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Nicaragua y el sandinismo
Nicaragua y el sandinismo desvirtuado
Rosalío Medina
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Soy parte de una generación que participó activamente en los cambios que se dieron en Nicaragua durante la década de los 80 y antes. Vengo de una época tumultuosa en un país regido por dictaduras que no nos percibían como humanos y donde éramos gobernados por un sistema completamente divorciado con el futuro; por un gobierno que mataba a los jóvenes y no ofrecía ninguna posibilidad de alternativa. En aquella época yo tenía 16 años y estaba involucrado en un conflicto de vida o muerte.
Hoy día veo que se está repitiendo en este momento la misma censura, violencia y desapariciones que sucedieron en mi juventud. Pensamos que Ortega iba a gobernar de forma que el pueblo tuviera voz. No es así. Hoy hay cortes de justicia que condenan a los oponentes del gobierno a cárcel, y juicios o torturas a aquellos que exponen la realidad del país. Hoy se castigan a aquellos que valerosamente hablan y actúan en contra del presidente.
Hace treinta años expulsamos una dictadura en Nicaragua que gobernaba para el enriquecimiento de pocos. Desde entonces, Daniel Ortega (líder del movimiento sandinista y actual presidente) ha concentrado sistemáticamente al poder ejecutivo, llenando la Corte Suprema de seguidores del partido, reprimiendo la libertad de prensa y, en 2014, aboliendo los límites del mandato presidencial. Las protestas contra el gobierno de Daniel Ortega hasta ahora han dejado un balance de más de 320 víctimas mortales, según diferentes conteos. Muchos de ellos
Daniel Ortega en 1981 y 2018
son estudiantes universitarios, como lo fui yo, que encarnan el símbolo del levantamiento popular en nuestro país contra el actual mandatario.
Ahora todo tiene más sentido a mis 55 años, cuando veo a estos millennials desde un aspecto global luchando por el futuro, la justicia, alzando la voz y preocupados por el cambio climático, la justicia, la comunicación y la falta de oportunidades; jóvenes preocupados por ser entendidos, no reprimidos por ancianos que están completamente divorciados de su realidad y su entorno, dictando leyes que no sirven a nadie, y despilfarrando la economía del país. Uno de los puntos que genera más controversia en Nicaragua es el nepotismo con el que ha decidido gobernar nuestro país. El sandinismo prometía justicia y voz para el pueblo pero Ortega ha estado ahogando y destruyendo a Nicaragua, con su esposa como vicepresidenta y sus hijos
que dirigen los medios de comunicación oficiales e incluso ocupan cargos públicos de gran importancia.
Nicaragua no es la excepción en los países latinoamericanos. Estamos gobernados por un sistema de gobierno que hace 55 años funcionó y nos incluyó y creamos la revolución. Ortega, que en aquel entonces tenía 30 años, era joven y de ideas nuevas, se ha transformado en un anciano decadente, que se ha convertido en lo que nadie aspiraba; un dictador que no quiere entender a los jóvenes ni al pueblo en general. Los nicaragüenses se sienten tremendamente defraudados, pero lo peor es que destruyo todo lo que era el sandinismo y lo volvió hacia la historia un partido nefasto y represivo. Lo contrario a lo que el sandinismo fue en la revolución. Ortega está reprimiendo a Nicaragua. Su gobierno es un fraude para el Sandinismo y para Nicaragua entera. Casi cuatro décadas después, habiendo Nicaragua recorrido un tortuoso ciclo de revolución y contrarrevolución, guerra civil y agresión externa, transición democrática y regresión autoritaria, la historia se repite como farsa bajo el régimen de Daniel Ortega.
Rosalío Medina es médico cirujano nicaragüense que vive en Chicago, Illinois. Fue joven sandinista y recibió honores por su servicio humanitario durante la guerra civil nicaragüense.