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Jenny Giraldo García

La posverdad, una enemiga de la democracia

Por Jenny Giraldo Gracía

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A cualquier chat de cualquier vecindario de cualquier ciudad colombiana llega un mensaje. Es la imagen de una columna de opinión publicada en cualquier medio de comunicación reconocido, más o menos prestigioso, con cierto grado de credibilidad. La columna está firmada por cualquier personaje de la política nacional que tiene una fuerte oposición. Alguien continúa la conversación pidiendo el enlace de la página web que corrobore que tal columna es cierta. Alguien más afirma que en la web no hay nada que se le parezca, alguien dice que el medio en cuestión no publica a políticos en ejercicio de la función pública. Pero el primer emisor del mensaje remata la conversación con un contundente: “A mí sí me parece que es cierto”. El cuadro que acabamos de leer es lo que

podemos llamar una ‘posverdad’, esa mentira o verdad a medias que, independiente de los hechos fácticos, es tomada como verdad única a partir de las emociones que genera, de lo que nos parece que es cierto porque valida lo que pensamos o sentimos. Expresiones o construcciones que apelan principalmente a la emocionalidad, son mentiras, verdades a medias, ideas que se transmiten con el ánimo de que sean apropiadas, difundidas y convertidas en verdades que no requieren ninguna demostración.

Y la posverdad, lamentablemente, está marcando una era. ¿Cómo alcanza una mentira el estatus de verdad? ¿Cuáles son los caminos que recorre una idea falsa para ser asumida por un grupo específico como verdad? ¿Y cuáles son las razones por las cuales dicho grupo busca, a través de todos los medios posibles, convencer a otros de que eso es cierto? En 2016, el Diccionario de Oxford propuso ‘posverdad’ como la palabra del año. Si bien su uso tiene origen en el año 2004 (post-truth1) ,

este neologismo tomó fuerza con el inicio de la administración de Trump, las votaciones del Brexit y el Plebiscito que refrendaría el Acuerdo de Paz en Colombia, cuya votación mayoritaria fue en contra. Estas tres elecciones —lo han dicho analistas de diversos saberes— tuvieron en común que los representantes de las causas ganadoras fueron capaces de recurrir a la emocionalidad de los electores y electoras, movilizando el miedo, la incertidumbre, el deseo de venganza y el asco, sentimientos todos que operan en contra de un enemigo; y la construcción de ese enemigo también es producto de una serie de elaboraciones que apelan a las emociones y que se van difundiendo a través de medios de comunicación, propagandas institucionales y rumores cotidianos. En Las emociones políticas, Martha Nussbaum (2014) nos habla del asco proyectivo, y señala

libro La era de la posverdad: deshonestidad y engaño en la vida contemporánea, en el que propone algunas reflexiones sobre las implicaciones que tiene la verdad matizada, las ‘mentiras piadosas’, los procesos de ‘mejora’ de las narrativas de la vida cotidiana, para hacerla más bella, suave, dulce, armoniosa, para generar menos incomodidad y mantener la empatía. Según los registros, esta puede ser la primera vez en la que se usó el término ‘posverdad’ con tanta contundencia.

que este “da origen a un mundo radicalmente segmentado: el mundo del yo y de las personas parecidas a ese yo, que son todas aprendices de ángeles […] y el mundo de los animales que se hacen pasar por casi humanos, pero cuyo (fantaseado) mal olor, su suciedad y su vinculación con las tan aborrecidas sustancias corporales de las que hemos hablado delatan su naturaleza animal”. Acudiendo al ejemplo más cercano que es el colombiano, buena parte de la campaña antiplebiscito se construyó bajo los efectos del asco que podía producir la inminencia del contacto con aquellos animales que provenían del monte: los guerrilleros y guerrilleras, esos otros en quienes no reconocíamos la ciudadanía colombiana, esos que no podíamos llamar compatriotas, esos que no sabíamos cómo hablaban, cómo caminaban, qué comían y cómo sobrevivían. Además, la llegada de esos otros tras un período de dejación de armas y reincorporación a la vida civil, significaría muchos cambios para quienes ya estábamos en la legalidad: la comida, el empleo, el espacio, el dinero, el aire tendría que

redistribuirse. Circularon noticias como que a través de una ley2 se reduciría la mesada de los pensionados para financiar la reincorporación de exguerrilleros; da risa, pero fue una de las noticias de mayor circulación a través de cadenas de WhatsApp. Otras fake news3, como que los guerrilleros y guerrilleras recibirían un salario de un millón ochocientos mil pesos (el equivalente a casi tres salarios mínimos de aquel año), que en las siguientes elecciones alias ‘Timochenko’ 4 sería candidato presidencial y que además su elección sería impuesta, contribuyeron enormemente a movilizar la

2 La supuesta ‘Ley Roy Barreras’ obligaría a los pensionados del país a aportar un 7% de su mesada pensional para sostener con ese dinero las bases guerrilleras de las Farc. 3 Las fake news son noticias falsas que se construyen de forma tal que puedan pasar por verdaderas: se citan fuentes con nombres reales, se crean páginas web o cuentas de redes sociales muy parecidas a las de medios o personajes reales, se diseñan páginas usando logos de medios o instituciones y, de esa manera, se genera una atmósfera que le da verosimilitud a la falsa noticia. 4 Rodrigo Londoño es el nombre civil de quien fuera el máximo comandante de la guerrilla de las Farc al momento de la firma del Acuerdo de Paz. En la actualidad, ocupa una de las curules del Senado de la República, producto del punto dos del Acuerdo sobre participación política. También vale la pena señalar que en las elecciones de 2018 (las posteriores al Acuerdo), en las que participaron por primera vez como partido político, no alcanzaron ni el 1% de la votación.

zozobra construyendo una poderosa posverdad: el castrochavismo. Entonces, ¿cómo se construye una posverdad y cómo podemos detenerla? Las reflexiones que surgieron en los grupos dedicados a promover el voto positivo por el plebiscito fueron alrededor de la incapacidad de mover emociones asociadas a la esperanza, la paz, el amor, una colombianidad en la que todos y todas tendríamos que caber, incluyendo a quienes hacían parte de las Farc. Entonces, por un lado, uno de los diagnósticos dio cuenta de la preponderancia de la racionalidad, la necesidad de hacer uso extendido de la palabra a través de foros, charlas, conversatorios, que revelaban, de manera detallada, los beneficios y bondades del Acuerdo. Uno de los grandes problemas de esta estrategia estaba en que los destinatarios solían ser personas ya convencidas de dichos beneficios que sólo estaban en la búsqueda de mayores argumentos y de reafirmación. De la misma forma, al otro lado del espectro político, estaban quienes ya estaban convencidos del horror que implicaría un Acuerdo de Paz para

el país, por lo tanto, no necesitaban mayores argumentos; frases cortas, palabras repetidas, noticias falsas, imágenes salidas de contexto, mentiras que reafirmaban la idea preconcebida de que este era un acuerdo de impunidad o de que el expresidente Juan Manuel Santos le estaba “entregando el país a las Farc”. No sobra recordar en este punto que el gerente de la campaña por el No, Juan Carlos Vélez Uribe, declaró en una entrevista que “Estábamos buscando que la gente saliera a votar verraca”. El enojo, la ira, el miedo y el asco se impusieron como sentimientos que alentaron esa posverdad del castrochavismo y de un país dominado por la izquierda. Pero, por otro lado, y aunque el castrochavismo se puso de moda en el ambiente del plebiscito, no podemos afirmar que las ideas sobre la guerrilla de las Farc como enemigo correspondieron únicamente a este momento de la historia o que se signaron en las pujas por el poder entre Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe o entre la izquierda y la derecha. La construcción del enemigo interno en Colombia tiene una historia

mucho más larga y, si bien hay hechos fácticos y comprobables sobre el papel nefasto que han jugado las guerrillas en el país afectando gravemente la seguridad y el bienvivir de comunidades enteras, también es cierto que dicha construcción se ha alimentado de noticias falsas, discursos con ideologías particulares y propaganda contrainsurgente, todo en el marco de un estado militarista, conservador, desigual y oligarca.

La Doctrina de Seguridad Nacional se definió desde el plano militar y se convirtió en la línea de acción de los ejércitos, en el caso nuestro, de los ejércitos latinoamericanos, e hizo de la figura del enemigo interno un concepto, una pieza clave en la guerra irregular contra una realidad social caracterizada por la inconformidad ciudadana, la movilización y la consolidación de movimientos sociales reivindicativos. De esta avalancha ideológica se produjeron entonces consecuencias que incidirían en las políticas públicas y las dinámicas ciudadanas de diferentes países y que luego del paso de los años estarían en la base del tratamiento

contrainsurgente que se les da a muchas situaciones sociales que han hecho del prójimo alguien en quien desconfiar. (Rincón, 2019)

Podríamos decir entonces que la noción de enemigo interno es, en sí misma, una posverdad que viene siendo construida desde décadas atrás, y no necesariamente porque nos estemos refiriendo a una mentira convertida en verdad. Hay evidencias que demuestran la existencia de una guerrilla organizada y los hechos atroces de los cuales dicha guerrilla fue perpetradora: cerca de 24 mil secuestros, más de 700 acciones bélicas, 4 mil ataques a bienes de civiles, 77 ataques terroristas5 , masacres, reclutamientos forzados, violencia sexual, minas antipersonales, etcétera, están ampliamente documentadas y dan cuenta de la voracidad de la guerra en la que Colombia ha estado sumida por décadas. Sin embargo, hacer de la guerrilla, y particularmente de la guerrilla de las Farc, un enemigo único, responsable de todos los

5 Datos del informe Basta Ya tomados de la web del Centro Nacional de Memoria Histórica: https://www.centrodememoriahistorica. gov.co/micrositios/informeGeneral/estadisticas.html

males del país, sí fue un relato alimentado de múltiples adjetivos (monstruos, bandidos), que desconoció los orígenes y causas del grupo armado, que ignoró que muchos de sus integrantes también fueron víctimas, que deshumanizó por completo a quienes hacían parte. Este discurso ha estado en boca de quienes ostentan el poder: el político, el económico y el de los medios de comunicación; esto, por supuesto, dota sus palabras de legitimidad, credibilidad y además les permite un altísimo alcance. Y acudiendo a una emoción tan movilizadora como el miedo, es relativamente fácil emitir unas ideas que se vuelven incuestionables. Lo más grave de esto es que además de la guerrilla de las Farc, la idea de enemigo interno comienza a extenderse a otros grupos y esferas sociales, pues no sólo se destacan en el discurso las atrocidades propias de la guerra, sino que se llama la atención sobre el aspecto ideológico que subyace a esos grupos armados. Así, la izquierda, la defensa de los derechos humanos, las ideas socialistas o comunitaristas, los movimientos sociales, se meten en una misma bolsa y se les etiqueta de la misma manera:

“terroristas”, “castrochavistas”; se señala la diferencia de pensamiento, el distanciamiento de la norma y la expresión de la inconformidad como factores determinantes de ese carácter de enemigo. Esas ideas viajan de múltiples formas, se expanden a través de rumores, noticias, palabras que se repiten hasta instalarse en los imaginarios colectivos y convertirse en verdades irrefutables que no hay que sustentar. Y como existe un enemigo, hay que declararle la guerra, pues al enemigo se le reduce, se le destruye, se le aniquila. De esta forma, entonces, esa posverdad se convierte en un obstáculo para alcanzar la paz. María Teresa Uribe (2019) nos hace un llamado sobre la visión trágica de la nación que se mantiene a través de discursos y relatos incorporados a nuestro sistema de pensamiento:

El imaginario de la guerra perpetua sigue presente en las mentalidades de la gente del país; de allí que resulte pertinente preguntarse cómo han incidido las palabras de la guerra en esas formas de imaginar la nación y de qué manera muchas narraciones

y lenguajes configurados para otros momentos históricos se mantienen en el presente para justificar el uso de las armas o para reprimir a los rebeldes. (Uribe de Hincapié, 2019, 44)

Todo esto para decir que no es tan simple como publicar una mentira o una verdad a medias y que esta se convierta en posverdad y tenga efectos sobre un asunto tan relevante como un Acuerdo de Paz. Sin duda, eso que se emite en favor o en contra de determinada situación o proceso tiene un anclaje mucho más profundo en la historia de los sujetos y las sociedades. Entonces, ¿dónde está la diferencia cuando pensamos en la posverdad a la luz de los entornos digitales?

Redes sociales y medios digitales: información al alcance de la mano

Con el auge de los medios digitales y las redes sociales, la altísima circulación de contenidos, el desmonte del paradigma unidireccional de la comunicación y la idea de la democratización de la misma, el panorama para la ciudadanía es bastante complejo. De entrada, podemos pensar

que esta es una gran virtud de nuestros tiempos, pues quienes hemos sido consumidores pasivos hemos tenido la oportunidad de convertirnos en productores de la información que nos interesa, añadiendo el ingrediente de nuestro propio punto de vista, nuestra realidad y nuestras interpretaciones. Ya no son sólo los medios de comunicación masivos los que imponen las agendas de los asuntos públicos, como señala Federico Aznar Fernández-Montesinos:

El receptor se convierte en emisor, generándose una cadena de distribución que determina que la información recibida disponga de un gran nivel de credibilidad. En la era de la información, tanto las tecnologías para la edición como la distribución de la información lo hacen todo más fácil. El escenario informativo se ha hecho más complejo, pero también mucho más potente. (Aznar, s.f.)

La comunicación digital traía consigo la promesa de la democratización de la información; sin embargo, como ha señalado Pedro Silverio Moreno (2018), la democracia digital tiene

serios problemas, pues “no incentiva un diálogo en profundidad sobre los asuntos de la agenda política, sino que sirve de retroalimentación de las opiniones preconcebidas, de modo que difícilmente puede producirse el intercambio de ideas y el cambio de posturas”. Así que esa misma virtud es una navaja de doble filo, pues al disponer de tales posibilidades, la información no pasa por filtros mínimos, cada quien, con una cuenta de Twitter, Facebook o Instagram, un grupo de WhatsApp o un canal de Telegram, se hace dueño de la información que produce y, justamente, a partir de su punto de vista o sus intereses, pone en circulación lo que quiere decir, pero también lo que quiere que el otro reciba y crea. Cuando la información proviene de personajes reconocidos o de personas cercanas, como ya decía Aznar en la anterior cita, goza de una alta credibilidad. Así, movimientos antivacunas, antifeministas o antiplebiscito, se nutren precisamente de la transmisión de contenidos poco elaborados, emotivos, que circulan rápidamente y que llegan a través de cadenas en las que median afectos y confianzas.

No hay que verificar la noticia enviada por aquella sobrina a quien la tía ha visto crecer, desenvolverse profesionalmente y en quien cree a pies juntillas. Ahí está el secreto del éxito de las fake news y las posverdades. ¿Pero qué se vale y qué no se vale en esta mareada de información y de canales posibles para su distribución? Un filtro en Instagram, por ejemplo, ya constituye una puerta de entrada al mundo de la posverdad, pues hay una fabricación a partir de una realidad que puede ser alterada muy fácilmente. Un filtro permite mostrar desde un clima hasta un rostro diferente. Y luego de esos filtros vendrán otros mucho más sofisticados que darán origen a las que conocemos como deepfakes, descaradas manipulaciones en las que un personaje y su voz pueden ser usadas para verbalizar un mensaje que nunca salió de su boca. ¡Una mentira! Y esto es posible gracias a la digitalización, los algoritmos y la inmediatez con la que podemos producir y consumir información, pues una vez una mentira es echada a rodar por medio de cualquier canal de distribución,

como si se tratara de una piedra rodando por una pendiente, esta no se puede reversar y sus efectos son impredecibles e imposibles de controlar. Esto, sin embargo, no quiere decir que sea poco ético o inadecuado usar un filtro en Instagram, pero sí quiere decir que es necesario, por un lado, hacernos responsables de la información que producimos, intentar prever sus efectos y saber cómo, por qué y cuándo usar esos ‘embellecimientos’ de la verdad de los que hablaba Ralph Kayes en 2004. Y, por otro lado, permitirnos la duda como un principio fundamental para el consumo de información, verificar las fuentes, hacer búsquedas extra, preguntar y contrapreguntar, reconocer los contextos y la historicidad, no sea que nos pase como a aquel vecino que difundió una columna de opinión antes de verificar su veracidad. Pero hay más. El momento que vivimos nos exige apertura y diálogo respetuoso, pues no basta con verificar las fuentes si nuestra reacción última será parecida a la del vecino del chat de WhatsApp: “a mí sí me parece que es verdad”. Resistir en la incertidumbre de la era

digital nos convoca a un ejercicio permanente de reconfiguración de nuestras propias ideas, no temerle al movimiento de nuestro pensamiento a partir de lecturas críticas, tener la disposición para escuchar lo que tienen por decirnos esos otros que no nos habíamos aventurado a buscar, para no seguir alimentando discursos paranoicos6 que nos mantienen encerrados en burbujas en las que sólo vemos y oímos lo que queremos ver y oír, reforzando nuestras ideas o creencias. Y la misma comunicación digital nos ofrece alternativas: podcast, blogs, cuentas de redes sociales, medios alternativos, etcétera, que nos permiten encontrarnos con diversas perspectivas y lecturas de las mismas realidades. Acceder a ellas y disponernos a una mirada caleidoscópica del mundo es un paso importante para dejar de verlo todo en blanco y negro, y la democracia hoy necesita, más que nunca, de esa ciudadanía crítica que trascienda

6 En el ensayo El respeto en la comunicación, Estanislao Zuleta nos explica que se trata de un fenómeno psicoanalítico en el que los sujetos hablan desde la evidencia: “en el discurso paranoico está implícito que el destinatario tiene que ser, o un espejo que refleje todo lo que el emisor dice y lo apruebe, o un ciego que no ve nada”. Luego, dicho emisor convertirá en enemigo a quien no apruebe su discurso

el espectáculo de la política y el facilismo de las redes:

La posverdad construye un frágil edificio social basado en la cautela. Erosiona la base de la confianza que subyace a cualquier civilización sana. Cuando muchos de nosotros promocionamos la fantasía como un hecho, la sociedad pierde su base en la realidad. La sociedad se derrumbaría por completo si asumiéramos que es probable que otros disimulen o digan la verdad. Estamos peligrosamente cerca de ese punto. (Kayes, 2004)

Esta cita de Ralph Kayes, que plantea un panorama bastante desalentador, tiene que ser una invitación a seguir resistiendo, hackeando los algoritmos, privilegiando la duda del pensamiento. No dar por verdadero ni siquiera aquello que proviene de quienes más queremos o en quienes más creemos y, sobre todo, no ceder ante la afirmación de que “La verdad, por mucho que nos duela, ha dejado de ser relevante para nuestras democracias” (Silverio, 2018). Estamos ante la oportunidad de volver

a darle valor a la verdad, entendiendo que esta no es unívoca y que construirla requiere de múltiples miradas, pero que esa multiplicidad no puede dar lugar al engaño y a las mentiras que derrumban la confianza.

Bibliografía

Aznar Fernández-Montesinos, F. (2018) El mundo de la posverdad. Cuadernos de estrategia, (197), 21-82.

Kayes, R. (2004). La era de la posverdad: deshonestidad y decepción en la vida contemporánea.

Nussbaum, M. (2013). Emociones políticas: ¿por qué el amor es importante para la justicia?

Silverio Moreno, P. (2018) El rigor informativo en la era de la posverdad: la amenaza de las fake news en las redes sociales. Comunicación y hombre: revista interdisciplinar de ciencias de la comunicación y humanidades. (15), 5566.

Uribe de Hincapié, M. (2019) La hija de Andrómeda. Lecturas Comfama.

Zuleta, E. (2008) El respeto en la comunicación. En E. Zuleta, Colombia: Violencia, democracia y derechos humanos. Medellín: Hombre Nuevo Editores.

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