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DE AMOR LOCURA Y MUERTE CICLO DE LECTURAS
No hay agua capaz de apagar tanto fuego
Sandra Patricia Rey
Lecturas a la sombra
No hay agua capaz de apagar tanto fuego “Felices tiempos aquellos en que se puede sentir lo que se quiere y decir lo que se siente”. Mariano Moreno
Sandra Patricia Rey
Mariano Moreno, así se llamaba. El apellido no pudo elegirlo, y el nombre se le había ocurrido a su madre, obviamente en honor al prócer. No había parentesco alguno, .pero creció sintiendo que terminaría pareciéndose. Como si ese fuera su destino. Flor de boludo elegir periodismo. Esa frase célebre acuñada por su padre, le venía a la memoria cada vez más seguido. Flor de boludo. Así se sintió cuando el jefe de redacción lo bajó de su columna diaria. De la misma manera se sintió al ser abandonado por su mujer, argumentando que necesitaba crecer, o en realidad cuando se enteró que lo dejó por otro lleno de guita. Hasta su madre lo hacía sentir así, saliendo en su defensa. Ella creía que estaba para el Pulitzer, y así lo decía en la sobremesa, cada domingo, mientras su padre la miraba con ironía. Pero los tiempos felices habían pasado, y él ya no decía lo que sentía, porque todo lo que sentía era lo que 7
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jamás había querido. Flor de boludo, hubiera dicho su padre. Un fracasado, eso era él, y encima lo mandaban a cubrir el festival de rock, en la última jornada infernal de un diciembre con temperaturas para derretirse en Buenos Aires, con Intoxicados, Divididos y Los Piojos, juntos. Antes de salir de la redacción se entonó con un par de cervezas, pasó por el bar de la esquina donde tenía que encontrarse con Bepo, el camarógrafo, y tomó otras dos. Cuando se quiso dar cuenta era tarde, seguía con sed y la cabeza se le partía. Le pidió dos aspirinas al gallego y vio que llegaba Bepo corriendo. Disculpe, se me hizo tarde. Sí, de usted lo trataba. Era de los pocos que le tenían respeto, siempre buscaba la oportunidad de preguntarle sobre alguna de sus viejas notas, esas que le habían dado vuelta la cabeza. Así le había hablado la primera vez que se le acercó, para decirle que lo admiraba, cuando todavía el mundo no había empezado a girar al revés. Admiración. Ni sus hijos la sentían a esta altura. Desprecio, sí. Cuando llegaron al estadio, todo era movimiento, el público enfervorizado parecía multiplicarse, un calor espantoso y un cielo encapotado, amenazando esa jornada de cierre. Pero la lluvia a veces puede ser una bendición. Ubicarse fue caótico, y él se sentía tan abombado entre la gente, el humo y la música de los grupos soporte, que se dejó llevar. No había de qué preocuparse, el camarógrafo cubría ese evento cada fin de año, y era joven, se 8
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ocupaba de todo sin chistar, sólo por agradarle. Eso era desconocido para él, desde hacía mucho tiempo. Muchas cosas eran desconocidas, menos la náusea que empezaba a sentir. La cefalea era una compañía constante, casi la única, la aspirina era otra. Cuando los parlantes anunciaron que empezaba el verdadero show, el ruido era ensordecedor, y él sintió que iba a descomponerse, le hizo una seña a Bepo, y como pudo se abrió paso. No llegó pero nadie pareció darse cuenta. Después de vomitar, se sintió algo mejor, sólo necesitaba otro par de aspirinas. Empezó a moverse entre la multitud que saltaba, coreando a un Pity desenfrenado. “Puede ser que esta vez no sea cierto/pero siento como el fuego me quema por dentro/Dame un balde de agua o de arena/ o pasame el matafuegos/el incendio está cerca/y no voy a quemarme sin antes pelear”1. Sin darse cuenta se dejó llevar por la música y empezó a moverse, siempre fue pata dura, pero allí no importaba eso. Llegó hasta donde estaba el camarógrafo, y lo encontró bailando también, confundido entre jóvenes y más jóvenes, con sus encendedores en alto. Como pudo, trató de hacerse entender mediante gestos. Nada. Entonces casi gritó. Sed. Agua. Aspirina. Repetía una y otra vez, haciendo bocina con las manos, pensando que así podría escucharlo, mientras el otro se reía. Dame un balde de agua o de arena, seguía coreando una multitud colorida, cuando 1“Fuego”, de “Otro día más en el planeta Tierra”, por Intoxicados. Letra y música: Pity Alvarez
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el pibe pareció reaccionar. Lo miró, y de repente le mostró una pastilla, increíblemente había entendido. Estiró la mano como pudo, y mientras barajaba la botella que le lanzó por el aire al grito de Tome prócer, se metió la pastilla debajo de la lengua como hacía siempre y la apuró con un trago de agua. Alrededor todos cantaban enloquecidos… pasame el matafuegos, el incendio está cerca, y no voy a quemarme, sin antes pelear. Pelear, un día él había dejado de hacerlo. Flor de boludo. Si hubiera luchado por su lugar en la redacción, si hubiera luchado por su matrimonio, si hubiera luchado por sus ideales, quizás todo hubiera sido distinto. Por ahí no era tarde, pensó. Podía probar. A no callarse más, a decir lo que sentía. Esta vez es en serio, no estoy mintiendo. La música seguía sonando, y él empezó a sentir una intensa sensación de bienestar, a su alrededor todos parecían entender lo que sentía. Bepo lo agarró del hombro y lo hizo bailar al compás de la música que seguía sonando, el pibe lo quería, podía sentirlo. Bailaron y cantaron, se mezclaron con los demás. “…me gusta el amarillo, el rojo, el verde y el negro/pero lo que más me gusta /son las cosas que no se tocan/Por eso me gusta el rock”2. Por un momento se olvidó de todo, su vieja tenía razón, él podía ganar el Pulitzer. Su vieja era de las cosas que 2 “Las cosas que no se tocan”, del mismo álbum
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no se tocan. Se sentía lleno de energía, encendido, como si se hubiera avivado de nuevo el fuego. ¿Prócer, se siente bien?, mejor que nunca se sentía, sólo que hacía mucho calor, tanto que empezó a desabrocharse la camisa. ¿De verdad?, claro que era verdad, sólo tenía el pulso un poco más acelerado que de costumbre, y las sienes le latían, pero con el dolor de cabeza que había tenido, era previsible. Estaba bueno el recital, que se jodieran sus hijos que no habían querido ir. ¿Tiene sed?, sed sí tenía, y las piernas le empezaban a flaquear un poco, pero era normal, él no había bailado nunca, ella siempre se quejaba de eso, aunque no lo dejó por mal bailarín, sino por puta. Puta, sí, además de ser la madre de sus hijos. Decir lo que sentía, eso iba a empezar a hacer, y a su viejo antes que a nadie. Ya lo iba a escuchar. Flor de boludo. Flor de hijo de puta era él, lo había sido siempre. Lo iba a ir a buscar cuando saliera de ahí, si podía salir. ¿Y si no podía salir?, había mucha gente. Sintió miedo, cuando de repente, lo vio, ¿era su viejo?, más allá no alcanzaba a ver, pero le pareció que un montón de ojos y un montón de lenguas lo invadían. ¿Invasión?, sí, no estaba alucinando, parecían los extraterrestres de aquella serie vieja de televisión. ¿O estaba alucinando? Se refregó los ojos y ya su viejo no estaba allí. Flor de boludo, cantaban todos y él empezaba a sentirse mareado de verdad, la náusea había vuelto y sentía las piernas acalambradas, algo estaba mal, pero no acertaba a descubrir qué era exactamente lo que lo había llevado a 11
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estar así. Solo en medio de la gente. La sed era atroz, la soledad también. Un par de aspirinas, eso necesitaba. No, no era eso lo que necesitaba. Nunca supo cómo decir lo que sentía. El corazón le iba a explotar en cualquier momento. Sentía como un fuego. Se llevó la mano instintivamente al pecho, pero nada. Parecía que una tropilla avanzaba sin remedio. Cerró los ojos, y cuando quiso darse cuenta estaba en la casa de sus abuelos, se dio cuenta por los mosaicos negros y blancos del patio. Por las macetas llenas de malvones, los fasos escondidos, los canarios. Por el olor a mermelada de naranja, la hora de la siesta, las risas. Eso necesitaba, reírse más. Pero ahora sentía sed, mucha sed. De amor, de respeto, de consideración. Quiso decir algo pero no podía articular una palabra. Llevó la mano a la garganta, el fuego estaba allí. Por favor, prócer, tome, es agua. ¿Me escucha?, vamos, hábleme. De eso se trataba, de escuchar, y de hablar, pero él sentía que todo comenzaba a girar y se dio cuenta que iba a desplomarse. Le pareció sentir que la música se detenía. Levantó su brazo, estiró una mano como para pedir ayuda, o aferrarse a alguien, cuando casi al mismo tiempo, un relámpago lo hizo parpadear. Entonces fue la lluvia. El agua empezó a caer, pero la gente seguía bailando inmutable. Respiró profundo, una y otra vez. Mientras miraba al cielo, la música volvió a llegar clara y colorida a sus oídos. Cerró los ojos y dejó que la lluvia lo mojara. Prócer, ¿había probado alguna vez? ¿Qué decía el pibe?, 12
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claro que habĂa probado. De chico siempre caminaba bajo la lluvia. HacĂa un cuenco con sus manos y tomaba agua. Eso hizo. No hay agua capaz de apagar tanto fuego, pibe, le dijo, sintiĂŠndose mejor. Su destino iba a cambiar.
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Lecturas a la sombra 1. Miguel Angel Silva
Cap74 de Cuadros
2. Claudia Aboaf
El rey del agua de El rey del agua
3. Eduardo Vardé
La que baja casi corriendo
4. Graciela De Mary
Y sin embargo se mueve
5. Celina Abud
Música de rieles
6. Miguel Ángel Di Giovanni Los sueños, los viajes 7. Diego Rotondo
El pendenciero de Mamá no me odia
8. Victoria Mora
Basural
9. Marcos Tabossi
El otro mundo de El otro mundo
10. Fabiana Duarte
Viento norte
11. Inés Keplak
Adolfo
12. Lucas Gelfo
Andy Warhol y la difícil
13. Marcelo Rubio
El caracol
14. Jada Sirkin Deja que esas manos te toquen de Yo, cuento (y otros cuentos) 15. Marcelo Filzmoser
Vecinos
16. Cristian Acevedo
La adivinanza
17. Daniel Ibaña
Mirar el fuego
18. Javo Santos
Milagro en la bailanta
19. Margarita Dager-Uscocovich Sortilegio en el rincón de los suspiros 20. Eugenia Zuran
El baile de los condenados
21. Sebastián González
Ella y él
22. Pamela Prina
La culpa es de Dolina
23. Floreana Alonso Desdibujándonos 24. Ezequiel Márquez
Intruso
25. Rosario Martínez
El aniversario
26. Valentina Vidal
La ventana cerrada
27. Ana Sofía Rey
Marea baja
28. Celina Aste
La criada
29. Emilia Vidal
La mama