Librista Combates en la Cultura

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Autores: Aura María Rendón Lopera Eduardo Cano Uribe Jenny Giraldo García Elizabeth Giraldo Giraldo Revisión de textos: Laura Giraldo García Camila Giraldo Giraldo Vanessa Ojeda Diego Ospina Sara Aguirre Bolaños

Ilustraciones: Santiago A. Gutiérrez Gómez Eduardo Cano Uribe Diseño y diagramación: Santiago Muñoz Yepes Natalia Zapata Cano Impresión: Fotocopiar S.A.S ISBN: 978-958-98636-2-6

“Este libro se escribió e imprimió guiados por principios de anticopyright, que no es precisamente una licencia, es una actitud, un gesto hacia el rechazo de las licencias. Es una invitación a pensar el tema de la autoría y el compartir conocimiento. De considerar una licencia, esta sería tal vez la de dominio público. Se permite la copia, ya sea de uno o más artículos completos de esta obra o del conjunto de la edición, en cualquier formato, mecánico o digital, siempre y cuando no se modifique el contenido de los textos, se respete su autoría y esta nota se mantenga.” Una publicación de la Corporación Cultural Estanislao Zuleta


Contenido Dignificar la vida: que otros mundos sean posibles Aura María Rendón Lopera El arte ha muerto. La poesía está en la calle Eduardo Cano Uribe Despertar y levantarse, muchas veces, ante la cultura patriarcal Jenny Giraldo García La esperanza es la memoria que desea Elizabeth Giraldo Giraldo


Combates en la Cultura Las posibilidades y escenarios para pensar la cultura han estado normalmente circunscritos al ámbito de especialistas académicos de campos muy específicos como la antropología, la historia o la sociología, quienes han realizado complejas e interesantes miradas sobre nosotros como sociedad colombiana en distintos momentos históricos y en diversas regiones. Sin embargo, muchas de estas indagaciones no se traducen necesariamente en una relación más objetiva y crítica con nuestros marcos valóricos, concepciones o modos de vida; lastimosamente no todo campo de conocimiento se ha transmutado en un espacio de reflexión generalizado entre la ciudadanía. Al mismo tiempo el concepto de cultura se nos hace esquivo y aparentemente imposible de ser definido aún cuando hacemos uso de él cotidianamente para asignar una variedad de asuntos que van desde las maneras de


hacer la vida hasta la valoración de algo como moralmente o cívicamente aceptado, desde referirnos a lo que corresponde al campo de las artes hasta para hablar de las tradiciones de un pueblo o comunidad. A la par, la cultura ha sido bandera de muchas luchas en nuestro país en las que destacan las luchas campesinas, las étnicas, ancestrales y comunitarias, movimientos como el indígena o de comunidades afrodescendientes son muestra de ello, también podemos mencionar allí movimientos urbanos que defienden ciertas formas de ocupación y habitación de la ciudad. Se suman, además, las múltiples expresiones artísticas, ambientales y de la memoria que han movilizado diversas organizaciones y colectivos a lo largo y ancho del país. Será pues un enfoque importante reconocer las luchas y reivindicaciones culturales, incluso hacer homenaje y entrar en diálogo con esos y esas que han hecho de su propia forma de vida un lugar de dignidad y resistencia. Teniendo esta simultaneidad de circunstancias como marco y partiendo de nuestra labor cultural vemos prioritario abrir


espacios de debate y reflexión sobre estas y otras situaciones, es pertinente ponernos ante los problemas de la cultura desde lo conceptual y lo práctico contando con la política, la historia y la movilización social. Poner en lo público discusiones sobre lo que hemos sido, sobre lo que estamos siendo y lo que podemos llegar a ser como sociedad en esa dimensión que todo lo atraviesa como es la cultura, desde una óptica que se preocupa por conocer, ejercer la crítica y entrar en interlocución con actores que nos acompañen en esta indagación, nos permitirá ahondar en el conocimiento de nuestra realidad y ganar elementos para posicionarnos ante ella.


Relaciones entre vida y cultura, te invitamos a escuchar Combates en la Cultura, un programa radial de la Corporaciรณn Cultural Estanislao Zuleta


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Dignificar la vida: que otros mundos sean posibles Por Aura María López Rendón Como seres humanos nos movemos en el campo de la realidad, entendida como el conjunto de relaciones concretas, evidenciables, que suceden en nuestro entorno. ¿Y qué es lo que entendemos de ella? ¿Quién puede afirmar que tiene la verdad sobre ella? Muchas veces podemos asumir que la realidad es como se nos presenta a simple vista, y ante cualquier inquietud que aparezca sobre eso que observamos encontraremos muchas explicaciones. Así, una de las cosas más afortunadas que nos puede suceder es quedar insatisfechos con esas explicaciones que hemos recibido y creído, pues la duda es movilizadora de nuestro ser; siguiendo nuestros cuestionamientos podemos conocer otras perspectivas sobre lo que inicialmente


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habíamos visto, podemos construir nuestras propias interpretaciones y comprensiones del mundo y entrar en diálogo con otras miradas sobre eso que observamos y vivimos. De esta manera, la apertura de posibilidades para nuestra vida y nuestro mundo viene ligada a la insatisfacción, no solo de la forma en que se nos presenta la realidad, sino también de ella misma. Una inconformidad que hace de llave para imaginar otras formas de ser y vivir con los demás. Un campo donde el deseo se convierte en motor de nuestras acciones en la búsqueda de posibles formas de materializar otros mundos posibles. En este proceso, en el cual podemos acudir a diversos elementos, es importante destacar el lugar de la memoria y la historia, pues el pasado es constitutivo del presente, por tanto nos es necesario para comprender mejor aquello que nos ha conducido como sociedad a lo que somos hoy, para recordar que no todo fue siempre igual y para mirarnos críticamente. La configuración de esta postura reflexiva es a su vez abono para imaginar otros mundos posibles, para soñar


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individual y colectivamente, e insisto en esto último porque en algún momento debemos darnos cuenta de que para realizar nuestros sueños debemos compartirlos, ponerlos en común y en negociación con otros. Ahora, la pregunta por cuáles podrían ser esos otros futuros nos demanda hacer una lectura de lo que somos y preguntarnos qué queremos cambiar y qué queremos preservar de nuestra realidad. Pues, aunque para algunos el mundo está bien así como está, para muchos su transformación es la única posibilidad para conquistar una vida digna. Si pensamos en lo que esto implica se nos abre un campo de acción bastante amplio y complejo, sin embargo empezaré por detenerme en uno de los que, a mi modo de ver, sobresale en la determinación de esa realidad que vivimos: el territorio 1. 1 Un territorio es el conjunto de vínculos de dominio, poder, apropiación y pertenencia existentes entre una porción o una totalidad de espacio geográfico y un determinado sujeto individual o colectivo. Pérez Martínez, Manuel Enrique. La conformación territorial en Colombia: entre el conflicto, el desarrollo y el destierro. Cuadernos de Desarrollo Rural (51), 2004.


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Este se configura a partir de las relaciones de dominio y poder entre los diferentes sujetos que habitamos un espacio geográfico, abarca ese lugar en el que desarrollamos nuestra existencia. Uno que no puede ser cualquiera porque como seres humanos, además de tener unas necesidades materiales, como cualquier ser vivo, tenemos unas demandas subjetivas, condicionadas por nuestra historia personal, donde el tipo de relación que establecemos desde nuestro nacimiento con nuestro hábitat tiene un peso en nuestras prácticas, costumbres y relaciones afectivas. Y si estas necesidades no están satisfechas, entonces hay un interrogante que cabría hacernos sobre ese lugar que habitamos y las herramientas que tenemos para transformarlo: qué conocimiento tenemos de nuestro entorno, cuál es el vínculo que tenemos con otros actores que inciden en ese espacio, cuáles son los recursos materiales e inmateriales con que contamos para intervenirlo; transformar esas condiciones de vida nos exige mirarnos


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a nosotros mismos como parte activa del territorio en que vivimos. Entre los sujetos que configuran las relaciones de poder sobre un espacio geográfico podemos identificar los que poseen la tierra, los que la trabajan, los que deben pagar por habitarla, los que tienen el poder para definir el uso de ese suelo, los seres vivientes que lo habitan, los recursos presentes y las normas que lo rigen… podríamos identificar muchos actores con diferentes niveles de incidencia. Pero también debemos tener presente que no todas las personas que influyen en la configuración de ese espacio lo hacen de acuerdo a las normas establecidas para este, pues el poder que las instituciones del Estado tienen para hacer cumplir las normatividades no ha sido tan fuerte como para impedir la emergencia de organizaciones autónomas y alternativas entre habitantes de algunos territorios, que emprenden la intervención de este a partir de sus necesidades y aspiraciones, aquellas que no han podido satisfacer en el marco de los programas estatales.


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¿Qué vida elegimos hacer?, ¿elegimos la vida que tenemos?, te invitamos a escuchar Combates en la Cultura, un programa radial de la Corporación Cultural Estanislao Zuleta


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Hoy podemos ver en nuestras ciudades el resultado de la organización autónoma y alternativa de muchos hombres y mujeres que llegaron a nuestra ciudad con la necesidad de hacerse a un lugar para vivir, construyendo barrios enteros por fuera de lo que habían concebido e imaginado inicialmente las clases dirigentes y grupos de poder. Muchas de estas personas llegaron con sus familias, en oleadas, desplazadas por la violencia, con pocos recursos, con la única opción de ubicarse en las periferias y duplicar sus fuerzas para hacerse a un lugar donde rehacer sus vidas; gran parte de lo que es hoy Medellín fue construido entre las décadas de los 50 y los 70 por hombres y mujeres que por años laboraron y cuidaron del hogar durante el día, aprovechando las noches y fines de semana para construir su barrio. Hoy nuestras ciudades siguen creciendo, y cada vez es más difícil habitarlas en sus periferias, en sus centros, en sus laderas. Nos encontramos con la desconfianza de los habitantes del barrio, sabemos de la distribución de poderes


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entre combos - aunque no los conocemos - y en ocasiones podemos sentir la incipiente presencia de la administración local, que casi siempre elige la vía de la represión para decirnos que está cumpliendo con su deber. A pesar de todas estas dificultades algunas comunidades, sujetos colectivos, siguen construyendo sus barrios y, aunque hacerlo implica sobrepasar grandes retos en ese diálogo con el Estado, con los funcionarios de turno, con los poderes paraestatales, con otros actores del mismo territorio, persistir en esa conquista es la esperanza de encontrar un aliento para sus vidas: un lugar digno para vivir y compartir con otros, además de ser un acto que les permite valorarse a sí mismos como sujetos políticos. Las presiones sobre los territorios autoconstruidos puede llevar a las comunidades a buscar un nuevo lugar para vivir, sufriendo un doble desplazamiento, mientras aquellos que deciden resistir a las crisis y presiones sobre su territorio deben acudir al conocimiento


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que tienen de este, a su creatividad, a su fuerza colectiva, a sus saberes y a su confianza para encontrar la forma de permanecer: amortiguando los efectos de algunas problemáticas. Si bien las carencias en la necesidades básicas: alimento, salud, educación, vestido, son las que principalmente se presentan por la inestabilidad económica, en la palabra de quienes han trabajado para resistir a las oleadas de violencia sobresale la reconstrucción de la confianza como la labor más compleja y la más importante para recuperar el tejido social, de manera que la comunidad pueda emprender otros proyectos culturales, ambientales, económicos, sociales o políticos 2 que también son necesarios para su existencia. Con la mirada puesta en conquistar unas condiciones de vida más digna: poder cubrir 2 La dignidad de la vida no se mendiga, se toma. Conversación pública con Servio Urzola y Fernando Zapata. 1 de agosto de 2018. http://corpozuleta.org/cmago2018.


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las necesidades básicas de alimentación, techo, salud y educación, es como desde la década de los 60 se empezaron a configurar algunos movimientos sociales nuevos 3, entre los cuales hay unos que buscan mejorar la calidad de vida en sus territorios, y que en algunos casos se han visto permeados por otros movimientos, también recientes, que trabajan para lograr unas relaciones de género equitativas, la ampliación y el respeto de los derechos de las personas LGBTI, la protección de los diversos ecosistemas del planeta, por mencionar algunas de las luchas que convergen. Son movimientos, como dice Riechman, que tienen en común una organización más horizontal, en forma de malla, con metas mucho más puntuales y situadas principalmente en lo local 4: se enfocan en conquistar unas políticas públicas específicas, derechos, acuerdos 3 Los movimientos sociales son agentes colectivos que intervienen en el proceso de transformación social (promoviendo cambios u oponiéndose a ellos)


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puntuales, diferenciándose en esto de los Movimientos Sociales tradicionales, cuyas estrategias y estructura organizativa implican un enfrentamiento más frontal con el Estado. Esto no quiere decir que en las apuestas de los Nuevos Movimientos Sociales se deje de prestar atención a lo que sucede con el Estado, de hecho lo asumen como un interlocutor, sin embargo sus aspiraciones en algunos casos parecen más moderadas: ya no pretenden la transformación del sistema económico y político, en cambio le apuestan a la definición de normas y programas que atiendan demandas y necesidades puntuales relacionadas con aquellas nuevas realidades que sitúan en el horizonte de lo deseable. Quizá este cambio se deba a una postura más práctica, de aquello que resulta más probable lograr, atendiendo al popular verso de “el que mucho abarca poco aprieta”. Estamos finalizando la segunda década del siglo XXI, y tras algunos periodos en que buena parte 4 Riechmann, J., Fernández Buey, F. Redes que dan libertad. Introducción a los nuevos movimientos sociales. Editorial Paidos. Barcelona, 1995. Pag 77-78


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de los gobiernos de América Latina estuvieron bajo regímenes de izquierda, vemos como se viene dando de nuevo un giro hacia la derecha tras las elecciones en varios países, de nuestro continente y de otros. Aunque no es algo nuevo que el poder estatal quede en las manos de gobiernos con propuestas neoliberales, nacionalistas y xenófobas, es un hecho que pone en alerta tanto a los nuevos como a los viejos Movimientos Sociales de izquierda, y para quienes comparten las apuestas por un mundo pluridiverso, democrático, equitativo. Este hecho nos debe llamar a una reflexión sobre las experiencias recientes de la izquierda Latinoamericana. Por el momento nos evidencian que es insuficiente con llegar a ser jefe de estado para lograr una transformación de fondo en los principales problemas de una sociedad, porque más allá de la eficiencia y la lealtad de la persona que asume un gobierno con los proyectos políticos de los cuales proviene -sin negar que esto es necesario-, cualquier presidente, hombre o mujer, que represente


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una ideología opuesta al sistema ideológico hegemónico se enfrentará a mayores dificultades para la implementación de cualquier política pública, mucho más si se trata de propuestas que busquen una redistribución de la tierra o de los ingresos, por el simple hecho de que la clase dominante de un país no pierde la totalidad del poder con la elección de un presidente, tienen varias alternativas para obstaculizar cualquier medida reformista a través del poder burocrático, el lobby internacional, el manejo de la opinión pública, entre otros. Cada sociedad tiene diferentes momentos en que es más propensa al cambio o al statu quo. La nuestra vive una situación particular, en la que cada vez se hace más visible lo insostenible de las lógicas en que desarrollamos nuestra vida, de nuestro ritmo de producción, pero a su vez vemos que hay una fuerza que se opone a cambiar esto: que le apuesta a la continuidad del sistema capitalista, a la ampliación de la brecha de desigualdad, al derroche de los recursos naturales, a la explotación de los seres


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humanos para obtener mano de obra barata, a lo cual debemos sumar las políticas fascistas que vienen cobrando popularidad. Todo indica que no han sido suficientes los diferentes proyectos que desde hace años se vienen implementando para sumarse a la demanda de un sistema de producción sostenible, de una distribución equitativa de los recursos, del respeto a la diversidad humana y todas las formas de vida. ¿Cómo nos explicamos esta polarización en un mundo donde la mayoría se está identificando con las políticas opresoras, un mundo donde la mayoría hace parte de ese amplio grupo que está siendo afectado por esas lógicas de la destrucción que mencionaba antes? ¿Cuál es la mirada que han construido del mundo y de sí mismos? Para no seguir perdiendo lo poco que hemos conquistado en derechos humanos, para seguir conquistando otros, no podemos perder de vista esa realidad de la cual somos parte, saber leer nuestro presente y encontrar de nuevo la forma pertinente con la cual podemos transformar el


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lugar en que vivimos. Vale la pena centrar la mirada en la cotidianidad como el lugar desde el cual también se puede conquistar otra realidad, aunque sea en un contexto pequeño. Persistir en la vida misma obliga a valorar las herramientas y los conocimientos que se tienen para esa lucha y que primero es necesario empezar por lo que nos es más cercano, conocer bien el espacio en que nos movemos y las relaciones que allí se dan. Necesitamos seguir construyendo nuevos Movimientos Sociales que le apuesten a la pluralidad, a la democracia, a la solidaridad, que en las diversas formas organizativas que pueden cobrar, continúen incidiendo en la cualificación de la vida cotidiana de las personas, en la construcción de autonomías y en la descentralización del poder. El trabajo cultural guarda muchas posibilidades para estas transformaciones: desde el conocimiento, las ideas, el arte, los hábitos, se pueden construir otras miradas sobre esa realidad que vivimos, generar alternativas al orden hegemónico que se recibe como


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natural o por imposición. Si bien las prácticas culturales solas no pueden cambiar el sistema económico, ni el político, desde ellas se pueden generar prácticas sostenibles que fortalecen el ejercicio democrático, crítico y solidario. Son fuerzas de resistencia frente a un orden que se mueve bajo las lógicas del individualismo, la competitividad y el autoritarismo, y aunque su oposición no implique un cambio en la totalidad del sistema cobra un valor importante por ser la manifestación de la dignidad de una comunidad, que valora sus conocimientos, se sabe creativa y desde allí asume su lugar de combatiente a una economía y unas lógicas del poder que le han sido impuestas. Unas luchas donde el poder cobra una dimensión compartida, no individual.


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El Arte ha muerto. La poesía está en la calle Por Eduardo Cano Uribe

I Relata el conocido pasaje bíblico que en el principio fue el verbo. Que primero el creador pronunció la palabra y después se produjo el fenómeno. Que primero fue la palabra luz y después se hizo la luz, que primero fue nombrar las plantas y a continuación estas germinaron, que primero dijo que habría un hombre y después este surgió modelado como una escultura. Si bien la narración se sustenta en el mito, su idea sigue siendo sugestiva: es por el lenguaje que hacemos el mundo, que cimentamos la realidad, que se hace la cultura y, desde sus diferentes posibilidades, la palabra, el gesto, la imagen, los símbolos, es que conocemos, nos reconocemos, que transmitimos y nos relacionamos.


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II Negra soy Mary Grueso ¿Por qué me dicen morena? si moreno no es color yo tengo una raza que es negra, y negra me hizo Dios. Y otros arreglan el cuento diciéndome de color dizque pa’endulzame la cosa y que no me ofenda yo. Yo tengo mi raza pura y de ella orgullosa estoy de mis ancestros africanos y del sonar del tambó.


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Yo vengo de una raza que tiene una historia pa’contá que rompiendo las cadenas alcanzó la libertá. A sangre y fuego rompieron las cadenas de opresión y ese yugo esclavista que por siglos nos aplastó. La sangre en mi cuerpo se empieza a desbocá, se me sube a la cabeza y comienzo a protestá. Yo soy negra como la noche, como el carbón mineral, como las entrañas de la tierra y como el oscuro pedernal. Así que no disimulen llamándome de color diciéndome morena porque negra es que soy yo.


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Mary Grueso parece hacerle honor a su apellido. Tiene la estructura descomunal de una montaña, el color oscuro de la tierra cavada en lo profundo y al verla y, principalmente, al escucharla, da la sensación de que ella tiene un origen mítico y que por eso nació de las olas del océano Pacífico. Mary es negra y sorprende con su mole de carne, es alta, gruesa y se mueve como si fuera viento de piedra. Tiene los labios sonrientes y pintados de un escarlata intenso y su voz parece la de una marinera que nos ordena atención en altamar. Ella misma parece un puerto al que hay que desembarcar. Su palabra es cresta de ola espumosa que lleva arena y sonidos de otro continente. No habla sino que canta porque de su interior salen pájaros. La piel de Mary se parece a la noche estrellada que te abraza en una hamaca. Mary es del litoral pacífico, descendiente de esclavos, nació en regiones de la oralidad, o para ser más preciso, de la corporalidad, en donde la palabra se transforma en un músculo más. Por eso la escritura le llegó en segundo lugar.


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Mary se casó con Moisés y él, como el del Antiguo Testamento, le abrió el mar de la vida y después se fue sin quedarse en la tierra prometida. Ella no se imaginó que la partida la iba a poner a navegar en la poesía en la cual iba a cantar su cultura, sus paisajes, sus calles, las tristezas y dignidades que conoció desde pequeña en el Cauca. Mary ha pasado por el Valle, por Cundinamarca, por Antioquia y hasta en el norte de América la han escuchado declamar. Es profesora, maestra, madre y nunca se ha avergonzado de ser mujer negra. Ella siente que la poesía está en todas partes, como un espíritu ambulante, sin embargo sabe que para encontrarla debe leer y escribir y seguir entonando con su vozarrón. Tal vez su cultura mítica le lleva a decir que el Arte está como una especie de dios eterno en las hojas de un árbol, mientras que en la práctica ella demuestra que por el contrario es el hacer el que produce su obra. Al escucharla uno tiene la sensación de que muchos años después, cuando ya no estemos


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por este planeta, su voz seguirá tronando entre corredores y caminos de paso fundiéndose con las flores y el viento.

III Entre la multiplicidad de carteles y consignas que nos dejaron las paredes y los gritos que conmocionaron a París en Mayo de 1968 hay dos en particular que nos recuerdan nuestra compleja relación con el mundo de la belleza y del Arte. Un cartel que muestra la figura de una joven lanzando un libro, proclama: “La belleza está en la calle.” Y en una pared apareció pintado el manifiesto: “El Arte ha muerto. Liberemos nuestra vida cotidiana.” Ninguna de aquellas frases tiene una autoría definida, y esa era la intención: que la sociedad entera fuese la portadora de una voz. Una vuelta a la comunidad, un rechazo al estatus del genio burgués, una invitación para liberarse de la rutina de imposiciones de la élite que conducen a una de las fantasías modernas: el progreso. Ambas consignas son resultado del cansancio,


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La beauté est dans la rue. Cartel. 1968

del tedio, de una existencia que para la juventud estaba atada a la trampa de discursos elegantes. El ejemplo del 1968 en París se difundió pronto en otros lugares y la misma estética del cartel ha servido de referente para cuestionar y transmitir reflexiones de una contundencia en principio arrolladora. Sin embargo, ante aquellas dos consignas queda la ineludible pregunta: ¿Qué relación tenemos con lo que llamamos “Arte”?

IV Arte ¿Cómo definirlo? ¿Acaso su significado siempre será expandido y por igual razón


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esquivo e inaprensible? ¿Debemos quedarnos con la institucionalidad que lo reclama, aquella que denunciaron las marchas de Paris? ¿Nos conformamos con ese soplo divino como lo siente Mary Grueso? ¿O preferimos ahora la ligereza del entretenimiento o el vacío de aquello que vamos dejando sin nombre ni definición? ¿A dónde está el “Arte”? ¿A qué distancia de nuestro ser, en qué personas o sociedades? Imagina que caminas por las calles, -o mejor ¿por qué no lo haces de nuevo?- y verás ese algo humano que las impregna con imágenes al azar o bien organizadas, con palabras, sonido, olores, gestos en los que se percibe el trazo nítido de alguien o acaso difuminado, como si fuera una brisa, como si se tratara del sudor de los espacios, de la ciudad, de las distintas generaciones que han caminado por donde vamos. Allí está un muro en el que una mano escribió, más allá un vehículo pasa por la avenida y por un instante logramos atisbar un brazo tatuado, del otro lado un niño corre por un jardín en el que alguien lee, más adelante las puertas de un museo nos invitan a entrar porque hay esculturas y


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cuadros, cerca pasa un fotógrafo que furtivo quiere capturar el rostro de una mujer que lo ha impresionado y se oculta tras la silueta de dos amigos que conversan. El mundo nos presenta las marcas del tiempo, cicatrices que se deshacen, las que pisoteamos o indiferentes dejamos a un lado porque simplemente nuestra atención no alcanza a enfocar la riqueza brillante y nauseabunda que se nos ofrece: publicidades, dibujos, ventas, semblantes, atuendos... Tal vez la calle será siempre una fosa llena de extraños tesoros, unos que hay que descubrir, que hay que hacerlos lenguaje para darles un contorno, y quizás también habría que hacerlos Arte con los lenguajes posibles para darles existencia.

V El Arte llega a ser porque hay lenguaje que hace al Arte. No habría poema sin palabra, sinfonía sin sonido, canción sin la voz. Y del mismo modo, lo que aún ambiguamente llamamos todavía Arte, existe porque hay humanidad


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para crearlo. Sobre el lienzo o el papel de los cuadros que pintó Débora Arango por allá en Envigado debe haber bacterias o quién sabe qué clase de organismos microscópicos para los cuales la pintura no es propiamente una obra sino su medio ambiente, sin ningún universo metafórico. Por ello las producciones del Arte se hacen por, para y con los seres humanos y las realidades que les conciernen: el cuerpo, la memoria, la finitud, la morada... Los lenguajes a los que accede el ser humano no se comportan como diccionarios de los que se extraen lo que se requiere, como una caja de herramientas en las que a cada realidad se le confiere una llave para girar la tuerca del significado. Así es que para hacer que la palabra común tenga la potencia del poema, para que la línea sin ambiciones pueda convertirse en dibujo se requiere más que aprender a hablar y más que tener pulso. De ahí esa paradoja del Arte: con los lenguajes con los que se hace la vida cotidiana se llega a configurar la expresión más elaborada. Con las pinturas con las que se


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hace un grafiti irrelevante se puede pintar un mural extraordinario, con las palabras con las que elaboramos una lista de mercado es posible componer un relato. Así es que primero será siempre el lenguaje y después la posibilidad del Arte. De ahí esa sugestiva y engañosa conclusión que hace eco de un lugar común: que cualquiera que juega a crear con una caja de pinturas, que cualquiera que toma un lápiz para escribir o cualquiera que toca un instrumento es de por sí un “artista”. Sería como decir que por poner una cura se es médico o por hacer las cuentas del mes ya se ha graduado uno en economía. Tenemos que el lenguaje es un nexo con el mundo y por eso condiciona y modela nuestra manera de ser, de pensar, de comportarnos y de comprender. Y el Arte es la elaboración, el juego, la metáfora, la materialización y la elevación del lenguaje o de los lenguajes en sus distintas manifestaciones: el color, el cuerpo, el sonido, la lengua, etc. De esa manera sabemos


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Conversemos sobre el arte y lo poético, eso que “ha muerto” pero que está vivo en la ciudad de distintas maneras, te invitamos a escuchar Combates en la Cultura, un programa radial de la Corporación Cultural Estanislao Zuleta


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que todo Arte es lenguaje más no que todo lenguaje es Arte del mismo modo en que todo Arte entra en la estética pero no que la estética es un sinónimo del Arte. Entonces ¿quién hace Arte? Gombrich subraya en su Historia del Arte que no hay Arte sino artistas. Es decir, seres humanos que han llegado a darle complejidad a sus respectivos lenguajes y que tratar de unificarlos en un solo concepto tiene una dosis de pretensión e ingenuidad. El callejón sin salida nos bloquea: el Arte lo hacen los artistas, como no hay Arte o Arte es cualquier cosa los artistas no existen o son cualesquiera. De a poco la sugestiva frase de “El Arte ha muerto” repetida en diferentes voces se hace sentir. ¿Qué es lo que ha muerto? La palabra Arte se ha balanceado entre diversos significados históricos: Ha sido una técnica, la habilidad para ejercer un oficio, la sabiduría, la copia de la naturaleza, la inteligencia para generar un orden, la capacidad creadora, la institución, el objeto coleccionable en el cual


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se invierte. Pareciera que al día de hoy el uso último vinculado al capital es el que toma fuerza, no obstante sabemos que es un uso entre tantos. Si dejamos a un costado el dramatismo y nos preguntamos mirando en otra dirección quizás el asunto se hace menos presumido y escurridizo: ¿Ha muerto realmente la necesidad de llevar a otras dimensiones los lenguajes convirtiéndolos en Arte?

VI Hoy, como en los tiempos de los griegos o de los indígenas que comenzaron a poblar las cordilleras americanas, permanece una necesidad y una facultad de orden estética: cantar, narrar, pintar, danzar… Necesidad que en matices ha estado asociada con la utilidad y la inutilidad material y simbólica. Cada generación comparte esa necesidad en distinto grado al expresar las bellezas y los desastres que le acontecen dejando para sí y para las demás generaciones un testimonio. Han cambiado ciertamente las épocas, los territorios, formas de relación, las técnicas, aunque ha permanecido


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algo nacido en el ser humano, pasado por el lenguaje y elevado sobre lo que se perdió en los desastres de los tiempos o sobre lo que es en buena medida lo común y corriente. Es en ese ser distinto que me interesa ubicar al Arte y por tanto resaltar no su muerte sino su fluir, su existir, su transformar. Aún en nuestros días sigue siendo una necesidad tomar el lenguaje para crear una forma compleja y profunda. Esa sería una definición del Arte: La creación de una forma compleja y profunda desde un hacer material y simbólico soportado en la tradición. Tal forma es portadora de múltiples sentidos que pueden rivalizar, interrogar, dialogar, reparar y recrear el mundo. Es por ello que cualquiera puede hacer con el lenguaje, puede escribir un diario, usar su cámara, intentar un video; sin embargo, no asimismo cualquiera llega a la creación de formas complejas y profundas. Aún sin la garantía de lograrlo, lo puede alcanzar quien trabaja en el lenguaje. Mas ¿qué le da la calidad de “compleja y profunda” y por lo tanto de “artística” a la forma que se consigue


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con determinado lenguaje? ¿No es así que se termina en la idea del especialista y del genio? Parece que solamente a través de una institución se espera validar semejante categoría. Prefiero apelar a las razones iniciales de este escrito: lenguaje y humanidad. Si el Arte es elevarse por encima de los lenguajes en lo que tienen de ya conocidos, la calidad de lo artístico está en la capacidad para manifestar, expresar y trascender las tensiones de lo humano. Como ya no creemos en la musa griega, aunque siga siendo sugestiva su presencia, nos aferramos a la genialidad moderna, un invento de origen kantiano y romántico que se basa en que la persona que tiene el talento es creador afín a la Naturaleza. En esa vía la creación se restringe a las labores de un elegido. Me parece cada vez más importante pensar en la capacidad latente que tenemos para elevar nuestra relación con el lenguaje según nuestro contexto. Es tan válido el intento creativo de las personas y de la sociedad. En ese sentido ¿en qué consiste esa necesidad de elevar


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el lenguaje desde un hacer individual y colectivo como creadores o intérpretes críticos? Reflexiona María Zambrano que la poesía es huída y búsqueda, requerimiento y espanto, ir y volver, un llamar para rehuir, una angustia sin límites y un amor extendido. En este caso no hay mayor distinción entre el artista y el poeta ni entre lo Artístico y lo Poético. De ahí que la necesidad en el Arte es afín a la de la poesía: huir y buscar. ¿De qué huimos y qué buscamos? Chesterton dijo alguna vez que el viaje más largo es aquel que emprendemos para volver a casa. No sabemos cuándo comienza, quizás apenas damos un paso afuera de nuestro hogar y muchas veces, cuando creemos que vamos en búsqueda de otro paisaje, cuando suponemos que nada de nuestro pasado nos ata, es cuando de a poco nos vamos aferrando a él. Huimos de nosotros para buscarnos del mismo modo en que el hijo abandona a su padre justo cuando más empieza a parecerse a él. Esa paradoja nos define: ser diferentes y


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semejantes. Así como no hay ser humano que sea tan extraordinario que todas sus dimensiones sean ajenas al resto de la humanidad, tampoco lo hay que no tenga una singularidad propia. Nos debatimos entre el ser como los demás y el ser diferentes a los demás. Somos como los demás desde lo biológico y en lo que llamamos lo “Universal”: el conjunto de experiencias, saberes, tradiciones, emociones, pasiones, dramas, tragedias, formas y demás dimensiones que encontramos en los seres humanos del pasado, del presente y, aún sin conocerlos, del futuro. De ahí tan común el amor, el sufrimiento y la muerte en los catálogos de historia. Desde la China hasta los aborígenes del Amazonas. Y somos singulares pues solamente a cada cual le corresponde tener una experiencia y ser la síntesis de distintas generaciones y discursos posibles. Por ello muchos han hablado de familias y regiones en decadencia mas solamente García Márquez la volvió Cien años de soledad, muchos han atestiguado la violencia y únicamente Obregón la ha


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pintado como el paisaje desgarrador de una mujer; cuántos reporteros han pasado por el sufrimiento ajeno y solo Jesús Abad Colorado se ha detenido a mostrarnos el claroscuro del conflicto colombiano, y decenas de pueblos han sufrido masacres, mas fueron en nuestro país las Tejedoras de Mampuján quienes quisieron volver sus dolores un tejido.

VII

Desplazamiento. Tejedoras de Mampuján. Tejido. 2006


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Semejante a un dibujo infantil las montañas aparecen en su simplicidad como verdes ondulaciones y las casitas, repartidas a través de la tela, recuerdan las de los pesebres alrededor de los cuales nos reuníamos en navidad a cantar los villancicos. Un río con algunos peces, el sol redondo, los árboles y las flores finamente terminados no prefiguran el desastre para el que sirven de escenario. Hombres oscuros y uniformados (sí, todos deben ser hombres) amenazan y agreden a las habitantes del caserío (sí, la mayoría son mujeres) que pronto tienen que dejar su cielo, su tierra, sus hogares, sus animales, sus amistades, siguiendo la diagonal de un camino que visto a lo lejos también nos parece lindo. Unos lo abandonan porque están vivos, otros porque están muertos. De a poco y de verlo más y más el tejido se llena de gritos, nos transmite el pavor, la rabia y la impotencia. De a poco consideramos que las figuras se mueven y nos sentimos entre el llanto y las órdenes crueles de los anónimos camuflados. En el tapiz las tejedoras dejaron


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sus lágrimas hiladas con su propia historia. Allí están ellas, sus vecinos, los invasores. Lo titularon Desplazamiento ¿qué otro nombre podría recibir? De ese modo Las tejedoras de Mampuján comenzaron a hacer lenguaje su dolor, a compartirlo, a contar su historia, a intentar, con todo lo pesado que es, pasar al perdón. No es fácil decir si lo concedieron completamente. Tampoco importa si el acabado es obra de la genialidad, lo más valioso es que aquellas mujeres del corregimiento de María la Baja no se dedicaron a zurcir calcetines para reprimir su tragedia sino que elevaron el lenguaje del que dispusieron en el tejido a algo trascendental para ellas y materializaron en obra dándole significado y contenido a su dolor. Las figuritas continúan allí, los victimarios y las víctimas, y ellas lo saben, probablemente no se acostumbrarán tanto como para cobijarse en una noche fría, y no obstante lo dura de la imagen, algo de abrigo les ha brindado. Las tejedoras huyeron de su tierra y luego la buscaron. Para ellas el Arte fue otro Desplazamiento. Huyeron


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de sus memorias pero irremediablemente volvieron a ellas, porque no hay salida, porque el hacer en el Arte conduce a la confrontación ante el espejo. Porque el Arte se configura a través de las experiencias que se nos hacen irrenunciables, las felices y las desgraciadas, y por eso hacer Arte es mantener un hilo enhebrando el alma con la carne, penetrándola como el gusano, como un ánima que la desgarra y la significa y le da espíritu a la existencia, a la memoria, a la morada.

VIII La morada es el lugar, el escenario, la habitación, el espacio significado. La ciudad es la morada que cada vez más personas tienen, aman o les queda para sobrevivir. La morada es visceral, carnal, geográfica, histórica, imaginaria. La ciudad, como una morada expandida, como un laberinto lleno de significantes o de vacíos, es escenario de cruce de lenguajes, de choques, conflictos, diálogos y silencios. Los lenguajes elevados en el Arte, nacidos en la morada de la urbe o la rural, adquieren en nuestro tiempo


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mayor amplitud y una mezcla de relevancia y de anonimato en las lógicas urbanas. Es en ellas en donde nos interrogan, reflexionan y renuevan. Es en la morada, en la relación que en ella se teje, en donde el Arte toma autonomía, se hace cargo, se vuelve responsable de lo que sucede. Es decir, el Arte se hace libre vinculado a la morada y al ser que la habita. Por eso el artista tiene la opción de señalar, de declarar insatisfacción, de protestar, de expresar lo que no ha sido del todo expresado por los demás, de ritualizar, de simbolizar, de crear la metáfora para huir y buscar la realidad. Es así que el Arte nos desnuda, nos pone ante nuestras prohibiciones y deseos, media entre nuestros absurdos y desenfrenos y, sobre todo, le hace una brutal radiografía a la moral que exhibimos como un cofre de oro repleto de insectos descompuestos.


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IX

Adolescencia. Débora Arango. Óleo sobre tela. 1939

La joven aparece recostada, no sabemos si está sobre una grama o reposando en algún lecho. Acaso hay un aire de placidez, de plenitud, semejante al que ocurre antes o después de un orgasmo. La vemos desde abajo con su vestido rojo subido y abierto enmarcándole las caderas, con la mano izquierda se cubre los ojos que por ese cabello rubio deben tener el color de las esmeraldas. El brazo derecho descansa a lo largo de su cuerpo y nos guía con su mano


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hasta una flor que es al mismo tiempo la llave que abre el cruce prohibido que conduce a los pétalos del placer y la prohibición. Las piernas están a punto de abrirse o se han cerrado hace un segundo, las elevaciones de sus glúteos carnosos, tensos y provocativos, están a un sobresalto con las cosquillas que los pétalos están por producirle. Tal vez la boca de la joven esbozará una sonrisa y la “X” que dibuja con sus piernas se convertirá en un “M” amplia y desbordante de goce y relajación. Débora Arango pintó este cuadro, por allá en el año de 1939, en tierras de doble moral. Seguramente sabía que más de un rostro se iba a sonrojar no tanto porque le repulsara el cuadro sino porque el espectador vería sus deseos reprimidos, lo que sueña en silencio, lo que lo tiene atragantado y simula aligerar con frases religiosas y delicadas. La pintora tituló su obra Adolescencia para hacerlo aún más natural y provocador y lo colgó para una exposición en el Museo Zea de Medellín. Cuando en esa época los curas mandaban en la villa tanto como el


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padre dentro de las faldas de sus hijas, Monseñor García Benítez la recriminó y le prohibió pintar más desnudos. La artista le preguntó si a Pedro Nel lo había amenazado igualmente por pintar desnudos. “Es que él es hombre”, respondió el Arzobispo. A lo que ella replicó: “No sabía que existieran pecados de hombres y pecados de mujeres”. Indudablemente para el arzobispo sí había pecados para el hombre y otros para las mujeres, o al menos el perdón hubiese sido fácil de conceder o de comprar en uno u otro caso. Del mismo modo es usual comprobar que la moral que llevamos en la boca no se corresponde con la que metemos al camisón o al bolsillo. Es gracias a un acto como aquel, el privado de pintar y el público de mostrar la obra y controvertir, que la ciudad logra interrogarse. Pues ¿qué persiste que merece ser expresado? ¿Qué nos sigue hablando desde la habitación, desde la calle? Medellín tiene distancias y semejanzas con las que atacó a Débora Arango. Nuevas adolescencias han llegado, se han


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ido, han sido asesinadas, han envejecido, han muerto. La ciudad se ha destruido y edificado en un ritmo en el que las dimensiones de lo poético, de lo bello, no estén circunscritas a un ámbito meramente cerrado ni son simplemente un acto institucional. Si el Arte no ha muerto sino que se ha transformado, también es así con las relaciones, con los lenguajes que nos hablan de lo que somos, con lo que nos agrada y desagrada, con las percepciones de la morada que habitamos entre las montañas. Por eso la adolescente que pintó Débora Arango continúa presente y se ha levantado, permanece y ha cambiado de lugar. Tiene otra y la misma calle, la rodea un mundo que la mira, la condiciona y la desea.


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X

Portadas de Universo Centro #7 y #16. Fotografía: Juan Fernando Ospina

Ella levanta con el lápiz su falda escolar y nos deja ver la ropa interior camuflada como si nos hiciera una advertencia y a la vez nos retara. Él desabrocha su pantalón para que veamos la estrella que corona el arma que lo resguarda. Ella esboza una sonrisa mientras lee, o finge leer, El Arte de la Guerra. Él tensiona su abdomen para que veamos los músculos que anticipan su virilidad. A ella le importa poco que en el salón del colegio en el que pasa la mañana cuelgue un mapa de la


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República de Colombia, porque intuye que su única patria es su cuerpo. Del sexo de él nace pintado el símbolo de la pujanza, el edificio en forma de aguja que teje y lastima coronado por una bandera que lo hace parecer tanto una erección como un naufragio. La silla escolar en donde ella espera no tiene la fuerza para atraparla y sin embargo ese gesto de revelar su intimidad tiene que hacerlo a escondidas. En cambio él no tiene escenario, está adentro como afuera y, si se le antoja, puede salir a la calle tal como lo ha capturado el fotógrafo. Ella, en algún instante tan largo como dure su jugarreta, dejará que la falda caiga aunque ya nos ha hecho saber que su sexualidad es su campo de batalla. Él, de abrocharse el pantalón, saldrá pronto y ajustará en su cintura el arma que le falta. La ciudad en la que han crecido ha hecho que ella esté entre el ocultarse y el exponerse y que él conviva entre el demostrar y el silenciarse. Seguramente si él la ve a ella querrá someterla. Acaso si ella lo ve a él querrá desafiarlo.


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Quizás ella no se dará cuenta de que se está preparando para una guerra que no tiene final. Él está definido por su sexo, por su ambición y por su capacidad de matar. A ella la define su astucia para simular, para resguardarse y atacar. Ambos saben que su cuerpo es una máscara, pero las máscaras también dicen la verdad. En el Parque del Periodista, en el de San Ignacio, en la silla del metro, en una oficina, alguien habrá visto estas fotografías y pasó de largo, otro buscó en los contenidos del periódico algo de su interés. No faltaría la gente de bien que pensó que eran vulgares y grotescas, que no se acercan a las asépticas y retocadas modelos que consume en las revistas de farándula. Tal vez las imágenes sugieran algo más de nuestra realidad, me parece que sin querer queriendo hacen visible toda la ciudad, la cultura y el conflicto entre el ser y los poderes que lo someten.


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XI No hay encuentro que no suponga el ajedrez del poder. No hay lenguaje del Arte que no revele la tensión entre el desafío y el sometimiento. No hay morada que no limite y agreda así como tampoco la hay no deje un poco de aire para expresarse. Ante la asfixia de la moral, de la violencia, de la memoria unos cantan, otros imaginan, hay quien pinta en reserva o a la vista de la comunidad tratando de hacer algo para reclamar libertad, para devolverse su propia integridad. Mary Grueso llegó a la poesía para saber quién era y estar orgullosa de ello. Las tejedoras de Mampuján hilaron colchas para recuperar lo perdido, para restablecerse a ellas mismas. Débora Arango no cedió ante la humillación adornada con crucifijos. El Arte es la construcción con el lenguaje para resistir, para comprendernos.


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XII

Puesta en escena de Cuerpos Gramaticales para conmemorar 13 años de la Operación Orión. Medellin.

De la tierra sale una mujer como si estuviera sembrada. Ella se erige y se sostiene aunque, si bien es fuerte, la vida la ha debilitado. Por eso necesita echar de nuevo los pies bien adentro para que se vuelvan raíz, para que beban de la savia que las injusticias tratan de secarle. Su rostro está golpeado pero sigue íntegro, tiene los gestos del sufrimiento y de la dignidad. Una pintura que tiene los colores del atardecer la decora desde las mejillas hasta la frente, la revela y la enmascara. Representa un árbol:


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la mujer es también el árbol. Junto a ella una pequeña planta, la cual podría simular un vástago, vive y espera ser tan grande para darle la sombra y el cobijo que le han negado. Muy cerca el retoño de su vida se hace presente en la forma de una pálida fotografía. El retoño vistió con traje y corbata, tenía el corte de cabello bajo y apenas un bigote le asomaba. Fair Leonardo Porras Bernal, 26 años se lee en la fotografía para que no olvidemos, para que ella, su madre, tampoco olvide, para que su historia, como la mujer intenta hacer, eche raíces. Ella es Luz María Bernal y hasta que su cuerpo vuelva a ser abono nutriendo nuevas semillas elevará su voz más fuerte que la de las injusticias que el Estado cometió contra ella y las demás madres de Soacha. Pero también ella es cualquiera, es las demás, es la que no ha podido darle voz a sus gestos y es aquellas que en la Comuna 13 lastimó la Operación Orión y sepultó en La Escombrera las pruebas de la infamia. En la imagen vemos a Luz María haciendo parte de la experiencia Cuerpos Gramaticales iniciada por AgroArte, el colectivo que mediante música,


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plástica y agricultura hace creación, resistencia y encuentro sentido y reflexivo. A diferencia de la adolescente de Débora Arango o la que nos desafía desde la escuela, buena parte del cuerpo de María está enterrado, invisible a la mirada, sus piernas están en otra encrucijada, se han hecho mito e historia. Y su cuerpo no se expone en la distancia sino en un parque, cruzando la calle San Juan frente a La Alpujarra, un centro de poder, disputando con el discurso oficial. En la casa y en la calle están los escenarios vivos en los que unos y otros nos encontramos, nos estorbamos, en silencio o en cuerpo presente. No sé si María Bernal conoció a Mary Grueso, o la escuchó recitar en algún lugar que compartieron siendo dos desconocidas. Imagino que la negra le escribió los versos a la mujer de Soacha y se los dedicó con su voz de animal desgarrado: Oigo tu nombre por todas partes y el olvido no acude a mí mi corazón sangra al oír tu nombre implorando al cielo qué hacer sin ti


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XII Gadamer propone en su ensayo La actualidad de lo bello una conjunción muy acertada mas no fácil de alcanzar: El Arte como juego, símbolo y fiesta. Es decir, la lúdica como un componente fundamental que nos posibilita estar y ensayar con los demás en tanto espectadores y jugadores activos; el símbolo como el medio de la metáfora, para ocultar y revelar, para ser y remitir, para llegar a múltiples sentidos; y la fiesta como el encuentro en la comunidad, para comulgar, ritualizar y conmemorar. Sea con mayor o menor éxito y desprendiéndonos por ahora de una visión institucional, la experiencia de Las tejedoras de Mampuján, la pintura de Débora Arango, las fotografías de Juan Fernando Ospina publicadas en el periódico Universo Centro y las acciones de AgroArte, Cuerpos Gramaticales, visibilizan cómo sigue viva la necesidad de elevar el lenguaje, de sacarlo del marco de referencia común, del efecto de la adulación propia del entretenimiento para tomar las formas de lo artístico y generar


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diálogos inusitados, para restablecer el daño sufrido y hacer algo con el resquebrajamiento del ser en medio de una moral, de una morada que lo hiere y lo confronta. A lo mejor el ciego de Homero tenía algo de razón: los dioses tejen desgracias para que las distintas generaciones tengan algo que cantar. Es como si las injusticias surgieran para no permanecer en la mudez y la indolencia, para que se nos imponga desde las entrañas hacer algo más con el precario lenguaje del que disponemos porque ¿si perdemos la necesidad de hacer complejo y profundo el lenguaje elevándolo en Arte, entonces de qué otra expresión nos valemos para huir de la existencia y al mismo tiempo buscar dentro de ella?


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Despertar y levantarse, muchas veces, ante la cultura patriarcal Por Jenny Giraldo García “Las mujeres siempre trabajaron. Un trabajo del orden de lo doméstico, de la reproducción; un trabajo no valorizado, no remunerado. Las sociedades jamás hubieran podido vivir, reproducirse ni desarrollarse sin el trabajo doméstico de las mujeres que, sin embargo, es invisible”. Michelle Perrot

La historia de las mujeres ha sido, sobre todo, la historia de sus luchas y reivindicaciones: el derecho al conocimiento, al trabajo y a la participación política han marcado grandes hitos en el desarrollo del feminismo como movimiento social y político. Hoy, cuando sube con fuerza una ola que grita por la plenitud de los derechos sexuales y reproductivos, o cuando requerimos hacer interpelaciones al sistema económico capitalista que procuren mejores


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condiciones para todos y todas y que señalen las estructuras de poder que lo sostienen, nos preguntamos: ¿qué significa ser feminista en la actualidad?, ¿cuáles son las luchas que hoy tenemos y las utopías que hoy perseguimos? El propósito de este texto es abrir posibilidades para reconocer el feminismo como un combate cultural. Un combate que se da de manera simultánea frente al capitalismo y al patriarcado, dos órdenes sociales imperantes que, de la mano, han afectado de manera particular a las mujeres. Primero, algunos conceptos que se nos cruzaron en la conversación y cuyos sentidos es importante dejar claros. Al hablar de feminismo nos referimos al movimiento social y político que se ha ocupado de la lucha por la igualdad de género entre hombres y mujeres, interrogando al patriarcado y, por tanto, a las relaciones de poder; hoy no entendemos el feminismo sencillamente como la reivindicación y lucha por los derechos de las mujeres, teniendo a


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los hombres como el referente a alcanzar, sino como el cuestionamiento a las formas en las que hoy concebimos el mundo, las relaciones, la producción, etcétera. En la comprensión de esas relaciones de poder aparece la de división sexual del trabajo, que hace referencia a la manera en la cual, históricamente, se han distribuido los roles productivos y reproductivos, perteneciendo los primeros al ámbito de lo masculino (hombres) y los segundos a lo femenino (mujeres). Esta división tiene un origen en las condiciones biológicas (macho – hembra), pues se asume que al ser la hembra la que está en capacidad de parir y amamantar, es ella quien debe hacerse cargo del cuidado del hogar. Y aunque no podemos decir que ha sido así en todos los momentos de la historia de la humanidad ni en todos los grupos sociales, es esa diferencia entre lo productivo y lo reproductivo y la asignación de roles de género la que nos ocupa para las reflexiones que hoy proponemos. También es crucial el concepto de género, que


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debemos entender como una construcción social y cultural que no necesariamente se vincula al sexo biológico y que, culturalmente, se presenta como una categoría que opone lo femenino y lo masculino. No es lo mismo el sexo biológico que la identidad asignada o adquirida; si en diferentes culturas cambia lo que se considera femenino o masculino, obviamente dicha asignación es una construcción social, una interpretación social de lo biológico; lo que hace femenina a una hembra y masculino a un macho no es pues la biología, el sexo, pues de ser así ni se plantearía el problema. El sexo biológico, salvo raras excepciones, es claro y constante; si a él estuvieran determinadas las características de género las mujeres siempre tendrían las características consideradas femeninas y los varones las masculinas, además de que éstas serían universales. (Lamas, 2004, p. 11)

Hablemos también del patriarcado: entendemos este como un sistema de dominación, tan presente y con tales niveles de penetración en todas las esferas de la vida privada y pública, que nos es difícil a veces reconocer y delimitar qué es y dónde se encuentra. Martha Moia define el


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patriarcado así: […] un orden social caracterizado por relaciones de dominación y opresión establecidas por unos hombres sobre otros y sobre todas las mujeres y criaturas. Los varones dominan la esfera pública (gobierno, religión, etcétera) y la privada (hogar). (Moia citada por Lagarde, 1990, p. 90)

La anterior cita introduce una caracterización del patriarcado que hace la misma Marcela Lagarde (1990, p. 91) y que nos permite una mejor comprensión de esta categoría, para entender luego por qué el feminismo es un combate cultural que se opone a lo que podríamos llamar ‘cultura patriarcal’. Según Lagarde, el patriarcado se define a partir de tres características: 1. El antagonismo genérico, es decir, hombres y mujeres (o lo masculino y lo femenino) situados en polos opuestos; pero, además, ese antagonismo no es horizontal, al contrario, supone la dominación de un género sobre el otro.


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Combatir el modelo económico, combatir el sistema patriarcal Para pensarnos este combate cultural nos encontramos con la economista argentina Mercedes D’Alessandro y su ensayo Si hay futuro es feminista, un texto que nos pone de frente a la pregunta por las relaciones entre las mujeres, la economía y el feminismo. En este, la autora señala que:


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Ante una desigualdad creciente, el feminismo propone la construcción de un futuro igualitario, justo, de solidaridad. De ese modo, se propone una profunda transformación social, porque conseguir la igualdad implica una inversión completa del mundo en que vivimos” (D’Alessandro, 2017, p. 46).

Los primeros movimientos feministas hicieron del derecho al voto su máxima bandera; las sufragistas esperaban que a partir de esta conquista se abrieran otros caminos; sin embargo, ahí era el hombre la medida de lo deseable: tanto el voto, como el acceso a la vida pública y a la educación o la igualdad salarial eran reivindicaciones que permitían a las mujeres alcanzar el universo de los hombres, de lo masculino. Pasados dos siglos de luchas, hay conquistas significativas en términos de derechos, aunque de manera lenta. Por ejemplo, apenas en la década de los noventa tres países alcanzaron el sufragio


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universal —Catar, Sudáfrica y Samoa—; y en la actualidad, dos aún no permiten el voto a las mujeres —Brunei y Emiratos Árabes—. Si tenemos en cuenta que los primeros brotes del movimiento sufragista aparecieron a mediados del siglo XIX, podemos ver la dilación de este proceso en el mundo. Sobre la igualdad salarial también estamos en deuda, es lo que señalan diferentes estudios sobre las brechas salariales, que demuestran que además de las condiciones objetivas, como experiencia y educación, persisten unas variables no medibles que repercuten en los salarios percibidos por hombres y mujeres: “el machismo, los prejuicios, las preferencias de los trabajos, los grados de competitividad, dinámicas laborales que excluyen a las mujeres, derechos inequitativos” (D’Alessandro, 2017, p. 28). Y aquí estamos hablando solamente de trabajo remunerado, pero está lo que Mercedes D’Alessandro llama “el lado B de la desigualdad”, que es el trabajo no remunerado, el que se hace en casa todos los días, el que


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no tiene salario, el que es necesario para que todo lo demás pueda funcionar, y a este se suman los trabajos del cuidado remunerados, como el servicio doméstico, una labor que cumplen mayoritariamente las mujeres y que se caracteriza por su precarización en todo el mundo 1. Todos los anteriores factores son determinantes para hablar del acceso de las mujeres al mundo del trabajo y de su rol en la economía, de la exclusión que esto ha significado y, por lo tanto, de la necesidad que expresa hoy el feminismo de cuestionar el modelo económico capitalista para lograr ese mundo solidario, justo e igualitario. Por ello aparece la economía feminista, que 1 Hoy asistimos a un fenómeno migratorio que ha dado lugar a lo que conocemos como cadenas globales del cuidado, que define la economista Amaia Montero como: “cadenas de dimensiones transnacionales que se conforman con el objetivo de sostener cotidianamente la vida, y en las que los hogares se transfieren trabajos de cuidados de unos a otros en base a ejes de poder, entre los que cabe destacar el género, la etnia, la clase social, y el lugar de procedencia”.


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contempla la economía del cuidado, esa que no ha sido tenida en cuenta en las grandes teorías económicas. Ya vimos que debido a la división sexual del trabajo el cuidado ha sido asignado a las mujeres, así ellas han sido confinadas al espacio privado, impidiendo su participación en cualquier construcción correspondiente al ámbito de lo público: las artes, la producción de conocimiento, la política. De esta manera, el mundo se construyó desde la perspectiva masculina y, en esa narrativa, las mujeres fueron consideradas seres inferiores, por lo tanto, las tareas que estaban obligadas a realizar también han estado en una escala menor, de ahí que, en la actualidad, eso que llaman amor —como dice Silvia Federicci— es trabajo no pago. Y además de no pago, no reconocido como trabajo, pues en el sistema capitalista este se concibe como una forma de relación social entre el trabajador (poseedor de su fuerza productiva) y el empleador (poseedor del medio de producción o capital), y esta relación es inexistente cuando se trabaja para cuidar y proteger el hogar y la familia: no hay intercambio, no se produce un


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bien o servicio que se pueda intercambiar. Y como esta división sexual del trabajo está en el centro de muchas de las desigualdades sociales, pensar hoy una economía feminista es asumir un combate cultural. Patriarcado capitalista o capitalismo patriarcal Dice Aleksandra Kollontai (2016) que el capitalismo generó las condiciones para que existiera lo que hoy llamamos doble jornada, pues mientras obligó a las mujeres a hacerse partícipes del sistema económico, asistiendo a la fábrica y generando recursos para el sostenimiento del hogar, no las liberó de la responsabilidad del cuidado de su hogar ni hizo de los trabajos del cuidado parte de ese sistema económico: “El capitalismo ha cargado sobre los hombros de la mujer trabajadora un peso que la aplasta; la ha convertido en obrera, sin aliviarla de sus cuidados de ama de casa y madre” (Kollontai, 2016, p. 131). Esta realidad representa una tensión, pues por un lado se encuentra la posibilidad de que las mujeres


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La historia de las mujeres ha sido, sobre todo, la historia de sus luchas y reivindicaciones, te invitamos a escuchar Combates en la Cultura, un programa radial de la Corporaciรณn Cultural Estanislao Zuleta


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accedan al mundo del trabajo remunerado, que hoy estudien carreras profesionales que no necesariamente estén vinculadas al cuidado (enfermeras o maestras, por ejemplo) y que puedan competir por cargos y por salarios igualitarios, posibilitando así una suerte de emancipación o autonomía económica 2. Pero, por otro lado, los hombres no han alcanzado una participación en las tareas del hogar que sea suficiente para encontrar un equilibrio en la distribución no solo de las tareas sino de los roles productivo y reproductivo. 2 Una expresión ampliamente difundida es la de “empoderamiento económico” o “autonomía económica”, que hace referencia, especialmente, al acceso a unas condiciones materiales que permitan que las mujeres, además de tener ingresos propios, puedan tomar decisiones basadas en ese dinero. Sin embargo, la expresión misma tiene críticas y contradicciones desde el feminismo, pues no necesariamente un mejoramiento en los ingresos está acompañado de otras acciones para superar la desigualdad de género, pues lo que está de fondo son las relaciones de poder. En una reciente columna publicada en el portal Mujeres Confiar, Laura Serrano Vecino, su autora, afirma que: “Pensar que mejorar la situación económica de las mujeres tiene como efecto automático la transformación de las relaciones


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En este punto podemos mirar las similitudes entre capitalismo y patriarcado, y quizás la más significativa es que nos encontramos ante dos modos de organización de la sociedad que se basan en relaciones de dominación; además, podemos evidenciar que ambos han permeado todas las esferas de la vida pública y privada, de manera que sus efectos y prácticas se han naturalizado y difícilmente entramos a cuestionarlos, pensamos que son incluso “naturales”. Así como el patriarcado se caracteriza por la exaltación de la virilidad, el capitalismo exalta la acumulación de bienes materiales, la riqueza, la posibilidad de tener (y para tener, hay que comprar, y para comprar hay que trabajar más inequitativas de género, constituye una falacia similar a aquella que asocia directamente representatividad con representación sin cuestionarse lo que implica realmente el ejercicio del empoderamiento. Esta falacia consiste en pensar que el aumento de ingresos de las mujeres, al mitigar una de las causas de la violencia, implica casi automáticamente la transformación de las relaciones de desigualdad”.


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y más). Recordemos que en su definición de patriarcado, Moia señala que es la dominación de unos hombres sobre otros; esto es, de los más fuertes sobre los más débiles, y es en esta relación en la que también se basa el capitalismo: los dueños de los medios de producción son los más fuertes, los obreros que venden su trabajo por un salario, los más débiles. Estos últimos están a merced de las decisiones de los primeros y ese estatus se presenta como el ideal, de allí que la economía de mercado pretenda poner el consumo extremo como un sinónimo de bienestar. De igual forma, el patriarcado pone al hombre o a lo masculino como el paradigma de lo que hay que alcanzar, por ello, los retos y utopías del feminismo hoy van mucho más allá de la igualdad concebida simplemente como alcanzar el estatus de los varones: “Luchar contra la desigualdad es luchar contra el capitalismo”, propone D’Alessandro (2017, p. 63). Pero quizás la expresión más concreta de la convergencia entre patriarcado y capitalismo se da en el ámbito del trabajo doméstico o de


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cuidados. A partir de la división sexual del trabajo, las mujeres asumieron esas tareas, tanto dentro como fuera de casa; así, los asuntos domésticos y privados se convirtieron en ‘cosas de mujeres’. Ante las construcciones culturales que pusieron lo masculino por encima de lo femenino, esto último, por supuesto, pierde valor, pero además, si es la ‘función natural’ de toda mujer hacerse cargo del cuidado de los otros, ¿por qué el mercado habría de considerar esto un trabajo? ¿Y es que acaso qué espera una mujer a cambio de cuidar a su propia familia? ¿Necesita esto más retribución que la satisfacción de ver a sus hijos y a su esposo felices? La respuesta del capitalismo es NO, sencillamente porque los dueños de los medios de producción no reciben ‘nada’ a cambio del trabajo de esa mujer en el hogar. ¿Nada? ¿Y entonces cómo llegan los trabajadores a la fábrica? ¿Quién planchó su uniforme o preparó los alimentos necesarios para que ese obrero pudiese asumir la jornada laboral? Explica Katrine Marçal en su libro ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?, que al padre de la economía le faltó su madre en la


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ecuación. El trabajo doméstico no vale para el patriarcado por ser cosa de mujeres, ni para el capitalismo por ser invisible e ‘improductivo’.Y así se sustenta la espiral de desigualdad de género. Y de clase. Porque en este punto es necesario introducir el problema de la clase con relación a la economía del cuidado. Pensémoslo de este modo: en el cortometraje Cartas a Nora (que se puede ver en Youtube), de la directora Isabel Coixet (2007), Nora, una inmigrante en España, se dedica a cuidar personas ancianas en las mañanas y es niñera en la tarde; desde allí envía dinero a su hermana en Bolivia, cuyo esposo padece la enfermedad de Chagas, misma que mató a la hija de Nora. Esta es la historia de dos mujeres pobres que están a cargo de los cuidados: la hermana de Nora cuida su casa, a su hijo y a su esposo enfermo; Nora cuida niños, ancianos y de ella misma, asumiendo una doble o triple jornada para lograr un salario digno. Ambos trabajos, el remunerado y el no remunerado, son precarizados y menospreciados por el sistema


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capitalista – patriarcal, y la cadena global de cuidados da cuenta de que estos son realizados en su mayoría por mujeres de países en vías de desarrollo. “Hay alguien todavía más oprimido que el obrero, y es la mujer del obrero”, señaló Flora Tristán a mediados del siglo XIX. Y ampliemos el concepto de trabajos del cuidado más allá del género. Las labores del vigilante, del jardinero o del recolector de basuras — que en términos generales son ejecutadas por hombres— son labores para el cuidado de otros y de otras, para el cuidado del entorno, de la naturaleza, de la vida. Y son también trabajos precarizados, cuyo lugar es minimizado, y eso se refleja en el valor económico y en el valor social o estatus del que gozan. Por ello, las reflexiones que propone la economía feminista van más allá de la lucha por la igualdad o la equidad. No se trata sólo de alcanzar salarios iguales para hombres y mujeres, no se trata de asumir la corresponsabilidad doméstica sólo en función de la productividad o de asignar un


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salario al trabajo doméstico no remunerado. Lo que nos atañe es una pregunta profunda por el modo de producción y las lógicas del modelo económico, la búsqueda es por hacer de este un mundo en el que los cuidados de la vida tengan tanto valor como la producción de bienes y servicios, hacer la vida más placentera sin que ello implique la explotación o la dominación de otros, pues el capitalismo ha convertido esos cuidados en servicios por los cuales hay que pagar. Pero hablemos de utopías… ¿Hay caminos para hacer del capitalismo un sistema menos hostil? ¿Es posible encontrar escenarios que favorezcan a todas y todos por igual en este contexto? ¿O es necesario, definitivamente, transformar el orden de las cosas y remover las estructuras desde lo más profundo para poder avanzar en la construcción de una sociedad igualitaria? Estas peguntas se entrecruzan con las que tuvieron lugar en otro de los momentos de La


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Conversación del Miércoles, el de las utopías: Seamos realistas, organicemos lo imposible. Rutger Bregman (2017) propone tres utopías para superar la desigualdad: renta básica universal, jornada laboral semanal de 15 horas y un mundo sin fronteras. “El ingreso universal —dice D’Alessandro (p. 60)— en tanto no ataca el corazón del problema, es un placebo para sueños progresistas que no quieren ver tanta pobreza a su alrededor y un certificado de supervivencia en los márgenes de la sociedad para quien lo recibe”; estas reflexiones resuenan frente al optimismo de Bregman, quien defiende la efectividad de esta medida y la expone como un triunfo del capitalismo: producir y tener suficiente como para distribuir entre todos. Sin embargo, queda una pregunta: ¿qué significaría para un obrero trabajar 15 horas a la semana —que es otra de las utopías propuestas por Bregman— y disponer de tiempo para organizarse con otros, para acceder a otros aprendizajes, para compartir con su familia o para dedicarse al ocio y al placer? ¿Qué podría significar para una mujer dedicada a las tareas


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de su hogar un ingreso fijo mensual sin ningún condicionamiento y con este, por ejemplo, el acceso a la educación, al sistema financiero y la posibilidad de tomar decisiones a partir de su propio dinero? No sabemos si esto resolvería la creciente desigualdad consecuencia del capitalismo y la acumulación, sin embargo, para interpelar ciertas relaciones de dominación podría ser de gran ayuda disponer de algo de tiempo y de un poco de dinero. Time is money, sentencia el mundo del capital. ¿Será posible tocar su médula a través de sus propios medios? Pero si de reformas estructurales se trata, he aquí la que propone el feminismo: un modelo económico que ponga en el centro el cuidado de la vida, que iguale en valor (económico y social) el trabajo reproductivo y el productivo, que se puedan retribuir justamente y que, de esta manera, aporten en la construcción de una nueva organización social. Un modelo económico que privilegie el cuidado permitirá que no solo las mujeres dedicadas a ser amas de casa, empleadas domésticas, niñeras o cuidadoras de ancianos


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mejoren sus condiciones, sino que también hará del jardinero, del mesero, del vigilante, del conserje de oficios varios, del mensajero o del trabajador de ‘Rappi’, oficios dignos y bien remunerados. “El cuidado asume una doble función: de prevención de daños futuros y de regeneración de daños pasados”, dice el teólogo Leonardo Bloff. Propender por una sociedad cuidadora sería proteger a la humanidad de su propia voracidad y, utópicamente, al tener menos trabajos precarizados de hombres y mujeres, asistiríamos también a una redistribución más justa de los recursos económicos. Mercedes D’Alessandro nos invita a construir esa utopía: El capitalismo es una construcción social y por ende su trasformación también es un proceso social. El feminismo necesita revolucionar de raíz el orden vigente, porque no se puede conseguir igualdad en un mundo de pobreza, porque no hay igualdad en un mundo que se nutre de la opresión, porque no hay igualdad en un mundo de pobreza, porque no hay igualdad en un mundo de explotación. Las mujeres hoy se constituyen como una


86 actriz protagónica, son ellas quienes resisten a procesos políticos que no solo hacen retroceder sus derechos sino también los de los trabajadores en conjunto. (P. 73).

Abrir los ojos es saber que es posible, que tenemos tareas, que necesitamos pensar otras formas de organización social, relaciones de producción más horizontales y un mundo para cuidar y amar. Y mientras lo logramos, no seremos capaces de volver a dormir tranquilas.


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La esperanza es la memoria que desea Reinventar la cultura-reinventar la utopía Por Elizabeth Giraldo Giraldo Hay preguntas que nos persiguen, que nos acompañan los días y las noches de nuestra existencia y se vuelven presencias familiares, algunas veces afables, otras son sombras que hacen las veces de jueces de nosotros mismos. Es bastante difícil descubrir que se tiene una pregunta pues su presencia reiterada en forma de angustia hace que las veamos más como un callejón sin salida que un puerto de partida para exploraciones y aventuras subjetivas, también es cierto que hacer de las angustias preguntas es una de las formas afirmativas de sobrellevar los continuos malestares que el solo hecho de estar en sociedad nos trae. En todo caso bien sean puertos de llegada o de partida hacen parte de lo que somos como sujetos singulares y quizás sean los hallazgos que a modo de preguntas


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logramos a lo largo de nuestras vidas la marca más singular de lo que somos, pues es el tipo de respuestas que nos damos o los caminos que emprendemos para ello lo que termina diferenciándonos de los demás, caminos que se pueden dar de muchas formas y terminan por esculpir la vida, pues esas indagaciones no solo se dan en lo abstracto de nuestras ideas sino también en nuestras acciones, por lo que también podríamos hacernos la imagen de la pregunta como un canal, un bucle, que permite esta conexión esquiva e indeterminada entre lo teórico y lo práctico, o mejor entre lo que pensamos y lo que hacemos. Me dispongo entonces a compartirles algunas de esas preguntas que me acompañan, una exposición nada fácil pues implica un ejercicio de arqueología interna que va con la delicadeza de un pincel develando capas para llegar a un núcleo, que en mi caso pasa por el deseo de una transformación profunda de la sociedad, o mejor la construcción de posibles que puedan ampliar y multiplicar los futuros de nuestra


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vida colectiva. Y esta labor me la planteo en particular desde el mundo de la cultura, asunto que se puede traducir a ¿qué implica proponerse cambiar el mundo desde la vida cultural? Una pregunta que en gran medida tiene su origen en un impulso interno que exige una vida con sentido para sí y para los demás. Un sentido que tiene que ver con la afirmación de la vida, de la alegría de ser y el deseo de una existencia plena, en la que cada vez tenga menos lugar la injusticia y el despojo y más las condiciones concretas de autonomía y de emergencia de lo propio, de lo que se es. Aquí asoma otra pregunta: ¿cómo lograrlo asumiendo la defensa de la vida como una idea y una convicción radical? Con seguridad esta pregunta surge justamente por el contexto de violencia que marca a la ciudad en que vivo, Medellín, pero también porque para América Latina y particularmente en Colombia algunas opciones de transformación del mundo han optado por las vías armadas y ese sigue siendo


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un tema, más no una opción, que ocupa nuestra reflexión especialmente para hacer un balance crítico de lo que fue y en ello reconocer lo propio y particular de los años que vivimos. Para esto último, pensar la sociedad que queremos y la manera en que la queremos construir implica un diálogo con lo que somos, una lectura de presente y realidad que nos ocupa, pues los elementos que podrían tejer la utopía de futuro, con sus potencias y limitaciones, están en nuestro presente, no por fuera de él, esto incluye por supuesto a las personas que lo podamos agenciar. Sé que una sensación abismal llega al intentar pensar esas palabras tan grandes, tan tocadas, tan interpretadas: cultura, transformación, utopías, pero el darnos la autoridad de hacerlo avanzamos en una de las misiones que con esta reflexión quiero proponer: sintámonos parte de las palabras y del poder decir con ellas, hablemos desde lo que somos y hacemos, no nos minimicemos ante el poderoso, a


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veces anquilosado, cauce de teorías que nos preceden. Traigamos esa imagen que en algún momento compartió el profesor chileno Hugo Zemelman, “Pararnos en hombros de gigantes” al referirse al uso de los autores y la teoría, pues estos nos permiten ver, pero no nos eximen de la necesidad de hacernos nuestras propias preguntas e incluso saber cuál serán los gigantes que tendremos que escalar, trabajar, rumiar, para armarnos nuestra propia interpretación del mundo en que vivimos, para transformarlo. I Generaciones Hace unos años escuché la anécdota de “El chino” Chang, Juan Pablo “El Chino” Chang, el peruano que en sus años juveniles junto con otros compañeros de la Universidad de San Marcos, en Lima, realizó el gesto de recibir a escupitajos y huevos al vicepresidente de los Estados Unidos, Richard Nixon. Toda una generación de jóvenes del Perú y de otros países de América Latina celebró el gesto y vio allí el eco de sus propios anhelos. Cierto brillo en


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los ojos y un movimiento de cabeza afirmativo dejaba ver el anhelo a un vivo en quien me contara, con tonos de triunfo y admiración, esta historia; un hombre ya mayor y que llegará a viejo como no lo llegó a ser “El Chino” Chang. La vida de “El Chino” se cruza con otra, mucho más conocida y cuya imagen ha sido tan usada por la publicidad que parece ya más una estampa religiosa, con su sitio separado entre el divino niño y el escudo de algún equipo de fútbol local en los altares paganos que engalanan los buses de trasporte público, que el perseguido guerrillero icónico de las luchas armadas de la década del sesenta, “El Che” Guevara, Ernesto. El guerrillero más famoso del continente junto a quien fue a morir “El Chino Chang” en la campaña boliviana a la edad de 37 años luego de una conflictiva vida política en el Partido Comunista de su país, casi una década después de la escupida y en la víspera de uno de los años emblemáticos de la revolución cultural y la agitación de los movimientos sociales a nivel planetario: el año de 1968.


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Ambas cosas en su vida, o que ambas cosas se juntaran en una vida: el gesto contra el poderoso país del norte y la posterior toma de armas que lo llevaría a una muerte temprana como a tantos miles de hombres y mujeres del continente, me han impresionado mucho y me llena de preguntas, de inquietudes por nuestra época y las formas del orden que estamos llamados a subvertir, por nuestras propias posibilidades de encausar caminos para ello, por las huellas que podemos dejar, asunto que me pregunto interpelando mi generación, mi origen social, mi campo de trabajo. Vuelvo, por un lado está la escena valiente, rebelde, que a sus contemporáneos les hizo sentir algo emparentado con la esperanza y que a mí me hace pensar, señalar quizás, la urgente necesidad de enriquecer nuestro bagaje de gestos, ¿qué acto del hoy nos hará guardar un brillo en los ojos hasta viejos? ¿Cuáles gestos? ¿Qué memoria estamos alimentando? Por otro lado, está que para nosotros hoy, como colombianos y colombianas la revolución


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armada ha muerto y ya no representa la ilusión o la posibilidad efectiva de victoria que quizás guardo en el pasado, sin embargo, aquello que motivó la emergencia de grupos guerrilleros en el continente, así como, y mayoritariamente, de movimientos civiles, culturales, populares e intelectuales sigue vigente y ha tomado formas que la mayoría de las veces nos cuesta entender o darnos una explicación del mundo creíble, fundamentada, crítica y popular ante un sistema y un modo de orden social que prevalece, que es injusto y desigual. Nuestra generación no puede decir que está ante el vacío que el abandono de la opción armada dejó, eso para nosotros ha sido una posibilidad menor y en sí marginal en términos del sentido de época y de escisión real de las opciones de vida y si ha sucedido está lejos de confrontarnos existencial y políticamente como sucedió con los jóvenes de las décadas de los sesentas, lo setentas e incluso los ochenta que aun, y quizás por ello, con los frustrados o decepcionantes procesos de paz con diferentes grupos guerrilleros, seguían


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viendo en esa vía, apresurada e impaciente de forzar la realidad con las armas, no solo el deber ser, sino el ser de un cambio estructural que estaba a la vuelta de la esquina. La desolación o la caída del proyecto que alentó a una generación no es directamente nuestra experiencia, ¿Cuál podría ser entonces “nuestra condición” como generación que está ante su propia realidad y necesidades? Escupirle la cara a Trumph no sería una respuesta absurda, más sí reducida de todo aquello que sigue recubriendo el gesto del Chino Chang y sus compañeros, y más de su vida y la experiencia de una época que él representa. Un aroma a carestía simbólica y gestual en muchas ocasiones llega a mí. Estamos en un momento en el que fácilmente un grito de indignación, bello o no, se agota en el vacío y cualquier idea leve se difunde. Algo en la comunicación de otros sentires y sentidos está fallando, hay lenguajes que no estamos inventando y palabras que no estamos usando, ocurrencias que no llegan, límites que no estamos transgrediendo. ¿Qué posibilidades nos podemos proveer?


¿Es posible hablar de una tradición rebelde?, te invitamos a escuchar Combates en la Cultura, un programa radial de la Corporación Cultural Estanislao Zuleta


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Para este momento, y gracias al camino hasta ahora recorrido, algunas veces en soledad, pero las más de las veces en colectivo, he llegado a la idea de que es saber leer nuestra época el primer paso, lo que es por supuesto una tarea compleja y siempre fragmentaria, una lectura que requiere que descubramos cuáles son nuestras necesidades y cuáles nuestros intereses, encaminados hacia lo que podría ser una propuesta, o conjunto de propuestas, que permeen y horaden desde la más comprometida acción humana el orden que nos aqueja y aleja de las condiciones y posibilidades concretas de realización de las personas en condiciones de igualdad. Esta voluntad que se encamina a la vivencia radical de la existencia, para sí y con otros, que quiere cultivar un mundo distinto o los distintos mundos que soñamos, la quiero proponer como una “colaboración entre generaciones”, pues para no caer en la tentación adánica de sentirnos los primeros en desearlo y buscar hacerlo acción, tendremos que conocer, explorar el pasado


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y poder fabricar nuestra herencia, construir nuestra tradición, palabra pertinente y aún más si le ponemos un adjetivo en apariencia antitético: libertaria. Me aventuro a decir que esta (re) construcción de una tradición libertaria o “colaboración entre generaciones” implica desde mi mirada tres hilos que trenzados nos podrían poner en menos desventaja frente a la batería cultural que el orden imperante reproduce constantemente y para lo cual cuenta, por supuesto, con una supremacía de medios. El primer hilo propone crear nuestras propias teorías desde el lugar y el tiempo que habitamos, y en ello buscar descifrar el poder dominante, al hablar de teorías me refiero a generar nuestras propias explicaciones sobre el mundo y sus dinámicas. El segundo hilo afirma hacer del trabajo en lo simbólico nuestra ruta. Por último esta tarea no estaría completa sino no nos autorizamos para hablar y conocer nuestros dramas y alegrías humanas, conocer nuestra realidad como seres específicos en una época determinada, retratarnos, narrarnos.


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II ¿Es apropiado hablar de anticapitalismo hoy? “(…) la vida aun contiene demasiadas potencialidades como para ser abarcadas por los proyectos de una sola generación, o por las esperanzas y creencias de un solo pensador. Al contrario de los utopistas en algún plan tengo que dejar un lugar para los desafíos, la oposición y el conflicto, para el mal y la corrupción, pues resultan visibles en la historia natural de todas las sociedad (…) Mi utopía es la vida real, aquí o en cualquier parte, llevada hasta los límites de las posibilidades ideales.” Lewis Munford

El conocimiento, o mejor, el conocer, es la primera apuesta que ubicamos, pues un primer movimiento a ser realizado es el de la reflexividad y el descubrimiento que son opuestos al adoctrinamiento y el entrenamiento mental. Esto no quiere decir que no tengamos postura, de hecho el desear y el pretender conocer ya es una postura y cómo y desde dónde se haga, la devela. Hacerse a una imagen explicativa de la realidad es cada vez más difícil, tanto por la complejidad


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creciente del mundo que nos rodea como por el desuso o necesidad de actualización, de acuerdo a nuestro medio, de algunas teorías fundamentales del pensamiento crítico, tal es el caso del marxismo. El marxismo ante sus desencadenamientos armados o la suerte de los socialismos puede causar por menos sospecha y quizás para algunos espanto, esto tiene que ver, entre otras cosas, con las formas en que se ha leído al pensador alemán, unas maneras de leer, que también marcaron y determinaron en mucho a la generación que cargó el fusil en el hombro en nombre de los desposeídos. El adoctrinamiento y en específico el marxista, ya por la década del sesenta recibía fuertes críticas desde una voz para nosotros tan cara como la de Estanislao Zuleta, quien en un progresivo distanciamiento con la formas ortodoxas del marxismo imperante en la época y un definitivo deslindamiento del P.C.C llegará a un momento de temprana lucidez intelectual para nuestro contexto, al identificar el corazón de los límites e incluso el equívoco


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del marxismo luminista; desconocer la vida de las personas, las concretas, considerar que un cambio automático y decretado del modo de producción, llevaría unívocamente a un cambio ideológico. La historia nos ha demostrado que no es así, pero no por el supuesto de que no existe un modo de producción generador de miseria y desigualdad que combatir, que pueda además derivar en la sumisa y posmoderna postura de que la realidad es el resultado de la suma de las percepciones subjetivas, sino por una desacertada tendencia nuestra a asumir a los autores como prescripciones o recetas y de la mano con ello el tomar la realidad como reflejo imperfecto de la teoría adorada. La teoría puede velar la mirada y considero que para nuestro caso y la manera en que se adoptó el ideario marxista no permitió ver a la gente más allá de una categoría preconcebida, la de proletariado, y con ello no ver las formas particulares de relacionarse con el poder y de instaurar estrategias que les permite ser hoy,


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existir y resistir las presiones de diversa índole que el sistema instaura. El otro camino que se bloquea con esta manera de tomar la teoría es el del deseo de conocer que se aplasta con la inyección del dogma o la verdad revelada. Quizás este otro camino sea más lento, el del preguntar, el inquietar, dudar, y más azaroso, pues no hay garantías de que en él efectivamente se configure una postura crítica, sin embargo, engrandece eso que llamamos cultura y hace más complejas e inquietantes nuestras relaciones con el mundo. Pues este camino se recorre estudiando, leyendo, incitando, marchando, debatiendo. No nos afanemos, sigamos tejiendo, sigamos lanzando creaciones simbólicas al mundo, sigamos contando chistes, cantando, sin sacrificios, multiplicando otras versiones de la vida. En este sentido una postura anticapitalista debe seguir cultivándose, leyendo a los autores creativamente desde el presente y construyendo nuestras propias explicaciones.


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En esta labor por supuesto tendremos que volver sobre esa tradición intelectual que ha delimitado nuestro universo de pensamiento. III Por nuevas concepciones de lo intelectual y el trabajo en la cultura Es legítimo preguntarse en función de la colaboración entre generaciones y con miras a la consecución de una sociedad justa e igualitaria, por cuáles son los sentidos en términos de representaciones y motivaciones que heredamos, cuáles requiere nuestro presente, cuáles pretendemos tengan proyección de futuro. En esta reflexión distintos asuntos se entremezclan, el primero de ellos asociado a la memoria y la historia, para conocer por un lado las tradiciones intelectuales en el sentido más convencional y por el otro ampliar esta noción y ver dónde el mundo de las ideas y la reproducción simbólica se ha jugado para hacerle una contrapartida al orden hegemónico.


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Un primer ejercicio a emprender, que por definición es un debate, es el de definir cuál es el trabajo intelectual. Para ello partiré diciendo que es un proceso, una cuestión en elaboración y que este texto es una pequeña contribución a ello. En términos de vivencia cotidiana por mi propia labor, veo la persistencia de una convención que separa casi de manera categórica las ideas de la acción y la realización práctica, en este debate y de acuerdo a nuestro presente propongo considerar tres elementos. El primero de ellos la vuelta a las exploraciones y búsquedas de otras formas de relación entre trabajo intelectual y movilización que se han agenciado en nuestro medio, tal es el caso del trabajo de Fals Borda y la concreción de la investigación acción, una experiencia que ha permitido desde sus orígenes y hasta el presente el desarrollo de nuevos esfuerzos para generar reflexividad desde la práctica y al mismo tiempo elaborar ideas que luego puedan ser de uso cotidiano y práctico para las comunidades en relación a sus necesidades. Un segundo elemento es el reconocimiento


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de además de estudios e investigaciones, de otras diversas formas de la conformación de lo intelectual en la historia de los movimientos sociales; podemos hablar hoy de la existencia, por ejemplo, de una intelectualidad popular, con la vivencia de escritura y pensamiento desde los movimientos obreros, de una intelectualidad indígena, con la selvática y densa obra de Quintín Lame en primer plano, así como una intelectualidad negra, en la extensa y cuidada obra de Manuel Zapata Olivella. Seguramente en un examen más profundo encontraríamos muchos más ejemplos que nos evidencian la compleja relación entre los oficios que conciernen a las ideas, las letras y la abstracción con prácticas políticas y colectivas, donde la imagen del intelectual impoluto se hace anacrónica e irreal, vemos como la realidad nos está mostrando otros caminos. Por último, un tercer elemento, es de carácter teórico, que nos permite afincar y entrelazar nuestras reflexiones con otras que vienen de vieja data y que pueden retroalimentarse, como


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pueden ser los diálogos con autores como Antonio Gramsci o Pierre Bourdieu. Otras dos circunstancias deben ser acá tenidas en cuenta y por ahora solo serán mencionadas. La primera, si bien partimos de que los límites entre mundo de las ideas y mundo de la vida práctica son difusos y existe una relación de colaboración entre ambos, esto no quiere decir que la postura que separa ideas y prácticas no haya tenido sus consecuencias, una latente es la distancia que las personas sienten hacia lo que se produce en la universidad y en los círculos intelectuales, sumado a una condición de desigualdad social que anima, por ejemplo, a quienes acceden a una formación profesional a pensar más en un “ascenso” o “escalonamiento” que aun volver a trabajar a su comunidad o lugar de origen. De otro lado está la humana y humanizadora capacidad de construcción de símbolos, representaciones y sentidos, formas de hacer cultura que es la condición sine qua non del


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vínculo con el otro y de vivencia del mundo del lenguaje, donde cualquier ser humano está dado a recrearlo, ahora, esta posibilidad no escapa, por un lado, a los procesos de legitimidad y validación que las sociedades hacen sobre lo que llamamos arte, es decir, todos tenemos potencia creadora y simbólica más los resultados de tal capacidad, en caso de que se den, no necesariamente serán validados por el colectivo como un hecho significativo. Adicionalmente está la exacerbación de un modelo económico que priva y reduce la capacidad de creación, al destruir los acervos y repertorios humanos que existen para ello y tiende por el contrario a la homogenización y a la puesta en el mercado de aquello que se considera tiene un valor. Esto por supuesto está vinculado con las formas del trabajo que explotan y poco tiempo dejan para el goce, la dispersión, lo inútil y cuando acaece, sabemos, también se pretende coptar. Ahora, ninguna imagen de fatalidad nos puede invadir pues el poder es limitado, imperfecto y algo siempre se le escapa. Por eso, parte de


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nuestro trabajo está y estará en identificar quién son aquellos que mantuvieron o mantienen la palabra viva, quiénes crean y recrean el mundo, quiénes nos abren las ventanas a nuestra interioridad y las puertas a la comprensión del mundo. IV Nuestros dramas y alegrías No quiero cerrar este texto sin hacer mención de un último asunto que desde mi mirada contribuiría a contrarrestar la carestía simbólica, aportar a nuestro papel histórico y conectarnos con esa posible colaboración entre generaciones. Esta última parte tiene que ver con un trabajo que camina entre la aceptación y el asombro, esto es, conocernos en un tramo que implica el despojo de prejuicios y preconcepciones normalmente impregnadas de ideas de lo que deberíamos ser, que especulan sobre lo equivocados que estamos o lo lejos del “ideal revolucionario”. Considero que ver nuestra humanidad, compleja, trágica y dinámica, nos abre caminos, sobre todo sensibles, para tejer


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los lazos colectivos que esperamos. El primer trabajo de transformación parte de acoger con palabras nuestras maneras particulares de ser en colectivo, también individualmente, y cantar, decir, traducir sus sombras y luces, los tonos y rasgos, las maneras en que amamos y mal queremos, en que razonamos, en que sentimos, vernos para comprender, para dilucidar la trama que nos junta y que nos haría auténticamente resistir a las inclemencia


Globalizaciรณn y acumulaciรณn de poder en medio de diversas expresiones sociales, te invitamos a escuchar Combates en la Cultura, un programa radial de la Corporaciรณn Cultural Estanislao Zuleta


Agradecimientos especiales a La Esquina Radio, Juan Pablo Montoya Benjumea, Marcel Gutiérrez y al equipo de la Conversación del Miércoles.

Combates en la Cultura Se imprimió en Fotocopiar S.A.S en el mes de diciembre. Medellín - 2019





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