PERDER LA IMPRONTA WINKA Rodrigo Gaínza
Rodrigo Gaínza © Ediciones Corazón Terrícola· Colección Pensamiento Terrícola Ilustración Perder la impronta winka por Margrit Frei (1984) Diagramación Inés Cheuquelaf Septiembre 2013 · Niebla www.corazonterricola.net
Aunque la pérdida de la impronta winka no es un proceso preferentemente intelectual, involucra un cambio radical de lo que llamamos cosmovisión o sentido común. No existe un orden preconcebido que es preciso atravesar para descolonizar la totalidad cuerpo-conciencia, como dos aspectos complementarios de una unidad cuya contraparte es de naturaleza espiritual y normalmente permanece fuera del alcance de la conciencia ordinaria. Para comprender mejor este proceso hay que examinar la divergencia cultural entre endobiosis y exobiosis, partiendo de la base de que las prácticas sociales que prevalecen en las sociedades exobióticas establecen una relación de dominio con la naturaleza. Nuestro cuerpo-conciencia es una totalidad cuyos límites dependen de una compleja interacción entre el potencial biológico y las restricciones cognitivas impuestas por la cultura. Dicha totalidad se encuentra activamente vinculada con un mundo no-humano de intencionalidades, pero la forma de conciencia que prevalece en la civilización contemporánea ignora o distorsiona dicha conexión, ya que no es funcional para la existencia del sistema social. La búsqueda de experiencias visionarias puede permitirnos vislumbrar algunos aspectos no ordinarios del mundo que están estrechamente relacionados con las realidades espirituales descritas por las culturas originarias de todos los tiempos. Sin embargo, la impronta winka queda realmente en evidencia cuando nos percatamos de que lo que creemos acerca de nosotros mismos, nuestra masculinidad, feminidad, edad o temperamento, al igual que nuestros deseos, preferencias o aversiones, como también las ideas que tenemos sobre nuestras capacidades o www.corazonterricola.net
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limitaciones, forman parte de un conglomerado de programas sociales que hemos internalizado pasivamente desde el nacimiento. Educados en la cultura dominante, nos resulta prácticamente imposible tomar contacto con lo desconocido del mundo que nos rodea porque ignoramos lo desconocido de nosotros mismos. Perder la impronta winka es una metáfora para referirnos a la toma de contacto con aquello que opone resistencia a la programación social exobiótica, la que nos separa de la Tierra y nos mantiene a una enorme distancia del mundo espiritual, un mundo poblado por fuerzas y entidades que no forman parte de nuestra realidad ordinaria. Una de las diferencias más significativas entre la cultura mapuche y las sociedades exobióticas es que en estas últimas prevalece la dicotomía entre realidad ordinaria y no-ordinaria, ya que la percepción del mundo espiritual no forma parte del orden de lo real. En las sociedades dominantes la búsqueda de realidades no-ordinarias compromete a muchos seres humanos genuinamente interesados en ir más allá de su socialización exobiótica, pero que pese a ello no pueden evitar quedar atrapados en tal dicotomía, ya que sus experiencias de una realidad no-ordinaria no forman parte del modo en que resuelven sus necesidades. En el mundo mapuche no existe dicha dicotomía, ya que la realidad intersubjetiva que comparten sus miembros incluye eventos que desde el punto de vista occidental carecen de explicación. Por eso los mapuche que practican el feyentun mapuche y mantienen una activa conexión con el mundo espiritual perciben con frecuencia seres o hechos asombrosos sin que ello lesione su integridad social o psicológica, ya que tales acon4
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tecimientos están incluidos en su cosmovisión. Cuando un nomapuche accidentalmente vive experiencias de esa naturaleza lo más probable es que busque a un facultativo que lo devuelva a la normalidad, cerrando así la puerta al mundo espiritual. La impronta winka es ante todo un sentido común, un modo de interpretar el mundo que pretende ser definitivo e incambiable. Uno de los prejuicios más dañinos que forman parte de ese sentido común es la creencia de que las instituciones, las sociedades o los individuos son entes inmutables que escapan a los cambios históricos. Aplaudimos a quienes consideramos depositarios del bien y la verdad, pero a menudo lo hacemos en función de nuestras conveniencias. Y con ello pasamos por alto que la historia de la humanidad está llena de contradicciones. La excusa de las instituciones es que se trata de casos aislados, pero en realidad el abuso es inseparable de las relaciones de poder. De ejemplos está lleno: iglesias que en nombre del Dios del amor han exterminado a miles de seres humanos, ejércitos que en nombre de la libertad han tiranizado a sus naciones, revolucionarios que en nombre de la emancipación de los pueblos se han convertido en sus carceleros, científicos o médicos que en nombre de la salud o el bienestar han arruinado las vidas de quienes no encajan en el prototipo de las normalidad, docentes y pedagogos que pretendiendo formar a las generaciones sucesoras las han mantenido cautivas en una odiosa obediencia sin sentido. No obstante, lo que una persona, institución o sociedad ha hecho en el pasado no la obliga en ningún sentido en el presente. Si así no fuera no existirían auténticos santos que lo dieron todo por sus semejantes, o soldados heroicos que se lanzaron a www.corazonterricola.net
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la muerte enfrentándose a un enemigo militarmente superior, o rebeldes que no escatimaron sacrificios para combatir a quienes oprimían a sus pueblos, o benefactores de la humanidad que dedicaron sus vidas a curar a los demás sin afán de ser reconocidos o recompensados, o educadores que inspiraron en los niños y los jóvenes un genuino amor por el conocimiento. La creencia de que el mundo se divide en “buenos” y “malos” y que esta división lo será para siempre es la raíz de la desdicha de la humanidad. Todos y todo pueden cambiar inesperadamente. Sin esta convicción las cadenas nunca podrán romperse. Durante siglos los winka degradaron a los mapuche porque su arrogancia y su ignorancia les impedía comprender su forma de vida. No cometamos el mismo error. El comportamiento anticomunitario de los ricos y los poderosos no proviene de una maldad intrínseca, ya que en una situación catastrófica su poder y riqueza se reducirían a cero y tendrían que valerse por sí mismos como cualquier otro ser humano. Nada garantiza que hasta los mismos mapuche no se vuelvan soberbios o mezquinos y olviden sus responsabilidades para con el Wallmapu. Desmantelar las secuelas de la colonización exige una dedicación total. La supervivencia de la nación mapuche y de la humanidad entera, si vamos al caso, se convierte en un absurdo cuando la concebimos como algo separado del mundo del que ambas provienen. Sin esa conexión con la Tierra y todas sus formas de vida nos comportamos como una especie colonizadora extraterrestre, socavando el generoso mundo que nos sustenta y esclavizando a sus seres vivientes. Las relaciones sociales que existen actualmente en la sociedad dominante no dependen de un orden económico-político 6
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que existe independientemente de nosotros y nos obliga a ser o hacer una cosa o la otra. Esas relaciones sociales son el reflejo de la forma de conciencia que prevalece en la humanidad actual, la que ha perdido de vista el vínculo entre los seres humanos y todos los seres y elementos de la naturaleza. Esto se debe a que el modo de percibir está sujeto a las diferencias culturales y los acontecimientos históricos, como es el caso de los procesos de colonización. Este no es un problema filosófico, sino un problema práctico de enormes consecuencias. Los humanos provenientes de las civilizaciones dominantes han llegado a considerarse algo ajeno, algo separado de la Tierra. Ven en ella una cosa, una infraestructura del sistema social o un conjunto de recursos o peligros para satisfacer sus intereses. Se consideran usuarios o propietarios del mundo natural y al hacerlo pierden de vista sus responsabilidades para con ese mundo. Sus vástagos agotan sus esfuerzos en “cambiar la sociedad”, pero no hay modo de que la sociedad cambie realmente porque cualquiera sea su idea de un mundo mejor, es un mundo en el que los seres humanos continúan absortos en sí mismos, lo que trae consigo abuso y sufrimiento. Para que se produzcan cambios de fondo tiene que cambiar la forma de conciencia de la humanidad, al expandirse el horizonte de lo que podemos percibir. La relación de los no-mapuche con la naturaleza no cambiará mientras no la perciban como un mundo de intencionalidades. Mientras los no-mapuche se relacionen con la Tierra como si fuera una cosa seguirán abusando de ella. Entenderán el mundo como un mundo de insumos o “recursos naturales”. En lugar de aliwen verán leña, madera, metros ruma. www.corazonterricola.net
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En lugar de mawiza verán rocas, materia, un obstáculo para sus carreteras. Para que su modo de vida cambie tienen que percibir el mundo como una trama de seres y elementos cuyo propósito es enriquecer la vida y la conciencia. Por eso es que los pueblos originarios tienen un papel fundamental en este momento histórico, no porque sean “buenos” o “mejores” que otros seres humanos. Esto se debe a que sus modos de vida incluyen la experiencia (y no sólo la opinión o la creencia) de que el mundo es un mundo de intencionalidades. El horizonte de lo que los mapuche pueden percibir incluye fuerzas y entidades que no forman parte de la realidad ordinaria que perciben los no-mapuche. Cuando los no-mapuche toman contacto con esas experiencias, se expande el horizonte de lo que pueden percibir y eso origina cambios de conducta significativos. La suma de esas experiencias de vínculo directo con la Tierra lleva a la pérdida de su impronta winka: la socialización desarraigada que han recibido desde el nacimiento. Al modificar su modo de percibir, los no-mapuche comprenden corporalmente que los ríos, la gente, las montañas, los animales, las plantas y todas las fuerzas de la naturaleza están íntimamente conectadas. No existen para que unos hombres arrogantes se enseñoreen sobre ellas, sino para reflejar el óptimo semblante de la Tierra. Estas experiencias pueden impulsar otro modo de relación con los mapuche. Cuando vivimos tales experiencias pierde sentido el imperio del yo, el afán de poseer más de lo necesario, el deseo de supremacía. La colaboración y el regocijo de compartirlo todo se tornan espontáneamente deseables, pero al mismo tiempo nos volvemos más alertas, más feroces a la hora de cautelar la 8
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inocencia o la integridad de nuestros semejantes. Da lo mismo si quien tiene esas experiencias es estudiante, obrero, soldado, ingeniero o artesano. Da lo mismo la educación que recibió o el dinero que tiene en el bolsillo. Nada de eso importa cuando reconocemos el Az Mongen. Así sentimos la necesidad de amar y respetar el territorio en que vivimos y construir un mundo formado por nuestros seres queridos y los seres queridos de nuestros seres queridos, forjando redes de afecto en expansión. Tal es la base de las relaciones de comunidad, por completo distintas de un mundo fragmentado donde en una casa hay bienestar y en la de al lado hay privación, un mundo donde podemos pasarnos toda la vida rodeados de desconocidos sin superar jamás la desconfianza, la envidia o el desprecio. Una condición humana vinculada con la Tierra está llena de respeto y amor por todos los seres con los que comparte el maravilloso mundo en que tenemos la suerte de vivir. Para ello tiene que estar dispuesta a honrar la suma de afectos y esfuerzos que involucran las relaciones de comunidad. Pero también tiene que estar alerta para enfrentar cualquier amenaza que atente contra la integridad del territorio. La postergación en que se encuentran los mapuche es uno de los indicadores de que esa condición humana no prevalece en nuestro tiempo. En su lugar se ha instalado el antagonismo y la fragmentación. Aunque no estén dispuestos a reconocerlo, la mayoría de los no-mapuche que apoyan la causa mapuche comparten una sensibilidad social en la que un trasfondo de creencias cristianas se ha transformado en ideas políticas. Al igual que para sus adversarios más conservadores, para ellos el mundo se divide entre www.corazonterricola.net
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“buenos” y “malos”. En el enfoque de la victimización histórica, buenos son los pobres, los pueblos oprimidos, los “indígenas” o cualquiera que sea discriminado por el color de su piel, por sus bajos ingresos o por su escasa educación. Malos son los ricos, los poderosos, los jueces de la corte suprema, los gobernantes, los altos mandos, las jerarquías eclesiásticas. Malo es el “imperialismo yanqui” y el “sistema capitalista”. Bueno es el “pueblo”, aunque ese pueblo sea tan racista, machista, misógino, homofóbico y chovinista como quienes lo exprimen. Hasta hace poco, del lado de los buenos estaba el socialismo, pero como la mayoría de los regímenes socialistas se convirtieron en dictaduras totalitarias quedó demostrado que el socialismo no era tan bueno después de todo. Cuando en Chile los “buenos” protestaban contra la dictadura militar se oponían a las leyes antiterroristas que los enviaban a la cárcel. Pero más tarde, cuando alcanzaron el poder político, reflotaron esas mismas leyes para perseguir a los mapuche. Con ello se pasaron definitivamente al lado de los “malos”, desde el punto de vista de los nuevos “buenos”, los winka disconformes que se consideran merecedores de un mundo mejor, una sociedad más justa, un mundo a pedir de boca que otros supuestamente les deben. Cuando a fines de los años sesenta los movimientos marxistaleninistas promovieron la movilización de las comunidades para la recuperación de tierras, lo que les interesaba era sumar a los mapuche en su guerra contra los ricos. Pero los ricos, los latifundistas, no eran más que uno de los segmentos dominantes de una sociedad que en modo alguno comprendía la cultura mapuche. El que gran parte de esa sociedad estuviera sumida en 10
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la pobreza no la hacía “mejor” que la minoría dominante, desde el punto de vista de su comprensión del modo de vida mapuche. Sus aspiraciones, al igual que sus prácticas de vida, no tenían relación con la esencia del modo de vida mapuche, basado en el respeto y el amor por la Tierra y sus fuerzas espirituales. Sólo aspiraban a poseer aquello que poseían los ricos. Buenos y malos, mejores y peores, lo siguen siendo en la lógica winka, la lógica del desarraigo y la fragmentación. Unos y otros creen merecer la abundancia y la felicidad, pero siempre poniendo al hombre por encima de todo, haciendo de la Tierra un depósito de bienes o recursos para ser consumidos sin descanso por el orden social. Esta manera de darle significado al mundo no es más que eso: una forma de definir la realidad, un marco para entender el mundo. Y esa forma, que es la impronta winka, no proviene del mismo tronco histórico que los mapuche y otras culturas originarias, sino del tronco histórico de las sociedades exobióticas, las que ascienden con el monocultivo, la urbanización y las religiones suplicantes, para continuar con las civilizaciones esclavistas, la cristianización de la Europa tribal, el oscurantismo medieval, la colonización de las Américas, la acumulación originaria, la industrialización y la hegemonía de las potencias nucleares. Todos estos acontecimientos históricos forman parte de una orientación cultural que se remonta a los imperios agropastoriles de la era del hierro, las antiguas ciudades-estado de Eurasia y Noráfrica. Todas las sociedades que se van sucediendo en esta orientación histórico-cultural profesan religiones androcéntricas y se encuentran desgarradas por profundas desigualdades. El miedo y el resentimiento prevalecen, al igual que la explotación www.corazonterricola.net
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irrestricta de la Tierra y sus seres, sean éstos humanos o no humanos. Esta orientación es la exobiosis, como una forma de vivir que se orienta hacia afuera de la vida, el cuerpo y la naturaleza, generando con ello desequilibrio, abuso y sufrimiento. La raíz de la exobiosis no consiste en que el poder, la riqueza o el conocimiento estén en manos de una minoría. La exobiosis se origina con una forma de conciencia en la que predomina el yo y sus intereses, donde la subjetividad humana se encuentra absorta en sí misma y en la complacencia narcisista con los productos de su actividad, pues ha perdido de vista su conexión con lo que la rodea. Esta forma de conciencia se refleja en las tecnologías, las economías, las creencias religiosas, las ideas filosóficas, el arte, los sistemas políticos, la vida cotidiana, el amor y la vida sexual. Y dado que todos la comparten y somatizan inadvertidamente, sólo perciben las contradicciones sociales que están en su superficie y no lo que constituye su raíz. Es en este contexto donde surgen las ideologías que dividen al mundo en “buenos” o “malos”, pretendiendo que en la medida en que los “buenos” tomen el poder todo va a cambiar para mejor. Pero aunque logren alcanzarlo, apenas están en el poder vuelven a reanudar el mismo encadenamiento porque no ha cambiado su forma de conciencia, una forma de conciencia que aspira al ejercicio del poder. Piénsese en el capitalismo, al que se atribuyen las desigualdades económico-sociales. Pero lo que llamamos “capitalismo” no es más que la expresión económico-política de una forma de conciencia en la que no existe una conexión entre los seres humanos y la naturaleza, y donde al prevalecer el yo y 12
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sus intereses no pueden emerger por sí mismas las relaciones de comunidad. Cuando las relaciones de intercambio que establecen los seres humanos no se basan en el cariño y la confianza ni están ajustadas a las necesidades de la Tierra, surge la división anticomunitaria del trabajo, el mercado, el dinero, la especulación, la acumulación de la riqueza, la sobreproducción de bienes superfluos, el control de la escasez y la apropiación de la abundancia. El sistema social no se basa en el capitalismo, sino que el capitalismo y el sistema social provienen de una forma de conciencia en la que todos compiten entre sí porque en lugar de buscar la complementación, sus diferencias constituyen ventajas o desventajas circunstanciales que los oponen en la disputa por sus conveniencias. Por eso es que al derrumbarse las dictaduras socialistas la gente rápidamente entra en la lógica del capitalismo, ya que esas décadas de tiranía burocrática no sirvieron de nada para transformar su forma de conciencia. El capitalismo existe porque las relaciones entre los seres humanos no se basan en la colaboración espontánea, la supresión inmediata del abuso, la coherencia de la actividad humana con los pulsos de la naturaleza. No existe porque hay unos malvados egoístas a los que sólo les interesa su bienestar. Esos hombres que amasan fortunas y desprecian a sus semejantes existen porque han puesto todas sus capacidades e iniciativas en función de sí mismos, dado que no están conectados con lo que los rodea. Así fueron educados y así continúan educando a sus hijos. Se puede hacer una revolución sangrienta y eliminar a los ricos y a los poderosos, pero el mismo abuso, la misma dominación, reaparecerá con una nueva forma buscando legitiwww.corazonterricola.net
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mación en una retórica del “pueblo” o la “emancipación de la humanidad”. Y entonces ocurrirá que en nombre de la “liberación nacional” o la “democracia popular” la montaña será talada y cubierta de monocultivos, incluyendo el monocultivo de los humanos winka, y ya no habrá lawen, ni zorro, ni perdiz, y la forma de vida mapuche no podrá sustentarse. Capitalismo, fascismo y socialismo son tres formas exobióticas de estructurar el sistema social a expensas de la fertilidad terrestre. Las sociedades tecnológicas están formadas por millones de personas que no practican relaciones de reciprocidad ni experimentan un sentimiento de cariño entrañable por el territorio en que viven. Son como una plaga que invade la Tierra y consume sus bienes sin descanso. Además, por territorio no sólo hay que entender el suelo que pisamos, sino todo lo que hay en el mundo: la atmósfera, las profundidades, las plantas, los animales y también las fuerzas espirituales que el winka no sabe percibir. Sean incultos o educados, los winka degradan a las culturas originarias porque su modo de vida les resulta incomprensible. Ignoran que sin una relación de amor por la Tierra, sin la experiencia de pertenecer a ella y proteger celosamente su fertilidad, no es posible que se desarrollen espontáneamente nuevas formas de relación social. No olvidemos que las primeras naciones han sido las únicas formaciones sociales basadas en auténticas relaciones de comunidad. Esto se debe a que el fundamento de su modo de vida es una forma de conciencia que pone atención a las indicaciones de la Tierra y mantiene con ella una relación basada en el respeto. 14
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Como una de las creencias consustanciales a la impronta winka, la oposición moral entre “buenos” y “malos” ha sido legitimada a través de un discurso científico-social o por medio de una lectura instrumental de los procesos sociales que sirve para refrendar las relaciones de poder. Quienes se consideran a sí mismos críticos del mundo en que viven, depositarios de ideales que supuestamente conducen a la emancipación de la humanidad, construyen sus ideas y sus acciones sobre la base de tal oposición sin examinar sus raíces históricas: el cristianismo, la pérdida de la soberanía de los cuerpos instalada por el régimen patriarcal, la separación infranqueable entre la cultura y la naturaleza. Entre las consecuencias fatales de esta construcción del pensamiento crítico, ya sea “alternativo” o “revolucionario”, se encuentra la victimización social o la autoafirmación en la nefasta “dignidad de la derrota”, como una excusa para no desarrollar estrategias y acciones victoriosas. Este subproducto del cristianismo contribuye a perpetuar una triste realidad histórica: quienes se benefician con la dominación de sus semejantes siempre parecen estar ganando. Atribuimos este hecho a que dichos sectores ejercen el poder político, militar o económico. Pero si examinamos el problema con detenimiento y sin rastros de autocompasión, descubriremos que así como la impronta winka se basa en la oposición moral entre “buenos” y “malos”, ha reservado la victoria para los opresores o los depredadores, hasta el punto de que la consideramos moralmente despreciable. Desde la moral de los subordinados, repudiamos el éxito o el triunfo porque lo asociamos con intereses egoístas. Encadenados a una visión de la historia en www.corazonterricola.net
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la que prevalece la fatalidad y el desaliento, nuestros esfuerzos por acabar con el egoísmo conducen una y otra vez al fracaso y la derrota. En esta forma triunfa el sufrimiento y la dominación. En la visión ateocristiana de la realidad, los “malos” son los victoriosos, mientras que quienes luchan contra la injusticia o la exclusión son tan “buenos” como perdedores. El intento de la victoria parece haberse convertido en un monopolio de los sectores dominantes de la sociedad dominante. Y esto ha ocurrido porque el intento de la victoria no forma parte de las ideologías que supuestamente aspiran a una “sociedad mejor” o a la “liberación”. Esta ha sido hasta ahora la base política y moral de la lucha de los mapuche por la soberanía, en la medida en que ha tomado de la ideología winka una lectura crítica de la realidad. Pero esa crítica de la realidad lo critica todo, salvo sus propias insuficiencias y contradicciones. Por eso los mapuche y cualquier ser humano que aspire a la soberanía de los cuerpos y los territorios tienen que romper definitivamente con la victimización, la subalternidad y la derrota. Mientras permanezca en el deplorable reino del conflicto, la liberación nacional mapuche se estrellará infructuosamente con quienes ejercen el poder. Y esto sucede así porque al reproducir las oposiciones morales de la impronta winka, continuamos reservando para ellos la fuerza y la victoria. Afortunadamente la historia enseña algo muy diferente. Los mapuche son una nación victoriosa. Ninguna de las civilizaciones que dieron origen a la sociedad occidental ha sobrevivido, pero los mapuche están aquí, hablando su lengua y practicando su espiritualidad al cabo de miles de años y toda clase de vicisitudes. No pudieron con ellos ni los cataclismos geológicos, ni las invasiones coloniales, 16
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ni las epidemias, las evangelizaciones, las campañas genocidas o la usurpación territorial. Las aspiraciones del presente no deben soslayar este hecho: el pueblo mapuche es un pueblo victorioso que lo ha resistido todo y se ha levantado con tenacidad una y otra vez a lo largo del tiempo. Las primeras naciones son mucho más antiguas y duraderas que las civilizaciones exobióticas. Sus formas de conocimiento son muy anteriores a la religión, la filosofía y la ciencia, las que emergen una vez que se ha disuelto el vínculo de rciprocidad con la naturaleza. Por eso surgen dioses remotos e invisibles que juzgan y castigan, o utopías sociales en cuyo nombre se sacrifican los seres humanos, o la idea aberrante de que el control tecnológico del cuerpo y la naturaleza proporcionará felicidad a la gente, o una inteligencia estúpida que buscando el confort o las utilidades inmediatas amenaza los fundamentos de la vida. Es un error fatal creer que la lucha por tomar el poder o castigar a los opresores va a conducir a la libertad. A lo que conduce es a la muerte de nuestros amados y a seguir peleando por el rencor y el odio que sentimos. Quienes luchan por ajustar cuentas sólo pueden concebir la libertad como la libertad del yo para tomar las vidas de sus enemigos, no como la libertad de estar en el mundo para compartir momentos invaluables, regocijándonos con la belleza y la inteligencia de la naturaleza. Un hombre sabio dijo: “opresores y oprimidos se encuentran al final y lo único que cuenta es que desperdiciaron sus vidas”. Da lo mismo si creían en la revolución social o la seguridad nacional. Ni lo uno ni lo otro los volvió conscientes del vínculo que nos une con todo lo demás. www.corazonterricola.net
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Absortos en la actividad humana, en sus logros y sus contradicciones, unos y otros han pasado por alto un hecho extraordinario: habitamos un mundo exuberante en el que se encuentran todos los recursos para vivir bien y ser felices. S贸lo tenemos que aprender a dar, tomar y compartir, a proteger la fertilidad terrestre y respetarnos los unos a los otros, a interrumpir el mon贸logo de la mente winka para escuchar lo que nos dice la Tierra. Y la Tierra nos dice: vivan, sean dichosos, amen su mundo y cu铆dense entre ustedes.
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