![](https://static.isu.pub/fe/default-story-images/news.jpg?width=720&quality=85%2C50)
3 minute read
Bajo el halo oscuro de la modernidad: del saber eco-poético
Sarli E. Mercado
Qué supone pensar lo ecológico desde el saber poético?
Advertisement
“El azul tiene la coloratura de un animal herido, dice. La escritura / es un animal herido” escribe el poeta mexicano León Plascencia Ñol en “Roca negra en lo profundo de la laguna”, poema cuya serie de variaciones rítmicas y visuales nos sitúa frente a un cenote de Bacalar del conocido paisaje turístico de la Península de Yucatán; luego añade: “Hay palabras que son como / grupos de hormigas que buscan llegar a su hogar”. De estas transparencias de su poética — en clave de imagen pictórica, fotográfica o fílmica— surge un lenguaje que se desdobla y trepita en la incertidumbre de la palabra en su proceso constante de reinvención, y desde allí, hiere la mirada, abre el ojo para revelar la vulnerabilidad de nuestro entorno natural signado además por la artificialidad que le hemos impuesto.
Al acudir a los agudos decibelios del canto de los “pájaros de la ciudad”, que además, “tienen horas de oficina”, como nos dice el poeta mexicano Jorge Gutiérrez Reyna, somos ahí igualmente ese pájaro-mujer de “traje sastre grisáceo y tacones en manos” que grita en el fondo del autobús. Entre sus “trinados, palabras y graznidos” escuchamos la intensidad de su rabia al saberse vendida, igual que nosotros, a la artificialidad del sistema económico, político o social a la orden del día. El poeta, entonces, desde la palabra cotidiana y la ancestral busca nombrar el secreto de un acontecimiento más profundo; nombrar, por ejemplo, “el otro nombre de los árboles” y hablar así de su antigüedad en la lengua de su follaje. Esta lengua le llega de generaciones anteriores como el fluir del “lento río de los musgos” en rituales “con gritos azules de lumbre” para marcar con ella, como afirma Gutiérrez Reyna, la sincronía de los ritmos del mundo natural con la armonía de las emociones humanas (el dolor, la muerte, el amor o la nostalgia del hogar perdido).
Y es que el saber eco-poético es también una profunda reflexión sobre nuestra civilización moderna en cuyo halo oscuro se instala también las consecuencias de nuestra ceguera, el fracaso de hacer de la tierra un mero recurso para construir el hábitat más artificial que hemos creado: la ciudad (o nuestras grandes urbes). Por ello, el poema se abre entonces como geografía de la catástrofe, la frontera distópica donde el desastre ya ocurrió, para decirlo en palabras del poeta venezolano Santiago Acosta. “Conoce los ríos más contaminados de Latinoamérica… / La ciudad deposita diariamente su ofrenda de metales y bacterias. Los habitantes le dan la espalda como cuando se ignora un ganglio enfermo o una arteria taponada”, nos dice en “Atlas”, refiriéndose al Río Guaire de Caracas. La cartografía se desdobla y nos sitúa también en el río de la Plata en Argentina, el río Negro en Brasil o el río Santiago en Jalisco, sumando diversos territorios y paisajes urbanos habitados por “montaña[s] de cubos de basura. [l]atas de atún vacías, filtros de café, pañales sucios, inyectadoras, huesos de res.” Todos, escenarios creados por nuestra maquinaria humana moderna de consumo excesivo, contaminación y decadencia.
“Todo poema es un arte botánica”, nos recuerda Marco Antonio Murillo en el “sumario de voces” y “salmos cegadores” de su poética para hablarnos de la necesidad recuperar la “sabiduría vegetal” y descubrir en esa sustancia que fluye también en nuestras arterias como el agua, el aire, los minerales o los microbios, que somos parte del mismo herbario, comunidad, ecosistema. Y como añade el poeta en sus versos, “crecer” y transformarnos requiere también vivir el dolor, o nuestra fragilidad (humana) ante la muerte, como lo hacen también “los arbustos” que se rompen “en gajos” o las “Flores que se abren por error”.
Pensar lo ecológico desde el saber poético, entonces, no es solo la exploración de un nuevo lenguaje que reconecte al lector con la tierra para crear conciencia sobre el deterioro o crisis ambiental en esta nueva era geológica del llamado Antropoceno —era en la que enfrentamos el inicio del sexto episodio de extinción masiva de especies— (Santana). Se trata también de iluminar la falsa división entre lo que llamamos “naturaleza” y “cultura”, o de repensar conceptos como “ciudad”, “nación” o “humanidad”, y con ello rechazar las diversas jerarquías y fronteras artificiales creadas por nosotros mismos.
*Los poemas incluidos en esta breve selección pertenecen a las voces literarias de escritores latinoamericanos ganadores del Premio de Literatura Ciudad y Naturaleza José Emilio Pacheco. El premio es otorgado por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) y el Museo de Ciencias Ambientales de la Universidad de Guadalajara México, bajo la dirección del Dr. Eduardo Santana. Los poetas ganadores incluyen León Plascencia Ñol (Paisajes sin habitaciones blancas, 2018), Jorge Gutiérrez Reyna (El otro nombre de los árboles, 2018), Santiago Acosta (El próximo desierto, 2018), y Marco Antonio Murillo (Quizás la creación de un jardín sea la única forma cómo podemos hablar con los muertos, 2020). A ellos se suman los narradores Brenda Becette (La parte profunda (2018), Claudia Espinosa Cabrera (Posibilidad de mundos 2019), Oswaldo Hernández Trujillo (Una ciudad para el fin del mundo 2021) y Jorge Galán (Equinoccio, 2022). Estos libros han sido publicados por la Editorial Universitaria de la Universidad de Guadalajara.
Sarli E. Mercado, Ph.D. autora de Cartografías del destierro: En torno a la poesía de Juan Gelman y Luisa Futoransky (2008), ha publicado y presentado su trabajo sobre poesía hispanoamericana contemporánea en Estados Unidos, América Latina y Europa. Es profesora en la Universidad de Wisconsin-Madison y colabora en los proyectos interdisciplinarios entre UW-Madison y el Museo de Ciencias Ambientales (MCA) de la Universidad de Guadalajara, y es co-directora del proyecto Mujeres y Traducción (4W WIT).