El copyright de los textos publicados corresponde a los autores, quienes responden a la autoría de los mismos. Todos los autores que participan de esta edición digital nos autorizaron a publicar los sus obras. Esta edición es de distribución gratuita. Diseño de tapa e interior: Corina Vanda Materazzi deamorlocuraymuerte@gmail.com
El Pendenciero Diego Rotondo
El pendenciero Diego Rotondo
Joaquín golpea a Sergio contra el perchero del aula. Le da golpes duros al estómago y a las costillas. Los demás chicos presenciamos todo horripilados, queremos que aparezca alguien para evitar que lo mate. Ninguno se anima a intervenir, tienen miedo de acabar como Sergio. Algunas chicas gritan: «¡Basta Joaquín!». Él está furioso, pega y pega sin escuchar nada más que el ruido de sus golpes. Es un ruido que me recuerda al de las frazadas cuando mamá les da con un palo para quitarles el polvo. Sergio no hace más que llorar y cubrirse la cara, no reacciona. «¡Defendete boludo!», le exijo con la mirada. Y es que yo me defendería, aunque llevase las de perder, intentaría esquivar a Joaquín, patearle los huevos o darle un cabezazo en la nariz. Por suerte aparece Stella, la maestra de matemáticas, a la que todos llaman Ceniza por su pelo canoso. Stella agarra a Joaquín del cuello para inmovilizarlo, pero él está tan fuera de sí que le da un codazo
en la pelvis y la hace doblar del dolor. Stella forcejea con Joaquín hasta que aparecen el portero y Ema, la directora. Sergio se desploma abrazándose la panza, gritando, tosiendo y babeando. Se nota que exagera. Igual, esos golpes debieron dolerle bastante. No debió decirle enano a Joaquín. Así fue mi primer día en el San Cayetano. Había hecho Primero y Segundo grado en otra escuela mejor, más exigente y con doble escolaridad; pero a papá lo echaron del trabajo y tuvo que recortar gastos. El San Cayetano no era una escuela pública, pero la cuota era barata. Corría el año 1982 y en el recreo las maestras no paraban de hablar de «Malvinas». Yo creía que eran águilas… por alguna razón asociaba Malvinas con águilas. No entendía por qué hacían tanto alboroto por unas aves. Más tarde mamá me informaría que estábamos en guerra con Inglaterra, y a mí, en ese momento, me pareció divertido. Joaquín fue suspendido por dos días. Su mamá, Olga, se lo llevó de la escuela arrastrándolo de los pelos. Olga era
una tipa gruesa, hosca, siempre andaba con el ceño fruncido y con la cara colorada. Al otro día de la pelea Sergio nos mostró los moretones en su estómago, podían apreciarse los pequeños nudillos de Joaquín marcados alrededor de su panza. Sergio dijo que sus padres harían echar a Joaquín de la escuela y que su hermano Alberto, que hacía Karate, vendría a buscarlo para romperle la cabeza a patadas. Joaquín no era malo, de hecho, era mejor persona que Sergio. Pero tenía problemas, pasaban cosas en su casa. Sus padres se habían divorciado y él lo asimilaba así: a las trompadas. Era petiso, el más bajo de la clase, pero caminaba tan seguro de sí mismo que todos lo admiraban. Yo quería ser su amigo, me gustaba juntarme con los subversivos. Los otros, los que se portaban bien y hacían sus tareas, me aburrían. Como yo era nuevo en el colegio Joaquín no me daba bola, jugaba a la pelota o a las figuritas con los mismos de siempre. A mí ni me miraba, era como si no existiera en su
mundo. Varias veces pensé en provocarlo, en pasar a su lado y empujarlo, pero eso hubiese sido un suicidio. Todos lo decían: Joaquín a las piñas es el mejor. Si alguien en esa época me hubiese advertido de los riesgos a los que me expondría Joaquín en el futuro, ¿habría evitado hacerme su amigo ese día, cuando un chico de Sexto grado le dio una paliza en el baño?... No, no lo habría evitado. Hoy es 5 de agosto de 2014. El guardia me cachea y me autoriza a ingresar. Joaquín me espera al otro lado de las rejas. Le traje sus cigarrillos favoritos.