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Vanessa Ojeda Álvarez
¿A la luz de las pantallas florecemos?
Por Vanessa Ojeda Álvarez
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Nota: Este problema se planteó a principios del 2020, sin saber que se propagaría un virus letal por todo el mundo que cambiaría muchas cosas y que tendría consecuencias en todas las dimensiones de la vida humana. Estaba en ciernes, por lo menos en este lado del mundo que alcanzo a aprehender, el uso de las avanzadas tecnologías de la información. Las pantallas no estaban masificadas. Si bien, computadores y celulares eran de uso corriente para un sector considerable de la población, no eran indispensables para realizar ciertas actividades humanas. Ya ha pasado más de un año, hay más información sobre el virus y hay una variedad de vacunas que impiden en un alto porcentaje que las personas mueran a causa de él. El panorama ha cambiado, aun con la amenaza de las nuevas cepas. Sin embargo,
la pregunta por cuáles son las implicaciones de la informatización en la vida de las personas sigue vigente. Tal vez no con el sentimiento terrorífico con el que se piensa en un contexto de incertidumbre cuasi apocalíptico, pero sí con cierta distancia, cansancio y, también, esperanza de un regreso a la normalidad conocida, eso sí, con muchos problemas, pero parece que añorada finalmente.
La pandemia del coronavirus aceleró la presencia de todo tipo de pantallas en nuestra vida cotidiana. Como debíamos evitar el contacto humano a toda costa, para así no contagiarnos de un virus del cual, en ese entonces, no teníamos mucha información, recurrimos a los dispositivos de la informática para realizar todo tipo de tareas. La cercanía y la proxemia se convirtieron en una amenaza real de contagio, entonces, fue y aún sigue siendo en unos pocos sectores necesario vernos y escucharnos a través de pequeños rectángulos, en los cuales a veces aparece nuestro nombre y nuestro rostro. Teletrabajo, educación virtual,
Afiche: ¿A la luz de las pantallas florecemos? Podcast: Economía.En este capítulo se aborda la importancia de la renta básica universal. Escanea el código QR.
telemedicina, encuentros amorosos y amistosos desde conexiones virtuales. Todo un conjunto de actividades humanas necesitó la mediación de las pantallas para poder realizarse y procurar un nivel de producción y reproducción de la vida social. Incluidas aquellas relacionadas con las artes y las manifestaciones culturales. El mundo en realidad no se detuvo; se desaceleró y las preguntas por el fin del mundo y sentido de la vida, por fin, encontraron espacio para plantearse y pensarse. Con este nuevo panorama, se reconfiguran modos de estar y ser en el mundo. ¿Cómo estas condiciones posibilitan el florecimiento de nuestro ser individual y colectivo? ¿Cómo ha de ser posible “florecer” en medio de una maraña acrecentada de empobrecimiento de las personas? ¿Florecemos juntas o seremos una flor bella, pero solitaria, en un horizonte desértico de injusticias y desesperanza?
Las pantallas están presentes en nuestras vidas desde hace varias décadas. ¿En la vida de quienes? De personas urbanas con cierto
nivel de ingresos. Los televisores, las cámaras fotográficas, el cine. Más recientemente, digo desde inicios de los 2000, progresivamente más personas pudieron comprar sus propios celulares: los precios se abarataron, aumentó la oferta de créditos. Contenidos de todo tipo se producen y circulan desde entonces. Muchas personas adultas aprendieron, quizás pensando que no podrían, a utilizar teléfonos inteligentes y prescindir del ratón del computador para navegar, jugar solitario, enviar correos. Jóvenes y adolescentes empezaron a usar las redes sociales para compartir sus gustos musicales, conocer gente de otros lugares del mundo con la que quizás encontraban más afinidades que con sus vecinos, vecinas o compañías de estudio. De alguna manera, el mundo también se expande por estos medios.
Todos estos aparatos tecnológicos hacen parte de la vida de las personas, junto con los libros y demás cosas y objetos que podemos tocar, oler y ver con nuestros propios ojos, sin mediación. En realidad, la vida toda no se traslada por
completo al escenario virtual. Simplemente están la una con la otra. Pero con la pandemia, la informatización alcanza un nivel de presencia en la vida cotidiana, que a veces podríamos calificar de angustiante, porque el contacto humano directo parece reducirse cada vez más, si bien, habrá quienes celebren con fervor intemperado las ventajas de la virtualidad. El teletrabajo cobra más fuerza al igual que la educación virtual se presenta como un horizonte ineludible. ¿Y qué decir de la socialización con miras a la amistad o al amor mediada por tantas aplicaciones para concertar citas? Están ahí y cada vez más personas dejan a un lado miramientos de todo tipo para descargar en su celular sin prejuicios el puente que permite el añorado encuentro.
Junto a la pantallización está el proceso de virtualización. Lo virtual, es decir, aquello que no es real –en el sentido de actualizado en un cuerpo- pero sí existente, no es un asunto exclusivo de nuestros días. De hecho, lo virtual está estrechamente relacionado con aquello nos
compone, nos define, nos hace ser humanos, pero que no tienen un lugar, una forma de ser tangible y perceptible, como la memoria, la imaginación, el pensamiento… Y ello no quiere decir que no existan; son inteligibles a través de soportes, como textos e imágenes. La virtualización, de algún modo, trastoca los sentidos regulares que se tienen sobre el tiempo y el espacio o, más bien, permite que las experiencias subjetivas del tiempo y espacio se multipliquen: hemos sentido que el tiempo se ha pasado muy rápido cuando estamos haciendo o viviendo algo que nos gusta mucho y, lo contrario, las horas parecen eternas cuando estamos en algo que sentimos tedioso (¿Cuándo te acabas 2020?). Con las conexiones digitales, estamos conectados a una misma hora desde lugares distintos.
Sin embargo, la deriva de virtualización progresiva de las experiencias que vemos hoy merece nuestra atención. ¿Dónde están los cuerpos? ¿Qué es estar presente? ¿Cómo se concibe nuestra humanidad? ¿Cómo
es la socialización en estas condiciones? ¿Habrá tope a los procesos de virtualización? Los gestos se desdibujan, las palabras se entrecortan, las caras se congelan, no olemos. Suponemos un sinnúmero de circunstancias y complementamos los sentidos de lo que se dice, de acuerdo con nuestro propio estado de ánimo y con el sedimento de las experiencias vividas en común.
La informatización y pantallización progresiva e incesante tiene consecuencias en distintos ámbitos de la vida. Por un lado, la internet y los materiales con los cuales se fabrican estos aparatos y se posibilita la conexión a la red no aparecen de la nada. Paradójico: la internet necesita sostén físico (o los soportes de lo virtual). Las materias primas con las cuales se producen provienen de partes del mundo con lógicas extractivistas que deterioran el medio ambiente y se realizan sin el mínimo interés de procurar relaciones laborales correctas. Si abocados como estamos al uso de estos aparatos o de su actualización cada tanto, para mejorar
la eficacia o por puro consumismo, cada vez más se extraerán estas materias primas para seguir produciendo. ¿Quién cree que el mundo es finito? (Aparte de las almas salvíficas de las Greta Thunberg del mundo).
Por otro lado, habría que ver las repercusiones en la dimensión política. Jorge Riechmann advierte que la digitalización del mundo tiene graves consecuencias en la democracia. Dado que por la internet circula cantidad de información y hay una gran recopilación de datos personales, actores políticos dominantes del mundo compran esa información para incidir en la opinión política sobre coyunturas específicas. Cantidades indigeribles de información falsa y bombardeo de publicidad política podría direccionar el comportamiento de la ciudadanía en detrimento de la consecución del bienestar común. ¿Tan manipulables somos? Además, hay un punto muy importante y problemático: la cuestión de la libertad. Con la internet estaríamos cada vez más vigilados por cuenta del progresivo ofrecimiento de contenido
personalizado que satisface el consumo construido desde preferencias individuales que compiten con las otras y solidifican el aislamiento ideológico. Es decir, se escucha lo que se quiere, lo que refuerza la percepción propia y se desdeña el pensamiento disímil, diverso. Así, no hay posibilidad de diálogo, debate y reflexión conjunta.
En el mundo de la cultura, muchas manifestaciones artísticas y culturales también han tenido que recurrir a la mediación de las pantallas para seguir llegando a su público y también llegar, ahora sí, a nuevas audiencias. Ya antes de la pandemia, los museos más importantes del mundo occidental permitían conocer los más famosos cuadros mediante recorridos virtuales. Solo basta aumentar el zoom para ver la cualidad el trazo de algún famoso pintor. Aun así, no se puede afirmar que hay conocimiento de la materialidad de la obra. Es como todo lo que aparece en la pantalla: una imagen descorporeizada, desterritorializada, que se aprehende sin el relacionamiento de sus
partes con las condiciones que la rodean, con un espacio.
Para otras artes, como el teatro o la danza, tener que trasmitir por streaming sus presentaciones, ha desdibujado el sentido del encuentro, del acercamiento con el cuerpo presente que no se distrae y fija su atención en lo que se presenta ante él. Jorge Dubatti, director y teórico del teatro, habla del convivio teatral, es decir, del encuentro entre espectadores y actores en el aquí y ahora del teatro como acontecimiento, pues el teatro “es algo que existe mientras sucede”. En otras actividades culturales, que no son propiamente artes, como espacios de formación y de encuentros alrededor de la conversación, se tuvo también que recurrir a las numerosas conexiones mediante pantallas de todo tipo, del computador, del celular, de la tableta.
En estas condiciones en las cuales se nos ofrece la cultura y las artes, vale preguntarse: ¿cómo la cultura es abono rico para nuestras vidas? ¿Cómo este abono permite que florezcamos?
¿Cómo la cultura y las artes conectan con los cuerpos y los territorios? Sí, sabemos que las personas no somos como las flores, pero tenemos algunas cosas en común. Nos parecemos en que el transcurrir del tiempo atraviesa nuestro ser. El tiempo en nosotros hace que florezcamos. O bueno, eso quisiéramos, porque el tiempo también puede marchitarnos. Ser una bella flor que detenga el paso del caminante. Si es así, es necesario comprender la cultura, además como sustrato, como proceso; no simplemente como un asunto de eventos, mucho menos como mercancía que se compra, se vende, se consume y se desecha. No he escrito nada fascinante y sorpresivamente nuevo o con apariencia de ingenio, estos discursos sobre la cultura como sustrato y como proceso hasta de las bocas de los más encumbrados gobernantes han salido, pero me permite retomar otra vieja cuestión espinosa.
Pensar la cultura como liberación: procesos culturales que cuestionan el poder reaccionario, que participan en la formación política de
quienes hacemos parte de ese convivio que permiten las artes y la cultura y que no por eso desdicen del divertimento, del juego, de lo bello, de otros propósitos estéticos. Porque se puede aunar intereses y búsquedas personales, del propio mundo interior con preguntas por el mundo, por el afuera, por lo que hay más allá de cada cuerpo, cada espíritu, cada mente. Pero incluso más interesante, es que el contenido cuestionador y rebelde que es aprehendido y replicado en el decir invada como una enredadera (además, algunas enredaderas tienen flores) los comportamientos cotidianos. Entonces, preguntarse si a la luz de las pantallas florecemos es preguntarse tanto por el mensaje como por el medio. ¿Cuáles son los contenidos que se trasmiten? Puede haber contenidos culturales y artísticos, pero definitivamente sosos, repetitivos, olvidados a los 5 segundos de desconectarse de la plataforma: cultural fast food. O, también, contenidos con fuerza, con gracia, con chispa, con pretensión de desacomodar, conmover, deleitar. Por su parte, el medio, las pantallas de todos los tamaños a veces emiten
luz, luz cegadora, luz que no ilumina, luz que difumina, luz que deja ver. ¿Cómo llega ese contenido a nosotros? ¿Interrupciones, desconcentración? ¿Saturación de contenidos digitales que nos abruman y cansan la mirada? Una de las posibles implicaciones de tener que recurrir constantemente a las pantallas puede ser que aún más nuestra atención se desgaje en distintos puntos de información a la vez.
No es fácil responder a esta pregunta. Pero ahí queda: ¿A la luz de las pantallas florecemos?
Bibliografía
Dubatti, J. (2015). Convivio y tecnovivio: el teatro entre infancia y babelismo. Revista Colombiana de las Artes Escénicas, (9), 44-54.
Riechmann, J. (2020). Decrecer, desdigitalizar – 15 tesis. Recuperado de https://www.15-15-15.org/ webzine/2020/09/07/decrecer-desdigitalizar-quincetesis/
Agradecimientos especiales a Morada Estéreo y a todo el equipo de la Conversación del Miércoles.
Combates en la Cultura Publicación anual, se imprimió en el mes de noviembre.
Medellín - 2021