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Colombia: Apuntes del

Colombia: Apuntes del paro en Bogotá

Mark Litwicki

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En octubre del año pasado en Bogotá, miles de estudiantes montaron protestas contra la corrupción en las administraciones de sus universidades y la “reforma tributaria” propuesta por el gobierno del presidente Iván Duque. Una ley que muchos vieron como otra manera de perjudicar oportunidades para los jóvenes y la clase obrera, y dar ventajas a las empresas grandes y los ricos del país. Los estudiantes llenaron las calles, parando el tráfico (que en Bogotá apenas se mueve bajo condiciones ideales), y las fuerzas públicas respondieron de manera fuerte y, según muchos, desmesurada. Los líderes estudiantiles convocaron un paro nacional para el 21 de noviembre.

En Bogotá marcharon unos 250,000 ese día y, en su gran mayoría, las protestas se llevaron a cabo de manera pacífica. En la tarde llegaron los “encapuchados” a la Plaza de Bolívar para estallar violencia y vandalismo, a pesar de esfuerzos por parte de otros manifestantes para detenerlos. (La identidad de estos provocadores es un tema de debate continuo; una creencia general —con base en ciertas evidencias si no en pruebas sólidas— es que salen de las mismas fuerzas públicas.)

Durante esa noche, los disturbios se extendieron por toda la ciudad; los noticieros y las redes se llenaron de imágenes apocalípticas: vandalismo en buses y estaciones de transporte, saqueos de almacenes y bancos, incendios en las calles, batallas entre manifestantes y el Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) con piedras y gas

lacrimógeno, y desfiles de ciudadanos caminando para volver a casa por el transporte colapsado. Pero a la vez hubo imágenes de otra clase: en varios barrios y parques los vecinos salieron a las calles a tocar música y a bailar. Adelantado por publicaciones en las redes sociales, surgió en varias partes de la capital —y luego en otras ciudades del país— el cacerolazo.

El día siguiente, a causa de los disturbios y vandalismo, el alcalde de Bogotá decretó un toque de queda en la ciudad, la primera vez desde 1977 que un alcalde tomó semejante medida. Ni durante la época de narcoguerra se había visto la necesidad de un toque de queda. Los periódicos reportaron que en la jornada del día anterior hubo tres muertes de civiles y unos 151 heridos entre las fuerzas públicas.

En la tarde del 23 de noviembre, durante un enfrentamiento entre manifestantes y la policía en el centro de Bogotá, un oficial del ESMAD disparó a un manifestante llamado Dilan Cruz. Aunque usaba un cartucho bean-bag, le disparó tan de cerca que el joven murió dos días después. Este hecho endureció la posición de los líderes del paro y echó gasolina al fuego de las demandas de desmontar el ESMAD. Y ¿qué hacían los líderes políticos mientras tanto? El alcalde Peñaloza hizo declaraciones vagas sobre la necesidad de mantener el orden. El presidente Duque salió en la televisión al lado de oficiales de las fuerzas públicas y propuso un diálogo con los del paro (con parámetros definidos por él) y una reunión en el Palacio del

Fotos por: Niko Auer

Presidente. Solo la alcadesa electa Claudia López hablaba de manera convincente sobre la necesidad de buscar puntos en común.

Durante los últimos días de noviembre se desarrollaron más manifestaciones, con menos disturbios pero con música en vivo y más cacerolazos. Convocaron otro paro para el 4 de diciembre, pero quedó claro que el impulso iba disminuyéndose. Cuando llamaron un cacerolazo para el 31 de diciembre, no hubo mucho interés. ¿Qué pasó? ¿Por qué, en un país con tanta desigualdad, con corrupción generalizada y arraigda, no ha cogido más fuerza este movimiento?

Hay varias explicaciones posibles. Primero, una falta de enfoque. Empezaron con la corrupción entre oficiales universitarios y la Reforma tributaria de Duque, y a eso (según los comunicados y letreros de los manifestantes) agregaron temas como la reforma pensional, el proceso de paz, los derechos humanos en general, los derechos de varios grupos específicos (mujeres, LGBTI, indígenas, ex combatientes, etc.),

la demanda de desmontar el ESMAD, la corrupción del con-greso, la protección del medioambiente, la dosis personal, entre otros. Es difícil lograr el éxito sin tener metas claras.

Segundo, el pueblo colombiano no es un pueblo unido. Recordemos las palabras de Bolívar quien llegó a concluir que este pueblo no era gobernable y que intentar hacerlo igualaba a intentar arar en el mar. Durante siglos los gobernantes han encontrado muy fácil efectuar divisiones en el pueblo para socavar amenazas al status quo. Como ejemplo: el 28 de noviembre, en un evento al que pocos prestaron atención, el presidente Duque firmó un acuerdo con los transportadores de carga pesada del país para que estos no se unieran al paro. Muchos dijeron que los transportadores se vendieron; para ellos fue cuestión de recibir lo que estaban buscando del gobierno. Y así Duque evitó que se desarrollara escasez de bienes en las ciudades y caos al estilo de Chile en los últimos días de Allende. Y las manifestaciones siguieron perdiendo fuerza. Por eso a Duque no le preocupó el hecho de que el comité del paro rechazó su invitación a reunirse ese mismo día.

Tercero, Duque no tiene mucha necesidad de dialogar en serio, como por ley no existe la posibilidad de reelección, el hecho de que su popularidad está por debajo de 30% no importa. Durante dos siglos, Colombia ha sido gobernado por una oligarquía hereditaria, donde las opiniones de las masas se escuchan solo cuando hay que aparentar un poco. Como en el caso de los transportadores, Duque y el resto de su gremio saben que es más eficaz comprar la lealtad de un grupo u otro cuando sea necesario, que intentar complacer al pueblo entero. Cuarto, las fiestas del fin de año. Los paros empezaron en la tercera semana de noviembre. Como en muchos países latinoamericanos,en Colombia el país se pone en pausa casi total desde la primera semana de diciembre hasta después del Día de los Reyes. La capital se convierte en ciudad fantasma. Tuiteó un escritor bogotano: “Para el próximo paro hay que calcular que no se cruce con las vacaciones.”

Pero al final, resulta que esta tendencia

de descansar durante el fin de año no es una ley inmutable. Unos pocos días antes de navidad, en la madrugada después de una sesión nocturna, el congreso aprobó la reforma tributaria.

Y ahora en los primeros días de 2020, queda por verse si el paro va a volver a coger fuerza. En 2013 había manifestaciones más grandes que las de 2019 y no lograron mucho. Como todo lector de García Márquez sabe, en Colombia la historia tiende a repetirse.

Mark Litwicki divide su tiempo entre Chicago y Bogotá. En 2017 escribió y actuó en una obra de teatro con el título ¿Por qué Colombia? basada en sus experiencias en el país; se presentó en el Festival del Teatro Itinerante del Sol en Colombia y en Chicago. Su novela Bogotano por accidente fue publicada en 2019 por Taller de Edición Rocca en Bogotá. Litwicki también es un especialista en el bilingüismo y la interculturalidad con doctorado de Loyola University Chicago, y trabaja como profesor de literatura y escritura en Morton College (Cicero).

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