Días de rodaje

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DE AMOR LOCURA Y MUERTE CICLO DE LECTURAS


DĂ­as de rodaje Marcelo Filzmoser




Lecturas a la sombra

Días de rodaje Marcelo Filzmoser

Cuando terminé de escribir El batacazo estaba seguro, como todo veinteañero que termina su primera novela, de que esa vez sí tenía algo bueno que mostrar. Algunos amigos y los familiares más cercanos estuvieron de acuerdo. . Nadie más. Entre los primeros estaba el Gordo, que por esa época estudiaba para director de cine. Se llamaba Julio y era flaco. El apodo lo heredamos de su madre, así era como lo llamaba ella la mayoría de las veces. Julio era discapacitado y llamarlo Gordo dulcificaba de alguna manera los huesos doblados y los músculos flácidos que lo formaban de nacimiento, debido a una enfermedad genética de la que nunca logramos aprender bien el nombre. El Gordo quedó contento con la novela, tanto que me propuso escribir juntos el traspaso a guión, y más tarde intentar convencer al INCAA de que nos diera la plata para hacer con eso una película. Teníamos veinte años, hasta la 7


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resurrección de Lázaro nos parecía poca cosa. Quedamos los jueves a la noche. El Gordo venía a cenar pizza que pedíamos a El auténtico Nacho, Bahía blanca y Camarones, napolitana con jamón y sin ajo. Pepsi para él y Fernet con coca o vino tinto para mí, según lo que había podido comprar esa semana. Mi casa era un pasillo que después de mucho andar se transformaba en una cocina de tres por dos, un baño y una pieza. Comíamos, tomábamos, yo fumaba un cigarrillo atrás del otro, escribíamos en una notebook que ya era vieja en ese entonces, todo en la cocina. La pieza quedaba para cuando volvía mi novia de la facultad. Si bien ella también era amiga del Gordo, la charla se hacía corta, por ahí comía un poco de pizza y después se encerraba en la habitación para dejarnos trabajar en la película. En esos años el Gordo no usaba silla de ruedas. Venía a casa en su auto, un Honda Accord modelo ochenta y pico, herencia de su abuelo. El coche estaba a pocos kilómetros de necesitar él una silla de ruedas, pero como Julio manejaba gracias a la caja automática y la dirección hidráulica, cambiarlo no estaba en sus planes. Salvo claro, que El batacazo llegara a estrenarse y fuera el éxito que nosotros imaginábamos, con afiches, merchandising y notas en la televisión. El Gordo caminaba despacio, manteniendo un equilibrio imposible que desafiaba cualquier regla de la física. Subía las dos ruedas del lado del conductor a la vereda, 8


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salía del auto y después de haber cerrado la puerta iba con el culo apoyado sobre el guardabarros para acortar el camino hasta la puerta de casa. Cuando se le terminaba el apoyo se soltaba y hacía los tres o cuatro pasos restantes. Al llegar hacía sonar el llamador. Yo no había conseguido que ningún timbre inalámbrico funcionara la mitad de las veces que lo tocaban, debido seguro a la longitud del pasillo, así que resolví el tema con una cabeza de león con un aro que le colgaba de la boca, todo en hierro fundido, que avisaba a medio barrio de las visitas que tenía. El Gordo tocaba un par de veces y se quedaba parado, sacando panza, con las manos apoyadas sobre la parte de arriba de sus nalgas, formando una especie de letra D. Yo lo iba a buscar con una silla giratoria de esas negras con rueditas que se usan en las oficinas y que me había traído del trabajo una vez que hicieron limpieza. Con eso se acortaba un poco el pasillo y sin darnos cuenta empezábamos a aceptar juntos la silla que vendría más adelante. Trabajamos casi todo un año. Después de la pizza le metíamos sin descanso hasta entrada la madrugada. Los personajes se fueron modificando acorde al formato y esas caras poco definidas, más bien esbozadas que sigo usando hoy cuando escribo literatura, empezaron a completarse con poros, tipos de narices, frentes anchas o angostas, pelo enrulado o lacio, colores y formas de ojos, pómulos angulosos o labios finitos. Aparecieron también las distintas voces de los actores conocidos, que elegíamos 9


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de manera provisoria para reconstruir mejor cada personaje. A eso de las tres de la mañana grabábamos todo en un diskette de 3 ½ y nos dábamos media hora más para imaginar el rodaje. Una vez que estuvo lista la primera versión empezamos a hacerla circular. Con las críticas y opiniones fuimos armando la segunda. Para ese entonces cortábamos a las dos y nos quedábamos imaginando hasta las cuatro. Probamos actores, locaciones, bandas sonoras, iluminación, traveling, cámara en mano, plano secuencia. Todo adentro de la cocina, que apestaba cada vez más al humo de mis decenas de cigarrillos. Para la tercera versión, que fue la última, conocíamos hasta las tarifas de los actores que nos hubiese gustado llamar y los derechos por las canciones que habíamos elegido. A fines de ese año salimos a buscar la plata para el rodaje. El Gordo manejaba y en el auto seguíamos ultimando detalles, pero ya no era lo mismo. En la cocina habíamos visto muchas veces la película terminada, por más que nadie hubiera encendido nunca una cámara. Habíamos derrochado recursos y despedido actores en la mitad del rodaje. Llegamos incluso a enamorarnos de la actriz principal y ésta había accedido amablemente a acostarse con los dos. La única condición que ella puso fue la de hacerlo con los dos a la vez, más que nada para evitar comparaciones posteriores que pusieran en peligro la continuidad del proyecto. Entre risas y vasos que se volcaban sin llegar 10


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a romperse en el medio de la madrugada, salía luz por la ventana de una cocina y se perdía en la noche cansada de Floresta. Era la mejor película que alguien pudiera hacer. Al otro día el pelo y la ropa olían a cenicero y a rodaje. A lo largo de ese mes nos juntamos con un par de conocidos de su facultad, pasamos la carpeta con el proyecto y después de dos o tres rechazos el guión quedó archivado. Cada tanto, cuando busco cualquier otra cosa, me encuentro con el diskette en el fondo del segundo cajón del escritorio. Lo saco y repito que lo tengo que llevar a algún lado para que lo pasen a un pendrive. Después vuelvo a guardarlo y sigo buscando en otro lado.

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Lecturas a la sombra 1. Miguel Angel Silva

Cap74 de Cuadros

2. Claudia Aboaf

El rey del agua de El rey del agua

3. Eduardo Vardé

La que baja casi corriendo

4. Graciela De Mary

Y sin embargo se mueve

5. Celina Abud

Música de rieles

6. Miguel Ángel Di Giovanni Los sueños, los viajes 7. Diego Rotondo

El pendenciero de Mamá no me odia

8. Victoria Mora

Basural

9. Marcos Tabossi

El otro mundo de El otro mundo

10. Fabiana Duarte

Viento norte

11. Inés Keplak

Adolfo

12. Lucas Gelfo

Andy Warhol y la difícil

13. Marcelo Rubio

El caracol

14. Jada Sirkin Deja que esas manos te toquen de Yo, cuento (y otros cuentos) 15. Marcelo Filzmoser

Vecinos

16. Cristian Acevedo

La adivinanza


17. Daniel Ibaña

Mirar el fuego

18. Javo Santos

Milagro en la bailanta

19. Margarita Dager-Uscocovich Sortilegio en el rincón de los suspiros 20. Eugenia Zuran

El baile de los condenados

21. Sebastián González

Ella y él

22. Pamela Prina

La culpa es de Dolina

23. Floreana Alonso Desdibujándonos 24. Ezequiel Márquez

Intruso

25. Rosario Martínez

El aniversario

26. Valentina Vidal

La ventana cerrada

27. Ana Sofía Rey

Marea baja

28. Celina Aste

La criada

29. Emilia Vidal

La mama

30. Sandra Patricia Rey No hay agua capaz de apagar tanto fuego de Matrioshkas 31. Cristian Bernachea

El horrible olor de papá

32. Hernán Domínguez Nimo

Estimado vecino mío


33. Laura Galarza El asiento de adelante de Cosa de nadie 34. Alejandra Decurgez

Tal vez florezcas

35. Pablo Laborde Acecha 36. RaĂşl Astorga

Aquel autor nĂłrdico

37. Marina Sosa Domingo 38. Gisell Aronson Escenas veraniegas de la vida familiar 39. Margarita Dager-Uscocovich

Sentimientos de verano




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