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AGUA
Marco Escalante
El agua, dicen nuestros primeros manuales de Ciencias, no tiene forma propia, sino que adopta la forma del recipiente que la contiene. La idea de un agua sumisa y moldeable, contrasta, sin embargo, con su realidad en la naturaleza: pienso, por ejemplo, en el agua escurridiza que halla en las fisuras del suelo su camino fertilizante al interior de la tierra, o en el río, que los versos de T. S. Eliot califican de “intratable”.
El agua, se puede decir, siempre llega a donde debe llegar, que es el mar. La virtud primordial de The Shape of Water, la más reciente película de Guillermo Del Toro, es jugar con tal idea: no hay recipiente capaz de contener y dar forma al agua; el agua siempre se desborda sensualmente, invadiendo incluso los rincones que la civilización le ha vedado: la vemos estallar como torrente eyaculatorio desde el interior de un cuarto, colarse por los intersticios del techo para invadir un cinema, reclamar como su reino el espacio citadino en que la humanidad trama la destrucción metódica de la naturaleza. En este sentido, la película de Del Toro opone una religiosidad pagana y ambientalista al cristianismo que concibe al universo como creación antropocéntrica. No solo eso. El paganismo del filme reposa, más que en el dios anfibio del agua, en su
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bruja, la chica muda que opone la fuerza acuática de su intimidad sexual a la sequedad de un orden patriarcal vetusto --son notables sus sesiones masturbatorias, su incursión en el amor “contra natura”, su temple para tomar dos dedos mutilados como si fueran materia de sortilegios futuros. Muchas de las alusiones, símbolos y realidades con que Del Toro pretende densificar su película (el mundo pulcro del suburbio americano, la guerra fría, el supremacismo blanco, la lucha por los derechos civiles, etc, etc, etc) pecan de ingenuidad y simplismo, pero The Shape of Water es ante todo una película sobre el agua, y como tal es a ratos memorable, sobre todo en las escenas en que todo es inundación y desborde --de agua bárbara, orgánica, verde: el agua que en cierto punto de la evolución se organiza y origina esto que somos, agua que late y que piensa.
Es imposible atrapar un pez con las manos, porque el pez es escurridizo como el agua que habita. Se puede decir que el pez hereda del agua su capacidad de flujo continuo, de la misma manera en que la mariposa hereda la fragilidad etérea del aire. Michelet decía que el pez y el agua son una misma cosa e iba incluso más lejos: todas las criaturas marinas –peces, algas, corales, malaguas–son en realidad agua “organizada”. Como el mismo ser humano, cuyo componente orgánico principal es el agua. En Evolution (2015), todo lo penetra el agua. El agua tiene la ubicuidad de Dios y aparece incluso como zumo interior de los objetos: las paredes de las casas y edificios, por ejemplo, transpiran, liberan desde sus entrañas agua. Los personajes de la película aparecen como una raza marina que se incorpora, lo mismo que las rocas, a un universo indivisible e infinito gobernado por un Dios líquido. No importa la consistencia de la materia; puede ser viscosa, sólida o etérea, pero siempre es agua; hasta parece que los 2 átomos de hidrógeno y el solitario átomo de oxígeno, forman en este universo una Santa Trinidad Pagana.
El otro misterio de este mundo religioso es la mujer: mitad ser humano y mitad pescado, agua mística y erótica, encarnación del último misterio natural que igual cobija al amor y al pavor. Durante siglos de historia patriarcal, la mujer ha sido prisionera de conceptos, de ideas que la fijan a distintos arquetipos femeninos creados para asegurar su sujeción. Pero todo ha sido en vano, porque la mujer, como el pez, como el agua, escapa definiciones exactas y desequilibra la taxonomía autoritaria del hombre. El mundo femenino de Evolution es impenetrable, no sabemos al final de la película dónde queda, cómo es que surgió, hacia dónde va, cómo funciona...
Se trata, hasta cierto punto, de un mundo pagano que se alimenta de la iconografía medieval: las actrices fueron depiladas de tal modo, que parecen sacadas de los cuadros de van Eyck o Vermeer. Y cuando las mujeres se juntan en la playa a medianoche para ejecutar su orgía marina con criaturas viscosas, traen a la memoria al aquelarre, a la bruja, a la medicina natural y a la rebelión diabólica de los pobres. En una época terrible en que el fascismo avanza coludido con las fuerzas de la religión cristiana y se quiere nuevamente fijar la imagen de la mujer como madre, como esposa, como esclava del hogar; en este mundo terrible de los Le Pen, los Trump, los Berlusconi; Evolution nos recuerda que la mujer es ante todo un misterio rebelde e infinito, y que ninguna fuerza política ha sido capaz de contener esa fuerza acuática, y diabólica en el sentido revolucionario del término, que siempre la libera...