Sentimientos de verano

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DE AMOR LOCURA Y MUERTE CICLO DE LECTURAS


Sentimientos de verano

Margarita Dager Uscocovich




Lecturas a la sombra

Sentimientos de verano Margarita Dager Uscocovich

Desde hacía un año, nos montábamos en el coche y viajábamos una hora y media, todos los fines de semana, hasta el balneario donde conocí a mi amor de verano. Yo acababa de cumplir 17 años, era el verano de 1985, y el tío . Pepe nos esperaba en su casa de la playa como de costumbre. ¡Cómo me gustaba su casa! Era amplia con un ático grande al que se llegaba por una escalera en forma de caracol. Ahí nos instalábamos mis padres y yo. Pues bien, mi historia de amor empezó un día viernes en diciembre que vino acompañado de un atardecer de brisa en el rostro y clima húmedo. La familia Días Montejo había sido invitada por el tío Pepe a recibir el nuevo año en la playa de una parroquia rural que, al llegar la temporada de vacaciones, se convertía un lugar mágico y tranquilo, rodeado de algarrobos y sembríos de pitahaya. Ellos tenían dos hijos varones, pero solo uno, marcaría la pauta de mi verano con olor a coco 7


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y a almendras. Llegamos a la casa del tío Pepe y al subir las escaleras me encontré con unos ojos caramelo y un cabello rubio que me quitó el habla. El joven que me cerraba el paso no dijo nada, no hubo un hola, solo clavó su mirada en la mía como tratando de forzarme a adivinar sus pensamientos. Luego, me confesaría que se perdió en la mata de pelo ensortijado que desprendía olor a frutilla y que lo invadió desde los pies a la cabeza como un tornado en medio de la nada. El segundo que duraron sus ojos posados en los míos cambió mi vida para siempre tanto, que los recuerdo aún ahora que han pasado más de cuatro décadas… son de esos amores y de esas miradas que te marcan, que lo dicen todo y que cuando se marchan su silencio dura demasiados días y cortan la respiración. Al ver que yo no me movía, un escueto —con permiso— salió de sus labios intentando crear conciencia en mí de su prisa, y su voz grave resonó en mis oídos como cuando suena un gong después del primer toque. Me hice a un lado aturdida y sentí que mis pies eran demasiado pesados para poder poner uno delante del otro. Él bajó de dos en dos las gradas perdiéndose entre la gente fuera de los muros de la casa, dejándome con una opresión en la boca del estómago que pensé que me iba a desmayar. Recuerdo que subí al primer piso, ¿cómo?, sinceramente no lo sé. Solo sé que mi madre sostuvo mi cuerpo en un abrazo ligero, y el rubor de mis mejillas y el sudor pro8


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fuso de mi frente le fue atribuido al calor y al cansancio. Andreas, así se llamaba. Su cuerpo espigado de músculos torneados y de piernas largas y fuertes, me dejaron sin pronunciar palabra el día entero. Mi personalidad independiente y afable se tornó escurridiza. La presencia de aquellos ojos marrones me puso muy nerviosa, tanto que mi apetito se mandó a cambiar de plano a la hora de la comida. Pasé el resto de la tarde escondida entre los tejidos de una hamaca, con el libro Mujercitas. La noche se desarrolló en duermevela. El cielo, que se reflejaba en la ventana del ático, no ayudaba a conciliar el sueño, más bien me sumía en una rara melancolía. Por primera vez me pregunté si eso era amor a primera vista y, si era así, ¿por qué el amor dolía como una enfermedad mortal? Varias horas más tarde me levanté en puntillas con rumbo a la sala de baño. No había nadie en casa así que tome un baño largo. Al salir, sequé el espejo empañado con la toalla, me miré y vi un rostro desencajado y unos ojos chinos e inflamados enmarcados por una maraña de risos café chocolate que no daban tregua. De mala gana me vestí y enrumbé con cara de circunstancia a la cocina. La mala noche me provocó hambre y sed, las tripas pedían a gritos fruta, pan y zumo de lima que era el favorito de la casa. Al empujar la puerta vi a Andreas. La delgadez de sus manos y su mirada enigmática causo una especie de parálisis en mí. Nos miramos y en ese lapso, el amor empezó 9


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a devorarme lentamente mientras él bebía su zumo y le untaba mantequilla al pan. Mi tranquilidad se vio amenazada por su sonrisa y cuando nuevamente escuché su voz, me perdí por completo en las ondas encantadas de sus palabras. Todo se fue acomodando y en pocos días el tiempo obró en el descubrimiento de nuevas sensaciones, de caminatas interminables, de saltos entre las olas, de almas que se acoplaban con los azules inagotables del mar. Andreas y yo nos enamoramos por lo que nos restaba de vida. Ese verano descubrí el sabor de los besos húmedos y tiernos del primer amor, y la necesidad de sentir los dedos entrelazados. Los atardeceres de esas vacaciones despedían tonos menos azulados y más rojizos, y la luna nos acompañó en la inmensidad de un cielo majestuoso. El caminar por una playa que era dueña de un mar sin horizonte, de un mar libre y ancho, donde la bóveda azul celeste traducía el lenguaje de las gaviotas a la naturaleza entera, no solo nos permitió vivir momentos mágicos sino también disfrutar de momentos íntimos con cada uno de nosotros mismos. Cuatro décadas han pasado desde ese año de promesas de amor y de lecturas. He vuelto sola a recorrer mis pasos sobre la arena blanda, donde las palmeras, los algarrobos y las pitahayas se mezclan con el recuerdo de las sonrisas y del particular sonido que los atardeceres producen hasta que llega la oscuridad. La casa del tío Pepe que ha 10


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sobrevivido los embates del tiempo, se alza elegante en su sencillez en medio de una manzana llena de edificios modernos, y sus escaleras siguen llegando como un caracol gigante hasta donde se pone la luna esta noche. El olor a zumo de lima sigue paseรกndose por cada esquina como lo hace el sabor a coco de los helados caseros y como lo hacen los sentimientos viejos que caminan sin prisa. Todo, irremediablemente, se queda en la memoria.

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Lecturas a la sombra 1. Miguel Angel Silva

Cap74 de Cuadros

2. Claudia Aboaf

El rey del agua de El rey del agua

3. Eduardo Vardé

La que baja casi corriendo

4. Graciela De Mary

Y sin embargo se mueve

5. Celina Abud

Música de rieles

6. Miguel Ángel Di Giovanni Los sueños, los viajes 7. Diego Rotondo

El pendenciero de Mamá no me odia

8. Victoria Mora

Basural

9. Marcos Tabossi

El otro mundo de El otro mundo

10. Fabiana Duarte

Viento norte

11. Inés Keplak

Adolfo

12. Lucas Gelfo

Andy Warhol y la difícil

13. Marcelo Rubio

El caracol

14. Jada Sirkin Deja que esas manos te toquen de Yo, cuento (y otros cuentos) 15. Marcelo Filzmoser

Vecinos

16. Cristian Acevedo

La adivinanza


17. Daniel Ibaña

Mirar el fuego

18. Javo Santos

Milagro en la bailanta

19. Margarita Dager-Uscocovich Sortilegio en el rincón de los suspiros 20. Eugenia Zuran

El baile de los condenados

21. Sebastián González

Ella y él

22. Pamela Prina

La culpa es de Dolina

23. Floreana Alonso Desdibujándonos 24. Ezequiel Márquez

Intruso

25. Rosario Martínez

El aniversario

26. Valentina Vidal

La ventana cerrada

27. Ana Sofía Rey

Marea baja

28. Celina Aste

La criada

29. Emilia Vidal

La mama

30. Sandra Patricia Rey No hay agua capaz de apagar tanto fuego de Matrioshkas 31. Cristian Bernachea

El horrible olor de papá

32. Hernán Domínguez Nimo

Estimado vecino mío


33. Laura Galarza El asiento de adelante de Cosa de nadie 34. Alejandra Decurgez

Tal vez florezcas

35. Pablo Laborde Acecha 36. RaĂşl Astorga

Aquel autor nĂłrdico

37. Marina Sosa Domingo 38. Gisell Aronson Escenas veraniegas de la vida familiar




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