 1844) J. J. Grandville

Marco Escalante

It takes just an awful second, I often think, and an entire epoch passes. W.G. Sebald

1 La imaginación futurista reposa casi siempre en la paradójica combinación de delirio y realidad. La imagen surreal de los anillos de Saturno como un balcón desde donde los habitantes de ese planeta contemplan el espectáculo del cosmos, en un dibujo de J. J. Grandville que data de 1844, conserva en nuestros días su rasgo delirante. Pero ese balcón, como el puente interplanetario que cruza de lado a lado el dibujo, tienen un vínculo estrecho con la ingeniería de la época y el auge inminente del hierro como material de construcción. Este vínculo sólido con la realidad evita que el dibujo de Grandville cruce la frontera de lo arbitrario y le permite al artista sugerir una tesis: se ha iniciado la reconstrucción del universo como reflejo del mundo industrial, y la ciencia, tarde o temprano, va a conquistar el espacio. Se prefigura, en cierto sentido, la era de los transbordadores espaciales y los satelites anclados más allá de la

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órbita terrestre. Estos últimos, como los anillos de Saturno en la imaginación de Grandville, son como miradores cósmicos desde los cuales el hombre moderno se apresta contemplar el espectáculo de las estrellas, con acompañamiento musical de Strauss, de ser posible. Otro rasgo resaltante del dibujo de Grandville, es la conjunción de elementos geométricos al interior de un universo elíptico. Arcos, esferas, estructuras verticales paralelas, se congregan en un mundo donde la naturaleza ha sido erradicada en nombre de un orden abstracto. Incluso la perspectiva obliga a pensar en los planetas como números de una serie decreciente, unidos por un patrón aritmético tan rígido y racional como el hierro. A lo lejos, apenas se distingue una casa, para recordarnos que la civilización ha acortado las distancias cósmicas, uniendo el rincón íntimo y palpable que el hombre habita con el infinito donde moran las estrellas. 2 He hecho un pequeño esfuerzo por aproximar mi pensamiento a esa casa y ha invadido mi

memoria un viejo cuadro de Edward Hopper: Office in a Small City. En 1953, Hopper no podía imaginar que cuatro décadas más tarde, la ventana amplia a través de la cual un hombre solitario contempla el mundo externo, sería reemplazada por la pantalla del ordenador; y los edificios de concreto, por una realidad virtual infinita. También el paisaje de Hopper es esencialmente geométrico e ilustra la melancólica tragedia de un hombre encerrado en un cubo. ¿No es esa la realidad del mundo corporativo actual, que encaja a sus millones de empleados en pequeños cubos desmontables organizados en serie? El cuadro de Hopper me ha perseguido por años. Y he rescatado entre mis papeles viejos lo que escribí en torno a él tras mi primera visión: “Ante este cuadro de Hopper sentimos ‘extrañeza’ por el carácter que ha tomado la configuración de seres y cosas en el espacio y el tiempo. Una foto no podría hacer tal cosa, Hopper necesita de un procedimiento tenue de limpieza y abstracción para lograr su cometido: no muestra los bienes, sino el papel por el cual circulan como cifras; prescinde del hombre y resalta su

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función en la maquinaria administrativa que asegura la supervivencia urbana; suprime el caos de la floresta y le abre paso a una ciudad geométrica, lineal, ordenada y comprensible. Sobre la mesa de nuestro oficinista no hay una manzana, no hay un árbol en la perspectiva de su mira. Nuestro oficinista no come, es casi un maniquí o un número sustituible de una serie. Todo esto no genera un sentimiento de tristeza o desolación, sino de asombro ante la presencia de lo común como ‘raro’, ante el proceso inconcebible por el cual las cosas adquieren la dimensión del símbolo y tan real como lo real nos puede resultar la cifra. Office in a Small City es una invitación a comprender el mundo en su actualidad y en su origen. Un edificio macizo obliga a recordar la madriguera, los papeles de las transacciones por fuerza evocan el trueque, el hombre rígido que aproxima la cara a la ventana del conocimiento nos impulsa al reencuentro con el hombre natural que antes del imperio de la civilización conocía solamente los dominios del instinto.” Otro punto: observo nuevamente la sucesión de ventanas. El hombre que observa, ignora que es observado. El misterio de los círculos concéntricos asoma. Aquél mira a través de una ventana, yo miro a través de dos, hay alguien que lo hace a través de tres y así sucesivamente, ad infinitum. Estamos incluidos en el cuadro, la melancolía es tuya y mía, y por la ventana virtual que se abre a nuestras espaldas, hay alguien que mira y es mirado. 3 Con la revolución digital, la importancia del espacio se relativiza: da lo mismo estudiar o trabajar en un centro laboral concreto que hacerlo desde la casa. El resultado, en términos objetivos, es el mismo en muchos casos. La multiplicación de las universidades virtuales, así como la iniciativa de muchas corporaciones de reducir gastos minimizando sus instalaciones y contratando empleados en diferentes puntos del mundo, ha dado un nuevo impulso a la nostalgia por el trato humano. El tenor de las quejas es casi siempre el mismo: “Ya no conozco a mis colegas, ya no hablo directamente con nadie, se ha perdido la noción de inmediatez que otorga realidad y espesor al trato humano”. Efectivamente. Con la revolución digital, los sentidos han perdido espacio. Ya no hay oportunidad de palpar, oír, ver en tres dimensiones, oler y degustar a plenitud. Habitamos un mundo conceptual similar al de Kafka, lleno de laberintos sin salida, círculos concéntricos, carreras estipuladas sobre una recta numérica. Nace así la nostalgia de algo que es todavía el presente, o el rezago de un pasado

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que se infiltra en el futuro, que se resiste a morir y despliega, en su agonía, sus reliquias: libros impresos, discos compactos, cuadernos de notas, folios escritos a mano, bolígrafos y lápices. Y ante la irrupción de las redes sociales, el peso del valor y el sentimiento: la amistad en oposición al simple contacto, la espontaneidad como remedio del cálculo utilitario, el amor como reacción a la apuesta conyugal en línea. Hace apenas unos días, declaraba Lajos Portish, genio del ajedrez que acaba de cumplir 85 años: “Sé de las computadoras y me han mostrado programas de análisis para cada apertura; nada tengo en contra de estas cosas, puede que sean maravillosas; pero incluso cuando tengo en frente mío una partida en la pantalla del monitor, prefiero armar las piezas sobre un tablero real y seguir los movimientos con mis propias manos. Tengo necesidad de tocar, de ver y sentir volúmenes, de escuchar el ruido que hace un trebejo al caer de la mesa”. 4 Pero las relaciones laborales son casi siempre epidérmicas. Y la mayoría de nuestros amigos, son en realidad conocidos a los que vemos muy de vez en cuando. Antes de la revolución digital, el contacto humano no era muy diferente a como lo vivimos hoy en día. ¿Será que el ordenador, así como las redes sociales del universo computarizado, no hacen sino corroborar lo que ya existía antes de que estos avances se convirtieran en cosa cotidiana? Tal vez los inventos no vienen de la nada. Tal vez solamente sean una adaptación tecnológica a la evolución de las relaciones sociales. Tal vez, en lugar de escuchar al pesimista que anuncia incansablemente la deshumanización del hombre, sea hora de escuchar a quien pretende salvar lo que queda de la naturaleza empleando los recursos de la era digital: dar la bienvenida al e-book, al trabajo desde sitios remotos, a la

ruina gradual de la industria automotriz que depende del petróleo. ¿El contacto humano, la amistad, el amor? Siglos atrás la gente se escribía cartas largas y hermosas, al punto que la epístola se convirtió en género literario, y aquella experiencia magnífica revelaba una amistad profunda generada en la distancia, mucho más fuerte que la amistad que forjan millones de individuos de hoy en día viéndose mañana, tarde y noche. Es más, la sociedad tal vez sea solamente el escenario donde materializamos nuestros defectos, donde, en pocas palabras, nos hacemos odiosos. La revolución digital está llevando a cabo el viejo sueño de mantenernos unidos, pero desde lejos. Cuando me pongo a pensar en mi experiencia cotidiana, en el vacío que siento en la vida de todos aquellos que aparentemente han logrado el sueño de constituir una familia, un círculo de amigos, un trabajo fijo; ya el cuadro de Hopper no me parece tan pesimista. Tal vez ese hombre, sometido a las fuerzas melancólicas de Saturno, es feliz a su modo. Quién sabe si al final, luego de dejar la oficina, se ponga a escribir versos tan buenos como los de T.S. Eliot, que era un simple funcionario de un banco. Sé que es una teoría odiosa, pero tal vez esa pequeña casita, relegada al fondo del dibujo de Grandville, signifique, más que aislamiento, alienación o anomia, dispersión al infinito, equilibrio de las emociones, introspección y silencio. ¿No es el mismo dibujo de Grandville una expresión de balance y armonía? Tal vez mejor que un paseo real, sea después de todo un paseo imaginario por los aros de Saturno; y los amigos del Facebook, tal vez sean casi tan cercanos como aquellos que ilusoriamente llevamos en el corazón.

Marco Escalante, escritor peruano, reside en Chicago.

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Office in a Small City. (1953) Edward Hopper


DESHORAS

Fotografía: Arturo Richardson

Un idioma está vivo mientras se reproduzca su enseñanza a través de las aulas, del hogar, y de la calle. En la historia de Chicago, otros idiomas, traídos por sus inmigrantes, como el alemán, el italiano, el croata, el checo y el lituano, se fueron diluyendo en el vasto mar del inglés cuando se les dejó de hablar en las aulas y en la calle. Con el hogar como último refugio, esos idiomas se murieron cuando se murieron sus últimos hablantes. Cientos de miles de residentes de la Ciudad de los Vientos llevan apellidos alemanes, italianos, lituanos, checos y croatas, pero la única liga a su origen europeo son esos patronímicos. Las lenguas murieron. El español, idioma que hablan – hablamos – cerca de dos millones de personas en Chicago y sus suburbios, vive esa batalla pero el pronóstico no es tan pesimista. El español está vivo en esta región porque se estudia como lengua viva en las aulas tanto de educación básica como de educación superior; porque resuena en los hogares a la hora de la convivencia, a través de los micrófonos de la radio, en los programas de televisión, en los medios impresos y electrónicos en los que los residentes exploran su mundo; y porque se habla en el barrio, es moneda de cambio en las calles, aún mezclado con los giros anglófonos, bilingüe o espanglish. Contratiempo ha contribuido desde 2003 a esa supervivencia y expansión del idioma español en Chicago, no sólo a través de la publicación de una revista mensual, sino con talleres de narrativa y eventos. Pero hay muchos otros focos que destacar. En DePaul University, el escritor chileno Bernardo Navia imparte desde hace cinco años una clase de Escritura Creativa en Español. A destacar, que muchos de sus alumnos ni siquiera son latinos. Si el inglés apabulla por su peso específico – gigante imperial al fin – el español triunfa por la sutileza de su trasvase: se enseña, se aprende, se publica y se reproduce. En Northeastern Illinois University, donde hay más alumnos latinos que en cualquier otra universidad del estado, el escritor y dramaturgo mexicano Raúl Dorantes, cofundador de esta revista, imparte a su vez una cátedra de escritura creativa. Navia y Dorantes han escogido para el Deshoras de este mes, algunos de los trabajos más destacados de sus alumnos en materia de cuento y poesía. Los compartimos a la espera de que también ustedes, amigos lectores, corran la voz y contribuyan al creciente vigor del español en la tierra de Upton Sinclair. Gerardo Cárdenas

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Fotografías: Arturo Richardson

Composición Roberta Pereira

Sueños Deseos Aventuras La voz camina conmigo Cuando la esperanza desaparece Los consejos no se van Pensamiento Acción Conflicto eterno Norte Sur El rigor de la ciudad Desafiando la afectuosidad de mi alma La belleza El delito La pobreza El gozo Una mezcla de valores y posibilidades Que se diluyen dentro de mí

Ideas que flotan Lluvia Carrisoza

cuando me siento a escribirlas se escabullen las palabras cucarachas al prender la luz claras están proyectiles tangibles flotan en lo obscuro quisiera atraparlas guardarlas ponerlas en papel se pierden tanto que parecen garabatos sin sentido mi ceso ha producido letras que no ordena

La esperanza Dulce fruto en la amargura Pasado Presente Futuro Lucha constante

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El costo de la luz Carlos Ospina

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e bajé del bus corriendo como loco. No solamente tenía afán por ir al banco a pagar mi recibo de la luz para evitar que suspendieran el servicio, sino que en los buses generalmente la gente te mira como si te quisiera robar, así que mientras más rápido te bajes, mejor. Ese día tenía una cita importante, cosas de amigos. Me había puesto mi chaqueta Armani y mis zapatos Lacoste, aunque ahora que caigo en la cuenta, debí haberlos limpiado, pues parece como si, efectivamente, montara en bus todo el tiempo: pisotones, polvo, algo que parecía ser un pegote de helado. Un asco. La calle 13 de Chapinero estaba congestionada como siempre. Iba corriendo, pues sabía que el banco estaba a punto de cerrar. Normalmente soy muy puntual con mis cosas, pero por algún motivo, esta mañana me quedé viendo un poco la televisión, como pegado a la cama. Pienso que es importante darle un respiro intelectual al cerebro, ya saben, escondido del horrible tráfico y la contaminación de la ciudad. Me iban a cortar la luz si no efectuaba el pago correspondiente antes de las tres de la tarde. El banco estaba a punto de cerrar y justo en el momento en que el guardia de turno aseguraba la puerta, entré a trompicones después de agarrar a un hombre por la manga de su camisa y, empujándolo, fuimos ambos a parar adentro. El tipo se volteó a mirarme con el calor del meridiano y de su cabeza de niño recién nacido cayeron gotas que se filtraron por su barba espesa. Evité su mirada fingiendo que analizaba la información de mi recibo ya vencido por segundo mes. Luego, vi que caminó hasta la fila donde yo debería estar. La fila parecía una columna desvencijada en el suelo caída después de un terremoto. Me ubiqué donde se apretujaba la gente que tenía que realizar los menesteres odiados por casi todo el mundo; la fila de las secretarias y mensajeros, empleadas de servicio y tenderos que van a consignar la venta del día anterior. Y claro, los pagos retrasados. De alguna forma termina uno pagando con algo más que dinero. En la fila del lado, la regular, había un mendigo o, si no lo era, se le acercaba bastante. Seguro se equivocó de lugar. Tenía una ruana que le cruzaba el pecho, alpargatas de cabuya y un sombrero de un material que no identifiqué, pero que se me antojaba bastante caliente para la ocasión. El tipo me miró una vez y casi, instantáneamente, como si algo le hubiera llamado poderosamente la atención, empezó a mirar mis manos, dos, tres, cuatro veces de manera intermitente y disimulada. Yo le miraba las uñas del pie que salían como garfios y parecían tocar el talón del cliente de adelante. El hombre olía a tierra, como a vegetal fresco acabado de arrancar de las entrañas del planeta. Me puse a pensar qué miraba en mis manos. Tenía puesto mi anillo de oro de dieciocho quilates que conservaba milagrosamente desde el día de mi graduación. Podría ser eso lo que miraba. O tal vez

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mi reloj. ¡Claro! Mi reloj, también de oro; un regalo de una ex novia que estoy seguro no costó cualquier bobada, pues días después de terminarle, fui a una joyería a que lo avaluaran. Nunca la debí haber abandonado. Empecé entonces a preocuparme, podría ser que este tipo fuera un ladrón; eso era, un hampón de la más baja calaña en un banco analizando quién se ve decente y fino para luego robarle. En aquel momento pensé en el guardia. Mientras él estuviera con su arma, vigilante, nada me podría pasar. Aparte de mi reloj y mi anillo, lo único que tenía entre manos era el recibo vencido de la luz y los billetes para pagar. Así que, en una sabia decisión, decidí guardar el dinero en el bolsillo interno de mi chaqueta, y luego los accesorios de oro. He escuchado en las noticias que la mayoría de las veces el culpable de un atraco es el mismo atracado. De manera que, como se dice popularmente, no hay que dar papaya. El hombre calvo estaba ahora detrás del mendigo. Una señora que había entre ellos, se desesperó por alguna razón y se fue disgustada entre insultos y reniegos. La fila avanzaba lentamente, aun más descompuesta que cuando entré; se había convertido en un zigzag de quietud donde los recibos agonizantes servían de abanico. Por fin llegué al comienzo de la fila. El flujo de gente corrió más rápido porque dos o tres personas se salieron también antes de llegar a la caja. Me animé y miré de reojo la fila de al lado; sonreí porque sabía que pronto pagaría la luz y así no me quedaría sin ver la televisión esa noche después de mi reunión de amigos. Ya viví esa situación y es bastante indeseable. El cajero se tardó un poco con el último cliente y a mí me empezaron a sudar las manos. Alguien se insultó a grito limpio con el cajero porque éste, sin motivo aparente, le rechazó el pago. Mi recibo, que manoseé hasta la saciedad, estaba medio mojado y pegajoso, entonces me dediqué a limpiarlo varias veces, en operaciones repetidas, con el pantalón (lo único barato que llevaba encima) para evitar que se arrugara y se manchara; ya es sabido que este banco usa ese tipo de triquiñuelas para devolver a la gente y así poder cerrar más rápido. Seguro debe ser molesto ver y ver números todo el día, recaudar cantidades inimaginables de plata que nunca podrán tocar. El anciano de las uñas gigantes llegó a la cabeza de la fila. No lució triunfante ni nada por el estilo. El calvo estaba detrás. El cajero hizo el llamado para que el mendigo siguiera, pero, para mi desconcierto, éste le cedió su puesto al calvo, que pasó feliz,

Fotografía: Arturo Richardson

hizo su pago y, al darse la vuelta para salir, miró el recibo en mi mano y se rió con furia, me señaló con el dedo y se burló en mi cara. De pronto sentí un murmullo creciente que lavó el sopor del aire. Todos se rieron. Miré los asesores bancarios, y noté que se mofaban detrás de sus montañas de papeles; luego volteé hacia la puerta y el guarda se burlaba con sorna sin despegarle los ojos de encima a mi recibo. “Me estoy imaginando todo esto”, pensé. Cerré los ojos por un instante, luego los abrí y las risas se habían ido. El reloj marcaba cinco minutos antes de que cerraran las cajas. El mendigo pasó a pagar su recibo de luz y no se demoró ni un minuto. No vi cómo hizo el pago, ni escuché el típico sello que le ponen a los recibos y que generalmente se escucha en todo el banco, pues retumba como el golpe seco de un martillo a un tablón de madera maciza. Al pasar por mi lado, el mendigo echó algo en el bolsillo superior de mi chaqueta y yo me quedé inmóvil ante la sorpresa. En ese instante, el cajero llamó enardecido, llevaba rato llamándome hasta que alguien que venía detrás de mí me empujó levemente. Yo pasé, entregué mi recibo y el cajero me dijo con afán y algo de enojo: “Son dieciocho pesos con sesenta centavos, señor. Apúrese si piensa pagar esto hoy”. Así que busqué la plata que tenía enterrada en algún bolsillo, pero no la encontré. El cajero me estaba desesperando con el golpear de su lapicero contra el mostrador y algunas personas atrás empezaron a murmurar. Saqué mi anillo, luego el reloj, y al fin encontré el dinero. Lo entregué con el recibo y sentí que las manecillas del segundero retumbaron en mi oído. El cajero empezó a contar y me dijo: “Le faltan los sesenta centavos”. Le respondí con extrañeza y miedo que eso no era cierto. Miré el recibo y el 0 estaba algo borroso, pero él tenía razón, era un 6. Me negué a irme. Le dije que no podía permitir que me cortaran mi derecho a ver televisión por una suma tan miserable. El cajero entonces llamó al guardia, que vino tan rápido como una flecha lanzada con ira medieval y me tomó por el brazo para escoltarme hacia la puerta. Me rehusé y en el forcejeo escuché el sonido de dos balines chocar contra el infinito. Era mi bolsillo superior. Metí la mano y encontré los sesenta centavos faltantes. Eran dos monedas, una de cincuenta centavos, de color amarillo, y la otra, más chica, de color plateado. El guarda y el cajero se miraron por un instante y, sin proferir palabra, regresaron a su labor. Pagué y salí corriendo a buscar al mendigo anciano, el señor de las uñas grandes. Quería agradecerle pero, sobre todo, quería preguntarle cosas, muchas cosas. Posiblemente más cosas de las que él mismo me pudiera responder. Me encontré en su lugar con una calle vacía, de una soledad extraña, casi desértica para una ciudad. No había autos. Fui hasta la esquina y a lo lejos, en la distancia, lo único que pude divisar fue un perro callejero que caminaba sin rumbo bajo el picante sol capitalino. MARZO 2012


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Quito, París, Chicago Belén Neira

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os inmigrantes somos almas que al llegar a otro país perdemos la sensación de perennidad que nos da una nacionalidad e, indiscutiblemente, nos conciliamos con la ciudadanía mundial. Dos veces de mi vida he bailado al son de estos vocablos improvisados; la primera, al lado de mi familia, y la segunda, al lado de mí misma. Ambas experiencias tremendamente diferentes. Me resulta espinoso tararearlas, puesto que están llenas de vivencias que mi espíritu, todavía el día de hoy, es incapaz de armonizar con su melodía vital. Es así como, en mi afán por obsequiarme un respiro de esta danza, trazo en estas hojas espiras sin reflejos y tornasoles sin sombreados, para perpetuar e improvisar lo que podría ser una vida de visitante. El debut como saltimbanqui lo viví hace ya más de veinte años, cobijada por mi familia a orillas del río Sena en París. La actual función todavía la sobrevivo, después de media década, arropada ahora por la nostalgia a orillas del lago Michigan: monstruo con talante desgastado. El 18 de agosto de 1984 palpé por primera vez en mi vida tierra que no fuera ecuatoriana. Llegué, con mi padre y mi hermano, al conocido y fastuoso aeropuerto de París para reencontrar a mi madre, y comenzar lo que sería la mejor aventura que mi mente recuerde. Abreviando un sinnúmero de acontecimientos en contadas líneas, sólo queda por decir que en los primeros cuatro meses de estancia, nos habíamos convertido a golpe y porrazo en gitanos legalizados. Por burocracias del sistema o por poca gracia de Madame Fortín, el acceso a un departamento miniatura, del puro estilo parisino, nos fue negado. Estábamos a merced de la hospitalidad de la poca pero buena gente que conocíamos, quienes nos brindaron dadivosamente sus moradas y sus vidas para sostener las nuestras, que apenas brotaban a la inmigración. A pesar de tener un estado legal, pues éramos “estudiantes”, tuvimos dificultades para encontrar un hogar propio; el racismo en Europa es abierto y también legal. Las entrevistas para conseguir departamento nos eran acomodadas sin titubear. Las negativas y censuras tampoco se hacían esperar: o éramos muy cafecitos, o muy pequeñitos, o muy diferentes, o simplemente, decepcionábamos la curiosidad por conocer a aborígenes con lanzas y plumas. Mientras todas estas peripecias acontecían, yo sólo recuerdo mi despertar a un clima caprichoso, a gente de hablas enredadas, a aromas inolvidables y al jus de pomme, primer refresco que tomé en francés. En efecto, la parte más complicadamente fácil fue el aprendizaje de la lengua, que a mi hermano y a mí nos tomó un par de meses, pero que a mis padres les llevaría mucho más. A mis doce años aprendí a coNÚMERO 92

municarme primero con las manos, luego con dibujos y finalmente con palabras. A esa edad, la vergüenza no es más que un juego de adultos y una restricción social. La audacia de la niñez regala la libertad para cantar con acentos o soñar sin ellos, nos confiere la placidez de volar sobre dialectos inexplorados y traviesos. Todo el impacto de inmigrar no es más que un platillo de ecos, visiones y sabores listos para ser probados, por primera vez, y no obsequiar más que el amanecer de una mente a lo que es el universo. Y ahora Chicago De la misma manera, despertar veinte años más tarde bajo otro cielo que el de Quito, balbuceando entre anglicismos reconocidos y no queridos, deambulando por la Addison y la Sheridan, calles de esencias ocultas y alejadas, es una copa del elixir más amargo que alguien pudiera sospechar. Éste es un recuerdo fresco; al igual que la primera vez, fui acogida con generosidad en un departamento que al menos platicaba en español, pero al cual no le encontraba un occidente. Llegó después una puerta propia que se asfixiaría en medio del anonimato, que sería acorralada por sesenta celdas más disfrazadas de custodios de la idiosincrasia de una bandera sin pálpito, sin expresión. Ventanas grandes por donde el sol invernal entraba sin invitación, paredes frágiles incapaces de proteger del frío humano, techos planos en los que las visiones se desgastaban sin piedad. Así es como percibía mi

vida en esa casa durante las primeras decenas de días; trataba de esmaltarla pero no hallaba más que el blanco y negro para hacerlo; contentaba el alma con fábulas de héroes disparejos y esperaba sin respiro el fin de la ilegalidad. Sí, meses ansié por una pequeña tarjeta que me devolviera la felicidad y mi libertad; insignificante diploma que, por supuesto, parece una común y prosaica tarjeta de crédito al puro estilo americano. En esta ocasión, tuve que afrontar las peripecias de la inmigración, en esta vez solo hubo OJ, en esta vez no desperté a nada, sólo he cerrado los ojos buscando quebrantadamente una tregua al dolor. A esta edad, todavía no he aprendido a comunicarme, ni con manos, ni con dibujos, ni con palabras; el acento, a esta edad, está institucionalizado. La vergüenza no sólo es una idea, sino un rubor que limita y arrincona; una trinchera, no de amparo sino de engaño. Aquel platillo llamado inmigración, que una vez probé de la mano de mis padres, resultando ser algo de lo más delicioso, de lo más rico en especias y aderezos, es en la orfandad geográfica por lo contrario, uno de los más arduos de resistir. Quiero pensar que algún día mi migración a los Estados Unidos podrá tener tonalidades variadas y verdaderas. Escojo sentir que en un futuro no muy lejano, encontraré mi camino a casa sin necesitar una brújula. El ser una inmigrante puede ser una experiencia esplendorosa; agradezco a mis padres, quienes protegieron mis danzas en las calles de París para enseñarme a bailar al son de mi propio existir. contratiempo

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Fotografía: Arturo Richardson


DESHORAS

Fotografías: Arturo Richardson

El vecino de al lado Allyson Rumzis

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rietta odiaba la lluvia. Ni siquiera sabía por qué decidió mudarse a Chicago. Entró en su apartamento pequeño y se quitó las botas mojadas. Un viento fuerte cerró la puerta. Con un escalofrío, encendió la cafetera y sacó su taza favorita. Era gorda, ancha y de un tono verde feísimo. Pero lo que más amaba de esta taza era el asa que tenía. Tenía forma de un rectángulo delgado con un pequeño espacio en el que los dedos podían encajar perfectamente. Entró a su dormitorio para cambiarse de ropa, pero se dio cuenta que no tenía ropa limpia. Agarró un suéter que estaba entre las mantas de su cama y tomó unos pantalones de pijama que estaban colgados en el respaldo de su silla de escritorio. Llenó su taza de café hasta el borde –sin leche, lo tomaba negro–, deslizó los dedos alrededor del asa y fue a sentarse en su escritorio. Tuvo que despejar un espacio para poner su taza. Parecía un retrato absurdo: la taza, sencilla y fea, entre varios envoltorios de comida, joyería barata, varias monedas, bolígrafos rotos y trozos de papel. Esperó en silencio. Normalmente empezaba a esa hora del día. Después de unos minutos, Arietta oyó el chirrido de la puerta del piso de al lado. Sonrió. Un ratito después, empezó una suave melodía de violín. El músico empezó con las escalas. La primera nota hueca se llevó a cabo con un par de compases y, poco a poco, pareció subir cromáticamente, aumentando la velocidad hasta llegar cerca de la cima. La nota más alta brillaba gloriosamente y siempre le ponía a Arietta la carne de gallina. Después de las escalas, venía la pieza musical. En este día en particular, el músico tocó un movimiento de Le quattro stagioni de Vivaldi. Inmediatamente, Arietta pensó en su padre que estaba en la tierra natal con el resto de la familia y los amigos. Ella cerró los ojos y fue transportada a la sala de conciertos en Florencia. En ella, Arietta no era extranjera, desterrada en diferentes culturas. De repente, la música paró. Abrió los ojos y suspiró. Tomó un sorbo de café y puso la taza en el caos de su escritorio.

Apiñado Emily Wagner Mi ciudad está llena como el cielo de invierno, de gris, sin costura e impenetrable. Los árboles son falsos, colocados en fila; mueren y nacen en la fecha prevista, de acuerdo con los decretos del estado. El refunfuño de los trenes elevados es el hambre de la ciudad, sin comer y llena de basura impersonal que huele como el chocolate quemado. El horizonte es un documento girado hacia un lado, con líneas irregulares de impresión de color de acero. Los ricos no lo saben pero los ricos son pocos, limitados, están a punto de ser expulsados de la ciudad porque no saben dónde está el calor y la salud. El viento helado los sopla demasiado, desde atrás; desde atrás de paredes de ladrillo y puertas de oro. Mi ciudad está llena, no puede respirar porque no puede extenderse o estirar las piernas: los edificios y las manos y la respiración están demasiado cerca. Desplazarse hacia arriba, pero sólo reduce el suministro de aire; y el oxígeno empacó sus cosas y se mudó al ambiente rural. La pareja de O: la única familia para escapar. Las manos tosen y están secas como los pulmones a través de los labios agrietados: alcohol como agua fría y sucia para lavar platos porque la ciudad está demasiado llena para tener las cosas claras.

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La carrera de una estrella fugaz Sara DeVecchis

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a cortina se abrió. Luces se atenuaron. Los gritos y chillidos de millares de admiradores ansiosos se elevaron a un volumen que rompía los tímpanos. Un sólo rayo trazó una figura en el centro del tablado. Su mano estaba alzada y mientras el auditorio callaba, descendió sobre la guitarra, creando un pulso de vibración que podía revitalizar hasta a un corazón muerto. El concierto se iluminó con luces estroboscópicas y láseres que bailaban en sincronización con el momento cuando la niebla artificial se filtró y ella recitó la primera línea. Bailó alrededor de los instrumentos, enredándose en el cable del micrófono, que tocó las manos extendidas. Tiró su chaqueta sobre el mar de fanáticos. No podía ver los admiradores a través del arcoíris que nacía de las luces reflejadas en las partículas de la bruma, pero el sonido de sus aclamaciones y la letra que resonó en el teatro esférico la impulsaron. La adrenalina le aceleró el corazón al ritmo del bombo. El sudor de su mano hacía difícil agarrar el micrófono. Pero siguió. Siguió cantando. Siguió bailando. Le encantaba la atención, la admiración; todo. Cuando casi acababa de interpretar su primera canción, algo la empujó hacia adelante. Tropezó en la maraña de cables, y un admirador la atrapó. Giró a ver quién era. Su madre estaba parada en la puerta. “Ah, discúlpame Lulú, no te vi. La cena está lista”. Lulú se alzó del espejo frente a ella. Dejó de lado su cepillo, y le dijo al espejo que terminaría el concierto después de la cena. Fotografía: Arturo Richardson

Epifanía de riel Rubén Franco Nariz enterrada en papeles, revisaba los documentos de su trabajo y empezó a olvidar sus preocupaciones: el recién desalojamiento, el fracaso de la cita con la chica de wicker park, las cuentas del centro médico que le llegarían pronto; ojos fijos en las palabras, halló consuelo en lo banal: el tránsito por el tren se convirtió en sesión de terapia y descifrando el rompecabezas inútil, decidió bajarse del tren. Sin temor, sin sentir caminó hacia lo anónimo pisando por las huellas que dejaron los de ayer, huellas de lo que estaba por vivir, huellas que alguien ya vivió y mañana alguien más lo vivirá. Consejos susurrados por el viento lo cuidaron en la selva de la ciudad. NÚMERO 92

Sonrisa sincera Sarah Shlemon Momentos compartidos, entendimientos no dichos, miradas conectadas, toques discretos, silencio cómodo, placeres simples, sentimientos inexplicables, calidez en el frío, mariposas en el estomago.

Me conoces, te conozco. Almas entrelazadas al ritmo del respiro: las cosas calladas que nadie sabe. contratiempo

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