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Impeachment
Impeachment Qué hay con ese circo
Kari Lydersen Bill Clinton mintió acerca de sus relaciones sexuales con una pasante.
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Richard Nixon espió la campaña política de su oponente demócrata.
Andrew Johnson intentó reemplazar a su Ministro de Guerra vulnerando la política establecida.
Donald Trump retuvo el desembolso de fondos a un país extranjero en su afán de persuadir a su mandatario a injerirse en las elecciones de Estados Unidos, presionándolo a anunciar una investigación contra el hijo de Joe Biden, su principal contrincante, quien fungió en calidad de asesor e integrante de la directiva de una empresa ucraniana.
El motivo por el cual Trump fue impugnado es mucho más inquietante y perjudicial para la democracia estadounidense que los actos deshonestos que dieron pie a la impugnación de los otros presidentes. El 18 de diciembre de 2019, la Cámara de Representantes de los Estados Unidos decidió impugnar a Trump, acusándolo oficialmente de “abuso de autoridad y delitos menores”. (Hay que aclarar que en el caso de Nixon, a pesar de que se inició el proceso en su contra, éste no fue impugnado oficialmente ya que se vio forzado a dimitir). Mientras yo seguía la votación en un canal de noticias por cable, escuché a uno de sus partidarios políticos decir que la impugnación es como un asterisco que siempre acompañará al nombre de Trump en los anales de la historia. No obstante, sus intentos fútiles por presionar a Ucrania no es la única razón por la que Trump merece un asterisco junto a su nombre, puesto que al momento de la votación ya había superado con creces los límites de cualquier otro presidente en lo que respecta a violaciones a los derechos humanos, actos de racismo y manifiesta incompetencia, habiendo convertido a Estados Unidos en el hazmerreír del mundo.
Aunque Clinton fue impugnado por mentir sobre las relaciones sexuales que mantenía con una pasante, Trump ha mentido en más de mil ocasiones según estadísticas de los medios noticiosos; en su mayoría mentiras infames que podrían desencadenar ataques violentos contra musulmanes, dirigentes demócratas u otros enemigos. Con la separación de familias en busca de asilo y la retención de niños y niñas en jaulas, no solo ha causado un trauma irreparable a los afectados sino que originó una crisis humanitaria nunca antes vista en los tiempos modernos dentro del territorio estadounidense. Su constante incitación a los supremacistas blancos ha desatado un grado de violencia y odio que sin duda continuará mucho después de su mandato. Su inclinación a vulnerar y abolir regulaciones que protegen al pueblo estadounidense y salvaguardan al medio ambiente, ha dado paso a la extracción de combustibles fósiles en tierras prístinas que están siendo gravemente contaminadas por las empresas explotadoras.
Sin olvidar su intento por vetar el ingreso de musulmanes al país, a pesar de que la libertad de culto o credo es un derecho constitucional. Actos a los que se suman el asesinato de un alto militar iraní sin la autorización del Congreso, lo que se interpretó como una distracción al proceso de impugnación, más las amenazas de atacar sitios culturales y civiles en Irán si el país tomaba represalias, que bien podrían catalogarse como crímenes de guerra. A pesar de su reprochable conducta en el caso de Ucrania, las acciones arriba mencionadas así como muchas otras parecieran ser más condenables y perjudiciales, aunque quizás menos ilícitas, que recurrir al favor de un gobierno extranjero para su reelección. Asimismo, mentir acerca de sus relaciones sexuales con Mónica Lewinsky no fue el acto más nefasto de Clinton durante su presidencia. Pese a su gran popularidad entre diversos grupos raciales, étnicos y sociales, Clinton adoptó una serie de políticas que tuvieron un efecto devastador para los afroamericanos, mexicanos y las personas de bajos ingresos. Entre tales se encuentra el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que ocasionó una hemorragia de empleos en los Estados Unidos y desmoronó la economía de México, además de reformas migratorias draconianas; medidas punitivas de bienestar social y reformas sesgadas de justicia penal que resultaron en el encarcelamiento de mayor un número de negros, causando estragos en el bienestar de sus familias.
A pesar de que la impugnación de Trump fue un acto importante y necesario, es apenas la punta del iceberg en cuanto a los actos ilícitos y lícitos, aunque incalificables, que ha cometido bajo el manto de su autoridad.
Para que la destitución de Trump sea un hecho, el Senado de los Estados Unidos deberá declararlo culpable tras el juicio político al que será sometido. Al entrar en prensa este ejemplar, todo parecía indicar que para el llamado “juicio” no se convocarían testigos que den fe al proceder de Trump, ya que Mitch McConnell, líder de la mayoría republicana en el Senado, y sus partidarios no consideran necesario contar con tales declaraciones. Consecuen
Votación en la Cámara de Representantes Imagen: Wikimedia Commons
temente las posibilidades de que el presidente sea destituido por el Senado son mínimas.
Por lo general, los testigos son actores clave en todo juicio justo, y tanto el denunciante como el denunciado pueden presentarlos para que sus argumentos sean más convincentes. La negativa de los republicanos a la convocatoria de testigos es indicación de que no tomarán el juicio con la debida seriedad, alegando que no existe evidencia física contra Trump, que se trata de “pruebas infundadas e insuficientes”, como lo vienen repitiendo. Todo por no haber permitido que testigos presentaran evidencia de primera mano. Si ante un inusitado desenlace Trump resultase destituido, el efecto sería de corta duración puesto que su primer mandato terminará en unos meses. Lo que no está muy claro es si un presidente que ha sido impugnado puede postularse a un segundo mandato. Al parecer su impugnación sólo ha servido para fortalecer el apoyo de sus fervientes partidarios, a quienes ha convencido de que los demócratas buscan destituirlo por ser el paladín de sus derechos. Ante la remota posibilidad de ser destituido, ya hay amenazas de guerra civil y caos total. Por otro lado, si el vicepresidente Mike Pence llegase a asumir el poder por el tiempo que sea, se teme que instituya políticas que perjudicarían a inmigrantes, personas de color y de bajos ingresos y su némesis personal – el colectivo LGBTQ+, aunque lo haría de una manera más sutil que Trump.
Vale destacar que la reacción que más cuenta ante la conducta de Trump no es el accionar de la Cámara de Representantes ni el
veredicto del Senado respecto a su impugnación y destitución, sino la resistencia continua de los ciudadanos de a pie. Cada acto despreciable de Trump ha sido contrarrestado por gente comprometida, ya se trate de estadounidenses que interrumpen sus cómodas rutinas para manifestar su oposición al veto contra los musulmanes en los aeropuertos o inmigrantes indocumentados que elevan su voz arriesgándose a ser deportados e innumerables ejemplos más.
Es evidente que el pueblo estadounidense ya ha impugnado a Trump en repetidas ocasiones, habiendo establecido una cadena de resistencia que transcenderá su reinado, y ese es el asterisco más visible que marcará este insólito y oscuro período de la historia de los Estados Unidos.
Kari Lydersen es periodista, autora y profesora en Chicago, dirige la especialización en Investigación y Justicia Social en el programa de posgrado de Northwestern University. Es autora de Mayor 1%: Rahm Emanuel and the Rise of Chicago’s 99%. Texto traducido por Luchi Oblitas-Feuerstein Más información en www.karilydersen.net